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Sobre Herman Melville y el Ecuador:

Travesía y ficción
Jaime Marchán*

1. Introducción nas. Me imaginaba ser uno de los


Escribo estas líneas frente al vigías de cofa del buque, quemándo-
mar. No encontraría mejor sitio para se la vista para divisar a Moby Dick
atreverme con este artículo sobre y hacerme de esa rutilante moneda
Herman Melville, a bordo de cuyos de oro. De noche no podía dormir,
libros he navegado estos días. temeroso de perder el paso de la ba-
Recuerdo haber leído Moby llena. Me levantaba al día siguiente
Dick por primera vez a mis doce ojeroso y melancólico para ir a cla-
años. Lo recibí de mi madre como ses en el Pensionado Borja Nº2. Mi
obsequio navideño. Encerrado en mi madre me miraba con comprensión
habitación, totalmente ajeno a los y ternura, pensando que aquella livi-
villancicos de la temporada, devoré dez podía deberse a los placeres soli-
esas páginas con verdadera alegría. tarios de la edad y no a los precoces
De todas aquellas imágenes, la del deleites de la literatura. Años más
doblón ecuatoriano de oro que el tarde, cuando se abrieron en Quito
capitán Ahab clava en el mástil de las primeras sesiones de cine-club,
su barco retinó ante mí con mayor pude ver la versión fílmica de Moby
vigor y se enquistó en mi memoria Dick en la cinta de John Huston.
para siempre. Aquella moneda es la En aquella célebre película, Gregory
recompensa que Ahab ofrece al pri- Peck, interpreta al cojo y monoma-
mer marinero que logre avistar a la níaco capitán Ahab. Así como en la
Ballena Blanca, a la que persigue con novela, la imagen que más me gustó
enfermiza obsesión para matarla por fue la del doblón de oro. Al verla,
haberle arrebatado una de sus pier- me llamó la atención algo muy par-

* Jaime Marchán: Embajador de carrera del Servicio Exterior, escritor, profesor de derechos culturales del Insti-
tuto Henry Dunnat (España) y miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Este artículo está basado en su discurso
de incorporación a dicha Academia.
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ticular, que no había percibido en la botes salvavidas y, a estribor, los


versión literaria de mi Moby Dick grúas, poleas y aprestos para fae-
juvenil: la moneda de oro era del nar la ballena, labor que, dada la
Ecuador; un close-up permitía leer duración del viaje, se hacía durante
claramente la leyenda impresa en la travesía, el enorme cetáceo ama-
ella. Pasé varios años bajo el conven- rrado al costado de la embarcación.
cimiento que la escena de la moneda Me imagino al cojitranco y obsesivo
era un simple recurso hollywooden- capitán Ahab marcando con su pata
se, hasta que, tiempo después, pude de hueso de ballena la dirección in-
adquirir en una librería de Madrid variable de su navío.
la versión entera de la novela.1 Mi Siempre había pensado que el
dicha fue completa al constatar que tema del Melville y la ballena, que
la versión fílmica era fiel al texto ori- ocupó mi mente y mi fantasía lite-
ginal de Melville: allí estaba el do- raria desde la infancia, podría ser de
blón de oro macizo, ¡y por Dios que interés, y ello no por razones mera-
brillaba igual que en las imágenes de mente subjetivas. Aunque la escena
la película! Debo confesar que en ese del doblón de oro ecuatoriano po-
entonces poco o nada sabía de Mel- dría justificar la redacción de estas
ville y de Huston; más allá de estos páginas, se trata, en realidad, de
personajes, fueron las envolventes algo más: Moby Dick, la obra maes-
imágenes plásticas de la novela y de tra de Melville y una de las grandes
la película las que se grabaron inde- creaciones de la literatura universal,
leblemente en mi recuerdo. no sólo se refiere repetidamente a
Hace pocos días, en viaje hacia nuestro país, sino que –como vere-
las Baleares, pude adquirir en una mos más adelante–, una buena parte
tienda marítima ginebrina una pe- de su escenificación dramática tiene
queña reproducción del Pequod, el que ver directamente con el Ecuador.
barco ballenero comandado por el Igual ocurre con Las encantadas,
obstinado capitán Ahab. Lo he pues- otra de sus obras literarias. Y, por si
to en mi mesa de trabajo al tiempo esto fuera poco, el imaginario litera-
de escribir estas notas. La miniatu- rio ha vinculado a Melville con Ma-
ra contiene los elementos indispen- nuela Sáenz, a raíz de un eventual
sables de la célebre embarcación: la encuentro de ambos personajes en
proa y su mascarón, el castillo de Paita. Así, pues, hay un amplio tapiz
proa, el alcázar, la cabina del capi- que desplegar por delante. Sin em-
tán, los palos, las velas y la robusta bargo, antes de hacerlo, permítanme
quilla. A babor se ven los pequeños dos breves reflexiones sobre la lite-

1 Seguiré a lo largo de este texto la edición completa de Moby Dick o la ballena blanca, publicada por la Editorial
Debate, cuarta edición, Barcelona, 2003, traducción de Enrique Pezzoni e ilustraciones de Rockwell Kent (1882-1971),
artista norteamericano, conocido por su capacidad de síntesis entre el realismo y el modernismo.

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ratura como viaje y sobre la palabra sobre los roqueños muros. Dentro
como lengua universal. del estudio de Anthony Kerrigan me
siento algo intimidado por el háli-
2. La literatura como viaje to revuelto, la melancolía difusa, el
A lo largo de mi vida, princi- polvo de los recuerdos agitados por
palmente por razones de mi profe- la luminosidad ausente de este genio
sión diplomática, he viajado mucho inquieto, rebelde, a veces extrava-
y he vivido en numerosos países y gante y estrafalario, que, además de
culturas. Hoy mismo me encuentro las creaciones de Unamuno, vertió al
en Palma de Mallorca, en casa de inglés una enorme cantidad de obras
prestigiosos traductores, con quie- de grandes escritores.
nes tengo una relación cercana. El Antes de acometer mi trabajo,
patriarca de la familia, Anthony siento la imperiosa necesidad de hus-
Kerrigan, escritor y poeta de ori- mear entre los estantes y libros que
gen irlandés, fallecido en 1991, fue rodean el estudio; si no, los espíritus
uno de los traductores del español que habitan entre sus páginas no me
al inglés más reconocidos de su ge- darían el sosiego que necesito. Abro
neración. La bella casona, llena de de par en par los postigos de madera
libros, está situada en un promonto- y la recámara se llena de una luz azu-
rio frente al mar. En el vestíbulo hay lada. Me levanto del escritorio con
una estupenda escultura de Pablo una pipa encendida en la boca y re-
Serrano. Se trata de una cabeza en corro los amplios anaqueles. Reviso
bronce de don Miguel de Unamuno. varios libros al azar: todos han sido
No podía ser de otro modo, pues leídos y subrayados, todos llevan en
Kerrigan tradujo al inglés, en siete sus páginas anotaciones manuscritas
volúmenes, la obra mayor del gran a lápiz. Obras de clásicos griegos y
escritor vasco. En las paredes de la latinos, de los españoles –incluyendo
sala cuelgan óleos de Tapies, Saura, las de Ramón Llull, el gran huma-
Ulbrich y Rivera Bagur. Mis anfitrio- nista mallorquín– y diversos libros
nes han tenido la bondad de cederme de escritores hispanoamericanos.
el estudio del escritor, “la Torre”, y Como buen poeta, Kerrigan ha ate-
allí me he instalado con mis notas. sorado también una vasta colección
La sólida y amplia mesa de trabajo de obras de poesía. Repaso con la
se abre sobre la bahía. Desde allí di- vista los títulos impresos en los lo-
viso el puerto, las grúas del muelle, mos y me detengo en uno de ellos.
los buques que entran y salen y las Se trata de la Antología de la Poesía
torres de la catedral que se levantan Americana Contemporánea,2 publi-

2 Anthology of Latin-American Poetry/Antología de la Poesía Americana Contemporánea, editado por Dudley


Fitts, A New Directions Book, copyright 1942,1947.
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cada en 1942. La rigurosa selección trado que viaje y literatura semejan


ha incorporado a dos poetas ecua- una misma cosa. Todos los libros
torianos entre los grandes vates del son, de una u otra forma, la narra-
continente: Jorge Carrera Andrade ción de una travesía, unas veces en el
y Alejandro Carrión.3 Más allá, un sentido físico de la palabra, otras del
anaquel entero contiene las obras de tránsito de la conciencia de un esta-
Kerrigan y las copiosas traducciones do a otro, como en algunas obras de
que hiciera al inglés de Unamuno, Dostoievski, Stevenson y Kafka. En
Borges, Ortega y Gasset, Cela, Pío el fondo, la literatura es itinerario,
Baroja, Arrabal y otros famosos es- movimiento y peregrinaje en bus-
critores, como Pablo Neruda y los ca de los signos más profundos del
cubanos Padilla y Arenas. Entre las destino humano. La Biblia nos habla
obras de Kerrigan, destaca su poe- del éxodo del pueblo preferido por
mario At the front door of the At- Dios hacia la Tierra Prometida; la
lantic 4, ilustrado con el retrato que Ilíada, del ominoso pliegue y replie-
Picasso hiciera del autor. El anaquel gue de naciones en guerra; la Odisea
vecino contiene obras de los auto- y la Eneida, del retorno del héroe a
res traducidos por su esposa Elai- su patria tierra; la Divina Comedia,
ne: Robert Graves, Julio Cortázar y del viaje de Dante a infierno, pur-
Ana María Matute, entre otros. Elie gatorio y paraíso; El Quijote, de la
Kerrigan, hijo de esta notable pare- travesía del ser por los dominios de
ja de intelectuales, ejerce también, la lucidez y la locura... Y entre las
con dedicación y talento, la misma obras de viaje y tránsito, junto a las
profesión vocacional.. Así, no es ex- novelas de Switf, Verne, Salgari y
traño que la estancia esté llena de Conrad, Moby Dick es uno de los
recuerdos, autógrafos y ecos de cé- libros más bellos, profundos y sor-
lebres personajes que fueron amigos prendentes de la literatura universal,
de Anthony y Elaine Kerrigan: Saul una novela épica gigantesca en per-
Bellow, Russel Kirk, Cela, Barral, petuo movimiento. Salvo la escena
Madariaga, Robert Graves, Gerardo inicial en el muelle de Nantucket,
Diego, Tapies, Pepe Caballero Bo- donde el Pequod se prepara para la
nald, Rafael Alberti y muchos otros, larga travesía, toda la aventura si-
evocados en gratas conversaciones guiente, hasta la última línea, ocurre
de sobremesa. sobre el mar ondulante, mientras la
Mi experiencia cotidiana de embarcación se desplaza de un lugar
viajar, leer y escribir me ha demos- a otro. Sólo el espíritu del capitán

3 Los poemas de Jorge Carrera Andrade, incluidos en la antología antes citada, son: “Primavera & Compañía”,
“Sierra”, “Domingo”, “La vida perfecta”, “Corte de cebada”, “Ha llovido por la noche”, “El huésped”, “Vocación del espejo”,
“Mal humor”, “La campanada de la una”, “Segunda vida de mi madre” y “Biografía para uso de los pájaros”. El poema de
Alejandro Carrión es “Buen Año”.
4 Anthony Kerrigan, At the front door of the Atlantic (Dolmen Press, 1969, Dublin, Irlanda).

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Ahab está fijo, como un ancla, en el cosas, que él fue el primero en intere-
fondo de su obsesión perpetua: ma- sar a Hemingway por los toros. “Es-
tar a la Ballena Blanca, aunque sea tábamos juntos en Cap. d’Antibes,
preciso perseguirla a través de to- con Gertrude Stein –dice–, y le conté
dos los mares de la tierra.5 Melville, lo de San Fermín. Él no sabía nada
marinero experto, estaba consciente de los toros por aquel entonces. Se
de la complejidad de la empresa, así fue a Pamplona y se enamoró de Es-
como de la magnitud de su empeño paña”.10
literario: “Para producir un gran li- Satisfecha mi bibliófila curiosi-
bro –escribe– hay que elegir un gran dad, me siento finalmente a la mesa
tema.”6 Al empezar a escribir la no- a escribir. Mis días transcurren gra-
vela, confiesa estar tan desbordante tamente en esta casa mallorquina,
de entusiasmo que sólo precisa de entre notas y libros. En esta familia
una pluma de cóndor y el cráter del todos leen; más bien dicho, se ali-
Vesubio como tintero.7 mentan de libros. El bar está siempre
A propósito de viajes y literatu- abierto; se bebe ginebra y malta es-
ra, entre las creaciones de Kerrigan cocesa con matutina contención; al
me encuentro con una obra singu- caer la tarde se doblan las raciones,
lar. Se trata de Crónica de un viaje a y si no hubiera hecho apuntes, todo
Picasso 8, publicada en “Papeles de se iría con las ondas luminosas del
son Armadans”, colección dirigida agua, pues aquí la mente se deja as-
por Anthony Kerrigan y Camilo José pirar por el mar y viaja a través de la
Cela. En dicha crónica, Kerrigan noche marítima como la vida, como
narra con depurado estilo la trave- la literatura, como la palabra.
sía que, junto a su amigo Cela, em-
prendió desde Mallorca para visitar 3. La palabra como lengua universal
a Picasso y pedirle ilustraciones para En esta casa mallorquina de re-
una edición especial de los “Pape- conocidos traductores, he llegado a
les”. En su interesante relato, Kerri- reconocer que otra forma singular
gan caracteriza la desbordante vita- de viajar en la literatura es la tras-
lidad artística y humana de Picasso lación del texto y significado de una
como “un movimiento sísmico”9. En obra a otra lengua. Existen célebres
el curso del encuentro, Picasso les traducciones literarias a las que me
cuenta a sus visitantes, entre otras hubiera gustado referirme, mas en

5 Como dice Borges, “el escenario son todos los mares del mundo” (ver Bartleby el escribiente, Prólogo y
traducción de JLB, Alianza Editorial S.A., Madrid, 2009), p.7.
6 Herman Melville, Moby Dick, Cap. CIV, p. 616.
7 Ibid, pp. 615 y 616.
8 Anthony Kerrigan, Crónica de una viaje a Picasso, “Papeles de son Armadans”, nº. LII, Julio de 1960, Madrid
- Palma de Mallorca, MCML.
9 Ibid., p.53.
10 Ibid., p. 61.
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razón del tiempo haré mención sólo do de su presencia en Estados Uni-


a una de ellas. Se trata de la traduc- dos, el peso creciente de la cultura
ción del latín al español de la Enei- en español generada en América” la
da, tarea gigantesca realizada por hacen “ocupar la segunda posición
nuestro ilustre compatriota, el padre en la clasificación de lenguas de
jesuita Aurelio Espinosa Pólit. Sobre comunicación (...), que metaboliza
su calidad, basta con citar las elogio- aportaciones de la más diversa pro-
sas palabras del insigne latinista es- cedencia.”12
pañol García Yebra: “Si, por azarosa Este encuentro de vertientes
hipótesis, desapareciera del mundo lingüísticas ha ensanchado la cul-
el original de la Eneida y sólo se tura universal. Sobre la riqueza del
conservase de ella la traducción del léxico cervantino, todos estamos
P. Aurelio Espinosa Pólit, quien la le- bien enterados. Respecto de Mel-
yera podría formarse una idea muy ville, se ha reconocido que su uni-
aproximada de la gran epopeya per- verso verbal “es quizá el más alusi-
dida.”11 Así, pues, una vez traduci- vo de todas las literaturas del siglo
das a las distintas lenguas, las obras XIX. Como James Joyce en el XX
de los escritores de todas las épocas –escribe Vladimiro Rivas Iturralde
y naciones han hecho posible el mi- en un estudio sobre su obra–, pa-
lagro humano de la universalidad rece haber querido apropiarse de
de la literatura y de la fusión de las toda la lengua inglesa en un acto de
lenguas en el torrente de la cultura bibliofagia. La escritura misma, su
humana. tipografía, está atravesada de nu-
Al haberse vertido la obra de merosas referencias a los signos de
Herman Melville a la lengua espa- toda índole: letras, signos cabalísti-
ñola, a través de excelentes traduc- cos, jeroglíficos, pictogramas, cifras
ciones, destacándose entre ellas la romanas y árabes, números escri-
de Enrique Pezzoni, dicha obra se tos en palabras, uso abusivo de los
ha incorporado también a la lengua signos topográficos –mayúsculas,
de Cervantes, una de las más habla- caracteres grandes, asteriscos–, em-
das del mundo. “Nadie duda de pleo a menudo arbitrario de guio-
la vitalidad de que goza el español nes, blancos tipográficos, además
en el mundo –dice el filólogo espa- de menciones y representaciones
ñol Manuel Rico–. Los más de 450 pictóricas y escultóricas, alusiones
millones de habitantes en los cinco a las matemáticas, a la aritmética,
continentes, el incremento sosteni- a la geometría y, por supuesto a los

11 García Yebra , “Aurelio Espinosa Pólit, traductor de poetas clásicos”, En torno a la traducción (Ed. Gredos,
Madrid: 1983), p. 192.
12 Ver, Manuel Rico, “Luces y sombras del español en el mundo”, La Cuarta Página, p. 33., diario “El País”, 4
junio 2011.

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signos astronómicos y astrológicos, que padecen muchos escritores, au-
polisemia de los signos que renueva tor y obra pasaron al olvido. Acaso
la invitación a cada lector a proyec- los lectores de la época estimaron,
tar su individualidad”.13 erróneamente, que el libro era un
Sin embargo, no es la inte- aburrido mamotreto sobre caza de
rrelación de las lenguas ni el análisis ballenas.15 Es posible también que
filológico de las obras de Melville razones religiosas, provenientes del
la principal razón de este artículo, puritano público de entonces, influ-
sino las muy cercanas vinculaciones yeran en el descrédito del libro, pues
temáticas y toponímicas de Moby el autor no se anduvo con remilgos
Dick y de Las encantadas con el al momento de hablar de ciertas
Ecuador. Esta cuestión, que yo sepa, creencias. Así, al describir las lápidas
no ha sido hasta ahora desarrollada de mármol de la capilla de Nantuc-
en detalle. De ahí su pertinencia. ket y reflexionar sobre el sentido de
la vida y de la muerte, apunta que
4. Moby Dick y el Ecuador “la Fe, como un chacal, se alimenta
Antes de hablar de Moby Dick, entre las tumbas y extrae su esperan-
conviene decir algo sobre su autor. za más vital de esos dilemas morta-
Herman Melville nació en Nueva les”.16 Y, más adelante, expresa con
York en 1819, en el seno de una ironía que “el infierno es una idea
familia luterana de ascendencia es- nacida originariamente a causa de
cocesa y holandesa. Pese a su vida un pastel de manzana mal digerido y
aventurera, o precisamente debido a perpetuado a través de las dispepsias
ello, produjo numerosas obras; entre hereditarias producidas por los Ra-
ellas, además de Moby Dick, desta- madanes”.17 Además de ello, las lec-
can Typee, Omoo, Redburn, Mardi, toras de Moby Dick “se toparon con
Pierre, Billy Budd, Israel Potter y un mundo novelístico que excluía a
Cuentos de la Plazoleta (integrada la mujer y cedía su lugar a una otre-
por Benito Cereno, Las encantadas dad metafísica y moral. El otro (...)
y Bartleby el escribiente). no era la mujer, sino la conciencia, la
Moby Dick o la ballena blan- naturaleza impenetrable a la razón,
ca,14 su obra maestra, se publicó en la proyección narcisista del yo o el
1851 y, por esas azarosas vicisitudes mito”.18
13 Vladimiro Ribas Iturralde, “Estudio introductorio y notas” a la edición de Moby Dick o la Ballena (Libresa, Quito:
1993), pp. 20-21.
14 El título del original inglés es Moby Dick or The Whale. Éste se ha traducido indistintamente como “Moby Dick
o la ballena” o como “Moby Dick o la Ballena Blanca”; tal es el caso de la versión de Pezzoni en Editorial Debate (Barcelona,
2003).
15 Por ejemplo, Conrad juzgó a Moby Dick como “una intensa rapsodia de ballenería y por no contener en sus
tres volúmenes una sola línea sincera”. Citado por Hardold Beaver en “Introducción” a Moby Dick, Harmondsworth (Middle-
sex, Inglaterra), Penguin Books, 1975, p. 20.
16 Moby Dick, Cap. VII, p. 74
17 Moby Dick Cap. XVII, p. 137.
18 Vladimiro Rivas Iturralde, “Estudio introductorio y notas” a la edición de Moby Dick o la Ballena, Libresa, Quito,
1993, p. 17.
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La vindicación de Moby Dick escuela secundaria”; le sigue una


y su lanzamiento a la inmortalidad transcripción de varios “Extractos”
de las letras ocurrió sólo en 1930, que, de acuerdo con el mismo autor,
año en que el crítico norteamerica- le fueron proporcionados, “por un
no Raymond Weaver, con motivo sub-subbibliotecario”22
del primer centenario del nacimien- Luego de haber leído varias ve-
to del escritor, publicara un extenso ces Moby Dick en su versión com-
estudio sobre su vida y su obra.19 pleta, me sorprendí gratamente al
Contribuyeron a ello los estudios advertir, lápiz en mano, no sólo las
subsiguientes, así como la ardiente reiteradas referencias que en ella se
defensa que de la obra melvilliana hacen a nuestro país, sino la cons-
hicieran públicamente prestigiosos tatación del hecho singular de que
escritores del siglo XX, como John el Ecuador marítimo es el escenario
Dos Passos, William Faulkner, D.H. principal de la novela; esta elección
Lawrence, E.M. Foster, Cesare Pa- no es azarosa, sino deliberada, preci-
vese y Borges; este último tradujo al sa y determinante para el eje narra-
español y prologó Bartleby el escri- tivo. A fin de demostrar esta afirma-
biente.20 ción, iré citando textualmente dichas
De Moby Dick existen varias referencias en el mismo orden en que
ediciones en casi todas las lenguas se despliegan a lo largo del texto de
del mundo. Sin embargo, conviene la novela.
tener en cuenta que, dado el tamaño En la primera de ellas, luego de
del libro21, la mayoría de ellas son varios episodios atinentes a los pre-
ediciones resumidas. En su versión parativos y al zarpe de la nave, Is-
completa, la novela se inicia con una mael –el narrador de la historia– nos
“Etimología” de la ballena que, se- cuenta, en bello lenguaje literario,
gún Melville, le fue “suministrada que “el Pequod, dejando atrás los
por el difunto bedel tísico de una hielos y témpanos, siguió avanzan-

19 El título de la obra de Weaver es Herman Melville, marinero y místico. Cf. Vladimiro Rivas Iturralde, op. cit., p.
16.
20 Herman Melville, Bartleby el escribiente, Prólogo y traducción de Jorge Luis Borges, (Alianza Editorial S.A.,
Madrid: 2009).
21 La versión completa de Editorial Debate, la cual incluye la “Etimología” y los “Extractos”, tiene 767 páginas, de
38 líneas cada una. De esta novela, se conocen, además, tres versiones fílmicas: una muda, de 1926; la de John Huston,
realizada en 1956, con guión de Ray Bradbury, y una más reciente de Franc Roddam, de 1998.
22 Moby Dick, pp. 13-27. En los “Extractos”, entre otras cosas interesantes, se dicen las siguientes: “Y Dios creó
grandes ballenas (Génesis)”, p. 16; “Es posible extraer una cantidad increíble de aceite de una sola ballena (Ibid, Historia

del Leviatán de Hobbes)”, p.. 18; “Las poderosas ballenas que nadan en un mar de agua y tienen dentro un mar de aceite
(Fuller. El estado sagrado y profano)”,p. 19; “Suben con frecuencia a los mástiles para ver si avistan una ballena, pues el
primero que la descubre recibe un ducado por su esfuerzo (Harris Coll. Viaje a Groenlandia, 1671)”, p. 19; “Un décimo de
las rentas ordinarias del rey (...) es el derecho a los peces reales, que son la ballena y el esturión (Backsotne)”, p. 21; “Esa
bestia marina / el leviatán /, que entre todas las obras de Dios / es la más grande que nada en las corrientes oceánicas (El
paraíso perdido)”, p. 18); “El remedio soberano para una lesión interna es el esperma (Rey Enrique)”, p. 17.

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do hacia la luminosa primavera de “Porque en ese lugar y en ese
Quito que reina en el mar casi perpe- tiempo –nos aclara–, durante varios
tuamente, en los umbrales del eterno años consecutivos [Ahab] había vis-
agosto del trópico”.23 to a Moby Dick detenerse periódica-
Poco después, el empecinado mente, así como el sol, en su revo-
capitán Ahab abandona por pri- lución anual, se detiene durante un
mera vez su camarote, convoca a la intervalo ya calculado en cada uno
tripulación a cubierta y, levantando de los signos del Zodíaco. Allí, por
hacia el cielo una resplandeciente otra parte, habían ocurrido casi to-
moneda de oro, anuncia a los mari- dos los encuentros mortales con la
neros que la dará como recompensa Ballena Blanca; allí las olas conte-
a quien primero aviste a la Ballena nían la historia de sus hazañas; allí
Blanca: estaba el trágico lugar donde el viejo
«“Todos ustedes, vigías –dice en monomaníaco había encontrado el
voz alta–, me han oído dar órdenes territorio móvil de su venganza(...).26
acerca de una ballena blanca (...). No puede ser más clara esta ex-
¡Aquel de ustedes que me anuncie plicación. Mas como el texto de la
una ballena de cabeza blanca, frente novela es extenso y durante la tra-
rugosa y mandíbula torcida (...) re- vesía ocurren y se intercalan otros
cibirá esta onza de oro, muchachos! incidentes menores, páginas más
(...)”. Restregaba lentamente la mo- adelante Ismael siente la necesidad
neda de oro contra los faldones de de volvernos a recordar que:
su abrigo, como para aumentar su “el circunnavegante Pequod
brillo, y cantaba quedamente para recorría todas las zonas de caza ba-
sí, sin palabras, produciendo un so- lleneras del mundo, antes de bajar
nido tan extrañamente sofocado e hacia el Ecuador, en el Pacífico. Allí,
inarticulado que parecía el chirrido aunque su busca no hubiere dado
maquinal de las ruedas de la vitali- resultado en otras partes, Ahab pen-
dad oculta en su interior».24 saba que presentaría batalla a Moby
Poco más tarde, Ismael nos in- Dick, en el mar más frecuentado por
forma textualmente que “el Pequod el monstruo, según se sabía, y en una
había zarpado desde Nantucket al estación durante la cual era razona-
iniciarse la Estación del Ecuador”.25 ble alimentar la esperanza de encon-
¿Y por qué en dicha estación y hacia trarlo27”.
ese punto geográfico concreto?, cabe La mención del Ecuador en este
preguntarse. pasaje tampoco es antojadiza. Es sa-

23 Moby Dick o la Ballena Blanca (Editorial Debate, Barcelona: 2003), Cap. XXIX, p. 18.9.
24 Ibid., Cap. XXXVI, p. 236.
25 Ibid., Cap. XLIV, pp.298 y 290.
26 Ibid., Cap. XLIV, pp.298 y 290.
27 Ibid., Cap. LXXXVII, p. 523

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bido que es posible avistar ballenas a dosificando sabiamente la acción


lo largo de toda la costa ecuatoriana. para mantener vivo el interés del
Recorren 7.000 mil kilómetros des- lector. Así, llegamos al emblemá-
de la Antártida para aparearse frente tico pasaje del doblón de oro, 32
a sus costas. 28 El propio Ismael nos cuya descripción merece una cita
confirma que: más detallada:
“se las encuentra en el Ecuador, “Ese doblón era del oro más
a tiempo para la temporada de la ali- puro y virginal, extraído del corazón
mentación, quizá recién llegadas de de alguna maravillosa colina donde,
los mares del norte, donde han ido a oriente y occidente, corren sobre
para huir del estío y el desagradable arenas de oro las aguas surgentes
calor del verano. Y cuando se han (...). Y aunque ahora estaba clavado
paseado durante un tiempo por la entre la herrumbre de los tornillos
zona del Ecuador, zarpan hacia las y el verdín de los pernos de cobre,
aguas orientales, ante la inminencia aún conservaba su brillo de Quito,
de la estación fresca que empezará intangible, inmaculado (...). Los ma-
allí; de ese modo evitan durante todo rineros, cada uno lo veneraba como
el año las temporadas excesivas”.29 el talismán de la Ballena Blanca. A
Basado en estos datos y en su veces hablaban de él durante las
obcecada intuición, el capitán Ahab fatigosas guardias nocturnas, pre-
presiente, desde el inicio mismo de guntándose a quién habría de co-
la acción, que Moby Dick reapare- rresponderle y si su dueño viviría lo
cerá en aguas ecuatorianas. Son días bastante para gastarlo. Esas nobles
y días de navegar. A los marineros monedas de oro de Sudamérica son
–dice Ismael– “se les ha hinchado como medallas del sol y símbolos del
las muñecas a fuerza de remar el día trópico. En ella aparecen grabados
entero sobre la línea del Ecuador”.30 en rica profusión palmeras, alpacas
Experto narrador, Melville nos y volcanes; discos del sol y estrellas;
lleva a lo largo de su monumental elípticas, cuernos de la abundancia
novela como peces atrapados en y suntuosas banderas. De modo que
la red. “¿Qué eres tú, lector –nos del precioso oro parece provenir una
dice–, sino un Pez Suelto y también riqueza ulterior, una gloria excelsa
un Pez Amarrado?”31 El escritor va que pasa por esos troqueles fantasio-

28 Puerto López, Salinas y Ayangue son, actualmente, los principales puntos de observación.
29 Melville, op. cit., Cap. LXXXVIII, pp. 536-537.
30 Ibid., op. cit., Cap. XCVIII, p.581.
31 Ibid., Cap. LXXXIX, pp. 544-545.
32 El doblón, según se describe “En Monedas y Bibliotecas virtuales. Arqueología. Monedas Predecimales”,
corresponde a una moneda de Ocho Escudos, ley de 900 milésimos, acuñada en la Casa de Quito (1838). Anverso: busto
femenino alegórico de la “Libertad”, con gorro frigio. Leyenda: “El Ecuador en Colombia”, nombre de la ceca: “Quito”, Rever-

Arriba la banda elíptica con signos zodiacales y el sol sobrepuesto en el centro y, encima de éste, un arco de 6 estrellas; el
listel contiene la leyenda: “El Poder en la Constitución”.

174
sos, tan hispánicamente poéticos. El dor, que lo hace tan milagroso? (...)
doblón del Pequod era un rico ejem- Lo leeré también yo. ¡Vaya! ¡Aquí
plo de todo eso. En su borde circular sí que hay signos y maravillas! (...).
llevaba la inscripción: REPÚBLICA Signos y maravillas, y el sol siempre
DEL ECUADOR: QUITO. Así, la está dentro de ellos (...). ¡Triste cosa
reluciente moneda venía de un país si no hay nada de maravilloso en los
situado en medio del mundo, bajo signos o nada de significativo en las
el gran Ecuador, bautizado con ese maravillas!”.34
nombre, y había sido fundida en me- ¿Son suficientes las referencias
dio de los Andes, en ese clima inva- textuales hasta ahora citadas para
riable que no conoce otoños. Rodea- haber demostrado la incumbencia
da por esas letras, se veía en ella la de Moby Dick, la novela maestra de
imagen de tres cumbres andinas y, en Melville, con el Ecuador? Puede ser
la primera, una llama; en la segunda, que sí, mas permítanme citar unas
una torre; en la tercera, un gallo que cuantas más.
cacareaba. Sobre todo ello se enarca- Mientras la tripulación se man-
ba un fragmento de zodíaco con los tiene escéptica sobre el real parade-
signos representados según su habi- ro de Moby Dick y juzga al capitán
tual sentido cabalístico, y el sol, cla- como un loco delirante, éste ha ve-
ve de todos ellos, en el momento de nido siguiendo en los trazos de su
entrar en el equinoccio, en Libra.”33 mapa y en las señales del mar la ruta
La imagen del doblón queda fija de su ballena. Sabe que sus cálculos
en la mente del lector, igual que en la y mediciones son correctos. Durante
de los marineros. Cada vez que éstos el trayecto, al encontrarse con el ba-
pasan por el mástil de la embarca- llenero inglés Samuel Enderby, tiene
ción, la contemplan y sueñan con la oportunidad de constatar esos
poseerla: datos. Para su dicha, el capitán de
“He visto otros doblones duran- la otra embarcación le confirma ha-
te mis viajes –dice para sí Stubb, uno ber avistado a la gran ballena “allá,
de los oficiales de la tripulación–: los en el Ecuador, la estación pasada”.
de la vieja España, y los doblones Y precisa: “Algún tiempo después,
del Perú, los doblones de Chile, los cuando volvimos hacia el Ecuador,
doblones de Bolivia, los doblones de oímos hablar de Moby Dick, como
Popayán, y también infinitos moido- la llaman, y entonces comprendí que
res y pistolas de oro y reales y me- era ella”.35
dios reales y cuartos de reales. ¿Qué Este diálogo de borda a borda
tendrá, pues, este doblón del Ecua- entre ambos capitanes devuelve a los

33 Melville, op. cit., Cap. XCIX (El doblón), pp. 582-583.


34 Melville, op. cit., Cap. XCIX (El doblón), pp. 584-585.
35 Ibib., Cap. C, p.592 y 596
AFESE 57 175
Jaime Marchán

marineros del Pequod la esperan- cotidiana del sol para determinar la


za de encontrar a la Ballena Blanca latitud”. 37
y poder hacerse –al menos uno de Doscientas más adelante, luego
ellos– con la recompensa prometi- de narrarnos una serie de vicisitu-
da. La tripulación se prepara y, en- des de tan larga travesía, Ismael –
tre otras medidas, se impone la veda brújula fiel que nos guía a través de
de cerveza, porque “en el Ecuador, este extenso y agitado relato– nos
en nuestra pesca austral –explica Is- recuerda nuevamente que “con su
mael–, la cerveza serviría para hacer avance determinado tan sólo por la
dormir a los arponeros en la cofas y barquilla y la línea de Ahab, el Pe-
nublarles la cabeza en los botes, con quod seguía rumbo hacia el Ecua-
las consiguiente pérdidas dolorosas dor”, hasta acercarse “a los bordes
(...)”.36 (...) de la zona de caza ecuatorial
Pese a la complejidad y exten- (...)”.38
sión del corpus narrativo, que fluye Las escenas que preceden al en-
y refluye como las ondas del mar a lo cuentro del capitán Ahab con Moby
largo de un texto de cerca de ocho- Dick están llenas de tensión y pre-
cientas páginas, el objetivo central sagio. El capitán ha aguzado la mi-
de la novela –la caza de la ballena en rada; su mente no piensa más que
aguas ecuatorianas– no nos abando- en el enfrentamiento con la bestia, a
na. Así, aproximándonos cada vez la que presiente cada vez más cerca.
más al escenario del drama, el narra- “En la línea del horizonte –nos aler-
dor nos dice: ta Ismael–, un movimiento blando y
“Por fin se acercaba la tempora- trémulo, que se ve especialmente en
da de caza en el Ecuador: todos los el Ecuador, revelaba su fe apasiona-
días, cuando Ahab alzaba los ojos da y palpitante (...)”.39
al salir de la cabina, el timonel vi- Finalmente, Ahab, el hombre,
gilante asía la barra y los marineros matará a Moby Dick, el cetáceo que
ansiosos corrían ansiosos hacia las le cercenó la pierna, pero no podrá
vergas y allí se detenían, con los ojos acabar con las ballenas. La novela
fijos en el doblón clavado, esperan- misma es un canto a su superviven-
do con impaciencia la orden de po- cia y, para ese homenaje a la vida
ner proa hacia el Ecuador. La orden animal, Melville vuelve a hacer re-
llegó en su momento. Era casi me- ferencia a nuestro mar: “La eterna
diodía y Ahab, sentado en la proa de ballena –dice– sobreviviría y eleván-
su bote izado, hacía la observación dose en la cresta más alta de la ola

36 Ibid., Cap. CI., p. 603.


37 Melville, op. cit., Cap. CXVIII. p. 672.
38 Ibid., Cap. CXXVI, p. 703
39 Ibid., Cap. CXXXII, p.725.

176
ecuatorial, arrojaría su espumoso Melville las utiliza también como
desafío a los cielos.”40 metáforas y, en algunos casos, como
La última escena en que escu- hipérboles poderosas. Así, al aludir a
chamos la voz del capitán Ahab – la cojera del capitán Ahab, el carpin-
escena que, según la secuencia de tero del Pequod dice:
la novela, ocurre también en aguas “He oído decir que la isla de
ecuatorianas– es de una grandeza Albermarle42, en las Galápagos,
dramática estremecedora: está cortada justo en medio por el
«“¡Me precipito hacia ti, balle- Ecuador. Se me ocurre que una es-
na, que todo lo destruyes sin ven- pecie de Ecuador corta por el me-
cer! Lucho contigo hasta el último dio a ese viejo. ¡Siempre está en el
instante; desde el centro del infierno Ecuador!”.43
te atravieso; en nombre del odio,
vomito mi último aliento sobre ti. 5. Melville y la caza de ballenas
¡Húndanse todos los ataúdes, todas Como obra que narra la caza de
las carrozas fúnebres en un foso co- cetáceos, la novela de Melville exalta
mún! (...) Quiero ser remolcado en la labor de los balleneros:
pedazos para seguir persiguiéndote, “Mientras la caza de la ballena
atado a tu cuerpo, maldita ballena! no dobló el Cabo de Hornos –dice–,
¡Así entrego mi lanza! (...)”. Enton- ningún comercio, casi ninguna rela-
ces volaron pájaros pequeños, chi- ción que no fuera colonial unía a Eu-
llando sobre el abismo aún abierto; ropa con la larga línea de las opulen-
una tétrica rompiente blanca golpeó tas provincias españolas de la costa
contra sus bordes escarpados. Des- del Pacífico. Fueron las balleneros
pués, todo se desplomó y el sudario los primeros en abrir una brecha en
del mar volvió a extenderse como la celosa política que la corona es-
desde hacía cinco mil años».41 pañola mantenía con esas colonias;
Llegados a este punto, vale la y si el espacio lo permitiera, podría
pena anotar que las múltiples refe- demostrarse claramente que gracias
rencias al Ecuador a lo largo del tex- a los balleneros se logró al fin la li-
to y acción de la novela no sólo son beración de Perú, Chile y Bolivia del
geográficas o toponímicas, sino que yugo de la vieja España, y se esta-

40 Ibid., Cap CV, p..625.


41 Moby Dick Cap. CXXXV, pp. 763 y 765.
42 La isla Albermarle corresponde, en la nomenclatura inglesa antigua, a la isla Isabela. Para la nomenclatura
de las islas y sus equivalentes actuales, consultar la “Lista de diferentes nombres con que se conocen las islas e islotes
del archipiélago de Galápagos”, preparada a partir de la “Table of Galapagos Island Names”, en Human and Cartographic
History of the Galápagos, Island, de Jhon Woram. Citado v. p.140, edición de Las encantadas.
43 Melville, Moby Dick, Cap. CXXVII , p.708. Hay otras referencias al Ecuador y a su entorno. Así, el narrador,

pordiosero no “preferiría acostarse a lo largo de la línea del Ecuador?” (Moby Dick, Cap. II, p. 41). Y más adelante, al des-
cribir al arponero Queequeg, compara sus mejillas, marcadas por los matices más diversos, a “la ladera occidental de los
Andes, que reúnen en un mismo paisaje los climas más opuestos, zona tras zona” (Moby Dick, Cap. IV, p. 65).
AFESE 57 177
Jaime Marchán

bleció la eterna democracia en esos la ballena –nos cuenta Melville– se


países.”44 puede “hace arder el más puro de los
Tal glorificación, en realidad ex- aceites en su estado no elaborado, es
cesiva, se entiende en la época en que decir, no viciado: un fluido descono-
la caza de la ballena, una verdadera cido por todas las máquinas solares,
industria, llenaba las arcas de mu- lunares o astrales de la tierra. Es tan
chas potencias marítima y empresas. dulce como la manteca de la hierba
Era tan vasta y brutal esta labor de- tierna en abril”.48 Y las referencias al
predadora que el propio Melville nos esperma de ballena son todavía más
dice que “los yanquis, en conjunto, sensuales. Ismael, el narrador de la
matan en un día más ballenas que novela, nos refiere de este modo su
todos los ingleses en diez años”.45 experiencia sensitiva al momento de
En efecto, en tiempos de Melville el extraer de la ballena tan rico fluido:
negocio de ballenas iba en constan- “El esperma se había enfriado y
te aumento. Entre 1830 y 1840, los cristalizado (...) en masas que flota-
balleneros norteamericanos habían ban en la parte líquida. Nuestra ta-
comercializado más de 41 millones rea consistía en deshacer esas masas
de galones de aceite de esperma.46 para transformarlas nuevamente en
En 1833, alrededor de setenta mil fluido. ¡Dulce y untuosa tarea! No es
personas se vinculaban a un nego- de asombrarse que en otros tiempos
cio cifrado entonces en ciento veinte el esperma fuera un cosmético tan
millones de dólares. La exportación apreciado. ¡Un detersivo tan dulce,
de productos balleneros –una cuarta claro, suave, deliciosamente blanco.
parte de la pesca– ocupaba el tercer Después de tener mis manos hundi-
lugar en la economía norteamerica- das en él durante unos pocos minu-
na, luego de los productos de carne tos, sentí que mis dedos eran como
y de madera.47 anguilas y empezaban a serpear, a
La codicia presente en la caza ondular por sí solos (...). ¡Apretémo-
de ballenas se explica no sólo por nos todos las manos; más aún, apre-
su enorme valor económico, pues de témonos los unos contra los otros,
cada animal se extraían y procesa- apretémonos universalmente en la
ban diversos productos, algunos de leche y el esperma de la bondad”.49
ellos, como el aceite y el esperma, En el Cap. XC, titulado “Cabe-
sumamente apreciados. Gracias a zas o colas”, Melville nos informa,

44 Moby Dick, Cap. XXIV, pp. 168-169.


45 Ibid., Cap. LIII p. 343.
46 Ver “Caza de ballena en Paita. Una industria del pasado”, Samuel T. Pee, recopilación y traducción de Oil
History.
47 Charles Olson, Llámenme Ismael, México, D.F., Era, 1977,p. 94. Citado por Vladimiro Rivas Iturralde en
“Estudio introductorio y notas” de la edición de Moby Dick o la Ballena, Libresa, Quito, 1993, p. 30.
48 Moby Dick, XCVII p.578
49 Moby Dick, Cap. XCIV, pp 566 y 567.

178
con refinada ironía, de las leyes in- daron en su memoria «esas latitu-
glesas que regían el reparto de ba- des que se resquebrajan al sol como
llenas: enormes calabazas bajo la torridez
“[D]e todas las ballenas cap- incesante de su cielo»52, «esa broma
turadas por cualquier hombre en pesada conocida con el nombre de
aguas de esa nación –dice–, el rey, en “iguana”»53, esas «verdes y negruz-
su calidad de arponero honorario, cas masas de lava que llegan a seme-
debe recibir la cabeza, mientras a la jar una superficie metálica»54 y esas
reina corresponde el respetuoso ho- «cuevas en las cuales la marea ince-
menaje de la cola. División que, en sante se estrella en furias de espu-
la ballena, equivale a partir en dos ma»55 . Impresionado por el paisaje,
una manzana: en el medio no que- él mismo confiesa que sus recuerdos
da nada (...). De modo que todas las son tan vívidos, o tan fuerte la magia
cosas parecen tener su razón: incluso de su fantasía, que no logra saber a
la ley”.50 ciencia ciertas si no era “víctima de
espejismos alrededor de las Galápa-
Pasemos ahora a Las encantadas. gos”.56
En el primer relato, titulado
6. Melville y las Islas Galápagos “Las islas en general”, Melville nos
Melville publicó Las encanta- cuenta que “hubo un tiempo, y aún
das en 1854, bajo el seudónimo de se ven hoy en día, enormes flotillas
Salvador R. Tarnmoor. Explicar su de veleros que llegaban a estos mares
relación con el Ecuador es mucho en busca de las ballenas que abun-
más simple, no sólo por su reduci- daban en lo que llamaban la Tierra
da extensión51, sino también porque Encantada.”57
los diez relatos que lo conforman se En el tercero, nos habla de Roca
sitúan de principio a fin en las Islas Redonda «un sitio espléndido que
Galápagos, territorio que el escritor nos proporciona la posibilidad de
conoce bien, debido a sus recorridos contemplar todo su alrededor y que
por los mares del sur en una época por característica tan peculiar fue
en que las leyendas habían extendi- bautizado por los españoles como
do sobre el archipiélago una fama de “Pico Redondo”».58 No escatima
misterioso encantamiento. Fijas que- elogiosos sobre la privilegiada posi-

50 Ibid., Cap. XC, pp. 546 y 549.


51 La edición Las Encantadas que manejo (Ed. Luna de Bolsillo, Corporación Eugenio Espejo, Quito: 2010)
consta de 141 páginas de holgado formato.
52 Herman Melville, Las encantadas, p. 11.
53 Ibid., p.12.
54 Ibid., p.13.
55 Ibid.
56 Ibid., p. 19.
57 Ibid., p.15.
58 Ibid., pp.29-30.
AFESE 57 179
Jaime Marchán

ción de ese mirador marítimo. “Ni el “Rey de los perros”», Melville na-
tripulante de un globo, ni un hombre rra la historia de un criollo cubano,
desde la Luna –dice–, podrían tener quien, en pago por sus servicios de
más perfecta vista del planeta que soldado de la Independencia ameri-
se extiende a los pies (...). Esta roca cana, pide y obtiene como recom-
está más o menos en el mismo para- pensa, en propiedad exclusiva, la
lelo de Quito.”59 Describe luego las isla de Carlos.62 Atendiendo a su
Bahías de Barlovento y Sotavento, y proclama, unas ochenta personas,
los promontorios Punta Sur y Punta entre hombres y mujeres, abordan
Norte, “sitios famosos en los anales el barco que los llevaría a la tierra
de los pescadores de ballenas”.60 prometida. El último en embarcar
Pese a su brevedad, Las encan- –nos cuenta–, fue el criollo, quien
tadas es una obra rica en símbolos llegó acompañado de “un discipli-
y representaciones, algunas de valor nado ejército de perros enormes, los
universal. En el séptimo y el nove- cuales rehusaban desde un principio
no relatos, por ejemplo, las alegorías hacerle concesiones al resto de pasa-
sobre un estado de naturaleza pura, jeros, permaneciendo echados aris-
salvaje y despótica se adentran en el tocráticamente alrededor de su amo
campo de las ciencias políticas. Los en la cubierta superior, desde donde
inescrupulosos protagonistas de es- lanzaban miradas desdeñosas hacia
tas historias, prototipo del hombre la plebe, tal como los soldados de
antisocial, tiránico y sin valores cívi- una guarnición victoriosa hacen con
cos, así como su historia de engaño los habitantes de una ciudad toma-
y dominación, hubieran servido de da, a los cuales deben vigilar». Una
laboratorio empírico para sustentar vez en tierra, los emigrantes, bajo la
las teorías políticas de Hobbes, así dirección de su nuevo amo y señor,
como la necesidad ética de contar procedieron a la construcción de la
con un “Leviatán”, es decir, con un “Capital” con pedazos de escoria y
órgano social que asuma el orden y bloques de lava. Debido al carácter
el control de la comunidad.61 indómito de algunos inmigrantes,
En el primero de estos dos re- no tardó “Su Majestad”, con ayuda
latos, titulado «La Isla de Carlos, el de la “caballería canina”, en decre-
59 Ibid., pp.40-41. La cartografía actual precisa que la Roca está realmente a 0º 12 de latitud norte sobre la línea
ecuatorial.
60 Las encantadas, 4. Un vistazo desde Redondo, p.49.
61 Ver la Introducción de Herbert W. Schneider a la edición inglesa del Leviathan, de Thomas Hobbes (Ed.
Bobbs.Merrill, New York: 1958), p. xii.
62 Esta isla no se registra con el nombre dado por Melville. Existen, sin embargo, tres nombres parecidos: Carlos,
mencionada por primera vez en 1786 por el cartógrafo Alcedo, registrada como Charles, Santa María o San Cristóbal en
versiones posteriores; Tierra de Carlos IV, mencionada por primera vez con este nombre por el cartógrafo Cruz Globado,
en 1974; y Carlos Lomas, referida en 1790 por Alejandro Malaspina. Según la nota de los editores de Las encantadas,
“cualquiera de las tres podría ser de la que habla Melville, o podría ser que ninguna de las tres exista, pero las múltiples
imprecisiones en su ubicación y las diversas versiones no nos dejan un dato cierto” (ver la edición de Las encantadas en
Colección Luna de bolsillo (Corporación Eugenio Espejo, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, Quito:
2010, p. 141).

180
tar la Ley Marcial para evitar des- gen”, quien, apartándose de sus
manes contra su “Palacio de Lava”. congéneres, construyó en aquellas
Cansados finalmente de su tiranía, islas su guarida con rocas volcánicas
los colonos se sublevan, obligando y escoria, dedicándose a producir
al depuesto “Rey” a huir con su ar- “unas papas degeneradas y algu-
mada de perros. Pero ahí no para la nas calabazas, que le sirvieron para
aventura. Contentos de la hazaña, hacer trueques y comerciar con las
los rebeldes se emborrachan y pro- tripulaciones de los balleneros que
claman “La República”. «En reali- a veces se aventuraban por allí”. El
dad –dice Melville–, se trataba de aspecto físico de este personaje era
una “libertinocracia” que se jactaba bestial –nos dice–. “Al contemplarlo
de no tener otra ley que la falta de podía deducirse que había sido ex-
leyes (...). Todo marinero fugitivo pulsado del mismo volcán, de donde
era proclamado mártir de la lucha salieron las rocas en que habitaba.
por la libertad y de inmediato se Cubierto de remiendos, agazapa-
convertía en otro andrajoso ciuda- do en su guarida de lava, semejaba
dano de esta nación universal». El un montón de hojas secas que por
exsoldado de la Isla de Carlos –co- capricho del viento hubieran ido a
menta Melville, más adelante, reve- parar allí”. Pero no sólo su aspecto
lándonos las intenciones políticas era horripilante, sino también su ca-
de su relato– «pretendió animar a tadura moral: no tardó en secuestrar
colonos a vivir en otras tierras, a a un marinero negro y convertirlo
lanzarse a una aventura, así final- en su esclavo. De allí en adelante,
mente tuviera en mente establecer a cuanto incauto recalaba en la isla
sobre ellos una preeminencia de lo sometía y lo obligaba a servirle a
carácter político y convertirlos en punta de escopeta. “Las armas, al
súbditos. Las ejecuciones cometidas fin y al cabo –apostrofa Melville –,
por éste contra algunos de sus se- son en poder de los seres humanos
guidores podrían ser perdonables, como esos espolones que se utilizan
considerando que entre las gentes en los gallos de pelea”. Un día, los
que le siguieron abundaban los fa- secuestrados urdieron su escape a
cinerosos y los traidores».63 bordo de un bote, abandonando al
El noveno relato, “Oberlus tirano en su isla. Tiempo después,
el ermitaño y las islas de Hood”64, Oberlus, desembarcó en Guayaquil
narra la historia de “un extraño y y de allí fue a Paita, en donde “lo-
nefasto personaje, europeo de ori- gró hacerse del amor de una morena,

63 Melville, Las encantadas, pp. 115-116.


64 El verdadero nombre del ermitaño, de quien también habla David Porter, es Patrick Watkins. Se trata del pri-
mer colono de las islas, un irlandés que arribó a la isla Floreana en 1806. Allí permaneció durante dos años prácticamente

isla Española.
AFESE 57 181
Jaime Marchán

a quien convenció de que regresara Felipe y Truxill hicieron un catama-


con él a su isla”. Este nuevo intento rán para disfrutar de cortas excur-
de secuestro se frustró cuando algu- siones de pesca. Debido a un golpe
nos habitantes del puerto lo detuvie- de la marea o simplemente a mala
ron y echaron a un calabozo, donde suerte o a la natural negligencia de
permaneció muchos años. “Quienes su euforia, se vieron llevados a aguas
duden de la autenticidad de este re- profundas y finalmente se estrellaron
lato –concluye Melville–, pueden re- contra la enorme barrera del arreci-
currir, para confirmar su veracidad, fe; el catamarán se hizo pedazos; en-
al segundo volumen de Viaje por tre los restos de la embarcación y las
el Pacífico, escrito por el almirante afiladas rocas, los dos aventureros
Porter”.65 perecieron ante la mirada de Huni-
Otro relato interesante, sobre lla, quien los contemplaba desde la
todo por su visión étnica, es el oc- playa. El cuerpo de Felipe, envuelto
tavo, titulado “La isla de Norfolk y en un frío sudario, regresó a los bra-
la historia de la chola viuda”66. En zos de su esposa, arrastrado hacia la
él, Melville nos narra las vicisitudes playa por la marea; su cuerpo pare-
de Hunilla, “una chola -mitad in- cía sumido en un profundo sueño;
dia, mitad blanca- de Payta, Perú”, pero el de Truxill jamás fue vuelto
quien había partido hacía tres años a ver. Luego de enterrar el cuerpo de
a las Galápagos a bordo de un bu- su esposo y de poner sobre el túmulo
que francés, en compañía de Felipe una tosca cruz, los pensamientos de
–su joven marido– y de su herma- Hunilla se concentraron en aguardar
no Truxill. Querían “dedicarse a la el regreso del barco francés. Pero éste
consecución de aceite de tortuga, nunca llegó. En su lugar, una nueva
sumamente apreciado por su pure- embarcación alcanzó milagrosamen-
za y calidad en todas partes donde te la roca y la rescató. En el cami-
se le llega a conocer”. El capitán, de no de regreso a Túmbez, Hunilla les
acuerdo al precio pactado y cubier- cuenta a los sorprendidos marineros
to de antemano, se comprometía a su triste historia. La última vez que
regresar en cuatro meses. “Una vez la vio –concluye Melville–, iba Hu-
instalados en la soledad de su isla, nilla sola, montada en un burro gris;
procedieron a trabajar febrilmente, sobre el lomo de la cabalgadura, so-
con una verdadera locura de espe- bresalía una cruz. 67
ranza para lograr su meta”. Conten- Las Galápagos –escribe Melvi-
tos de su primera cosecha de aceite, lle en su último relato– son un lugar

del Melville. Cf. Nota de los editores, p..130.


66 La isla de Norfolk corresponde a la isla de Santa Cruz. Ver, en p. 140 la lista de nombres preparada por los
editores de Las encantadas a partir de la “Table of the Galápagos Island Names” en Human and Cartographic History of the
Galápagos, Island, de Jhon Woram (www.galapagos.to).
67 Las encantadas, 8. La isla de Norfolk y la historia de la chola viuda, p. 108.
182
privilegiado para quienes se refugian Mis ojos no ven nada
allí, aunque tarde o temprano descu- Y estoy aquí cubierto de casca-
bren que tampoco encontrarán allí jos”.70
la felicidad buscada. “Podría pare-
cer absurdo hallar aquí una oficina 7. Melville y Manuela Sáenz: una fic-
de correos –agrega–, pero en cierto ción posible
sentido también las hay. Constan de El tercer y último tema que
una estaca y una botella”. Una esta- abordaré brevemente tiene que ver
ca de éstas llevó a un escondrijo don- con el posible encuentro de Herman
de, junto al cadáver de un hombre, Melville con nuestra ilustre compa-
se encontró esta leyenda: “Aquí, en triota Manuela Sáenz, exiliada en
1813, como resultado de un duelo, Paita por el gobierno del presiden-
cayó un joven teniente de la fragata te Roca.71 Hay ciertas coordenadas
Essex, el cual contaba veintiún años, espacio-temporales que podrían no
habiendo, por consiguiente alcan- excluir esta eventual hipótesis.
zado la mayoría de edad en el mo- Primera: el escritor y Manuela
mento de ingresar al mundo de los Sáenz fueron coetáneos.
muertos”.68 “Una vez cumplidas las Segunda: Manuela Sáenz llegó a
ceremonias fúnebres –concluye Mel- Paita el 11 de noviembre de 1835,
ville–, aparece siempre el bondadoso población peruana en la que vivió
poeta o el artista del castillo de proa, hasta su muerte, ocurrida en 1856,
quien cincel en mano estampa allí víctima de una peste de difteria.
un epitafio (...). Una buena muestra Tercera: en la época de Mel-
de este tipo de literatura sepulcral se ville, varios buques recorrían esas
encuentra en un lugar desierto de la costas y mares a la caza de tortugas
isla de Chatham69: y ballenas. Ya en 1793, figuraba en
el registro de matrículas de Boston
Oh, Juan, hermano que ahora un barco ballenero con el nombre
pasas. Atahualpa.
Tal como eres, así fui yo, Cuarta: Melville, infatigable
Jovial y pendenciero. marinero y viajero, a la edad de
Sin embargo, ahora qué des- veintiún años zarpó desde el puerto
gracia, de Fairhaven, Massachussetts, a bor-
Ha perdido mi suelo, do del buque ballenero Acushnet,

68 Melville, Las encantadas, pp. 138-139. La misma inscripción fúnebre, anotan los editores (p. 137) se cita en el
libro de Porter con ligeras diferencias e incluye el nombre del Teniente John S. Cowan.
69 Corresponde a la isla San Cristóbal en la nomenclatura actual.
70 Nota del los editores: “Esta inscripción también es citada por Porter, en verso, igual que en Melville, con el

-
ñalando que: “Las mujeres son las que más fomentan el espíritu en estos países”. Cf. Hernán Rodríguez Castelo, Manuela
Sáenz (Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito: 2011), p.76.

AFESE 57 183
Jaime Marchán

rumbo a los mares del sur;72 de esas en Paita (...), cuanto viajero de algu-
travesías él mismo ha dejado claro na ilustración o importancia pasaba
testimonio en sus obras, en las que con los vapores, bien con rumbo a
hace referencias expresas a su paso Europa o con procedencia de ella,
y, en algunos casos, breve estancia en desembarcaba atraído por el deseo
tales latitudes. de conocer a la dama que logró en-
Quinta: Recientes estudios de cadenar a Bolívar”.76 Y es que en el
historia de la literatura –como Amé- “horizonte americano de la primera
rica Latina en su literatura, de la mitad del siglo XIX –escribe, a su
prestigiosa editorial Siglo Veintiu- vez, el profesor Hernán Rodríguez
no–, han constatado que el eximio Castelo– no hallamos otra figura de
navegante de los mares del sur, “an- mujer tan grande y de tanta signifi-
tes de volcarse en una experiencia cación histórica”.77 El propio Palma
literaria (...) recorrió las costas de viajó expresamente a Paita para co-
Chile, Perú y Ecuador”, acumulando nocer a Manuela Sáenz, y describe
“vivencias en Lima, el Callao, Pai- así su encuentro con ella:
ta y las islas Galápagos”73. Se sabe “En el sillón de ruedas, y con la
también que, enrolado en la fragata majestad de una reina sobre su tro-
norteamericana United States, hizo no, estaba una anciana que pareció
varios recorridos por esas costas en representar sesenta años a lo sumo.
enero de 1844.74 Vestía pobremente, pero con aseo,
Finalmente, existen registros de y bien se adivinaba que ese cuerpo
que Melville pasó por Paita en 1845. había usado en mejores tiempos gro,
No es extraño entonces que, al en- raso y terciopelo. Era una señora
contrarse allí, el escritor se hubiera abundante de carnes, ojos negros
enterado de la existencia de Manue- y animadísimos, en los que parecía
la Sáenz, compañera sentimental y reconcentrado el resto de fuego vi-
consejera del Libertador Bolívar, y tal que aún le quedara: cara redonda
que, al igual que Giuseppe Garibal- y mano aristocrática (...). Nuestra
di en 1851, se hubiera entrevistado conversación es esa tarde fue estric-
con ella75. El gran escritor peruano tamente ceremoniosa. En el acento
Ricardo Palma nos cuenta que “[d] de la señora había algo de la mujer
esde que doña Manuela se estableció superior acostumbrada al mundo

72 Ver Vladimiro Rivas Iturralde, op. cit., p. 9.


73 Ver América Latina en su literatura, Coordinación e introducción por César Fernández Moreno, 17a. edición,
serie “América Latina en su cultura” (Siglo veintiuno editores, s.a. México: 2000), p. 112.
74 Ibid., p. 112.
75 Este ilustre personaje italiano narra su encuentro con Manuela Sáenz en sus diarios, a la que describe como

(9 Edicione), pp. 268-.269. Cf. Hernán Rodríguez Castelo, op. cit., p. 89.
76 Ricardo Palma, Tradiciones peruanas completas (Ed. Aguilar, Madrid: 1964), p.1133, citado por Hernán Rodrí-
guez Castelo, op. cit., p. 87.
77 Hernán Rodríguez Castelo, op. cit., p. 153.

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y a hacer imperar su voluntad. Era “Tres visitas memorables –dice–
un perfecto tipo de dama altiva. Su la consolaron de su abandono: la
palabra era fácil, correcta y nada del maestro Simón Rodríguez, con
presuntuosa, dominando en ella la quien compartió las cenizas de la
ironía”. 78 gloria; la de Giuseppe Garibaldi, el
Es preciso señalar que no exis- patriota italiano que regresaba de lu-
ten aún pruebas ni testimonios feha- char contra la dictadura de Rosas en
cientes que demuestren la hipótesis Argentina, y la del novelista Herman
de un encuentro de Herman Melville Melville, que andaba por las aguas
con Manuela Sáenz. El riguroso estu- del mundo documentándose para
dio histórico del profesor Rodríguez Moby Dick”.81
Castelo, publicado con ocasión del Por su parte, la escritora argen-
bicentenario de nuestra ilustre he- tina Silvia Miguens, en su novela La
roína,79 recoge la entrevista de Ma- gloria eres tú 82, se refiere también al
nuela Sáenz con Garibaldi, pero no encuentro de Melville con Manuela
hace mención alguna a un encuentro Sáenz. Es interesante anotar que en
similar con el autor de Moby Dick. la referida novela, la narración em-
De ello hemos de colegir que hasta pieza cuando el ballenero Acushnet
tanto no aparezcan datos fidedignos se aproxima a Paita; los marineros se
que prueben la autenticidad del he- han amotinado y Herman Melville,
cho, esta posibilidad pertenece aún líder de la revuelta, ordena que se di-
al campo de la ficción. Incluso en rijan a tierra. Allí el escritor es hués-
este terreno, algunos autores se han ped de Manuela Sáenz, quien, acor-
referido al episodio y otros no. El de con su papel histórico de mujer
escritor ecuatoriano Luis Zúñiga,80 talentosa y recia personalidad, actúa
por ejemplo, en su excelente novela como mediadora en el conflicto.
biográfica sobre Manuela Sáenz no
hace mención alguna a la supuesta 8. Epílogo
entrevista o encuentro entre ambos Terminó estas líneas en el mis-
personajes. En cambio, Gabriel Gar- mo lugar donde las empecé: el mar.
cía Márquez, en su novela El general Esta vez en el Pacífico, frente a la pla-
en su laberinto, alude con estas pa- ya costarricense de Tivives. Recosta-
labras a la entrevista de Melville con do en mi oscilante hamaca de lona,
Manuel Sáenz, exiliada en Paita: revisó mis notas manuscritas antes

78 Ricardo Palma, Tradiciones peruanas completas, Madrid, Aguilar, 1964, pp.1132-33. Cf. Hernán Rodríguez
Castelo, op. cit., p. 88.
79 Hernán Rodríguez Castelo, Manuela Sáenz (Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito:
2011).
80 Luis Zúñiga, Manuela (Editorial Eskeletra, Quito: 2009).
81 Gabriel García Márquez, El general en su laberinto (Editorial Diana, México, D.F., p. 263)
82 Silvia Miguens, La gloria eres tú (Editorial Planeta, Bogotá: 2000).

AFESE 57 185
Jaime Marchán

de darles su versión final. Una lumi- Ahora bien, Moby Dick –la no-
nosidad de vidrio se levanta a estas vela que William Faulkner hubiera
horas de las ondas azules. En medio querido escribir–, ni empieza ni ter-
de este bello paisaje marítimo, pien- mina en el Ecuador. Se trata de una
so en la porfía demencial del capi- obra inmortal de la literatura univer-
tán Ahab, en su fanático fervor, pero sal, de un “paradigma novelístico de
por encima de toda esa polisemia de lo sublime, de un logro fuera de lo
imágenes y signos que es su novela, común”84, posible gracias a esa es-
veo rutilar nuevamente la moneda quiva y milagrosa mezcla de talen-
ecuatoriana de oro: clavada en el to, disciplina y entrega al oficio de
mástil de mi memoria, emite “un so- escritor de ese genio melancólico y
nido orbicular y tintinea como el oro profundo que fue Herman Melville.
acuñado”.83
Estoy satisfecho de haber escri-
to sobre Melville y el Ecuador, dos Palma de Mallorca - Playa
temas que se unen en una misma de Tivives (Costa Rica)
frontera de agua y de palabras. A lo
largo de este artículo, modestamen- Septiembre de 2011
te creo haber demostrado, usando
el texto de las obras de Melville, la
directa incumbencia de Moby Dick
y Las encantadas con nuestro país.

83 Herman Melville, Bartleby el escribiente (Alianza Editorial, Madrid: 2009), p.18.


84 Citado en la contratapa de la edición de Moby Dick o la Ballena Blanca de Editorial Debate (Barcelona: 2003).

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