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María Elena González Deluca

LA ECONOMÍA DE LA ÉPOCA

María Elena González Deluca

La economía de la época de Guzmán Blanco refiere a las condiciones y circunstancias de

la producción, el comercio y las finanzas de Venezuela y del resto del mundo del tiempo

del dominio político del personaje central que nos ocupa en este simposio. Esta aclaratoria,

de Perogrullo, se dirá, viene a cuento porque la época corresponde a un período de fuerte

poder personal con frecuencia presentado por la historiografía venezolana en un plano que

opaca u oculta otros componentes del cuadro, aquellos que no responden de manera directa

a la acción del gobierno del presidente Antonio Guzmán Blanco. Hay dos premisas que

sentar en este sentido.

Primera: Esta premisa tiene una razón de ser metodológica. En historia los personajes,

incluso aquellos que parecen forjar la historia a su capricho, tienen límites en su accionar,

que son los fijados por las condiciones históricas locales, regionales y mundiales de su

tiempo. Esto significa que el análisis nunca puede centrarse exclusivamente en el personaje

y en su actuación sin considerar las determinaciones del tiempo, pero no como contexto,

como telón de fondo, sino como parte central del análisis.

Pero, además del principio metodológico la realidad histórica local y mundial es

determinante. La dinámica mundial en la que se inserta Venezuela, es la del sistema

capitalista que venía evolucionando en un largo proceso iniciado en la baja Edad Media y

entró desde el siglo XVIII en la fase industrial que fue envolviendo con poderosa energía al
mundo no industrializado. Esa fase envolvente llegó a Venezuela y al resto de América, en

la segunda mitad del siglo XIX, de modo que cuando comienza la época del Guzmán

Blanco esa dinámica estaba en pleno desarrollo.

Segunda: Por otra parte, si bien la economía de la época se inserta o intenta insertarse en el

mundo capitalista, en la dinámica local dominan las condiciones y circunstancias propias

del país, relativas a la producción, el comercio, las finanzas, la demografía, el paisaje

geográfico, y la conducción política bajo el liderazgo personalista de Guzmán Blanco.

La producción agropecuaria de exportación, con un repunte importante de la minería del

oro en este período, forma el eje de la vida económica que es resultado de la actividad

privada, es decir del trabajo de la sociedad en su conjunto, trabajadores propietarios y

trabajadores no propietarios.

Esto es importante resaltarlo porque más de medio siglo de una economía, la petrolera, en

la que el Estado tiene un papel fundamental en el manejo de los recursos económicos,

sumado al énfasis de la historiografía venezolana en el relato político y en la actuación de

gobierno, han creado una imagen disminuida del papel determinante de las fuerzas sociales

en la vida económica.

La época de Guzmán, entre 1870 y 1888, corresponde a una coyuntura de grandes cambios

económicos que se proyectan a toda la región latinoamericana. Se inicia en las nuevas

naciones un nuevo ciclo de crecimiento de la producción y el comercio que se manifiesta

con potencial y características que responden a las condiciones particulares de cada país.

¿Cómo eran las de Venezuela? Para muchos eran las mismas que había dejado la sacudida

de la independencia décadas atrás. Pero aunque la lentitud de los cambios hiciera difícil

apreciarlos, allí estaba el país con la preparación que sus capacidades le permitían para
iniciar el nuevo ciclo.

1. Venezuela, también cambia

En 1863 se había firmado en la hacienda de Coche una paz que no fue total en los años que

siguieron, pero ponía fin a la segunda guerra larga que conoció Venezuela en el siglo XIX.

La primera fue la de independencia, largos años sin paz que concluyeron en 1823 cuando

fue vencida la última resistencia realista. Desde entonces, el país vivió una calma tensa y

resignada, interrumpida por varios episodios militares de corta duración que si bien

mantuvieron al país en zozobra no alcanzaron la ferocidad de la guerra.

Tras la independencia Venezuela no conoció hasta 1858 las miserias de las guerras civiles y

las guerras internacionales que plagaron la historia de los otros países desprendidos del

mismo tronco colonial español. Casi todos experimentaron una violencia exacerbada:

México, Centroamérica, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, las provincias del Río de la

Plata, que no pudieron constituirse como nación -Argentina- hasta después de 1860, hasta

la idílica Chile que la historiografía presenta a menudo como una temprana isla de paz,

vivió intensos episodios de guerra, civil e internacional, a lo largo del siglo XIX.

Venezuela, en contraste vivió la paz tensa del conflicto entre los llamados liberales y

conservadores. Fue el único país latinoamericano que no enfrentó una guerra internacional,

y, haciendo un balance del tiempo que ocuparon las rebeliones y los que transcurrieron sin

encuentros militares, vivió una paz relativa e incompleta, porque la paz total en ninguna

parte existía.

Pese a que su geografía de puertos descentralizados creaba condiciones propicias para que

las regiones fortalecieran su autarquía, aprovechando las posibilidades de comunicación

directa con los mercados externos y la desconcentración natural de los ingresos de aduana,

Venezuela no conoció un caudillismo regional de fuertes tendencias separatistas, al modo


del que en otros países impedía hasta el acto básico de jurar los poderes constitucionales.

Si exceptuamos algunas proclamas y los efímeros episodios separatistas en Oriente y en el

Zulia, las aspiraciones de poder de los caudillos tenían siempre como meta a Caracas, la

sede del poder central; ninguno pudo crear un movimiento separatista de bases duraderas,

ninguno fragmentó, ni siquiera temporalmente, al país. Mucho se ha escrito, y se escribe

acerca de la desintegración, el aislamiento y la incomunicación del país, pero son

afirmaciones que probablemente deberán ser corregidas cuando se enderecen ciertas

nociones y se investiguen sistemáticamente, por ejemplo, fondos documentales como los

registros de las aduanas y la Estadística Mercantil y Marítima, que dan cuenta de cómo

funcionaba el transporte mercantil.

Como en todos los países de América Latina, en realidad como en toda América, incluida

América del Norte, las dificultades del transporte terrestre establecían formidables

obstáculos a la comunicación y preservaban las unidades regionales, pero Venezuela tenía

una ventaja, que a veces extrañamente se señala como una desventaja, la multiplicidad de

puertos a lo largo de sus costas marítimas y de la corriente del Orinoco. El mar y los ríos

unían el territorio, de modo que la comunicación de larga distancia era preferentemente

naviera, que era entonces, y lo sigue siendo, eficiente y económica. No todos los puertos

estaban habilitados para el comercio exterior, y la navegación costanera llevaba y traía

pasajeros y mercancía entre los distintos puertos. La lectura de El Venezolano, en Cumana,

Carúpano, Barcelona, Valencia, Barquisimeto; el interés por la lectura de la prensa de

Caracas, en San Fernando de Apure, en Ciudad Bolívar, como lo señalan algunos viajeros,

no indica un país aislado o incomunicado, era un país que se mantenía integrado a pesar de

los formidables obstáculos de las distancias por tierra, un país disperso en una enorme

geografía.

Los conflictos y la violencia que cobró expresión en frecuentes rebeliones, manifestaban la


resistencia a vivir bajo el control de los guerreros de la independencia que pretendían

dirigir el país a su antojo, como si fuesen, no los que habían luchado para abrirle camino a

la nacionalidad en ciernes, sino los dueños de la nación. Esa resistencia acumuló durante

tres décadas un contenido explosivo que finalmente estalló en la Guerra Federal; esta vez

un prolongado conflicto militar entre ejércitos formalmente constituidos que, sin embargo,

sólo se enfrentaron en dos grandes batallas en los cinco años que duró la contienda. En esa

guerra, tal vez no tan cruenta como la presenta la historiografía, surgió el liderazgo de la

federación, al que seguían peones de hacienda y pueblo en general, atraído por una lucha

que decían librar contra el poder y contra los ricos, sin atender o entender mucho, cualquier

otra motivación.

A este liderazgo perteneció Antonio Guzmán Blanco que aprovechó esa coyuntura para

crearse una carrera propia. Al concluir la Guerra Federal, ya no era el joven hijo de

Antonio Leocadio Guzmán, sino el General Antonio Guzmán Blanco, en la cuarta década

de su vida, convenientemente próximo al jefe máximo, el Mariscal Juan Crisóstomo

Falcón, cuya débil vocación política le permitió a Guzmán hacer su aprendizaje del poder.

El país que se negaba a desaparecer todavía le permitió al nuevo líder aprender en los

erráticos años sesenta, varias lecciones de indudable valor formativo, hasta que se rindió

sin mucha resistencia ante el asedio militar de abril de 1870.

Desde entonces, otra generación ocupó el centro de la política. Fue la primera que no había

vivido la guerra de independencia, la de los que nacieron en el ocaso de la República de

Colombia. En adelante, nunca más los caudillos de la independencia aspiraron al poder, si

acaso sólo al bronce de las estatuas. Y no fue porque la Guerra Federal o la Revolución de

Abril los derrotara. Simplemente, desaparecían de la escena por el implacable imperativo

de la ley biológica.
El poder quedó, así, en manos de hombres no siempre comprometidos con una visión

diferente del país, y a veces tampoco muy conscientes de que ahora el ejercicio del poder

les exigía algo más que las glorias del héroe y el ruido de las armas. Los países

latinoamericanos entraban entonces en la era de los ferrocarriles, del mercado mundial

capitalista y de la expansión imperialista, del segundo gran ciclo europeizador, después de

la conquista y la colonia. Eran las exigencias de la globalización de entonces, que

entrañaba una noción diferente del poder a la que, sin embargo, los gobernantes

venezolanos de fines del siglo no honraron las más de las veces. La Venezuela de la

postindependencia quedó en 1870 definitivamente atrás, y no sólo en materia de

liderazgos.

2. La economía en 1870

¿Cómo eran las condiciones socioeconómicas del país en el que Guzmán Blanco comenzó

a gobernar en 1870?

En las cuatro décadas transcurridas desde 1830 el país aparentemente no había cambiado

mucho. Pero, definitivamente no era el mismo. La esclavitud declinante en 1830 ya no

existía desde 1854. En 1870 el trabajo de las haciendas venezolanas lo hacían los peones,

cuyas opciones de vida eran apenas mejores que las de los esclavos, pero eran sujetos

jurídicamente libres, libertad que ejercían para seguir las montoneras, o lanzarse al albur de

alguna oportunidad. La población se había duplicado, de un estimado de 830.000 en 1830 a

1.784.194 en 1873, un crecimiento que debía a la reproducción natural más que al aporte

inmigratorio. Era una magnitud comparable con la de Argentina, pero inferior a la de Chile,

aunque décadas atrás había sido mayor que la población de esos dos países.

De país cacaotero en decadencia, con una modesta producción de café que apenas pasaba
de 60 mil sacos en el año fiscal 1830-31, con su centro económico dinámico en la costa

central, había pasado a ser país cafetalero con una producción que llegaba a los 300.000

sacos a fines de la década de 1840, cifra promedio que se mantuvo estable hasta 1870 El

centro dinámico de la economía se desplazaba hacia el occidente. La exportación per

capita más que duplicó entre 1850 y 1870, aunque el valor total estaba entre los más bajos

de América Latina. El valor de la agricultura pasó de unos 25 millones de bolívares a más

de 94 millones en 1870.

La producción de cacao y de ganado aumentó poco en promedio. Pero se producía, aunque

en modestas cantidades, una gran variedad de productos exportables, algunos en

volúmenes más o menos apreciables que no se exportaban en 1830 como el algodón, el oro

y el caucho.

Las cifras revelan un país de dimensiones y crecimiento modesto, más lento que otros

países latinoamericanos, donde la modernización ya avanzaba visiblemente, pero no

esencialmente distinto, no más atrasado, no más arruinado, o más inestable que el resto. En

más de un sentido y, contrariamente a lo que se afirma generalmente, podría decirse que

Venezuela era un país estable.

En efecto, por debajo de la agitación epidérmica, que era más expresión de desorden en el

manejo de la cosa pública y de inconformidad con la lentitud de los cambios, o de

inconformidad con los cambios, que de indomable vocación guerrera, las cifras indican que

aun en la Guerra Federal, había un país ajeno a las exigencias del combate que sembraba,

recogía las cosechas, ensacaba el café y el cacao, lo transportaba, lo vendía; y había casas

comerciales, algunas abiertas unas décadas atrás, unas pocas sobrevivientes de la colonia,

que continuaban sus transacciones sorteando las dificultades; en los puertos atracaban

naves que embarcaban y desembarcaban productos y mercancías; había un país cuyos hijos
alcanzaban la edad adulta sin perder la vida en la guerra; había grandes secciones del

territorio, como los Andes, donde la Guerra Federal fue un suceso suficientemente lejano

como para que las familias que huían de las montoneras que asolaban los llanos, buscaran

refugio allí.

Como señala Arturo Guillermo Muñoz en El Táchira Fronterizo, esa sección de Los Andes

pasó de ser una parte casi despoblada en la Independencia, con 12 ó 13 mil habitantes a

tener una población superior a 83 mil habitantes en 1881. Caracas, por otra parte, mantuvo

en la Guerra Federal cierta normalidad como sede de los poderes nacionales y, a lo largo

del conflicto se realizaron esfuerzos por mantener la estructura y la autoridad del gobierno

central, bien que con magro suceso. Entonces podemos preguntarnos ¿era este país menos

importante que el de los caudillos cuyo espíritu levantisco nos ha transmitido la imagen de

un país constantemente en guerra?

Es posible, entonces decir que antes de la llegada de Guzmán Blanco al poder, la economía

y la población crecían, con ritmo lento, inseguro y modesto, pero crecían. Esto es

importante señalarlo porque a veces se atribuye a la gestión de Guzmán Blanco una especie

de capacidad mágica para sacar el país del caos más absoluto y colocarlo, mientras duró su

gestión, en un islote de orden y limitado progreso, del que volvió a salir para regresar al

caos en la última década del siglo XIX. En realidad, creo que no había tal caos, y aunque

Guzmán tuvo un talento como político y administrador muy poco usual, un talento que

además usó con audacia, no hizo milagros. Eso sí, su gestión fue más coherente y eficaz

que cualquiera en un siglo de muy magros resultados. Pero fue, como ocurre siempre en

historia, el binomio del hombre y sus circunstancias.

3. El proyecto de Guzmán.
En abril de 1870, Antonio Guzmán Blanco derrotó al gobierno de los azules. Pero la suya

no fue una operación más de conquista del poder por las armas. Como primer presidente de

la generación no comprometida directamente con la independencia (segundo si se

considera que Falcón era un niño cuando terminó la guerra), Guzmán Blanco estaba

inmejorablemente preparado para enfrentar los desafíos de la época, con una calificada

experiencia de la política, interna y externa, con conocimiento de los asuntos públicos y de

los mecanismos del poder. Además de su bien entrenado talento, tenía otra característica

importante: era un hombre ambicioso; lo era de poder y de riqueza personal, como

sabemos, pero también tenía ambiciones para su país. Sabía que tener poder sólo para

sentirse poderoso o para usarlo contra los enemigos no lo diferenciaría de sus antecesores y

no sería mérito suficiente para ocupar el lugar en la historia que ambicionaba. Esto sólo

sería posible si también el país ganaba con su gestión.

El fue el primer gobernante que se propuso dirigir el país con un proyecto coherente de

contenido modernizante que exigía algunas condiciones: la paz, dentro de una concepción

autoritaria, y el orden en la administración y con progreso. Es decir que para Venezuela el

año 1870 no es una fecha convencional como para otros países, según la observación hecha

anteriormente.

El ideal venezolano de unas naciones que progresaran en paz, según el modelo idealizado

de las sociedades europeas o de la norteamericana, no nació en 1870. Desde mucho antes

era parte infaltable del discurso público y constituía el propósito de organismos como la

Sociedad Económica de Amigos del País, cuya prédica en los años 1830 se perdió por falta

de condiciones y de padrinos. Guzmán Blanco hizo suyo el proyecto, y pudo darle un serio

impulso, al punto que la palabra progreso se asocia inmediatamente con su gestión de

gobierno. Es bueno mencionar que esto ocurrió porque para Guzmán no se trataba sólo de

un programa, bueno para acceder al poder y luego archivarlo, como suele suceder. Llegó al

poder con la convicción de que una economía próspera y un desarrollo político estable eran
aspectos complementarios de la misma meta; en consecuencia, adoptó una estrategia

basada en tres premisas cuyo cumplimiento le permitió dar vida al proyecto:

1. Que el crecimiento económico tenía como condición la paz y el orden.

2. Que la paz y el orden tenían como condición el crecimiento económico.

3. Que el crecimiento económico, el orden y la paz debían tener un claro respaldo social y

político.

¿Qué significaba cada una de estas premisas? Veamos. La primera exigía dos cosas: 1)

Terminar con la tentación de las armas para resolver los conflictos, y 2) Ordenar la casa. En

otras palabras, esto suponía acallar la oposición disolvente y anular la capacidad de los

caudillos regionales para convocar a las armas contra el gobierno cada vez que, a su

criterio, los gobernantes no cumplían. Significaba también ordenar las cuentas de ingresos

y gastos. Vale decir: saber cuánto entraba en las arcas del gobierno, asegurarse de que

efectivamente entraran los ingresos correspondientes; saber cuánto se gastaba y controlar

lo que se gastaba, para no gastar más de lo que entraba. Una cuenta de suma y resta, las

matemáticas elementales que la mayoría de nuestros gobernantes todavía hoy reprueban.

Alcanzar la paz y ordenar la casa eran tarea del gobierno.

La segunda noción se refería a la creación de unas condiciones tales que la población, y

muy especialmente los caudillos dejaran de pensar en la guerra por estar ocupados en

incrementar su patrimonio personal, o en la búsqueda de su propia felicidad, que es como

se denomina a la riqueza en el lenguaje de los derechos del hombre moderno. La sociedad

debía concentrarse en producir más y producir mejor para los cada vez más exigentes

mercados de los países industrializados, vender más para comprar más, tener mayores
ingresos y aplicar ese ingreso al objetivo de vivir mejor. La función del Estado era legislar

para que esas condiciones fueran posibles. Pero ocuparse de aprovecharlas era tarea de la

sociedad. Es decir, que correspondía a la población producir y comerciar. Pero esto debe

entenderse con algunas precisiones en el caso latinoamericano y venezolano.

La mayoría de nuestros gobiernos desconfiaban de la capacidad de los grupos económicos

para generar riqueza, solía decirse que en estos lados del mundo no existía "espíritu

empresarial". Por lo tanto correspondía a los gobiernos promover las iniciativas en materia

económica que despertaran ese espíritu. Sin embargo, es un hecho que los gobiernos, cuyos

ingresos venían fundamentalmente del producto de las aduanas y de algunas rentas como

las salinas, o las minas- tenían escuálidos recursos para iniciar empresas económicas. Por

lo que en definitiva fueron los particulares los que desarrollaron esas empresas en la

medida de sus posibilidades.

Así es que por defecto, el Estado terminó por hacer lo que se suponía debía hacer: dejar la

economía en manos de los particulares. Esto es necesario recalcarlo porque, acostumbrados

como estamos en Venezuela a vivir desde hace décadas bajo el sistema del Estado

petrolero, en el que el Estado legisla, aplica la ley y es dueño de los recursos económicos

del país, nos olvidamos que hasta 1940, la sociedad venezolana vivía de lo que ella misma,

no el Estado, producía. Es decir que eran los ricos y los pobres, los dueños del capital y los

dueños de la fuerza de trabajo, los que producían la riqueza nacional; en otras palabras,

hasta 1940, no hubo un sector público de la economía; toda la economía era privada. El

Estado vivía entonces de la nación y no al revés. Esto significa que para la historia anterior

a 1940 no siempre nos sirven las nociones del presente .

El modelo de crecimiento económico que siguió Venezuela, como los demás países

latinoamericanos, en el período que nos ocupa, fue el que la historiografía económica llama
primario exportador, o exportador-importador, porque se basaba en la exportación de

productos primarios, agroganaderos o extractivos, a los mercados internacionales de gran

consumo y en la importación de productos industriales. Esta especialización productiva

ocurría dentro del marco general de la llamada división internacional del trabajo, entre

países productores de materias primas y alimentos y países productores de bienes

industrializados. Esto es, desde luego, una simplificación que no supone una estricta y

absoluta división.

La tercera premisa debía entenderse como que ningún gobierno podía imponer, bien por la

fuerza de las armas o de las leyes, aquello que la misma población, o la parte de ella que

tenía poder para tumbar gobiernos, no aceptara como su propio proyecto. Dicho de otro

modo, el apoyo social sería posible sólo si el proyecto convenía a los intereses de grupos

destacados de la población, es decir si tenía una medida importante de consenso, que desde

luego en esa época no era democrático. Desde la Revolución Francesa, todo gobernante

que no se resignara a ser condenado en los libros de historia, o aspirara a algo más que una

simple mención en ellos, debía tener presente que los gobiernos y los gobernantes que

ignoraran totalmente a sus pueblos tenían los días contados. Pero esto no siempre era

posible. Como lo ha señalado Germán Carrera Damas en su obra Venezuela:Proyecto

Nacional, el proyecto de Guzmán Blanco requería la participación de los sectores

dominantes de la sociedad, incluidos sus adversarios, pero la propia debilidad de esa clase,

impidió que ese apoyo fuera todo lo efectivo que las circunstancias requerían.

A falta de un apoyo social muy extendido era necesario el apoyo político, o por lo menos,

la transigencia. Guzmán logró cierta compensación a la débil base social del proyecto, al

anular resistencias políticas y militares, imponiéndose autocráticamente, y al conseguir el

apoyo de sectores influyentes. Con excepción del tornadizo círculo de los guzmancistas,

los grupos mercantiles fueron los únicos dispuestos a aprobar más o menos
espontáneamente su programa, porque apreciaban su capacidad para abrirles canales de

participación en la gestión pública, para ampliar sus posibilidades de hacer negocios y,

sobre todo, para ordenar la administración fiscal, liberándolos de las intempestivas

exigencias financieras a que los sometían generalmente los gobiernos en apuros. Guzmán

Blanco parecía tener claros estos preceptos cuando llegó al poder en 1870.

4. Orden en las cuentas

Parece, sin embargo, cierto que la modesta capacidad de crecimiento económico del país

denotaba agotamiento al comenzar el septenio. Para Guzmán ese agotamiento era una de

las manifestaciones de la necesidad de los cambios que debían impulsarse desde el poder.

La débil constitución del Estado era claramente constatable en 1870. Esto podía entenderse

de dos maneras: 1. Que era fácilmente expugnable. 2. Que era necesario fortalecerlo.

Guzmán entendió que lo primero era una realidad en su favor y que lo segundo debía ser su

compromiso: fortalecer el Estado. Esta idea de un Estado fuerte dentro de la ya

mencionada concepción intervencionista es anterior a 1870. Sin mencionar experiencias

anteriores, la misma fundación del Ministerio de Fomento en 1863 indicaba ya esa

orientación que, por lo demás, nunca fue abandonada. Guzmán compartía esa idea, así

vemos que en 1867 escribía en la prensa … ¨Para que este país goce de un cambio radical y

se ponga en la marcha acelerada que ha hecho grande a la Unión americana, es necesario

crear el espíritu de empresa haciéndose emprendedor el gobierno. En los pueblos nuevos e

incipientes, toda impulsión debe partir de sus gobernantes"… y en la Memoria de Fomento

de 1878, se reafirmaba que …" la experiencia ha demostrado que entre nosotros no puede

plantearse ninguna industria sin la protección del Gobierno".

Persiguiendo la meta de robustecer las instituciones, Guzmán logró controlar en el septenio


a los que seguían apostándole de tanto en tanto a su debilidad, y emprendió un proceso de

reformas para sanear las finanzas públicas, modernizar las funciones del Estado y eliminar

los obstáculos del crecimiento económico. En la década de los ochenta, la gestión se

concentró en el objetivo de atraer capitales, promocionar negocios y promover una política

de obras públicas que incluía el desarrollo de una infraestructura de comunicaciones.

Es importante señalar que Guzmán fundaba su gestión económica en una estrategia que

vinculaba los negocios con la política. Pero aplicaba su criterio autocrático de la política,

según el cual no había sectores de poder que inspiraran más confianza a los inversionistas

extranjeros que su persona, en lo que, probablemente había una gran dosis de verdad. Por

algo, José Maria Rojas, uno de los pocos que se atrevía a hablarle claro a Guzmán le

escribía en 1883 en una carta personal: en Venezuela …"no hay sino dos hombres uno eres

tú el otro tu dirás". De modo que la única garantía de que las expectativas de ganancia de

los capitalistas no serían defraudadas era que Guzmán no sólo les diera su propio apoyo,

sino que también asegurara una participación en los negocios, en el entendido de que

siendo socio estaría más interesado en su éxito.

Esto, que desde luego era muy conveniente para sus intereses personales, permite

distinguir un nivel institucional y un nivel transaccional de los negocios. El primero es el

que se apoya fundamentalmente en el Estado que a veces participa como socio en las

empresas y da garantías y condiciones especiales; el segundo es el que tiene como pivote la

persona y los intereses de Guzmán, que, siendo la garantía más confiable para los

inversionistas, significaba también, el reconocimiento de que el Estado no tenía la fortaleza

suficiente para actuar como tal, llegado el caso de que cambiara la orientación del

gobierno.

Por lo tanto, cualquier empresa económica debía contar con la bendición de Guzmán
porque si no la tenía no había forma de que sus intereses estuvieran seguros. Claro que

tampoco era conveniente que aparecieran muy ligados a los intereses del gobernante

porque si el gobierno caía seguramente arrastraba a cualquier compañía que se percibiera

ligada a él. La relación de los negocios con la política es siempre un arma de doble filo,

como hasta hoy lo sabe la gente vinculada a los negocios. Pero era cierto que Guzmán era

el único confiable para los capitalistas. Cuando él se alejaba del gobierno, la cotización de

los papeles del Estado caía y las ofertas de inversión disminuían. Entonces como ahora.

Pero veamos ¿Cuáles fueron las reformas que introdujo Guzmán Blanco y cuál fue su

efecto?

La contabilidad fiscal fue uno de los primeros asuntos de que se ocupó al llegar al poder. El

estado del erario era calamitoso y se había convertido en el mayor obstáculo para iniciar el

proyecto de paz, orden y progreso. Lo que salía de las arcas del gobierno excedía a lo que

ingresaba, y el acoso de los acreedores, internos y externos, el desorden en las cuentas, la

pillería de los funcionarios de aduana, y la simple ignorancia generalizada de los

gobernantes y funcionarios en materia de finanzas públicas, habían creado una situación

insostenible. A esto se le sumaba la presión de las deudas. En los sesenta el país se había

endeudado fuertemente en el exterior al solicitar créditos en Londres y en la comunidad

mercantil de Curazao.

La deuda pública externa aumentaba por las exigencias de reclamantes extranjeros, cuyos

intereses supuestamente habían sufrido daños en el país. Esa era la deuda diplomática que,

según se demostró después, era en gran parte fraudulenta. Aquí hay que mencionar que

Guzmán formó la base de su inmensa fortuna personal al cobrar las comisiones de rigor en

la gestión del empréstito de 1864 por £ 1 millón y medio, operación que él mismo

reconoció públicamente diciendo que había ganado ese dinero con honor, y con habilidad
lo había multiplicado. Desde entonces Guzmán Blanco adquirió la fama de corrupto que

sus mismos contemporáneos le reclamaron. Manuel Briceño, por ejemplo, escribía

"Revelaré tus manejos, revelaré tus robos: ni una hoja de higuera habrás de hallar para

cubrir tu desnudez. A la faz de la Nación, a la faz del universo, se verá tu lepra toda entera,

y sobre tus espaldas las letras que has merecido: L-A-D-R-Ó-N ".

La deuda interna se nutría de una interminable lista de acreedores entre los que se contaban

las firmas mercantiles locales que, por razones de conveniencia, nunca se atrevían a negar

un préstamo al gobierno, y la larguísima lista de funcionarios, militares y familiares de

militares de la Guerra Federal que reclamaban pensiones y pagos vencidos. Falcón había

otorgado grados de general con generosidad poco responsable, como quien reparte

caramelos, quizá movido por lo que, como recuerda Manuel Caballero, …"se ha dado en

llamar el 'igualitarismo' venezolano"…, sin pensar en los reclamos posteriores de sueldos

atrasados correspondientes a su alta jerarquía que haría este ejército de generales. Eran los

pasivos laborales de entonces.

A fines de 1870, ya Guzmán tomó la primera decisión sobre este asunto, la que reveló cuál

sería la dirección de su régimen. En lugar de encargar la solución del problema de la

hacienda pública a la burocracia del gobierno, creó por decreto la Compañía de Crédito de

Caracas, entidad que firmó un contrato con cinco casas mercantiles de la ciudad, que eran a

su vez acreedoras del Estado, las firmas eran: Eraso Hnos y Cía; H.L.Boulton y Cía; J.

Röhl y Cía; Santana Hnos y Cía; Calixto León y Cía. A ellas les confió Guzmán la tarea de

recaudar los fondos públicos de las aduanas y administrarlos para cubrir con ellos los

gastos ordinarios del gobierno. La probada capacidad gerencial de los comerciantes y el

interés de éstos en que el esquema funcionase, porque así podían cobrarse sus propias

acreencias y obtenían ganancias, por cobros de comisión e intereses del dinero, eran para

Guzmán la mejor garantía del convenio.


La idea era que la Compañía debía funcionar porque era buena para los intereses de los

comerciantes y buena para los intereses del Estado. El servicio que prestaba convertía a

esta sociedad mercantil en una mezcla de tesorería nacional y banco central. El contrato se

extendió hasta 1876, cuando la Compañía cesó en sus funciones que fueron traspasadas al

Banco de Caracas. Aunque modificada, la práctica de otorgar a grupos económicos

privados la administración de recursos públicos, a través de firmas bancarias, se extendió

hasta la fundación del Banco Central en 1939 .

La otra gestión para restablecer el crédito público fue la renegociación de la deuda externa,

de la que Guzmán sacaría su beneficio particular, como lo hizo con las otras deudas (Esta

era una práctica tan conocida que un diplomático norteamericano con imprudencia y

arrogancia escribió que había dos formas de cobrar la deuda externa, una era con la

amenaza de barcos de guerra, otra dándole a Guzmán una participación. Ni que decir que al

enterarse Guzmán, el diplomático salió inmediatamente expulsado de Venezuela. Es

revelador del desorden de la administración pública que Guzmán intentaba corregir, el

hecho de que en Londres conocían mejor que en Caracas el monto de la deuda. Pero,

además, que según las cuentas de los acreedores de Londres, el monto de la deuda era muy

inferior (en casi £359 mil) al cálculo que hacían en Caracas, tanto porque el gobierno

desconocía que se habían cancelado algunas cuotas porque no existían comprobantes,

como porque la suma de los intereses le daba al gobierno venezolano un monto mayor del

que registraban los acreedores en Londres.

El hecho es que al finalizar el septenio la hacienda pública estaba en orden, por lo que se

atribuye a Guzmán el milagro de haber saneado el erario. El país estaba en paz, y se había

aprobado un marco legal que respondía al proyecto de cambio ya mencionado. Las

disposiciones incluían la abolición del pago de peajes internos; la eliminación de los


gravámenes de la iglesia que pesaban sobre las fincas; la creación de la Dirección de

Estadística; y otras que tendían a reforzar el papel del Estado en la vida civil como la

instrucción pública obligatoria y la creación del Registro Civil.

5. Las obras del progreso

Las obras públicas, de ornato y de infraestructura, comenzaron a cambiarle la cara, si no al

país, al menos a Caracas y a sus alrededores. Pero la gran obra que se esperaba del

gobierno era la que debía facilitar las condiciones del transporte terrestre, sobre todo

caminos para el transporte sobre ruedas. Este era el clamor de los agricultores, los

comerciantes y el público en general. Pero en la época, los ferrocarriles eran la respuesta

al problema, se les atribuía el efecto mágico de abrir las puertas del progreso definitivo. El

ferrocarril ya existía en Venezuela, entre las minas de Aroa y Tucacas, pero Caracas no

tenía ferrocarril y eso mortificaba a Guzmán, porque el gobernante que en esa época no

construía ferrocarriles que llegaran a la capital era indigno de que se lo asociase con la idea

de progreso. Los proyectos de ferrocarriles ya habían sido suficientemente estudiados, pero

faltaban capitales.

No es cierto que los ferrocarriles fueran improvisados o poco estudiados en Venezuela. El

primer proyecto de una línea, precisamente entre Caracas y La Guaira, fue hecho en 1824

por Robert Stephenson, hijo de George Stephenson el inventor de la locomotora de vapor,

junto con George Trevithick, que diseñó la primera locomotora sobre rieles. En los años

siguientes se hicieron otros estudios, que quedaron sin concretarse (M.E.G.D.p. 74).

El ferrocarril La Guaira-Caracas, finalmente se construyó en cosa de dos años, y se

inauguró el centenario del nacimiento de Bolivar. La construcción fue una proeza de

ingeniería, pero también desde el punto de vista de las prácticas laborales que fueron

revolucionarias en la época. Pero el tendido de ferrocarriles en realidad no avanzó mucho,


no porque estuvieran mal concebidos o poco estudiados, sino porque la economía del país

tenía una pobre dinámica y el ferrocarril antes que un sistema de transporte capaz por sí

solo de hacer milagros, era un negocio, el más importante del siglo XIX. Así es que, si no

había una economía fuerte que sustentara el negocio no había ferrocarriles. Cuando

Guzmán se retiró del gobierno y abandonó definitivamente el país para vivir en Europa la

construcción del moderno sistema de transporte apenas comenzaba, pero al final del

período ferrocarrilero había poco más de 800 Km. de vías férreas construídas. En contraste,

países como Argentina, Brasil, Chile y México tenían miles de kilómetros de vías férreas

en operación.

La tecnología moderna de las comunicaciones de larga distancia también llegó a Venezuela

y se extendía en este período. El telégrafo, introducido durante la Guerra Federal, comenzó

a funcionar regularmente después de 1870. En 1881, el Ministro de Fomento informó que

existían más de 1.200 km de líneas telegráficas y se había creado una Escuela de Telegrafía

gratuita, que, por cierto, en los noventa graduó la primera mujer telegrafista. A fines del

período guzmancista había más de 400 teléfonos en servicio en Caracas, La Guaira y

Maracaibo (Capriles, González y Gonzalo, Historia del Ministerio…, pp.40-41 ). Pero el servicio más

extendido de comunicaciones era el correo, que dirigía el Ministerio de Fomento a través

de la Oficina General de Correos. En 1881, había 150 oficinas postales en casi todo el país,

que despacharon más de 400 mil piezas de correspondencia para diversas localidades del

interior, y más de 50 mil para el exterior. Las líneas de correo prestaban servicio a cerca de

noventa localidades en los diferentes estados del país, en algunos casos el servicio se hacía

dos veces al día, como entre Caracas-Petare, Caracas-La Guaira, y La Guaira-Maiquetía; o

diario entre Caracas y Valencia, o Valencia y Puerto Cabello; o con frecuencia de una, dos

y hasta tres veces en la semana, a lugares menos poblados.

No obstante estos avances modernizadores en las comunicaciones, al finalizar el período de


Guzmán Blanco, la economía no era significativamente más sólida que antes. Es preciso,

sin embargo reconocer, que la producción de café pasó de 800 mil sacos a fines de los

ochenta, y también la producción de otros bienes registró aumentos notables. El panorama

de las industrias locales, cuya importancia se conoce mal, era menos modesto de lo que

podría pensarse. En los años 1870 había fábricas de clavos, de dinamita, de jabón, velas,

cordelería, pastas, textileras, de papeles, de alimentos, de chocolate, tenerías, bebidas,

fósforos, y en 1878 se fundó la primera compañía particular para explotar petróleo, la

famosa Petrolia del Táchira. Los telares de Valencia empleaban hasta 500 obreros y la

fábrica de tabacos "El Cojo", tenía 400 trabajadores ( Cf. M. Rodríguez Campos, "Federación,

Economía y Centralismo", pp. 84-85 ). De los ochenta datan la primera compañía de gas y la

primera planta generadora de electricidad en Maracaibo. Pero el país no entró en una era de

crecimiento económico capitalista como pretendía el proyecto de Guzmán, aunque conoció

alrededor de un cuarto de siglo de relativa tranquilidad económica.

El esquema exportador -importador, no obstante, se mantuvo, por lo que hasta las élites de

provincia se permitían ciertos lujos sibaritas, de los que da cuenta un aviso de una casa

mercantil de Maracaibo de 1889, que ofrecía toda clase de alimentos y bebidas importadas

de Europa y Estados Unidos y tabacos de La Habana. Esto provocaría sorpresa si no fuera

porque avisos similares se encuentran en la prensa de mediados del mismo siglo, lo que

pone en cuestión la extendida imagen de una Venezuela tan pobre que no perdonaba ni a

los miembros de la élite.

En conclusión

Que las medidas adoptadas por Guzmán no dieran el resultado esperado, es la prueba más

clara de que fueron insuficientes y que las resistencias internas al cambio eran todavía muy

fuertes. Pero no sería justo atribuir al guzmancismo las debilidades de la economía, es

verdad que Guzmán no desarrolló una política agraria que sacudiera las formas
tradicionales de la producción agrícola, poco capitalizada, rutinaria, y de bajo nivel

productivo. Pero, también es verdad que el esfuerzo modernizador del guzmancismo no

tuvo continuidad. Los sucesores de Guzmán hasta fines del siglo pudieron comprobar, con

demasiada frecuencia, que la habilidad con las armas seguía siendo importante, y en

ocasiones suficiente, para llegar al poder, aunque no para conservarlo. A fines del siglo

afloraban nuevamente con intensidad renovada las debilidades del país. En los doce años

que siguieron al bienio, hubo ocho presidentes y desde mediados de los 90, la caída de los

precios del café instaló una prolongada crisis en la que se entra en el siglo XX.

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