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Universidad de Belgrano
Contenido:
Capítulo I: “La naturaleza de la acción procesal como norma dinámica, proyectiva,
trilateral y con contenido pretensionales diversos”
Capítulo II: “Los derechos, deberes y cargas que genera el ejercicio de la acción
procesal y sus elementos”
Capítulo III: “La evolución histórica de la acción hacia un concepto moderno”
Capítulo IV: “La acción procesal como derecho humano”
CAPÍTULO I
LA NATURALEZA DE LA ACCIÓN PROCESAL
COMO NORMA DINÁMICA, PROYECTIVA, TRILATERAL Y CON CONTENIDO
PRETENSIONALES DIVERSOS
SUMARIO
1. La naturaleza de la acción procesal. Ensayo de su concepto. 2. La acción como
norma dinámica, proyectiva, trilateral y de contenido pretensional diverso. 3.
Cuantificación y clasificación de las normas jurídicas. 3.1. La primera estructura
molecular: las normas programáticas. 3.2. La segunda estructura molecular:
normas conceptuales. 3.3. La tercera estructura molecular: la que regula el
cumplimiento “espontáneo del mandato jurídico” y la de la norma “sancionatoria”
ante el incumplimiento de lo regulado. 3.4. La cuarta estructura molecular: las
normas dinámicas - procedimentales. 3.5. La quinta estructura molecular
normativa: la acción procesal como una instancia proyectiva necesariamente
trilateral con contenidos pretensionales diversos. 3.5.1. Dinamicidad y
proyectividad normativa. 3.5.2. Contenidos pretensionales diversos. 4.
Conclusiones del capítulo segundo
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Resalto que el concepto que se manejará sobre la acción procesal presenta notas
diferentes. En mi consideración esa diversidad impacta tanto en su función en el proceso
judicial como en su base constitucional, ya que refuerza la garantía legal al subrayarse
que la acción se emplea en el inicio del proceso (enunciado por la dogmática clásica)
pero también a lo largo de toda la serie procesal (agregado propio cuya significancia
desarrollaré luego).
Ratifico la definición a la que arribo sobre la acción procesal: “La acción es una
norma dinámica, de estructura proyectiva, necesariamente trilateral, portadora de
contenidos pretensionales diversos”.
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Y el trialismo abarca, como parte integrante del “mundo jurídico”, el nivel sociológico
que le interesa al derecho. Si nos detenemos a reflexionar qué es aquello, qué regulan
las normas y cuál es la razón de ser de sus diferentes estructuras me puedo responder,
siguiendo a Carlos Cossio, que la norma menta interferencias de conductas de relevancia
jurídica y que tiene como finalidad esencial operar como punto de partida para el ejercicio
de los mecanismos de control social.
A partir del objeto mentado por un sistema jurídico, para comprender el contenido
de la ciencia jurídica en su “tramo normológico” será necesario individualizar y estudiar
las diferentes estructuras de sus “normas“ (tomado el término “norma” en sentido amplio;
la Constitución, los pactos supranacionales, la ley, los decretos, etc.). De hecho, existen
otras fuentes jurídicas que también regulan en forma imperativa las interacciones
humanas de relevancia jurídica (por ejemplo, la costumbre, la jurisprudencia obligatoria,
etc.). Sin embargo, para la finalidad de esta tesis esas fuentes no asumen el mismo
interés científico que las “normas jurídicas”. Esta afirmación se entenderá mejor al
avanzar en el desarrollo de la presente exposición.
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Por último, no quiero agotar este tramo sin aclarar debidamente las fuentes de mis
razonamientos y realizar un reconocimiento intelectual: que fue la inspiración científica
del maestro mexicano Humberto Briseño Sierra. Fue él quien distinguió, por primera vez,
2El término “molecular”, si bien es una reminiscencia a la física nuclear, no obstante su implementación en
nuestra clasificación deviene de una nomenclatura aceptada por los lógicos. Ver ECHAVE, Delia Teresa,
URQUIJO, María Eugenia y GUIBOUG Ricardo, Lógica, proposición y norma, 4° impr., Ed. Astrea, pág. 45.
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Si la acción es una norma dinámica (en el sentido que enlaza en el plano inicial de
la serie a tres sujetos) y el proceso es una serie consecuencial de normas dinámicas
enlazadas en la serie, tales fórmulas habían quedado oscurecidas en la dogmática
procesal hasta las enseñanzas de Briseño. Así, como el carácter abstracto del derecho
que concede la acción puede otorgársele, como los sostiene Eduardo Couture, el rango
de acto fundacional de la ciencia procesal, no menos trascendencia tiene el afincar la
idea del dinamismo normativo -siempre presente- cuando se acciona y la posibilidad que
ese dinamismo estructural permita “portar” las diversas pretensiones jurídicas de las
partes a lo largo de toda la serie procesal. Volveré sobre el tema, pero sin esta somera
explicación podría correr el riesgo de no ubicar en su importancia uno de los pilares sobre
los que se ha podido edificar los aportes a la teoría de la acción.
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sistemas de raíz románica se exterioriza con la expresión escrita las cartas magnas o
constituciones que, precisamente, programan mediante la integración de los
denominados “Declaraciones, Derechos y Garantías”. Esa programación, reitero, es
“global” por cuanto esas tres columnas centrales, con las que se alza la carta magna, son
las que, a la postre, edifican en un ámbito espacial y temporal las interacciones de
relevancia jurídica de sus destinatarios normativos. Y a partir de la planificación general
predispuesta por la ley fundamental, la lógica del sistema es la que permite que se
avance en la auto-producción normativa (como sucede en la ciencia): de lo “general a lo
particular”.
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programático”. En otros términos: si bien las cláusulas necesitan otras “certezas” por así
decirlo, requieren de señales más concretas, emitidas por el propio ordenamiento jurídico.
Estas normas deben precisar cuál es el “deber ser” prescripto en cualquiera de las
interacciones de relevancia jurídica que le interesan al derecho. En otros términos, los
destinatarios de los mandatos legales requieren, insisto, que otro tipo de “normas“
(además de las programáticas) les permitan comprender exactamente cuál es toda la
“cadena del deber ser” (obligaciones/prohibiciones, derechos, facultades y permisiones)
que se estipuló en el sistema. Para ello, previamente es indispensable que se definan o
conceptúen aquellos derechos subjetivos que erigen las diversas relaciones jurídicas. De
ahí que a estas normas las pasaremos a denominar: “normas conceptuales”.
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Para garantizar el servicio de justicia (de modo concreto), es decir, para que la
administración de justicia se brinde “realmente” no podemos contentarnos con las bellas
palabras del preámbulo constitucional que impone a los gobernantes de turno, desde la
altura de la norma suprema, “afianzar la justicia”. Para tornar operativo la consigna
constitucional el ordenamiento jurídico impone, por caso, deberes funcionales al órgano
jurisdiccional para que, la función de fallar sea cumplida en tiempo y forma. Ahora, para
asegurar ese resultado, “el deber ser normativo” que se incardina desde la cadena de
mandatos dirigidos al juez, se impuso la necesidad de apelar a otras prescripciones
diferentes y con fines específicos a los determinados en los mandatos programáticos y
conceptuales. Para eso, la estructura normativa debe precisar:
A este tipo de normas, que se ocupan de dar pautas objetivas del cumplimiento y la
de introducir una amenaza de sanción por incumplimiento de la conducta
obligada/prohibida, las denominaremos: “estáticas/disyuntivas”.
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En otros términos, si el Derecho busca que los individuos presten cooperación a sus
mandatos legales debe, claramente, precisar cuáles son los deberes u obligaciones
contenidos en ellos. Y, si es verdad que el Derecho supone una reacción
institucionalizada frente a su incumplimiento, también deberá previsionar la sanción que,
reitero, en abstracto amenaza al incumplidor.
3 MONROY CABRA, Marco, Introducción al derecho, Bogotá, Colombia, 1998, Editorial Temis.
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Si fuera posible hacer operativo que todas las conductas de los hombres puedan
ser cumplidas o establecer las sanciones abstractas y sustantivas para el caso de
incumplimiento; si esa misión se agotaría con la creación y aplicación de normas
“programáticas”, “conceptuales” y “estáticas-disyuntivas” directamente deberíamos dar
por agotado nuestro análisis sobre el mundo normativo. Pero el plan que desarrolla un
sistema normativo es todavía más completo. Debemos dar a la luz, para servirnos de ella
de una cuarta estructura “molecular normativa” que, desde ya, la adjetivamos como
“dinámica-procedimental”.
Debo demostrar cómo esta nueva forma prescriptiva que adopta la norma y que por
su utilidad propia es tan necesaria como las tres anteriores para lograr los fines que se
propone el ordenamiento jurídico.
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Es una “necesidad verificable” que nos viene de la experiencia dada por la realidad
social, para que los individuos puedan realizar el tantas veces mentado “cumplimiento
espontáneo” de lo prescripto por el sistema legal, precisan servirse de otro tipo de
normas (a la par de las ya estudiadas) que le posibiliten concretar su finalidad personal
que coincide con la finalidad de los sistemas legales. Estas normas tienen, entonces, una
función y una estructura propia y distinta a las ya estudiadas y se caracterizan por asumir
la forma de “dinámicas/procedimentales”.
a) El peticionante (particular) y;
Y esta nueva estructura molecular, que permite enlazar a quien pide frente a quién
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tiene su razón de ser en el puro plano procesal, me refiero a la: acción procesal.
Ya advertí, más arriba, que la eventualidad del incumplimiento por parte del
destinatario de la norma (que no adecua su conducta al “deber ser legal”) está previsto en
los mandatos jurídicos sustanciales, bajo la estructura de normas estáticas/disyuntivas.
Pero si el incumplimiento es mantenido por el sujeto, pese a la abstracta sanción
amenazada en la norma sustantiva (y erradicada la opción de apelar al uso la fuerza o
auto-tutela) es necesaria, ahora, mediante otra clase de norma: lograr la efectivización
(concreción) de la sanción genérica.
La nueva forma normativa toma el nombre de acción procesal, y que luce como
una estructura molecular dinámica, trilateral, portadora de contenidos
pretensionales diversos.
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su fin.
Una de las notas distintivas que posibilita la discusión (pacífica) en el plano procesal
del afirmado conflicto de relevancia jurídica proviene del dinamismo estructural de la
norma. Es ese dinamismo el que provoca que los actos procesales de las partes se
conecten entre sí, y que fluyen desde el inicio hasta el final de la serie procesal,
provocando, en todo momento, el deber del tercero (juez o árbitro) de ir generando las
conexiones de los mismos.
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En la etapa confirmatoria
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En la etapa conclusiva
En la etapa recursiva
En la etapa ejecutiva
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En suma, que la conducta de una parte condicione y secuencie la conducta del juez
y la de su parte contraria, no significa otra cosa la demostración de cómo estructura la
norma dinámica el desarrollo de las mismas, evidenciando su trilateralidad (porque
enlaza a los tres sujetos) y proyectividad (a través del deber de conexión que
asume el juez) de los diversos contenidos pretensionales.
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Enuncié que la acción es una norma que tiene la virtualidad de ser portadora de
“contenidos pretensionales diversos”. Vale decir que la acción no se encuentra anclada
en el parcial binomio “acción-pretensión”, simbiosis que ocupó (y ocupa) casi con
exclusividad el discurso dogmático. Siempre se visualizó a la acción, tanto para
conceptualizarla como para diferenciarla, en el tramo inicial del proceso, es decir,
emparentada con la pretensión de postulación y con la demanda.
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La acción procesal es, en primer término, una norma dinámica que capta la
conducta de tres sujetos (en el ámbito civil: actor, demandado y juez y en el ámbito penal
el acusador, el órgano jurisdiccional y el imputado) y que genera la actuación
jurisdiccional (pública o privada) a través del proceso.
En el plano normativo del derecho procesal deben coexistir, para hacer inteligible al
mismo, prescripciones “programáticas”, “conceptuales”, “estáticas disyuntivas” y
“dinámicas procedimentales”. Pero la casi exótica presencia de éstas últimas sólo será
por excepción y transitoriamente porque sólo generan bilateralidad (extrañas al
esquema del debido proceso, siempre trilateral). Éstas se ubican, por caso, en un tramo
del despacho de las medidas cautelares o de aseguramiento de pruebas. Las mismas
pueden ser pedidas y proveídas por el Tribunal sin “audiencia” de la parte contra las que
se actúan (por razones de conveniencia u oportunidad). Pero esta “inaudiencia” será
temporaria y todo lo actuado deberá necesariamente proyectarse frente al cautelado para
respetar el derecho de audiencia, contingentemente suspendido.
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CAPÍTULO II
LOS DERECHOS, DEBERES Y CARGAS QUE GENERA EL EJERCICIO
DE LA ACCIÓN PROCESAL Y SUS ELEMENTOS
SUMARIO
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1. INTRODUCCIÓN
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Tocará explicar los términos que integran la definición antes expresada respetando
el orden cronológico en que los mismos han sido expuestos. Principiaré con el atributo de
derecho público, de rango constitucional e integrante del elenco de los derechos
humanos fundamentales.
Otra nota distintiva es que la acción procesal tiene raigambre constitucional ya que
integra el derecho genérico de peticionar ante las autoridades incluido en el artículo 14 de
la Constitución de la Nación Argentina que expresa:
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En otros términos: el ejercicio de la acción procesal para las partes queda regido
por los paradigmas constitucionales y refrendados con la re-categorización de derecho
humano fundamental. Al respetarse ambas prerrogativas quedará legitimada como el
instrumento que permite requerir la tutela jurisdiccional para las partes procesales.
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Y en ese adecuado juego de las cargas que deben observar los litigantes, subrayo
que cuando el actor abre el juego en el plano jurídico-procesal, ejercitando el derecho de
acción, si quiere obtener una sentencia favorable no deberá perder de vista que la carga
de la prueba de los hechos sobre los que articula su pretensión recae sobre el mismo. En
efecto, aunque este enunciado pareciera un simplismo, remarco que pesa sobre la
acusación (civil o penal) la construcción de la culpabilidad del demandado o imputado y
que, sólo excepcionalmente, el demandado o imputado en un proceso penal, en la
medida que afirme hechos propios (causas extintivas de las obligaciones, estado de
necesidad, legítima defensa, etc.) o el régimen jurídico de excepción (daños provocados
con cosas riesgosas o viciosas) se encuentra liberado de demostrar su inocencia,
precisamente porque goza de ese estatus jurídico. La reflexión apuntala una idea
dikelógica: que tanto en el ejercicio de la acción como en el desarrollo de la serie
procesal, los valores, en especial los conectados con las garantías constitucionales, no
pueden ser demeritados por las leyes de rito.
La adecuada labor cognoscitiva del juez sólo puede formarse por contrataste las
tesis afirmadas por las partes, mediante la amplia posibilidad de refutación. Así lo
expresa Luigi Ferrajoli:
4 FERRAJOLI, Luigi: Derecho y razón, p. 613. Expresa el autor: Esta concepción del proceso como contienda
o controversia se remonta, como se dijo en el apartado 10.4, al paradigma de la disputatio, elaborado por la
tradición retórica clásica y recibido, a través de la experiencia inglesa, en el proceso acusatorio moderno. Y
expresa los valores democráticos del respeto a la persona del imputado, la igualdad entre las partes
contendientes y la necesidad práctica -además de la fecundidad lógica- de la refutación de la pretensión
punitiva y de su exposición al control por parte del acusado.
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ejercicio al inicio y a lo largo de toda la serie no sería posible predicar jurídicamente por
un proceso judicial donde: dos parciales en igualdad discuten frente a una autoridad
que goza de imparcialidad.
2.2. Autónomo
5 CLARIÁ OLMEDO, Jorge, Teoría General del Proceso, Tomo I, Buenos Aires, Argentina.
6 Ibídem pág. 200.
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estos dos últimos, y a iniciativa del primero, han dado un matiz diferente a la misma
concepción.
No resulta dificultoso advertir que todas las teorías orientadas por esta corriente
concreta siguen siendo “sustancialistas” en su esencia. Esta característica no resulta
eliminada por el hecho de que se conciba la acción como un derecho distinto de aquel
cuya satisfacción se persigue en juicio (posición autonomista). En efecto; para sus
sostenedores, el poder de ejercitar la acción sólo existe como tal cuando se tiene el
derecho subjetivo, cuya tutela se reclama al Estado, y además, se tenga una
efectiva violación jurídica. Para todos los autores enrolados en esta corriente, desde el
punto de vista del poder la acción sólo corresponde a quien tenga razón. Para los
mencionados la acción solamente alcanza su finalidad con la obtención de una
sentencia favorable. De esta manera se niega la existencia de una acción infundada
(mejor se diría con fundamento no aceptable o rechazable) por decidir la sentencia que
carece de derecho quien la ejerce. Con más razón se niega la existencia de una acción
temeraria.
1.3. Abstracto
Sin embargo estas doctrinas orientadas por la corriente concreta dejan sin
explicación lo que a menudo se experimenta en la realidad del proceso judicial. En efecto,
es común que el proceso alcance su finalidad de actuación del derecho objetivo en el
caso concreto negándole al actor (demandante) el derecho subjetivo cuya tutela
exigió o cuya necesidad de tutela reclamó, declarando su no violación. Adviértase el
caso por ejemplo, de rechazo de la pretensión reivindicatoria por no haber sido nunca el
demandante propietario de la cosa o porque el demandado no le quitó la posesión de
ella.
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Siguiendo también en este segundo segmento a Clariá Olmedo me ocuparé del iter
(recorrido) hasta arribar a la caracterización del derecho de acción como un derecho
abstracto de obrar.
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Luego de este paneo por lo más granado del discurso del procesalismo científico,
creo haber compendiado la evolución y el concepto en la modernidad que aciertan sobre
la autonomía y la abstracción del derecho de acción, diferenciando ambas notas. No
obstante, en el capítulo siguiente, porque el estudio de la noción en el decurso de la
historia merece toda mi atención, ampliaré los conceptos vertidos. Pero,
metodológicamente, entendí oportuno integrar las nociones de autonomía y abstracción
en mi concepto de acción por cuanto es constitutiva en este segundo plano inteligible de
ella.
Una visión dada por la doctrina puso el acento en la idea que la acción contiene a la
pretensión inicial del actor y que acción y pretensión no pueden confundirse.
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epistemológico, recorte que ha sido compartido por varios doctrinarios de fuste. Sólo si
nos detenemos en la correlación de la acción con la pretensión ejercitada al inicio del
proceso, podemos caer en la ilusión óptica de focalizar que todo gira en torno a ésta
última y que la utilidad o el servicio que puede prestar la teoría de la acción para el
discurso científico no tiene relevancia.
Pero si tomamos distancia de este acto jurídico inicial ejercitado por el accionante y
ponemos la nota, por caso, en el ejercicio de la defensa, las posturas que introduzca el
demandado, éstas no pueden sino ser portadas por la misma norma dinámica, por la
misma acción, que posibilitará (también) que se integren dentro del proceso “otros
contenidos pretensionales distintos”. Al trasladar el examen sobre el servicio que
presta la norma dinámica a los pasos que integran consecuencialmente la serie procesal,
la teoría de la acción y la necesidad de remarcar el derecho de accionar “para las partes”
con prescindencia del color jurídico que tiñe lo postulado por las mismas todo el discurso
toma otro vigor científico.
Y si bien existen excepciones a esta tendencia doctrinal, como el caso del siempre
recordado procesalista argentino Clariá Olmedo, que haciendo honor a la estatura jurídica
que impregnó a su teoría general del proceso avizoró, hace muchos años la funcionalidad
de la acción a lo largo de la serie procesal.
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9 CLARIÁ OLMEDO, Jorge, Teoría General del Proceso, Tomo I, Buenos Aires, Argentina, pág. 135.
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La idea que la acción porta todos y cada uno de los contenidos pretensionales
antes expuestos me permite tomar distancia de aquella amalgama inicial de acción-
pretensión y fortificar a la utilidad dogmática de la fórmula que la concibe como: “la
norma dinámica, proyectiva, con contenidos pretensionales diversos a lo largo de
la serie procesal”.
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En primer lugar, posaré mi visión, que anticipo, presenta notas de diversidad con
relación a lo que se viene sosteniendo por la doctrina, sobre los sujetos que integran esta
relación. Me serviré de un interrogante para profundizar mi análisis: ¿quiénes son los
sujetos que quedan involucrados en la misma? Tradicionalmente, la doctrina procesal
Latinoamérica y, en especial, quienes tanto esfuerzo han puesto por desentrañar los
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elementos de la acción: Briseño Sierra y Alvarado Velloso han sostenido que son sólo
dos los sujetos de la acción: el actor y el juez.
Es que si la acción, como una nota esencial que la distingue, asume la calidad de
norma dinámica proyectiva, parecería que es natural que quede involucrado como un
tercer sujeto de la relación jurídica aquél sobre quien se proyecta (el accionado, en primer
término y luego las partes a lo largo de la serie). En el inicio de la misma, reitero, la
proyectividad generada por la estructura normativa que así lo posibilita, transporta un
acto de voluntad del actor: que el demandado le otorgue el bien jurídico pretendido.
Luego, el enunciar que los sujetos de la acción procesal son tres, se compadece
con el discurso que sostengo. Insisto: si el accionado, como sujeto procesal de la relación
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generada a partir del ejercicio de la acción puede oponerse a que esa acción se
“trilateralice” su figura, a mi juicio, integra el terceto inescindible de la relación jurídica que
mento. Pero, además, en la continuidad de la serie, recordando que Briseño define al
proceso “como una serie consecuencial de instancias proyectivas”, esa definición está
reforzando la existencia de las proyecciones de pretensiones realizadas ante un tercero
pero proyectadas tanto hacia el actor como al demandado, a lo largo de la serie procesal.
Continuando con el análisis sobre los elementos que integran la relación jurídica
procesal que se desarrolla a partir del ejercicio de la acción procesal: el examen me lleva
a una aproximación del objeto que se persigue con la acción. Tomo el término objeto en
su tercera acepción (como causa fin).
El isufilosofo argentino deja bien en claro cuál es el objeto primordial del derecho y,
a partir de este hallazgo la noción también permite su recepción para afinar el objeto del
derecho procesal en simetría con el del ordenamiento jurídico en general. Me explico: el
fin del derecho, en general, para Nino y del derecho procesal (también) es
primordialmente “pacificador”. El derecho, con su universo de prescripciones, busca
incentivar la cooperación de conductas de relevancia jurídica entre las personas. De
manera que el derecho más eficaz será aquel que logre que los integrantes de una
sociedad cumplan espontáneamente con la totalidad de los mandatos jurídicos. Esta es
una expectativa de máxima, una aspiración que asumimos no puede lograrse en su
totalidad.
Pero el derecho, como respuesta de ciencia que debe contemplar todas las
variables y las finalidades del objeto que menta debe asumir que algunos mandatos por
diversas circunstancias quedarán incumplidos. Entonces, como el reverso de una
moneda, deberá el propio sistema legal establecer las pautas que lleven a la sanción
jurídica que amenazará a los incumplidores, desde las sanciones prometidas por el
derecho sustancial.
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El derecho, frente al incumplimiento del “deber ser” tiene que establecer cómo será
la forma que adopte esa reacción institucionalizada. Y también debe organizar como será
la cadena que integrará la secuencia de amenazas y sanciones (concretas) que
apuntarán a los incumplidores del deber ser normativo. Luego, si el objeto primario del
derecho es (aún en el plano procesal) organizar normativamente un sistema que
(todavía) permita poner fin a una situación conflictiva de un modo cooperativo, esa
finalidad, a la que el derecho procesal no renuncia, me lleva a alterar algunas ideas sobre
cuál es el objeto primario de la acción procesal.
Remarco que el modo “normal” de terminación del proceso no es (no puede ser) la
hetero-composición emanada de la jurisdicción pública o privada. En este caso, el
ejercicio continuo del derecho de acción que deviene en una sentencia, es decir, un acto
de autoridad, un reparto autoritario (para expresarlo en la terminología trialista), es en
donde se remarca en toda su crudeza el árido paradigma vencedor/perdedor.
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postura (y que por eso la hizo valer en el proceso), sentirá una frustración muy fuerte. Al
quitarle “su razón” el juzgador, lejos de acallar las pasiones las exacerba. La sentencia
viene a ser la “última ratio” para erradicar la fuerza ilegítima en la solución de los
conflictos jurídicos.
Y la dogmática procesal a partir de no tener la visión del fin primordial del derecho y
que éste no se resignaba por entrar las partes en un litigio tuvo una visión (que no
comparto) sobre el objeto que persigue la acción al ser promovida a lo largo de la serie:
se sostiene que la finalidad de la acción procesal es la obtención de una sentencia
cualquiera fuera el color de la misma, es decir, privilegia o focaliza el fin más
“traumático del debate” la hetero-composición por un tercero del conflicto.
En los supuestos que el incumplimiento del “deber ser normativo” sea mantenido
por el sujeto (pese a la abstracta sanción que lo amenaza desde la norma sustantiva) se
debe pasar a los mecanismos de sanción concreta. Aquí entra en juego la ciencia
procesal y sus productos formativos: los códigos procesales civiles, administrativos,
laborales, penales, (que prescriben los mecanismos de validación para llegar a la sanción
concreta-institucionalizada). Si el accionante sostiene la existencia de un conflicto de
trascendencia jurídica, afirmando ser titular de un “bien de la vida” que supuestamente le
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Por lo que llevo expuesto rescato los dos objetos que se persiguen en el ejercicio
de la acción: uno inmediato y otro mediato. Veamos:
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donde esté en juego el orden público). Pues bien, si esta es la única solución va de suyo
que no podrán auto-componerse. No obstante, este dato de la realidad jurídica,
excepcional por cierto, no hace perder de vista que cuando se pueda, el objeto inmediato
de la acción siempre será -y por el que no se debe renunciar- los fines cooperativos ya
explicitados.
Por cierto, que concretar esta elevada aspiración consumió varios siglos en la
historia de la humanidad y todavía no es un capítulo cerrado (la fuerza sigue presente
cuando el individuo hace justicia por mano propia y también cuando los Estados
solucionan sus conflictos entrando en la solución bélica, por citar dos ejemplos).
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En todo caso, la concepción, o mejor aún, la finalidad de la acción y las ideas que
esbocé sobre la misma nunca estarán separadas de una ideología en la que se resalte
que la acción, el proceso y la jurisdicción son miradas como herramientas o funciones
que se justifican, si sirven para garantizar los derechos de las partes, establecer límites al
poder del Estado y validar la pena que los órganos de la jurisdicción puedan imponer.
Todo ello: sólo si se han respetado los ritos, los pasos previos que la tornen un acto de
racionalidad y no de pura arbitrariedad.
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CAPÍTULO III
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ACCIÓN
HACIA UN CONCEPTO MODERNO
SUMARIO
1. Evolución de los estudios sobre el derecho de la acción procesal. 1.1. Referencia
a las diversas batallas que debió librar la acción procesal para desenvolverse de
ciertas ataduras. 2. Los primeros vestigios de la acción en los sistemas jurídicos
antiguos. La actio concebida en un sentido formal y material. 3. La teoría que ancló
la confusión de la acción con el derecho material violado. 3.1. La batalla de la
acción procesal por desmembrarse de la pretensión. 4. La batalla por la
abstracción del derecho de acción. La lucha por la libertad. 4.1. La conquista
alcanzada por el procesalismo científico. 4.5. Los malogrados retrocesos al avance
conceptual de la acción procesal. 5. La acción en la modernidad. La dinacimidad de
la acción. 5.1. Teoría dinámica de la acción de Humberto Briseño Sierra.
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Los primeros vestigios relevantes para otorgar notas de juridicidad a la acción los
ubico en el Derecho Romano. Este sistema jurídico fue quizás el precursor en ubicar a la
acción (si bien con una concepción muy diferente) como la primera herramienta necesaria
para poner en marcha los mecanismos de resolución de conflictos humanos.
1.1. Referencia a las diversas batallas que debió librar la acción procesal para
desenvolverse de ciertas ataduras. La lucha por la paz
Me permito en este tramo aclarar que he optado por denominar a los diversos hitos
históricos por los que ha transitado la acción procesal, con el común denominador de
“batalla”. El sentido del término es porque considero que el derecho encierra una
necesidad intrínseca que es el de “luchar” para imponer su ideario y lograr aciertos, no
sólo en la dogmática, sino en las estructuras políticas y jurídicas de los estados. El
derecho “lucha” por la “paz” porque allí termina su cometido.
Quién trajo al ruedo el término “lucha, batalla y derecho” fue Rodolph Von Ihering.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
En su obra titulada “La lucha por el derecho” nos demuestra un fresco de lo que es la
lucha contra la injusticia y que esa lucha es el medio necesario para la construcción de
los sistemas jurídicos.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
en manejar la balanza.
Volviendo a mis reflexiones, la acción, como paso civilizado para introducir la lucha
por el derecho en el campo procesal, no quedó ajena a esta batalla generalizada. Ya se
verá cómo debió adaptarse, según las épocas transcurridas, para ganar efectividad en la
realidad.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
tipo de violencia contra su deudor para que cumpla con la prestación debida. Luego,
durante la época llamada Edad de Oro del Imperio, uno de los Antoninos, Marco Aurelio
(apodado el Sabio) estableció por decreto un concepto más amplio de castigo de la
violencia, previendo una sanción civil para aquel que la ejerza en defensa de sus
derechos.12
Las legis actione fue el primer procedimiento que tuvo lugar en la Ley de las XII
Tablas y se caracterizaba por un riguroso formalismo verbal en el que las partes hacían
sus respectivas declaraciones por medio de solemnes fórmulas. El reclamo debía
basarse literalmente en la ley de las XII Tablas y bastaba pronunciar una palabra no
usada en la ley para que quien cometía el error perdiera irremisiblemente el juicio..14
Posteriormente, se reformó el procedimiento de las acciones de ley mediante la sanción
de la Ley Aebutia (130 A.C.) que introdujo el procedimiento formulario, facultativo, que
perdudará hasta el siglo III, y que omitía la exigencia de palabras rituales y ciertos
12 Ibídem
13 ARANGIO Ruiz, Código Civil, Ed it. Pos. As. 10, pág. 121.
14 Solimano Louzan de Nelly, Curso de historia de Derecho romano, pág. 177.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
formalismos.
La palabra actio empleada por los romanos tenía un doble sentido: uno formal
“como instrumento que abre las puertas al proceso” y un sentido material como
“reclamación de un derecho civil obligatorio” (“En este último sentido, Celso nos da su
definición: “La acción no es otra cosa que el derecho de perseguir en juicio lo que a
uno se le debe”).15 Además, la actio era concedida por el magistrado a la persona y sólo
podían ser de tres clases: personales, reales o mixtas.
Acción real o “in rem “, a la que Maynz define con un concepto negativo: “Es toda
acción que no es personal (emanada de un derecho real sucesorio o de familia)”,
haciéndose valer con ella los derechos sobre las cosas. (Por ejemplo, el titular de un
derecho de propiedad que reclama la cosa de la cual es dueño a quien no lo es).
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
formalidades fijadas por el Colegio de los Pontífices. Por esto y por su carácter religioso,
se la llamaba actio sacramenti (sacramentum significa “apuesta”). El litigante que perdía
debía pagar. Y el monto de lo apostado en calidad de pena, no era para el adversario
sino para el tesoro público, pues las sumas provenientes del ejercicio de esta acción eran
destinadas al culto público.
Legis actio per condictionein: esta acción se utilizaba para reclamar un crédito
determinado en dinero. Perderla no imponía multa alguna; no obstante, suponía una
acción más rápida y la menos onerosa de todas.
Legis actio per iudicis postulationein: según la Ley de las XII Tablas se utilizaba
para los juicios de acciones divisorias: partición de herencia, división de condominio y
confusión de límites.
La manus iniectio: esta acción es ejercida con el fin de que el acreedor se apodere
de la persona del deudor, en su calidad de esclavo y para prestarle servicios en el
supuesto que el deudor sea insolvente (era un supuesto de aprehensión corporal).
El resultado que –otrora- los pensadores se hayan anclado por casi una centuria en
la confusión del derecho material con la acción le hizo un flaco favor a una teoría
concreta sobre la misma. Las razones también devinieron por el gran apogeo que tuvo el
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Desde las primeras concepciones romanas hasta los pensamientos teóricos de los
juristas alemanes que reflexionaban sobre la existencia del derecho subjetivo como un
poder jurídico, en un momento determinado, comenzó asomarse una segunda batalla:
“La batalla de la acción procesal para desmembrarse del derecho material violado”.
Siguiendo las líneas investigativas del jurista Carlos Ramirez Arcila en su obra “Derecho
procesal”18, desarrollo el siguiente análisis:
Los juristas alemanes que sentaron las primeras bases diferenciadoras entre acción
y pretensión fueron Bernhard Windscheid y Theodor Müther.
17 BORDA G., Derecho Civil parte general, t. I, n° 24. Agrega el autor: Esta teoría de la esencia del derecho
subjetivo es sólo una muestra de la concepción individualista acerca de la materia, por eso recibió desde el
siglo pasado diversas críticas: que la voluntad del sujeto es un aspecto dinámico del sujeto en su pleno
ejercicio y goce del mismo y no estático del sujeto como propone Savigny. Finalmente, al apoyarse
exclusivamente en la voluntad del titular puede darse la posibilidad de que exista un ejercicio arbitrario o
inmoral que no puede ser tolerado.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
En el año 1868, Von Bülow fue el primer jurista en hablar de “derecho procesal”
como una ciencia independiente, además de concebir que el proceso es el resultado de
la acción y ésta sólo nace con la demanda y se define como el derecho de obtener una
sentencia justa. Bülow, no habla de sentencia favorable sino de sentencia justa, pero
18 RAMIREZ ARCILA Carlos, Derecho Procesal, Edición Librería del Profesional, Colombia, 2001.
19 CHIOVENDA, Giusseppe, La acción en el sistema de los derechos, en Ensayo, Tomo I, pág. 8
20 WACH, ADOLF. La pretensión de declaración, Buenos Aires, Ejea, 1962, pág. 59.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
aunque para él la acción no existe como derecho subjetivo, sino a partir de la demanda,
todavía no se desliga totalmente de la existencia de este derecho para que pueda
configurarse la acción. Según este pensador, el proceso es una relación pública entre las
partes y el Estado, y la acción no se dirige contra el Estado, sino frente a él.
3.2. La batalla por la abstracción del derecho de acción. La lucha por la libertad
Una tercera batalla tuvo lugar cuando la acción procesal dirigió su lucha por lograr
la “abstracción” para el reconocimiento de su libre ejercicio. Se pretendía buscar un
nuevo ángulo para sostener un discurso diferente por medio del cual: no debiera
admitirse ningún tipo de cortapisas que pudiera dificultarle al litigante a recibir servicio de
justicia debido por el Estado.
Esta disputa de carácter central, por su trascendencia, la denomino “la lucha por la
libertad de acceder a la jurisdicción” por cuanto, era ya tiempo que al particular no se
le debía condicionar su acceso frente a este poder del Estado, el jurisdiccional, para
recibir de él el servicio de justicia necesario que resolviera los conflictos intersubjetivos de
intereses de relevancia jurídica en los que estaba involucrado.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Por la época que transitaban estos autores, recibieron profundas y largas críticas
que los llevaron hasta abdicar de estas ideas porque, según la opinión en general: eran
los juristas que defendían la tesis del derecho “de los que no tenían razón”21. El
cambio de concebir a la acción como un derecho abstracto era muy fuerte para la época,
y hasta inconcebible para juristas que entendían que con esta concepción no se hacía
“justicia a la razón” sino a los “sin razón”.
El doctor Eduardo Carlos, en sus términos, reseñó esta ambivalente situación de los
pensadores:
El pensamiento procesal también recorrió el país itálico donde apareció uno de los
creadores de la ciencia moderna del derecho procesal. El profesor de las Universidades
de Roma y de Bolonia, el reconocido maestro Giuseppe Chiovenda. En su conferencia
de apertura del curso de la Universidad de Bolonia en febrero de 1903, “L’ Azione nel
sistema dei diritti”, se hizo eco de las teorías del derecho concreto y preconizó la tesis del
21 Los críticos para derrotar los originarios conceptos de Degenkolb y a Plosz, argumentaban titulaban los
“precursores de la teoría de la acción de la acción como derecho abstracto” como los “derechos de los que no
tienen razón”.
22 EDUARDO CARLOS, Introducción al estudio del derecho procesal, Buenos Aires, Ejea, 1959, ps. 263 y ss.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
El maestro italiano ubicó a la acción procesal como uno de los poderes jurídicos
que se agotan en su ejercicio, sin que otra persona para satisfacerlos esté obligada a
hacer u omitir. Además, el ejercicio de ese poder asume como efecto el vínculo de otro
sujeto pero que no está obligado a corresponderlo.
23 CHIOVENDA Giuseppe, Instituciones de derecho procesal civil, Madrid, Rev. de Derecho Privado, 1954, T.
1, t 26. Op. cit., T. 1, pág. 26.; La acción… en Ensayos… T I pág.6.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
siguiente: "La acción, como todos los derechos potestativos, es un poder directamente
ideal, es decir, el poder de producir determinados efectos jurídicos de la ley. Este poder
se ejercita mediante una declaración de voluntad relativa a los efectos que se pretende, y
no requiere ninguna acción física, sino aquella que es necesaria para manifestar y
mantener durante el proceso la voluntad de que sea actuada la ley (demanda judicial)”.
Otra crítica recibida fue por la de concebir a la acción como de naturaleza privada y
no pública, porque se ejercita principalmente frente al adversario pese la necesaria
existencia del Estado. El error estribó porque los órganos jurisdiccionales no activarán su
magisterio sino fue previamente requerida su intervención. Los jueces siempre actúan por
rogación; por ello es importante ese poder jurídico “dar vida a la condición” para lograr
formar un proceso y la “actuación de la voluntad de la ley” que se obtiene mediante la
sentencia. En esos términos, la acción se dirige frente al Estado en la persona del juez y
contra el adversario (demandado) que sufre los efectos jurídicos de ese poder (acción).
Por eso habría un justo equilibrio para esta concepción entre: “individuo” y “Estado”, es
decir, “libertad” y “autoridad”.
También opina Ramírez Arcila: “Cuando rechazamos que en esta época se trate de
darle vigencia a las tesis de Chiovenda sobre la acción, no por eso desconocemos el
mérito que en su momento tuvieron. Los méritos del maestro italiano hay que apreciarlos
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
por el lado de la inquietud que despertó al trasladar de Alemania a su país las tesis de
Wach, y sobre todo al establecer muchos de los principios del nuevo derecho procesal,
pero no por su definición de la acción, "que bien vista como él dijo coincide con la de las
fuentes romanas", y en cuanto a lo de derecho potestativo, estuvo todavía menos
acertado el ilustre maestro”26.
De esta manera, la acción desde el punto de vista de las partes se la vio como un
derecho subjetivo que no es privado, sino público, más exactamente “es uno de aquellos
derechos públicos subjetivos que se llaman derechos cívicos”27. El sujeto pasivo de la
acción no es el adversario sino el juez que es el encargado de proveer la demanda.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Agrega:
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
La acción es considerada una especie dentro del derecho de petición siendo éste
un derecho genérico constitucional mediante el cual se relaciona al “pueblo y al
gobierno”. Couture criticó la clasificación de las acciones que responden muchas veces a
una clasificación de los procesos (ordinarios, sumarios y ejecutivos) o por la competencia
en razón de la materia (civiles, penales, mixtas) o al derecho que es objeto de la
pretensión (reales, personales, mixtas).
La especial concepción sobre la acción procesal del español Jaime Guasp, le trajo
varias críticas del parte del pensamiento procesalista en virtud que muchos entendieron
que ciertas ideas produjeron un retroceso teórico a la investigación emprendida sobre la
materia.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Quien se sumó a las idas de Jaime Guasp, fue el recordado maestro argentino Lino
Palacio, al entender que la acción: tiene una función procesal que antecede a todo acto
decisorio definitivo. Recién la acción se configurará como tal, cuando se obtenga una
sentencia favorable. De este modo sólo habrá ejercicio de acción procesal cuando las
partes hayan obtenido una resolución judicial definitiva favorable; y, en cambio, carecerá
de acción aquel que no arribe a la misma.
Entonces, no es cierto que para Palacio la acción sea una función procesal, ni que
sea presupuesto de la acción procesal el dictado de una sentencia favorable puesto que
de por sí el dictado de una sentencia (favorable o no) importa su dictado por un simple
derecho de pedir, que hizo activar a la jurisdicción motivando la resolución del conflicto
que le puso en conocimiento el actor (haya o no haya tenido razón).
Para este ilustre tratadista, el elemento esencial del proceso era la pretensión
procesal (y no la acción), esto mismo lo sostuvo en su obra Manual de derecho procesal
civil. En ella refiere que todo proceso consta de un elemento subjetivo y de un elemento
objetivo, y que lo que importa en el proceso es una determinada actividad. Así lo
418.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
“El elemento objetivo del proceso puede hallarse constituido por una
pretensión o por una petición extra contenciosa, según que,
respectivamente, la intervención del órgano sea requerida para definir un
conflicto o para, constituir, integrar o acordar eficacia a una relación
jurídica"38.
En el capítulo V de esta obra, en las generalidades del objeto del proceso, dice el
profesor argentino: "Es objeto del proceso la materia alrededor de la igual gira su
iniciación, desenvolvimiento y extinción. Dicho objeto se halla representado por una o
más pretensiones o peticiones extra contenciosas, según se trate, respectivamente, de
un proceso contencioso o de un proceso voluntario"39.
El pensador argentino, como vemos, no se inclina por ninguna de las dos teorías
que giran alrededor de la acción, como derecho concreto y abstracto de obrar. Sostiene
que el esclarecimiento del concepto esencial de la acción procesal es infencunda y por
tanto se acoge, como ya lo hemos sostenido, a los ideas del español Jaime Guasp. Así lo
expresa:
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
De esta manera, Palacio comparte las conclusiones de Jaime Guasp diciendo: "que
conducen a dicho autor a reemplazar el estudio de la acción por el de la pretensión
procesal". Lo que no parece posible es cómo pueda explicarse que por la sola sustitución
de los nombres, y que inclusive tienen arraigo tradicional, como así lo reconoce Guasp,
puedan solucionarse los problemas que se le asignan a la acción”42.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Enseña Briseño que cuando nos detenemos a observar la experiencia de los actos
del accionante al momento de deducir demanda, éste realiza una conducta dinámica,
verificándose así la idea que preside la figura procesal: el dinamismo. De esta manera, y
sin perjuicio de lo que se observa en la realidad, el dinamismo procesal no se encuentra
en la actividad material y aislable de las partes sino en la propia normatividad
procesal que se verifica en la “consecuencialidad de conductas”. Es decir, que esta
consecuencialidad de conductas hace a la condición de aplicación de la deonticidad de la
norma dinámica.
En otros casos, dice Briseño, como los contratos complejos que se dan en la
43 No obstante, Briseño reconoce que la “idea de dinamismo en la normatividad fue ya percibida por Bülow al
sostener que frente a la relación de derecho privado el proceso resultaba una relación que avanza
gradualmente y que se desarrolla paso a paso. La circunstancia de que una norma jurídica pueda establecer
ese avance de relaciones, da la tónica de la dinámica procesal. Desde la aparición de la obra de Bülow, se ha
venido afirmando que el proceso es una relación jurídica, y aún se le ha querido definir por esta vía. Pero la
doctrina ha puesto énfasis en la consistencia pública de la normatividad, y ha efectuado una transposición de
conceptos, hablando de la acción como un derecho dinámico.” Véase Op. cit., pág. 166.
44 BRISEÑO SIERRA, Humberto, Compendio de derecho procesal, Humanistas, 1989, pág. 166.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Es por eso que Briseño distingue entre las normas estáticas y dinámicas. En la
primera, y que también regulan las relaciones contractuales, la función se refiere a una
pareja de términos: “si es A, sino es B es C”. En este tipo de normas no se realizan dos
proposiciones consecuenciales, puesto que el obligado debe cumplir con su prestación o,
en caso que no lo haga, tendrá una sanción.
Distinto lo que ocurre con la estructura de las normas dinámicas cuya función
transita de relación a relación (que forma una suerte de programa para su desarrollo) y
una secuencia que implica la localización sucesiva de relaciones. Esta consecuencialidad
de la que nos habla Briseño, como contenido interno de las normas dinámicas, se debe a:
“mover la atención de una conexión a la siguiente, de manera que a priori se
conoce el procedimiento, la secuencia o transitividad de las conexiones de
conductas. Aunque fuera de la norma, se observan empíricamente contactos,
aproximaciones de conductas, no puede hablarse de procedimiento o normatividad
dinámica si no se ha previsto el programa normativamente”45.
66
Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
destinatarios”46.
Además:
además del parlamentario se puede hablar del administrativo y aún del convencional o privado. Ibídem, pág.
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168.
52 Ibídem, pág. 168.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
tercero por trasgresiones cometidas por los particulares. La querella recibe ese nombre
por la naturaleza de la pretensión que contiene.
Así lo justifica su mentor respecto que la relevancia en este tipo de instancias es la:
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Reconocemos en la acción y desde antiguo, que fue una figura que no presentó
interés para los pensadores de la ciencia del derecho en general y para el derecho
procesal en especial.
La acción, desde la otrora actio conocida por los romanos en su derecho antiguo,
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
La segunda batalla, como hemos visto, se presentó cuando también se tomó nota
de que el ámbito de la acción no era el privado sino público. A partir del pensamiento
ilustrado donde adquiere status jurídico los poderes y los deberes en cabeza del Estado,
con la característica de sus relaciones interdependientes y, donde los órganos
jurisdiccionales y su actividad de jurisdecir eran distintos de los de administrar, aparece –
ahora sí- la indiscutida figura de los jueces actuando como una autoridad pública
institucionalizada.
Como vemos, tuvo que incursionarse (y mucho) en el siglo XX para que se llegara a
concebir que ese derecho público y autónomo de accionar no requería la demostración
de la existencia del afirmado derecho material violado. Es decir, que podían accionar
quienes estaban convencidos de la violación del mismo y aquellos que sabían que no lo
tenían. Esto podía entenderse hasta una exageración pero, en todo caso, era (y es) el
precio a pagar por la elección de reservar el monopolio de la solución de los
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Finalmente, reitero las ilustrativas reflexiones de Eduardo Couture sobre esta última
batalla. Entre sus pensamientos nos decía: el concebir que el derecho de acción se
desvinculó —por fin— del afirmado derecho material violado, es decir, de la fundabilidad
de la pretensión esgrimida, tal hito significó, para la ciencia procesal, un
“descubrimiento” de la misma importancia que tuvo para la física “la división del
átomo”. Aconteció, entonces, que uno de los principales dilemas de la dogmática
procesal empezó a esclarecerse porque se aisló de la acción procesal (ahora un derecho
publico, autónomo y abstracto) del acto pretensional que portaba.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
CAPÍTULO IV
SUMARIO
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Teniendo presente que su ejercicio es el que permite (es su antecedente) para que
el proceso nazca a la luz, se inicie y prosiga hasta su culminación, bien sea por auto-
composición de las partes, bien por la hetero-composición pública o privada, la exigencia
de requerir una mención expresa se justifica teniendo presente la directa relación que
enlaza la posibilidad de accionar (al inicio y durante toda la serie procesal) con la
concreción de valores trascendentes como la libertad y la dignidad humana. Fundaré en
el parágrafo siguiente estas afirmaciones.
Depalma.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
servir como rampa de lanzamiento para ampliarlas hasta el horizonte que se quiere
alcanzar en el presente.
De esa lucha por la subsistencia donde los hombres se aglutinaban para poder
seguir viviendo pero sin remordimiento alguno por la muerte de quienes podían ser un
obstáculo para la vida, el camino que se debió recorrer no fue menor.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
gobierno difuso de grupos humanos que sólo supo evidenciar –en la historia humana- un
anarquismo ineficaz para lograr una convivencia pacífica y social.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
En este juego o equilibrio de factores que implica tanto el ejercicio del poder como
el respeto de los derechos individuales a partir de la instauración de un orden jurídico,
desde los distintos tiempos históricos, tuvo siempre cuotas de “ambivalencias". Como lo
enseña Gusieppe Lumia: la ambivalencia es una de las características que está siempre
presente en las “relaciones entre los individuos, la sociedad, el Estado y el Derecho. Es
que la consecución de los fines esenciales de la propia especie humana exige, lo
reiteramos, la instauración de un “orden social”, esto es, de un “condicionamiento" de las
acciones individuales con objeto de conseguir la realización de esos fines “sociales”63 que
son imprescindibles en los contextos jurídicos y políticos actuales para la consecución del
bienestar general o la atenuación de los conflictos propios de la convivencia. El extremo a
resolver, de última, es el de establecer: qué precio (libertad) está dispuesto a pagar el
individuo, por esta especie de “trueque de valores”.
Entonces, que el punto de partida de los posibles conflictos del hombre (en su
convivencia social y no en su vivencia solitaria) se lo ubique a partir de una concepción
hobbiana (el hombre sumido en el miedo, en la desconfianza y en la envidia), o bajo la
idea lockeana (que, siendo racional es -a la par- egoísta); o bien bajo la concepción
rousseana (siendo naturalmente feliz pero luego se vuelve alienado); lo cierto es que,
adoptando cualquier punto de partida de estas variantes filosóficas, la reglamentación
jurídica de las conductas, por un lado, y la idea de “lucha” o “disputa”, por el otro,
desnuda que: cada individuo pugna por la satisfacción de su interés, de sus deseos,
y pone sobre el tapete su natural egoísmo y la apetencia de satisfacer el mayor
número de sus deseos aún sacrificando los de sus semejantes.
63LUMIA, Giuseppe, Principios de Teoría e Ideología del Derecho, Madrid, España, versión castellana, Ed.
Debate, 2000.
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64 BENABENTOS, Omar Abel, Teoría General del Proceso, Tomo I, Argentina, Editorial Juris, 2003.
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Por eso, nuestro filósofo hace la siguiente reflexión especulativa: ninguna persona
(siendo libre) emprenderá conducta alguna sin que ella se transforme en una posibilidad
de acción para los demás sujetos que son tan libres como él. Su situación de libertad
siempre lo será en relación con los demás (nunca en soledad). La interferencia de
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Una salida racional para combatir los conflictos, ese “mal jurídico social” —de
carácter endémico— es darle respuesta civilizada, previsible, institucionalizada y fiable a
los sujetos enfrascados en la disputa. Y esa respuesta debe ser dada sin cortapisas
porque hoy, sería una ficción negar que muchos conflictos se siguen resolviendo en
forma directa y violenta por los afectados. El repeler los hechos delictivos por las propias
víctimas. La figura del vengador individual hasta cuenta con el beneplácito de la sociedad
que entiende que la justicia llega tarde o nunca a poner fin a los conflictos jurídicos.
Esa respuesta, hoy más urgentemente que nunca, tiene que dar el Estado deviene
a partir de la “petición de los hombres a sus autoridades de resolver la controversia
que se suscitó entre ellos”. Lo trascendente es el modo y la forma en que se preparara
para actuar, mejor aún, para responder, pronta y satisfactoriamente, frente a los “pedidos”
del potencial justiciable. El Estado tiene que “abrir sus puertas”; dar el marco, el cauce y
el camino, para que los hombres “pidan” dentro de un contexto ya "previsionado". Su
esfuerzo debe apuntar a la creación de sistemas de procesamiento idóneos para ofrecer
respuestas judiciales efectivas. El punto esencial es que también debe actuar con la
misma intensidad de las necesidades que le exponen los individuos.
Algo llevo dicho sobre el tema: el convivir genera profundas ambivalencias, de ello
nos dan cuenta las teorías sociológicas. A su vez, el propio derecho encierra, también,
buena cuota de esas ambivalencias que vengo apuntando. Como tantos temas centrales
en la vida de los hombres y el sentirse incluido y protegido en las sociedades
jurídicamente organizadas, debe encontrar de modo imperativo el justo punto medio para
resolver esa permanente tensión que existe entre él y el Estado.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
Por ello sostenemos que la acción procesal, como derecho humano de pedir
respuesta jurisdiccional es un derecho: que se entrelaza con la vida de los hombres
desde su propia constitución humana y social. En este sentido, el “pedido a la
autoridad para el procesamiento y resolución de sus conflictos humanos” hace también a
su condición humana de vida y a su relación con los demás. Sencillamente, es uno
de los derechos que visualiza y realiza al hombre en su todo ser.
Un Estado que se precie de llamarse “De Derecho” no puede concebirse como tal
sin garantizar un servicio de procesamiento y juzgamiento efectivo a favor de todos los
individuos que pactaron para crearlo. Va en ello su legitimidad y validación.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
66 PEREZ LUÑO, Antonio E., Los derechos fundamentales, Madrid, Editorial Tecnos, 1984, pág. 46.
67 MASSINI CORREAS, C.I., y SERNA (eds.), El Derecho a la vida, pág. 185. Cabe señalar, por otro lado,
que las declaraciones de derechos contienen al derecho natural, o sea, objetivan positivamente los criterios
de justicia en cuanto a la persona humana se refiere. Es una cristalización, un precipitado cultural de la
justicia. Conf. RENARD (Georges “Introducción filosófica al estudio del derecho”, T. III, p. 98 cit. por BIDART
CAMPOS, Germán J. “Derecho Constitucional”, Op. cit., Tº II, pág. 96.
68 MASSINI CORREAS, C.I., y SERNA (eds.), El Derecho a la vida, pág. 179-243, Pamplona, EUNSA, 1998.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
De tal manera que se obra contra las reglas morales cuando una persona se la
considera nada más como medio o “instrumento” para obtener algún fin (un ejemplo de
esto es la esclavitud, donde el cautivo se lo utiliza para “picar piedras” al igual que un
asno para transportar cargas; igualándose al hombre con un animal no racional o con una
máquina). Lo que constituye la condición para que algo sea un fin en sí mismo, eso no
tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor intrínseco y propio, que se lo
determina como: dignidad.
Por eso la diferencia entre “persona individual” y “Estado” es que la primera es una
realidad en sí misma, y debe ser tratada como un “fin en sí mismo”. En tanto el Estado
como persona (artificial), es un medio para realizar fines eminentemente humanos. El
Estado no es un fin en sí mismo, por ello sólo se constituye y se desarrolla dentro de un
contexto de protección, garantizador y realizador de los derechos del hombre, atento que
la persona creada artificialmente debe estar a su servicio. Entre esos derechos está el de
permitir y recibir —necesariamente— las acciones entabladas por los hombres para
resolver sus conflictos.
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Teoría de la acción procesal en la modernidad Mariana Fernández Dellepiane
siempre como persona. De ahí que todo ordenamiento jurídico que reconozca a un
Estado democrático jamás estará legitimado sino asume como primer reconocimiento la
dignidad de la persona humana y todos los derechos que le son inherentes. Las leyes
son puestas para el hombre y no el hombre para las leyes.
El respeto a la dignidad humana se entiende que todas las personas tienen las
mismas posibilidades y capacidades de realizarse humanamente, contando para ello, con
la promoción y el auxilio de los poderes públicos y privados. En estos términos: La
dignidad se presenta como un principio constitucional que porta valores sociales y
que prohíbe que la persona sea tratada como un mero objeto de poder del Estado.
Respetar y proteger la dignidad humana es obligación de todo poder público.
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el Estado en relación con la sociedad tiene el deber de ocupar el rol de garante de los
derechos esenciales del hombre.
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Bibliografía utilizada
ALSINA, Hugo Tratado Teórico Práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial, Tomo I a
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