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«Chinese fairy tales and folk tales», traducidos por Wolfram Eberhard

Jorge Luis Borges


En Miscelánea (Ed. Mondadori)
© 1995, 2011, María Kodama
Publicación original en El Hogar, Buenos Aires, 4 de febrero de 1938
También en: Textos Cautivos (1986) Borges en El Hogar (2000)

Pocos géneros literarios suelen ser más tediosos que el cuento de hadas, salvo,
naturalmente, la fábula. (La inocencia y la irresponsabilidad de los animales determinan
su encanto; rebajarlos a instrumentos de la moral, como lo hacen Esopo y La Fontaine,
me parece una aberración.) He confesado que me aburren los cuentos de hadas; ahora
confieso que he leído con interés los que integran la primera mitad de este libro. Lo
mismo me pasó, hace diez años, con los Chinesische Volks-märchen de Wilhelm.
¿Cómo resolver esa contradicción?

El problema es sencillo. El cuento de hadas europeo, y el árabe, son del todo


convencionales. Una ley ternaria los rige: hay dos hermanas envidiosas y una hermanita
buena, hay tres hijos de rey, hay tres cuervos, hay una adivinanza que descifra el tercer
adivinador. El cuento occidental es una especie de artefacto simétrico, dividido en
compartimentos. Es de una simetría perfecta. ¿Habrá cosa que se parezca menos a la
belleza que la simetría perfecta? (No quiero hacer una apología del caos; entiendo que
en todas las artes nada suele agradar como las simetrías imperfectas…) En cambio, el
cuento de hadas chino es irregular. El lector empieza por juzgarlo incoherente. Piensa
que hay muchos cabos sueltos, que los hechos no se atan. Después —quizá de golpe—
descubre el porqué de esas grietas. Intuye que esas vaguedades y esos anacolutos
quieren decir que el narrador cree totalmente en la verdad de las maravillas que narra.
Tampoco es simétrica la realidad ni forma un dibujo.

De las narraciones que componen este volumen, sospecho que las más agradables son
“Hermano fantasma”, “La emperatriz del cielo”, “La historia de los hombres de plata”,
“El hijo del espectro de la tortuga”, “El cajón mágico”, “Las monedas de cobre”, “Tung
Pojuá vende truenos” y “El cuadro raro”. La última es la historia de un pintor de
manos inmortales que pintó una luna redonda que menguaba, desaparecía y crecía, a la
par de la luna que está en los cielos.

Noto, en el índice, algún título que no desmerece de Chesterton: “La gratitud de la


serpiente”, “El rey de las cenizas”, “El actor y el fantasma”. 

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