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Garrido, J., (1989). Adulto y cristiano. Sal Terrae. Bilbao. Parte I, cap. 2.

En este capítulo, Javier Garrido se centrará en los modelos dinámicos del proceso de
maduración en relación con los ciclos vitales según Erikson. Esto, porque lógicamente
en cada ciclo vital el ser humano responde a una correlación entre edad y maduración.
En otras palabras, todo depende del modo positivo e integrador o negativo y paralizante
que éste avale, para así, estar a la altura del tiempo y logre mostrar una personalidad
antropológicamente realizada.

Para ello, Garrido prolongará la aportación científica de las 8 etapas en la vida del ser
humano según la teoría de Erikson, propiciando un acercamiento y reflexión propia. Así,
la dualidad entre equipamiento y decisión corroborada en el esquema de Erikson
(primera edad adulta) revela uno de los ejes de comprensión de la dinámica de la
existencia humana. Igualmente, la dualidad de la vivencia de la vida entre
autorrealización y finitud. Pues, aunque la vida se despliega haciendo de la persona un
centro configurador, existe la pregunta: ¿En qué consiste, propiamente, madurar? Esto
se logra mediante la crisis de madurez bien resuelta, debido a que la vida nunca es algo
preestablecido, sino algo que depende del contexto social. Sin embargo, para Garrido,
las dimensiones existenciales (libertad, proyecto, sentido de la vida) tienden a ser
integradas y absorbidas por lo psicosocial, contrario al polo negativo de la bipolaridad
según Erikson.

Por otro lado, siguiendo la polivalencia de la teoría de Erikson, el autor deduce que la
libertad implica la autoconciencia de identidad y presupone el rol social futuro. De ahí
que la libertad no consista, bipolarmente, en cómo me inserto en el entramado social
mediante el trabajo y las relaciones afectivas. Pues la libertad sólo adquiere su
radicalidad en la pregunta sobre el sentido: ¿para qué trabajo, merece la pena vivir…?
El cristiano, según Garrido, percibe la vida en clave de trascendencia. Por eso, entre
modelo psicosocial y modelo religioso existe un diálogo constructivo: la dimensión
existencial.

Con todo, el discernimiento sobre el sentido de la Iglesia y, por supuesto, la madurez


cristiana tiene una profunda exigencia no sólo de fe sino también existencial. Por
ejemplo, en los modelos eclesiales de hoy, es cierto que el contexto, la cultura, las
tradiciones enriquecen la experiencia trascendental y es con todo este entramado,
como se debe y quiere comprender y entrar en el misterio del amor del Dios encarnado.
Pues la fe se integra en la existencia y allí, se alcanza un nivel de madurez. Razón por
la cual el sentido de confiar en Dios y de ser Iglesia aunque es una cuestión personal,
repercute en la sociedad: potenciando las relaciones en todas sus dimensiones y
fortaleciendo la radicalidad del mensaje cristiano.

Juan Guillermo Cortés Churta

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