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EL ARTE DE EDUCAR

EN FAMILIA

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MATERIALES PARA EDUCADORES
Últimos títulos publicados

80. Un personaje para cada día. Antonio González.


81. Aprender a escribir teatro en Secundaria. Maxi de Diego.
82. Manual para la educación especial. C. Domenech-À. Pujol.
83. Trabajamos los valores en Primaria. Ana Prieto-Manuela Guzmán.
84. Los diez derechos del niño. José Real Navarro.
85. Animar a leer desde la biblioteca. Juan José Lage Fernández.
86. Danzas del mundo/2. Ángel Zamora.
87. Cuentos y escenificaciones para Primaria. Isabel Agüera.
88. Tutoría de valores con preadolescentes. María Carmen Izal Mariñoso.
89. Adolescentes y sentido de la existencia. Purificación Tárrago-Fabián Moradillo-Mª Jesús Picot.
90. Un centro 3 S. Irene Monferrer.
91. Cosas de niños. Pilar Montes-Eduardo Soler.
92. Versos para aprender lengua y literatura. Ana Riofrío.
93. Sembrar valores, recoger futuro. Fernando Lafuente-Noelia Cisneros-Emilio Gómez.
94. Animación a la lectura con niños. Isabel Agüera.
95. Formación humana en Primaria/3. Sonia López-Yolanda López.
96. Educar con imágenes/3. Hermino Otero.
97. Adolescentes, inmigración e interculturalidad. Fabián Moradillo-Socorro Aragón.
98. Ortografía castellana. Francisco Javier Diosdado.
99. Educar en la interculturalidad. José Real.
100. Cuentos populares y creatividad. Rosa Huertas.
101. Animar a la lectura jugando. Mª Jesús Otero.
102. La solidaridad es vida plena. Edgardo Rubén Cárdenas.
103. La lectura a escena. Isabel Agüera.
104. Cuentos para portarse bien en el colegio. Jesús Jarque.
105. Animación a la lectoescritura. Purificación Cavia.
106. Poesía popular infantil y creatividad. Rosa Huertas.
107. Adolescentes y educación para la convivencia. Fabián Moradillo.
108. Aprovechamiento didáctico de Internet. Jesús María Nieto.
109. Amor y sexualidad. Santiago Galve.
110. Fábulas del siglo XXI. Fernando Lafuente-Noelia Cisneros-Emilio Gómez.
111. Personajes de la Historia Antigua y Media. José Luis Sierra.
112. Los cuentos de la tortuga. Eduardo Soler.
113. Aprender a pensar en Primaria. Blanca Gómez-Luis Carrascosa (coords.).
114. La vuelta al curso en 80 días. Jesús Villegas Saldaña.
115. Personajes de la Historia Moderna y Contemporánea. José Luis Sierra.
116. Educar en la sostenibilidad. AA.VV.
117. Cómo mejorar la convivencia. Ana Prieto-Manuela Guzmán.
118. Motricidad en Educación Infantil. Ana Ponce de León-Rosa Ana Alonso (coord.).
119. ¡Hoy es fiesta! Carmen Gil.
120. Fonética inglesa divertida. Jalena Bobkina-Miriam Fernández de Caleya.
121. Lecturas y juegos para los más pequeños. Isabel Agüera.
122. Infancia y ciudadanía. Mª Jesús Picot-Fabián Moradillo.
123. Coeducación en el cole. Carmen Gil.

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124. Cuentos para educar en valores. Laureano Benítez.
125. Dificultades de aprendizaje en Educación Infantil. Jesús Jarque.
126. Creatividad, lenguaje y nuevas tecnologías. Isabel Agüera.

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SOFÍA PEREIRA

EL ARTE DE EDUCAR EN FAMILIA


Ayudando a nuestros hijos desde su nacimiento hasta la mayoría de edad

EDITORIAL CCS

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Dibujos: Patricia Rebollo.
Corrección de texto: Eva Herrero.

Tercera edición: octubre 2010.

Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com

© Sofía Pereira
© 2001. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o


transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de
sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro
Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra.

Diagramación editorial: Concepción Hernanz


Ilustración de portada: Patricia Rebollo
ISBN (pdf): 978-84-9023-543-0
Fotocomposición: M&A, Becerril de la Sierra (Madrid)

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Vuestros hijos no son vuestros hijos.
Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma.

Llegan a través vuestro, pero no vienen de vosotros.


Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.

Podréis darles vuestro amor, pero no vuestros


pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.

Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.


Porque sus almas moran en la casa del mañana que
vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.

Podréis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis


el hacerlos como vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el
ayer.

Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como


flechas vivientes, son impulsados hacia delante…

Khalil Gibran

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Ya no es posible detenerme
Para saber lo que retorna.

Y la tierra viene conmigo.


Viene conmigo la mar honda.
Vienen conmigo los rebaños
De vagas nubes que el sol dora.
Vienen los árboles del bosque
Que se despiertan en la sombra.

Yo voy desnudo. Nada digo.


Ando despacio entre las rocas.
Mis pies descalzos, gravemente.
Rozan las aguas silenciosas.
Tras las montañas impasibles
Poso mis plantas en la aurora…
Ando delante y ellos siguen
Todas mis huellas y las borran.
Vienen conmigo porque saben
Que algo celeste me corona
Y que en mi pecho, Dios ha hundido
Una semilla misteriosa.

Yo soy el centro, donde todo


Ha de volver en cada cosa.

José Luis Hidalgo

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DEDICATORIAS

A Rudolf Steiner, por todo cuanto ha aportado a la Humanidad, especialmente en el


campo de la Pedagogía. Gracias por ayudarme a recuperar mi infancia, despertando de
nuevo la inocencia del corazón, el asombro y la capacidad de admiración y entrega.
Recibe mi amor donde quiera que estés.

A José Manuel Rodríguez, quien me abrió nuevas puertas hacia las Fuentes de la Vida,
la Verdad y el Amor, y cuya calidez de corazón me conforta en los momentos difíciles.

A Antonio Malagón, por el gran regalo de una educación llena de arte, amor y sentido
del humor con el que obsequió a Emma, y por ser además el maestro de toda la familia.

A todos aquellos Maestros que, a través de sus escritos, sus palabras y su consciente
ayuda, siguen enseñándonos a vivir en la verdad y el amor.

A todos mis familiares, amigos y seres queridos, por acompañarme en el camino.

A Mère Inés, al Padre Mayayo, a Mercedes Collantes, a Teresa Roncero. Vosotros


fuisteis faros en mi vida que alumbraron con su amor los momentos más oscuros de mi
existencia.

A Leandro, por toda la ayuda y apoyo en la extraordinaria tarea de ser padres.

A mis hijas Eva y Emma, por haberme elegido como madre y ser siempre mi más
creativa fuente de inspiración y aprendizaje.

A ti, Emma, por traerme la luz de las estrellas, y por cada rayo de sol con el que has
calentado mi vida.

A ti, Eva, por tu amor, tu paciencia y tu extraordinaria colaboración en esta obra.

A ti, mujer, ama de casa y madre, por tu generosa entrega y tu callado trabajo solitario
que nadie ve, que casi nadie agradece.
Tu gran labor es cuidar y asegurar que las flores que crecen en tu jardín lleguen a su
máximo esplendor; cada una con el color que le pertenece desde siempre.
Eres colaboradora del futuro.

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Tus hijos son la nueva simiente del mañana.
El amor, la verdad y la libertad que siembres en sus corazones será la nueva dote de la
humanidad futura. ¡No te desalientes!

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Índice

Introducción. ¿Qué es educar?

PRIMERA PARTE
LA TIERNA INFANCIA

1. Queremos tener un hijo


1.1. La paternidad: un oficio a aprender
1.2. ¿A quién estamos esperando? El niño: semilla de sí mismo

2. ¡Por fin llegó el esperado bebé!


2.1. Quién es el niño y qué necesita
2.2. El tercer ingrediente: la mente
2.3. De 0 a 3 años: andar, hablar y pensar
2.4. La imitación como herramienta de aprendizaje

3. No es bueno que el niño esté sólo


3.1. ¡A por la parejita!
3.2. De 3 a 7 años
3.3. Estableciendo las bases para una buena comunicación
3.4. La importancia del juego en esta etapa de la vida
3.5. El niño y los cuentos
3.6. La influencia negativa de la televisión

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3.7. La magia en el mundo del niño
3.8. La vivencia del ritmo del año

4. La segunda gran etapa de la vida. El niño va a la Escuela


4.1. El cuerpo etérico o de vitalidad
4.2. La escuela
4.3. El papel de los padres
4.4. Premiando lo positivo y penalizando lo negativo
4.5. La crisis de los 9 años
4.6. El resto del camino hacia los 14 años
4.7. Apoyando sus iniciativas
4.8. Los temperamentos
4.9. La escala emocional
4.10. La relación entre los hermanos
4.11. El gran papel del ama de casa
4.12. El internado

SEGUNDA PARTE
¡DIOS MÍO, LA ADOLESCENCIA!

5. La pérdida del paraíso


5.1. La edad del pavo
5.2. Diferencias entre chicos y chicas
5.3. Las diferencias entre los sexos a nivel físico y anímico

6. Buscando la propia identidad


6.1. El gran oleaje interior (de los 16 a los 18 años)
6.2. Relación del adolescente con la autoridad
6.3. La autoridad en la escuela
6.4. La búsqueda de la libertad
6.5. La amistad. Las pandillas

7. El camino hacia la mayoría de edad


7.1. La crisis de los 18 años
7.2. Los peligros de este tramo del camino
7.3. Sobre la paga semanal
7.4. Los últimos coletazos del dragón de siete cabezas
7.5. La comunicación: un camino hacia el bienestar

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8. ¡Al fin solos!
8.1. Cortando el cordón umbilical
8.2. El nido quedó vacío
8.3. El maravilloso papel de los abuelos

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Introducción

«Podemos aspirar a dejar a nuestros hijos


solamente dos legados duraderos:
uno, raíces, y el otro, alas»

M. CARTER

¿Qué es educar?

El Diccionario de la Lengua Española define educar, entre otras cosas, como la acción
de desarrollar las facultades intelectuales, físicas, morales y sensitivas. La educación,
dice la misma fuente, es el proceso de socialización y aprendizaje, encaminado al
desarrollo intelectual, social, cultural, cívico, de urbanidad y cortesía, etc. Educar es
también la acción de dirigir.

El filósofo Kant, a finales del siglo XVIII, aportaba este hermoso punto de vista
sobre el tema: «La educación es el desenvolvimiento de toda la perfección que el hombre
lleva en su naturaleza».
R. Steiner, en su libro Una pedagogía para el parvulario, dice lo siguiente:
«La educación es asunto que concierne a la sociedad en el más amplio sentido:
concierne a toda la familia, a toda la comunidad, a toda la humanidad en
conjunto».

En su obra Metodología de la Enseñanza, añade:

«Sólo podemos educar y enseñar si comprendemos lo que ha de ser objeto de


nuestra actividad formadora, así como el pintor sólo puede pintar si conoce la
naturaleza y esencia del color, y el escultor sólo puede esculpir si conoce la
naturaleza de su material, etc. Lo que es valedero para las demás artes que

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trabajan con materiales exteriores, ¿cómo no va a serlo para el arte que trabaja
con el material más noble que se nos puede ofrecer, esto es, el ser humano, su
devenir y su desarrollo?».

Con estas palabras, este gran pensador de principios de siglo nos invita a
reflexionar sobre el verdadero sentido de la educación y de la enseñanza, que
desgraciadamente, en esta época nuestra en extremo materialista, estamos a punto de
perder. En primer lugar tenemos que re-descubrir al hombre, sacar del viejo arcón
apolillado las grandes preguntas que la humanidad ha venido planteándose desde el
principio de los tiempos: ¿quiénes somos?, ¿qué buscamos?, ¿qué necesitamos?, ¿cuál es
el sentido de nuestro diario existir?, ¿hacia dónde queremos encaminarnos?, etc. Si nos
paramos un poco en vez de seguir precipitándonos frenéticamente hacia un destino
desconocido, o hacia unas metas que no logran responder nuestras preguntas ni llenar
nuestros vacíos interiores, podremos ver el absurdo de esta carrera contrarreloj, hacia no
se sabe dónde, en la que perdemos nuestras fuerzas, nuestra alegría de vivir, y las más de
las veces lo más valioso que tenemos: a nosotros mismos.
Si retomamos la definición de educación que aparece al comienzo del capítulo,
vemos que ésta tiene varios niveles:

CULTURAL
ÉTICO-MORAL
SOCIAL

Tenemos, por un lado, la enseñanza, cuya misión fundamental consiste en la


transmisión de conocimientos (nivel cultural). Esta es labor prioritaria de maestros y
educadores, aunque también toman parte muy activa en ella los padres.
Por otro lado está la educación, la cual abarca el nivel ético-moral, que podría
resumirse en: enseñando al niño y al joven a ser él mismo, y el social, que le enseña a
relacionarse con los demás, mostrándole el camino que va del yo al tú y al nosotros. Es
éste un nivel en el que los padres tienen el máximo protagonismo, aunque también
debería formar parte de las enseñanzas en la escuela y en los centros de formación
pedagógica. No obstante, este aspecto, cuando es sobrevalorado, anteponiéndolo o
dándole mayor importancia que al ético-moral, conlleva el peligro de enseñar a nuestros
hijos a vivir en una mera apariencia, perdiendo su verdad interior. Educar es ayudar a
que el ser encuentre su camino en su vida; no a «educarle», en el sentido de ponerle un
chip para que reproduzca un programa que convenga a otros.
Este libro, dirigido fundamentalmente a los padres, no quiere pasar por alto muchos
de los problemas a los que nuestros hijos se ven enfrentados a la hora de ser educados.
Este motivo me impulsa a dedicar unas reflexiones sobre el aspecto de la enseñanza.
Si con un poco de suerte no nos ha ido del todo mal a la hora de educarles en el

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ámbito del hogar, podremos tener dificultades cuando los querubines empiecen a asistir a
la escuela. Siempre me he preguntado con asombro quién elabora, por ejemplo, los
planes de estudio. ¿Qué pretende conseguir quien eso exige? ¿Hacia dónde quiere llevar
al niño? Es más, ¿alguna vez ha visto un niño?; y ya el colmo: esa hipotética persona,
¿alguna vez fue un niño?
A veces parece que hubiera un objetivo fundamental encaminado a cargarse a toda
costa la infancia, como si la infancia fuese una etapa inútil, sin valor alguno. Hemos
olvidado que el juego es el verdadero maestro en este período de la vida. A través del
juego, el niño aprende a conocer sus capacidades, a relacionarse con los demás, a
integrarse en el mundo copiando los modelos de aquellos con los que convive,
implicándose así con lo que le rodea. Los pobres niños ya no tienen «tiempo» para jugar,
para ser felices (la felicidad no está muy de moda últimamente). Hay que trabajar,
estudiar, memorizar, acumular datos y más datos sin sentido, a los que ni el niño, ni
posteriormente el joven, pueden encontrar utilidad. Olvidamos que la utilidad es vida,
vida puesta en obras, pues todo aquello que aprendemos y que jamás podemos llevar a la
práctica, ¿nos sirve realmente de algo? El hombre es un hacedor por naturaleza, necesita
estar creando continuamente, y esta permanente creación es la que da sentido a su
existencia. Pero cuando hablo de utilidad no me refiero únicamente a los aspectos
prácticos, materiales de la vida. La utilidad, desde el punto de vista de la creatividad,
aparece también en la filosofía, en el arte, en la ciencia, en las matemáticas. Nos gusta
traspasar nuestros límites, abrir nuestras fronteras, descubrir nuevas formas, nuevos
pensamientos, nuevas experiencias. La verdadera educación no consiste en enseñarnos
cómo «hacer» algo en plan receta, sino la que nos lleva a pensar por nosotros mismos,
a sacar nuestras propias conclusiones, a resolver problemas y encontrar nuevos caminos,
nuevos métodos. Sin embargo, estamos convirtiendo al niño y al joven en una especie de
«ordenador» cuyo objetivo es almacenar y acumular datos en cantidades ingentes. Datos
que, indiscutiblemente, no van a servirle para nada excepto para desconfiar de sus
mayores, quienes le exigen lo absurdo a costa de perder sus valiosas fuerzas, su
maravilloso tiempo, su ímpetu y alegría por crecer, por entrar en el mundo y dejar en él
su huella.
En este sentido, suscribo las palabras de Enrique Barrios quien, en su libro
Civilizaciones Internas, dice lo siguiente:
(…) en la escuela no nos enseñan a ser mejores personas. Nuestra educación no
está orientada a la «parte de adentro», sino a lo de afuera, por ese motivo, casi
lo único que hacemos es memorizar datos, y no justamente datos que nos lleven
hacia la felicidad, o que nos hagan comprender el sentido superior de la vida.

No es mi intención ponerme negativa, sino invitar a una reflexión sobre los


problemas a los que la juventud se ve abocada en el campo de la educación. En este
sentido, quiero recordar una tortura más a la ya mencionada de la memorización inútil de
datos, frecuentemente innecesarios, y que podemos encontrar, en caso de necesidad, en

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cualquier diccionario o enciclopedia. Me refiero al sistema de amenazas con el que
algunos maestros o padres tratan de conseguir una mayor participación por parte del
escolar. Ya desde el comienzo del curso se les suele decir que este año va a ser
dificilísimo, y que, o estudian mucho, o no van a poder aprobar porque se les va a exigir
una barbaridad, etc. Son metas casi imposibles, que hacen que el alumno pierda la
autoestima y se desanime incluso antes de haber comenzado el camino.
Ante semejante presión, considerada por ellos como absurda, además de
fundamentalmente injusta, aparece lo más grave de todo: su decepción por el mundo, y
paulatinamente su desgana por participar en el gran juego de la vida, donde parece que
es tan arduo encontrar un papel relativamente airoso. Se altera por tanto «su hacer en el
mundo», que puede convertirse en un hacer destructivo en lugar de creativo.
A lo largo de este libro iremos desarrollando los diversos niveles de educación, tras
profundizar en quién es el niño y qué necesita, pero a modo de resumen añadiré la
siguiente definición de lo que es verdaderamente educar:
Educar es el acto de guiar a un ser que entra en el mundo por el camino que le
llevará hacia sí mismo. Es enseñarle a desarrollar todas sus capacidades, todas sus
facultades, para que una vez desplegadas pueda utilizarlas en el acontecer de su vida y en
su quehacer en el mundo. Como muy bien dice Debesse, «la educación no crea al
hombre, le ayuda a crearse a sí mismo». Educar es pues el acto de acompañar como
guías hacia el desarrollo de la libertad. Por lo tanto, nunca consistirá en implantar, en
inculcar lo nuestro en otro, sino más bien en ayudarle a despertar su ser verdadero.
Son pocos los mensajes de confianza en sí mismos que se envían a los niños en
la familia. Esto parte de la creencia fundamental de que papá y mamá son los
dueños de sus hijos. En vez de ayudar a los niños a pensar por sí mismos, a
solucionar sus propios problemas, los padres tienden a tratar a sus hijos como
una propiedad privada.1

A veces, los hombres creemos que cada uno de nosotros es el ombligo del universo
y que nuestro punto de vista, nuestra manera de pensar, sentir o actuar, es la única válida
y posible. Olvidamos que cada ser es un mundo, una especie en sí mismo y que, por
tanto, tiene el derecho de desplegar sus propias alas, su propio color. La naturaleza no
tiene esas luchas nuestras; una gran sabiduría y armonía tejen en ella. Cuando paseamos
por un campo en primavera, ¿no disfrutamos acaso con las diversas flores, con sus
formas y sus variados colores que adornan todo el paisaje? ¿Por qué entonces los seres
humanos luchamos unos contra otros en pro de esa uniformidad a todas luces imposible?
¿Por qué no aceptar de una vez nuestras diferencias para enriquecernos unos a otros con
ellas? Quizá el problema radique en que «nos han educado mal». Nos han educado a no
pensar, sentir, opinar, decidir ni actuar por lo que realmente somos en nuestro interior, y
hemos tenido que amoldarnos a aquello a lo que nos han enseñado. Yo propongo una
revolución en el mundo de la educación. ¡Hagamos a cada uno a su imagen y semejanza!

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Mostremos a nuestros hijos la belleza, el amor, la armonía, la generosidad, la libertad de
expresión, de pensamiento y de obra; enseñémosles a respetar las diferencias, las razas,
las culturas. Y no sólo a respetar, sino a amar otras culturas como algo que nos
enriquece. El mundo del hombre puede estar lleno de colores como los campos en
primavera. ¡Renunciemos al gris que tratamos de implantar a toda costa!
Cuando de pequeña escuchaba música clásica en el tocadiscos de mi casa, creía que
eso que sonaba era algo compacto, y por compacto me refiero a un sonido surgido de
una misma fuente. Luego supe que diversos instrumentos emitían sonoridades distintas,
pero sólo cuando vi una orquesta con mis propios ojos entendí que esa música surgía de
la unión de sonidos absolutamente dispares, cuya fusión creaba algo totalmente nuevo,
que era lo que yo percibía como compacto. Esta imagen puede servir también a modo de
modelo para el ser humano. Cada hombre debe ser como un instrumento, sacando su
mejor sonido, entrando y saliendo en el conjunto de la obra en el momento adecuado,
creando belleza y armonía. Formando entre todos la gran sinfonía del mundo.
Pero, ¿cómo podemos educar a nuestros hijos?, ¿cómo saber realmente quiénes son
y qué tratan de manifestar y realizar en el mundo, si nosotros mismos no hemos logrado
comprender el sentido de nuestra propia vida? Hemos de tomar consciencia de que la
educación es un proceso que incluye la vida entera. Un proceso en el que primero somos
conducidos por otros hasta que tomamos las riendas de nuestro propio desarrollo con la
mayoría de edad. La educación consiste básicamente en formación, información y
transformación. Por ello nunca termina. Siempre podemos seguir aprendiendo y
elevando nuestra consciencia y comprensión del mundo y de nosotros mismos.
Tengamos en cuenta que nuestros hijos tienen una sensibilidad muy especial para captar
la diferencia entre el adulto que se esfuerza por comprenderse y transformarse a sí
mismo, manteniendo vivo y despierto su fuego interior, su anhelo de superación moral y
existencial, y el adulto que se estanca en una creencia determinada, que se petrifica en
las comodidades, y que prefiere una vida segura a tentar lo imposible realizando su
esencia. El primero es el mejor modelo que podemos dar a los niños. Una imagen del
hombre en devenir, del ser que no detiene su avance, y que sigue, con entusiasmo, hacia
la superación de todas sus limitaciones.

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PRIMERA PARTE

LA TIERNA INFANCIA

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QUEREMOS TENER UN HIJO

Un hijo es como una estrella a lo largo del camino,


Una palabra muy breve, que tiene un eco infinito.
Un hijo es una pregunta que le hacemos al destino.

José María Pemán

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1.1. La paternidad: un oficio a aprender
Cuando a duras penas estaba tratando aún de comprender lo que significaba vivir en
pareja: renunciar a hábitos propios, abrirse a una nueva forma de pensar, quizá a otra
cultura, a otra manera de vivir, y todo ello sin renunciar a mi propia identidad; en fin,
todo ese inmenso lío que supone la creación de ese ser llamado pareja, como telón de
fondo subyacía siempre el heredado deseo de tener un hijo.

Yo pertenecía a esa clase de mujeres que creen que sólo pueden llegar a realizarse
plenamente a través de la maternidad, aun sin tener la menor idea de lo que eso
significaba. En mi mente infantil, creía que los niños eran como la muñeca que nunca
pude tener. Me preparé pues con gran entusiasmo a esperar ese feliz momento en el que
podría, ya sin traba alguna, disfrutar de ese extraordinario estado. Me enteré de todo lo
relativo a la intendencia del asunto: leche materna o biberón, pecho caído o pecho de
revista, pañales de algodón para no irritar culitos, horas de dormir, ritmo de las tomas,
posibles enfermedades, la ropita más adecuada, la cuna, el coche, el baño, etc. Pero en
ningún momento se me ocurrió pensar que ese bebé tendría que ser educado. Ya sé que
suena extraño, sin embargo, a lo largo de mi historia como madre, he comprobado que
no he sido la única en obviar tan trascendental asunto. Esto, además de otras muchas
razones, es lo que me ha impulsado a compartir mi experiencia con otras madres, padres
y educadores que quieran comenzar con mejor pie que el mío su andadura como tales, no
sólo a nivel biológico-material, sino muy especialmente en el terreno espiritual.
Para empezar, ya el simple nivel material presenta dificultades múltiples (el bebé
recién cambiado debe sentir un gozo sin igual vaciando el intestino, contribuyendo así al
estrés materno, de por sí un tanto elevado de tono, máxime teniendo en cuenta que esa
noche la ha pasado en vela, y que cuando acabe de cambiar al pequeño le quedan
solamente doscientas cincuenta mil cosas urgentes que hacer). Entre noches sin dormir,
enfermedades, mocos, fiebres, granos, visitas al médico, llamadas a la madre, consejos
de vecinas, etc., nos vamos dando cuenta de que el juguete ocupa todo nuestro espacio, y
lo que es peor, nuestro tiempo. Si las condiciones económicas de la pareja no lo
permiten, vemos cómo los días se suceden unos a otros sin poder salir, ir al cine, cenar
con amigos, leer o hacer todas esas cosas que antes acostumbrábamos. Y aun así, créanlo
o no los nuevos padres, todas estas cosas son bagatelas si las comparamos con la
dificultad con la que nos vamos, tarde o temprano, a enfrentar: la educación del niño.
El primer problema que surge es: «no tengo ni idea». El segundo, tal vez: «no
quiero hacerlo como lo han hecho mis padres», o (si no nos ha ido demasiado mal) «voy
a hacerlo como lo han hecho conmigo», o por último (una vez que la psicología hizo su
aparición) «voy a leerlo en los libros».

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Y es que a los seres humanos, tan dados a hacer «masters» de cualquier cosa, y a
especializarnos hasta la saciedad a nivel profesional, nunca se nos ha ocurrido pensar en
la paternidad-maternidad como una profesión, como un trabajo a tiempo total en el que
uno no puede hacer reclamaciones, ni despedirse, ni, en el peor de los casos, tratar de
devolver el producto por defectuoso o por no saber manejarlo. Seguramente esto nos
viene de la equivocada idea que relaciona trabajo con salario, y claro, que le pregunten a
un ama de casa, madre de varios niños, si ella trabaja o no trabaja. ¡Pues por supuesto
que lo hace! Y encima no cobra. Creo que en estos momentos es muy importante
devolver a esta extraordinaria ocupación el honorable papel que le corresponde por
derecho propio. Pero, para ello, hemos de tomar consciencia de que es preciso
prepararse, con tanto o más afán, como lo hacemos para el resto de las profesiones.
Siempre que he tenido la oportunidad de levantar un poco el decaído ánimo de alguna
madre que se lamentaba por sus luchas en solitario, por sus dificultades, o por lo poco
que se valoraba su trabajo, he tratado de recordarle que esos niños a los que está
educando van a ser el futuro, la humanidad venidera. Todo lo que sembremos en ellos,
todo el amor con el que podamos rodearles, toda la belleza, el diálogo, el respeto, la
educación, etc., serán lo que encontremos posteriormente en el mundo. De ahí la
importancia de esta profesión que consiste en educar, en guiar, en transformar el dolor en
felicidad, las guerras en respeto mutuo, las intolerancias y represiones en armonía y
creatividad.
Como les decía, mi primer problema fue: «no tengo ni idea, pero si algo tengo claro
es que voy a hacerlo totalmente al revés de como lo hicieron conmigo». Yo tuve una
educación al estilo años cuarenta/cincuenta, y que puedo resumir en unas cuantas frases
hechas de la época:
«Los niños aquí no pintan nada».
«Los niños nunca hablan cuando hay mayores delante».
«Cuando seas padre comerás huevos».
«No hables hasta que no se te pregunte».
«A callar, que aquí se hace lo que mando yo».
«Preguntar es de mala educación».
«Calladito estás más rico».
«Los niños buenos se están quietecitos y hacen siempre lo que
dicen los mayores»
«No sólo hay que ser bueno, sino aparentarlo».

Si añadimos a todo esto un condimento de dureza, mal humor, alguna que otra torta
como argumento infalible, y prácticamente cero en comunicación, tenemos la educación
que se practicaba en la mayoría de los hogares de aquella dorada época del Catón (único
libro de texto, a modo de enciclopedia), el catecismo, el infierno y el demonio
persiguiendo niños malos. Creo que ninguna de nuestras preguntas fue contestada, pues
incluso el preguntar era algo como prohibido, por ser considerado de pésima educación.
La realidad de tamaño disparate resultó ser, sin embargo, una interesante argucia que
escondía la verdadera razón: simplemente no sabían qué responder. Sencillamente ellos

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obedecían consignas que a su vez traían de la generación anterior. No es mi intención
culpar a nadie, sino plantar alguna semilla que nos ayude a resolver este problema que
hemos ido arrastrando a lo largo de la historia, y cuyo origen se encuentra en una
incomprensión de lo que es educar, de lo que es un niño, de lo que somos nosotros
mismos, y de lo que se espera de nosotros como seres viviendo y experimentando en el
mundo.
La psicología irrumpió en nuestras vidas, traída por la corriente americana que
veíamos en las películas. Esto casi era peor; los niños se pillaban un trauma con
cualquier cosita de nada, y había que estar con el alma en vilo para no destruir sus vidas.
De pronto era como si se hubiera dado la vuelta a la tortilla, y los niños, de no ser nadie,
como en épocas anteriores, se convirtieron en los protagonistas de la historia. Así las
cosas, los entonces padres nos debatíamos con nuestras propias contradicciones internas
aún sin resolver, tratando de hacer una nada de nuestras neuras para que éstas no llegaran
hasta los niños. ¡Antes morir que traumatizarlos! Justo en este período me encontré con
un famoso libro que proponía un nuevo y revolucionario método de educación: los niños
podían hacer literalmente lo que les diera la gana, bajo la mirada complaciente de los
adultos. No crean que exagero mucho. Funcionaban en una especie de anarquía
democratizada en la que todos juzgaban las acciones de todos, ponían castigos,
sometiendo cada situación conflictiva a votación popular, dando el mismo valor a los
votos de niños de 3 años que a los de 17. Aquel libro me convenció de tal manera que
empecé a ponerlo en práctica de la noche a la mañana. Imaginen la sorpresa de mi hija
cuando vio que ahora todo era posible: saltar en las camas, cocinar en mi dormitorio,
sembrar de garbanzos el suelo, pintar las paredes… La pobre niña nos miraba como
diciendo: «¡pero bueno!, ¿es que con esto que acabo de hacer tampoco me vais a
regañar?».
Y así siguieron las cosas, hasta que un día descubrí algo que verdaderamente iba a
ayudarme a aclarar mis ideas. Me prestaron un libro de un tal Rudolf Steiner, pensador,
científico e investigador espiritual de principios de siglo, en el cual desarrollaba toda una
pedagogía basada no en la pura experimentación, sino en un conocimiento profundo de
la naturaleza humana, y muy especialmente de su origen espiritual. Él supo encontrar el
puente que unía las dos orillas, en ese momento tan alejadas, haciéndome comprender
que el espíritu es el origen de todo lo que existe, y que la materia no es más que un
aspecto concentrado o densificado de esa energía de vida que llamamos espiritual. Esto
me ayudó, en primer lugar, a encontrarme a mí misma como ser en permanente
evolución, y, ahondando en mis raíces, re-encontrar mi infancia, para desde esa pureza y
alegría de vivir lanzarme de lleno al trabajo de educar y educarme. Más tarde conocí
otros caminos que aún me aportaron nuevos y muy esenciales puntos de vista, los cuales
demostraron en cada ocasión su veracidad simplemente por el hecho de que
¡funcionaban! De todo esto es de lo que voy a hablar. Mi deseo es compartirlo con todos
aquellos que ahora estén en esa etapa tan hermosa, creativa y llena de vida como es la de
ser educadores. ¡Que tengan un buen viaje! En la mochila sólo necesitan alegría, buen

24
humor, capacidad de asombro, apertura, amor a raudales y paciencia, mucha, pero que
mucha paciencia. No tengan prisa por quemar etapas. Quizá algún día añoren no haber
vivido estos momentos con plena presencia e intensidad. Así pues, ¡manos a la obra y
que el ánimo no decaiga!

1.2. ¿A quién estamos esperando? El niño: semilla de sí


mismo
Quizá sea la forma en la que venimos al mundo, a nivel físico, la que a algunos haya
podido inducirnos a la confusión de que el bebé es como un trozo de nuestra carne, o una
parte de nuestro ser, ahora plasmada en el exterior. Si bien esto tiene mucho de cierto en
lo que concierne al cuerpo físico, no lo es en absoluto en lo que respecta al ser que viene
a incorporarse en ese vehículo. El cuerpo material es en realidad el substrato final de
todo un prodigioso proceso en el que se encarna un ser cuyo origen o procedencia es de
índole espiritual, y que lleva en sí mismo incorporada toda la historia de lo que ha sido
hasta el momento su trayectoria, su recorrido individual como ser en permanente
evolución. Esto quiere decir que, para empezar, no es un cuerpo lo que recibimos con
tanta alegría en nuestros brazos, sino «alguien» con una historia, con un pasado, y con
una evolución concreta, que vuelve dispuesto a dar un nuevo impulso a su existencia,
guiando su destino para que le permita vivir nuevas experiencias a través de las cuales
poder seguir evolucionando.

La espera de ese nuevo ser, con una conciencia semejante, es algo que puede
conmovernos muy profundamente. Desde el otro lado de las estrellas, «alguien» nos ha
elegido y se dirige hacia nosotros.
Ese bebé que duerme ahora plácidamente en su cuna es verdaderamente una
semilla de sí mismo. Así como la semilla de una rosa contiene como germen, aún
invisible, a toda la rosa, en el niño se hayan concentradas todas las capacidades, todas las
potencialidades de lo que constituye su individualidad, pero también toda la aberración
que haya podido ir acumulando en su fluir a lo largo del tiempo, o dicho de otro modo, el
polvo, la suciedad, las ampollas y las desarmonías de las que ha ido haciendo acopio a lo
largo de su viaje. Estamos ante alguien único en el mundo, y por tanto diferente a todos
los demás. Lógicamente, esta consciencia nos ayudará a no aplicar «recetas»
indiscriminadamente, sino a tener muy en cuenta la individualidad que ante nosotros se
presenta. Del mismo modo, esto debería llevarnos a un profundo respeto hacia esa vida
que ahora se despliega, evitando, no sólo ese tremendo error de considerar al niño como
algo de nuestra propiedad, con el que podemos hacer «lo que nos venga en gana» (como
dicen frecuentemente muchos padres a quienes se les increpa por malos tratos), sino,
como consecuencia, el aún más grave de tratar de educarlo a nuestra imagen y

25
semejanza; es decir, inculcando en él nuestra manera de pensar y sentir, decidiendo por
él lo que le conviene o no, y qué debe ser o hacer en la vida. Muchas veces utilizamos al
niño para que realice aquellas cosas que nosotros no pudimos llevar a cabo: ser pianista
o abogado de prestigio, etc. Esto no es educar; esto es sencillamente torturar, aniquilar la
voluntad ajena, ya que actuando así no respetamos la libertad de nuestros hijos, sino que
los consideramos más bien un apéndice de nosotros mismos, exigiéndoles que resuelvan
nuestras asignaturas pendientes. Recordemos que educar es guiarles, no hacia nosotros,
sino hacia ellos mismos.
Una vez escribí un cuento para el cumpleaños de una de mis hijas, en el que
relataba, en forma imaginativa, este «especial» viaje, y que ahora puede servir muy bien
para cerrar este capítulo.

❑ Historia de un nacimiento

Estaban una vez un ángel muy grande y otro chiquito paseando por el cielo. Ambos
miraban con gran interés hacia la Tierra, la cual, desde ahí arriba, lucía hermosa y
resplandeciente. El ángel chico sentía unos deseos irresistibles de bajar para vivir en ella
durante algún tiempo. De pronto, su mirada se encontró con una madre y un padre que
preparaban un hogar muy acogedor porque deseaban tener un hijo. Se quedó
ensimismado observándoles, y su corazón deseó estar allí, junto a ellos, y abrazarles muy
fuerte. El ángel grande le miró bondadosamente, comprendiendo que el momento había
llegado.

—¿Podría yo vivir con esa familia?


El ángel tiernamente respondió: Estoy de acuerdo en que vayas a la Tierra, y haré
cuanto pueda por ayudarte en ese largo y difícil viaje. Sólo te pido que seas valiente,
pues saldrán muchos peligros en tu camino; tratarán de ponerte trampas para
apoderarse de ti. Mantén pues encendida la luz de tu ser, ya que con ella podrás
atravesar la máxima oscuridad. Tu ángel guardián te acompañará durante un largo
trecho del camino, aunque tú no le verás y ni siquiera te darás cuenta de su presencia.
Luego tendrá que dejarte, pues es necesario que aprendas a caminar tú sólo, y cuando
falte poco para que se cumplan tus días sobre la Tierra, él vendrá a tu encuentro
nuevamente, y así, juntos y en perfecta armonía, emprenderéis el camino de regreso al
Hogar. Así pues, procura no olvidar que esta es tu verdadera patria, y que aquí te
espera la gran familia del cielo.
Empezaron a caminar durante mucho tiempo, y en su recorrido fueron dejando
atrás las estrellas, el Sol y la Luna, hasta que llegaron al Portal del Cielo: el Arco Iris.
Una vez allí, el ángel grande, dirigiéndose de nuevo hacia él, le dijo estas palabras:
—Te hago entrega de la Espada de la Justicia, de la Luz de la Sabiduría, del Calor

26
del Amor, y de la Energía de la Vida. Hijo mío, ¡sé un buen guerrero!
Cuando hubo terminado de hablar, fundiéronse los dos en emocionado y cálido
abrazo, y sin más palabras el ángel chico, tomando la mano de su guía, comenzó a
descender a través del firmamento. Traía consigo los tres regalos que en el Reino de los
Cielos le habían entregado: el Sol en su pecho, el brillo de las estrellas y la plata de la
Luna.

Era un frío día de febrero. En aquella casa había mucha alegría. Entre nervios y
risas, varias personas ultimaban sus preparativos. Parecía ser que esperaban con gran
ilusión la llegada de alguien que venía más allá de las estrellas.
Un poco asustada todavía, se dejó instalar por amorosos brazos en la cuna, mullida
y calentita, que durante tantos días le había estado esperando. Se acurrucó en ella y
pronto se quedó dormida. A todos les parecía la niña más linda que jamás habían visto, y
por eso decidieron darle a su vez el nombre más bonito que conocían. La llamaron: Eva.
Madre Tierra también acogió ilusionada la llegada de su nueva hija, a quien acunó
entre sus brazos, meciéndola con inmensa ternura. La rodeó con la belleza y exuberancia
de la naturaleza, y en todo momento le procuró cobijo y alimento, ayudándola a crecer, a
hacerse grande, a hacerse fuerte.
Desde arriba, Padre Sol contemplaba a ambos, y cada día les protegía,
envolviéndolos con Su Luz y abrigándoles con Su Calor.
Las estrellas, la Luna y todos los planetas, observaban admirados el crecimiento de
ese ser tan especial en el que tenían puestas todas sus esperanzas, pues sabían que habría
de convertirse en uno de los más grandes y poderosos reyes.

***

Poco a poco esta niña iba creciendo. Había celebrado ya muchos cumpleaños a
través de los cuales pudo aprender muchas cosas.
Con el primero ya se tenía en pie y logró dar sus primeros pasos. Con el segundo
entonó sus primeras palabras. Con el tercero encontró a sus primeros amigos con los que
compartir sus juegos.
Cada año, pues, le traía nuevas y maravillosas experiencias. A veces, los tesoros
venían del Cielo; otros, de la Tierra; algunos se los susurraban al oído las estrellas, la
luna, o el Sol y su familia de planetas. Amaba la música, el canto de los pájaros, el ruido
del agua al bajar por la montaña, las noches limpias, cuajadas de estrellas, el atardecer,
derramando sus colores por el horizonte. Era amiga de los animales, de las piedras, de
las flores. Soñaba con hermosas hadas y dorados elfos. El mundo estaba ahí para que ella

27
lo fuese descubriendo. Quería seguir caminando por todos los rincones de la tierra hasta
que ella le fuese contando todos sus secretos, mostrándole todos sus tesoros.
Sin embargo, según transcurrían los años, se fue dando cuenta de que el ángel
grande tenía razón. Las cosas no eran tan fáciles aquí abajo. Había mucha oscuridad,
hacía frío, y la bondad de los hombres no siempre era evidente. Trataba, no obstante, de
no desanimarse, prosiguiendo paso a paso su camino en medio, a veces, de grandes
pruebas, de grandes dificultades. ¡Cuántas cosas había vivido ya!, ¡cuántas experiencias
acumulaba a sus espaldas! Había días en los que la Tierra le pesaba tanto que miraba con
nostalgia hacia el Cielo. Otros en cambio, sentía surgir un amor tan intenso hacia ella,
que la idea de una separación se le antojaba insoportable.
Empezó a ver que tanto los seres como la Tierra que les daba cobijo se estaban
apagando, pues una densa oscuridad los iba envolviendo, tratando de asfixiarles, y a
medida que esto ocurría, se iban debilitando y enfermando. A partir de ese momento
buscó ayudas por doquier, y pronto un hermoso ejército comenzó a utilizar los tres dones
que cada uno había traído desde el Cielo. Irradiaron la luz del Sol que ardía en su pecho,
abriendo de este modo caminos luminosos que rasgaban las tinieblas. Espolvorearon el
brillo de las estrellas por todos los espesos rincones del planeta, y tejieron mantos con la
plata de la Luna con los que abrigar a la tierra en las heladas noches del invierno.
Además, miraban con frecuencia hacia arriba, procurando no olvidar su origen celestial,
ni las nuevas alas que tenían que desplegar para volar de regreso a su casa.
Aquel ángel pequeño, que un día decidiera venir al mundo, estaba hoy mirando su
propia historia, gozando sus creaciones, henchido de amor hacia los suyos. Sentía paz en
el corazón. Había sabido usar la Espada que el ángel grande le había entregado, y ahora,
rodeado de los suyos, celebraba sus… años de caminar sobre la Tierra.

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


1.1

• Es necesario prepararse cuando decidimos ser padres. Hay que especializarse como para cualquier
otra profesión.
• Responsabilidad en la tarea: el niño, al que estamos educando, es el futuro de la humanidad.
• Necesitamos tener clara la meta. Educar, no para convertirlo en una copia nuestra, sino para
ayudarle a desarrollar sus propias potencialidades.
• Ni una educación autoritaria, ni una educación libertaria. El niño necesita límites.
• El bebé no es un cuerpo, sino un ser espiritual que viene con una historia, y dispuesto a dar un
nuevo impulso a su existencia, pasando por nuevas experiencias a través de las cuales poder seguir
evolucionando.
• Debemos tener siempre presente su individualidad. No verle como un ser pequeño y por lo tanto

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inferior a nosotros.
• No utilicemos al niño como cauce para que él realice aquellas cosas que nosotros no pudimos llevar
a cabo. No está aquí para resolver nuestras asignaturas pendientes.
• Educar es guiarle hacia sí mismo.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Soy capaz de ver en mi hijo a un ser espiritual en evolución?


2. ¿Mi meta es hacer de él una prolongación mía?
3. ¿Entiendo que he de educarle para que desarrolle sus propias capacidades y pueda vivir su vida
según sus propios ideales?

29
2
¡POR FIN LLEGÓ EL ESPERADO BEBÉ!

Un bebé es como un trocito de Cielo que se despierta en la Tierra.

30
31
2.1. Quién es el niño y qué necesita
Dicen que los niños vienen al mundo con un pan debajo del brazo. Lo que desde luego
no traen es un manual de instrucciones ni un carné que nos diga quiénes son, de dónde
vienen, o qué es lo que necesitan desarrollar en el mundo. Y es justo en ese punto
cuando comienzan los problemas, tanto de los padres como de los educadores.

Como antes les dije, R. Steiner aclaró muchos de los errores que yo tenía,
ayudándome a comprender de manera más profunda quién es el niño y qué necesita. Sin
duda, lo más importante para mí fue dar vida a la idea de que el niño es un ser espiritual
en permanente evolución, que viene a encarnar en un cuerpo físico para continuar su
desarrollo. Esto me sobrecogía, y algunas veces me abrumaba sobremanera, pues intuía
la enorme responsabilidad que estaba a punto de cargar sobre mis espaldas. Sin embargo,
fue mi gran escuela en la vida. En un principio somos los padres los que tenemos que
enseñar, pero si estamos con corazón abierto, seremos los que más vamos a aprender en
este maravilloso proceso de ser los guías de nuestros hijos. Permítanme acercarnos
juntos a la magia de la unión entre el mundo espiritual y el mundo material a través de
un nacimiento.
Desde el momento del nacimiento se produce el encuentro de su ser espiritual, su
«yo», con el cuerpo físico, preparado en el vientre materno, y que es resultado de los
genes y de la línea hereditaria. En realidad, el cuerpo físico del bebé es el primer regalo
que le hacen sus padres, y en él se incorpora la individualidad del niño, quien ya desde
su primera respiración comienza sobre el mismo un arduo trabajo de transformación y
metamorfosis que va a prolongarse durante los primeros seis/siete años de su vida. El
nuevo ser se convierte en un arquitecto que hace reformas, modificándolo a su gusto, con
el objeto de sentirse bien en él. Este reajuste, realizado por el «yo» sobre su instrumento
físico, necesita de muchas fuerzas vitales, pues va a cambiar todas las células, formar los
órganos, y finalmente expulsar los dientes de leche, momento en el cual termina este
proceso de transformación de la materia heredada. Como vemos, la idea de que el bebé
no hace más que comer y dormir no es del todo acertada. Estamos ante una apariencia de
inactividad, cuando la realidad es que hay una intensa actividad interior, a la vez que un
trabajo de adaptación al nuevo medio, al nuevo ambiente, y fundamentalmente un ajuste
con la materia.
Para realizar toda esta extraordinaria tarea, el niño necesita de una prolongación del
vientre materno; precisa de un nido. La madre se convierte en el personaje central. Ella
es quien abriga, alimenta y protege a este nuevo ser. Así pues, el elemento que va a
desarrollarse principalmente en esta etapa es el cuerpo físico, que nace totalmente
vulnerable y poco maduro. En las primeras semanas, el bebé sólo puede comer y dormir.

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Está totalmente concentrado en alimentar y fortalecer su cuerpo físico.
Dice Rudolf Steiner que el niño, en sus primeros tres años, es, todo él, un órgano
sensorial. Esto quiere decir que los procesos perceptivos, que en el adulto se localizan en
los sentidos, se extienden en el niño por todo su organismo. Es algo así como una gran
cabeza que capta todo lo que le rodea, y como vive completamente entregado a su
entorno, el mundo entero le entra hasta el interior. No tenemos más que observar su
gesto en la cuna, con sus brazos y piernas abiertos, en una actitud de total entrega, de
apertura sin reservas, que muestra una confianza plena hacia el exterior. Si el paulatino
despertar del ser en su cuerpo es agradable, y nada traiciona su confianza, el niño se
sentirá bien, pudiendo experimentar interiormente el sentimiento de: «el mundo es
bueno». Pero, si por el contrario, no es recibido con calor, ese acto de confianza es
traicionado, y el ser se encoge, porque eso demuestra que el mundo no es bueno y no le
acoge.
Es muy importante que podamos captar, en toda su profundidad, el hecho de la
vulnerabilidad y permeabilidad del ser que acaba de llegar a nuestras vidas. Esa
consciencia no nos falta a nivel físico. Nos damos cuenta de todos los enormes cuidados
con los que tenemos que prodigarle y de la extraordinaria protección que requiere el
bebé, pero quizá no somos tan conscientes del plano espiritual. Creemos que el pequeño
no se entera de nada, y sin embargo, al estar permanentemente abierto y receptivo, todas
las influencias que vienen del exterior las acoge dentro de sí. Incorpora no sólo los
alimentos materiales, sino muy principalmente las impresiones que recibe a través de los
sentidos: colores, sonidos, sabores, aromas, temperatura, etc. Y por si esto fuera poco,
hace suyas además las sensaciones, emociones o pensamientos que viven en su entorno
inmediato. Completamente abierto y vulnerable, embebe el mundo circundante sin la
posibilidad de seleccionar entre las influencias favorables y las desfavorables. Siente
todo lo que piensan quienes están a su alrededor, y esto va a constituir la base sobre la
que va a asentarse toda la educación posterior. Por esta razón, el pequeño necesita un
ambiente que sea en cierta forma como una segunda matriz que le sirva de filtro a las
impresiones del mundo exterior. Así pues, ya sea que en la función nos haya tocado
como padres o como educadores, debemos tomar una gran responsabilidad por nuestros
actos, no sólo evitando aquellos moralmente incorrectos desde una mera apariencia, sino
fundamentalmente siendo internamente veraces a nivel ético-moral. La calidad del
ambiente es, por lo tanto, lo más importante de todo. El trato con los niños exige al
adulto que, a pesar de todas las dificultades que tenga, se esfuerce una y otra vez por
estar realmente alegre y confiado, dado que los niños perciben los pensamientos
inexpresados en su entorno.
En un artículo publicado en la revista Cuerpos y Almas bajo el título «Madre: en tu
útero escribes el futuro de tu hijo», encontré esta misma idea del bebé como ser
totalmente vulnerable y receptivo a toda influencia exterior, pero desde la perspectiva del
feto. Dice, entre otras cosas:

33
El feto tiene una… «percepción sin yo, sin focalización personal, abierta en
consecuencia a todos los impactos, especialmente a los emotivos procedentes de
la madre, con la que se mantiene, en una simbiosis total»… El sistema nervioso
del feto sigue siendo básicamente receptivo, con una receptividad subjetiva que
globaliza todo impacto como si el impacto fuera él. Así, el feto escribe en su
sistema nervioso, en sus células, en su cuerpo todo, cuanto emotiva-mente la
madre lleva escrito y cuanto la madre va escribiendo en su mente… La madre
que durante el embarazo vive una constante tristeza, irritación, estrés, peleas
con su pareja, etc., transmite esos sentimientos al feto, que los recibe como
suyos.1

A lo largo de este interesante artículo vemos cuán importante es todo el período de


gestación, hasta el punto de llegar a marcar el futuro del bebé, no sólo desde el punto de
vista de su salud futura, sino también en cuanto a su inteligencia y a su mundo de
vivencias emocionales.
El niño requiere de un intenso contacto con los suyos para recibir de ellos todo el
calor, además de confianza, protección, seguridad y dosis incalculables de amor y alegría
a su alrededor. En ningún momento debemos olvidar que estamos ante un ser espiritual
que está iniciando su andadura en un cuerpo pequeño. Y como todo ser necesita
comunicación, es muy importante que hablemos con él, que le expliquemos dónde está,
quiénes somos, o qué vamos a hacer (cuando le cambiamos los pañales, le vestimos,
lavamos, etc.). Esto le calmará, ayudándole a sentirse seguro y protegido. Es también
esencial que utilicemos con él un lenguaje claro y digno; sin palabras a medias, sin
lenguas de trapo (no olvidemos que nosotros somos sus modelos, aquellos a quienes el
niño va a imitar, puesto que la imitación será, en toda esta primera etapa de su vida, su
herramienta de aprendizaje).
El reducido espacio en el interior del vientre materno se amplía ahora al nido, y
éste ha de ser un lugar seguro en el que pueda crecer sin temor. Tengamos en cuenta que
la seguridad significa comprensión y conocimiento. Seguridad es por tanto
predecibilidad: todo lo que no es estable o predecible se convierte en inseguridad para él,
y por lo tanto en encogimiento. Si vive rodeado de discusiones, si no se atienden sus
necesidades de afecto, de atención hacia su persona, entonces aparece el miedo infantil
como expresión de falta de acogida. El niño es como un paisaje de nieve recién caída en
la cual hace mella todo cuanto viene del exterior, al igual que las pisadas dejan su huella
cuando caminamos por ella. Así pues, la salud futura del niño tiene relación con el
cuidado físico y emocional que reciba en esta época de la vida. Si en este primer período
el niño recibe sustos, carencias, falta de afecto, etc., este sobrecogimiento que
experimenta en su interior se va a traspasar hasta su cuerpo, generando enfermedades
posteriores que estarán relacionadas con esos momentos de la infancia. Es como si su
energía vital, destinada al crecimiento, a la expansión de sus órganos, y que se vería
expresada en esa íntima satisfacción del que ve cubiertas sus necesidades, se retirase, se
encogiese, dejando un vacío tanto a nivel físico como espiritual.

34
2.2. El tercer ingrediente: la mente
Al comienzo del capítulo describíamos al niño como un ser espiritual que se encarna en
un cuerpo físico a través del cual puede expresarse y relacionarse en el universo material.
El cuerpo es, por tanto, un perfecto instrumento del espíritu, que refleja el estado del ser
que lo habita y que le permite obrar en el mundo. A esto hay que añadir ahora un tercer
elemento o herramienta: la mente.

El espíritu es el motor, el jefe de la organización. De él provienen los impulsos y


las decisiones. A través de su mente puede recopilar y analizar los datos de sus
experiencias, y gracias al cuerpo llevarlas a la acción. Con objeto de hacerlo aún más
claro, imaginemos a una persona cuya intención es ser médico. Si este impulso
permaneciese solamente a nivel espiritual, es decir, viviendo como deseo, como meta u
objetivo, pero sin un soporte físico para llevarlo a cabo, difícilmente veríamos a este
hombre algún día vestido con su bata blanca recorriendo los pasillos de un hospital. Pero
este ser tiene una mente, a partir de la cual va a poder retener todos los datos, procesos,
estudios y experiencias de su aprendizaje. Y será gracias a su cuerpo como podrá asistir
a las clases y practicar la medicina.
Ahora bien, ¿qué es la mente? La mente es un sistema de control y comunicación
del individuo consigo mismo y con su ambiente. Está constituida de imágenes que se han
formado a partir de todo lo vivido por el ser a lo largo de su existencia. Percibe y retiene
la información de las experiencias pasadas, analizando los datos que ha recibido, los
cuales clasifica en base a diferencias y semejanzas. Nos permite además volver a mirar
una y otra vez esas imágenes del pasado con el propósito de analizarlas, sacar
conclusiones o resolver problemas acerca de lo que estamos viviendo en el presente. Si
por ejemplo estamos paseando por el campo y vemos acercarse un perro, nuestra mente
nos presentará las imágenes de perros anteriores que hayamos visto como un dato
conocido por nosotros, lo que a su vez nos permitirá establecer las diferencias entre los
perros observados en el pasado y el que estamos en ese momento contemplando.
El espíritu o «yo» es quien controla la mente, ya que es el núcleo de consciencia de
la persona.
La mente consciente, cuando recibe un estímulo, lo analiza, y produce una
respuesta lógica, siempre encaminada a la supervivencia (…). Permite evaluar
la información que recibes del universo material y te ayuda a actuar de la forma
más superviviente posible.2

La mente es, según ello, consciente por excelencia, y su clave es la capacidad de


análisis: uno sabe lo que está determinando y lo que está haciendo.
Si todos los datos de nuestras experiencias pasadas estuvieran registrados de forma
consciente, es evidente que las respuestas que daríamos, en cualquier situación de la

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vida, serían siempre racionales, conscientes y lógicas. No se nos ocurriría, por ejemplo,
ponernos a llorar desconsoladamente si nuestro hijo derrama un poco de sopa, ni
tampoco reírnos a carcajadas cada vez que una persona se cae al suelo ante nuestras
propias narices. Pero desgraciadamente no siempre funcionamos en la vida de forma
consciente, por lo que hemos de hacer una clara distinción entre la mente consciente y la
inconsciente o estímulo-respuesta.

❑ La mente inconsciente o estímulo-respuesta


Cada vez que sufrimos un fuerte impacto doloroso, ya sea físico o emocional, la mente
consciente se desconecta. Lo mismo ocurre si caemos presa de la inconsciencia
producida por anestesia, hipnosis, operaciones, accidentes, desmayos, estados fetales,
etc. Es entonces cuando la mente inconsciente se pone en marcha registrando todo lo que
ocurre, ya que nosotros, por estar bajo los efectos del shock, no podemos percibirlo a
nivel consciente.

La mente estímulo-respuesta actúa, por lo tanto, por debajo del nivel de


consciencia. Es la que registra todo lo malo que hemos experimentado en la vida, y la
que nos provoca emociones negativas tales como ansiedad, miedo, tristeza, enojo, etc.
Las imágenes que contiene corresponden, pues, a situaciones en las que la persona se ha
visto sometida a cualquier tipo de sufrimiento. Dichas imágenes quedan retenidas en ella
bajo nuestra completa ignorancia, y van a ser las que determinen más adelante nuestras
conductas irracionales. Veamos, en el siguiente ejemplo, cómo ocurre este proceso:
Una mujer está planchando en la cocina de su casa. Mientras tanto hay una olla
humeante en el fuego que desprende por toda la pieza un agradable olor a lentejas
estofadas. Su bebé juega en el suelo con unos trozos de madera, con los que se divierte
construyendo una gran torre. La madre habla con su niño, pero en un descuido, se quema
seriamente la mano. El intenso dolor que experimenta la contrae profundamente durante
unos instantes. Toda su atención se retira de su medio ambiente para adentrarse
exclusivamente en el dolor que siente en la mano. En esos breves momentos en los que
la mujer pierde su consciencia habitual y está como «fuera» del mundo, es decir, semi-
consciente, su mente consciente no puede seguir registrando los datos, simplemente
porque ella (como espíritu que controla la mente) ya no los puede percibir. Es entonces
cuando la parte inconsciente se pone en marcha, grabando todo lo que sucede, pero al no
tener capacidad de análisis lo une todo en un mismo saco, ya que no puede establecer,
como hacía la mente consciente, las diferencias o semejanzas de las experiencias. De
manera que el contenido de este saco será: todo igual a todo. En este caso, el «archivo»
podría ser: dolor intenso en una mano = sufrimiento = olor a lentejas = fuego encendido
= calor de la plancha = quemadura = olor de ropa recién planchada = niño jugando =
trozos de madera = cocina = vapores en el ambiente. Y así con todos los datos presentes
en ese incidente.

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El problema surge cuando en otro momento posterior de la vida aparece de nuevo
alguno de los datos contenidos en ese archivo inconsciente que nos recuerda una
situación pasada dolorosa. En el caso que estamos analizando podría ser el olor a lentejas
o el sonido de trozos de madera en el suelo, recuerdos que van a activar la emoción del
pasado relacionándola con algo que en la actualidad no tiene nada que ver con aquel
incidente. Así, la mujer del ejemplo no podrá entender por qué a veces, cuando está en la
cocina haciendo lentejas (estímulo), se siente mal y tiene ganas de irse de allí
(respuesta), y si además su hijo juega a su alrededor, hasta vuelve a notar un dolorcillo
en la mano.
Todos sabemos que cuando caemos en emociones negativas ya no estamos bajo
nuestro propio control, sino que más bien son estas emociones las que nos dominan. El
hombre busca siempre la supervivencia óptima en todas las facetas de la vida, y esto es
lo que ocurre cuando está «al mando», ya que en este caso siempre actúa analíticamente,
y aunque surjan problemas, va a poder resolverlos. Sin embargo, la parte inconsciente de
la mente funciona totalmente en base a estímulo-respuesta. Ella es la que induce al
individuo a reaccionar —sin control alguno por su parte, y sin poder analizar la situación
de una manera objetiva— de forma irracional por datos que desconoce y que no aportan
soluciones adecuadas a las circunstancias concretas de ese momento presente, sino que
vienen impulsadas por algo que ocurrió en algún remoto pasado, y que ese «archivo»
identifica como similar. Esto impide la libertad de actuación de la persona, la cual se ve
forzada a reaccionar, en vez de actuar en base a sus propios pensamientos y propósitos.
Esta parte de la mente que llamamos inconsciente nos obliga a actuar de forma
irracional, dando respuestas que no se corresponden con la realidad presente
que vivimos, haciendo de nosotros poco menos que nada.3

Si retomamos el ejemplo anterior, para poder comprender mejor lo que acabo de


decir, vemos cómo la mujer de la plancha, antes de que ocurriese el incidente de la
quemadura, puede ir resolviendo cada situación que se le presenta de manera adecuada y
consciente. Maneja la plancha, conversa con el bebé, remueve sus lentejas, y realiza
cualquier otro gesto que requiera ese momento presente. Ahora bien, una vez que ha
ocurrido este accidente, ella ya no sabe que en su inconsciente hay unos datos que no
puede controlar, pero que se van a «despertar» en cuanto se encuentre en una situación
similar. Y esto es lo que le ocurre cuando, un día cualquiera, ella vuelve a sus lentejas
mientras plancha y su niño corretea. Su mente inconsciente se pone en marcha
recordándole a su manera que se encuentra en una situación de peligro (ya que para ella
todos estos datos son igual a intenso dolor), y haciéndole reaccionar de una forma ilógica
(sintiéndose mal, doliéndole de nuevo la mano, queriendo irse de la cocina, o decidiendo
que no le gustan ya las lentejas), buscando por lo tanto la supervivencia desde un punto
de vista irracional (marcharse de la cocina es supervivencia irracional, puesto que le hace
escapar de una sensación de peligro o gran dolor que en la actualidad son inexistentes).
Supuestamente, la mente estímulo-respuesta trata de protegernos de lo que, según sus

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datos, supone un peligro para nosotros, lo cual, finalmente, no resulta adecuado ni para
la persona implicada ni para los demás.
Esta mente fija el dolor a las imágenes, y en el futuro, aunque la persona esté
consciente, cuando viva una situación parecida o similar a algo que ella tiene
grabado, creará una fuerte sensación de peligro, haciendo que la persona realice
acciones, movimientos o pensamientos que no ha decidido y que generalmente
no se corresponden con la realidad presente.4

Como decía al comienzo, la mente inconsciente no sólo registra los momentos de


intenso dolor físico o los de pura inconsciencia, sino también los impactos emocionales
tales como pérdidas de un ser querido, muertes, fracasos, traiciones, etc. También es
muy importante todo lo que experimentamos como fetos en el vientre materno, ya que
queda grabado en nuestro inconsciente, con el agravante de que, en este caso, al
sentirnos uno con la madre, lo que ella siente o piensa quedará adherido a nosotros como
si formase parte de nuestra propia personalidad. Esto quizá pueda hacernos comprender
mejor que ya desde pequeños mostremos actitudes imprevisibles muy a menudo
relacionadas con la ira, la cólera o la impaciencia. El niño responderá de forma
inadecuada ante situaciones que le provoquen frustración, inseguridad, miedo, y que
pongan en peligro su bienestar.
La mente inconsciente es de hecho la fuente de todo pensamiento, sentimiento y
comportamiento irracional. Representa la mayoría de la aberración de la persona,
entendiendo aberración como irracionalidad, como supervivencia negativa. Es realmente
el mal en el hombre. Es ella la que nos impulsa a abandonar nuestros sueños, la que nos
hace ponernos abúlicos, tristes o iracundos, la que nos induce a la duda impidiéndonos
actuar, la que acaba matando nuestras más altas metas y aspiraciones como seres
espirituales. Cuando, a través de un intenso trabajo, conseguimos descargarla,
recuperando los archivos de la bolsa mezclados incorrectamente, para pasarlos como
datos conscientes claramente diferenciados a la mente consciente, podremos, felizmente,
decir que hemos vencido a nuestro peor antagonista, pasando a ser nuestra conducta algo
que está bajo nuestro dominio, dirigida por el «yo», y por tanto totalmente racional.
Es muy importante conocer todo lo relativo a la mente inconsciente, puesto que es
con ella con quien vamos a tener que lidiar la mayor parte de las veces que tengamos
problemas con nuestros niños. Hemos de poder distinguir por un lado al ser, y por otro a
su mente estímulo-respuesta, pues si los tratamos como una unidad, no sólo vamos a
perjudicar profundamente al niño, sino también a nosotros mismos y a la relación entre
ambos. Además, este discernimiento nos permitirá en todo momento saber con quién nos
estamos comunicando, ya que es a su mente a la que tenemos que educar. El niño sólo
precisa nuestro apoyo, guía, y nuestros amorosos cuidados. Por otro lado, también
debemos tener en cuenta la existencia de nuestro propio «archivo» oscuro e inconsciente,
pues a menudo nos veremos enzarzados en descomunales batallas entre mentes, mientras
los seres se quedan fuera mirando asustados lo que está ocurriendo.

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¿Acaso sus hijos no le han sacado nunca de sus casillas? ¿De veras no ha tenido
ganas de matarles más de una vez cuando les encontraba patinando en el suelo recién
encerado después de habérselo prohibido una y mil veces?, ¿o dejando caer el Cola Cao
sobre el sofá que acaba de comprar, si saben de sobra que es en la cocina donde tienen
que merendar? Pues si no hubiera eso que hemos llamado mente estímulo-respuesta, uno
no se pondría a gritar como loco, o a caer en estados de desesperación. Simplemente
actuaría conscientemente, lo cual implica tomar las decisiones correctas (como
castigarles y obligarles a limpiar y reparar los daños) sin perder los estribos. Una actitud
semejante es la que de verdad nos ayuda a sobrevivir mejor y la que hace que,
finalmente, todos salgan ganando.
Si observamos un poco cómo funciona la humanidad, veremos que todos buscamos
lo mismo: la felicidad, el bienestar, la abundancia, el aprecio de nuestros semejantes.
Ahora bien, ¿cómo tratamos de lograrlo? Desgraciadamente, en la mayoría de los casos,
a través de la guerra, y una de las más cruentas es la que tiene lugar en el seno del hogar
entre padres e hijos. Cada uno quiere para sí lo mejor, y según la emoción en la que se
encuentra,5 o bien domina o bien es dominado, o conquista o es conquistado.
¿Toleramos y respetamos a nuestros hijos? ¿Permitimos que surjan de ellos los impulsos
o iniciativas que van a forjar su destino? ¿O por el contrario tratamos de reprimir sus
deseos, sus metas, por el simple motivo de que no concuerdan con la idea que nos
habíamos fijado nosotros para ellos? Ya sé que alguien pensará que exagero, pero
créanme que he visto mucho dolor en nuestros jóvenes por este motivo. Conocí a uno,
por ejemplo, cuyo mayor deseo era ser músico. Su padre opinaba que eso era ridículo, y
le obligó a ser ingeniero, simplemente porque se consideraba la profesión más «chic» de
la época. Otros necesitaron apartarse de la religión que profesaban sus padres porque no
respondía a sus preguntas. Esto sólo pudo llevarse a cabo con enorme dolor y continuas
batallas, en las que perdían frecuentemente la autoestima y de las que sacaban grandes
dudas y culpabilidades.
A la vista de estas reflexiones creo importante tomar consciencia de que, a menudo,
somos los padres quienes alimentamos la mente estímulo-respuesta de nuestros hijos, a
la cual damos de comer con la nuestra propia cuando, por ejemplo, perdemos los
nervios, o cuando, por simple debilidad o momentánea comodidad, no podemos decir no
a algo que sabemos de sobra que no es adecuado para ellos.
¿Qué quiero decir con alimentar la mente estímulo-respuesta del niño?
Supongamos que nuestro pequeño se pone a lloriquear porque Vd. le quita un juguete
para meterle en el baño. El hecho de tener que renunciar al juguete le puede conectar con
su «archivo» inconsciente porque siente una amenaza de pérdida. Ahora bien, si se le
explica que dicho juguete no quiere bañarse porque, o bien se puede estropear, o
simplemente tiene frío y desea descansar en el armario bien tapadito, el niño
comprenderá que no va a perder nada. Si está acostumbrado a una buena comunicación,
en la cual sus dudas se resuelven y nadie trata de engañarlo o confundirlo, lo normal será

39
que esté de acuerdo con Vd. Sin embargo, si es un bebé consentido o caprichoso, lo cual
ya implica que funciona en base a estímulo-respuesta, se pondrá a llorar más fuerte hasta
que su madre o su padre cedan y logre salirse con la suya. Ni que decir tiene que a partir
de ahí comenzará una larga serie de rabietas, chantajes y permanentes batallas. Su mente
inconsciente sabe muy bien cómo ponerle a Vd. de los nervios para conseguir lo que
desea. De manera que, cada vez que cedamos ante sus deseos irracionales, estaremos
engrosando su lado negativo.
Así como decíamos que la mente consciente toma siempre las decisiones correctas,
ayudándonos a sobrevivir mejor, de modo contrario la mente inconsciente trata de
dominar a los demás a través de sentimientos y de acciones incontroladas. Por ejemplo,
el niño que se pone a chillar delante de toda la cola de la caja en un supermercado para
conseguir que su madre le compre el caramelo que ella le ha estado negando
anteriormente. Esto puede ayudarnos a la hora de establecer un criterio más racional
sobre cuándo debe aplicarse o no un control. Siempre que las acciones de nuestros hijos
provengan de su mente estímulo-respuesta, lo cual implica necesariamente anti-
supervivientes, ya sea para ellos mismos o para otros, es preciso actuar desde fuera con
el fin de ejercer el control de esa situación. Si Vd. está hablando por teléfono de un
importante tema de trabajo y su hija le monta una rabieta porque en ese momento no
puede arreglarle el juguete que se le acaba de romper, es evidente que le está creando
problemas, y eso no es superviviente para ningún miembro de la familia, incluida esa
niña caprichosa. Es importante en cada caso preguntarse: ¿estoy siendo tolerante con mi
hijo, o con su mente estímulo-respuesta? Está claro que al ser no se le pueden poner
límites. Ahí es donde realmente hemos de ser tolerantes, al permitirles conquistar sus
ideales, sus metas. Sin embargo, sí hemos de poner límites a sus reacciones
incontroladas y negativas. El ideal es poder hablar con el niño de estos temas, haciendo
que entiendan esa diferencia (y les aseguro que la entienden), ayudándoles a que sean
ellos mismos quienes, con nuestro apoyo, vayan aprendiendo a practicar la
autodisciplina, enseñándoles a que su ser verdadero pueda tomar el control, pues éste es
el camino hacia la verdadera libertad.
En capítulos posteriores hablaremos de forma práctica sobre este tema, para ayudar
a nuestros hijos en esa dirección.

2.3. De 0 a 3 años: andar, hablar y pensar


El niño, en este período de su vida, va a dar tres pasos importantísimos: andar, hablar y
pensar.

❑ Andar

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La primera actividad a conquistar, en la que va a pasar horas enteras de entrenamiento,
va a ser erguirse. Con una tenacidad a prueba de bombas, le veremos ejercitar sin
descanso, agarrándose a los barrotes de la cuna para caer y volver a intentarlo hasta que,
¡por fin!, consiga ponerse de pie. Después, radiante de felicidad, buscará nuestro
aplauso, puesto que él sabe que acaba de lograr algo muy importante, y lo vive como un
gran triunfo. Es evidente que el hecho de erguirse va a suponer una ampliación de su
consciencia. Las cosas ya no las ve desde el mismo punto de vista. Ahora ha conquistado
el espacio físico, y por ende sus límites se han ampliado.

Si queremos comprender con mayor profundidad este hecho, no tenemos más que
probar durante unos minutos a desplazarnos por el espacio como lo hace un bebé, es
decir, gateando. Experimentaremos cómo se reducen nuestras posibilidades de relación
con el entorno, los grandes límites, la consciencia reducida, dirigida fundamentalmente
hacia abajo, hacia el suelo, la sensación de peso, de gravedad. El hecho de erguirnos nos
da nuestra verdadera dimensión humana, separándonos del mundo animal. El «yo»
puede vivenciarse a través de un cuerpo cuya cabeza se eleva hacia el cosmos, a la vez
que los pies sienten el sólido apoyo de la tierra. Aunque no seamos conscientes de ese
hecho, en el momento de alcanzar la vertical, nos convertimos en un puente entre el cielo
y la tierra; entre el universo espiritual y el mundo material, mundos ambos que van a
tener un centro común: el corazón del hombre.
Una vez conquistada la postura vertical, su siguiente esfuerzo irá encaminado a
lograr los primeros pasos. Este es un momento decisivo en la vida del niño en el que
puede experimentar un primer atisbo de libertad. El «yo», o esencia espiritual, realizará
uno de sus increíbles milagros al ser capaz de movilizar desde la voluntad un cuerpo,
cuya tendencia natural es el peso sujeto a la gravedad, y por tanto a la inmovilidad. Al
desplazarse a voluntad por el espacio entrará en una relación más directa y personal con
el mundo.
A menudo, los padres, deseosos de acelerar este proceso, muchas veces por el
simple hecho de demostrar que su niño/a es verdaderamente listo y espabilado, en lugar
de actuar como meros auxiliadores ante sus esfuerzos, violentan su naturaleza, ya sea
presionándole u obligándole por medios externos a que ande. De esta manera, el adulto
consigue abortar la primera iniciativa del niño, además de suprimir el ritmo de su propio
organismo físico.

❑ Hablar
El lenguaje es el principal medio de comunicación entre los seres humanos. A través del
habla, el hombre puede expresar lo que vive dentro de él, haciendo a los demás
partícipes de ello.

41
En este proceso de aprendizaje se comienza reconociendo y nombrando los objetos
que están fuera (agua, pan, etc.). Luego, el niño va juntando palabras (nene agua), y
finalmente utiliza los verbos. Es muy interesante observar este proceso, que tiene mucho
que ver con el desarrollo de su consciencia. Vemos cómo la acción (el verbo) viene en
último lugar. Primero se produce un reconocimiento de los datos (galleta), después uno
mismo se relaciona con ellos (nene galleta) y finalmente se hace algo con ellos (me
como la galleta). En realidad todos, en alguna medida, seguimos este mismo proceso en
la vida. Siempre que algo es desconocido para nosotros, comenzamos tratando de
comprenderlo. Si vamos de viaje, por ejemplo, ponemos la atención en conocer los
lugares, las costumbres, los horarios, la moneda, etc. En la medida en la que esto lo
tenemos claro, empezamos a relacionarnos con ello; nos gusta o no nos gusta, estamos o
no de acuerdo, etc. Finalmente actuamos en consecuencia. La acción siempre es
posterior al concepto. Antes de una creación no existe nada. Lo primero que surge es el
concepto, o punto a ver, después nos relacionamos afectivamente con él, para terminar
haciendo algo al respecto.
Si con el andar conquistamos el espacio físico exterior, con el hablar se manifiesta
la progresiva conquista del niño de su propio espacio interior.
¡Qué importante es en esta fase que los adultos sepamos estar a la altura de las
circunstancias! ¿Cuántas veces no oímos a los padres, abuelos o educadores hablarles a
los niños como si fueran tontos? En este caso parece que los papeles se cambian, y en
vez de ser los pequeños los que imitan a los mayores, somos los mayores los que, en un
intento de hacernos los graciosos, o de acercarnos más a su mundo, nos ponemos a
imitar sus balbuceos y su hablar de lengua de trapo, o bien a restringir nuestro lenguaje a
términos demasiado pobres, o incluso a cambiar el tono natural de nuestra voz por otro
bobalicón, como si quisiéramos dar a entender que los niños no están capacitados para
escuchar el sonido normal de una voz. Si hacemos esto, estamos traicionando su
confianza. El niño necesita guías, modelos a los que imitar, y esos modelos han de ser
correctos y sobre todo veraces. La verdad debe irradiar en nuestro hablar para que sea
digno de ser imitado. A propósito de esto veamos qué nos dice R. Steiner:
De igual manera que el elemento afectivo debe impregnar toda la ayuda que
demos al niño cuando aprende a andar, asimismo, la mayor veracidad interna ha
de saturarnos cuando le auxiliamos en el aprendizaje del hablar (…). El niño no
desea un lenguaje artificiosamente arreglado: quiere escuchar el genuino
lenguaje propio de los adultos. De ahí que debemos hablarle tal como estamos
acostumbrados a hacerlo en la vida ordinaria, y no utilizando algún especial
«lenguaje parvulario». Sin duda, al principio, el pequeño, por su impotencia,
sólo imitará balbuceando lo que escuche de nosotros; pero nosotros no hemos
de balbucear.6

❑ Pensar

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El niño aprende a pensar a través del habla. Una vez que va haciendo suyos los
conceptos que viven en las palabras, ya puede comenzar a formular sus propios
pensamientos. Esto implica, por tanto, que el lenguaje que utilicen los adultos que se
relacionan con él va a ser de gran importancia para ayudarle en su proceso de pensar.
Cuando nos dirijamos a un niño nunca hemos de tratar de adaptar a él nuestro lenguaje.
Esto sería frenar, limitar su capacidad de aprendizaje. Por el contrario, hemos de
ofrecerle toda la riqueza que alberga cada lengua materna, y que podemos extraer de los
hermosos cuentos o leyendas de las diversas culturas. El niño ama muy especialmente
los versos, en cuyo ritmo se siente mecer y vibrar. Yo recuerdo con especial emoción las
tardes en las que mi madre me leía los versos de Platero, o de Gabriel y Galán. Había
muchas palabras que no entendía, pero sí captaba el ambiente general del poema, y muy
especialmente la belleza de los sonidos que sentía entrar en mi alma como una caricia.
Sé que fue a partir de ahí cuando aprendí a amar el lenguaje, y sé también que ya
entonces comenzó a desplegarse mi mundo interior a través de mis propios
pensamientos, que iban tejiéndose por medio de las palabras.

El pensamiento nos lleva a la esencia de las cosas, al ser espiritual que vive en lo
que nos rodea. Gracias al pensar surge la conciencia del Yo, y es esta consciencia de uno
mismo la que nos permite conquistar el espacio espiritual. Este proceso, que va
desarrollándose paulatinamente en el niño, llega a un momento de mayor intensidad
cuando hacia los tres años empieza a llamarse «yo» a sí mismo, en lugar de «el nene»,
como hacía antes.
Es interesante que podamos comprender la importancia de todo este proceso que
culmina en la capacidad de pensar, y por tanto de poder relacionarnos con el mundo
desde nuestra propia interioridad. El pensamiento nos proporciona libertad, autonomía,
determinismo. Nos permite ser los creadores de nuestra vida y no meramente los
«padecedores» o sufridores de la misma. Escribimos el guión, lo cual implica que no
tenemos que interpretar el papel que otros diseñan para nosotros. Esto nos lleva a una
profunda reflexión sobre la educación de nuestros niños, en el sentido de si queremos
ayudarles en ese camino hacia su libertad de ser, o si pretendemos que se conviertan en
una fotocopia de lo que somos nosotros. Enseñarles a pensar es sin duda la mejor
herencia que podemos dejarles.
Nuestro propio pensamiento ha de ser muy claro para el niño. Un pensamiento que
esté libre de ideas fijas, de rigidez, de modelos de otros a los cuales a menudo nos
adherimos. Esto significa que para guiar a nuestros hijos hemos de hacer un gran trabajo
con nosotros mismos, en el sentido de deshacernos de convencionalismos, de los límites
impuestos por otros como formas de pensamiento que no nos pertenecen. Si así
hacemos, podremos enseñarles a pensar con libertad para que puedan relacionarse
posteriormente de una manera flexible y respetuosa con el mundo.
Claridad significa también ser consecuentes con lo que decimos al niño. El mayor

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daño que le podemos causar es darle órdenes y confundirle revocándolas después:
«¡Cómete la papilla! Bueno, déjalo. Tómate la galleta». «Si no recoges el juguete no te
doy la galleta. Bueno tómate la galleta. Luego lo recoges, ¿vale?». «Dame la
muñequita. No, no, mejor traéme el osito. ¡Ay no!, vamos a jugar a la calle, trae tu
abriguito», etc. Con esta forma inconsecuente de pensar el niño se siente muy
confundido. No sabe qué hacer, qué es lo mejor, qué es lo que se espera de él. Esta
confusión llega a su sistema nervioso, que va alterándose, y su propio pensamiento se va
caotizando hasta degenerar, en épocas posteriores, en las enfermedades nerviosas, tan
predominantes en nuestra época moderna. A propósito de esto sigue diciendo Rudolf
Steiner:
¿Por qué hay, actualmente, tanta gente «nerviosa»? Porque en la infancia no
hubo claridad y precisión de pensamiento entre los adultos que rodeaban al niño
cuando aprendía a pensar, después de haber aprendido a hablar.

2.4. La imitación como herramienta de aprendizaje


Cuántas veces no habremos criticado a nuestros hijos con la frase: ¡deja de imitarme de
una vez! Yo al menos así lo hacía. Consideraba, en mi ignorancia, que imitar era carecer
de personalidad propia, y por ello me irritaba enormemente. Trataba de hacer razonar a
mis hijas, de conseguir que comprendiesen las cosas a nivel racional, sin entender que
esta capacidad se desplegaría mucho más tarde. Si alguien duda sobre el poder de la
imitación no tiene más que leer la historia de Gaspar Hauser, un niño a quien encerraron
en una cueva, sin ningún contacto humano, y al que posteriormente dejaron en libertad
casi con 21 años. Este ser tuvo que aprender a erguirse y a caminar ya de adulto. Al no
tener ningún modelo al que imitar, no supo tan siquiera que él tenía estas capacidades.
Por supuesto no es el único suceso de este tipo en la historia de la humanidad. Recuerden
los casos de los niños lobo, por ejemplo. Ellos imitaron los sonidos, las actitudes, la
forma de desplazarse de aquellos con los que les tocó convivir.

La necesidad de imitar es imperiosa en el niño, puesto que constituye su


herramienta de aprendizaje en la vida, así como el instrumento para entrar en contacto
con el mundo. Debido a ello, el ejemplo dado por los padres y los educadores tiene una
importancia considerable, no solamente para la educación bajo su aspecto moral, sino
también para la estructuración de su organismo físico. A propósito de esto dice Úrsula
Grahl en su artículo «Forasteros en nuestro mundo moderno»:
(…) a la edad en la que aprenden por imitación, sencillamente copian todo lo
que ven en su medio ambiente. Durante esta etapa, el niño todavía no tiene un
juicio moral acerca de lo que es bueno ni malo; todavía no puede percibir lo que
vale la pena de imitar y lo que no la vale. Está tratando de orientarse en este
mundo terrenal y está pronto a copiar todo lo que ahí encuentra, sin

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discriminación. Por eso es que la responsabilidad es tan grande al tratar a los
niños pequeñitos. Tenemos que luchar por los máximos niveles de moralidad en
todos nuestros pensamientos, palabras y acciones.7

A través de la imitación, el niño desarrolla la moralidad en su actuar en el mundo.


Desde muy pequeño se muestra ya como un aventurero, como un explorador nato, y
como para él el mundo es bueno, se lanza con pleno entusiasmo a imitar todo lo que le
rodea. En su afán por aprender y por incorporarse a su nueva existencia, muestra una
tenacidad asombrosa. Observémosle intentando una y otra vez hacer aquello de lo que no
es capaz, como coger algún objeto, tocarse los pies en la cuna, meter una caja dentro de
otra, etc., y cómo va, en su intento por superar las dificultades, corrigiéndose a sí mismo.
Así es como él se va formando, recibiendo la lección que contienen sus experiencias. Es
importante, por lo tanto, proporcionar al pequeño un espacio seguro, en el que pueda
explorar a sus anchas y aprender sin el riesgo de hacerse daño. Nunca deberíamos
prohibir sus actividades espontáneas, sino, antes bien, darle la libertad de moverse, de
experimentar, de manejar las cosas. Por otro lado, al dejar participar al niño en las
diversas tareas de la casa o el jardín, se le está dando la oportunidad de que su deseo de
imitar encuentre una forma sana de expresión. Además, podrá desarrollar su
independencia de manera saludable y lograr las bases de la autoestima (tan carente en
nuestros días). Si alabamos sus deseos de aprender, irá desplegando una a una todas sus
habilidades. A menudo, los mayores, por simple desconocimiento, o porque nos parece
más sencillo, tratamos con demasiada frecuencia de actuar sobre la voluntad del niño con
«charlitas», con amonestaciones, o con amenazas de castigo. Sin embargo, no es
necesario recriminar o regañar, sino convertirse en un modelo correcto para el niño.
Consecuentemente, todo a su alrededor ha de estar lleno de verdad para que su confianza
futura no se vea resquebrajada. Si a su alrededor los ejemplos son buenos, desarrollará
un sentido moral. Por el contrario, si los ejemplos son malos, será una persona inmoral o
amoral en el futuro.

El niño que vive en semejante atmósfera de afecto, encontrando en ella


saludables ejemplos para imitarlos, está en su justo elemento; de ahí que
deberíamos tener sumo cuidado de que no pase nada en torno suyo que él no
deba imitar; nada respecto a lo cual tuviera uno que decirle: esto no debes
hacerlo.8

Hace unos días, hablando con una madre sobre este tema, me preguntaba por qué
los niños no imitan lo bueno de los adultos. Como ejemplo citaba el comportamiento de
su hijo a la hora de sentarse a la mesa para comer. Lo que ocurre es que lo imitan todo,
tanto lo bueno como lo malo, por eso, en este o en otros muchos casos, hemos de
observar nuestras propias actitudes hacia aquellas situaciones que produzcan conflicto.
En cuanto a la pregunta de esta amiga, hay muchos factores a considerar. Por un
lado está el hecho de que los niños no necesitan tantas cantidades de alimentos como
nosotros creemos. Nuestra obsesión, cuando son pequeños, es llenarles de comida,

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creyendo que de esa forma van a estar más sanos. Pero ellos se nutren también de otras
muchas cosas: del aire, el sol, la belleza, la alegría, de una vida rítmica, equilibrada, y
sobre todo de un ambiente cálido, amoroso, seguro y acogedor, que tenga en cuenta sus
propias necesidades. A su vez, hemos de tener presente el temperamento del niño, ya que
éste determina en cierta forma sus actitudes hacia la vida (ver p. 106). Por ejemplo, los
niños melancólicos son más bien inapetentes. Necesitan un ambiente de gran
tranquilidad y armonía, así como alimentos gratos a la vista y al paladar. Los flemáticos
pueden ser muy glotones. Ellos son esos bebés gorditos y maravillosos que casi todas las
madres quisieran tener. Su relación con el tiempo es muy especial. Como no tienen prisa,
pueden pasar horas delante de la mesa. Los sanguíneos tienen buen apetito, pero no
pueden estarse quietos ni un minuto. Al igual que los melancólicos, hay que rodearles de
una atmósfera de paz y tranquilidad, sin demasiadas cosas a la vista que llamen su
atención, si no, no podrán evitar el distraerse y querer marcharse a jugar, o tocar todo lo
que esté a su alrededor. Si queremos que coman, tenemos que ser muy creativos a la hora
de confeccionar su plato. Esto es válido para todos los temperamentos. Un plato al que
se desplaza el juego, en el que los alimentos cobran vida, y en el que se destaquen
formas y colores que inviten a desplegar la imaginación del comensal. Si nuestro hijo es
colérico, el factor velocidad hay que tenerlo muy en cuenta. Tienen demasiadas cosas
que hacer, demasiados juegos esperando, y no podemos hacerles perder el tiempo con
nimiedades. Apetito tienen, pero hay prisas, así que lo mejor es condensar en el plato
calidad, más que cantidad, y ser muy imaginativos. Si logramos que comer sea un juego
interesante, entonces se acabarán los problemas en la mesa.
Por otra parte, imitar no quiere decir reproducir con exactitud una determinada
conducta, en un espacio de tiempo preciso. El niño puede sentarse tranquilo a la mesa
(siempre que sus padres estén a su vez tranquilos, si no imitará la ansiedad o irritación
que percibe) y pasar un rato comiendo con interés y con modales adecuados, pero
cuando ya siente que ese ciclo está cerrado, es cuando no desea continuar ahí sentado.
Nuestra percepción del tiempo no va a ser igual que la suya, y nuestras necesidades
tampoco serán las mismas. Es muy cierto que a veces los padres nos ponemos muy
serios y muy rígidos con eso de los modales en la mesa, y con el boato que le damos a la
comida. Si nuestros niños no están imitando lo que queremos que imiten, lo primero que
tendríamos que mirar es nuestra propia actitud hacia la comida. A veces es una tortura
para los pequeños someterse a ese tener que engullir por obligación o a golpe de torta,
regañina o amenaza. Sin duda perciben que la comida es el punto débil de los padres, y
cuando otros aspectos no funcionan bien, es su manera de castigarles, de tenerles
pendientes de ellos, de fastidiarles y hacerse los importantes. De manera que, en última
instancia, están imitando la actitud agresiva, rígida o autoritaria del adulto. De nuevo
tenemos a las mentes estímulo-respuesta, tanto de los padres como de los niños,
organizando batallas campales para demostrar quién es el más fuerte, quién se sale con la
suya. Son guerras absurdas en las que ambos bandos pierden y que dejan a todos
agotados.

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Las siguientes palabras de Jhon Benians pueden servir de resumen a todo este gran
capítulo para captar más profundamente las necesidades del niño en su primer contacto
con el mundo:

Los años de imitación preceden al despertar de la autoconciencia. En cuanto a


ésta, el niño está todavía dormido, y así como despertamos del sueño en la
mañana, a veces durante bastante tiempo antes de estar en plena posesión de
nuestras facultades, así el niño le toma algunos años despertar a la vida con
plena conciencia. Y no es hasta que llega a los veintiún años que se puede decir
que ha despertado completamente. Las etapas por las que pasa durante ese
tiempo, son similares a las que experimentamos en menor escala al pasar del
sueño a través de momentos de somnolencia, hasta que gradualmente nos
incorporamos, a estirones y bostezos, y nos preparamos para los trabajos diarios
(…). Necesitamos paz y quietud mientras regresamos a nuestro cuerpo después
de la noche de descanso. Asimismo, el niño necesita paz y quietud si queremos
darle la mejor oportunidad de crecer en forma armónica.9

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


2.1

• El elemento que va a desarrollarse principalmente en esta etapa es el cuerpo físico, que nace
totalmente vulnerable y poco maduro.
• El nuevo ser ha de hacer un reajuste sobre este organismo heredado. El espíritu ha de convertirse en
el motor, el jefe de su organización física y mental.
• Para realizar esta extraordinaria tarea, el niño necesita de una prolongación del vientre materno;
precisa de un nido, y éste ha de ser un lugar seguro en el que pueda crecer sin temor.
• El niño, en esta etapa, es todo él un órgano perceptivo. El mundo entero le entra hasta su interior.
Incorpora no sólo los alimentos materiales, sino muy principalmente todas las impresiones que
recibe a través de los sentidos: colores, sonidos, aromas, etc.
• Al estar tan abierto al mundo, hace suyas además las sensaciones, emociones y pensamientos que
viven en su entorno inmediato. Embebe el mundo circundante sin poder seleccionar entre las
influencias favorables y las desfavorables, pues la capacidad de juicio no se desarrolla hasta mucho
más tarde.
• Es importante rodearle de un ambiente positivo y armónico: un ambiente que sea como una segunda
matriz que le sirva de filtro a las impresiones que le llegan del mundo exterior (ruidos, peleas,
negatividad, etc.).
• La salud futura del niño va a tener relación con el cuidado físico y emocional que reciba en esta
época de su vida. Si recibe sustos, carencias, falta de afecto, etc., este sobrecogimiento que
experimenta en su interior se va a traspasar hasta su cuerpo, generando enfermedades posteriores
que estarán relacionadas con esos momentos de la infancia.
• El niño ha de experimentar en esta fase el sentimiento de que el mundo es bueno. Nada ha de
traicionar esa confianza, esa total apertura que muestra hacia el exterior. Si no es recibido con
calor, ese acto suyo de confianza es traicionado, y el ser se encoge, porque eso demuestra que el
mundo no es bueno y no le acoge.

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ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Cuidamos el ambiente que rodea al niño? ¿Le llevamos a sitios demasiado ruidosos, llenos de
humos, de alboroto?
2. ¿Somos capaces de renunciar a veces a nuestra propia diversión en pos de la tranquilidad del
niño?
3. ¿Respetamos su ritmo de comidas, de sueño, de descanso?
4. ¿Cuidamos de no dejarle en contacto con personas negativas? ¿Cuidamos también nuestra propia
negatividad para que no le afecte?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


2.2

• La mente es una herramienta del espíritu. Está constituida de imágenes que se han formado a partir
de todo lo vivido. Retiene la información de las experiencias pasadas, las cuales clasifica en base a
diferencias y semejanzas. Nos permite además volver a mirar una y otra vez esas imágenes del
pasado con el propósito de analizarlas y sacar conclusiones o resolver problemas acerca de lo que
estamos viviendo en el presente.
• La mente estímulo-respuesta es la parte inconsciente de la mente, la cual registra todas las
experiencias dolorosas que hemos tenido en la vida. Las imágenes que contiene corresponden a
situaciones en las que la persona se ha visto sometida a cualquier tipo de sufrimiento. Dichas
imágenes quedan retenidas en ella bajo nuestra completa ignorancia, y van a ser las que determinen
más adelante nuestras conductas irracionales.
• A un estímulo que aparezca en una situación presente que sea similar a otro ocurrido en el pasado, y
registrado en el inconsciente, se va a producir una respuesta similar a la que sucedió entonces,
aunque la situación presente no tenga nada que ver con la ocurrida en dicho pasado.
• Cuando se conecta la mente inconsciente, las respuestas que damos a las situaciones del presente
son irracionales y nos impulsan a actuaciones que están fuera de nuestro control.
• Los niños tienen también sus «archivos» inconscientes que les llevan a actuaciones irracionales
(como rabietas, llantos, crisis de pánico, etc.). Es a esta mente estímulo-respuesta a la que tenemos
que educar y poner los límites.
• Hemos de tener muy en cuenta la existencia de nuestro propio archivo inconsciente para no
engancharnos a él cuando estamos con los niños. No podemos dejar de ser racionales y actuar con
la lógica que requiera la situación. Si actuamos en base a estímulo-respuesta, dejamos de ser sus
guías, perdemos el control y finalmente mal educamos a los niños.
• No se trata de enfadarnos con el niño cuando sus acciones provengan de su mente estímulo-
respuesta. No conseguimos nada con broncas ni charlitas. La solución es poner bajo control esas
reacciones incontroladas.

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ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Caemos con frecuencia en batallas con los niños? ¿Mantenemos la calma en situaciones
críticas?
2. ¿Logramos controlar y poner límites a sus reacciones inadecuadas?
3. ¿Sabemos decir no cuando la ocasión lo requiere, o alimentamos la mente estímulo-respuesta del
niño consintiendo sus caprichos por miedo a sus rabietas?
4. ¿Estamos siendo tolerantes con el niño, o con su mente estímulo-respuesta?
5. ¿Diferenciamos al niño de su mente estímulo-respuesta, simplemente poniendo freno a su actitud
descontrolada?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


2.3

• El niño, entre 0 a 3 años, va a dar tres pasos importantísimos: andar, hablar y pensar.
• Ponerse en pie será la primera actividad a conquistar.
• Erguirse supone una ampliación de la conciencia. Con ello conquista el espacio físico.
• El desplazarse a voluntad por el espacio recién conquistado, será el primer atisbo de libertad. A
partir de ahí entrará en una relación más directa y personal con el mundo.
• Presionarle en este proceso, que ha de seguir su propio ritmo, aborta la primera iniciativa del niño,
además de violentar su naturaleza.
• Con el habla el niño conquista su propio espacio interior.
• Hemos de utilizar con él un lenguaje claro y digno; sin palabras a medias ni lenguas de trapo
(recordemos que nosotros somos los modelos a los que el niño va a imitar).
• La verdad debe irradiar en nuestro hablar para que sea digno de ser imitado.
• El niño aprende a pensar a través del habla.
• Gracias al pensar surge la conciencia de uno mismo y esa consciencia es la que nos permite
conquistar el espacio espiritual.
• El pensamiento nos proporciona libertad, autonomía. Nos permite ser los creadores de nuestra vida.
• Enseñar a pensar a los niños es la mejor herencia que podemos dejarles.
• Nuestro propio pensamiento ha de ser muy claro para el niño. Ha de estar libre de prejuicios, de
rigidez, de modelos de otros a los cuales a menudo nos adherimos.
• Hemos de enseñar a los niños a pensar con libertad para que puedan relacionarse posteriormente de
una manera flexible y respetuosa con el mundo.
• Claridad es también ser consecuentes con lo que decimos al niño. No darle órdenes para revocarlas
después. Nuestro pensamiento inconsecuente confunde al niño y altera su sistema nervioso.

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ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Le forzamos a caminar para presumir de niño listo y espabilado?


2. ¿Cuando nos dirijimos al niño, tratamos de adaptar a él nuestro lenguaje utilizando palabras a
medias o lenguas de trapo?
3. ¿Somos claros con él? ¿Nos atrevemos a ponerle límites sin revocarlos al momento siguiente por
miedo a sus represalias?
4. ¿Somos libres en nuestro propio pensar, o nos ajustamos a los credos de otros?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


2.4

• La imitación será, en toda esta primera etapa de su vida, su herramienta de aprendizaje.


• El ejemplo de los padres y educadores es, por lo tanto, lo más importante en esta época de la vida
del niño.
• A través de la imitación el niño desarrolla su propia moralidad. Si los ejemplos son buenos,
desarrollará un sentido moral. Si los ejemplos son malos, será una persona inmoral o amoral en el
futuro.
• Tenemos que darle la oportunidad de imitar lo que ve a su alrededor. No prohibir nunca sus
actividades espontáneas (colaborar en las tareas de la casa, ayudar en el jardín, etc.).
• No es necesario recriminar o regañar, sino convertirse en un modelo correcto para el niño. Hemos
de ser ejemplos que merezcan ser imitados.
• Hemos de colocar al pequeño en un espacio seguro donde pueda explorar y aprender sin dañarse.
• El niño necesita seguridad, paz y verdad a su alrededor para poder crecer de forma armónica.
• Si alabamos sus deseos de aprender, el niño irá desplegando una a una sus habilidades. No hemos de
hacer las cosas por ellos, sino incentivar sus deseos de aprender a valerse por sí mismos.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Somos unos modelos dignos de imitar por nuestros pequeños?


2. ¿Nos pasamos el día regañando en vez de dando un ejemplo adecuado?
3. ¿Las prisas con las que vivimos hacen que impidamos al niño aprender por sí mismo y ejercitarse
imitando nuestras actividades?
4. ¿Le dejamos que colabore en pequeñas tareas domésticas?
5. ¿Alabamos sus esfuerzos por aprender y los fomentamos?

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6. ¿Les rodeamos de un ambiente de amor y seguridad para que puedan crecer con confianza y sin
temor?
7. ¿Somos excesivamente protectores con ellos, impidiendo que desarrollen sus propias
habilidades?
8. ¿Les educamos en el temor en vez de en el amor y la confianza?

51
3
NO ES BUENO QUE EL NIÑO ESTÉ SOLO

Si los niños viven estimulados, aprenden a confiar en sí mismos.


Si los niños son elogiados, aprenden a apreciar a los demás.
Si los niños se sienten aprobados, aprenden a quererse a sí mismos.
Si los niños reciben la aceptación de sus padres, aprenden a encontrar el amor en el mundo.

Dorothy L. Nolte

52
53
3.1. ¡A por la parejita!
Seguramente a estas alturas ya nos habremos embarcado en la aventura de darle un
hermanito o hermanita a nuestro primogénito, por aquello de no dejarle solo y que tenga
con quien compartir los juegos y experiencias de la vida. Desde luego, somos unos
valientes, o unos inconscientes, o quizá le vamos cogiendo el truco al asunto y ya no nos
parece tan complicado.

Una vez que la familia aumente, hemos de tener presentes varias consideraciones,
con objeto de no cometer errores fatales que luego hayamos de lamentar.
Por un lado, tenemos de nuevo un precioso bebé reclamando nuestra casi total
atención, y por otro al pequeño, que quizá esté a punto de cumplir 3 añitos, y que
también nos necesita, tanto o más que antes.
Lo primero que puede asombrarnos en el niño mayor es un cierto retroceso a etapas
anteriores, a las que acude a veces cuando siente que la atención de toda la familia se
dirige casi exclusivamente hacia el nuevo miembro. Me refiero a cosas como: volver a
hacerse pis, pedir el chupete, hacerse el bebé, querer un biberón, etc. Lo único que
ocurre es que está llamando nuestra atención, reclamando el cariño que necesita. Otra de
las causas de dicha regresión puede ser que, de pronto, nosotros hayamos decidido que
ya es mayor, y así se lo hemos dado a entender; y cuando decimos mayor nos referimos a
que ahora tiene que apañárselas solito en muchos campos en los que antes estábamos ahí
con él. Debemos entender que el hacerse mayor es un proceso paulatino que nunca
puede ser realizado de golpe y en función de nuestra propia conveniencia.
Esta etapa de los celos pasará fácilmente si tenemos paciencia y no dramatizamos
al respecto. Conviene no criticarle ni censurarle por ello, sino permitirle este pequeño
desliz, sin dar al hecho importancia alguna. Pero de lo que no podemos olvidarnos es de
dedicarle esos momentos de intimidad, sólo para él, en los que encontrarnos cada día
para conversar sobre sus cosas, contarle cuentos y mimarle sin reserva alguna.
Los celos hay que dejarlos salir, nunca reprimirlos. Cuando el pequeño sienta que
no ha sido desplazado, que sigue siendo inmensamente amado, y que incluso goza de
ciertos privilegios, por aquello de ser el mayor, la tormenta habrá pasado sin dejar graves
rastros. Quizá podamos iniciar una relación entre los hermanos dejando que el mayor le
coja en brazos, le dé algún biberón bajo nuestra atenta supervisión, o se encargue de
cualquier cosa relacionada con el bebé. Esto le hará sentirse útil e importante, además de
ir asimilando la fragilidad de un ser tan pequeñito incapaz de hacer nada por sí mismo.
Le encantará que recalquemos y alabemos todas las cosas que ya sabe hacer él solo, todo
lo que ha aprendido; esto aumentará su propia autoestima.

54
Más adelante hablaré de la relación entre los hermanos en épocas posteriores de la
vida, en las que pueden surgir rivalidades y problemas importantes. De momento,
seguiremos profundizando en la etapa que aparece a continuación, una vez que, al
cumplir más o menos 3 años, el niño alcanza un primer atisbo de individualidad o auto-
consciencia.

3.2. De 3 a 7 años
A partir del momento en el que el niño comienza a llamarse «yo» a sí mismo, se inicia
una nueva etapa en su evolución. Anteriormente estaba demasiado ocupado en su propio
desarrollo físico, en descubrir el mundo en el que se encontraba, así como en aprender y
adaptarse a dicho mundo. En esos primeros años, su único punto de referencia, o dato
estable, lo constituía fundamentalmente la madre, a la cual percibía como una unidad de
la que él mismo formaba parte, como una ampliación de su nido. Pero ahora aparece un
brote de consciencia de sí mismo, aún incipiente, pues todavía la unión con su madre
será muy fuerte y va a necesitar su presencia para sentirse seguro.

El espíritu o «yo» comienza a manifestarse en la vida del niño, incorporándose


poco a poco como auto-consciencia experimentada desde el interior del cuerpo.
Tengamos en cuenta que esta incorporación es progresiva, y no será hasta los 20/21 años
cuando el «yo» se haga plenamente presente. No obstante, este es un momento muy
importante, que conlleva una cierta separación de la madre. Por primera vez en su corta
vida se siente a sí mismo como una unidad, y esto le hace ver a su madre como alguien
diferente de sí mismo. Es un momento gozoso, en el que experimenta cierto poder, pero
a la vez doloroso, puesto que las separaciones siempre desgarran un poco y producen
sentimientos de soledad.
¿Cómo notamos los padres el inicio de esta nueva etapa? Hay una palabra clave
que nos demuestra el antagonismo del niño y su nueva forma de ejercitar su poder sobre
nosotros. Me refiero al terrible ¡No! ¡Ay de las madres o padres que flaqueen en estos
primeros momentos en los que van a medirse las fuerzas! Aquí es cuando realmente
comienza a agrandarse y potenciarse la mente estímulo-respuesta del niño, y donde los
adultos empezamos a perder los papeles. Sin embargo, es una etapa preciosa si sabemos
vivirla correctamente. Por un lado hemos de discernir con mucha claridad entre cuándo
ese «no» es adecuado o cuándo hay que hacer valer nuestro «sí». El niño necesita
sentirse independiente, probar sus propias fuerzas, descubrir sus límites, sus capacidades.
Los padres debemos ayudar a que esa individualidad vaya despertando y
desarrollándose, pero no a costa de aplastar a los demás (máxime siendo los demás
prioritariamente en esta etapa nosotros mismos). Pero muchas veces, si somos sinceros,
prima nuestra comodidad, nuestra permanente manía de hacer de ellos unas copias de

55
nuestro pensar rígido y dogmático, y entonces comienza la batalla por ver quién domina
a quién.
La madre intenta poner el abrigo a Juanito para salir a la calle. «¡No quiero! Yo
solito» (esa es otra frase mágica en estos años). ¿Qué late en ella? Si pudiéramos leer el
pensamiento del niño, escucharíamos algo así como: «déjame experimentar, permíteme
aprender por mí mismo, quiero ser independiente de ti, necesito probarme, saber de lo
que soy capaz».
En esa etapa se intensifica el sentimiento del yo, lo que conlleva que la
resistencia y el rechazo se abran paso constantemente en forma de oposición
obstinada. De repente, el niño ya no quiere ser dirigido por nadie; retira su
mano de la del adulto y se desmadeja por su cuenta. Quiere desnudarse y
vestirse solo; a menudo se niega incluso a jugar con otros niños y durante un
tiempo se vuelve un caminante solitario. Los conflictos con el mundo
circundante se acumulan y padres y educadores que no comprenden ni
entienden, ejercen su autoridad y castigo, cuando el único comportamiento
correcto sería el de ayudar y servir de ejemplo, conducir suavemente y
perdonar.1

En el interior del niño se produce un poderoso conflicto. Por un lado tiene una
vivencia de sí mismo como alguien separado del resto, y esto le da una cierta sensación
de poder, máxime cuando ve en qué modo puede afectar su obstinación a los demás.
Percibe una reacción de su medio ambiente, y el ser causa sobre ese medio le
proporciona placer. Sin embargo, esta experiencia acaba de nacer, por lo que él se siente
como un desconocido, alguien totalmente nuevo y, como todo lo nuevo, frágil, y esto ya
no es tan agradable, pues aparecen sus primeras sensaciones de soledad. Al mismo
tiempo, su voluntad está aún sin desplegar, ya que hasta ese momento era dirigido por
una voluntad exterior, generalmente la materna. Su capacidad de pensar no está tampoco
suficientemente desarrollada como para establecer criterios, diferencias, distancias, etc.
No puede todavía captar los matices de cada situación, pero en él late con fuerza la
necesidad de manifestar esa vida que puja en su interior. Su forma es el antagonismo
sistemático. Diciendo «no» a lo que viene de fuera, potencia su «yo». Karl Köning sigue
diciendo al respecto: «Cuando el yo se hace consciente en ese alma y ese cuerpo, se
expresa por primera vez en la tierra y de ahí surge el no a todo. El no va dirigido al tú y
refuerza su yo».
Es el momento de ser creativos, desplegando nuestra imaginación al máximo. La
tarea consiste en conseguir que el niño haga aquellas cosas que consideramos
importantes para su propio desarrollo sin provocar ese famoso y obstinado antagonismo.
Son momentos no de convencer con lógicas razones, sino de presentar las cosas de tal
modo que éstas le resulten al niño deseables y placenteras. A mí me funcionaba muy
bien hacer hablar a los objetos, como si fuesen personajes de un pequeño teatro en el que
el niño era el protagonista principal. Difícilmente se resistía mi hija cuando su muñeca
de trapo le decía que no quería bañarse porque tenía frío y que lo que deseaba era que su

56
mamita la metiera en la cama muy tapadita. Esto no quiere decir en ningún modo que
tratemos a nuestros pequeños como si fueran tontos, pues, aunque nos parezca mentira,
son capaces de entender muchas cosas si sabemos explicárselas con amor y claridad.
Y como decía antes, hay que discernir muy bien cuándo es el momento no sólo que
ceder, sino incluso de potenciar esa necesidad de auto-aprendizaje. Por ejemplo, en el
caso del niño queriendo hacer las cosas solito, hemos de tener la paciencia necesaria para
permitírselo. Son sus primeros gestos de independencia, y no deben ser abortados. Quizá
tengamos que programar mejor nuestro tiempo para permitirles estas saludables
experiencias. Así, cuando vayamos a salir a la calle, podemos decírselo con bastante
anticipación para que ellos puedan ir haciendo sus pinitos. Comer solos también les
fascina. A las madres menos, porque nos lo ponen todo tibio, y esto añade más trabajo al
ya inmenso del ama de casa. De nuevo aquí se precisan dosis de paciencia y amor,
además de precaución. Un buen babero gigante, una silla alta y una mesa resistente a los
churretones de papilla resolverán los posibles problemas. En cualquier caso siempre
tardaremos menos en limpiar un poco más que en pelear con nuestro hijo por la posesión
de la cuchara. Seguro que disfrutará más la comida que cuando Vd. lo mantiene
rígidamente agarrado y con aire amenazante le va haciendo engullir el potaje sin la
menor consideración.
Por otro lado, es esencial que sepamos proveer a nuestros pequeños de los límites
que precisan, sin amedrentarnos ante sus enérgicos «noes». Por límites me refiero a ese
préstamo sin intereses que les ofrecemos de nuestra propia voluntad. Como hemos visto,
ellos aún no están capacitados para ejercitarla desde su interior. Están aprendiendo
todavía, y no tienen consciencia de las cosas que pueden perjudicarles. Nosotros somos
sus ángeles de la guarda en la tierra, sus guías, y hemos de ejercer como tales con ese
desprendido criterio de ofrecerles lo que verdaderamente les favorece. No podemos, por
ejemplo, dejar que nos pinten las paredes de nuestra casa, por mucha necesidad que
tengan de expresar sus cualidades artísticas. Será mejor proveerles de buenos materiales
al respecto para sus creaciones pictóricas. Los límites siempre les proporcionan
seguridad, protección, y sin ellos se sentirían perdidos. En realidad, toda su experiencia
como seres en crecimiento es un continuo ir ampliando dichos límites, en una constante
expansión de su universo. Primero su existencia se veía limitada dentro de los confines
del seno materno. Luego vino la cuna, después su camita, su habitación, su casa, el
jardín, la calle y quizá la guardería, hasta ir progresivamente conquistando el mundo que
les rodea.
Pero no sólo me estoy refiriendo a los límites espaciales, ya sea a nivel de vivencias
interiores del niño como exteriores, sino muy especialmente a los que podríamos
considerar los límites volitivos, es decir, a aquellos deseos de acciones que el niño pide y
a los que no podemos acceder, a menos que queramos tener pequeños tiranos rabieteros,
mal educados y definitivamente insoportables. Debemos tener en cuenta que ellos,
cuando comienzan algo que les agrada, no son capaces de pararse por sí mismos.

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¿Verdad que es difícil sacarles de la bañera, una vez que están inmersos en sus juegos
como peces, o librando una batalla con el dragón de las profundidades marinas? Por
cierto, yo simplemente quitaba el tapón sin que se dieran cuenta. Reconozco que actuaba
a traición, y un tanto hipócrita, cuando exclamaba: «¡oh!, el agua se fue», pero no se me
ocurría nada mejor. Esto me funcionó hasta que pillaron el truco; luego tuve que
ingeniármelas para encontrar algo que les pudiese interesar más que quedarse ahí en
remojo lavándoles el pelo una y otra vez a sus muñecas. Pero incluso si la cosa se pone
fea, es decir, si hay rabieta y nuestras artes dramáticas están agotadas, y además la
comunicación nos falla, es el momento de poner los límites con una dosis calculada de
fuerza o intención, aunque nunca de genio o mal humor (sí, ya sé que es fácil de decir
pero difícil de hacer). No pasa nada por llevar al niño rabioso tranquilamente a su cuarto
y decirle que se quede allí hasta que se haya tranquilizado. Hagamos valer nuestro «no»
cuando sea preciso, sin que el niño perciba que hemos dejado de quererle, y esto es lo
que le ocurre cuando ve nuestro gesto malhumorado o colérico.
Es en estos momentos cuando nos conviene saber que no estamos castigando a
nuestro hijo, sino a su mente estímulo-respuesta ¿recuerdan? Los niños perciben esta
diferencia con mucha claridad si nos ven serenos, es decir, si somos nosotros los que
estamos presentes aplicando esos límites a sus reacciones negativas, y no nuestra propia
mente inconsciente. Desde nuestro ser esencial podemos darnos cuenta de que la rabieta
nos está conectando con el lado oscuro, y que si cedemos al impulso pronto caeremos a
los submundos de la violencia y el rencor. Sin embargo, si nos agarramos a nuestro yo de
amor y serenidad, podremos vencer la batalla. Nosotros sí tenemos esas fuerzas de la
voluntad a nuestra libre disposición. El niño todavía no. Él tendería a dejarse llevar in
eternum por esas reacciones sin control alguno, y por lo tanto agradecerá enormemente
que pongamos un tope a ese desbordamiento en el que se siente ahogar. El niño tiene que
saber que el castigo va dirigido a su mente estímulo-respuesta y no a él, y que a él se le
está enseñando a controlarla para ser libre y feliz.
Resumiendo: hay que saber decir no cuando procede, y lo que es más importante:
¡mantenerlo! Muchas veces vemos a padres recurrir a las típicas amenazas como: «o te
cepillas los dientes o no duermes con el osito». Pero el niño sabe que sólo tiene que
armar una buena llantina y su osito está garantizado. ¡Desengáñense!, las amenazas no
sirven para nada excepto para ponernos a todos de los nervios y bien perder la autoridad
ante el niño, bien para terminar ganando la batalla por la vía de la violencia.
Otro aspecto primordial para el correcto desarrollo del niño es hacerle vivir el día
con un ritmo determinado y saludable. Esto forma también parte de los límites
protectores que van a darle confianza y seguridad. Mantener unos horarios de levantarse,
jugar, comer, salir al jardín, visitar a los amigos, dormir, etc., hará que estén más
tranquilos, creando la base de los futuros hábitos encaminados a establecer la
autodisciplina o el autocontrol. Es lamentable ver a niños pequeñitos a horas
intempestivas lloriquear muertos de sueño pidiendo a sus padres que les lleven a casa,

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mientras ellos, que están cenando con amigos, rebañan los minutos para su propia
satisfacción, sin tener la más mínima consideración hacia las necesidades del niño.
Siempre es importante dedicarles algunos momentos de nuestro tiempo para jugar
juntos, para dialogar sobre sus cosas o resolver sus problemillas. Los niños que se pasan
el día pegados a los padres, reclamando su atención, a menudo es porque no se
encuentran verdaderamente acogidos. No es necesario dedicar a los pequeños todas las
horas del día, pero sí tienen que sentir que no les excluimos de nuestra vida, que nos
interesamos por ellos, por su mundo infantil. Estos ratos de plena dedicación, además de
permitirnos jugar, reír, gozar y amar, van a ser la base de nuestra comunicación futura.
Estamos creando un caldo de cultivo para las charlas amistosas cuando sean mayores.
Luego, podremos ir a hacer nuestras cosas y ellos vendrán detrás imitando, si les
dejamos, todo aquello que hagamos.
Quizá lo más complicado en esta vivencia rítmica del día sea precisamente el
momento de finalizarlo. A los niños no les gusta nunca irse a la cama, porque no quieren
que acabe su día de juegos permanentes, y a menudo consideran el dormir como
quedarse solos, o como si sus padres les alejasen de su lado. Imaginan que ahora es
cuando empieza lo bueno ¡y ellos se lo van a perder! ¡Qué verán!, digo yo (a veces se
nos nota demasiado que estamos hasta el gorro de ellos, y que nuestra finalidad al
acostarles es, sencillamente, quitárnoslos de encima). Puede ser también que hayamos
hablado de algún programa estupendo que pensamos ver en la TV, o de una visita
divertida que viene a cenar cuando estén ya dormidos. Mi recomendación para esto es,
en primer lugar, crear un espacio mágico nocturno que preceda al dormir, sólo para ellos,
donde nos puedan sentir totalmente presentes, sin prisas y con amor, y en el que
podemos leer cuentos maravillosos que estimulen su imaginación, o cantar algunas
canciones suaves que inciten al sueño. El resto se conseguirá haciéndoles sentir que el
día está terminado y que ya no hay nada que pueda reclamar su atención. A propósito, no
se asombren si su hijo les pide una y otra vez que les lea el mismo cuento. En esta edad
adoran y necesitan la repetición, pues ésta también forma parte del ritmo en el que se
sienten mecidos.
En el Jardín de Infancia de la Escuela Waldorf aprendí, entre otras muchas, la
siguiente canción que utilizaba para cerrar el día e invitar al sueño. Si les gusta, seguro
que podrán inventar alguna melodía sencilla con la que arropar estas frases.
Ya viene la Madre Noche
Con silencio y oscuridad
Arrulla el viento al animal
Con su tranquilo susurrar
Cierra el capullo
De la cansada flor
Y duerme tú y duerme tú

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Y tú y tú y tú también.
(Según tarareamos las dos últimas estrofas, en cada tú vamos señalando a los
diferentes muñecos, plantas, piedras u objetos amados por los niños, para terminar con
nuestro pequeño.) Mis hijas disfrutaban también repitiendo conmigo antes de dormirse,
el poema siguiente:
De la cabeza hasta los pies
Soy imagen de Dios.
Desde el corazón hasta las manos
Siento el aliento de Dios.
Cuando veo a Dios en todas partes,
En mamá y papá
En toda persona querida,
En animal y flor
En árbol y piedra,
Nada me da temor,
Tan solo amor
A todo lo que me rodea.
Rudolf Steiner

Volviendo al tema del ritmo o secuencia establecida, es probable que algunos


padres estén pensando que esto es rígido o aburrido, pero si somos buenos observadores,
veremos que los niños siempre preguntan lo que va a ocurrir a continuación: dónde
vamos a ir, quién va a venir, qué vamos a comer, a dónde iremos de vacaciones, etc.
Ellos no soportan la improvisación que tanto gusta a los adultos. Yo, por ejemplo, soy
una persona que adora las sorpresas, y siempre he querido introducir este elemento en la
vida de mis hijas, pero sin ningún éxito, pues cuando les leía un cuento, querían saber
qué pasaba al final con la bruja, o si las llevaba al cine, requerían imperiosamente
conocer por anticipado el argumento. Yo siempre decía: «no, que si no, no hay
sorpresa». Sin embargo, este factor para ellos no es placentero. Necesitan la
predecibilidad de saber lo que va a ocurrir en cada momento para sentirse bien seguros.
La sorpresa es misterio, y misterio es algo inalcanzable, desconocido, y que por tanto les
produce inseguridad. Así pues, hemos de ser honestos con ellos, y avisarles con
anticipación de todos los cambios previstos en su ambiente, como una mudanza de casa,
alguien que viene a pasar unos días con nosotros, etc. En el caso de que sea el propio
niño quien acuda a un lugar nuevo, ya sea a la guardería, o de vacaciones, le
describiremos al detalle el sitio, las personas, y en general todo lo que vaya a encontrar.
Es muy importante para su propia tranquilidad que sepa lo que le espera.
Siempre hemos de decir a los niños la verdad. Es la única manera en la que pueden
tener confianza en nosotros, y por lo tanto sentirse seguros. Además, recordemos que

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aprenden imitando; no nos asombremos luego de sus mentiras si nosotros somos los
primeros en mentirles a ellos. Si vamos a salir, y el pequeñín tiene que quedarse con
alguien, se lo haremos saber con anticipación. Puede que llore, pero yo he visto
experiencias con mucho éxito de madres que lo hacían dándoles todos los datos del
asunto: «mamá y papá van a salir, y va a venir Marta a cuidarte y a jugar contigo. Ella
es… y tú vas a estar muy contenta. Luego regresaremos y te daremos un besito mientras
duermes». No se nos puede olvidar decir que vamos a volver. Los niños se lo toman todo
al pie de la letra, y decir «nos vamos» sin el «volveremos» es muy angustioso para ellos.
Bajo ningún concepto podemos irnos «a escondidas». El niño puede estar distraído en
ese momento, pero cuando descubra la verdad se sentirá abandonado, y sobre todo puede
creársele una angustia permanente por miedo a que sus padres desaparezcan al menor
descuido. Y si después de todo esto el pequeño persiste en su llanto, hemos de irnos de
todas formas. Si por pena, o por miedo, cambiamos nuestros planes, ya nos ha tomado la
medida. A partir de ahora conoce el sistema para hacernos cambiar de opinión según le
convenga.

3.3. Estableciendo las bases para una buena


comunicación
Hay una fase crítica en esta etapa que ahora contemplamos, y que suele coincidir con los
3/5 años de edad, dependiendo de los niños. Me refiero al «por qué» y al «para qué», o a
cualquier otra serie de interrogantes que puedan plantearnos. Es el momento del examen.
Quieren comprender el mundo, saber qué son las cosas, para qué sirven, por qué son de
esa forma o se hacen de esa manera concreta que dicen mamá o papá. Nuevamente
necesitan que les digamos la verdad, y no que nos comportemos de forma burlona o
graciosa a su costa. Evidentemente, nuestras respuestas han de tener en cuenta su edad,
sus capacidades. Es decir, que si el niño pregunta por ejemplo: «mami, ¿cómo nacen los
bebés?», no les larguemos toda la retahíla de pormenores técnicos del asunto. Se
quedarán muy satisfechos con una imagen como: «¿Ves cómo las semillas se meten
dentro de la tierra y permanecen allí muy abrigadas todo el invierno, para luego brotar
como plantitas al llegar la primavera? Pues así ocurre con los bebés. Duermen como
semilla que va creciendo en la tripita de mamá hasta que llega el momento de su
despertar». En este período, el pensamiento del niño es básicamente imaginativo; así
pues, dejemos la lógica para más adelante. ¡Tiempo tendremos de utilizar este recurso!

Antes de ponernos nerviosos por sus interminables preguntas, recordemos que


estamos comenzando con ellos algo tan importante como es la comunicación. En ningún
caso debemos cortarla, pues éste es el único medio a su alcance para aprender, cambiar o
mejorar. Si fallamos ahora, luego lamentaremos que nuestros hijos no hablen con
nosotros ni nos cuenten «sus cosas». Además, si respondemos a sus cuestiones de forma

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sencilla y clara, es más que probable que se acabe el bombardeo. Muchas veces su
verborrea sólo tiene un objetivo: llamar nuestra atención y expresarnos, a su modo, «aquí
estoy, mírame, escúchame, resuelve mis problemas, ayúdame a crecer, a comprender el
mundo en el que vivo».
Podríamos definir comunicación como el intercambio de ideas, sensaciones,
emociones y objetos entre dos o más personas. Si contemplamos el proceso de una
comunicación, veremos que consta de una pregunta o idea, de una respuesta de la
persona a la que va dirigida la pregunta, y de una confirmación de recibo o escucha por
parte del que lanzó la pregunta. Es curioso que en nuestra lengua no haya una fórmula
para expresar este último elemento de la comunicación, que por otro lado es de suma
importancia, y que a menudo obviamos. En inglés encontramos feed-back, pero en
castellano no hay nada que refleje el hecho de hacer saber al otro que le hemos
escuchado, o que nos dimos cuenta de algo que hizo. Sin embargo, si no hay una
confirmación de recibo por parte del otro hacia lo que hemos comunicado, nos
sentiremos mal, y nos parecerá que no hemos sido escuchados debidamente. Es como si
algo se hubiese quedado colgado en el tiempo sin terminar. Este es un mal muy
extendido en nuestra forma de relacionarnos con los demás, y aunque no seamos
conscientes de ello, nos veremos, sin embargo, muy afectados. En el caso de los niños,
es especialmente doloroso y fuente de decepciones y desarmonías, además de algo que
puede hacer fracasar su incipiente intento de comunicar con nosotros. Veamos un
sencillo ejemplo:

Pregunta: «¿Te gustó la cajita que te ha regalado la


tía?».
Respuesta: «Mucho».
Confirmación de recibo: «¡Qué bien!», o, «Me alegro», o cualquier
cosa que le haga saber a la niña que la hemos
escuchado y comprendido.

Una confirmación de recibo o escucha ayuda a dar por finalizada la comunicación.


Algo queda terminado, y esto produce estabilidad. Quien lo recibe experimenta algo así
como: «está bien», «de esto ya no tengo que preocuparme». Una forma estupenda de
comprobarlo es dar una buena confirmación de recibo al marido, por ejemplo, una noche
cuando llega a casa cansado del trabajo: «¡Gracias por tu esfuerzo! Agradecemos lo que
estás haciendo por sacar esta familia adelante». O viceversa. Él regresa cansado y se
encuentra a la mujer, malhumorada, me atrevería a decir que más cansada que él, y sin
muchas ganas de conversación. Pero pronuncia la frase mágica: «¡Qué bien está todo,
qué limpio, qu´r buen trabajo. Gracias!», y de pronto parece que ha salido el sol en
medio de la cocina. Esta práctica levanta el ánimo a cualquiera. A nadie le amarga un
dulce, y eso de que los demás reconozcan nuestro esfuerzo y se den cuenta de que con
nuestras acciones, muchas de ellas ya tremendamente rutinarias, estamos contribuyendo
al bienestar de toda la comunidad, nos produce gran satisfacción, y en muchos casos

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vuelve a dar sentido a nuestro trabajo.
Todo ciclo de acción, ya sea de comunicación o cualquier acto que realicemos en la
vida, tiene a su vez estas tres etapas, que en este caso definiremos como: comenzar,
continuar y terminar algo. El concluir un ciclo de acción es benéfico para cualquiera,
aumenta nuestra autoestima, y nos sentimos mejor, como si nuestra voluntad se hubiese
fortalecido.
A los niños les encanta comenzar, mucho menos continuar, a menos que sea algo
que les fascine, y casi nunca terminar. Nosotros tenemos que ayudarles a cerrar sus
ciclos, y esto lo lograremos con nuestras confirmaciones de recibo. «María, ¿quieres que
mamá te dé ya la cena?» «Vale.» «Pues recoge los juguetes y ven a la cocina». Al cabo
de un rato la niña aparece sonriente y la madre la sienta en la sillita y se pone a darle su
comida. Obviamente, esta madre se ha saltado la confirmación de recibo. Esta consistiría
en ir con ella a ver cómo recogió los juguetes y, una vez comprobado que lo hizo, decir
algo así como: «¡Muy bien! Gracias». Con este comportamiento no sólo estamos
colaborando a que su salud mental no se deteriore, sino también a que aumente su
entusiasmo y su disposición por hacer cosas en el mundo. Lo contrario sería mandarles
varias tareas a la vez, o una detrás de otra, sin cerciorarnos de si han sido realizadas, y
sin darles nuestra confirmación de recibo al verlas cumplidas. Esto creará en los niños, y
más adelante en los jóvenes, una gran indiferencia hacia las indicaciones de sus padres, o
de los adultos en general. La vida se mostrará para ellos como un constante flujo de
comienzos sin terminaciones. Además, sentirán que lo suyo no vale la pena, no es
considerado, o no se le otorga importancia. Por lo tanto, si le pide a su hijo que haga
algo, compruebe que esto ha sido llevado a cabo. Si no lo hace, pronto aparecerá la
famosa desobediencia que tanto nos irrita a los padres. Hacer oídos sordos, consintiendo
calladamente, únicamente derivará en más de lo mismo. Y claro, al final seremos
nosotros quienes acabemos recogiendo los juguetes que el niño ha dejado tirados en
medio del salón, tras pedirle una y mil veces que los guarde en el arcón previsto para tal
fin.
Seguro que se están preguntando cómo lograr algo, aparentemente tan fácil, pero
experimentalmente tan difícil. Alguien me explicó un buen sistema para ello: coger
dulcemente la mano del niño, hacer que agarre el juguete y lo ponga en su sitio. Darle las
gracias por su colaboración y continuar con el mismo proceso hasta que el propio niño se
haga cargo del asunto. ¿No les parece genial? Si no se lo creen, no tienen más que
probarlo.
No olvidemos que también la comunicación se adquiere mediante el ejemplo. Los
niños imitarán absolutamente todo lo que hagamos, y la forma en que lo hagamos. Es
por lo tanto nuestra la responsabilidad de enseñarles a comunicar de una manera
correcta. Esta será la medicina para la enfermedad de nuestros días: la incomunicación,
la soledad, el aislamiento.

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Otro de los grandes errores es el fenómeno de la desviación de la comunicación
original, o juego de la rana saltarina, que va de un tema a otro sin resolver ninguno. El
niño dice, por ejemplo: «Mamita, ¿puedo jugar con el coche en el jardín?», a lo que ésta
responde: «¿Te lavaste ya las manos?». Vemos cómo la madre no da su confirmación de
recibo a la primera comunicación, y como respuesta lanza una nueva, lo que equivale a
no dejar que el niño acabe su propio ciclo (una acción a la que no se le pone final y que
se queda colgando en el tiempo). Esto las personas mayores lo hacemos sin parar. ¿A
qué le suena algo como: «¿Me trajiste el encargo que te pedí?» «Por cierto, contesta el
otro, ¿a que no te has acordado de llamar a mi madre para que te devuelva el libro que
necesito?» «Mira, hablando de tu madre, ¿sabes que llamó ayer para contarme la
bronca con tu hermano?». La cosa se va complicando, y al final nadie ha obtenido
respuestas ni confirmaciones de recibo de nada. Este fenómeno es el que consigue que,
en una reunión, comencemos a hablar de un tema y acabemos con otro absolutamente
diferente. Abandonamos el tema original sin haberlo concluido. Esto es generador de
caos en la comunicación, y finalmente nos deja un tanto fuera de nuestro sitio.
También caemos en este error de desviar la comunicación original cuando, en lugar
de aceptarla tal cual es emitida por el otro, tratamos de rechazarla, modificarla, negarla o
hasta dudar de lo que nos están diciendo. Aceptar lo que viene y en la forma en que es
emitido hace sentirse al niño escuchado y comprendido. Tengamos en cuenta que aceptar
no significa necesariamente pensar de la misma manera. Si nuestro pequeño no puede
dormirse porque tiene miedo a la oscuridad, de nada valdrá que desviemos el asunto por
cualquiera de los medios que acabo de decir, o que incluso tratemos de convencerle de
que el miedo es una tontería, de que no hay nada ahí a lo que temer, etc. Si le
escuchamos con atención, y simplemente le damos una confirmación de recibo,
seguramente se quedará tranquilo. «Mamá, no me puedo dormir.» «Vale, está bien.
Comprendo.» Si no fijamos su atención en ello, preocupándonos, o inventándonos mil y
un sistemas para que se duerma, seguro que caerá redondo en unos minutos. Otro
ejemplo: «Tengo miedo. Hay alguien en el armario». Generalmente nuestra reacción
sería: «Pero ¡qué bobadas dices! ¿Lo ves? No hay nadie ahí. Anda, duérmete y deja ya
esas tonterías» (o algo parecido). Con esta forma de actuar hemos cortado de plano la
comunicación del niño, y para colmo le estamos dejando con el mismo problema que
tenía. Es evidente que ese miedo no se corresponde con la realidad actual, lo cual nos
dice que es un registro de su famosa mente estímulo-respuesta; un miedo inconsciente
que se conecta en determinadas circunstancias, en las que la oscuridad puede jugar un
importante papel. Si a lo que nos acaba de decir respondemos con un simple:
«comprendo», no es que sus miedos se vayan a solucionar, pero sí ayudará mucho a
tranquilizarle, máxime si le permitimos dejar encendida una luz.
Es interesante comprender que cuando nuestros hijos nos cuentan algún problema o
dificultad, que generalmente surge de su mente estímulo-respuesta, instintivamente
tratan de liberarse de todo aquello que les molesta compartiéndolo con nosotros. Será
una gran ayuda que nos puedan describir sus molestias o miedos con exactitud y

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veracidad. Simplemente el escucharles con atención, y hacerles saber que les estamos
comprendiendo, hará que eso deje de molestarles. Parece magia, pero es tal cual. En
cambio, si comenzamos a agitarnos, tratando de resolver el conflicto del no dormir o del
miedo en la forma que antes comentaba (negándolo, alterándolo, etc.), entonces el temor
o la falta de sueño persistirán, porque además de cortar su comunicación, estamos
poniendo toda la atención en ese asunto, lo cual impide el final de ese ciclo o cierre del
tema, que por el contrario una simple confirmación de recibo sí dejaría sellado.
Por cierto, la confirmación de recibo se utiliza incluso para las acciones incorrectas
de los niños. Es además un método ideal para evitar las molestas regañinas que nunca
sirven para nada excepto para sacarnos de quicio a todos. «Papá, se me ha caído una
taza y se ha roto.» «Gracias por decírmelo.» «Mamá, un niño quería mi coche y le he
pegado.» «Gracias por decírmelo.» El niño en cuestión ya sabe que lo ha hecho mal, y
no necesita su bronca o castigo. Una simple confirmación de recibo es más didáctica y
efectiva que toda la parafernalia de gritos incontrolados. Lo otro sería una forma brutal
de cortar su comunicación, y en adelante, cuando hiciese algo mal, no volvería a
decírselo y empezaría a ocultarlo. Si castigamos a los niños por comunicar,
sencillamente dejarán de hacerlo. Eso no quita que, si les vemos a punto de cometer algo
destructivo o perjudicial para otros, no debamos intervenir para evitarlo, a la vez que les
explicamos por qué eso no es bueno para nadie. El aceptar sus confesiones no es lo
mismo que obviar sus actos hostiles. No permita sus acciones destructivas, pero nunca,
bajo ningún concepto, corte su comunicación.
Cortar la comunicación de un niño es tan simple como esto: «Papá, mira qué
dibujo he hecho»; «déjame, que estoy muy ocupado y ahora no tengo tiempo». En vez de
cortarle y dejarle triste o enfadado, podríamos resolver la situación diciendo: «¡qué
bonito te ha quedado! Me gusta mucho. Luego me lo enseñas otra vez para apreciar
mejor todos los detalles, porque en este momento tengo trabajo y no puedo dedicarle
toda la atención que merece». De esta forma, el niño se irá tan contento, y seguro que le
dejará tranquilo.
A modo de resumen, contemplemos juntos algunos de los errores que podemos
cometer en este gran tema de la comunicación:
• Cortar la comunicación a base de interrupciones, sin dejar al niño terminar sus
frases, como si ya supiésemos lo que nos va a decir, o simplemente no nos
interesase.
• Darles varias órdenes a la vez sin comprobar si han sido ejecutadas, y sin
darles la confirmación de recibo que cierra el ciclo.
• Desviar la comunicación hacia otro tema sin permitir que concluya el ciclo
iniciado por el niño.
• No dar confirmaciones de recibo. (Dichas confirmaciones pueden ser palabras

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como: «bien», «comprendo», «de acuerdo», «vale», «sí», etc. Algo en
definitiva, que deje claro al otro que hemos escuchado.)
• No aceptar la comunicación del niño tal y como se produce, sin alterar,
añadir, corregir o poner en duda.
En este repaso de los posibles daños que con una mayor consciencia podemos
evitar a nuestros niños, quisiera llamar su atención sobre las frases sello o palabras que
ejercen la función de dolorosas pegatinas en el alma del niño. Seguro que cada uno de
nosotros lleva adheridas unas cuantas de estas frasecitas que más de una vez nos han
amargado la existencia: «Este niño es tonto…, feo…, perezoso…, incorregible…,
imposible…». Supongo que cada cual tendrá su propio repertorio. Con esta práctica no
sólo no corregimos el problema, sino que lo agrandamos, de manera que el niño vago se
hará más vago, la tonta, más tonta, el feo, infinitamente más feo, y así sucesivamente.
Cualquiera de estas frases sello actúan invalidando al ser espiritual del niño, y
consecuentemente engordando su mente estímulo-respuesta.
Hoy en día, gracias a Dios, están en boga los libros que predican el desarrollo de lo
positivo. ¿Y con quién mejor que con nuestros hijos para empezar a practicarlo?
Pongamos énfasis en todo lo bueno que encontremos en ellos, en lugar de clavarles
nuestras terribles frases puñales que tanto pueden marcar el resto de su vida.
Potenciemos todo aquello que hacen bien, ayudándoles a que lo mejoren, así como todo
lo que nosotros permitimos que hagan, en vez de estar siempre diciendo: «esto no», «no
toques ahí», «no hagas eso»… Podemos ayudar a los niños al dirigir su atención a todo
lo que consideremos bueno y adecuado para ellos. Por supuesto, siempre va a haber
cosas que no les dejemos hacer, pero en vez de resaltarlas en un primer plano: «Te dejo
jugar en el salón, pero ¡no se te ocurra tocar los ceniceros de cristal!» (y justo ahí es
donde hemos llevado su atención, y para allá que se va sin dudárselo ni dos veces),
digamos mejor: «Te dejo jugar en el salón. Hay unos preciosos botes de madera que
puedes coger». Si destacamos los errores que cometen, o las actividades que no les
permitimos, impepinablemente obtendremos eso que tanto tratamos de evitar. Es como
un imán. La atención se centra en un punto y ya no pueden sacarla de ahí. Recordemos
que a los niños les cuesta salir de las situaciones, cerrar los ciclos. Si vamos de visita y
nuestro niño se lanza en picado hacia la figurita de porcelana, evitemos el «¡¡¡Noooo!!!»
fatal. Simplemente desviemos su atención hacia algo que sea igual de vistoso pero que
no nos cree un conflicto con la dueña de la casa.
Si a pesar de todas estas estrategias surgen momentos en los que hay que decir un
definitivo «no» a algo, siempre es bueno añadir: «Mira, esto no, pero esto sí te lo dejo, o
sí está permitido, o sí es adecuado para ti». De esta forma, la atención del niño no se
queda atrapada en algo negativo. No es un «no» que cierra todas las puertas. Siempre
quedan cosas divertidas que sí se pueden hacer. ¿Y si no hay consenso?, pues la cosa
está clara: no se hacen negocios con una mente estímulo-respuesta.

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3.4. La importancia del juego en esta etapa de la vida
«El niño, al jugar, imitará naturalmente lo que sucede a su alrededor.»

R. Steiner

El juego es para el niño su verdadera herramienta de aprendizaje en la vida. Como dice


Freya Jaffke: «El juego es la actividad por la que el niño aprende a comprender el mundo
pieza por pieza». También su juego atravesará diversas etapas. En los primeros tres años
jugará a imitar todo lo que vea a su alrededor, es decir, lo que el adulto haga en su
presencia. Si éste lava ropa, trasplanta flores, cocina, limpia, etc., él va a querer ayudar a
toda costa, pero pronto notaremos que le falta perseverancia, y que su atención irá de una
cosa a otra, de una situación a otra. Lo más común es que los padres nos desesperemos
ante el caos que nos organiza. Coge una cosa, luego otra, y nosotros detrás recogiendo y
pensando que este niño no es normal porque no es capaz de concentrarse en nada.
Pensaremos que es un inestable, y que si sigue así no va a llegar muy lejos en la vida.
Nos falta saber que esto es normal en esos tres primeros años. Necesita tocarlo todo,
experimentarlo todo, conocerlo y saborearlo todo (cuidado con lo que pongamos a su
alcance, porque impepinablemente acabará siendo degustado). Su juego, al contrario que
los actos de los adultos, no tiene ningún propósito determinado. Nosotros necesitamos
que las cosas que hacemos sirvan para algo, que sean prácticas. El niño desde luego no
está en esa fase. Su intención no es crear algo concreto, sino aprender a través del
movimiento, de la fluyente transformación de los elementos con los que se recrea. Los
pequeñines gozan haciendo y deshaciendo constantemente, en un despliegue de
imaginación en la que los elementos (agua, arena, barro, lana cardada, ceras naturales de
modelar, o en su defecto plastelina) no llegan a tomar una única forma definida, sino que
ésta es transformada una y otra vez por su fantasía creadora. Muchas veces vemos a
niños pequeños jugar en los parques. Los padres fabrican pastelitos con arena, o grandes
castillos en la playa, que los pequeños derrumban o aplastan con gran placer. Nosotros
nos sentimos desencantados, y hasta llegamos a creer que puede haber algún extraño
instinto destructivo en ellos. Tranquilícense, que la cosa no va por ahí, sino todo lo
contrario.

Observaremos además que en esta primera fase su fantasía no está aún del todo
despierta. No sabe distinguir todavía el juego de la realidad, y si un niño, mayor que él,
prepara una deliciosa sopa de patatas, utilizando piedrecitas, el pequeño se las va a meter
directamente en la boca, mientras que el de cuatro o cinco años hará como si se la
estuviera comiendo.
A partir de los 3-4 años el juego se vuelve menos real. El niño comienza a
desplegar su fantasía de modo que un objeto puede ser a la vez cosas muy diversas según
sus necesidades. Así, un palo se transforma en un caballo, en un arado, en un castillo o
en una espada. No necesita el realismo de los adultos. Podrá cocinar cosas exquisitas sin

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una cocina que tenga un fuego verdadero, ni necesitará agua para lavar la ropa de las
muñecas. Su fantasía le proveerá de los elementos que le falten en su constante intento
de aprender del quehacer de sus mayores. Sin duda, la madre, o las personas a las que
imita, hacen su trabajo con un propósito justificado; en cambio el niño se lanzará a la
pura imitación y al goce de su libre fantasía, sin otra finalidad que no sea la mera
satisfacción por la propia actividad en sí.
En un pequeño opúsculo, titulado Aprender jugando, Freya Jaffke, dice lo
siguiente:
Aunque hoy en día se insista sobre el valor del juego, siguen estableciéndose
programas obviamente inspirados en el propósito y la finalidad. Por ejemplo, al
manejar cubos de madera, fabricados a medidas exactas del sistema métrico
decimal, el niño debe aprender las nociones elementales de matemáticas, o, con
los juguetes mecánicos, las leyes de la palanca (…). Cada vez se toma menos en
cuenta la importancia de las diversas fases de la evolución infantil, cada una de
las cuales, según los resultados de la investigación psicológica, necesita un
tiempo bien determinado de maduración (…). Quien supone que se le deben
inculcar al niño materias de enseñanza antes de la edad escolar (…) no tiene en
cuenta que el niño, en los primeros seis años de su vida, ya tiene bastantes
cosas que aprender, de hecho, cosas mucho más importantes.

Sin embargo, pese a lo dicho, muchos padres se quejan de que sus hijos no tienen
imaginación a la hora de jugar, y lo que es aún peor, que no saben a qué jugar y se
aburren. Desgraciadamente este es un hecho verdadero que nos plantearía diversas
preguntas. ¿Acaso las actividades de los adultos ya no son tan interesantes de imitar para
nuestros niños? Hoy en día los niños viven recluidos en grandes ciudades que no
presentan demasiados modelos que copiar. Las profesiones manuales, como carpinteros,
herreros, ceramistas, zapateros, etc., están escondidas en las fábricas; las granjas con sus
animales y sus huertas quedan fuera de sus circuitos, hasta el punto de que muchos niños
empiezan a no saber quién pone los huevos, creyendo, en muchos casos, que son las
grandes superficies quienes los fabrican. Por otro lado, las mujeres nos hemos
incorporado al mundo del trabajo, y nuestros hijos pasan sus días en guarderías, donde, a
menudo, las actividades están encaminadas fundamentalmente a despertar antes de
tiempo sus facultades intelectivas. Así pues, ya no pueden hacer la cama de su muñeca a
la vez que la madre hace la suya, ni lavar la ropita a mano porque es la lavadora quien lo
hace, ni confeccionar suculentos guisos para las muñecas porque la madre saca algo ya
hecho del congelador que la niña no ha visto preparar, etc. Las máquinas son geniales, y
nos sirven de preciosa ayuda, pero hemos de reconocer que a los niños les inhibe mucho
la posibilidad de imitación a través de la acción. La máquina es una voluntad puesta
fuera, y el problema es que el niño es una voluntad que se despliega. ¿Cómo podríamos
compaginar necesidades tan diferentes?
Desde luego no vamos a renunciar a los beneficios que nos proporciona la época
moderna por el hecho de tener hijos, pero siempre podríamos encontrar alternativas que
satisfagan las necesidades de ambos. ¿Han probado por ejemplo a hacer alguna vez pan

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en casa? Esta es una actividad que los niños adoran, y que puede convertirse en un
estupendo juego para toda la familia. Otras alternativas para apoyar esta necesidad de
«hacer» de nuestros niños pueden ser el incentivarles en los juegos creativos como el
modelaje con barro, la pintura con acuarela, en la cual podemos participar juntos, el
tricotar cosas bonitas con lanas, y en general cualquier actividad de tipo manual que
desarrolle su creatividad.
Otra pregunta podría ser: ¿son los juguetes que compramos a nuestros niños
adecuados para ellos? Desde luego, si lo que pretendemos es que puedan desarrollar su
fantasía, es claro que no (aunque las industrias jugueteras se vuelvan todas contra mí).
Cuanto más simples y menos perfectos sean, mejor. La imaginación necesita la
posibilidad de desarrollarse, y ante el juguete «perfecto» se paraliza. ¿Cómo puede una
niña, por ejemplo, desplegar su imaginación ante muñecas que andan, hacen pipí, comen
o hablan…? Para empezar, ya lo hacen ellas todo; poco es lo que puede añadir el niño,
por eso se aburre y abandona. Este hiperrealismo con el que estamos agrediendo a
nuestros pequeños destruye en ellos no sólo la fantasía en el juego, sino más adelante su
imaginación en la vida a la hora de resolver problemas y de vivir con alegría y
creatividad su existencia. El exacerbado realismo fomenta, además, un pensamiento
materialista, donde la magia y lo sutil quedan totalmente excluidos. Con una
imaginación pobre o sin desarrollar nuestro modo de pensar se vuelve rígido, con poca o
nula plasticidad interior. La fantasía es creadora, vive en una continua metamorfosis que
agiliza y vuelve flexible nuestro existir. Se adapta a los cambios, busca la belleza, la
estética y da, en última instancia, el paso hacia el arte: el arte de vivir, de amar, de
educar, de soñar, de crecer, de crear.
Para colmo de males, gastamos mucho dinero en juguetes que los niños abandonan
al poco tiempo por falta de interés, cuando la naturaleza nos brinda objetos maravillosos,
capaces de despertar la belleza y la fantasía. Podemos aprovechar nuestros paseos por el
campo para enseñarles a amar la naturaleza y permitirles que sea ella quien les provea de
los elementos para sus juegos. No les pongamos trabas a su afán instintivo por recoger
piedrecitas, palos, piñas, caracolas, bellotas, raíces, etc. Es importante que les
proporcionemos juguetes fabricados con productos de la naturaleza (barro, madera, cera
de abejas, lanas, telas de brillantes colores con las que puedan disfrazarse, montar
cabañas o abrigar a sus muñecos, etc.). En la medida de lo posible evitemos el plástico.
Para empezar tiene un tacto poco acogedor, y además es un producto demasiado alejado
de lo natural, de lo que él puede reconocer en sí mismo.
Decíamos antes que hay varias etapas en el juego, y por supuesto muchos tipos de
juegos, dependiendo de la edad de los participantes en el mismo. Hasta aquí hemos
contemplado las dos fases que distinguen este primer septenio: hasta los 3 años, y de ahí
hasta los 6/7, momento en el cual finaliza, de manera natural, este aprendizaje a través de
la imitación. Dependiendo de los niños, estas etapas se alargarán o acortarán en función
a cómo vayan ellos madurando, por lo que no querría establecer leyes rígidas al respecto.

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En cualquier caso, en todo este período, no es necesario gastar ingentes sumas en
juguetes. Les encantará, a partir de los 4 años, más o menos, todo aquello que les ayude
en su proceso de imitación, como cocinitas, escobas, cunas para los muñecos, juegos de
jardinería, bricolage, etc. Aprovechemos también la enorme imaginación de nuestros
hijos y los materiales que nos regala la madre tierra para desahogar un poco nuestra
economía doméstica. Ya vendrán los tiempos de las bicicletas, los patines y demás
zarandajas para dejar tiritando nuestro bolsillo.
También hay objetos caseros que pueden servir para los juegos: alguna cacerola
vieja o sartén, cajas de cartón o de madera que ya no usemos, ingredientes de cocina
como garbanzos, judías, botones de madera, etc., harán las delicias de nuestros
pequeños. Me acuerdo de niña, jugando con las fichas de madera de un juego de mesa de
mayores (creo que el póquer), que venían en una caja alargada, también de madera.
Aprovechando una greca de baldosas de diferente color que había en el pasillo de mi
casa, y que me servía de raíles por los que discurría el tranvía (la propia caja), hacía mi
recorrido completo a lo largo de la ciudad imaginaria. Tenía establecidas varias paradas
en las que los viajeros (algunas fichas) esperaban en la cola. Yo detenía la caja-tranvía,
dejaba bajar a unos viajeros, y recogía a los que estaban en la cola. ¡Era fascinante!
Seguro que todos tenemos experiencias similares, especialmente los que pertenecemos a
una época en la que no había prácticamente juguetes, o éstos eran tan caros que no
estaban al alcance de la mayoría. Siempre agradeceré este hecho como algo positivo en
una época un tanto difícil para ser niño (ya vimos antes las razones).
Enlazando con esto, me pregunto si no nos estaremos pasando ahora al otro bando.
El número de juguetes que compramos a nuestros hijos es, cuando menos, un poco
exagerado. A veces sus habitaciones parecen auténticos bazares. Luego protestamos
porque no les hacen caso. Yo creo que les abrumamos con tantas cosas, y sobre todo con
objetos no adecuados para su edad. Tenemos prisa incluso en esto. No dejamos que
llegue la etapa donde puedan disfrutar plenamente y sacar partido, por ejemplo, a un
puzzle, a los juegos de mesa, los coches teledirigidos, los trenes eléctricos… Muchas
veces los padres nos hacemos los regalos a nosotros mismos. De niños teníamos sueños
que no se cumplieron, y ahora no queremos que a ellos les ocurra algo parecido, y les
llenamos la vida de cosas y más cosas que finalmente les hacen caer en apatía, porque,
en cierto modo, estamos anticipándonos a unos deseos que aún no han sido expresados
por ellos. Dicha apatía, que no es otra cosa que ausencia de metas, de deseos, les lleva a
terminar viendo en la TV cómo viven otros, cómo juegan otros; es decir, como
espectadores de la vida en vez de protagonistas de la misma.
Quisiera atraer su atención hacia un pequeño detalle que a algunos padres nos pasa
desapercibido, y que sin embargo, es de la mayor importancia. Los juguetes son regalos
que hacemos a nuestros niños, no objetos de nuestra propiedad. Lo que quiero decir con
esto es bien sencillo: ¡son suyos!, por lo tanto pueden hacer con ellos lo que quieran:
regalarlos, usarlos con fines diferentes para los que han sido concebidos, desmontarlos,

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etc. Tenemos que aprender a respetar sus pertenencias para que ellos sepan respetar
también las nuestras. No somos nosotros quienes hemos de decidir cómo han de jugar
con ellos, y si en algún momento quieren cambiar con otro niño por dos canicas algo que
nos costó un ojo de la cara, el problema es nuestro, no del niño. Los juguetes no han de
valorarse por el dinero que cuestan. Simplemente están ahí para que el niño se divierta
aprendiendo, creando, imitando. Eso es todo. Si tienen dudas sobre lo que acabo de
decir, imaginen por un momento que alguien les hace un regalo y luego se dedica a
supervisarles para ver cómo lo usan, o lo que hacen con él. ¿A que sería insoportable?
Pues igual se sienten los niños cuando los padres andamos todo el día detrás incordiando
con nuestras monsergas, enseñándoles unos conceptos de valoración en términos
económicos que no encajan con ellos, o haciendo que imiten un comportamiento
absolutamente egoísta.
Del mismo modo, no podemos forzarles a prestar aquello que no quieran prestar.
Este es un problema muy común cuando viene el primito de visita a casa. Estamos las
madres tranquilamente charlando cuando de pronto unos berridos rompen la armonía
reinante. Al rato aparece el niño llorando: —«Mamá, Laura no me deja su muñeca». En
esto toma la palabra la madre de Laura: —«Vamos, nena, no seas mala, deja que tu
primo juegue con ella». Los niños siguen tironeando cada uno para un lado de la
muñeca, que está a punto de quedarse sin brazos. Como no hay consenso, finalmente la
madre, que no quiere problemas, acaba decidiendo por la niña, y sin más explicaciones
se levanta, se la quita y se la larga al primito, quien, con sonrisa triunfante, lanza una
mirada de: «¡para que te fastidies!» a la condolida Laurita, quien abandona la pieza en
un mar de lágrimas. ¿Podemos imaginar cómo se tiene que sentir esta niña? Sin duda
traicionada por todos. No se la ha tenido en cuenta ni ha sido respetada en lo más
mínimo. El respeto se enseña respetando, como todo lo demás. Ahora bien, supongamos
que tenemos esto en cuenta, dejando que la niña se quede con su muñeca, pero el primo
está que arde con la derrota, y amenaza con marcharse y no querer jugar más con ella. En
este caso siempre podemos hablar con Laura y preguntarle qué es lo que ella está
dispuesta a prestar para que su primo se quede y puedan seguir jugando juntos. Seguro
que civilizadamente lo podremos arreglar, y pronto habrá pasado la tormenta. No está de
más, para evitar este tipo de accidentes, que cuando seamos nosotros quienes vayamos
de visita, animemos a nuestros niños a llevar algún juguete de su propiedad por si las
cosas se ponen feas.
De todos los juguetes, es la/el muñeca/o el que tiene la mayor importancia en estos
primeros años de nuestros hijos. El muñeco representa al propio niño, es como una
prolongación de sí mismo puesta en el mundo exterior, con el cual se relaciona de una
manera muy intensa. Recibe sus lágrimas, sus enojos, sus atenciones, su afecto.
Observando el trato que dan a sus muñecos podremos corregir nuestros errores, ya que
ellos simplemente están imitando lo que hacemos nosotros. La actitud que muestre hacia
su muñeco será muy parecida, por no decir igual, a la que reciba de nosotros, aunque a
veces un poco más dramatizada. El niño puede pegar al muñeco violentamente y sin

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embargo no recibir, por parte de los padres, castigos físicos. Pero sin duda vive una gran
tensión y violencia en su ambiente, que él transforma en golpes en lo físico.
Según lo que acabo de expresar, es obvio que el niño necesita ese compañero
íntimo, no un batallón, y menos un ejército. Paseará con su muñeco, se irá a dormir con
él, le pegará, le castigará, le llenará de cuidados, de recomendaciones, será su hijito y a la
vez su amigo inseparable. Es preciso por lo tanto acabar de una vez con ese estúpido
malentendido de que los niños varones no pueden jugar con muñecas (y sin embargo
muchos de ellos han mirado muertos de envidia las de sus hermanas, quitándoselas al
menor descuido). Al ser una representación del propio niño, es mejor que dicho/a
muñeco/a sea del mismo sexo que su propietario. En este orden de cosas, las niñas
también pueden jugar a ser el Rey Arturo con sus flamantes espadas de madera, o indios
de plumas con sus arcos y flechas hechos por ellas mismas con cuerdas y palos. Los
niños no sienten ninguna separación a nivel sexual todavía. Recordemos que en esta
etapa ellos se perciben como una unidad con todo el mundo exterior. No les hagamos
vivenciar estúpidamente nuestros esclerotizados prejuicios sexuales.

3.5. El niño y los cuentos


A lo largo de todo este primer septenio, las historias y los cuentos de hadas serán uno de
los alimentos más importantes para enriquecer el alma del niño con sentimientos de
amor, alegría y belleza. Con ellos va adquiriendo un sentido ético-moral que le guiará en
su camino hacia la madurez.

Los cuentos de hadas le ayudan a establecer diferencias entre el bien y el mal a


través de las imágenes que le presentan, y es precisamente ese mundo imaginativo al que
tiene acceso el niño en esta época de su vida (dijimos que no es el momento de hacerle
comprender las cosas a nivel racional). Estas imágenes son para él como un maná que va
calando dentro de su ser, alimentando e incentivando sus ideales, marcando sus metas.
En los cuentos, el niño descubre los arquetipos universales: madre, padre, rey, reina,
príncipe, etc. La historia, contada de formas muy diversas, suele narrar las aventuras de
alguien que tiene que lograr una meta, ya sea rescatar una princesa de las garras de un
gigante, o encontrar un anillo para salvar a su pueblo. Para lograr la empresa tendrá que
atravesar diferentes y difíciles pruebas, en medio a veces de una naturaleza que, o bien le
apoya y ayuda, o bien trata de atraparle para disuadirle de su objetivo. La historia suele
terminar felizmente, y el bien, la generosidad, o la bondad del corazón encuentran su
premio. Todo esto resuena en el niño, quien, en cierto modo, percibe en el cuento su
propio deambular por la tierra hacia el desarrollo de su plena y luminosa esencia.
Reservemos unos momentos cada día, quizá antes de acostarles, para narrarles estas
historias que tanto necesitan. ¡Que no sea la televisión o un triste casete quien entretenga

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a nuestros hijos! Nuestra cálida voz, dibujando en el silencio de la noche estas
impresionantes imágenes, abrigará el corazón de los niños, con los que estableceremos
vínculos mágicos. No nos asombre tampoco si el pequeño nos pide una y otra vez el
mismo cuento. Hay imágenes que hablan poderosamente en una época de la vida, y hay
niños que necesitan beber largo tiempo de ellas, porque ahí es donde encuentran la luz
que les ayuda a salir de la dificultad en la que puedan sentirse. Conozco el caso de una
niña que necesitó escuchar, durante casi un año, la historia de un patito feo que al final
se convertía en un maravilloso cisne. Además, es importante recordar que, en cualquier
caso, los niños adoran la repetición. Se sienten seguros en ella. Ya saben de antemano lo
que va a ocurrir, y pueden disfrutarlo con todos sus sentidos y sin temor alguno.
Hay también otro tipo de historias que pueden ser inventadas por nosotros, de las
que nos podemos valer siempre que el niño tenga algún comportamiento negativo, o
malos hábitos que no consigamos erradicar. Las amonestaciones, críticas o enfados
nuestros sirven de muy poco frente a las malas costumbres o inclinaciones como mentir,
robar, dañar a otros, desobedecer, etc. Por ello es mejor buscar otras soluciones más
efectivas. En estos casos funcionará bien el crear una historia en la que el protagonista
será una persona (por supuesto diferente del niño en cuestión) en la que verteremos el
defecto que queramos corregir. Utilizaremos imágenes por las que el niño sienta rechazo
y que le conduzcan a que pueda contemplar los resultados de tal propensión: el daño que
causa a su alrededor y, sobre todo, el daño que él mismo recibe. Estas historias obrarán
en su alma mucho más profundamente que mil sermones. Con ellas le permitimos
contemplar la acción incorrecta como separada de él, es decir, él no es un niño malo al
que estamos juzgando, sino que hay acciones que son dañinas, y al poder verlas fuera de
sí, puede decidir abandonarlas cuando comprende el dolor que generan. Por ejemplo, en
el caso de un niño acostumbrado a mentir, el famoso cuento del pastor que siempre está
diciendo que viene el lobo como forma de gastar una broma a sus vecinos, y que cuando
por fin viene de verdad el lobo ya nadie le hace caso, hará que el niño comprenda que
mentir conlleva serios problemas. Y cuando nuestra imaginación no nos permita inventar
nada, siempre podremos recurrir a las fábulas, donde veremos muchos defectos en ellas
reflejados, con las consecuencias finales que producen.
En más de una ocasión he oído a padres criticar los cuentos, considerándolos una
mala influencia para sus hijos, por la violencia que a veces encierran (las brujas se
comen a los niños, las madrastras maltratan a las hijas, el príncipe corta en trocitos al
malvado, etc.). Sin embargo, los niños captan muy bien el mensaje que se trasluce por
debajo de tanto horror. Ellos, en primer lugar, no sienten que estos castigos estén
dirigidos al plano físico, ni tampoco los interpretan como hechos reales, sino que para
ellos representan imágenes de vivencias interiores. Por otro lado, gozan
extraordinariamente cuando el mal es castigado, y cuando el bien, a pesar de haberlo
intentado aplastar una y otra vez, finalmente triunfa.
Deseo terminar este tema con las hermosas palabras de Úrsula Grahl, extraídas de

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su opúsculo «Forasteros en nuestro mundo moderno», en el que dice lo siguiente a
propósito de los cuentos:
Los cuentos de hadas hacen que los niños ansíen lo bueno y lo hermoso —¡sin
tener jamás que sermonearles!— puesto que todos los niños aman siempre a los
buenos espontáneamente y desearían ser como ellos, y les caen pésimamente las
brujas y los ogros. No hay nada que ayude tanto a los niños en sus años de
desarrollo como una persona ideal, sobre la que puedan modelar su propia
personalidad. El temprano amor de los niños por los nobles príncipes y las
bellas princesas de los cuentos de hadas, se transformará después en homenaje a
los héroes mitológicos, y todavía después en reverencia por los grandes
hombres de la historia, cuyas huellas desearían seguir.
Además, los cuentos de hadas nos obsequian otro precioso regalo, que
necesitamos muchísimo en nuestro paso por la vida: la fe inquebrantable en el
poder de la metamorfosis. Este poder es lo que hace que todo sea posible;
gracias a él sabemos que el sapo más feo puede ser convertido en gallardo
príncipe, con tal de que descubramos el secreto de cómo hacerlo. Nada hay que
esté tan desesperadamente embrujado, tanto en los cuentos de hadas como en la
vida real, sin que en algún sitio exista la magia reparadora que lo libere. Esto le
da al hombre la certeza de que lo bueno triunfará finalmente, aunque lo malo
pueda haber logrado una victoria transitoria. Quienes hayan aprendido esta
lección de los cuentos de hadas, son, en realidad, afortunados, pues tendrán la
fuerza para caminar erguidos y sin flaquear en las pruebas de la vida terrenal.2

3.6. La Influencia negativa de la televisión


Sobre este tema han corrido ya ríos de tinta. En un principio, las voces que se alzaban
contra este «adormidero» de niños eran sistemáticamente acalladas por los que
consideraban ridícula tal opinión, además de opuesta a los tiempos modernos, a las
nuevas estructuras sociales, etc. Hoy en día, afortunadamente, cada vez son más los que
alertan contra este medio, tan nocivo para los niños, argumentando ahora, desde un
exhaustivo análisis, las causas de tal afirmación. No se trata pues de «opiniones», sino
más bien de comprobaciones. Veamos algunas de ellas.

Como acabamos de ver, el niño, en todo este primer septenio de su vida, aprende
por imitación a través del juego, la repetición rítmica de los hechos de cada día, y el
mensaje que le llega de los cuentos. Si tuviésemos que elegir un sentido como el artífice
de su aprendizaje, éste sería sin duda alguna el tacto. Con ello no estoy diciendo que los
demás sentidos u órganos de percepción no estén operando; simplemente, si observamos
detenidamente al niño, veremos que es fundamentalmente tocando y saboreando como
comienza su relación con todo lo que le rodea. La visión del mundo que le ofrece la
televisión es inaprehensible para él. No puede cogerla, no puede experimentarla, y por lo
tanto no puede establecer una relación personal con ella; simplemente se queda ahí como
mero espectador de un juego en el que no puede participar.

74
Por otro lado, sabemos que el pequeño está totalmente abierto frente al mundo,
lleno de asombro. Todas las percepciones del mundo exterior se introducen muy
profundamente en su subconsciente y en todo él, por el hecho de no tener conceptos o
representaciones mentales que oponer frente a la percepción. Al no tener un criterio
propio, ni capacidad de juicio, no sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, y se lanza
indiscriminadamente a la imitación de todo lo que ve. La televisión, en este caso, le
provee de un inmenso material que le entra por los sentidos, del que no solamente no se
puede proteger (por no poder juzgarlo), sino que además va a imitar. Luego nos
extrañamos de esos niños que matan a otros y cometen actos de barbarie total, o que se
tiran por la ventana creyendo que son Superman, etc.
El niño es una voluntad que se despliega. Recordemos que es puro hacer y
deshacer. Siempre está en acción. Esta permanente actividad no sólo le lleva a crear una
relación con su entorno, con el mundo terrenal en el que acaba de incorporarse, sino que
además le permite desarrollar sus músculos, fortalecer sus huesos, sus tendones; en
definitiva, desarrollar y vigorizar su instrumento físico: el cuerpo. La televisión, al
convertirle en mero espectador, paraliza dicho desarrollo hasta tal punto que en estudios
realizados en EE.UU. se constató un aumento de atrofias corporales, como deformidades
óseas y atonías musculares, producidas por la inacción de los niños inmovilizados frente
a las pantallas. El niño, a través de la acción, va creando su espacio en el mundo además
de su relación con él. Si le dejamos parado ante esa pantalla, cortamos su natural
movilidad, y lo que es más grave, estamos plantando la semilla de una incomunicación,
de una no relación con su medio ambiente. Todo esto desemboca en un debilitamiento de
esa voluntad que trata de desarrollarse, y que vemos expresada en los síntomas de falta
de iniciativa, aburrimiento, desgana e incapacidad para jugar, para aprender, para
incorporarse activamente al mundo. Por eso el niño se vuelve adicto. No es capaz de
extraer de sí mismo sus propias fuerzas volitivas, y necesita que desde fuera algo
despierte un mínimo de vida en él. Se emocionará cuando otros se emocionen, llorará
cuando otros lloren, y contemplará la vida de los demás sin poder vivir la suya propia.
El sistema nervioso es altamente afectado y alterado también por todo cuanto el
niño recibe como alimento desde la pequeña pantalla. Violencia y más violencia, miedo,
inseguridad, irresponsabilidad de aquellos a los que quiere imitar. Él necesita un modelo,
un guía, una autoridad amada a la que copiar y en la que pueda confiar plenamente. Su
confianza en el mundo de los adultos puede verse resquebrajada ante la magnitud de
mal, de desarmonía y de mentira que tiene que presenciar. Todos sabemos el poder
manipulador que ejerce la televisión en los adultos. De hecho, la publicidad cuesta
fortunas, y por algo será. Ingenuamente pensamos que podemos sustraernos a su influjo,
pero no debe ser así cuando nos bombardean con anuncios, con una forma de vida, de
sentir, pensar…, hasta nos dicen cómo y qué hemos de hacer o beber para sentirnos en
forma. Si a nosotros nos afecta, imaginémonos a los pequeños, que encima están abiertos
de par en par y deseosos de seguir las directrices de los mayores. El resultado de ello
será: niños nerviosos, asustadizos, con crisis de pánico nocturno, con miedos, insomnios,

75
trastornos alimenticios, con movimientos incontrolados, agitados, o bien mostrando una
pasividad y falta total de interés e iniciativa, además de una pérdida considerable de
capacidad imaginativa.
En un boletín de Higiene Social titulado La Televisión en la Infancia, encuentro el
siguiente dato: El Dr. C. Münster, a la sazón coordinador de los programas de la
televisión alemana y Director de Televisión de la Emisora de Baviera, advirtió hace años
lo siguiente:
Es una locura pedagógica el poner a niños de menos de ocho a diez años ante la
pantalla de televisión (…). Muchos confirmaron su opinión, entre ellos un
experimentado especialista suizo de la televisión, quien declaró: en todo caso,
sabemos que sería mejor que los menores de diez años no la vieran, pues la
mayoría no puede captar el sentido de lo que se les presenta, ni tampoco
entender los cambios de cámara, ni el intercalado artificial de «retrospectivas».

Todo este artificio de apariencias de realidad, que no son otra cosa que mentiras,
calan en el ser del niño, que puede experimentar algo así como una enorme decepción.
Necesita verdades para crecer, y en vez de panes recibe piedras.
Hay un dato muy interesante que aprendí en una conferencia de unos
investigadores en este tema, y de la que extraigo lo siguiente: la televisión emite 400.000
puntos en un tercio de segundo. Nosotros creemos que estamos viendo una imagen, pero
el ojo no se deja engañar. Cuando la mirada tiene que concentrarse durante largo tiempo
en un punto negro, desaparece su interés, se endurece y se cansa. Ésta emite un mensaje
al cerebro de que lo que está viendo no es interesante. Y lo grave es que la parte
izquierda del cerebro, donde vive el juicio, la actividad pensante, se desconecta, dejando,
por así decir, de funcionar. A los 5 o 10 minutos de situarnos frente al televisor, las
ondas cerebrales se ponen, debido a lo expuesto, en la situación previa al dormir, con lo
cual caemos como en una hipnosis, siendo muy fácilmente manipulables. Según estos
mismos estudios, al desconectarse la parte izquierda, la que queda operando es la parte
derecha del cerebro, donde viven las emociones y sensaciones. Se abre la puerta a la
sugestión y la manipulación que operan en el inconsciente, luego la mente inconsciente o
estímulo-respuesta se pone en acción mientras el «yo» duerme.
Probablemente los padres y educadores tengamos ciertas resistencias a creer todo
esto. Es indudable que la televisión a veces nos ayuda a los adultos a descansar un poco
de tanta actividad y revuelo a nuestro alrededor. Tenemos ritmos y energías muy
distintos, eso es indudable, pero también, a menudo, nuestra imaginación permanece
encerrada en el armario en la que fue puesta por nuestros antecesores. Hay formas de
tener a los pequeños tranquilos si desempolvamos esas dotes nuestras de fantasía y
creatividad. Nosotros seríamos los primeros en obtener ganancias y felicidad por ello, y
no digamos ya nuestros niños, quienes en algún lugar recóndito de su ser sienten el
abandono al que les sometemos cada vez que les enchufamos lo que a nivel popular está
siendo denominado como «el tontódromo». La televisión, y en general todas las

76
maquinitas, videojuegos, etc., se convierten en sustitutos del contacto humano,
generando en los niños una gran ansiedad. Éstos, en vez de experimentar una relación
esencial con el entorno que les sirva de fundamento, demasiado pronto se ven expuestos
a un mundo técnico inanimado. Soledad, aislamiento, pasividad y desencanto serán
algunos de los efectos de estos «compañeros de juegos artificiales», que en ningún modo
podrán sustituir el calor del contacto de los seres verdaderos.
Otro factor esencial a la hora de enjuiciar los efectos negativos de la TV es la
incomunicación que provoca entre los miembros de la familia. En vez de sentarse juntos
a la hora de la cena para compartir las experiencias del día, comienzan las interminables
discusiones sobre la posesión del mando, a causa de los diversos criterios en la elección
de los programas. Todos sabemos que las prohibiciones son la guinda ideal para obtener
lo contrario de lo que pretendemos. Yo propongo que los adultos demos ejemplo, y una
vez alejados de la nefasta pantalla, creemos momentos «especiales» que resulten
divertidos y apetecibles para los niños, en los que nos prestemos a contar historias,
sucesos o narraciones que atraigan poderosamente su atención. Esto es válido en
cualquier época de la vida. Nuestros jóvenes también gozarán de las conversaciones e
intercambios de opinión en todos los aspectos de la existencia humana. De hecho,
estarán deseosos de hacernos eco de sus inquietudes, de sus opiniones, especialmente si
las acogemos con el debido respeto y ausencia de crítica. ¡Ellos tienen también muchas
cosas que enseñarnos!
¿Ideas? Seguro que a ustedes se les van a ocurrir cientos. Yo encontré algunos
sistemas para sacar a mis hijas, en su temprana edad, del circuito televisivo. Invitaba a
sus amigas a casa, coincidiendo con la hora de series de dibujos famosas en la época,
para hacer todas juntas pan. Esta era una actividad que les fascinaba, especialmente a las
que en su casa no les dejaban jugar con cosas tales como agua y harina (para no poner
tibia la cocina, que encima no era cierto, porque parte del juego consistía en dejar todo
perfecto al acabar). Otras veces pintábamos con acuarela, o hacíamos modelado en barro,
teatrillos, danzas, juegos…; incluso llegué a enseñarles a hacer punto de cruz. Eran
momentos preciosos ver a esas niñas gozar con el color, con el barro, con las materias
primas de su universo material, con las que muchas de ellas no habían podido entrar en
contacto hasta entonces, entre otras cosas para no ensuciarse. ¡Dios mío!, si cuanto más
sucios estén nuestros pequeños, mejor se lo están pasando y más están aprendiendo.
¿Para qué queremos niños de museo?, ¿para agradar a las vecinas? ¿Y no sería mejor
tener niños de verdad en vez de figuritas para decorar? ¿Nos importa más el qué dirán
que nuestros propios hijos?
También podemos enseñarles a distinguir entre los ratos de juego (para ellos es lo
mismo que el trabajo para nosotros), y los más vistosos momentos de visitas a familiares
o amigos, por ejemplo. Nosotros tampoco llevamos la misma ropa cuando limpiamos,
cocinamos o hacemos trabajos de jardinería o bricolaje. Somos conscientes de que una
vez metidos en faena nos podemos poner tibios. ¿Por qué no pueden hacer lo mismo los

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niños? Tratemos de respetar su libertad de movimientos, su libertad de acción, de
expresión, de desarrollo de sus capacidades, rodeados de nuestro incondicional afecto y
apoyo, en un marco alegre y creativo, pleno de intercambio y comunicación. Con ello
estaremos contribuyendo a un mundo mejor, donde nuestros hijos podrán devenir seres
en libertad, habiendo desplegado todas sus capacidades sin ser reprimidos ni aplastados
por su medio ambiente.

3.7. La magia en el mundo del niño


Hoy, domingo de pascua de resurrección en la cultura cristiana, me levanté muy
temprano para contemplar la salida del sol. Arrullada por los trinos de los pájaros, que
saludaban al astro con alegría, me vinieron los ecos de unas voces de un jardín vecino.
Una niña pequeña buscaba sus huevos de pascua que una liebre mágica había escondido
entre las flores y arbustos de su parcela. Sus gritos de alegría cada vez que descubría el
tesoro me calentaron el corazón, y me trajeron hermosos recuerdos de otros tiempos. En
el pasado, yo misma me levantaba muy temprano, y junto a mi marido escondíamos con
esmero unos platitos en los que nuestras hijas habían plantado unas semillas, que
convertidas ahora en hierba, iban a servir como receptáculo del regalo que la liebre de
pascua las traía para festejar la llegada de la primavera. Este hecho me hizo consciente
de algo esencial. ¡Había olvidado hablar de la importancia de la magia en este libro!
Puede ser que lo «olvidara» inconscientemente ante el temor de no ser bien acogido en
un mundo donde impera un punto de vista materialista sobre la realidad. Pero aquí
estamos hablando del niño, y el niño necesita ese mundo mágico en donde la realidad no
sea algo acabado, estático, imposible de transformar. Ellos están muy cercanos al
espíritu que alienta la materia, y con la magia lo que se pone de manifiesto es la
capacidad del espíritu de crear nuevas realidades, nuevas experiencias. Eliminar esto en
la vida de los niños equivale a secarles el alma, que no puede entonces esponjarse en la
vivencia de lo invisible, de lo eterno. Pero es a partir de esta vivencia de algo más allá de
lo que nuestros ojos y sentidos materiales pueden percibir, como se abren más adelante
nuestros sentidos espirituales, a través de los cuales podremos encontrar las respuestas a
las preguntas esenciales de nuestra existencia.

Nuestra cultura nos proporciona algunas costumbres que tienen que ver con este
mundo mágico del que les hablo. Por ejemplo, los Reyes Magos, Papá Noel, el Ratoncito
Pérez o la Liebre de Pascua (aunque esta última pertenezca más a las culturas nórdicas).
En los cuentos aparecen también las figuras de los enanitos del bosque, las hadas, las
ondinas o los elfos, como seres invisibles que viven y tejen en la naturaleza.
Muchos adultos piensan que no es bueno iniciar a los niños en estos «cuentos
chinos» que, según ellos, no se corresponden con la realidad, con la verdad. Sería

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interesante hacer una distinción entre ambas, pues a veces son conceptos bien diferentes.
Las religiones orientales, por ejemplo, hablan de la realidad como «maya», como algo a
trascender, ya que es una trampa que nos impide ver la verdad que se esconde tras de
ella. Estas personas temen también que cuando los niños crezcan y se enteren de que
esas cosas no existen, de que no son los Reyes quienes traen sus juguetes, sino los
padres, se sientan desencantados o engañados por ello. Indudablemente, si ellos lo viven
como mentira, mentira será para los niños cuando lo descubran, pero si nosotros creemos
en la magia, si aún somos capaces de vibrar ante el misterio, ante el aliento que late en
todo lo creado, entonces simplemente seguirá siendo verdad, y sabremos explicárselo así
a los niños. Cuando mi hija menor me preguntó si era cierto que los Reyes eran los
padres, le contesté que ambas cosas eran verdad. Los Reyes existían (yo sigo creyendo
en reyes de amor, de magia y maravilla) pero no encarnados en un cuerpo, y por eso
necesitaban la colaboración de los hombres para llevar la magia de su amor hasta ellos
en forma de regalos. Le dije además que, a partir de ese momento, ella podía convertirse
también en una reina maga, en un instrumento de esos seres de amor, en una tejedora de
sueños. No sólo no se decepcionó, sino que se mostró feliz de poder participar
activamente en esa nueva tarea de llevar alegría a su mundo.
Les animo a crear, junto a sus hijos, un universo de magia, donde lo invisible pueda
entrar a formar parte de nuestro mundo. Si no se atreven, al menos no aborten ese
impulso natural que vive en el niño. Ellos sí son capaces de jugar con «amigos
invisibles», de hablar con las piedras, con las plantas, con los enanos… Lo esencial en
este asunto es hacer que ellos participen en la creación de estos momentos especiales,
contribuyendo con nosotros a la hora de preparar las fiestas, y manteniendo juntos ese
aire de feliz espera. De niña me llenaba de deleite todo el ritual de preparativos que
precedían a la gran noche de los Reyes Magos. Limpiábamos los zapatos, consiguiendo
que brillasen con una intensidad inusual, luego los colocábamos en los lugares elegidos.
Se preparaba además una bandeja muy primorosa con tres copas, algo de beber y
algunos dulces para apagar la sed de los Reyes, y contribuir así a que recuperasen sus
fuerzas. Mis hijas, por ejemplo, solían hacer bonitos dibujos que dejaban en un rincón de
su cuarto por la noche para los enanitos. A la mañana siguiente, encontraban una
manzana, una piedra de hermosos colores, o algún tesoro especial, como piñas o raíces
que ellos les traían de su bosque. Estos despertares tenían un sabor muy particular. El día
se presentaba lleno de posibilidades, de pequeños milagros.
Desde hace mucho tiempo he aprendido que no existen las «casualidades». Por eso
no me ha extrañado que, nada más terminar de escribir todo esto, haya caído en mis
manos, como por arte de magia, un libro titulado Tus Zonas Mágicas, en cuyo primer
capítulo, «Cómo crear un camino interior que lleve a la realidad mágica», Wayne W.
Dyer desarrolla de manera excelente lo que yo trataba de expresar cuando les decía que,
a través del cultivo de la magia en la infancia, podremos despertar esa vida interior que
nos llevará, en edades posteriores, a encontrar las respuestas a todas nuestras preguntas.
Dice así:

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En lo más profundo de ti hay un campo unificado de posibilidades sin fin.
Cuando adquieras competencia en la marcha hacia ese fantástico lugar,
descubrirás un reino de experiencia humana totalmente nuevo, donde todo es
posible. Es ahí donde tiene lugar la realidad mágica (…).
Tu transformación interior no puede lograrse desde una perspectiva intelectual o
científica. Los instrumentos de limitación no van a revelar lo ilimitado. Se trata
de un trabajo que deben realizar tu mente y tu alma, el sector invisible de tu ser
que está siempre ahí, pero a menudo se ignora a favor de aquello que puedes
captar con tus sentidos (…).
Tú, como la mayoría de las personas, probablemente estés convencido de que si
algo es real no puede ser mágico, y si es mágico no puede ser real (…). Yo creo
que experimentamos la realidad mágica cuando trascendemos la paradoja, y que
una visión trascendente incluye la experiencia de la realidad mágica como algo
efectivamente muy real y también mágico (…). Existe otro terreno para la
experiencia cuando estamos dispuestos a trascender esta vida, a la que nos
hemos acostumbrado. Es un terreno que desafía nuestras leyes de la ciencia y de
la lógica, un espacio interior dentro de cada cual que está libre de las barreras,
las normas y las limitaciones ordinarias. No se trata de un país de las maravillas,
al que sólo se pueda acceder en la imaginación. Es real desde un punto de vista
mágico, y está a la disposición de cada uno de nosotros cuando estamos
preparados.

3.8. La vivencia del ritmo del año


Hemos hablado ya mucho sobre la necesidad del niño, a lo largo de toda su infancia, de
vivir en un ritmo determinado. La naturaleza, a través del paso de una estación a otra,
nos muestra una secuencia en la que el ritmo juega un papel preponderante. Podemos
acercar al niño a esta vivencia, la cual le aportará además una relación muy profunda con
la tierra, de la que podrá maravillarse ante sus constantes cambios, abundancia y
generosidad.

En primavera festejamos el gozoso brotar de la vida que resurge de nuevo aquí y


allá, llenando los campos de luz, follaje y color. Junto a ella experimentamos un alegre
despertar tras el frío, austero y oscuro invierno, que ahora se transforma en exuberancia
plena. Disfrutemos saliendo al campo con los niños para asombrarnos con ellos ante la
fuerza de las plantas que, desperezándose del sueño invernal, rasgan la tierra buscando
su camino para erguirse hacia el sol. Los tiernos brotes, los cerrados capullos, preludian
que algo mágico va a ocurrir. Cuando llegue el momento, también la flor va a despertar,
y en un increíble gesto de delicadeza desplegará sus pétalos, uno a uno, para dejar que
los rayos del sol penetren hasta su corazón. La flor, así abierta, se transforma en un cáliz
de luz y color donde los insectos acuden en busca del néctar que ella, generosamente, les
ofrece. Esta es una imagen grandiosa que habla al corazón de quien la observa. No sólo
los niños. Nosotros también podemos acogernos a esa gran maestra que es la madre
tierra.

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Mirad: la primavera
Ya vuelve. Ya se anuncia
En las yemas del álamo,
En las aguas profundas.
Cielos azules. Vidrios
Transparentes. Verduras
Inmensas. Lejanías
De playa y humo…
Miramos hoy la vida que apunta;
Margaritas de oro,
Campanillas de bruma (…).

(Extracto de un poema de José Hierro)

Hay muchos juegos, corros, canciones y poemas que podemos recitar con los niños
para festejar la primavera. Hagamos coincidir la fiesta con la llegada de la Liebre de
Pascua, que viene desde remotos países para traer los huevos, en cuyo interior contienen
el germen de una nueva existencia. Para ese día se puede preparar con los pequeños un
maravilloso pan de pascua para degustar con ellos en un suculento desayuno primaveral,
en una mesa adornada con ramos donde los capullos, los huevos y las primeras flores nos
den esa imagen del despertar de la nueva vida que amanece. Días antes, como
preparación de la fiesta, les encantará soplar huevos para luego pintarlos de colores.
Nosotros los colgábamos después de alguna rama de almendro o arbusto lleno de
capullos al que llamábamos Árbol de Pascua.

«Hola, arbolito, crece, crece y florece.


Extiende tus ramas, con miles de hojas.
Hola, arbolito, crece, crece y florece.»

«Ahí arriba Padre Sol manda sus colores,

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Tiñe con sus rayos las hermosas flores.»

«Madre tierra, las florecillas, ¿dónde están?


Duermen, duermen en la tierra y al sol esperarán.
Luz del sol, ven acá, las florecillas crecen ya.»

«Muy lejos en su tranquila morada, está la liebre de pascua sentada,


Mirando, mirando a ver dónde los huevos va a esconder.
Pronto encuentra un cuenquecito
De un niño muy chiquitito.
Deprisa pone huevos de su cesta,
para celebrar esta bonita fiesta.»

«La pluma en el pájaro, el pájaro en el huevo, el huevo en el nido,


El nido en la rama, la rama en el árbol, el árbol en la pradera.»

«En el árbol, en la rama, un pájaro se hace su cama.


Pone en ella dos huevecitos; muy pronto salen dos pajaritos.
Su mamá les da calor, y les mira con amor.»

«Somos bellas florecillas


De un fantástico vergel.
Abejitas primorosas
¿Queréis libar nuestra miel?
Libemos el dulce néctar
Volando de flor en flor
Aquí, licor amarillo.
Más allá, rojo licor.
Muchas gracias, florecillas
Por la ofrenda que nos dais.
Miel de vuestras corolas
Venimos hoy a buscar.
Cuando en la flor entramos

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En busca de dulce miel,
La corola se transforma
En sonoro cascabel.»3
Con la fiesta del solsticio de San Juan, el verano da sus primeros pasos. La
naturaleza muestra por doquier su esplendor y plenitud. Los frutos comienzan a madurar
en las ramas, los árboles se han vestido de frondosidad, el agua discurre por los arroyos,
los ríos, y se apacienta en los lagos invitándonos a entrar en ella, a gozar con su frescor.
Es el momento de internarnos en los bosques, recorrer sus caminos, gozar al aire libre,
escalar las peñas, subir a los montes, y descansar en las amplias praderas.
La noche de San Juan crea el espacio para encender esa hoguera que quema todo
aquello en nosotros que ha quedado viejo, caduco, y que nos impide seguir avanzando.
Si tenemos un jardín, podemos alimentar el fuego con los restos de la poda y las ramas
secas que no hayan dado fruto. La imagen que habla al corazón es cómo de lo viejo
surgen esplendorosas llamas que se alzan hacia el cielo iluminando la oscuridad de la
noche. De este modo se produce la transformación hacia algo nuevo procedente de lo
que dejamos atrás. En este sentido, aunque con una imagen diferente, hay un precioso
poema de Antonio Machado, del que extraigo la siguiente estrofa:

«Anoche, cuando dormía,


Soñé, ¡bendita ilusión!,
Que una colmena tenía
Dentro de mi corazón:
Y las doradas abejas
Iban fabricando en él,
Con las amarguras viejas
Blanca cera y dulce miel».

En cuanto a canciones para los pequeños, he aquí una pequeña muestra para esta
época del año:

«Hadas, hadas en las llamas,


Hadas rojas y amarillas:
Con las llamas estáis bailando,
Con las chispas estáis saltando.»

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«Zen, zen, zen, abejita ven.
Vuela de flor en florecita,
Trae miel a la casita.
Zen, zen, zen, abejita ven.»

«Abrid las ventanas del palomar.


Las palomas alegres ya quieren volar.
Despliegan sus alas de blanco color,
Y juegan felices con la luz del sol.
Regresan cansadas a su hogar.
Cae la noche en el palomar.
Rucu, rucu, duermen como tú.»

«Por la tierra sólida, me encanta irme.


Recio pongo yo mis pies, en la roca firme.
En el agua a nadar, sobre verdes olas,
Donde peces moverán sus doradas colas.
Delicioso es volar en el móvil aire
Cual si fuera águila con sutil donaire.»

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«Una mariquita trepa por la hierbecita,
Corre sin cesar porque a la punta quiere llegar.
Ya llega a su alta torre cuando un recio viento corre.
La hierbecita se menea, y fuertemente se tambalea.
A la mariquita le cuesta trabajo no caerse para abajo,
Pero el viento sopla y sopla más fuerte
Y el animalito hoy no tiene suerte. ¡Se cae al final!
¿Tú crees que ahora se levanta y llora?
No, no. Mira la nube, y riendo, por otra hierba sube. »

Las vacaciones llegaron a su fin y ya estamos de vuelta inmersos en los


preparativos para el comienzo de las clases. Entre tanto trajín, apenas nos damos cuenta
de que los días se van acortando. La luz, antes tan potente, se va dorando, suavizando.
La tierra se viste de brillantes colores: rojos, amarillos, cobrizos y dorados lucen
magníficos resaltando con el verde de las praderas. Parece como si el sol se hubiese
adentrado en cada una de las hojas, antes verdes, para darles ese color y ese calor que
ahora muestran. Sentimos toda la belleza del otoño que nos trae, además, sus abundantes
frutos. Un aire fresco, a veces violento, comienza a arrancar, una a una, las hojas de los
árboles que, ahora secas, caen sin resistirse, como mullida alfombra en la tierra, para
servirla de abrigo y alimento en las largas noches del invierno.

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«No es el otoño, no, quien a los árboles
Arrebata sus hojas, que son ellos,
Son los árboles mismos quienes ceden
Sus hojas a los vientos…
Los árboles desdeñan
La estéril pompa del follaje muerto!
Y con viril austeridad, aguardan
Desnudos los rigores del invierno.
¡Saben que sólo así la primavera
Los vestirá de nuevo!
Alma mía: estos árboles desnudos
Sean para ti ejemplo.
Renuncia, como ellos, a lo vano;
Despójate, como ellos, de lo viejo.
Si en ti muere una idea, para siempre
arráncala de ti y échala al viento.
¡Porque son cadáveres de ideas
La estéril pompa del follaje muerto!
No finjas pensamientos que no pienses,
No sientas con fingidos sentimientos.
Antes que así, desnuda
Resiste los rigores del invierno.
¡Que al cabo tornará la primavera
Y a ti también te vestirá de nuevo!»
Enrique Ruiz de la Serna

El otoño es la polaridad de la primavera. En él todo muere, pero antes de hacerlo


nos ofrece la máxima belleza; una belleza serena, reposada, plena de frutos y sabiduría.
La naturaleza nos ha dado cuanto tiene, y se presta ahora al sacrificio, a la amorosa
entrega, savia de futura nueva vida. Aquí, el alma puede sentir la belleza de la muerte
como proceso, no de fin, sino de principio de algo nuevo, lleno de renovadas promesas.
Esto me recuerda el título de un libro maravilloso: La muerte: un amanecer, de la Dra.
Elisabeth Kübler Ross. Es el esplendor de una vida, que llegada a su fin, ofrece y recoge
los frutos que sembró a lo largo de su historia. Nos muestra a su vez la imagen de la
dádiva, de la generosidad, que nos llena de gratitud.
Hay culturas que celebran en esta época la fiesta de la cosecha. Nosotros también
podemos crear algo parecido con los niños, recogiendo con ellos los frutos de otoño, así
como sus doradas y rojizas hojas con las que decorar una preciosa mesa en la que
degustar los sabrosos dones de la madre tierra.
«Las hojas doradas se caen de las ramas.

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Los niños recogen el manto de grana.
El viento del norte enfría sus caras,
Pero el sol calienta la casita blanca.
Los pájaros vuelan a tierras del sur,
Las nubes se acercan y ocultan el sol.
«Hu, hu, hu, el otoño llegó,
Y trae de su mano
Alegres remolinos.
Rodea la casa
Y llama a la puerta.
Ven, unidos soplaremos
Comienza la lluvia su triste canción,
Y el viento resuena con su fuerte son.»
Y en el campo correremos.
Hu, hu, hu, girar, saltar, bailar.»

«Fruta, verdura y pan ya tenemos.


Así, en el invierno, hambre no pasaremos.
La tierra y el sol sus frutos nos dan,
Y con su calor los madurarán.
Les damos las gracias por tantos regalos,
Con ellos la fiesta de cosecha celebramos.»

Con la llegada del invierno, la tierra se desprende de todo adorno, de toda


apariencia, mostrándonos su lado desnudo, humilde, y a la vez severo. Los árboles han
dejado caer sus hojas, las flores y los frutos se han dormido en las semillas, y los
insectos y las mariposas buscan refugio en sus hogares. Toda la vida se ha vuelto hacia
el interior. La tierra se abre amorosa acogiendo en sus entrañas cada pequeña semilla
para darle cobijo y abrigo, en espera de su despertar con los primeros rayos de sol de la
primavera.

«Duerme, pequeño sauce, el invierno es largo.


Aún duermen los chopos, las flores y los prados.»

«En primavera, la flor


Vive, pero va al morir.
La flor en invierno, amor,
Está esperando vivir.
¡Rica, honda, viva espera,
Amor, en tu nido eterno

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Que aguardas la primavera
En el alma del invierno!»
Juan R. Jiménez

Los días se acortan, el sol parece que se retira un poco respetando esa época de
silencio, de recogimiento. La oscuridad reina por doquier y el intenso frío no se hace
esperar. Madre Nieve sacude sus cojines haciendo que vuelen sus plumas, que
transformadas en copos de nieve, caen silenciosas sobre la tierra, cubriéndola de un
manto blanco que la hace resplandecer en medio de la oscuridad. Todo apunta a un
recogimiento, a una vuelta hacia dentro para poder realizar trabajos en el interior de uno
mismo, apelando a la consciencia de la fuerza creadora que dormita en las profundidades
de nuestro ser.
«Blanco, bello invierno, llega ya,
Cubre bien con copos el lugar.
Gira, gira, gírate,
Fuera está nevando.
Cómo giran los copitos.
Son blancos y pequeñitos.
Duerme niño, duérmete.
Luna, luceros y estrellas.
Pajarito viene ya,
Dulces sueños te traerá.»

«Yo caigo del cielo con mucho revuelo.


Yo brillo, relumbro, blanqueo la sierra y cubro la tierra.»

«Copito de nieve ¿cuándo vienes a mi?


Tú que vives en las nubes, muy lejos de aquí.»

Es la hora de reunirse en torno al hogar, de escuchar hermosos cuentos, de recitar


poemas y de esperar con ilusión la llegada de la Navidad como símbolo de un nuevo
nacimiento, pero, esta vez, de una fuerza interior que resurge con renovado entusiasmo.
La celebración del adviento ayuda a los niños a preparar ese mundo de magia, de luces y
sombras, en la que los árboles se visten de colores luminosos y se cargan de unos frutos
muy especiales envueltos en papeles de brillantes colores.
«Oh, corona de Adviento,
Luz en la oscuridad,
Alegría que yo siento
Al mirar tu quieta paz.

88
Una vela al comienzo,
Luego dos encenderás,
Cuando luzcan tres y cuatro
Llegará la Navidad.»
El belén ocupa un lugar preponderante en algunas familias, convirtiéndose en el
foco de atención de los más pequeños, quienes disfrutan observando esas pequeñas
figuras, moviendo a los pastores por las montañas, y acercando, paso a paso cada día, a
José y María hacia la gruta.
Tras la ansiada espera, llega esa noche en la que la magia nuevamente se recrea. Un
niño de luz nace en la pequeña y humilde gruta de Belén llenando de alegría el paisaje y
calentando el corazón de los pastores que acuden asombrados a visitarle.

Esta imagen hablará al interior del niño. ¿Acaso ese niño no es él mismo, en lo más
profundo de su ser? Como dice un verso de Angelus Silesius: «Si el espíritu de Dios te

89
toca con su sabiduría, nacerá en ti el Niño de la Eternidad».

«Todo era oscuro (…).


Y ahora, en la noche,
Se ha encendido
Maravillosa llama.
Entre espumas de ola y de nube
El alma canta, liberada.
Como si fuera el centro
Ardiente del amor
Que todo lo abrasa (…).»

(Extracto del poema: Nochebuena, de José Hierro)

«Ha nacido una flor


en medio de la noche,
de un invierno helador.»

Después vendrán los Reyes, para alborozo de todos, haciendo posible lo imposible,
abriendo un espacio para los sueños, para la fantasía. ¡Que no perdamos nunca esa
frescura, esa pureza de la infancia capaz de creer en lo mágico!

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.1

• La madre sigue siendo para el niño de esta etapa un punto de referencia esencial. La siente como
una unidad de la que él mismo forma parte. Ella es como una ampliación de su nido, por eso la
sigue dondequiera que vaya.
• Si nuestro hijo tiene entre 3 y 6 años, y acaba de llegar un nuevo bebé, es natural que el primogénito

90
reclame nuestra atención regresando a etapas anteriores (hacerse pis, pedir un biberón, etc.).
• Hemos de vigilar si hemos decidido que se haga mayor antes de tiempo y según nuestra propia
conveniencia.
• La etapa de los celos pasará muy pronto si tenemos paciencia y no regañamos ni criticamos al niño
por ello.
• Puede ser recomendable dejar que el mayor se agarre de nuevo al chupete, o que pida el biberón. Si
no le damos excesiva importancia, se le pasará rápidamente. Si nos ve agresivos y reacios al tema,
insistirá en volver a ser bebé para reclamar nuestra atención.
• La forma más adecuada de resolver este problema, es dedicarle el tiempo que también él necesita.
• Es bueno dejar que el mayor coja al pequeño, le dé algún biberón, o ayude en cualquier otra forma
siempre bajo nuestra atenta mirada. Esto le hará sentirse útil e importante.
• Le encantará que recalquemos y alabemos todas las cosas que él ya sabe hacer solo; esto aumentará
su propia autoestima.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Regañamos a nuestro pequeño cuando vuelve a hacerse pis en la cama simplemente porque
tiene celos?
2. ¿Permitimos que nos siga a todas partes, comprendiendo que se siente como una parte nuestra, o
nos quejamos y le regañamos por ello?
3. ¿Buscamos momentos para él solo, en los que jugar, hablar o leerle un cuento?
4. ¿Le hacemos sentir importante en nuestra vida, o desplazado de ella?
5. ¿Dejamos que participe en las tareas de cuidar al bebé, haciéndole sentir importante por ello?
6. ¿Alabamos todas las cosas que ya sabe hacer por sí mismo?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.2

• El espíritu o «yo» se encarna más profundamente. El niño comienza a llamarse yo a sí mismo. Por
vez primera se siente como una unidad, y esto le hace ver a su madre como alguien diferente de sí
mismo.
• Comienza el «no» a todo, con lo que potencia su recién nacida individualidad. Exige hacer todo él
solito. Quiere experimentar, aprender, hacerse independiente.
• Es el momento de ser creativos para lograr que el niño haga aquello que consideramos importante
sin provocar su obstinado antagonismo. El asunto es conseguir que quiera hacer eso que nosotros
creemos adecuado.
• Cuando el niño se resiste y se pone cabezota, es el momento de hacer prevalecer nuestro «sí» o
nuestro «no» sin críticas, regañinas ni argumentaciones sin fin, y lo que es más difícil:
¡¡¡mantenerlo!!!

91
• Recordemos que los niños en esta etapa no pueden hacer juicios sobre la realidad; sólo actúan por
impulsos.
• Hemos de ponerles límites. Los límites les proporcionan seguridad, protección, y sin ellos se
sentirían perdidos.
• Castigar a la mente estímulo-respuesta del niño cuando sea necesario, pero no al niño; a él hemos de
seguir dándole nuestro amor.
• El niño ha de vivir un ritmo diario saludable. Mantener unos horarios de levantarse, jugar, comer,
salir al jardín, etc. Esto le tranquiliza y crea la base de sus futuros hábitos.
• Debemos interesarnos por ellos, dedicarles tiempo para hablar, jugar.
• Los niños adoran y necesitan la repetición (leerles el mismo cuento, cantar las mismas canciones).
De ahí sacan sus propias enseñanzas.
• La predecibilidad les da seguridad. No les gusta la improvisación ni lo desconocido.
• Decirles siempre la verdad, les hará confiar plenamente en nosotros y sentirse seguros.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Dejamos que empiece a hacer las cosas por sí mismo (como ponerse el abrigo, comer solo…), o
abortamos sus primeros gestos de independencia?
2. ¿Somos capaces de discernir cuándo hay que hacer valer nuestro sí?
3. ¿Nuestra actitud es más bien dominante y autoritaria?
4. ¿Les damos el tiempo que ellos necesitan para aprender, o les imponemos nuestro ritmo?
5. ¿Les regañamos, amenazamos o mostramos mal humor o malos modales? (no es al niño a quien
hemos de castigar, sino a su mente estímulo-respuesta).
6. ¿Mantenemos un ritmo saludable, o nos dejamos llevar por nuestros propios deseos de salir,
trasnochar, etc.?
7. ¿Somos veraces con ellos, o buscamos el modo de salir airosos improvisando mentiras?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.3

• Comienzan los «por qués» y los «para qués». Quieren comprender el mundo en el que viven.
• Nuestras respuestas han de ser veraces, teniendo en cuenta su edad y sus capacidades de
entendimiento.
• Siempre hemos de confirmar recibo a sus comunicaciones (hacerles saber que les hemos
escuchado).
• Hemos de ayudar a los niños a cerrar sus ciclos; esto les aporta seguridad.
• La desobediencia puede ser el resultado de no recibir acuses de recibo a sus acciones.
• La desviación de la comunicación original (saltar de un tema a otro) crea caos e inseguridad.
• Aceptar la comunicación tal y como viene, sin negarla, cambiarla, cortarla o desviarla.

92
• Las pegatinas o frases-sellos se quedan adheridas en el alma y crean futuras formas de actuación.
• Si destacamos los errores que cometen, obtendremos eso que tanto tratamos de evitar.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Respondemos a sus preguntas, o les recriminamos por ser tan pesados?


2. ¿Somos sinceros en nuestras respuestas, o tendemos a mentirles?
3. ¿Les hacemos saber que les hemos escuchado?
4. ¿Les damos órdenes una tras otra sin cerciorarnos de que han sido realizadas o sin confirmarles
recibo por ellas?
5. ¿Cuando damos una orden (como recoger los juguetes), hacemos que la cumplan, o acabamos
haciéndolo nosotros por no discutir?
6. ¿Caemos en el error de desviar la comunicación original (saltar de un tema a otro), o nos
mantenemos en el mismo flujo hasta el final?
7. ¿Alteramos, cortamos o negamos sus comunicaciones?
8. ¿Les castigamos con «frases-sello»?
9. ¿Potenciamos y alabamos todo aquello que hacen bien?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.4

• El juego es la herramienta de aprendizaje del niño.


• En su necesidad de crear y aprender, necesita hacer y deshacer constantemente.
• El juego, en una primera fase, no tiene un propósito concreto que no sea el placer de crear.
• La fantasía es un elemento esencial en el juego. Los niños no necesitan realismo en sus juguetes. El
hiperrealismo impide que puedan desarrollar su imaginación y creatividad.
• Anticiparse a los deseos del niño destruye su interés y paraliza su voluntad de conseguirlos. Lo
mismo ocurre cuando les llenamos de juguetes. Esto les crea confusión, desinterés y pérdida de su
imaginación creadora. Todo se les da hecho, lo cual, a su vez, paraliza el desarrollo de su voluntad.
• Respetar sus propiedades. Los juguetes son propiedad de los niños, no nuestra.
• El/la muñeco/a representa al propio niño. El ideal es que siempre sea el mismo. Otros muñecos
(nunca en exceso) pueden ser los hermanitos o compañeros de juego.
• Los niños no han de ser discriminados por su sexo a la hora de jugar. Los niños pueden y deben
jugar con muñecos y las niñas subirse a los árboles.
• Los mejores juguetes en esta época de su vida son los que se encuentran en la propia naturaleza.

93
ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Convertimos las habitaciones de nuestros hijos en auténticas jugueterías?


2. ¿Sustituimos el tiempo o el cariño que necesitan de nosotros comprándoles muchos juguetes y
satisfaciendo hasta el mínimo de sus caprichos?
3. ¿Obligamos al niño a prestar sus juguetes?
4. ¿Les decimos cómo han de jugar con ellos, o les dejamos que encuentren su propia forma de
investigar?
5. ¿Respetamos sus juegos, o intervenimos para cambiarlos o imponerles los que nosotros
consideramos adecuados?
6. ¿Permitimos que los niños jueguen con muñecos y las niñas se suban a los árboles, o les
discriminamos por su sexo?
7. ¿Respetamos sus horas de juego? ¿Comprendemos que jugar es para ellos la forma de aprender a
relacionarse consigo mismos y con el mundo?
8. ¿Damos al juego la importancia que verdaderamente tiene? ¿Les impedimos jugar a fantásticos
juegos para que no se nos ensucien?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.5

• Los cuentos son el alimento primordial en esta época de la vida.


• Los niños en esta etapa necesitan comprender a través de imágenes, no de conceptos racionales.
• Los cuentos de hadas y las leyendas les ayudan a establecer las diferencias entre el bien y el mal.
Con ellos van adquiriendo un sentido ético-moral que les guiará en su camino hacia la madurez.
• La TV, radio o casete no pueden sustituirnos. Hemos de reservar unos momentos cada día para estar
con ellos, para leerles o contarles un cuento.
• El héroe de un cuento o una leyenda puede ser el modelo a copiar por el niño y el que le ayude a
modelar su propia personalidad.
• El cuento transmite además la fe en el poder de la metamorfosis. Todo puede ser cambiado, pues
existe la magia reparadora que nos libera de cualquier embrujo o bloqueo.
• El rico lenguaje de los cuentos de hadas ampliará su capacidad de expresión, y por tanto de
pensamiento.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

94
1. ¿Dedicamos a nuestros niños momentos de recogimiento en los que compartir juntos cuentos o
historias maravillosas que nos ayuden a superar nuestras dificultades diarias?
2. ¿Qué es lo que nos ha parecido más importante en este capítulo?
3. ¿Creemos realmente en la capacidad de transformación de nosotros mismos y del ser humano en
general?
4. ¿Sentimos que el mundo de hoy, tan materializado, necesita belleza, poesía y magia?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.6

• La visión del mundo que le ofrece la TV es inaprensible para el niño. No puede cogerla ni
experimentarla, ni por lo tanto establecer una relación personal con ella. Simplemente se queda ahí,
como mero espectador de un juego en el que no puede participar.
• El niño imita todo, incluido lo que ve en la TV. Como todavía no tiene desarrollada la capacidad de
juicio, no puede distinguir entre lo bueno y lo malo, y así imita todo lo que ve.
• La TV paraliza el desarrollo de su voluntad. Le vuelve apático, aburrido, sin iniciativa. Se convierte
en un espectador de la vida en vez de en protagonista de la misma.
• Pasar muchas horas ante el televisor, en una época en la que tiene que desarrollar su musculatura y
fortalecer los huesos y tendones, impide un sano crecimiento de su cuerpo.
• La TV, con su bombardeo constante de imágenes, a veces extremadamente violentas, y que cambian
sin parar, produciendo incluso saltos en el tiempo, produce niños nerviosos, asustadizos, con
miedos, insomnios y trastornos de todo tipo.
• La TV impide la comunicación en el seno de la familia. Impide la comunicación del niño con su
medio ambiente. Jugar es una forma de comunicar. Quedarse abobado frente a la pantalla es una
forma de soledad y aislamiento.
• Violencia, miedo, inseguridad e irresponsabilidad en el mundo de los adultos, a los que quiere
imitar, es lo que el niño recibe como alimento desde la pequeña pantalla. Su confianza en ellos
puede resquebrajarse ante la magnitud de mal, desarmonía y mentira de la que es testigo.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Nos valemos de la TV como sustituto de nuestra presencia?


2. ¿La utilizamos como una forma de quitarnos a los niños de encima?
3. ¿Usamos la TV como pantalla protectora a nuestros miedos, nuestros vacíos, nuestra dificultad
para comunicar?
4. ¿Somos de los que pensamos que es imposible alejar al niño de la TV cuando es pequeño porque
sería lo mismo que aislarle del mundo en el que vivimos?
5. Si es así, ¿creemos que el pequeño está preparado para entender tanta violencia, tanto odio, tanta

95
fealdad? ¿Acaso no somos nosotros capaces de crear algo de belleza, amor, felicidad y armonía
para ofrecer a nuestros niños como ejemplo de un mundo mejor?
6. ¿Hemos observado la actitud pasiva de nuestros hijos ante el televisor?
7. ¿Observamos qué ocurre en ellos (y en nosotros) cuando se apaga la pantalla?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.7

• Cultivar el mundo mágico es esencial para el niño. En etapas posteriores le ayuda a buscar su
verdadera esencia espiritual, invisible a los ojos.
• La magia ayuda también a poder transformar, transmutar en nosotros lo viejo, para despertar a
nuevas experiencias.
• El mundo mágico nos da valor para luchar por nuestros más elevados ideales.
• Cultivar el sentido mágico en el niño no es equivalente a sacarle de la realidad, sino abrirle además
a otra realidad en la que todo es posible si uno lo desea de verdad.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Cultivamos en el niño y en nosotros mismos una actitud mágica que nos ayude a cambiar, a ver
más allá de los ojos físicos?
2. ¿Creemos verdaderamente que somos capaces de cambiar, de transformar actitudes negativas en
positivas, de convertirnos en príncipes o princesas de nuestra propia vida dejando atrás los
sapos, la envidia, los celos y la negatividad?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


3.8

• El niño necesita vivir en un ritmo, un ritmo que le ofrezca seguridad y predecibilidad. En él se hace
firme la confianza. La naturaleza es un buen ejemplo de ritmo y constante transformación.

96
ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Proporcionamos a nuestros niños un ritmo adecuado en el que puedan crecer seguros y


confiados?
2. ¿Fomentamos su contacto con la naturaleza? ¿Les ayudamos a descubrir sus misterios, su magia,
su belleza y sus continuas transformaciones?

97
4
LA SEGUNDA GRAN ETAPA DE LA VIDA. EL NIÑO
VA A LA ESCUELA

Cuando la belleza se despierta, abre las puertas del día.

Pamela Vaull Starr

98
99
4.1. El cuerpo etérico o de vitalidad
Así como la característica principal del primer septenio es la conformación del cuerpo
físico para que éste sirva de instrumento al espíritu que en él se incorpora, lo que ahora
nace, en esta segunda etapa de la vida, es el cuerpo etérico o cuerpo de vitalidad.

Sobre los 6 o 7 años, es decir, justo en el final del período anterior, comienzan a
liberarse las fuerzas etéricas, encargadas hasta entonces de conformar el cuerpo físico
heredado. A lo largo de ese primer septenio el niño ha estado trabajando para deshacerse
de los aspectos heredados que le resultaban difíciles o que no se amoldaban a lo que él
necesita como instrumento adecuado para su espíritu. Este proceso lo muestra a través de
un sacar algo de dentro y echarlo hacia fuera, o un cambiar de piel. Las llamadas
«enfermedades infantiles»: fiebre, erupciones, sudoración, mocos, toses, etc., son el
resultado final de este trabajo que culmina finalmente en la expulsión de los dientes de
leche, formados a partir del calcio heredado de la madre. La nueva dentadura es ahora
consolidada gracias a sus propias fuerzas etéricas.

La aparición de la segunda dentición es el signo externo a través del cual se


manifiesta que la primera metamorfosis ha sido completada. A esta altura, la
substancia corporal del niño ya no tiene nada en común con el cuerpo que
engendraron los padres. A partir de ahora el niño posee un cuerpo propio
fabricado por su yo1.

De aquí en adelante sólo va a crecer; no se produce nada nuevo, pues el crecer es


como un dar más de lo mismo, es decir, una multiplicación de las células. La cabeza se
proporciona con el resto del cuerpo, y gran parte de estas fuerzas vitales que estaban
conformando el cuerpo físico quedan liberadas, poniéndose al servicio del desarrollo del
pensamiento y del sentimiento. ¡El niño está ya maduro para la escuela!
Este hecho nos lleva a comprender que hemos de respetar todo este enorme trabajo
sin sentirnos tentados a despertar prematuramente las fuerzas de consciencia ligadas al
pensamiento intelectual en esta primera fase del camino. El querer anticipar
acontecimientos simplemente dará como resultado el deterioro de la vitalidad futura,
puesto que sería algo así como robar unas fuerzas que han de trabajar en una dirección
determinada, para llevarlas hacia un futuro que aún no tiene realidad presente. A modo
de imagen, sería como desvestir a un santo para vestir a otro. Rudolf Steiner afirma que
las esclerosis, artrosis, endurecimientos, etc., son algunas de las enfermedades-reflejo
que aparecen en edades avanzadas como consecuencia de este despertar prematuro de
dichas fuerzas, que únicamente debieran estar a disposición del trabajo en el organismo
físico. Esta es la razón por la cual en las Escuelas Waldorf2 no se aprende a leer y a

100
escribir antes de ese momento.
Probablemente sea éste el tema que pueda plantear más debate por parte de los
lectores. Vivimos en un mundo que se precipita hacia delante desenfrenadamente, y los
niños son las principales víctimas. Como dije al comienzo de esta obra, no les dejamos
su tiempo para ellos, y con un punto de vista extremadamente materialista nos decimos
que si tienen tanto que aprender ¡que lo hagan cuanto antes! Tememos que, si lo vamos
posponiendo, nuestros hijos no vayan a llegar a tiempo a este fenomenal consumo de
diplomas y masters. O tal vez tengamos miedo de que no sean capaces de desarrollar
suficientemente su inteligencia si les permitimos simplemente gozar su infancia
aprendiendo a través de la única herramienta válida para ellos: el juego.
Quizá les interese saber mi experiencia al respecto. De mis dos hijas, una pudo
saborear esta etapa intensamente, mientras la otra tuvo que someterse a los dictados de la
moda intelectualizante de esta época. El resultado ha sido muy diferente: la primera ha
estado muy martirizada, incluso a nivel de salud, por este esfuerzo de memorizar antes
de tiempo. La otra ha desarrollado una vitalidad a prueba de bombas, sin mermar ni un
ápice su inteligencia. Aprendió en el momento adecuado, y esto se ha reflejado en un
bienestar en la vida a todos los niveles. Recuperó con creces el «tiempo perdido», si es
que podemos llamar así a vivir sencillamente lo que a uno le corresponde en cada
circunstancia.

4.2. La escuela
Llegó el gran momento en el que el niño va a dar el salto hacia el mundo, abandonando
durante largas horas lo que hasta este momento constituía su nido. De la mano de sus
padres, un poco asustado quizá, muy repeinado y con una flamante cartera, se dirige
hacia un nuevo umbral que ahora va a tener que atravesar. Sus límites se han expandido
considerablemente.

La elección del colegio da más de un quebradero de cabeza a los padres. Hay


muchos criterios al respecto: económicos, académicos, religiosos, políticos… Pero,
¿cuántos son los que buscan alguno que atienda sus verdaderas necesidades? Yo les
invito a tratar de recordar cómo éramos y cómo sentíamos cuando nosotros mismos
pasamos por esa etapa, y en función de ello elegir lo más adecuado. No se trata de
reproducir nuestra historia de adultos en ellos, convirtiéndoles en pequeños ejecutivos de
gran cartera atiborrada de pesados libros que han de memorizar, sino de permitirles ser lo
que son, niños, y que puedan acercarse a comprender el mundo a través del arte, la
belleza y el despliegue de su fantasía creadora.
Del mismo modo que en la primera infancia nuestras herramientas de aprendizaje

101
estaban constituidas por la imitación y el ejemplo, lo que ahora surge en el escolar es el
deseo de emular desde su propio interior al adulto. En su incipiente relación con el
exterior, necesita una autoridad amada, ya sea el maestro o cualquier persona mayor que
le sirva de hilo de unión entre su universo interno y el externo. La autoridad se convierte
en un modelo que el niño escoge, y a través de la cual (observando su actuar) aprende.
Por consiguiente, la figura fundamental para el escolar es la del maestro, a quien
necesita admirar y amar. Él es su punto de referencia, su modelo y su guía en el camino
de la vida, quien le proporciona los límites que necesita y que todavía no puede ponerse
a sí mismo, puesto que aún no ha desarrollado su propia capacidad de juicio. Si el
maestro no le traiciona, si sabe respetar y amar al pequeño ser que tiene delante,
ayudándole a comprender el mundo y a desarrollar sus capacidades, ofreciéndole todo el
apoyo y la seguridad que precisa, más adelante éste podrá tener una correcta relación con
su entorno, desplegando sin trabas su entusiasmo y confianza, que le llevarán a una gran
creatividad en todas las áreas de su vida. Pero cuando la autoridad se convierte en rígido
autoritarismo se transforma en algo denso que le comprime, impidiéndole esa sana
respiración con el exterior. El niño inspira (quiere acoger lo que está fuera de él), pero no
puede soltar el aire, porque el fuerte gesto impositivo no le permite expresarse. Esto le
lleva a encogerse, a meterse hacia dentro, rumiando lo no manifestado. La timidez, la
falta de confianza en sí mismo y en lo que le rodea no se harán esperar, y no será sino
con gran esfuerzo posterior como podrá superar todas esas trabas, que le convertirán en
una persona negativa, temerosa, desconfiada e insegura. Es una terrible desgracia
impedir a un niño el amar y admirar a aquel o aquellos que son sus modelos.
Si por el contrario no hay autoridad, es decir, si tanto el maestro como los padres o
adultos encargados de su educación no ejercen ese papel, orientándole y poniéndole los
límites necesarios, y en su lugar ceden paso a una prematura libertad para la que el
pequeño no está en absoluto preparado, éste se ve impulsado a estar siempre expirando.
Nada viene desde fuera que lo frene. No tiene referencias, ni límites, y se derrama hacia
el exterior sin control alguno. Aquí tendremos a los rabieteros y caprichosos que más
tarde se convertirán en personas inseguras, inconstantes, carentes de voluntad e
incapaces de discernir lo adecuado. Pueden ser también muy extrovertidos, muy
volcados hacia lo externo, hacia la apariencia y la superficialidad. A raíz de lo anterior,
es un grave error ponernos a su mismo nivel, pretendiendo convertirnos en sus
«colegas». Él quiere padres, maestros, adultos que le alumbren el camino. Sabe muy
bien a nivel intuitivo que es un ser en ciernes, y su anhelo es llegar a serlo en plenitud.
Así como en la primera etapa contemplábamos al niño como una voluntad que se
despliega, actualmente lo que va a desarrollar es su emotividad, sus sentimientos. Lo
indicado en estos primeros años escolares no son los conceptos abstractos, ya que las
facultades intelectuales, junto a su capacidad de formar juicios, no se adquieren hasta la
pubertad (entre los doce y los catorce años). El escolar está abierto a comprender el
mundo, pero necesita que éste le sea presentado como algo bello y con el que pueda

102
relacionarse a nivel afectivo, a través de imágenes, metáforas y parábolas henchidas de
significado y plasticidad, que impregnen y alimenten todo su ser. Por lo tanto, es de gran
importancia transmitirle los secretos de la existencia de manera creativa, y no como frías
leyes naturales. La parábola habla no solamente al intelecto, sino también al sentimiento
y al alma toda del niño, quien puede cultivar de este modo su espacio interior afectivo. A
lo largo de su primer septenio necesita sentir que el mundo es Bueno. Ahora va a
precisar que sea Bello. Y en la tercera etapa, en la adolescencia, exigirá que sea
Verdadero.
En esta época de la vida ha de fomentarse también su sentido artístico, hoy en día
tan ausente en la mayoría de las escuelas y programas educativos. La expresión artística
es el mejor modo de establecer su relación con el entorno, que podrá plasmar por medio
de su capacidad creativa, todavía henchida de fantasía.
Dicha fantasía le permite por otro lado crear su universo interior sin necesitar ya
tanto el imitar lo que viene de fuera; precisa verdaderamente desarrollar un corpus de
imágenes propio. Cuando no se le permite pensar en imágenes, sino que se le obliga a
hacerlo de forma abstracta, su alma se va secando, pues no puede relacionarse a nivel
afectivo con áridos conceptos, siendo éstos para él como formas rígidas carentes de
esencia, de contenido. El concepto es el resultado final de un proceso viviente, y es
precisamente este camino el que el párvulo quiere recorrer. El objetivo es el de encontrar
el concepto, pero éste ha de nacer en el corazón mismo del niño, y no venirle impuesto
desde fuera como algo acabado, sin que él entienda cómo se llegó hasta ahí.
Otro tanto ocurre cuando las imágenes le vienen dadas desde el exterior, como
sucede con el cine o la televisión. Este «alimento» aborta en él su capacidad de crear
imágenes propias, y por lo tanto devora las que le dan. Puede pasar horas enteras ante el
televisor (lo que impide además que mueva su cuerpo físico, algo tan necesario en este
período), no sintiéndose nunca saciado, porque en verdad jamás llega a nutrirse.
Lo religioso suele surgir ahora con mucha fuerza como sentimiento ligado al
modelo, al ideal en devenir. Este sentimiento ha de cultivarse, no tanto impregnando al
niño de pautas concretas basadas en una religión determinada, sino a través del arte, de
los cuentos y fábulas, leyendas o narraciones, que presentan al héroe que vence todas las
dificultades de la vida y termina ganando por su infatigable voluntad. El escolar necesita
estos modelos que incitan a la imitación.
Otra manera de vivir esa naciente religiosidad es el contacto con la naturaleza. El
escolar tiene que llegar a sentir que él mismo forma parte de esa tierra en la que vive, y
que toda la belleza y exuberancia que ve fuera son como reflejos de su propio interior.
Christian Morgenstern creó un poema muy hermoso que puede ser recitado con nuestros
hijos a modo de oración:

«Yo soy el padre sol que sostiene la tierra


Durante el día claro y la noche entera.

103
Yo la sujeto y con mi luz la ilumino
Para que brote vida en todos los caminos.
Piedra, planta, animal y hombre
Mi calor abrigan, y mi luz acogen.
Abre tu corazón como una flor
Y mis rayos penetrarán en su interior.
Abre tu corazón, con fortaleza,
Para brillar juntos desde la tierra».

En esta misma línea, veamos otros poemas de Rudolf Steiner, recomendados por él
para este período escolar:

«Yo miro hacia el mundo


En el que luce el sol,
En el que estrellas brillan,
En el que piedras yacen.
Las plantas vivas crecen,
Los animales sienten,
Y el hombre, en su alma,
Da al Espíritu morada.
Yo miro hacia el alma
Que vive en mi interior.
Espíritu de Dios
Él teje en la luz
Del alma y del sol;
En el espacio afuera
Y dentro de mi ser».

«Sol, tú brillas sobre mi cabeza.


Estrellas, vosotras fulguráis
Sobre el campo y la ciudad.
Animales, vosotros os movéis
En la madre tierra.
Plantas, vosotras vivís
Por la fuerza de la tierra y el sol.
Piedras, vosotras sustentáis
A los animales y a las plantas,
Y a mí, el hombre,
Que peregrino por el mundo
Con la fuerza de Dios,
Y en mi corazón
Llevo su Luz».

Busquemos pues una escuela capaz de alimentar a nuestros hijos a través del arte,
la belleza, el despertar de las cualidades morales y afectivas, el amor a la naturaleza a
través de la observación de sus ritmos, de sus ciclos, de sus procesos de vida, muerte y
transformación. Una educación orientada en base al sentido rítmico que en esta fase de la
vida se desarrolla, y que pueda plasmarse en el desenvolvimiento de la memoria y de la
voluntad. Una educación que no trate de trasmitir al niño teorías sobre las cosas ni darle
procesos ya cocinados, sino que le permita vivir, experimentar y enfrentarse con las
experiencias que la vida le depara, para que pueda acogerlas desde su corazón.

104
4.3. El papel de los padres
A veces ocurre que, cuando los niños empiezan su andadura en la escuela, algunos
padres sienten como que acaban de pasar los trastos a los maestros y que ellos pueden
por fin relajarse un poco. Esto, además de improcedente, es fundamentalmente erróneo.
El paso a la escuela es muy importante, no sólo por los conocimientos sobre el mundo
que nuestros hijos adquieren, sino porque es su iniciación a la vida social, a la relación
con los demás, ya sean tanto sus compañeros como sus profesores. Sin embargo, la casa
sigue siendo uno de los pilares fundamentales, el punto más estable y de mayor
influencia en su existencia. Por ello no hemos de bajar la guardia, sino todo lo contrario.

Tanto en casa como en la escuela es importante ayudarles a vivenciar el sentido


rítmico. A esta edad (6, 7, 8 años), los niños sienten el tiempo como algo enorme, como
una especie de eterno presente. Todo lo que entonces se hace, queda grabado en hábitos
registrados en el inconsciente y que permanecen para siempre. Ellos absorben por
osmosis lo que existe en su medio, ya sea caos o armonía, y reproducen aquello como si
fuese lo normal para todos. De forma inconsciente, lo hacen suyo propio. Por eso es tan
esencial establecer un orden de vida saludable a la hora de formar esos hábitos que
persistirán en el futuro. En la repetición de los quehaceres diarios, el niño se siente
seguro (horas de comer, de dormir, jugar, ir a la calle, hacer las tareas, relacionarse con
los amigos, etc.). Los datos estables de los que hablábamos ya en su primera etapa, ahora
no sólo le dan la seguridad y protección que necesita, sino que a su vez se inscriben
como hábitos en su cuerpo etérico, quien va a reproducir estas formas de vida. El
movimiento rítmico pertenece al cuerpo etérico; por lo tanto, creando un ritmo adecuado,
en el que el niño pueda respirar los diferentes ciclos de actividades que realiza,
estaremos colaborando a una mayor vitalidad y autocontrol en el futuro de este ser.
El papel de los padres sigue siendo el de acompañar a nuestros hijos en su
desarrollo, aportando los elementos necesarios, como los datos estables que precisan, el
orden acompasado en la sucesión de las cosas, la paulatina responsabilidad en pequeños
quehaceres con los que tienen que contribuir en el grupo familiar, el apoyo amoroso, los
límites, el respeto a la vida, a la naturaleza, a todo ser viviente, el cuidado por las
pertenencias, ya sean personales o del resto de los miembros de la familia, amigos,
vecinos, etc.; y por encima de todo, el instruirles en la herramienta más valiosa y
gratificante para lograr una vida satisfactoria: la comunicación.
La comunicación es la única forma de resolver los problemas o aclarar los
malentendidos. Es también la manera ideal de enseñar y guiar a nuestros hijos, además
de permitirnos el goce de compartir con ellos las experiencias de la vida. Sin
comunicación realmente no existe nada. Desde que nos levantamos hasta que nos
acostamos, todo cuanto nos ocurre son comunicaciones en diferentes y diversos niveles.
A veces no se precisan palabras para que otros sepan cómo nos estamos sintiendo. Los

105
niños, sin ir más lejos, suelen hacerlo a través de gestos, de quejas, de toda clase de
peticiones, o incluso de rechazos o silencios. Cuando la comunicación positiva
desaparece, siempre entran en juego las negativas (reproches, culpabilidades, llantos,
rabietas, etc.).
Es evidente que no podemos establecer disciplina en la casa sin una buena
comunicación. Lo primero que tenemos que hacer es hablar con nuestros hijos para que
comprendan lo que pretendemos. Los niños tienen que saber en todo momento lo que se
espera de ellos, cuáles son las responsabilidades a su cargo, qué tienen que hacer y
cuándo, etc. Las reglas han de estar por tanto muy claras. Y no olvide confirmarles
recibo cuando hayan finalizado sus trabajos.
Nunca deje sus preguntas sin responder. Eso es una forma sutil de negarse a
conversar. Acepte lo que sus hijos le cuenten sin el menor reproche. Puede ocurrir, y
ocurre, que a veces el escolar comienza a mostrar cierta agresividad hacia sus padres, a
menudo expresada con un «¡te odio!» fulminante que nos deja pegados a la silla.
Tampoco en este caso necesitamos rechazar lo que nos dice. Lo más probable es que se
libere inmediatamente de ese sentimiento negativo si simplemente le confirmarmos que
le hemos escuchado con un: «gracias por decirlo», o un «comprendo». No eluda
tampoco sus necesidades de hablar y recabar información en el tema del sexo. Cuando
llegue el momento, si el niño percibe en Vd. alguien merecedor de su respeto y
confianza, planteará las preguntas pertinentes, que hemos de responder con toda
naturalidad. Lo que más daño suele hacer, en relación al sexo, es convertirlo en algo
secreto o misterioso. Eso sí, recordemos que en esta etapa necesita imágenes, no
descripciones fisiológicas de tipo enciclopedia. En este tema hemos de estar muy
perceptivos para captar qué es lo que quiere oír. En una primera fase necesitará
respuestas imaginativas, bellas, y con un contenido fundamentalmente espiritual. Más
adelante volverá a la carga, y ahí iremos introduciendo los aspectos más terrenos del
asunto, hasta llegar a la pura descripción técnica del mismo.
Sea muy veraz en sus propias comunicaciones en presencia de sus hijos. Muchos
padres somos bastante irresponsables en ese sentido. Mentimos sin el menor pudor en su
presencia, a la vez que les exigimos absoluta sinceridad. Finalmente conseguimos que
los niños acaben aceptando la hipocresía como la cosa más normal del mundo cada vez
que nos ven mentir a los adultos («No puedo salir contigo esta tarde. Tengo un montón
de cosas que hacer», y resulta que estamos tranquilamente viendo una película en la TV.
O «si llama María, dile que no estoy»).
No deberíamos permitirnos la crítica ni ante nosotros mismos, y mucho menos ante
nuestros hijos. Si algo no nos gusta de alguien, lo mejor es decírselo y tratar de
resolverlo. Es preferible que en vez de buscarle las pegas a los demás, sepamos
reconocer nuestros propios defectos. Esta es una enseñanza muy importante que
podremos transmitir a los escolares si somos capaces de vivirla. De ella nacerá el respeto
del que hablábamos al comienzo de esta obra.

106
Si nuestro hijo viene a contarnos un problema que ha tenido, no nos lancemos a
dictaminar nuestro juicio sobre el tema. Lo primero será escucharle atentamente para
averiguar lo ocurrido. Después, podemos preguntarle, por ejemplo, qué siente él que
pudo hacer para atraerse ese conflicto, o qué podría haber hecho para evitarlo. Puede que
conteste que él no hizo nada, o puede que, si no percibe críticas por nuestra parte,
consiga ver su participación en el asunto. Luego, enseñémosle que la solución ideal para
resolver cualquier problema será aquella que beneficie al mayor número de las personas
implicadas en él. Por último, cerciórese de si su hijo quiere o no solucionar dicho
problema. A veces simplemente querrá contárnoslo, no deshacerse de él. Por extraño que
parezca, hay personas que necesitan tener problemas con los que dar aliciente a sus
vidas, y lo último que desean es que Vd. les ayude a resolverlos. Para los niños, los
problemas pueden ser retos a superar, y muy probablemente querrán resolverlos por sí
mismos. En este caso, escucharles será más que suficiente. Cuando llegue su hora,
seguro que volverán a preguntarnos, por ver si pueden extraer de la conversación alguna
idea interesante que dé fin a la situación. En cualquier caso, lo mejor será llevarles a
través de preguntas a que ellos mismos encuentren las soluciones. Se sentirán
infinitamente mejor con los resultados, y de este modo ganarán también en
responsabilidad ante sus acciones y relaciones con los demás. Y por si esto fuera poco,
les estaremos ayudando a ser autosuficientes y a no depender siempre de lo que opinen
otros.
Si el niño viene llorando por algo que le ha ocurrido en el colegio, una forma
mágica de sacarle de ese incidente es, una vez que le hemos dejado contárnoslo con todo
lujo de detalles, haciéndole saber que le estamos comprendiendo, sin necesidad de culpar
a nadie o lanzar nuestras moralinas, preguntarle: «eso que me estás contando, ¿dónde
ocurrió?… Bien, y ahora, ¿dónde estás tú?». Nos sorprenderá la facilidad de salir del
pasado para regresar resplandeciente, y ya sin lágrimas en los ojos, a su momento
presente. Esta es una forma estupenda de no engrosar la famosa mente estímulo-
respuesta.

4.4. Premiando lo positivo y penalizando lo negativo


Cuando hablamos de castigar a los niños aparecen siempre división de opiniones. Unos
se muestran débiles, inseguros y decididamente compasivos, negándose con ahínco a
cualquier tipo de penalización. Otros, en cambio, son extremadamente estrictos, y no
dudan en aplicar sistemas de control a veces enormemente severos o incluso crueles. Sin
necesidad de caer en ninguno de estos extremos, hemos de tomar riendas en el asunto, y
no dejar pasar por alto los actos, digamos «inadecuados», de nuestros hijos.

A poco observadores que seamos, descubriremos una ley infalible según la cual si

107
premiamos los actos incorrectos, obtendremos más actos incorrectos. Si el niño monta
una rabieta y para que se calle le damos un caramelo, es evidente que se aprenderá el
truco. Muy pronto entenderá que sólo tiene que armarla para recibir ciertas recompensas.
Pero si premiamos lo bueno, lo positivo, es indudable que obtendremos más bueno. Los
niños siempre quieren ir hacia arriba, superarse a sí mismos. Les encantan los retos, y
reciben con enorme satisfacción los premios a sus logros. Ahora bien, si castigamos lo
bueno, lo que nos vendrá de vuelta será, indiscutiblemente, malo. Veamos un ejemplo.
Su hija ha pasado la tarde haciendo sus tareas escolares; además, ha dejado su habitación
bien recogida, y ahora quiere charlar un rato con nosotros o simplemente enseñarnos un
cuaderno que le ha quedado precioso: «Anda bonita, no seas pesada, déjame tranquila y
vete a jugar a tu cuarto». Lo que conseguiremos con este rechazo será que ella no querrá
luego hacernos partícipes de su mundo interior. La comunicación dejará mucho que
desear en el futuro. También puede ocurrir que pierda el interés por sus tareas y
comience a trabajar de forma chapucera, puesto que no encuentra a nadie que valore sus
esfuerzos.
Otro ejemplo bastante corriente es el siguiente: tenemos a la misma niña muy
aplicada trabajando en su cuarto. El hermano pequeño entra y en un descuido le pinta un
garabato en el cuaderno. Envuelta en lágrimas va hacia su madre a enseñarle el desastre,
pero ésta se enfada con ella, le dice que es una exagerada, que no es para tanto y que lo
haga de nuevo. Sin más, coge al pequeño y se lo lleva en brazos a la cocina para darle
una galleta. Acaba de violar magistralmente la ley premiando el acto incorrecto y
castigando el positivo. ¡Que luego no se extrañe de los resultados!
En relación con esto hemos de estar muy atentos a no premiarles cuando están
enfermos trayéndoles juguetes, dulces o regalos de ningún tipo. Simplemente hemos de
darles lo que necesitan para ponerse bien, pero si premiamos la enfermedad,
obtendremos más enfermedades como forma de llamar nuestra atención y obtener cosas
a cambio.
Las leyes que acabo de intercalar en los párrafos anteriores son tan importantes que
quiero ahora destacarlas para que queden muy presentes en su consciencia:
• Premiando lo positivo obtenemos positivo.
• Castigando lo negativo obtenemos positivo.
• Premiando lo negativo obtenemos negativo.
• Castigando lo positivo obtenemos negativo.

Es también un momento estupendo para recordar el capítulo dedicado a la mente


inconsciente. Teniendo esto en cuenta comprenderemos que el castigo nunca va dirigido
al niño como ser espiritual, sino a su mente estímulo-respuesta. El premio en cambio sí
es para él. Esta distinción es de gran importancia, pues nos permite comprender qué es lo
que estamos haciendo. Al premiar al ser ayudamos al niño a crecer como él mismo,
mientras que si castigamos su lado negativo, éste termina disminuyendo, desapareciendo

108
de la escena, para dejar finalmente que sea el propio ser del niño quien brille como
protagonista de su vida. Por otro lado, este criterio nos ayuda a nosotros a no caer bajo el
influjo de nuestra propia mente estímulo-respuesta, la cual nos llevaría a enfadarnos con
el niño hasta hacerle sentir que no le queremos, y ese sí es un castigo que no pueden
soportar.
La Dirección General de Policía de Seattle (Washington) editó un artículo titulado:
«Reglas para hacer de los hijos unos delincuentes». No tienen desperdicio. Esto es lo que
yo llamaría haber logrado alimentar con éxito una mente inconsciente en detrimento del
ser, que queda oculto tras una mole de plomo.
• Dadle, desde la infancia, todo lo que quiera: de este modo llegará a mayor
convencido de que el mundo entero le debe todo.
• Si dice tonterías, reíd: así creerá que es muy gracioso.
• No le deis ninguna formación espiritual: cuando sea mayor de edad, ¡ya
escogerá él solo!
• No le digáis nunca: «Esto está mal». Podría crearse complejos de culpa y más
tarde, cuando por ejemplo sea detenido por la venta de drogas, estará
convencido de que la sociedad es quien le persigue.
• Recoged todo lo que tira por los suelos: así se convencerá de que todos los
demás están a su servicio.
• Dejadle leer todo: desinfectad su vajilla, pero dejad que su espíritu se recree
en cualquier torpeza.
• Discutid siempre delante de él: cuando vuestra familia esté destrozada, él no
se dará por enterado.
• Dejadle todo el dinero que quiera, de modo que no sospeche que para
disponer de él se deba trabajar.
• Que todos sus deseos estén satisfechos: comer, beber, divertirse, confort, ¡de
otro modo resultará un frustrado!
• Dadle siempre la razón: los profesores, la gente, la ley, siempre desconfían de
aquel pobre muchacho…
• Cuando llegue a ser un desastre, proclamad que nunca habéis podido hacer
nada por él. Os habréis preparado una vida de dolores y seguramente la
tendréis.
A estas reglas, ya de por sí sustanciosas, J. M. Rodríguez añade las siguientes en su
«Reflexiones»:

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• Déjale que vea toda la televisión que desee. Él estará así entretenido y no te
molestará.
• Oblígale a irse a la cama a la hora de la siesta o por la noche, no porque tenga
que descansar, sino porque tú debes descansar «de él».
• Cuando te pregunte o diga algo en lo que no opines lo mismo que él, dile que
eso son tonterías.
• No te preocupes nunca de dónde está o lo que hace.
• Cuando intente expresarse, dile que se calle y que no interrumpa a los
mayores.
• Cuando él descuelgue el teléfono y le pregunten por ti, dile que responda que
no estás. Luego exígele que te diga la verdad.
• Miéntele, pues él no puede comprender.
• Cuando hace algo que está mal, pégale. Esto es mucho más fácil y rápido que
sentarte a su lado y explicarle.
• Cuando hace algo incorrecto, llora, o exige sin razón, prémiale.
• Cuando hace algo correcto, creativo o de buena voluntad, castígale porque eso
no te complace o no es exactamente como tú deseas.
• Enséñale bien que cuando mamá dice «no», tú dices «sí» para parecer más
bueno.
• Ponte siempre de acuerdo con él, contra mamá o papá.
• Sobre todo, apréndete esta fórmula mágica: «esto es así porque lo digo yo» o
«porque sí».
• Evítale todas las experiencias negativas que has tenido tú. Él llegará a mayor
y alguna vez alguien le romperá como un plato de loza que cae al suelo.
• Reponsabilízate siempre de lo que hace, pues él no puede ser responsable por
nada ni puede reparar nada.
• Dile siempre que él no es nada, que no vale para nada.
• Doblégale por la fuerza. Enséñale a ser un esclavo obediente sin que cause
problemas.
• Si el trabajo te va mal hoy, llega de mal humor a casa; si a ti te fastidian, es
muy justo que tú fastidies.

110
• Utiliza el castigo para quitártelo del medio, no para que comprenda que algo
mal realizado debe ser reparado para que él se encuentre bien consigo
mismo.
• Piensa sólo en lo que tú quieres decirle sin que te interrumpa, pues él no sabe
lo que dice. Es muy fácil, sólo tienes que gritar más que él y hacer valer tu
autoridad.
• Si quieres evitar cansarte con él, cuando diga algo respóndele ¡¡buahhh!!
• Si él llega a adulto después de todo esto, cuando se vuelva contra ti o la
justicia tenga que hacer lo que tú no hiciste, di: «Esto que has hecho, no te lo
perdono, desde ahora no eres mi hijo». De esta forma tú creerás que la vida
no es justa y habrás resuelto el problema. Enhorabuena. Conseguiste un
perfecto criminal.
• Si él llega a adulto después de todo esto y sobrevive, cuando no quiera saber
nada de ti, piensa que la vida es injusta; esto te aliviará.
La familia es algo más que la suma de varias personas compartiendo un mismo
techo. Es un ser en sí mismo, cuyo objetivo es lograr la supervivencia como totalidad. Se
trata pues de un grupo trabajando unido en pro de la máxima realización de cada uno de
sus miembros. Sólo cuando todos funcionan de manera óptima podemos hablar de una
familia feliz viviendo en armonía. Pero cuando alguien actúa desde su mente estímulo-
respuesta, no sólo no está ayudando a los demás, sino que está molestando e
interrumpiendo la actividad del conjunto. Si el padre se pone a hablar por teléfono de un
asunto de su trabajo, y su hija decide montar una rabieta para llamar su atención, esto
afecta a la supervivencia familiar. Del mismo modo, cuando la madre está ocupada
realizando algo que beneficia a todos, como puede ser el preparar la comida, y de pronto
descubre que le falta un ingrediente fundamental que el hijo, gustosamente, se ofrece en
bajar a comprar, éste está sin duda colaborando a ese mayor bienestar común.
Hay un sistema estupendo para ayudar a nuestros hijos en esta dirección. Se trata de
un control de actitudes, con sus marcas positivas y negativas, que pueden anotarse en
una pizarra colocada en un lugar estratégico. Pondremos en ella los nombres de los niños
que componen el grupo familiar, y debajo dos casillas con los títulos: «Actos pro
supervivencia», y «Actos contra supervivencia», en las que anotaremos las marcas
correspondientes. Esto, además de ser muy gráfico, y permitir que el propio niño lleve la
cuenta de su estadística, nos evita las broncas, los gritos y las regañinas. Simplemente
anotamos sin más en el lado negativo acciones tales como provocar peleas, discusiones,
rabietas o llantinas para obtener beneficios, mentiras, desobediencias, faltas en sus
responsabilidades, incumplimiento de las reglas de la casa, o cualquier otro tipo de
conducta negativa.
En el lado positivo, las marcas indicarán conductas favorables, como superar un

111
problema o un enfado, hacer algo muy bien, ser amables, estar dispuestos a echar una
mano a alguien de la familia con alegría, prestar algo, tener ideas creativas, y cualquier
otro acto que contribuya al bienestar de todo el conjunto.
Una amiga mía tuvo la gran idea de diferenciar las marcas. Las positivas las señala
con una estrella y las negativas con un rayo. Esto va en gustos. Seguro que a ustedes se
les ocurre alguno brillante al respecto. Veamos cómo queda el gráfico:

Al final de cada mes (o de cada semana) se hace el balance, y se premia o castiga el


resultado. La amiga de las estrellas y los rayos lo hace aumentando o disminuyendo la
paga que les da a sus hijas.
Antes de iniciar este sistema es imprescindible hablar con los niños y explicarles lo
que vamos a hacer y lo que se espera de ellos. Jamás les castigaremos por violar reglas
que no hayan sido previamente definidas con absoluta claridad, o que nosotros
cambiamos a nuestro libre albedrío porque así nos convenga. Hemos de ser muy
disciplinados y honestos para no fallar y traicionar su confianza. Todo tiene que estar
claro, y si alguna vez entendemos que algo debe ser cambiado por el bien de todos, es
preciso advertirlo con suficiente antelación. Al principio es conveniente leerles las reglas
varios días seguidos, o anotarlas en algún lugar visible, que puedan tener ellos a mano
como recordatorio. El ideal, si se produce una violación de la norma, es pedirles que
ellos mismos se pongan la marca negativa, y de igual modo cuando hacen algo positivo.
Esto les mantendrá más interesados en el proceso.
Es normal que al principio se resistan y se enfaden con nosotros, y hasta con la
pizarra (conozco un caso en que rompieron el papel donde estaba el cuadro). Es
fundamental no perder en ese momento los papeles. Intentarán luchar para desbancar el
método, y si dejamos la menor fisura, nos habrán ganado la batalla, probablemente para
siempre. Así pues, abróchense los cinturones que la cosa se puede poner al rojo vivo. Si
surge la crítica, no discuta, no se justifique, no trate de hacerles «razonar». Recordemos
que la mente estímulo-respuesta no razona, y cuando se ponen así ya sabemos desde
dónde nos están hablando. De manera que, ante la crítica, marca negativa; ante la
justificación («se me olvidó»), rayo fulminante; ante «esto no es justo»: «anótate otra
cruz». No haga ningún comentario, sólo anotar las marcas con la mayor sangre fría

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posible y sin que le tiemblen las piernas. Ya sé que se sentirá fatal (a todos nos ha
pasado al principio), pero esto se supera muy rápido, y finalmente los niños estarán
encantados, buscando la forma de conseguir más estrellitas.
Para que esto funcione es muy importante, sobre todo en un comienzo, que
busquemos lo positivo que el niño haya hecho. Sólo así lograremos que se interese en el
proceso. Si sólo ve marcas negativas, se abrumará y caerá a apatía con el tema, o con
suerte se cogerá una buena rabieta. En cualquier caso, dejará de prestarle atención y
pasará olímpicamente de cruces y rayos. Pero si ve que puede conseguir positivos, y si
los positivos se traducen al final en algo especial, como un regalo, un caramelo, un paseo
por el campo, o cualquier cosa que le proporcione alegría, entonces se pondrá manos a la
obra, y en poco tiempo podremos percibir grandes cambios. Tenemos que ser inflexibles
con lo negativo, pero hay que buscar (y siempre vamos a encontrar) algo positivo. Puede
ser, por ejemplo, un besito que nos ha dado porque nos dolía la cabeza. Entonces
podemos decirle: «Voy a ponerte una cruz positiva por ser amoroso conmigo». O bien:
«ya sé que no te gustan las zanahorias, y veo que has hecho un esfuerzo por comerlas.
Te pongo un positivo». O: «has hecho un dibujo precioso y mereces una bonita estrella».
Esta atención a todo lo positivo que el niño haga es además un aprendizaje para la vida.
Nos ayuda a ver todas las cosas maravillosas que ocurren a nuestro alrededor, en vez de
estar siempre con la atención puesta en lo malo.
El propósito final de este sistema es lograr que el niño conquiste más habilidades,
que supere límites, sea más superviviente, más positivo, y que ya, desde pequeño,
aprenda a controlar y a vencer a su mente estímulo-respuesta. De manera que, si al cabo
del tiempo, las marcas negativas siguen superando a las positivas, lo primero que hemos
de analizar es qué estamos haciendo nosotros. ¿Buscamos verdaderamente todo aquello
que estén haciendo bien con lo que poder felicitarlos?, ¿o estamos utilizando este sistema
como una forma de recalcar sus errores y mostrar nuestra superioridad ante ellos?
¿Estamos siendo nosotros los que anotamos las cruces negativas, o es nuestra mente
estímulo-respuesta la que encuentra mil defectos y goza con el castigo? Sepamos que si
sólo tenemos ojos para lo negativo, es evidente que como recompensa obtendremos aún
más de lo mismo, y esto no sólo en este asunto, sino en todas las áreas de nuestra vida.
Al confeccionar las leyes de la casa, pondremos a los niños pequeñas tareas según
sus edades y sus capacidades, que deberán cumplir cada día. Esto les ayudará a fortalecer
su voluntad, e irá creando las bases de su futura autodisciplina. Además de ponerles sus
estrellas, es bueno agradecérselo y demostrarles que se les valora por ello. Los niños
buscan la satisfacción íntima de sentir que ya son capaces de ayudar.
Otra de las grandes ventajas de este método, a parte de evitar las regañinas
innecesarias y nuestro propio enganche con la ira, el mal humor o la amargura impotente
de no saber qué hacer con los actos incorrectos de nuestros hijos, es el abolir la
perniciosa culpabilidad con la que solemos castigarles cuando todos los métodos y largos
y aburridos razonamientos, que por otro lado nadie escucha, han resultado inútiles. La

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culpabilidad es un recurso muy destructivo que tiende a manipular los comportamientos
de los demás, en este caso de los niños, y que se queda grabada de tal manera que más
tarde nos costará sangre librarnos de esa sensación cada vez que algo ande mal. Ella es la
que nos hace sentirnos inseguros y en permanente deuda con el mundo, así como en el
punto de mira de la crítica ajena. De niños nos han llovido cientos de frases que
posteriormente repetimos con las nuevas generaciones casi de manera mecánica. Veamos
algunas:
—Pero, ¡cómo se te ocurre salir así a la calle! ¡Es que no sabes que te puedes
poner malo! Claro, a ti que más te da, la que lo va a pagar soy yo, que encima
tendré más trabajo.
—¡Me estás matando! Por tu culpa… ¡Trae hijos al mundo para esto!
—¡Trae acá, que ya lo haré yo! Tú a lo tuyo, como siempre.
—Los hijos sois unos egoístas y unos desagradecidos.
—No te puedes imaginar lo que yo sufrí para traerte al mundo.
—¡Con lo que yo he trabajado para que tú puedas estudiar!

Y lo mejor de todo. Con este sistema nuestros hijos irán adquiriendo cada vez más
responsabilidad por sus propias acciones, además de ir deshaciéndose de la fastidiosa
mente estímulo-respuesta. Ser responsables por la propia vida es el camino hacia la
verdadera libertad. Cuantas más cosas les enseñemos a hacer, cuanto más aprendan a
contribuir al bienestar de toda la familia, y cuanto más pronto aprendan a cuidar de sí
mismos, más confianza y seguridad en sus capacidades irán ganando. Es infinitamente
más razonable permitir que se mojen cuando llueve por no haberse llevado el paraguas,
que darles la paliza cada día con nuestras eternas cantinelas, o dejarles que pasen frío si
no salen bien abrigados. Si estamos continuamente detrás suyo, no les dejaremos
aprender y tomar responsabilidad por sí mismos. Recordemos que el lema de toda
educación es ayudarles a que lleguen a ser los directores de su vida, sobre la que han de
escribir su propio guión.
Es muy probable que Vd., como madre o padre que está leyendo este libro, empiece
a sentirse mal al darse cuenta de cuántas cosas podría estar haciendo de manera
incorrecta. Por favor, ¡no se culpabilice! Recuerde que nunca es tarde para cambiar y que
la culpa no va a ayudarnos a mejorar, sino a cargarnos con más peso y oscuridad. Lo
mejor será tomarnos la vida con mucho sentido del humor, como un juego lleno de retos
a superar. El hecho de hacernos conscientes de las dificultades, y el reconocer nuestros
fallos es ya algo extraordinariamente valioso, pues es precisamente eso lo que nos va a
permitir cambiar.
La mejor forma de iniciar un cambio es, como siempre, a través de la
comunicación. Reúna a su familia para ponerla al corriente de los nuevos aires que se
avecinan, discutiendo con ella los objetivos a establecer como grupo, poniendo siempre
el énfasis en lo positivo, es decir, que quede claro que si algo se mueve de su sitio es
para el beneficio de todos y no por caprichos arbitrarios. Lleve la conversación de forma

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muy amistosa, sin dejar de escuchar ningún punto de vista, y mucho menos criticarlo.
Será todo un éxito si las nuevas reglas son tomadas de común acuerdo por todos los
miembros. Si los niños son muy pequeños, no hay diálogo posible. Les explicaremos con
la mayor claridad los cambios, así como los beneficios que todos vamos a obtener, y lo
pondremos en práctica sin más discusiones. Recuerde, eso sí, que al principio los
cambios pueden provocar una revolución, y «aparentemente» poner las cosas mucho
peor de lo que estaban, pero, como dije antes, en muy poco tiempo recogeremos los
frutos de la paciente siembra, con una especialmente jugosa cosecha.
No importa, pues, cuántos errores hayamos cometido en el pasado. Siempre
podemos remediar y mejorar nuestra vida y la de nuestros hijos. Ellos nos dan cien
vueltas a la hora de perdonar nuestros fallos. No sólo seguirán amándonos
incondicionalmente, sino que sabremos despertar en ellos admiración, respeto y voluntad
de cambio.

4.5. La crisis de los 9 años


Hacia el noveno año de vida se produce una entrada más profunda del «yo» en el cuerpo.
El niño deja de estar totalmente volcado hacia fuera para empezar a experimentarse a sí
mismo en un proceso de diferenciación. Comienza la vida interior, el desarrollo de la
individualidad. Este es un momento muy doloroso, en el que el niño sufre la primera
gran crisis de su vida. Antes se hallaba abierto, entregado e íntimamente unido con su
mundo, con las personas de su entorno, con las que se sentía totalmente identificado.
Ahora es como si se hubiese despertado en sí mismo, y esta vivencia más intensa de su
propia individualidad le hace sentirse diferente y por lo tanto separado de los demás.
Surgen así con fuerza los primeros sentimientos de soledad, fruto de ese desgarro.

En realidad, la crisis de los nueve años es como una pre-adolescencia, aunque


vivida de forma más suave, menos consciente. Estos fenómenos van a cobrar enorme
pujanza en la próxima etapa; es decir, serán los mismos pero en un nivel mucho más
intenso. Si les ayudamos a pasar por esta crisis, aportándoles aquello que necesitan, la
adolescencia será bastante más llevadera para todos, y por supuesto menos desgarradora.
Al encarnar más profundamente, el niño comienza a percibir la realidad de manera
diferente. Antes, dicha realidad era transformada continuamente por su fantasía, de modo
que, como ya vimos, un simple trozo de madera, por ejemplo, podía ser muchas cosas a
la vez. Pero ahora su percepción se limita a sus sentidos físicos, y lo que encuentra fuera,
como desnuda realidad, le es desconocido, le parece terrible y le asusta, sobre todo
porque no sabe manejarlo. Observamos esto muy claramente en la pintura. De pronto
dice que no sabe pintar, que no le sale el caballo, la casa, etc. Esto ocurre porque ya no
es capaz de transformar lo que ve imaginativamente desde su interior, sino que quiere

115
pintar al caballo tal y como es realmente, tal y como ahora, por primera vez, lo ve, y
lógicamente no sabe hacerlo.
La imitación da paso a la observación, la cual surge de la separación, ya que, si
estamos unidos, no podemos observar. Así, el niño, que antes se sentía en el otro, a
través de su imitación, de su unión íntima con él, se encuentra ahora aislado, solo,
encerrado en los límites de su propio cuerpo. Se ve fuera del mundo, confrontado con él,
y consecuentemente, aparecen sentimientos de inseguridad, de desconcierto (pueden
surgir las dudas de si sus padres son o no los auténticos, etc.). Comienza a ver a los
adultos en su dimensión humana, con sus defectos, sus debilidades, y de ahí nace la
rebeldía, el enfrentamiento con la autoridad, la necesidad de afirmarse en sí mismo. Los
padres y maestros son observados de una manera crítica, y el yo empieza a medirse con
el otro yo. Lo que empezó a los tres años como primera época de obstinación, cobra
ahora mayor pujanza.
Como producto de dicha observación, el niño empieza a distinguir lo que es
verdadero de lo que sólo es forma externa o apariencia, por lo cual, si la autoridad no es
verdadera, pierde entonces toda su fuerza y el niño deja de respetarla. Esto a su vez le
lleva a conductas de inadaptación, como mentiras, pequeños robos, etc. Es su forma de
luchar contra esos falsos modelos o falsos guías que se le presentan. Desaparece la
inocencia infantil para dar paso a la malicia como forma de lograr lo que desea en un
mundo que ha dejado de comprender y que le hace sentirse en cierto modo desamparado,
aislado, no comprendido.
A raíz de esa soledad, de ese desencanto, especialmente hacia el mundo de los
adultos, nace en él con mucha fuerza el anhelo de la amistad, la necesidad de ampliar sus
relaciones con personas de su misma edad con las que poder identificarse, y en cierto
modo consolarse, además de compartir los problemas.
Si hasta entonces los padres o adultos no hemos hecho un trabajo con nosotros
mismos de autoeducación, de búsqueda de lo esencial en la vida, de entablar serios
intentos de comprender quiénes son nuestros hijos y qué es lo que necesitan encontrar en
nosotros, es el momento de comenzar a toda pastilla antes de que sea demasiado tarde.
Un ciego nunca puede guiar a otro ciego, y esto lo captan ahora perfectamente los niños.
Tengamos en cuenta que están comenzando un período de pre-adolescencia, y cuanto
mejor sea llevada esta fase, menos problemas tendrán y tendremos cuando llegue ese
momento tan temido por la mayoría. Tampoco necesitamos un doctorado en educación.
Los hijos son más generosos que nosotros, y tienen una capacidad enorme de perdonar
nuestras deficiencias. A menudo se conforman con una actitud honesta y sincera de
cambio por nuestra parte. Una actitud en la que perciban claramente que estamos en
camino de aprender, de mejorar, de acercarnos a ellos, de ayudarles y sobre todo de
amarles y respetarles como seres en evolución. No olvidemos sobre todo la
comunicación. Ella es la que nos va a ayudar a saber qué es lo que tenemos que hacer y
qué es lo que necesitamos cambiar.

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No caigamos en la tentación de pensar que ya los niños son mayores y no precisan
tanto nuestra guía. Todo lo contrario. Ahora necesitan en igual medida nuestra presencia
y nuestros límites. Nosotros podemos ayudarles a que esa separación sea menos
dolorosa, especialmente si les permitimos espacios en los que puedan ser ellos mismos, y
no su mente estímulo-respuesta. Por lo tanto, el sistema de puntos positivos y negativos
tiene que seguir funcionando. Es una herramienta maravillosa para limpiar su mente
inconsciente y conseguir que el ser crezca en todo su esplendor.
Aquellos ratos sólo para ellos, de los que hablaba en sus años de infancia, han de
seguir cultivándose. Es el momento de abandonar los cuentos de hadas, a menos que
ellos sigan pidiéndonos alguno en concreto, para pasar a otro tipo de historias o cuentos
para niños más mayores (como leyendas de Oscar Wilde, Flor de Leyendas de Alejandro
Casona, Crónicas de Narnia de C. S. Lewis, o Jim Botton y Lucas el maquinista de
Michel Ende, entre otros).

4.6. El resto del camino hacia los 14 años


La crisis de los 9 años inicia una etapa que va a ir creciendo en intensidad en esta
vivencia de la propia interioridad, aunque no necesariamente tan dolorosa como en ese
primer momento. Esto dependerá en gran parte de la respuesta de los adultos a estas
nuevas necesidades del niño, que está dejando de serlo para transformarse en joven.

Por primera vez surge la separación a nivel grupal entre los chicos y las chicas. En
este despertar hacia sí mismos y observar las diferencias, perciben claramente que no son
iguales a nivel sexual, y que se comportan de formas bien distintas. Empieza entonces el
enfrentamiento entre ellos, la pelea entre lo masculino y lo femenino. Los chicos dicen
que ellas son unas cursis, mientras que, según el punto de vista de las chicas, el problema
es que ellos son unos brutos. En el recreo les veremos separados en diferentes grupos,
aunque no dejarán de supervisarse por el rabillo del ojo. Hay un interés entre ambos
sexos, pero por encima de él está la crítica ante una realidad diferente que no se acepta.
No obstante, habrá siempre intentos de infiltrarse en el campo del contrario, al que sólo
tendrán acceso las chicas más fuertes, dispuestas a pegar patadas al balón y a no quejarse
por nimiedades, es decir, aquellas con características más masculinas. Y viceversa:
chicos que no den problemas, que sean dulces, amables, y que quieran participar en
juegos más pacíficos. Surgirán ocasiones en las que el interés mutuo favorecerá el unirse
en algún juego, como el escondite, el rescate, pies quietos, etc. Algo que presente acción
y reto. El interés entre ellos puede adoptar comunicaciones del tipo: tirones de pelo,
empujones, quitarse los cuadernos, decirse «lindezas», o insultos de todo tipo. A pesar
de esto pueden comenzar los primeros amores platónicos contemplados desde un plano
ideal.

117
La actitud de los padres o adultos en el tratamiento de ambos sexos va a determinar
mucho las conductas que nuestros hijos expresen en un futuro. Tengamos en cuenta que
en todo este gran período, que abarca desde los siete a los catorce años, es cuando se
forman los hábitos y las costumbres. Hemos de cuidar mucho aquellas normas que
inculcamos en ellos, ya que pueden convertirse en una coraza que impida posteriormente
su despliegue. Me refiero a cosas como: «los chicos no lloran», «los niños no juegan con
muñecas», «las niñas no se suben a los árboles», «las niñas tienen que ayudar a mamá
pero los niños no, porque no es de hombres», etc. O también frases que les marquen
personalmente del estilo de: «eres un desastre», «no hay forma humana de hacerte
entender nada», «parece mentira que seas tan malo», etc.
Más o menos sobre los 11/12 años comienza la pre-pubertad, a la que antiguamente
se le daba el nombre de «uso de la razón». El/la chico/a empieza a querer comprender el
mundo más que a copiarlo o a fiarse, como hacía hasta ahora, de lo que la autoridad,
amada por él, le decía. Ese hilo de unión entre él y el mundo, representado por la figura
del maestro o el adulto, inicia su paulatina desaparición porque comienza a despertar su
propia capacidad de juicio, de discernir lo que está bien de lo que está mal, lo que le
gusta de lo que no le gusta. Por lo tanto, si nos tapamos los ojos a ese despertar, y
seguimos tratando de mantener una autoridad oprimente a toda costa, la rebeldía y la
lucha, así como todo tipo de actitudes negativas, estallarán sin remedio. El papel nuestro
como educadores será estimular su poder de observación, ya que sólo observando
podemos acercarnos a un verdadero conocimiento. También hemos de ayudarle a
orientar esa capacidad de juzgar, que ahora se manifiesta, hacia lo positivo. Ante sus
críticas podemos, por ejemplo, preguntarle con mucho interés: ¿y cómo harías tú en un
caso parecido para resolver ese problema? Esto le permitirá desarrollar su capacidad de
pensar, de solucionar conflictos y de involucrarse con el mundo en lugar de permanecer
como espectador que simplemente critica pero no actúa. Además, le servirá para
comprender las situaciones de los demás, los errores que cometen, no por mala
intención, sino la mayoría de las veces por puro desconocimiento. En el libro La
educación del Niño, R. Steiner dice a propósito de este nacer de la capacidad de juicio:
Cuanto menor sea, antes de la adolescencia, la influencia directa sobre el
desarrollo del juicio, y cuanto más indirectamente se ejerza mediante el cultivo
de las demás facultades anímicas, tanto mejor será para todo el resto de la vida.
(…) Con la pubertad, habrá llegado el momento en que el joven esté maduro
para formarse un juicio personal sobre lo que antes ya ha aprendido. Nada más
nocivo para el niño que despertarle prematuramente su propio juicio, pues no se
halla en condiciones de juzgar sino hasta después de haber mentalmente
acumulado el material que le permita las comparaciones judicativas (…).

4.7. Apoyando sus iniciativas

118
En capítulos anteriores vimos la necesidad de no imponer nuestros propios intereses a
los hijos, ya sea en la elección de su futuro profesional como de sus hobbies o actitudes
artísticas. Generalmente, es en esta época cuando comienzan sus primeras iniciativas
hacia un quehacer en el mundo. Pueden, por ejemplo, desear aprender a bailar, tocar
algún instrumento, apuntarse a clases de pintura, natación, modelado, etc. Suele ocurrir
que cuando uno de los padres se ha decantado por una actividad concreta, quiere que su
hijo/a escoja lo mismo, y con toda clase de razonamientos le dirija en esa dirección. Pero
también vemos lo contrario; es decir, que si nosotros hemos deseado intensamente ser
músicos, y no lo conseguimos en su momento, ahora queramos ver cumplido ese deseo
en su persona, imponiendo de una manera u otra que se lancen a estudiar piano. Por esta
vía podemos conseguir dos cosas: una, que aborrezcan el piano, y dos, que hagan lo que
queremos a expensas de sí mismos y de sus propios objetivos.

Hay otra forma de inhibir sus propósitos, ya sea no comprendiéndolos,


despreciándolos («ni se te ocurra aprender batería. Es una tontería y no vale para nada.
Lo que tienes que hacer es algo práctico como…»), o festejándoselos demasiado, lo cual
equivale de nuevo a una imposición por nuestra parte. Si por ejemplo el niño dice que le
gustaría aprender a tocar la flauta, lo que no podemos en ningún modo hacer es tomar
esa iniciativa como si fuera nuestra y empezar a empujarle hacia esa meta, a controlarle,
o a entusiasmarnos excesivamente por su elección. Ayudémosle simplemente a mantener
vivo su impulso demostrando nuestro interés, ofreciéndole algunas sugerencias al
respecto, pero nunca haciéndonos cargo en su lugar de sus propios objetivos. ¿Quién de
nosotros no ha sentido la tentación, ante un impulso de nuestros hijos que nos gusta, de
lanzarnos llenos de fervor a la persecución incansable del objetivo a lograr? Siguiendo
con el ejemplo de la flauta, no nos conformamos con una cualquiera. Enseguida
trazamos los planes, buscamos la flauta más cara y por supuesto el mejor profesor.
Luego nos ponemos a controlarle, a supervisar que practica y que trabaja con ahínco,
hasta que finalmente, lo que se inició como hobbie, termina siendo una tortura para el
niño, quien ante nuestro entusiasmo desbordante pierde por completo el interés que le
motivó. El asunto ha pasado de ser algo suyo a convertirse en nuestra propia meta. El
niño deja entonces de ser causa para pasar a ser efecto de ese deseo, el cual, en cierto
modo, se vuelve contra él. Esto vale para cualquier cosa que nuestros hijos quieran
hacer. Puede ser que les gusten las manualidades y comiencen a hacer un barco con
trozos de madera que encuentran por ahí. De pronto aparecemos nosotros: «¡Qué genial,
qué idea tan estupenda!, ¿a ver? Yo haría esto y lo otro, ¿por qué no pones esto así y
eso asá?». Y cuando nos queremos dar cuenta, somos nosotros quienes terminamos el
barco mientras ellos se van a jugar a la calle con su iniciativa arruinada. Si no les
dejamos nunca equivocarse, o hacer algo mal, ¿cómo van a aprender? De nuevo
paciencia, amigos. Nuestro papel en este asunto será el de meros espectadores,
interesados siempre en lo que hacen nuestros hijos, pero sin demasiados aspavientos, y
sin interferir en su proceso. Sólo querrán que admiremos sus obras y reconozcamos sus
logros.

119
Otro problema que podemos poner sobre el tapete en relación a este mismo asunto
es nuestra incansable necesidad de perfección, proveniente de un mundo de competición
permanente. Me explico. Su hija quiere estudiar ballet, y Vd. ya la está viendo bailar en
el mejor teatro ante un público que aplaude enfervecido. Pero la niña no busca eso,
simplemente quiere bailar, sin más complicaciones. O el pobre chaval de la flauta, que
de pretender soplar y sacar alguna melodía pasa a clases intensivas y a exámenes de
música para tocar en el futuro en una orquesta de renombre. De un hobbie, de un interés
incipiente, construimos auténticos castillos de arena que caen ante el menor viento. A
veces los adultos no entendemos que uno puede gozar las cosas porque sí, sin metas
precisas, sin altos vuelos futuros. Los niños en cambio buscan esa experiencia del
momento, esa vivencia del goce sin mayores expectativas. Una vez más, ¡dejémosles ser
quienes son y vivir lo que les corresponde!

4.8. Los temperamentos


En estos años termina también de formarse lo que llamamos el temperamento, que ahora
se vuelve bien visible, por lo que hay que tenerlo en cuenta a la hora de educar y
relacionarnos con nuestros hijos. El temperamento es otra forma de expresión de estas
fuerzas etéricas o de vitalidad.

Sobre este tema he desarrollado mi libro: Las emociones y los temperamentos, al


que pueden acudir para obtener una información más detallada y profunda. En esta
ocasión les presento simplemente un pequeño resumen en forma de historia:
Don Antonio anunció: «La semana que viene iremos juntos a esquiar. Las botas y
los esquís, así como los monitores, nos esperan arriba. Únicamente tendremos que
preparar nuestra ropa y nuestra comida». El alboroto de la clase fue monumental.
Cualquier salida era siempre bien recibida. «Como tarea, mañana deberéis traer escrito
en vuestro cuaderno una lista con lo que necesitaréis llevar para pasar un día en la
nieve.»
A Virginia la idea le gustaba, pero ella no había esquiado nunca, y por lo que había
visto alguna vez en la tele podía ser peligroso. Además, estaba segura de que cuando
Jorge se hubiese cansado de caerse, o hubiese roto sus esquís, se dedicaría a tirarle bolas
de nieve y a empujarla por la pendiente y, al final, ella acabaría lastimada y llorando. Lo
primero que apuntó Virginia en su cuaderno es que no podía olvidarse de alguna venda y
tiritas para las heridas. Tendría que pedirle también a mamá las gotas para los oídos, que
con tanto frío podrían dolerle. Completó la lista con unos buenos guantes, bufanda y
gorro para defenderse del frío, que ya le estaba atemorizando.
Por su parte, Jorge anotó pedir a su primo esas gafas especiales, y el traje

120
impermeable al vecino, pues estaba dispuesto en su primer día de nieve a tirarse por el
slalon gigante. Se llevaría además un plástico para dejarse caer por las más empinadas
pendientes. ¡Una cuerda!, no podía olvidar una cuerda. Nunca se sabe para qué va a
servir, quizá para chinchar un poco a Clara y a Virginia y asustarlas atándolas al trineo o
al telesilla. ¡Sólo de pensarlo ya estaba disfrutando!
Clara escribía sin parar una lista interminable de cosas, porque en una ocasión
como esta seguro que encontraría algún motivo para utilizarlas. Desde gafas hasta
patines, pasando por tirachinas, canicas y toda clase de insospechados artículos. En total,
unas cuatro páginas y la mochila a reventar pero, ¡qué importa! Con un poco de suerte ni
siquiera sería ella quien la llevase todo el tiempo.
Mientras, Pedro contaba las horas que duraba la excursión para saber cuántos
bocadillos debería llevar para soportar el frío de una jornada así. En su lista anotó algún
juego de mesa por si acaso no lograba interesarse demasiado en esa aventura, y porque
probablemente estaría más tranquilo sentado ante un buen fuego en el albergue, aunque
no descartaba la idea de acompañar a Jorge o a Clara en sus juegos.
El día llegó, y la clase entera se presentó con su autocar en la estación de esquí.
Don Antonio llamó a Jorge y le dijo: «Como buen caballero tienes que acompañar a
Virginia y protegerla, no vaya a ser que se lastime». Después llamó a Clara y a Pedro, y
les encomendó no separarse mucho, pues había notado que Clara llevaba casi de todo, y
sin embargo se le había olvidado la comida.
Cuando el día hubo finalizado y la clase se dispuso a regresar, Jorge y Virginia
estaban hablando animadamente. De tanto proteger a Virginia, a la vez que trataba de
impresionarla con sus proezas en la nieve, Jorge se había caído y lastimado una mano
con una pequeña herida que sangraba, y aunque él no le dio la menor importancia,
Virginia se empeñó en hacer uso de su mercromina y sus tiritas para curarle. Deseaba
agradarle por lo bien que se había portado con ella. ¡Milagrosamente no le había hecho
rabiar en ningún momento! Encima, le había dejado una cuerda para atarse los
pantalones, que al bajar del telesilla se engancharon rompiéndosele la cremallera. Si no
hubiese sido por Jorge se le habrían caído, y sólo de pensarlo se moría de vergüenza.
Clara no podía subir al autobús, pues no acababa de despedirse de todas las nuevas
amistades que había hecho, sobre todo esos muchachos tan simpáticos con los que se
había tirado en su trineo en medio de una gran batalla de bolas de nieve. Estaba exhausta
pero radiante. Iba de acá para allá bromeando con unos, charlando con otros, y
promoviendo nuevos alborozos. Se decidió a subir cuando Pedro, quien, convencido por
ella, también había participado en la batalla, la llamó desde su asiento mientras le
mostraba el último de sus bocadillos. Con la boca llena, Pedro reía feliz los chistes y los
nuevos inventos de Clara, alentándole a que siguiera contándole sus aventuras.
En el regreso a la ciudad, con la noche oscura rodeando el mundo, y el cansancio

121
del día, los muchachos se durmieron en sus asientos, y Don Antonio contemplándolos
pensó: «¡qué maravillosos grandes seres!».

***

Reconocemos en esta pequeña historia algunos rasgos esenciales de los cuatro


temperamentos que ahora brevemente les voy a comentar.

Virginia representa al temperamento melancólico. Se trata de una chiquilla pálida,


delgada, con aspecto débil, delicado y quebradizo. En general tiene como un halo de
tristeza que la envuelve, porque sin saber por qué nota que la vida le pesa. Se siente
víctima de los demás, y se pasa gran parte de su tiempo buscando su cariño y su
compasión. Su debilidad le produce una gran tendencia a padecer pequeñas
enfermedades; es objeto de toda clase de males, pupas y dolores que sufre como ningún
otro temperamento. Esto le lleva a ser un poco hipocondríaca, a mirarse el ombligo
continuamente, y a estar muy pendiente de sí misma y de las cosas que le pasan.
En los juegos suele quedarse un poco apartada, porque teme que la empujen o le
hagan daño, y aunque desearía intensamente reunirse con los demás y participar de sus
risas y su diversión, a menudo permanece silenciosa contemplándoles desde un banco,
mientras se aferra a su muñeca, con la que comparte sus penas, o bien se va de paseo con
su amiga favorita. No le gustan nada las multitudes ni los follones. Ella prefiere una o
dos amigas íntimas, a las que contarles sus secretos (que suelen ser muchos). Le cuesta
trabajo hacer nuevas amistades, pero una vez que se entrega generalmente es para
siempre. Es tímida, miedosa y muy insegura. Quienes más la atemorizan son los
coléricos, tan fuertes, tan seguros y a veces brutales en sus ademanes. A ella le gusta
jugar tranquilamente a su aire, en algún lugar en el que nadie la moleste, y cuando ve
acercarse a los «guerreros», se va con alguna disculpa. No quiere que se enteren del
miedo que les tiene. Eso sería aún más peligroso.
Vive muy encerrada en sí misma, dándole muchas vueltas a todo en su cabeza, y
compadeciéndose por las desgracias que le pasan (que también suelen ser incontables).
Tiende a ser obsesiva, muy desconfiada, y a crearse un montón de ideas fijas. Como es
tan apocada, los fuertes la empujan, le quitan los lápices, los juguetes, las gomas…, y al
final acaba llorando y buscando la protección del maestro o de las amigas íntimas, que
enseguida saldrán en su defensa.
Cuando algo la enfada, puede ser muy rencorosa y silenciosamente vengativa. Se
expresará con amargura lanzando críticas veladas con las que culpabilizará a los demás,
hacia los que es extremadamente exigente, y a los que puede llegar a tiranizar en su
búsqueda incansable de compasión y de cuidados especiales.
Salir a la pizarra será para ella una tortura. Aunque haya estudiado muchísimo,
nunca va a estar segura de si se sabe o no las lecciones. Además, hablar ante tanta gente

122
le cuesta un triunfo. Sin embargo, es muy aplicada y muy exigente consigo misma. Le
gusta la perfección en todo. Es muy cuidadosa en sus trabajos, realizados siempre con
gran precisión y calidad, esmerándose con placer en los detalles, de los cuales es muy
amante. También le encantan las manualidades, con las que puede pasar horas enteras,
así como todo aquello que ella pueda realizar en solitario, sin sentirse presionada desde
fuera.
Virginia es, como todo melancólico, muy friolera. Además de ir encogida en cuanto
sopla un poco el viento del norte, suele tener las manos y los pies siempre helados. Esto
hay que tenerlo en cuenta a la hora de abrigarla. Ella sí querrá la bufanda alrededor de la
boca, y unos buenos calcetines de lana, mientras que un colérico se la quitará en cuanto
salga a la calle y no sienta encima nuestro ojo vigilante.
Pero no todo es negro en la vida de un melancólico. Si sabemos dirigirla con
comprensión, amor y mucho arte, Virginia puede dejar de mirarse a sí misma para poner
al servicio de los demás las grandes cualidades que alberga en su interior. Nadie como
ella para comprender, escuchar y prestar su incondicional ayuda. Su exquisita
sensibilidad y delicadeza, así como su gran lealtad, su increíble paciencia, amabilidad y
fidelidad, la convertirán en un personaje muy compasivo, con un gran espíritu de
sacrificio.

***

Jorge es el colérico del grupo. Es un tipo fuerte y vigoroso. Siente dentro de sí tanta
energía que necesita gastarla, y se pasa el día sumergido en una actividad incesante y
casi frenética. Está lleno de impulsos, de iniciativas que quiere plasmar a la mayor
velocidad. Es enormemente impaciente para todo (con él funciona la frase «del dicho al
hecho»), de modo que, cuando le viene una idea, ya mismo quiere realizarla,
precipitándose con denodado entusiasmo a ponerla en práctica. Siempre tendremos la
sensación de que se nos escapa de las manos, porque no puede parar quieto ni un
segundo. Nos costará mucho trabajo retenerle en casa; su mundo está fuera, con los
amigos y las grandes aventuras que le esperan. ¡La vida está llena de cosas fantásticas!, y
no puede perder ni un minuto de su precioso tiempo en escuchar nuestras eternas y
aburridas recomendaciones. «Que sí mamá, que sí, que te lo prometo. Que tendré
cuidado, y llegaré pronto» (oímos cuando ya está casi en el portal). Eso sí, cuando está,
su presencia siempre se hace notar. Es muy ruidoso y muy brusco en su ademanes: cierra
las puertas con estruendo, da golpes a las cosas, camina agujereando literalmente el
suelo, o propinando patadas acá y allá…, sube las escaleras de tres en tres, mientras va
botando la pelota que se oye en todo el edificio, y las bajará haciendo el loco por la
barandilla.

Jorge reclama constantemente de los demás muchísima atención, le encanta ser el


centro. Quiere que le escuchen sus historias, sus emocionantes aventuras, y se puede

123
enfadar horrores si no lo hacemos, o si simplemente tratamos de posponer el momento
para otra ocasión. Igual le da que estemos friendo patatas o hablando por teléfono. Las
cosas son ya, y no pueden esperar.
Le encantan los juegos en los que haya retos que superar o dificultades insuperables
que vencer. Siempre es el cabecilla, el que trata de llevar la voz cantante. Si se tropieza
con alguien de su mismo temperamento, quizá negocie a quién le toca ser el jefe, pero,
en cualquier caso, el otro será el intendente en jefe. Los puestos principales son para él,
eso no hay quien se atreva a discutírselo. Apasionantes le resultan también los juegos
bruscos en los que haya que moverse mucho, correr, saltar, y por supuesto luchar;
rescatar a bellas princesas de las garras del dragón, entablar batallas desde las trincheras
con el feroz enemigo, trepar como Tarzán a lo más alto de los árboles, hacerse cabañas
desde las que atacar a los indios, o a cualquiera que se ponga por delante. A veces vuelve
de sus aventuras con golpes, cardenales, heridas, o alguna que otra brecha. Esto no
parece preocuparle en exceso, no le da demasiada importancia, y ni siquiera recuerda
dónde se lo hizo; quizá sean heridas de guerra de las que se sienta orgulloso y que le
sirvan para dar más realismo al asunto.
Es bastante dominante en todas las situaciones, y cuando se le ponen frenos le
veremos estallar en cólera con mucha facilidad. No soporta tampoco a los pusilánimes, a
los debiluchos, a los que cometen errores en asuntos que él considera fundamentales. En
estos casos es a veces muy cruel. Le gusta atemorizar y hacer valer sus dotes de mando.
Es el valentón del grupo, el peleón, al que le encanta discutir las reglas del juego, que
tienen que ser como él las decide, porque discutir es otro de sus lemas. Nos va a llevar la
contraria en más de una ocasión, siempre con la intención de tener razón y meternos en
su terreno.
Para Jorge, que no puede parar quieto, sentarse en una mesa a hacer sus deberes es
una tortura. Se dará una prisa bárbara por terminar cuanto antes, de manera que no nos
extrañemos si aparecen borrones en su cuaderno, o si se ha quedado sin lápiz de tanto
sacarle punta, cosa que hace con tal energía que no lo consigue, rompiéndola una y otra
vez, o cualquier otra desgracia por el estilo. Si conseguimos que se interese en un trabajo
determinado (lo cual tampoco es nada difícil), se pondrá a ello con total ahínco y
entusiasmo. El problema es que no controla del todo su energía, y lo más probable es que
acabe enfadándose porque el material con el que estaba trabajando se le ha roto (si está
pintando puede que el papel acabe con un agujero de tanto presionar el pincel, o si hace
un trabajo con madera, ésta se parta de tantos martillazos, etc.). Sin embargo, Jorge es
muy eficiente, y si le ayudamos a calmarse un poco, a reflexionar primero, y a utilizar de
manera menos «vigorosa» su energía, seguro que logrará excelentes resultados.
Ahí donde le ven es un gran personaje. Sin embargo, necesita que le guiemos para
que supere esos accesos de cólera y de frenesí, y utilice su fuerza con fines positivos. De
hecho, Jorge nos muestra muy a menudo otra cara bien diferente. Es capaz de una
enorme generosidad. Sólo tenemos que apelar a estas fuerzas, a su deseo de lograr

124
grandes metas, superando enormes dificultades, para que ponga en marcha su lado
positivo y dedique su elocuencia, su coraje y su capacidad de iniciativa, para emplearlas
en causas nobles y creativas, en las que el amor a sus ideales de verdad y justicia sean
los protagonistas. Nos sorprenderá entonces ver su gran sensibilidad y la magnanimidad
de su corazón.

***

Clara es sanguínea por naturaleza. Se trata de una chica simpática, de silueta armoniosa,
ojos brillantes y eterna sonrisa. Siempre está alegre, de buen humor. Corretea incansable
de un lado a otro, porque cualquier cosa que ocurra a su alrededor le llama
profundamente la atención. Es enormemente charlatana, aunque le cuesta mantener un
tema concreto. Va de una cosa a otra, de un asunto a otro. Todo es tan sumamente
interesante que no puede concentrarse en algo en particular. Adora las reuniones
sociales, las visitas, a las que recibe con los brazos abiertos, y todo aquello que suponga
movimiento, jaleo y alborozo. Tiene un montón de amigos, con los que cotillea de lo
lindo, aprovechando para criticar más de una vez a los flemáticos, que no acaban de
gustarle del todo. ¡Son demasiado sosos para ella! A veces queda con varias amigas a la
vez, pues en su continuo impulso por relacionarse, olvida que ya estableció otros
compromisos. Necesita participar en todos los juegos, a los que aporta ideas brillantes,
originales y creativas. Como es tan ingeniosa, siempre se le ocurren modificaciones,
sugerencias, cambios en las reglas, para hacer que el juego sea aún más divertido. En
este sentido a veces discutirá con Jorge, porque él es más estricto con las reglas oficiales,
y no digamos ya con Virginia, que se pone muy quisquillosa si se modifica un ápice eso
que «siempre ha sido así». Le encantan todos los juegos que tengan mucho movimiento,
mucha acción, pero no tan brusca como a los coléricos. A ella le fascina columpiarse y
sentir cómo se mueve en el aire, o saltar a la cuerda, correr al rescate, esconderse, bailar,
cantar, y todo tipo de actividades en las que prime el movimiento, la diversión y la
alegría.

A Clara le encanta empezar un nuevo trabajo, una nueva manualidad, pero su


entusiasmo inicial pronto se desvanece. Le cuesta mucho concentrarse. Un simple ruidito
a su alrededor y ya está ella investigando lo que ocurre. En este sentido es bastante
cotilla. Quiere saber todo lo que pasa, lo que dicen otros, lo que hacen, lo que piensan…
Si el profesor pide un voluntario, allá que se lanza sin pensárselo dos veces, con su cara
roja, resplandeciente de viveza y entusiasmo. Luego volverá a su mesa, y se pondrá a
alborotar, a hacer travesuras, contar chistes o hacer gracias para atraer la atención de sus
compañeros, y pasar un buen rato ante la desesperación del profesor, que no sabe hacer
carrera de ella. Es de una fantasía desbordante. Tiene mil y un asuntos empezados sin
terminar, un cuarto lleno de chismes, que revela un enorme caos. Este aspecto tan aéreo
de su temperamento le hace ser superficial, caprichosa y antojadiza. A veces es también
muy egoísta, muy pendiente de sus propias necesidades, sin tener en cuenta las de los

125
demás.
Por otro lado, cuando se la sabe llevar, Clara es una persona muy generosa, capaz
de ayudar y transmitir todo su calor, contagiando a todos de su espíritu positivo, amoroso
y entusiasta. Es muy buena transmisora, y con su extraordinaria capacidad de
comunicación, sabe poner en contacto a los demás, o mediar en las situaciones de peleas
o conflictos, quitando importancia a lo negativo para enfocarles hacia otra forma más
superviviente de resolver los problemas. También se dedica a proteger a los
melancólicos de las garras de los coléricos, convirtiéndose en su protectora más fiel. Más
de una vez se ha indignado con Jorge por las faenas que les hace a Virginia y sus otras
amigas, que desde luego ¡no está dispuesta a consentir!
Con Clara nunca nos vamos a aburrir, pero necesita mucho nuestra ayuda para no
desmadrarse, para no perder los papeles con tanto corre que te corre allá donde sopla el
viento.

***

Pedro representa en nuestra historia al temperamento flemático. Es el bonachón de


turno. Un muchacho apacible, tranquilo, y amable, que nunca da problemas. Siempre ha
sido considerado un niño modelo: no hace enfadar a sus padres, obedece de buena gana,
no arma alborotos y se le ve siempre con un aire de bienestar, de pacífico contento,
jugando tranquilamente en su rincón sin molestar a nadie. Cuando más se agita es a la
hora de las comidas, que acoge con excelente apetito y enorme entusiasmo. Es un glotón
fenomenal, por eso está gordo y corpulento. No es nada hablador, prefiere escuchar a los
demás y dejarse entretener por ellos. Le encanta que otros le diviertan con sus historias y
aventuras, que les hará contar una y mil veces, pues adora las repeticiones. Es el más
proclive a dejarse enganchar por la TV, ya que su pereza le impide participar
directamente en los hechos de la vida, de la que prefiere ser espectador.

Está siempre ensimismado, metido en su mundo, rumiando sus propios


pensamientos. A veces se le ocurren ideas geniales que le hacen saltar como una chispa
de súbita energía que le despierta momentáneamente, pero la pereza de moverse y
ponerlas en práctica le desanima y se queda alimentándolas en su cabeza. Tiene una
memoria excelente; se acuerda de todo, sabe dónde está todo, precisamente porque es
muy observador, aunque cuando se encierra en sí es de un despiste fenomenal, porque no
se entera de lo que ocurre a su alrededor.
A la hora de jugar no muestra ninguna iniciativa. Simplemente se queda ahí
esperando lo que diga Jorge, o el jefe de turno, al que sigue fielmente en todas sus
indicaciones, sin ponerlas jamás en tela de juicio. Le gusta imitar, y se pondrá a copiar lo
que hagan otros. Participa sin dar el menor problema, acatando y acomodándose a las
decisiones o deseos de los demás.

126
Es muy cuidadoso con sus cosas, le encanta coleccionar sellos, postales, mariposas,
cromos, etc. Es muy metódico y persistente en el trabajo, muy perfeccionista. Como no
tiene prisa, puede estarse horas terminando un dibujo o pasando a limpio sus apuntes. De
hecho, disfruta estas tareas en solitario, que realiza a su ritmo, sin que nadie le presione
ni le moleste. Le gustan las áreas en las que pueda utilizar su capacidad de razonar, de
reflexionar. A veces es muy cabezota, muy tozudo, pues cuando una idea se le mete en la
cabeza no hay quien se la saque. Lo mejor en este caso es dejarle tranquilo y volver a la
carga, de manera humorística e ingeniosa, en otro momento.
Es de una lentitud exasperante, y se pone muy nervioso si se le presiona. Esto han
de tenerlo en cuenta los padres, para avisarle con tiempo antes de salir o de hacer
cualquier cosa. Con él no pueden dejarse los temas a la pura improvisación. Los cambios
no le gustan, y necesita su tiempo para habituarse a ellos. Todo le da una pereza bárbara,
y siempre va a encontrar una buena razón para no hacer lo que le pedimos, a menos que
a él le interese mucho.
Cuando sale de su mutismo y se interesa por alguien, Pedro es un personaje muy
cálido, afectuoso y enormemente fiel a sus amigos, a los que respeta mucho y hacia los
que siempre se muestra muy tolerante. Perdona con facilidad las ofensas, brindándonos,
sin pasar factura, su natural bondad y plena aceptación. Transmite, además, esa serena
sensación de bienestar y de estabilidad.
Necesita que le ayudemos a superar esa indolencia natural, que puede desembocar
en una indiferencia hacia el mundo, despertando su interés e incentivando todas sus
cualidades positivas. Hemos de dejarle, no obstante, momentos para sí mismo, en los que
gozar de su propia calma y tranquilidad interior. En realidad se trata de darle un poco la
vuelta al guante. Su temperamento le lleva a ser activo interiormente y pasivo hacia
fuera. El objetivo es impulsarle a la acción en el mundo, sin que por ello pierda esa
tranquilidad y ese espacio de vivencia interna.

4.9. La escala emocional


Como ya dije en relación a los temperamentos, este tema es el objeto principal de mi
libro Las emociones y los temperamentos, al que les recomiendo acudir para una mayor
comprensión. Conocer las emociones es de vital importancia no sólo para entendernos a
nosotros mismos, sino para comprender a los demás y saber relacionarnos con ellos de
una manera más objetiva. La escala emocional es también una herramienta valiosísima
en la tarea de guiar a nuestros hijos en el camino de la vida. Veamos un pequeño
resumen sobre este asunto.

La emoción es como el termómetro del alma. Indica fundamentalmente un estado

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en el que se encuentra la persona en relación a sí misma y al mundo que la rodea. La
persona no es la emoción, sino que está en una emoción. Tenemos un maravilloso
lenguaje que así lo expresa. Decimos: ¿cómo estás?, ¿qué tal estás?, y no, ¿cómo eres?
El otro responde: estoy triste, fastidiado, enfadado, hecho polvo, etc. Digo esto, porque
el problema consiste en creer que uno es esa emoción, lo cual ocurre a menudo, cuando
se dice, por ejemplo: «es que yo soy muy agresivo», o depresivo, perezoso, apático,
alegre, etc. Esto es lo mismo que caer en una trampa, porque el ser humano es lo que
quiere ser.
La emoción muestra en qué situación nos encontramos en cada momento en
relación a conseguir o no las metas que nos hemos propuesto. Indica hasta qué punto
estamos dirigiéndonos hacia la vida, o máxima supervivencia, en esas áreas que
queremos alcanzar, o hacia la muerte o destrucción de las mismas. Por lo tanto, podemos
clasificar las emociones en positivas y negativas.
Las emociones positivas reflejan que la persona tiene a su disposición la energía o
vitalidad necesaria para llevar a cabo sus propósitos, lo cual implica éxito, felicidad,
supervivencia óptima.
Las emociones negativas aparecen cuando la persona deja de tomar responsabilidad
por sus propias decisiones, comenzando a perder en el juego de la vida. Según desciende
por la escala, va abandonando la confianza en sí misma y en su capacidad para volver a
conquistar lo que en su día se propuso. Al mismo tiempo, su energía vital disminuye
progresivamente, y sin apenas darse cuenta va encaminándose hacia la muerte de sus
propósitos o metas. Las emociones negativas indican, por tanto, que la persona se dirige
a la zona de fracaso, sufrimiento, y finalmente al abandono de sus objetivos. También
van a constituir una forma de intentar sobrevivir, aunque de forma irracional y negativa.
Una vez situada dentro de esta banda emocional, la persona cae a merced de su mente
estímulo-respuesta, donde deja de ser causa de su vida, de sus propias decisiones, para
pasar a ser efecto de su medio ambiente y de sus actos inconscientes e incontrolados. Así
pues, hemos de manejar muy bien esos estados negativos, pues el ser interno deja de
expresarse para verse sometido al control de su mente estímulo-respuesta, que es la que
toma las riendas del asunto.
La escala emocional es como una gran escalera compuesta de peldaños o
emociones, que nos llevan hacia la cúspide o cumplimiento de aquello que queremos, o
hacia abajo, hacia el fracaso y muerte de nuestros propósitos.3

128
Es importante entender que a veces estamos en diferentes emociones según en qué
temas. Por ejemplo, podemos sentirnos en entusiasmo en el amor, en aburrimiento en los
estudios, y en miedo con los animales. Hay que distinguir entre esto, y el hecho de pasar
de una emoción a otra de forma natural cuando ocurre algo que así lo requiere. Por
ejemplo, no podemos encontrarnos en entusiasmo si a alguien a quien queremos mucho

129
le ha ocurrido una desgracia, o si hemos perdido a un ser amado. El problema es cuando
nos quedamos atrapados en una emoción en particular, como forma de vivir y de
relacionarnos con el mundo. El lugar en el que nos estanquemos va a determinar
nuestros actos y nuestros pensamientos sobre la vida; será como nuestro punto de vista,
el lugar desde el que contemplemos al mundo.
Esto quiere decir que la escala emocional nos permite, no sólo conocernos a
nosotros mismos, sino también a los demás, saber qué podemos esperar de ellos: cómo
se comportan, cómo piensan, qué les interesa o conmueve, si son o no amigos fiables,
colaboradores eficaces, socios responsables, etc. No puedo, en este espacio, desarrollar
cada una de las emociones; bástenos por el momento saber que cuando estamos en las
emociones positivas somos más racionales, más supervivientes y constructivos. Las
personas que se estancan en emociones negativas serán menos vitales, de reacciones
imprevistas, y más destructivas consigo mismas y con su medio ambiente.
Con respecto a los niños, una vez que detectamos la emoción en la que se
encuentran, podemos ayudarles a subir con relativa facilidad. Por ejemplo, hemos de
saber que si estaban llorando y después se enfadan, es que están subiendo por la escala, y
si ocurre lo contrario, indica que están bajando. Es muy importante recordar que nunca,
bajo ningún concepto, debemos discutir cuando se conectan a la mente estímulo-
respuesta. También es fundamental observar qué ambientes o situaciones provocan en
ellos una bajada por la escala, con el fin de evitarlas. Qué les produce miedo, tristeza,
apatía, etc. Es evidente que cuando un niño está alegre o entusiasmado por algo que ha
logrado, necesita que nosotros nos demos cuenta y le alabemos por ello. Si no lo
hacemos, si no le prestamos la debida atención, impepinablemente bajará de nivel
emocional, y entonces se pondrá a fastidiarnos para crear un efecto en nosotros y
conseguir la atención que de forma superviviente no logró atraer. El siguiente ejemplo
nos muestra cómo un niño puede bajar por la escala cuando quiere algo y no lo consigue:
Un amigo de nuestro hijo le ha invitado a su cumpleaños en el parque de
atracciones. El niño está literalmente entusiasmado por el evento, y no para de hablar
sobre lo bien que se lo van a pasar. La madre, que está generalmente en miedo, empieza
a pensar en todos los peligros que pueden ocurrirle a su pequeño, pero no se atreve
todavía a darle un no como respuesta, y simplemente le responde con un: «ya veremos».
Inmediatamente el niño se siente un poco inseguro ante esa respuesta; su entusiasmo se
ha desvanecido, pero sigue insistiendo con un denodado interés que trata de contagiar a
su madre. Ésta sigue con sus evasivas, hasta que él se acaba aburriendo de tanto insistir,
y deja la batalla para otro momento.
En la cena, vuelve a la carga. Ahora la madre le enumera todos los peligros y las
pegas que ella ve al asunto, y directamente el niño se pone antagonista, rebatiendo uno
tras otro sus argumentos, diciéndole que no es verdad, que no tiene razón, que no es así
en absoluto, etc., a la vez que se niega a tomarse esas lentejas tan ricas y que, según su
madre, le ayudarán tanto a crecer. Cuanto más insiste ella, más se va enfadando él.

130
¡Total, para qué le vale crecer si su madre no le deja ir a la fiesta! La acorrala buscando
el «sí». La madre dice ya un claro «no» y el enojo estalla con violencia. Patadas, gritos,
toda una escena, hasta que sale precipitadamente de la cocina para irse a su cuarto,
cerrando tras de sí violentamente la puerta. Cuando consigue calmarse un poco, empieza
a pensar que le da igual (insensible), que total se iba a aburrir porque finalmente no le
cae tan bien el chico que le ha invitado (necesita buscar recursos para no sentirse tan
frustrado). Después se pone hostil de forma encubierta con su madre (hipocresía), le
lanza pullas que sabe que la molestan, o dice cosas hirientes con aire de no haber roto en
su vida un plato.
Pasado un buen rato, y como la madre sigue fiel a su propósito, el niño empieza a
verle de verdad las orejas al lobo. Y ahora tiene un miedo tremendo de no conseguirlo.
Hasta ahora le han fallado los recursos anteriores, y ya no sabe qué hacer para lograr lo
que de verdad desea. Del miedo pasa a la compasión por sí mismo: «a todos mis amigos
les dejan y a mí no», «mi madre no es buena conmigo», «soy muy desgraciado», etc. En
espacio de segundos cae a aflicción, llorando como un desconsolado por su mala suerte,
por su desgracia. La madre acude a consolarle y entonces se pone servil, trata de hacerle
la pelota. Le promete ser bueno, obedecer en todo, sacar al perro cada día, hacer lo que
su madre le pida. ¡Cualquier cosa con tal de lograr su deseo! Pero la madre no puede
superar su propio miedo, y dice que no, que cuando sea mayor irá, pero que de momento
se tiene que quedar en casa con ella o irse a jugar con otros amigos. El niño se duerme
finalmente después de haber caído hasta apatía, un lugar en el que tira la toalla y se
rinde, abandonando su meta, con un sentimiento de fracaso, de pérdida, en el que ya le
importa todo un rábano.
Este es un caso de recorrido completo por la escala, de cuya bajada es la madre y su
miedo la responsable. Realmente aquí el niño poco o nada puede hacer. Veamos otro
más sencillo, y de un cariz diferente:
Su hijo quiere un caramelo, pero es justo la hora de comer y usted sabe muy bien
que le va a quitar el apetito. Amablemente le dice que no, que el caramelo será el postre,
después de la comida. El niño se pone a gritar, totalmente enojado, tratando de lograr lo
que quiere. Si Vd. se pone a razonar con él, no va a conseguir nada de nada, excepto
mucho más de lo mismo, más rabieta y más gritos. Recuerde que la mente estímulo-
respuesta no entiende de razones ni de lógicas de ningún tipo. El asunto es cómo
influyen las emociones de los demás sobre nosotros. Si usted ve a menudo la vida desde
miedo, seguro que se asusta ante esa reacción, e inmediatamente le da al niño su
capricho. Éste sube su nivel emocional, por supuesto, pero usted no ha sido consecuente
con su propio criterio. Lo grave es que su hijo ha entendido el mensaje. Su madre
reacciona ante el enojo (el enojo le hace caer a miedo), de manera que cuando quiera
algo ya sabe muy bien cómo conseguirlo. Si por el contrario, en ese momento no
cedemos ante su actitud descontrolada, si somos capaces de mantenernos en la idea
original, el niño experimentará una bajada ocasional. Se pondrá a llorar

131
desconsoladamente, pero si tampoco cedemos ahora, si no logra impresionarnos,
recuperará bien pronto su natural alegría, y estará de acuerdo con nosotros en que le
guardemos el caramelo para después de la comida.
Otra opción puede ser que no soportemos ver llorar a los niños. Esto implica
generalmente que estamos en compasión en la vida, o en miedo a hacerles daño. De
manera que, si no cedimos ante los gritos, podemos caer ahora ante sus lágrimas. Y otra
vez el niño, que es más listo que el hambre, nos tendrá cogida la medida para lograr
todos sus caprichos. Conclusión, que siempre cedemos ante el estado emocional que
menos podemos soportar. Lo grave del caso es que es precisamente de ese nivel de
emoción del que vamos a estar rodeados toda la vida. Si no soportamos la violencia,
será con violencia como podrán vencernos; si es la tristeza, nos conquistarán con las
lágrimas, y estaremos rodeados de penas por todas partes. Nos conviene muy mucho
aprender sobre la escala para superar nuestro propio estado emocional, y para ayudar a
los niños en la misma dirección: conseguir ganar en la vida por méritos propios, de
forma positiva y racional, y aprender, en última instancia, a aceptar las situaciones o
cosas que, a pesar de todo nuestro interés, no salgan perfectas. Seguro que nos presentan
alguna buena lección que todavía hemos de aprender.
Lo dicho es válido también cuando los niños caen enfermos. La enfermedad es una
forma intensa de apatía. Si en esas ocasiones nos volcamos en atenciones, cariño, regalos
y cuidados especiales (que no sean los meros de ponerles sanos cuanto antes), ellos
tomarán buena nota y buscarán esa forma de atraer nuestra atención, con lo que
estaremos fomentando que sean débiles, enfermizos e incapaces de luchar para hacerse
un sitio en la vida con herramientas positivas.
Si recuerdan todo lo que expuse sobre la importancia de escuchar correctamente,
éste es el momento de ponerlo en práctica. Si un niño está llorando, nunca hemos de
decirle que no lo haga, o convencerle de que no tiene por qué sentirse triste. Lo mismo
vale con cualquier otra emoción, como el miedo, el enojo, etc. Sencillamente le
confirmamos que hemos recibido su comunicación, y eso será más que suficiente la
mayoría de las veces para acabar con esa emoción negativa. No es con mentiras con lo
que se tapa una realidad, aunque sea momentánea. A todos nos gusta que nos dejen
expresarnos, que podamos decir lo que sentimos, sin ser acusados de exagerados,
dramáticos, miedosos, violentos, etc., y sobre todo sin que nos nieguen lo que estamos
sintiendo, aportando ansiosamente desde fuera soluciones que recibimos como una
imperiosa imposición.
Lo que ocurre en estos casos, o como uno lo experimenta, aunque sea a nivel
inconsciente, es que el otro no te está aceptando en esa emoción. Tu emoción le irrita, le
angustia, le asusta; es decir, tu emoción provoca en el otro también otra emoción que no
es de su agrado. Entonces se pone a tratar de resolver tu asunto, no para que tú te sientas
mejor, sino para que él mismo pueda respirar tranquilo. Este mecanismo es el que nos
lleva a no sentirnos aceptados, y mucho menos comprendidos. Vemos un rechazo en el

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otro, y ese rechazo es real. En verdad no es un rechazo hacia nosotros como seres, sino a
una expresión de nuestra mente estímulo-respuesta que choca con la suya propia.
Dejemos que los demás nos manifiesten lo que sienten, sin juicios, sin crítica, sin dar
soluciones. Una vez que la persona haya podido desahogarse, será ella misma quien trate
de encontrar la salida. El simple hecho de poder hablar abiertamente ante alguien que le
escuche con un «comprendo», o un «siento lo que te pasa», será más que suficiente para
encontrarse mejor y estar en disposición de subir por la escala.
Los niños, como en todo lo demás, son especialmente sensibles a esto. Buscarán
nuestra aprobación, que escuchemos o veamos todo lo bueno que hagan. Buscarán
además nuestra presencia, nuestro cariño, y si no lo consiguen, bajarán a las emociones
negativas desde las que intentarán manejarnos. Más de una vez he oído a jóvenes
quejarse de la falta de atención y diálogo que tenían con sus padres, hasta tal punto que
podían hacer lo que les diera la gana sin que nadie se preocupase por ello. Estos mismos
jóvenes confesaban que hubieran dado cualquier cosa por ser castigados. Para ellos, el
castigo era al menos una forma de atención, una forma de ser guiados, de ser cuidados.
Los niños, cuando no les hacemos caso, nos provocan a veces hasta las manos. Prefieren
unos buenos cachetes a pasar desapercibidos. Ese sí que es el peor castigo que podemos
dar a un ser, ya sea niño, joven, adulto o anciano.
Al final de esta etapa, cuando nuestro hijo tiene entre once y catorce años, hemos
de estar muy atentos a la emoción que manifiesta en los estudios, pues si ahora se
desanima, es muy probable que pronto nos encontremos ante un fracaso importante. No
es conveniente que desde pequeños asumamos el rol de hacer cada día con ellos las
tareas escolares. Una cosa es ayudarles cuando tienen un problema, y otra muy diferente
asumir por ellos la responsabilidad de sus estudios. Desde el principio nuestra actitud al
respecto ha ir encaminada a hacerles comprender que en la familia cada uno tiene unos
deberes que cumplir, unas tareas que realizar. Su trabajo principal es estudiar, y con ello
no nos están haciendo a nosotros ningún favor (a menos que le obliguemos a entrar en
aquellas áreas que nosotros tenemos como asignaturas pendientes). El estudio es para él.
Es su manera de entrar en relación con el mundo, conocerlo, comprenderlo, y finalmente
actuar en él jugando un papel determinado. A través del estudio elabora su propio futuro;
condiciona cómo va a ser su vida, lo que quiere realizar en ella. Si le damos este
enfoque, si nosotros mostramos a su vez un intenso amor por el conocimiento,
perfeccionándonos en las profesiones que hayamos elegido, manifestando un creciente
deseo por mejorar a todos los niveles, tanto humanos como profesionales, estaremos
sembrando en nuestros hijos estos mismos impulsos.
A modo de ejemplo, veamos lo que sería una bajada por la escala, en cuanto a
estudios se refiere, una vez que el/la chico/a ha dejado de tomar responsabilidad por
ellos.
Nuestro hijo, ya desde pequeño, tenía una inclinación muy especial hacia la
medicina. Su objetivo de ser médico ha ido creciendo con los años como verdadera

133
vocación. Esto le hace poner mucho énfasis en los estudios, pues de sobra sabe lo difícil
que resulta esa carrera, y la necesidad de no perder ni un ladrillo en la construcción de
una sólida base. La idea de verse ante los enfermos le hace brincar de entusiasmo. Está
pensando seriamente en apuntarse a «Médicos sin fronteras», pues siente que quiere
dedicarse a los menos favorecidos. Asiste a las clases con verdadero interés, le gusta
todo lo que aprende, y cuando llega a casa mantiene el mismo ahínco en sus horas de
estudio.
Un asunto familiar le lleva a otra ciudad y del colegio pasa al Instituto. Allí hay un
profesor que no le gusta nada; enseña con desgana, con mal humor, y está consiguiendo
que un par de asignaturas le desagraden. Sabe que podría cambiar de grupo, pero se pone
conservador. Prefiere dejar las cosas como están, no vaya a ser que empeoren. El
aburrimiento en clase no se hace esperar. El tema le aburre tanto que ya ni en casa tiene
ganas de trabajar con ello. Al poco tiempo se va sintiendo antagonista, no sólo con ese
profesor, sino con todo el Instituto. No está de acuerdo con nada, a todo le busca pegas,
los profesores son un rollo, el Instituto una birria, estudiar una pesadez, «¡total, para
acabar en el paro!».
Para colmo comienza a suspender, y se enfada con todo el mundo. Todos tienen la
culpa, «¡no hay derecho!». Hasta le empiezan a caer gordos los enfermos, el mundo, el
sistema y todo. «Pues yo paso», dice muy campante cuando ha caído a insensible. «Me
da igual, me resbala.» Sus padres se enfadan y él baja hasta hipocresía. Hace que estudia
pero no estudia. Falta a clases, cuenta rollos, copia en los exámenes, etc. Pero vive en un
sobresalto, ya que empieza a tener verdadero miedo de que se enteren, de no poder
estudiar lo que le gusta, de no lograr alcanzar su meta. Entonces se lanza a compadecerse
de sí mismo, así como de otros compañeros que están en su misma situación. Deja los
apuntes a su vecina de mesa (que se los pierde) porque tiene demasiados problemas
familiares como para dar importancia a unos simples papeles. Nuestro protagonista se
dedica a escuchar todos sus lamentos, que son mucho más importantes que atender en
clase. Ahora busca ser necesitado por los demás, tener éxito en algo. De sobra sabe que
está en riesgo de fracasar en lo que se había propuesto.
Los suspensos siguen en aumento. La aflicción no se hace esperar: «la vida es
horrible», «los profesores son unos injustos», «mis padres no me entienden», «la culpa
la tiene…». Se siente una víctima total de la vida. Y en lugar de pensar en cómo podría
volver al entusiasmo inicial, asumiendo su responsabilidad por las asignaturas que le han
dejado de gustar, en vez de pasársela al profesor, sigue bajando la escalera hasta
servilismo: «voy a ver si portándome bien, haciendo la pelota al profe, crea que me
esfuerzo y me quite ese suspenso, o me mire con mejor cara», «quizá podría hacerme
amigo de esa chica tan lista, a ver si me deja copiar en el examen». La última etapa de
este largo viaje es apatía o muerte de su propósito en la vida: «se acabó, ya no estudio
más. Está claro que no valgo, además todo es un asco».
Si no hemos sido conscientes del proceso, o si no nos hemos atrevido a intervenir

134
por miedo a enfrentamientos, o con la esperanza de que los problemas se arreglarían
solos, ahora tendremos que poner muchísima energía para que las aguas vuelvan a su
cauce. Por eso les recomiendo que estén muy atentos en todo el recorrido. Nuestro
objetivo como padres es ayudar a que nuestros hijos se hagan responsables de su vida,
pero esa es una labor de mucha siembra, no de un día, de vez en cuando. A veces
necesitarán apoyo escolar, sobre todo cuando les toque un maestro sin amor a su
profesión. No es ninguna deshonra, y puede sacar de la crisis al chico con problemas.
Cuando fallan en algo es porque los adultos encargados de mostrarles el mundo
manifiestan un franco desinterés por el mismo. La emoción en la que están estancados
sus profesores es muy importante, y por desgracia contagiosa. Si el guía te lleva con
desgana es porque el sitio adonde vas no tiene el menor interés. Al menos esa es la
conclusión a la que nuestros muchachos van a llegar. Si los profesores fallan, ahí hemos
de estar nosotros poniendo lo que falta o tratando de buscar mejores soluciones.

4.10. La relación entre los hermanos


Para muchos padres, el mayor problema con el que tienen que enfrentarse es el de una
relación problemática entre los hermanos: peleas, gritos, insultos y toda clase de
incidentes desagradables, que hacen de la vida familiar poco menos que un infierno.

Desde mi punto de vista y experiencia personal, las relaciones conflictivas entre


hermanos tienen su origen en un hecho esencial: los celos. En un principio, como ya
vimos anteriormente, los celos son inevitables. Los niños sufren cuando llega un nuevo
miembro a la familia y todos vuelcan en el recién llegado su atención, dejando un poco
de lado al que, hasta ahora, era el rey de la casa. Esto es fácilmente superable si nuestra
actitud ayuda a la incorporación, por parte del hermano, de este nuevo ser en su vida. Sin
embargo, los celos de los que ahora voy a hablar son de un origen diferente.
¿Qué produce en nosotros los celos hacia los demás? Normalmente los celos vienen
de una evaluación que otros hacen sobre nosotros; una evaluación en la que salimos
perdedores, y en la que se nos ponen modelos a copiar. La evaluación mayor procede
siempre de los padres, o en su defecto, de las personas encargadas de la educación del
niño. Aquí nos encontramos ante el meollo del asunto. Cuando no somos plenamente
aceptados, cuando no se valoran nuestras cualidades, nuestras aptitudes, nuestra
verdadera manera de ser, de presentarnos al mundo, aparecen ya sentimientos de dolor,
de frustración. Nos sentimos invalidados, rechazados, no queridos. Para colmo, se nos
presenta un modelo exterior al que hemos de adaptarnos si queremos ser aceptados y
amados por nuestros mayores. Conozco bien ese problema. Yo misma he pasado por esa
constante evaluación en la que se me expresaba que nunca era lo suficientemente buena,
guapa, amable, obediente, etc. Siempre se me catalogó como niña rebelde, imposible, de

135
la que no se podía hacer carrera. Esto genera violencia interior y tremendos celos hacia
esa otra persona capaz de acaparar todo el amor de sus padres, mientras que tú, infeliz
mortal, te sientes apartada, diferente, y sin entender muy bien en qué consiste esa
diferencia. Y así vemos a niños encogidos, almacenando rencores y planeando
venganzas hacia los favorecidos, que a menudo aprovechan la situación para hacernos
aún la vida más difícil.
Esto tiene mucha relación con las metas de los padres, con todo aquello que ellos
valoran y que quieren ver reproducido en sus hijos. También, con ese intento de crear lo
que llamábamos fotocopias de sí mismos: seres que piensen como ellos, que actúen
como ellos, que hagan todo como ellos, que sientan de la misma manera ante las cosas
que ellos, etc. De modo que, la mayoría de las veces, puntuarán con 9/10 a aquellos de
sus hijos en los que se vean representados, y con un suspenso a los que simplemente
logren ser ellos mismos, y por lo tanto diferentes. La tragedia en este asunto viene
cuando el evaluado negativamente empieza a adoptar actitudes radicalmente contrarias al
modelo que se le propone, con el ferviente deseo de llamar la atención de alguna manera,
o de fastidiar y devolver el daño que a él le están causando. Esto le aleja de la imagen de
sí mismo, a la que ha de acercarse, para convertirse en alguien que no tiene nada que ver
con su propia esencia.
Como ejemplo de lo dicho hasta ahora nos bastarán unas simples frases, con las que
sin duda muchos de nosotros hemos tenido que convivir: «Eres un desastre. Ya podrías
parecerte un poco más a tu hermana», «¿Has visto sus notas? En cambio tú…», «Con el
pelo tan bonito que tiene tu hermano, y tú ¡menudo espanto! No hay quien lo peine,
siempre está de punta. Tu pelo es igual de rebelde que tú», «Esta niña es una sosa; ¡con
la gracia que tiene su hermana!», «Hombre, este notable no está mal, pero al lado de la
matrícula de tu hermano no tiene nada que hacer», «Deberías hablar con tu hermano.
Él es una persona muy sensata que sabe muy bien lo que tiene que hacer. Va a ser
abogado, como yo y como su abuelo. Es una profesión de futuro. Lo tuyo en cambio, me
parece una locura. Siempre has sido el rarito de la familia. A ver cuándo entras en
vereda y te comportas razonablemente, como hace él», «¡Ay que ver qué mal gusto tiene
esta niña! ¡Con lo elegante que va siempre su hermana! Claro, que con el tipo que tiene
ya podrá. Tú tendrías que adelgazar para parecerte a ella». Si después de tanto desatino
uno sobrevive, y logra lo que busca, es como para ponerse una corona.
Además de los padres, existe lo que llamaría la gran invalidación del medio
ambiente, de la cultura predominante del momento. Si lo que la moda ordena es la
delgadez anoréxica como el modelo de la belleza, nuestras hijas más gorditas tratarán
desesperadamente de adaptar su cuerpo a ese canon para sentirse aceptadas y valoradas
por el mundo exterior. Todos perseguimos el éxito, la valoración. El problema es que
buscamos fuera lo que sólo podemos encontrar dentro, pero es evidente que un niño
necesita primero ser aceptado y amado como es, para poder luego valorarse desde sí
mismo. Cuando alguien tan importante como los padres nos rechaza, el impulso es

136
buscar lo que está mal en nosotros. Esto deriva en sentirnos culpables, inútiles,
equivocados, y por lo tanto sin valor alguno. De ahí nacen la mayoría de las faltas de
autoestima que tanto sufrimiento acarrean en la vida. Si esa hija gordita del ejemplo
tuviese además, para su desgracia, una hermana muy delgada, y si este modelo fuera el
elegido por su madre, los celos están más que asegurados.
Muchas veces los padres cargamos también a los hijos mayores con la
responsabilidad de los más pequeños más allá de lo razonable. Este es un problema muy
común y comprensible por otro lado, ya que a veces estamos demasiado ocupados y
necesitamos su ayuda. La complicación surge cuando esa ayuda que pedimos en
ocasiones puntuales se convierte en un modo de vida. Entonces, los mayores tienen que
asumir el papel de «segundos padres», en vez de simplemente el de hermanos, cargando
con un peso que no les corresponde. La relación entre ellos se desvirtúa, se deteriora,
desapareciendo ese aspecto tan bonito de protegerse unos a otros, de compincharse a
veces para salir airosos de algún escabroso asunto, y lejos de ser compañeros de camino,
los mayores se convierten en jueces de los más pequeños, en fervorosos represores de
sus deslices, e incluso en chivatos crónicos. Los hermanos menores les ven entonces
como enemigos a destruir, en lugar de sentirles como una ayuda o apoyo, como ángeles
protectores dispuestos a echarles una mano cuando están en dificultades. Esto,
indudablemente, es otra de las fuente de los celos y peleas entre ellos. No obstante, es
indudable que los mayores han de tener más responsabilidades, dirigidas
fundamentalmente a cuidar de los que vienen detrás, pero no debemos fomentar la
separación entre ellos, las envidias, celos, críticas y demás funestos aditivos.
Otro factor promotor de celos entre hermanos es el no educarles en el respeto a las
pertenencias de los demás. La mayoría de las broncas se producen cuando un hermano
entra en el cuarto del otro y le coge sus cosas sin permiso, o se apropia de ellas sin decir
ni media. Este respeto a la propiedad ajena ha de ser inculcado desde la cuna, pero sólo
funcionará si nosotros mismos damos ejemplo. Algunos exigimos ese respeto entre ellos,
pero nosotros irrumpimos en sus espacios privados sin la menor consideración,
ordenando aquí, tirando allá, decidiendo sobre sus cosas, cómo tienen que tenerlas, qué
guardar y qué no, qué hacer con sus juguetes, a quién se los prestan, a quién no, o
incluso si pueden prestarlos, etc. Parece a veces que somos sus dueños, y que no pueden
mover ni una pluma sin pedirnos antes nuestro consentimiento. Es claro que si desde el
principio aprendemos a respetar a nuestros hijos, como seres independientes de nosotros,
con su derecho a la intimidad, y a hacer con sus cosas lo que mejor les parezca,
conseguiremos que ellos también respeten las nuestras y las de los demás.
Puestos a entrar donde no nos llaman, algunos deciden el estilo de ropa que tienen
que llevar, el corte de pelo (¡menudas broncas hay a veces por esto con los chicos
cuando se quieren dejar melena larga! Los padres se olvidan de que esa era la moda en
otras épocas y todo el mundo les encontraba tan guapos), los adornos de la habitación
(conocí a alguien que no les dejaba poner en la pared ni un simple póster de su gusto), la

137
manera de colocar los muebles en la misma, la gente con la que deben salir, la forma
precisa en la que se han de comportar, lo que tienen que ser de mayores, etc. Otros, más
atrevidos todavía, se permiten el lujo de entrar en su ausencia en su habitación para
ejercer una investigación policial, cotilleando todo aquello que es su universo privado. El
objetivo principal es el diario, que se leen «de pe a pa» sin el menor respeto a la
intimidad de esos seres que ahora son sus hijos.
Yo, por ejemplo, siempre tuve muy claro que había que instaurar ese respeto en la
familia, y cuidaba mucho los detalles del asunto. No se me ocurría tirar ni un simple
papel, ni un simple pequeño cromo que encontraba en el suelo de su cuarto cuando de
pequeñas entraba a limpiar. Sin embargo, siendo ya más mayores, un día tuve que
aguantar un buen rapapolvos de una de ellas, ¡y con toda la razón! Cuento este detalle
para que veamos hasta qué punto esto del respeto hay que tomárselo en serio. El
problema surgió cuando mi hija menor, en ausencia de su hermana, me pidió a mí
permiso para cogerle una chaqueta de su cuarto que se quería poner ese día.
Generalmente ellas se prestaban la ropa, de modo que no vi el menor inconveniente y le
dije que sí. La bronca consistió en hacerme comprender que no era yo quien tenía que
dar permiso sobre algo que no era mío, sino la propietaria verdadera. ¡Fue una magnífica
lección para mí!
La moraleja de todo este tema vuelve a ser la misma de siempre. Aceptar a nuestros
hijos como son (sin confundirnos con su mente estímulo-respuesta), quererles sin
condiciones y ayudarles a ser ellos mismos, a que alcancen sus propios ideales, no los
nuestros.
Hasta aquí lo que yo considero como las causas que generan conflictos entre
hermanos. Pero más de uno se estará preguntando: bueno, ¿pero qué hacemos cuando la
guerra ya ha sido declarada? El primer paso es reconsiderar, como siempre, qué estamos
haciendo nosotros, qué elementos de discordia estamos introduciendo entre ellos. Y
luego hay algo que puede ayudar a disolver los conflictos. En lugar de meternos en la
pelea, buscando culpables o tratando de resolver la situación desde nuestro punto de
vista, podemos sentarles uno frente a otro simplemente a mirarse, durante unos instantes,
sin que pronuncien ni una sola palabra. La primera vez les chocará enormemente, y
surgirán toneladas de protestas, pero si no nos dejamos amedrentar, y si, al igual que con
las marcas positivas o negativas, mantenemos nuestra actitud firme de no cejar en
nuestro propósito, finalmente aceptarán el reto. Seguramente les encantará hacerlo con
un cronómetro. Les diremos que van a estarse ahí quietecitos, mirándose el uno al otro
sin hablar durante 5 minutos. Si de nuevo se quejan, protestan, o se enfadan con
nosotros, sólo tenemos que advertirles de que esta actitud aumentará el tiempo de silla,
con lo que cronometraremos 5 minutos más, y así sucesivamente hasta que se callen y
comiencen a hacerlo. Este ejercicio les ayudará a confrontarse mutuamente y a
desconectarse de sus mentes estímulo-respuesta para poder contemplar al ser que tienen
delante. Podemos aplicar el sistema cada vez que surjan broncas entre ellos, y es mejor

138
ponerles en sus sillas antes de que la sangre vaya al río, es decir, justo al comienzo de la
pelea. No es necesario regañinas previas, ni adoctrinamientos. Con toda seriedad, al
mínimo brote de discordia, les pediremos que se sienten, y nosotros nos quedaremos allí
simplemente controlando el tiempo.
Una amiga mía ha probado este método con su único hijo en momentos de crisis y
conflicto. Al principio lo sentaba frente a sí para mirarse mutuamente. Después lo ha
empleado cada vez que el niño se peleaba violentamente con un compañero habitual de
juegos, y ha quedado asombrada del resultado. Es algo tan inusual que en un principio
asusta, pero merece la pena intentarlo. Y no sólo con los niños. En una pareja también
produce cambios importantes en la relación.
Seguro que más de uno estará pensando algo como: ¡Dios mío, qué difícil es todo
esto! Y es cierto. Al principio es muy duro, por eso tiene tanto mérito y tanto valor que
nos lancemos a ofrecerles a nuestros hijos una vida mejor que la que muchos de nosotros
hemos tenido. Luego, las cosas fluirán solas y todo resultará armoniosamente sencillo.
No olviden que yo soy madre, y durante muchos años ejercí de ama de casa. Esto lo digo
para que no me sientan como una enemiga que no para de sacarles defectos. Todo lo que
sé ahora lo aprendí equivocándome sin parar, y pasando a veces muy malos ratos; ratos
de impotencia, de desánimo, de sentirme incapaz de llevar esa tarea adelante. Me salvó
el gran amor que profeso a mis hijas, y el deseo de verlas felices, y esto constituyó el
impulso a aprender, leer y buscar otras formas de educar diferentes a las que yo misma
tuve que padecer en aquellos tiempos. Recuerden que nunca es tarde para cambiar.
A ti, mujer, que estás ahora en esa misma búsqueda, quiero dedicarte este apartado.
Espero que te anime saber que yo misma pasé por todas esas dificultades. Quizá te
asombre lo que voy a revelarte: ¡volvería a hacerlo de nuevo! Mis hijas han sido la gran
escuela de mi vida, y a menudo me pregunto quién dio a quién; quién recibió más en el
reparto.

4.11. El gran papel del ama de casa


Nuestra sociedad, en medio de tantos avances técnicos, económicos y científicos, parece
olvidar una de las profesiones más valiosas para la humanidad: la del ama de casa y
madre. Es esta una labor que habitualmente han realizado las mujeres en el seno del
hogar, aunque últimamente también están incorporándose a ella los hombres.

No obstante, y sin pretender herir susceptibilidades, quiero dedicar este capítulo a


la mujer por este extraordinario trabajo que pocos han reconocido y muchos han
desprestigiado. Creo que después de tantos siglos se merece un agradecimiento por esa
tarea a tiempo total que consiste en hacer a los demás la vida más agradable, cuidando

139
del nido que alberga a toda la familia.
Ella es el dato estable o punto de referencia al que todos acuden cuando algo en el
mundo exterior les va mal. Su misión primordial está encaminada a procurar a sus
pequeños ese espacio seguro y cálido donde ir despertándose paulatinamente en sí
mismos y en la vida. Está ahí, firme como una roca, incluso cuando todo se derrumba a
su alrededor. Siempre dispuesta a atender las necesidades de los demás, cosiendo el
botón de última hora, arreglando ese borrón que cayó «accidentalmente» en el cuaderno
de las tareas del niño, buscando con él, en el minuto final, unos cromos muy importantes
que prometió a su compañera de pupitre, corriendo de aquí para allá para que todo esté a
punto; que no pierdan el autobús, que no olviden el bocadillo, la bufanda, la cartera. El
último beso precipitado y un ¡al fin sola!, pero cuando mira a su alrededor, el nido está
revuelto, y ha de sacar fuerzas para enfrentarse con alegría a ese caos que, gracias a su
diaria tenacidad, va a transformar nuevamente en belleza y armonía.
Después, corre que te corre a comprar víveres, y de vuelta cargada con las bolsas
llenas de provisiones, pensando con cierta pesadumbre en lo poco que van a durar, y
¡rapidito!, pues hay que liarse en la cocina, que vienen los pequeños hambrientos y no se
les puede hacer esperar.
Por la tarde llega de nuevo la prole, y todo se agita:
—«¿Me ayudas con esta redacción? No entiendo lo que me ha pedido la
señorita».
—«Tengo hambre. Dame la merienda».
—«¡No quiero plátano. No me gustan los plátanos! ¡Yo quiero Cola Cao!».
—«No entiendo este problema. ¡Ayúdame porfi!».
—«¡Mamá, arréglame esta falda que me la quiero poner mañana!».
—«Mira mamita, se le ha salido el brazo a la muñeca».
—«¿Pueden venir mis amigos a merendar?».

Y que luego vengan los demás con la famosa preguntita: «¿Tú trabajas?». Y ella
responde: «No, bueno…, yo trabajo en la casa». «¡Ah!, ya, o sea que no trabajas». Yo
me indigno cuando oigo esto, porque no sólo estamos hablando de una ocupación a
«tiempo total», sino que encima no se ve recompensada por un sueldo, ni por el más
mínimo agradecimiento, ni por compañeros con los que tomar un cafetito y criticar al
jefe de vez en cuando. El trabajo nunca queda resuelto ni archivado en sus carpetas, sino
que, una vez realizado, es deshecho casi inmediatamente.
Sé que esto, así contado, desanima al más valiente a meterse en esta aventura, que
debería ser instituida como la profesión más difícil y generosa de todas cuantas existen.
En ella no hay glorias ni honores, ascensos, ni subidas de sueldo. ¿Cuál es entonces la
recompensa? ¡Es una inversión para el futuro! Calladamente y en solitario, sin las
pompas del mundo de la apariencia, estamos labrando una tierra, sembrando las semillas,
regando y cuidando con esmero los brotes de las plantas que más tarde serán los nuevos

140
ciudadanos: hombres y mujeres del futuro. Los que van a transformar el mundo si hemos
sabido despertar en ellos los valores morales, estéticos, éticos, así como la libertad, la
inteligencia, la justicia, la fraternidad…, es decir, EL AMOR.
Pero no todo el monte es orégano. Desgraciadamente hay amas de casa y madres
insufribles. Siempre quejándose y culpabilizando a todos por sus desgracias, haciéndoles
sentir permanentemente en deuda con ellas, o sometidos a sus implacables leyes de:
«¡aquí mando yo!, este es mi reino y se hace lo que yo digo». Quieren casas museo y
niños de vitrina. Promulgan esclavitudes en vez de libertades, y están llenas de eslóganes
publicitarios absolutamente nocivos: «Un niño bueno hace…, dice…, se comporta…».
Condicionan el cariño, lo administran en dosis proporcionales a la negación de los demás
como seres: «Mamá te quiere si haces…», «Mamá no te quiere cuando…», «Si quieres
que te quiera tienes que…». De todas estas fábricas saldrán seres rotos que en el mejor
de los casos optarán por la rebeldía, la lucha, la agresividad o la violencia, o si no, por la
temida sumisión, el abandono, la apatía e incluso el escape a través de drogas y
adicciones de todo tipo, en un desesperado intento por lograr esa felicidad de ser uno
mismo que con tanta represión empieza a tornarse a todas luces imposible.
No dudo de que éstas últimas no estarán siendo conscientes del gran daño que
hacen, no sólo a sus hijos, sino a toda la humanidad. Estos niños serán hombres con
problemas, y una persona con problemas sólo sabe crear problemas a su alrededor, luego
el círculo se cierra hasta el infinito.
En ningún caso mi comentario pretende ser un juicio condenatorio, sino una
llamada a la consciencia. Todos podemos cambiar la dirección de nuestra marcha si
comprendemos que ésta no nos lleva al lugar deseado. Así pues, si tú, lectora, tienes el
valor de reconocerte entre este último grupo, no te desanimes y pon manos a la obra para
iniciar paulatinamente los cambios. Habrá una recompensa que no he mencionado y que
es absolutamente maravillosa. ¡Tus hijos te querrán! Buscarán tu compañía, te harán
partícipe de sus vidas, y los verás crecer y alcanzar esa felicidad de conquistar por sí
mismos sus metas, sintiendo el despliegue de sus propias alas.
Hay un detalle muy importante que no debemos obviar en esta profesión, tanto si es
realizada por madres como por padres. Me refiero a los ratos libres. Es imprescindible,
para nuestra salud mental, el saber reservar unos momentos de tranquilidad para nosotros
mismos, donde podamos sentarnos a leer un libro, a escribir, pintar o simplemente a
charlar con alguien. El objetivo es conseguir que estos espacios sean respetados por
nuestros hijos. Los niños son niños, pero no tontos, y si sabemos explicarles las cosas
tranquilamente, además de con la necesaria firmeza, ellos pueden entenderlas.
Lógicamente estos espacios no han de ser muy largos, pero siempre podremos sacar una
horita a media tarde para dedicarla a nuestras cosas. El ideal es tener alguna actividad en
el exterior, como cursos, conferencias, clases de aquello que nos guste (baile, modelado,
inglés…). En definitiva, algo que nos ayude a no cortar la relación con el mundo
exterior, a la vez que nos permita seguir creciendo, aprendiendo y evolucionando. El

141
salir nos sirve por otro lado para desconectarnos de la casa (nuestra oficina particular), y
de los niños (los clientes). Todos tenemos derecho a algunos ratos de intimidad y de vida
privada. Que quede claro que no sólo somos madres/padres o amas de casa. Por encima
de todo somos seres independientes, con historia propia, y con necesidad de
desarrollarnos en diversas áreas, teniendo en cuenta nuestras propias inquietudes. Todo
menos acabar repitiendo la fatídica frase de: «Me siento el felpudo de toda la familia».
Mejor ser ave de grandes y cálidas alas, en las que puedan abrigarse los pequeños
pájaros cuando vuelven cansados de sus primeros vuelos.
Y cuando la paciencia esté a punto de agotarse, o nos invada la sensación de estar
perdiendo nuestra juventud, recordemos de nuevo lo que les decía en diversas partes de
este libro: estamos creando futuro, nuestro silencioso quehacer está cambiando a la
humanidad. Evitemos la tentación de saltarnos etapas. El momento presente siempre nos
aporta todas las posibilidades. Es como un papel en blanco en el que podemos escribir
cada vez; un instante único de crear algo nuevo y maravilloso; un espacio todo nuestro
donde hacer realidad nuestros más bellos sueños. ¡Tenemos todo el tiempo del mundo!
No nos dejemos engañar por los pesimistas. Cuando los hijos vayan creciendo podremos
hacer muchas cosas, y si ahora no vivimos con ellos su infancia, más tarde lo
lamentaremos amargamente. Una sensación de haber soñado la vida, de no haberla
aprovechado, vendrá a molestar la tan esperada libertad que tanto añorábamos.
Alguien muy cercano a mi vida, escribió un poema a su madre, del que extraigo
algunos versos. Se los dedico a aquellas que ahora estén atravesando momentos de crisis
laboral. Que esta nueva visión profesional os ayude en el camino.
Una madre es una roca
Bien arraigada a su fuerza,
En la cual nos apoyamos
Cuando la vida golpea.

Una madre es una fuente,


Un manantial que no cesa,
Donde a calmar va tu sed
De amor, y de cosas bellas.

Una madre es un espejo


Donde a ti misma refleja
Cosas tuyas que te gustan
Y otras, que no las quisieras.

Una madre es la bondad,


El sosiego y la vereda,
Y si pierdes el camino,
Es la voz que te aconseja.

Isabel González

Terminaré este capítulo con un relato totalmente real de la experiencia de una niña

142
en este período escolar de la vida, no con ánimo de poner un toque negativo, y sin
pretender dejarles mal sabor de boca. Todavía hay muchos padres que creen que los
internados son lugares estupendos donde educar a sus hijos. Ya sé que los internados de
ahora no son como los de antes, pero estos padres no entienden que el amor que
prodiguen a sus hijos va a ser, con mucho, la mejor educación que puedan recibir. Creo
que a estas alturas ha quedado clara la gran labor que nos corresponde como guías en su
camino. La historia que ahora les relato muestra la otra cara de la moneda; las
consecuencias dolorosas cuando el niño se ve rodeado de todo lo contrario a lo explicado
aquí. Sepan que esa niña fue después una joven muy tímida, insegura, indecisa, con
problemas de relación, de soledad y de abandono. Fracasó con los estudios y no pudo
por tanto realizarse en aquellos proyectos que acariciaba en sus sueños solitarios. Sin
embargo, tiene un final feliz. Con mucho trabajo y mucho dolor, consiguió después de
todo acercarse a la imagen que de sí misma tenía albergada en el fondo de su corazón.

4.12. El internado
Son las 7 de la mañana. El sonido de una campanilla martilleante, acompañado de
fuertes palmadas y de un rápido abrir de contraventanas, me despierta apenas,
sacándome de un hermoso sueño de luminosos colores y ángeles buenos que me mecen
entre sus alas. Todo mi cuerpo desea seguir acurrucado bajo el calorcillo de las sábanas,
pero allí, plantada en medio del cuarto, está la Madre, quien seria y rígida como un
general, da órdenes a sus soldados: «¡Arriba, rápido!». Salgo de la cama y restriego mis
ojos enrojecidos y tristes aún de lágrimas nocturnas añorando el hogar. El frío me hace
estremecer. Como un rito miro a mi alrededor y veo la gigantesca nave poblada de camas
metálicas blancas, abandonadas ya en su mayoría por mis compañeras, quienes como yo
ahogan sus bostezos a la luz mortecina de varias bombillas peladas y frías colgando del
techo. Pienso en mi casa, y de nuevo mis ojos se llenan de lágrimas; pero no, ahora no
hay tiempo de llorar, es preciso correr. Me espera el lavado diario con agua helada bajo
la mirada inquisidora de la Madre, quien siempre encuentra algo que decir: «¡Esas
orejas!», «¡frota bien el cuello!»…

El repiqueteo de una campana anuncia el comienzo de la misa. Con los ojos medio
cerrados aún, formamos el largo ciempiés oscuro que avanza silenciosamente en la
penumbra, a través de interminables pasillos y escaleras hasta llegar al corredor central,
que, como una gigantesca araña, extiende sus poderosos tentáculos hacia todos los
puntos principales del edificio. Allí nos encontramos con «la otras», con esos seres
misteriosos escondidos tras sus velos negros, de los que nada sabíamos a pesar de vivir
cada día bajo el mismo techo. Nosotras no pertenecíamos a ese mundo, ni a sus reglas, ni
a su juego. A veces me despertaba en medio de la noche, y hasta mí llegaban sus
cánticos lejanos, el ruido de pisadas por los pasillos y el tintineo de campanillas dando

143
comienzo a ritos que desconocía, pero que me intrigaban e inquietaban a la vez.
En la capilla todo está oscuro. Sólo el altar, en el centro de una gran bóveda,
permanece iluminado. Me gusta ese contraste de luz y oscuridad que de alguna manera
me hace pensar en el cielo y el infierno. Mi corazón de niña desea ardientemente pasar al
otro lado, allí donde todo brilla, donde están las flores, el perfume del incienso, el
calor… La entrada de las monjas acapara una vez más toda mi atención. Mi imaginación
se desborda durante los breves instantes que dura la procesión. Miro todos y cada uno de
sus gestos, intentando grabarlos en mi mente para poder imitarlos después. El paso lento,
monótono, un cierto orgullo en los ademanes, negras, misteriosas, inalcanzables…
Cuando me quedo sola, ensayo una y otra vez. Sin que nadie me lo diga sé que para
llegar a tal perfección es preciso mucho tiempo y mucho esfuerzo.
El armonium inicia sus primeras notas, tras las cuales las voces frescas y juveniles
de las novicias comienzan poco a poco a llenar el aire. Mis ojos están húmedos y mi
corazón pleno de emoción, de ardor. Las eternas promesas vuelven a mis labios,
promesas de amor, fidelidad, pureza. Mis sentimientos se elevan hasta estallar,
convirtiéndose en mil estrellas, en una extraña mezcla entre el éxtasis y el dolor.
«Madre del santo recuerdo
que nunca podré olvidar.
Virgen, que como un lucero
me alumbras desde ese altar.
Bajo tu mando sagrado
mi madre, aquí me dejó…

(¿Por qué lo haría? ¡Cuánto me pesa su abandono!)

Señora, tú eres mi madre


no me abandones, no (…).»

Ellas también parecen extasiadas, absorbidas totalmente por la solemnidad del


momento. De tanto observarlas me las conozco a todas de memoria. Me sé cada pliegue
de su túnica, cada doblez de sus velos…, ¡cuánta magia se encierra en sus gestos!
¿Llegaré yo alguna vez a ser una de ellas, a formar parte de sus filas para siempre? Este
pensamiento me recorre como un escalofrío. Si ello ocurre, tendré que enfrentarme a lo
otro, a ese mundo oscuro y frío de soledad, de eternos silencios… No, no podré
soportarlo. Siento que la vida está fuera, del otro lado del muro, donde calienta el sol,
donde se oye el ruido de lo que se mueve, de lo que está activo.
Cada día, después del desayuno, el colegio se llena de actividad. La llegada de las
externas, perfectamente peinadas y uniformadas, oliendo a lavanda fresca y a caricias
maternas anuncia el comienzo de las clases. Todo un mundo de tortura se abre ante mí.
La vieja angustia que se renueva con fuerza cada día. ¡No me sé las lecciones! A pesar
de ser ya un hecho cotidiano, no por ello me resulta menos aterrador. ¿Qué me va a
pasar? Entro en la clase, y como un condenado a muerte me coloco en mi pupitre. El

144
silencio es total, pesa como una losa. Mientras la monja recorre su lista con el lápiz, con
una lentitud morbosa, yo tiemblo de horror, y mis labios se precipitan en muda plegaria:
«¡que no me toque a mí, Señor; que no me toque!». Cierro los ojos esperando que rompa
el silencio un nombre que no sea el mío, y que devuelva la respiración a mi cuerpo. Y
así, de una clase a otra, siempre con el mismo miedo, con la misma angustia, hasta que
como un disparo dando en el blanco suena al fin mi nombre golpeándome con fuerza.
Toda la sangre se ha venido a mi cara, que arde dolorosamente. Me pongo en pie y a
pesar del temblor de mis piernas llego hasta el centro de la clase, delante de mi juez
negro: «¡Los Visigodos!». «Los Visigodos…, los visi…», empiezo con voz temblorosa, a
la vez que retuerzo las manos por detrás de la espalda en muecas terribles. «Madre, no
me la sé», lloriqueo, y de vuelta a mi sitio, vencida, noto cómo mi cuerpo, a pesar del
miedo, se va aflojando, pues al menos lo peor ya pasó. Sólo queda esperar el castigo, que
no se hará tardar, pero esa vergüenza, ese humillarse ante todas y reconocer la propia
estupidez, la propia nada, y las lágrimas, esas lágrimas amigas que vienen a acompañar
mi soledad.
Caía la tarde con una luz suave que acariciaba cuanto nos rodeaba. Era el momento
de los pequeños secretos, de las grandes confidencias, de los sueños, de las promesas de
amor. Nos tenían prohibido alejarnos del grupo para encontrarnos en la intimidad de la
pareja, pero hacíamos oídos sordos, y a la mínima ocasión buscábamos nuestra alma
gemela para volcar sobre ella toda la ternura y, a veces, el gran peso de nuestro corazón.
Una vez más la campanilla nos sacaba del ensueño. La hora del estudio había
llegado. Con gran desgana formábamos la fila que nos conduciría hasta el aula. Allí
amontonábamos libros y cuadernos sobre el pupitre en un nuevo intento de memorizar,
de resolver problemas que se escapaban a nuestro entendimiento. ¡Por dónde empezar!
El silencio era tal que se oía el rascar de lápices en los cuadernos, y las hojas que volvían
sobre sí una y otra vez. La monja, en guardia, atenta al menor movimiento, al más ligero
susurro, y dispuesta siempre a saltar sobre su presa. Allá fuera, detrás de las ventanas,
quedaba el eco de nuestras canciones. Veía los árboles meciéndose con el viento, y
surgían esas ansias de salir de allí, de huir, volar, confundirse con las cosas del campo,
mezclarse entre los animales, tumbarse en la hierba y soñar… ¡soñar!
Hacía poderosos esfuerzos por estudiar, repitiendo machaconamente una y otra vez
esas frases sin sentido. Quería escapar a la pesadilla diaria del miedo, pero era inútil. Ya
mis ojos se habían inundado y la soledad me había poseído, hasta que, vencida,
abandonando la lucha, dejaba caer la cabeza entre mis brazos mientras buscaba esa
imagen querida y lejana.
Como un oasis en medio del desierto llegaba el domingo. Era un día doblemente
especial y feliz. Normalmente venía mi madre a verme, pero a veces era yo quien iba a
casa. Cualquiera de las dos opciones me parecía maravillosa. Dábamos grandes paseos
por el campo, mientras yo hablaba y hablaba sin parar. Ella me escuchaba en silencio, o
bien se metía en sus propios pensamientos. A mí me fastidiaba un poco que no

145
participase más en la conversación, y que sus intervenciones siempre fuesen para
defenderlas «a ellas», o para recriminarme por mi habitual melancolía. «Tu no
comprendes», decía yo. Esa frase terrible nos acompañaría después como eterna
cantinela llena de amargos reproches. ¿Te acuerdas mamá de las sardinas arenques que
me comprabas en la tienda del pueblo? Nunca más he vuelto a comerlas, y no sé por qué,
pues recuerdo que me encantaban, o lo que me gustaba era tal vez la operación de
aplastarlas bajo la puerta en medio de grandes risotadas, y llevárnoslas después,
envueltas en aquel papel de estraza marrón, áspero y grasiento. Nos las comíamos en la
calle, sentadas en algún banco, y luego tú sacabas el periódico, con gran enfado por mi
parte. Sentía que me robabas el tiempo, y yo te quería entera. Necesitaba beber hasta
saciarme de tu fuente antes de volver allá y cerrarse tras de mí la puerta que separaba
nuestros mundos, que me privaba de tu presencia. Todavía me estremezco recordando
nuestro último abrazo. Yo me agarraba a ti con tal fuerza, como si quisiera desaparecer
entre tu carne, y sollozando te pedía que me llevases contigo. ¡Pobre madre! ¡Qué duro
debía ser también para ti! Pero cuánto rencor he sentido a causa de ello. Yo era incapaz
de comprender aquella separación que me desgarraba una y otra vez. Desaparecías tras
aquella pesada puerta de hierro cuyo último clic al cerrarse sentía yo a modo de puñalada
que me atravesaba profundamente. Era un dolor de fiera herida, un dolor de cachorro
abandonado, un dolor como jamás he vuelto a sentir. Me imagino ahora lo que tú
pensarías en esos momentos: «Se acostumbrará, tarde o temprano se acostumbrará, y
aquí está muy bien, es un buen colegio donde recibirá una educación sólida para el
mañana»… Madre, jamás pude acostumbrarme, y todo lo que me dieron allí es lo que
hoy intento arrancar de mi piel, y las heridas duelen, y es tan difícil desnudarse de todo
aquello que caló hondo en mí, y que a fuerza de insistir llegó a convertirse en una
segunda piel de la que ahora reniego, pues es vieja y no me sirve, porque no es la mía, y
para encontrar mi verdadera cara tengo primero que destruir la careta, pero mi confusión
es tal, y la obra se llevó a cabo con tanta perfección, que ya no sé donde empieza una y
acaba la otra. Madre, no te culpo. Hoy no te culpo, y te pido perdón por haberlo hecho
tantas y tantas veces, y con aquella crueldad. Pero, ¿qué quieres?, eso también me lo
enseñaron ellas.
Suena la última campana, y cansada y triste ocupo mi solitario puesto en la larga
fila que avanza hasta el dormitorio, ese lugar amargo donde todo acaba y empieza. Hasta
el último minuto me acompaña el terror al castigo. Estamos pasando revista frente a
nuestras camas. Pelo, uñas, orejas, uniforme, zapatos… Te estás jugando mucho en esos
momentos. Si encuentran sucia tu ropa interior, la colgarán de tu pecho como una
medalla que todos han de ver al día siguiente, y que va a servir de escarmiento. En esos
instantes tiemblo; prefiero la muerte y aún no sé exactamente lo que eso significa. ¡Ya ha
pasado todo!, ¡te has salvado esta vez! Respiras al fin profundamente y te metes en la
cama. La monja viene a taparnos y nos da su crucifijo a besar. Preferiría besar la cara de
mi madre, y es por eso que ya, relajada al fin, viene a tu mente, con toda fuerza e
intensidad, tu familia, tu hogar, la ternura de unas manos que te acarician los ojos, la
frente, el pelo. Una cara dulce y sonriente que se acerca a la tuya para besarla, y ahí las

146
lágrimas otra vez, pero éstas diferentes. Es sollozo, el cuerpo se contrae moviendo la
cama, y me encojo hasta formar una bolita que se pierde en el lecho, que trata de
defenderse, de darse calor a sí misma. Alguien, allá en el fondo, se contagia, y entonces
mi llanto se vuelve más libre y también más acompañado. En esos momentos la llamo:
¿dónde estás?, ¿por qué no vienes a buscarme? El silencio, la oscuridad, el sueño, al fin
el sueño que viene a liberarme de esta pesadilla.
Pero no puedo cerrar este capítulo sin hablar de ti, Madre Inés, ¡dulce y querida
Madre Inés! La única merecedora de ese nombre de «Madre» que llevabais todas.
Recuerdo tu cutis blanco lleno de pequeñas pecas, y tu pelo pelirrojo que tanto llamaba
nuestra atención. Tus ojos tan vivos, siempre llenos de lágrimas que salían cuando reías
por cualquier cosa hasta doblarte en dos, o porque algo te emocionaba. Tus brazos,
abiertos para recibirnos, tus manos largas, blancas, también llenas de pecas, con las que
acariciabas las teclas del órgano en la iglesia, y con las que nos acariciabas a nosotras.
¡Cuántas veces te las hemos besado y mojado con nuestras lágrimas! Lo que más me
gustaba de ti era tu risa, que brotaba de pronto como una cascada y parecía no acabarse
jamás. Te lo contábamos todo, y tú recogías nuestros secretos con esa mirada azul, tan
seria y profunda, en la que se veía cómo vivías intensamente cada uno de nuestros
pequeños problemas. Luego venía el bálsamo de tus consejos, de tus palabras de aliento,
de tu apoyo incondicional, y de ese cariño inmenso que se escapaba de tus ojos
humedeciéndolos.
Te fuiste una noche, y desde las ventanas del dormitorio, juntando varias sábanas,
te dijimos nuestro último adiós, seguras de que mirarías hacia allí. El tren pasó silbando
ante nosotros, adentrándose velozmente en la oscuridad y llevándose nuestro mayor
tesoro.
Eras como una flor que había crecido entre los cardos, como una fruta fresca de
primavera. ¿Qué hacías en medio de aquella noche? ¿De qué fuerza misteriosa sacaste
esa luz que te envolvía? Quiero pensar que allá donde estés, Madre Inés, eres feliz.

***

Aparecen en este relato todavía fuertes impulsos de imitación en ese observar y tratar de
imitar los gestos y ademanes de las monjas. Surge también la necesidad de emularlas, de
ser como ellas, y ese desgarro interior de no poder acercarse al modelo que le presentan
sus guías, sus maestras. Su naciente energía vital le dice que no es ahí donde está la vida,
sino «fuera, al otro lado del muro». Inconscientemente, percibe que los modelos están
huecos, que todo es forma sin contenido, apariencias de perfección albergando un
desolador vacío. La ausencia de una autoridad amada la deja sin referencias, sin rumbo.
Lo que recibe es autoritarismo, ese gesto exterior de fuerza que se impone sin calor, sin
respeto a su emergente individualidad. Esto le impide respirar, y que el mundo de su
sentir, que ahora se despierta, pueda entrar en relación con ese otro mundo exterior hostil

147
y amenazante, y toda su atención se vuelca hacia dentro. A partir de ahí, su interés por
conocer y por entrar en contacto con lo externo decae. Sólo le quedan fuerzas para
protegerse «haciéndose bolita» a sí misma.

Aquellas que deberían despertar en ella el interés y el entusiasmo por la vida, sólo
ponen el énfasis en el castigo, y en la repetición mecánica de la información. No hay
amor al saber, no hay alegría al enseñar, y por lo tanto no hay nada que aprender.
Vemos también la necesidad de comunicación con los seres queridos, la necesidad
de ser escuchada, valorada, comprendida, aceptada, amada y fundamentalmente guiada.
Esta ausencia de los padres, de su calor y de su ayuda, hacen que sienta su mundo
partido en dos orillas, entre las que no hay ningún puente que le sirva de relación, de
comunicación. Los brotes de amistad, de vivencia de la unión entre los seres, tildados
como sospechosos, son abortados desde el comienzo.
El camino que las monjas le indican está en el misterio, en lo desconocido, en ese
universo más allá del nuestro al que se llega por las puertas de la muerte. Los padres
reales son sustituidos por dioses, demasiado lejanos para recibir de ellos las caricias que
alimentan tanto como los más exquisitos manjares. De nuevo, un rechazo al mundo real
en pos de otro imaginario y lejano. No es a esto a lo que me refería al hablar de la magia
en la vida del niño. La magia ha de convivir en la historia de cada día; la magia ha de
brotar desde el propio corazón como una muestra del dios interior que todos llevamos
dentro.
Decía al principio que esta historia tuvo un final feliz. Al releerla me pregunto si no
se debió a la magia de la Madre Inés. Seguro que esos ojillos chispeantes de luz y de
alegría tuvieron algo que ver en este asunto.

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


4.1

• Sobre los 6/7 años comienzan a liberarse las fuerzas etéricas o de vitalidad, encargadas hasta
entonces de conformar el cuerpo físico heredado. La expulsión de los dientes de leche muestra el
final de este proceso.
• A partir de este momento sus fuerzas vitales quedan liberadas del trabajo que estaban haciendo en el
cuerpo, y por tanto a disposición para el aprendizaje a través del pensamiento. El niño ya está
maduro para la escuela.
• Si le despertamos antes de tiempo, es decir, si utilizamos sus fuerzas vitales para el desarrollo
intelectual, esto dará como resultado un deterioro en su vitalidad futura.
• Los niños necesitan su tiempo para crecer. No hemos de precipitar los acontecimientos. Dejarles
vivir su infancia es uno de los mejores regalos que podemos hacerles.

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ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Cuál es nuestra opinión personal sobre este tema?


2. ¿Cuál es nuestra experiencia como niños?
3. ¿Cuál es nuestra experiencia con nuestros propios hijos?
4. ¿Consideramos que los niños han de crecer cuanto antes para lanzarse a la carrera de la vida?
5. ¿Cuál podría ser nuestra aportación personal en este tema?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


4.2

• El impulso de imitación da paso ahora al deseo de emular desde su propio interior al adulto. La
figura fundamental para el escolar es pues el maestro, a quien necesita respetar, admirar y amar. Él
será su punto de referencia, su modelo y su guía en el camino de la vida, quien le proporcionará las
enseñanzas sobre el mundo y los límites que necesita y que todavía no puede ponerse a sí mismo,
ya que aún no ha desarrollado su propia capacidad de juicio.
• Necesita una autoridad que brote del conocimiento y del ejemplo.
• Si lo que recibe es rígido autoritarismo, el niño se encoge, se mete hacia dentro, en vez de abrirse a
explorar el mundo. La timidez, el miedo, la desconfianza, la falta de autoestima y la inseguridad
son el resultado de estar bajo la influencia de una persona autoritaria.
• Si por el contrario recibe una educación libertaria, si los adultos encargados de su educación no
ejercen ese papel de orientarle, guiarle y ponerle los límites que necesita, entonces crecerá sin
control, siendo caprichoso, mal educado, irrespetuoso, pero también inseguro, carente de voluntad
e incapaz de discernir en el futuro lo adecuado.
• Los adultos no somos sus colegas. Somos sus guías.
• En esta etapa el niño va a desarrollar su mundo interior, el mundo de su sentir.
• Aún es pronto para los conceptos abstractos. Quiere comprender el mundo a través de imágenes,
parábolas o metáforas henchidas de significado y plasticidad, que impregnen y alimenten todo su
ser.
• Así como en la anterior etapa necesitó sentir que el mundo es bueno, ahora precisa que el mundo, al
que está descubriendo, sea bello.
• Es el momento de despertar su sentido artístico, al que podrá lanzarse con toda su capacidad
creativa, todavía henchida de fantasía.
• Cuando no se le permite pensar en imágenes, su alma se va secando, pues no puede relacionarse a
nivel afectivo con áridos conceptos que aún no puede hacer suyos.
• Se despierta ahora el sentido de lo religioso con mucha fuerza. Es un sentimiento ligado al modelo,
al ideal en devenir, más que a un credo religioso concreto. El contacto con la naturaleza es otra
forma de vivir lo religioso. El escolar puede sentir que él mismo forma parte de esa tierra en la que
vive, y que toda la belleza y exhuberancia que ve fuera son como reflejos de su propio interior.

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• La mejor educación será aquella que no trate de trasmitir al niño teorías sobre las cosas ni darle
procesos ya elaborados, sino que le permita vivir, experimentar y enfrentarse con las experiencias
que la vida le depara, para que pueda acogerlas desde su corazón.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Recordamos nuestras propias vivencias cuando íbamos al colegio de pequeños?


¿Nos sentíamos comprendidos, protegidos, amados, respetados?
2. ¿Sentíamos que el colegio satisfacía nuestras necesidades de comprender el mundo?
3. ¿Tratamos de orientar a nuestros hijos para que reproduzcan nuestra propia historia, nuestra
forma de pensar, de actuar, de vivir?
4. ¿Nuestra actitud con ellos es más bien autoritaria? ¿Caemos a veces en el juego de dominar en
vez de guiar a nuestros hijos o alumnos?
5. ¿Les otorgamos una libertad para la cual no están preparados?
6. ¿Buscamos para ellos el colegio que mejor se adapte a sus necesidades?
7. ¿Les permitimos seguir siendo niños o les empujamos a crecer cuanto antes?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


4.3

• Los padres no hemos de declinar toda la responsabilidad de la educación de los niños en la escuela.
• En esta edad han de vivenciar el sentido rítmico. Todo lo que hacen ahora se quedará grabado en
hábitos registrados en el inconsciente y que permanecen para siempre.
• Los niños absorben por osmosis lo que existe en su medio, ya sea caos o armonía, y reproducen
aquello como si fuese lo normal para todos.
• Es necesario establecer un orden de vida saludable. En la repetición de los quehaceres diarios, el
niño se siente seguro.
• Es conveniente irles dando una paulatina responsabilidad en pequeños quehaceres con los que
contribuir en el grupo familiar.
• No podemos establecer disciplina en la casa sin una buena comunicación. La comunicación es la
única forma de resolver los problemas o de aclarar los malentendidos.
• Los niños tienen que saber en todo momento lo que se espera de ellos, cuáles son las
responsabilidades a su cargo, qué tienen que hacer y cuándo. Las reglas han de estar muy claras.
• Si mentimos en su presencia, luego no podremos exigirles absoluta sinceridad ni reprocharles sus
mentiras.
• No hagamos críticas de otros delante de los niños. Recordemos que somos su más vivo ejemplo.
• Escuchemos atentamente sus problemas sin lanzarnos a emitir juicios sobre el asunto. Dejemos que
ellos mismos encuentren las respuestas.

150
ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Enseñamos a nuestros hijos a ser responsables haciendo que colaboren en pequeñas tareas
domésticas?
2. ¿Les explicamos con claridad lo que tienen que hacer, sin cambiarlo a cada momento según
nuestra conveniencia?
3. ¿Establecemos las reglas que han de respetar con una comunicación clara, sin reproches ni
moralinas?
4. ¿Somos de los que nos lanzamos a establecer juicios sobre los problemas de los niños sin dejarles
a ellos la posibilidad de resolverlos?
5. ¿Somos críticos con nuestro medio ambiente y enseñamos a los niños a serlo?
6. ¿Mentimos con frecuencia en su presencia? ¿Les decimos que no estamos en casa cuando llaman
por teléfono en vez de asumir la responsabilidad por nuestros propios asuntos?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


4.4

• Premiando lo positivo obtenemos positivo.


• Si castigamos los actos negativos obtendremos actos positivos.
• Si premiamos los actos incorrectos obtendremos más actos incorrectos.
• Castigando lo positivo obtenemos negativo.
• Es muy importante valorarles y agradecerles todo lo bueno que hagan.
• El cumplir con pequeñas responsabilidades les ayudará a sentirse valorados y a fortalecer su
voluntad.
• Es mejor evitar las regañinas o las charlitas moralizantes que no sirven para nada, sino simplemente
castigar lo negativo y hacer que reparen el mal que hayan causado.
• Tampoco hemos de culpabilizarles por lo que hacen mal. Este es un método muy destructivo que
sólo sirve para manipularles.
• No se ponga en desacuerdo con su cónyuge, o con otro adulto, delante de los niños. Ellos necesitan
criterios unificados que les sirvan de guía.
• Cuanto antes aprendan a contribuir al bien de toda la familia, y cuanto más pronto aprendan a cuidar
de sí mismos, más confianza y seguridad en sus capacidades irán ganando.
• Ser responsables por la propia vida es el camino hacia la verdadera libertad.
• Conceder a los niños todos sus caprichos es encaminarles a una vida de sufrimiento, descontento y
abulia.

151
ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Somos muy severos con nuestros hijos? ¿Aplicamos castigos excesivamente duros con ellos?
2. ¿Nuestra actitud es fundamentalmente compasiva, dejándoles hacer lo que quieren con tal de no
tener problemas?
3. ¿Premiamos sus conductas negativas e irresponsables?
4. ¿Les permitimos aprender a cuidarse de sí mismos, o lo hacemos todo por ellos?
5. ¿Valoramos y ensalzamos todo lo bueno que hacen?
6. ¿Nos especializamos fundamentalmente en criticar lo que hacen mal?
7. ¿Respetamos a nuestros hijos?
8. ¿Cuando decimos que lo que queremos es lo mejor para ellos, somos sinceros, o es más bien que
eso es lo mejor para nosotros?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


4.5

• A los 9 años se produce una crisis que coincide con el desarrollo de la propia individualidad. El niño
se siente ahora diferente y separado de los demás. Surgen los primeros sentimientos de soledad.
• Comienza a percibir la realidad de manera diferente, sin estar como antes transformada
continuamente por su fantasía.
• La imitación da paso a la observación, la cual surge de su separación con el mundo.
• Comienza a ver a los adultos en su dimensión humana (ya no son los dioses que eran antes). De ahí
nace la rebeldía, la necesidad de afirmarse a sí mismo, el enfrentamiento con la autoridad, ante la
cual se rebela cuando percibe que su autoridad no es verdadera.
• La inocencia infantil da paso a la malicia como forma de lograr lo que desea en un mundo que ha
dejado de comprender y que le hace sentirse desamparado, aislado, no comprendido.
• A raíz del desencanto del mundo de los adultos surge con mucha fuerza la búsqueda de la amistad.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Reaccionamos violentamente cuando el niño empieza a ver nuestros defectos y nos lo hace
saber?
2. ¿Somos capaces de reconocer ante ellos lo que hacemos mal, pedir disculpas y cambiar nuestra
actitud?

152
3. ¿Culpabilizamos al niño que vive esta crisis con frases como: «ya no me quieres como antes»,
«¡lo que has cambiado!» (en el sentido negativo), etc.?
4. ¿Podemos acompañar esta fase del niño con respeto, sin perder en ningún momento la conciencia
de que hemos de seguir poniéndole límites y marcándole el camino a seguir?
5. ¿Cuando surgen sus críticas, le hacemos ver nuestros esfuerzos por cambiar? (esto le ayuda a
comprender que también puede cambiar esas cosas que tampoco le gustan de sí mismo).
6. ¿Respetamos su propio espacio interior?
7. ¿Escuchamos con verdadera reverencia sus problemas, sus dudas, sus primeros sufrimientos y
desengaños?
8. ¿Le apoyamos sincera y cálidamente en su lucha por abrirse camino en un mundo que ahora le
parece hostil?
9. ¿Le decimos que sus problemas son una tontería y que ya verán lo que son problemas cuando sea
mayor como nosotros?
10. ¿Le ayudamos a que pueda percibir lo bello y lo positivo, sembrando alegría y sentido del humor en
su vida?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


4.6

• Surge por primera vez la separación a nivel grupal entre los chicos y las chicas. En este despertar
hacia sí mismos y observar las diferencias, perciben claramente que no son iguales a nivel sexual.
• Empieza el enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino (las chicas cursis, los chicos brutos).
• La actitud de los padres o adultos en el tratamiento de ambos sexos va a determinar mucho las
conductas que los jóvenes expresen en un futuro; conductas machistas o feministas.
• Sobre los 11/12 años comienza la pre-pubertad: «la edad de la razón». Empieza a despertar su
propia capacidad de juicio.
• Las actitudes autoritarias de los adultos encuentran una franca oposición y rebeldía.
• Los educadores podemos ayudarles a orientar esa capacidad de juicio, que ahora se manifiesta, hacia
lo positivo.
• Aceptemos sus críticas haciéndoles participar con preguntas como: ¿qué harías tú en un caso
parecido para resolver ese problema? Esto les ayuda a desarrollar su capacidad de pensar, de
solucionar conflictos y de involucrarse en el mundo, en lugar de permanecer como espectadores
que simplemente critican pero no actúan.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Inculcamos en ellos nociones de separación entre los sexos con cosas como: «los chicos no
lloran, no pueden hacer las cosas que corresponden a las chicas», y viceversa?
2. ¿Aceptamos sus críticas sin perder los estribos, sin invalidar su punto de vista, y sin

153
menosprecios ni culpabilizaciones?
3. ¿Les ayudamos a que entiendan que los adultos no hemos llegado a la perfección, sino que
estamos también en un camino de constante transformación y evolución?
4. ¿Les pedimos ayuda en aquello que critican, preguntándoles por ejemplo qué habrían hecho ellos
en nuestro caso?
5. ¿Cuando critican despiadadamente su medio ambiente, les ayudamos a ver aquellos aspectos
positivos que no hayan tenido en cuenta en su valoración?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


4.7

• En esta época comienzan sus primeras iniciativas hacia un quehacer en el mundo.


• Podemos abortar sus iniciativas de varias maneras: apoyándolas excesivamente, hasta el punto de
tomarlas a nuestro cargo, negándolas («eso es una tontería que no sirve para nada»), o haciendo
que se desvíen hacia lo que a nosotros nos parece más adecuado, más divertido, más interesante, es
decir, tratando que ellos resuelvan nuestras asignaturas pendientes.
• Respetemos sus iniciativas, siendo meros espectadores, sin interferir en sus procesos, a menos que
ellos lo pidan, y reconociendo sus logros.
• Evitemos fomentar la competitividad en ellos.
• No podemos exigirles perfección en todo lo que hacen, ni que ello tenga que ser práctico o útil para
su futuro profesional. Dejemos que gocen las actividades que ellos hayan elegido sin metas
precisas.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Les permitimos equivocarse para que puedan aprender a través de su propia experiencia?
2. ¿Les culpabilizamos cuando esto ocurre, diciéndoles que eso no habría ocurrido si nos hubieran
hecho caso?
3. ¿Tratamos de ahorrarles todas las pruebas a través de las cuales pueden crecer y desarrollar sus
habilidades? ¿Los envolvemos en algodón para que nada pueda afectarles? ¿Hacemos a
nuestros hijos seres débiles e incapaces de salir adelante por sí mismos?
4. ¿Intervenimos o forzamos en la elección de sus hobbies?
5. ¿Buscamos que se profesionalicen en cualquier tema que quieren desarrollar?

154
PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR
4.8

• El temperamento melancólico tiende a sentir la vida como un peso. Se siente víctima de los demás,
y busca permanentemente cariño, atenciones y compasión. Es de tipo introvertido, tímido,
asustadizo, miedoso e inseguro. Puede ser rencoroso y vengativo. Tiende a culpabilizar a los demás
de lo que le pasa.
Es exigente consigo mismo, muy cuidadoso en los trabajos, amante de la perfección. Es capaz de
comprender a los demás, de escuchar, consolar, prestar su ayuda incondicional y ser muy fiel.
• El temperamento colérico es fuerte y vigoroso. La actividad desbordante es su objetivo primordial.
Adora la velocidad; es muy impaciente. Está lleno de ideas y proyectos. Necesita ser el centro de
atención. Le gustan los retos a superar. Necesita mandar, ser el líder; es muy dominante. Estalla en
cólera con facilidad.
Es muy generoso, y cuando controla su cólera se lanza con enorme entusiasmo a ayudar a los
débiles y a promover iniciativas llenas de creatividad.
• El temperamento sanguíneo ve la vida como una diversión. Todo le interesa. Salta de una cosa a
otra, de un interés a otro. No puede concentrarse en nada en particular. Le gusta el movimiento, el
jaleo y el alborozo. Tiene muchas relaciones, muchos amigos. Hace mil cosas a la vez sin
especializarse en ninguna. Puede ser muy superficial y caprichoso.
También es capaz de ayudar, de transmitir calor y entusiasmo a los demás haciéndoles ver lo
positivo de la vida. Es un buen transmisor y comunicador.
• El temperamento flemático es apacible, tranquilo y amable. No suele dar problemas visibles. Es
muy comodón y perezoso. Hace las cosas con mucha lentitud. Está siempre ensimismado, metido
en su propio mundo. Es muy observador. Se deja llevar por los demás. No le gustan los cambios ni
las improvisaciones.
Puede ser muy cálido, afectuoso y fiel hacia los amigos. Tiene una bondad natural y es respetuoso
y muy tolerante. Juzga con mucha objetividad, sin dejarse llevar por sus propias emociones.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Tenemos en cuenta el temperamento de nuestros hijos a la hora de guiarles?


2. ¿Exigimos a todos por igual, o consideramos ante todo sus propias tendencias y capacidades?
3. ¿Les ayudamos a superar los aspectos negativos de su temperamento?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR

155
4.9

• La emoción es el termómetro del alma. Indica cómo nos encontramos en relación al logro de las
metas.
• Las emociones positivas reflejan que la persona tiene energía y vitalidad suficientes como para
llevar a cabo sus propósitos en la vida.
• Las emociones negativas aparecen cuando la persona deja de tomar responsabilidad por sus propias
decisiones y comienza a fracasar en sus metas. Aquí entramos a ser dirigidos por la mente
estímulo-respuesta.
• El problema no es experimentar todas las emociones, pudiendo pasar de una a otra según la ocasión
lo requiera, sino quedarnos atrapados en una emoción en particular como forma de vivir y de
relacionarnos con el mundo.
• La emoción en la que nos estanquemos va a determinar nuestros actos y nuestros pensamientos
sobre la vida; será como nuestro punto de vista, el lugar desde el que contemplemos al mundo.
• La escala emocional nos permite, no sólo conocernos a nosotros mismos, sino también a los demás
y saber qué podemos esperar de ellos.
• Las emociones positivas indican que somos más racionales, más supervivientes y constructivos. En
las emociones negativas somos menos vitales, más irracionales e imprevisibles, y más destructivos
con nosotros mismos y con nuestro medio ambiente.
• Podemos ayudar fácilmente a los niños a subir por la escala siempre que nosotros mismos estemos
actuando desde una emoción positiva, luego de una forma racional.
• No hemos de negar nunca la emoción en la que el niño se encuentra. Aceptemos sus miedos, sus
tristezas sin intentar cambiarlos porque nos hace daño o nos molesta. Dejémos que se expresen y
aceptemos sus emociones sin juicios ni críticas y sin forzarles a solucionarlo.
• Muchas veces los niños caen por la escala para, desde las emociones negativas, atraer la atención
que no han logrado por vías más positivas.
• Nuestro objetivo como padres y educadores es hacer que los jóvenes se hagan responsables de su
vida, y no tomarla nosotros a nuestro cargo o simplemente desinteresarnos de lo que ocurre.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Nos damos cuenta de cómo nos manipulan los niños a través de las emociones?
¿Cuando decimos no a algo y los niños gritan o se enfadan, cedemos por miedo?
¿Reaccionamos a sus llantos, a sus súplicas?
2. ¿Les damos la atención que necesitan y merecen?
3. ¿Tomamos a nuestro cargo sus responsabilidades?
4. ¿Nos despreocupamos de sus problemas o dificultades porque no tenemos tiempo para todo?
5. ¿Tratamos de superar nuestras emociones negativas para poder guiar mejor a nuestros hijos?

156
PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR
4.10

• Las disputas entre hermanos tienen su origen en los celos.


• Los celos provienen fundamentalmente de una evaluación que otros hacen de nosotros, en la que
salimos perdedores, y en la que se nos ponen modelos a copiar.
• Cuando no nos sentimos plenamente aceptados, queridos o valorados, aparecen sentimientos de
dolor y frustración.
• Si se nos presenta un modelo (de otro hermano al que tenemos que copiar), el rechazo va hacia ese
hermano, pues sentimos que nos está robando el amor de nuestros padres.
• Este rechazo por parte de los adultos tiene mucha relación con sus propias metas, con todo aquello
que ellos valoran y que quieren ver reproducido en sus hijos. Muestra de alguna forma que lo que
esperan son fieles reproducciones de sí mismos.
• La tragedia es que cuando el niño o el joven es evaluado negativamente, su reacción es adoptar
actitudes radicalmente contrarias al modelo que se le propone. Esto le aleja de la imagen de sí
mismo (a la que ha de acercarse), convertiéndose en alguien que no tiene nada que ver con su
propia esencia.
• Cargar a los hijos mayores con el papel de «segundos padres» es una fuente de celos y de conflictos
entre ellos.
• Es importante educarles en el respeto a las pertenencias de los demás. Enseñémosles a respetar y a
hacer que los hermanos respeten sus cosas.
• Permitamos a nuestros hijos tener sus propios gustos (en el vestir, en la decoración de su cuarto,
etc.).
• Respetemos su espacio (su habitación), sus diarios, su intimidad.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Promovemos sin darnos cuenta las peleas entre los hermanos?


2. ¿Les inculcamos un modelo a seguir?
3. ¿Evaluamos negativamente a nuestros hijos?
4. ¿Destacamos todo lo bueno que hacen, sus cualidades positivas?
5. ¿Cargamos a los mayores con la responsabilidad de sustituirnos?
6. ¿Nos metemos en las peleas de nuestros hijos, intentando buscar culpables y solucionando el
tema a nuestra manera?
7. ¿Respetamos sus propiedades?
8. ¿Respetamos su espacio, su privacidad?

157
SEGUNDA PARTE

¡DIOS MÍO, LA ADOLESCENCIA!

158
5
LA PÉRDIDA DEL PARAÍSO

La rebeldía es el arma que utiliza el joven para luchar contra todo aquello que, desde el exterior, trata de
adherírsele como si fuera una segunda piel, la cual rechaza.

159
160
5.1. La edad del pavo
Seguro que muchos de nosotros hemos experimentado una especie de terror al
enfrentarnos a esta época de la vida de nuestros jóvenes talentos. Hasta este momento,
las cosas fluían más o menos bien. Había algún que otro sustillo, como brotes de
rebeldía, protestas, enfados, críticas, pero, con un poco de mano izquierda por nuestra
parte, al final las aguas acababan volviendo a su cauce, razón por la cual, los padres y
educadores teníamos la clara sensación de tener la sartén por el mango. Pero de pronto,
casi sin previo aviso, la historia da un giro inesperado, y ahora son ellos quienes nos
manejan a nosotros. Empiezan los portazos, las palabras subidas de tono, las rebeliones a
bordo, y esos niños encantadores se transforman, como por arte de magia, en unos
bárbaros sin sentimientos que pisotean y revolucionan la estabilidad del hogar. Sin
embargo, y aparentemente contra todo pronóstico, podemos encauzar la situación
nuevamente, siempre y cuando sepamos lo que está ocurriendo, y además hayamos
tenido en cuenta las etapas anteriores, incluso aunque dichas etapas no estén concluidas
con sobresaliente.

Ahora bien, si este libro cae en nuestras manos justo cuando nuestros jóvenes
tienen entre 14 y 18 años, tampoco hemos de escondernos en un rincón tratando de
capear el temporal con más miedo e inseguridad que otra cosa. Si tememos a nuestros
hijos, poco podremos hacer por ayudarles. La solución está en ponerse con alegría
manos a la obra, seguros de que siempre, ¡siempre!, podremos recomponer los desastres
que nuestra falta de información sobre una correcta educación hayan generado. Y nada
de culpabilidades. Todos sabemos que hemos hecho lo mejor que sabíamos por nuestros
hijos, y afortunadamente todavía estamos a tiempo de aprender mucho más para
dedicarnos al gran oficio de ser padres y educadores con mayor consciencia y amor, el
amor que siempre produce el conocimiento. Así pues, veamos a quién tenemos delante y
cómo llevar el barco con el mínimo oleaje posible para todos.
Sobre los 12/14 años se produce un nuevo impulso de encarnación por el cual el
joven desciende más profundamente a su cuerpo, pudiendo ya también reproducirlo. A
raíz de esta mayor entrada en su corporalidad, comienzan una serie de grandes cambios
físicos. Los más llamativos son, por un lado, el famoso «estirón» o crecimiento de los
miembros y, por otro, el pleno desarrollo de los órganos sexuales, a partir del cual el
joven va a experimentarse definitivamente como varón o hembra, y con la capacidad de
convertirse en creador de nueva vida. Hay también una maduración de los órganos
digestivos, lo que provoca esa sensación de hambre continua que tanto nos sorprende y
exaspera a los padres, y, por último, especialmente en el caso de los chicos, la
maduración de su fuerza muscular, que van a medir en «amistosas» peleas y

161
confrontaciones con los otros.
El primero en sorprenderse con estos cambios es el propio joven, quien siente ante
ellos una gran atracción, a la vez que inquietud e inseguridad. Su cuerpo se transforma
rápidamente ante sus atónitos ojos sin que él o ella puedan hacer nada para remediarlo.
Y, a menos que la evolución física se corresponda plenamente con la moda reinante,
veremos aparecer los terribles complejos de todo tipo que van a contribuir a las ya
grandes dosis de tribulación y pesar con las que los jóvenes tienen que lidiar en esta
difícil época de la vida.
El problema que puede surgir es que, despierto en su cuerpo, de pronto dirija hacia
éste todo su interés, ya sea a través del erotismo, como de un exceso de cuidados. Los
cambios físicos, tan nuevos, pueden fascinarle y cautivar su atención hasta tal punto que
acabe encerrándose en una especie de narcisismo auto-complaciente. Podemos ayudarle
incentivando y dirigiendo su interés hacia el mundo, abriéndole a la comprensión de que
la tierra entera es también su cuerpo, y no sólo el pequeño habitáculo que ahora alberga
su conciencia.
La vivencia de esta entrada más profunda en su corporalidad podría compararse a la
pérdida del paraíso original con su consecutiva caída. Este encuentro con el mundo
terrenal supone para el joven un destierro, una dolorosa despedida de ese cielo con el
cual se sentía tan unido y tan protegido a lo largo de su infancia. El mundo a su
alrededor se desviste de toda la magia con la que antes le arropaba para aparecer como
realidad fría y desnuda, y ante esa desconocida, el joven caminante empieza a perder sus
alas. La fantasía da paso a la razón, a la lógica. De la unión con todo cuanto le rodeaba
pasa ahora a experimentar intensamente su individualidad, y se siente aislado, solo y
encerrado en sí mismo, dejado de la mano de Dios, del cual puede empezar a
cuestionarse su existencia. El mundo le es desconocido. Lo ve por primera vez fuera de
él, y lo siente extraño, separado de sí. También a sí mismo se percibe diferente, distinto a
los demás. Todo le es ajeno, desconocido. El joven expresará a menudo esta dolorosa
despedida con frases como: «estoy solo, me siento abandonado, no me comprenden, la
vida no tiene sentido», etc.
Nadie mejor que los propios adolescentes (algunos han tenido la generosidad de
abrirnos las páginas de sus diarios), para expresar con sus propias palabras las vivencias
de este período de la vida:

Todo me es ahora desconcertante. Me siento ajena a todo y a todos, y Dios


parece tan lejano… ¿Dónde están los príncipes y las princesas? ¿Dónde los
gloriosos caballeros medievales? ¿Dónde los sueños de grandeza y esplendor?
¿Qué pasó con las flores, los árboles y las estrellas? ¿Qué pasó con los
ruiseñores? No están. Echo de menos el paraíso perdido, perdido para
siempre…

Esta caída es a su vez un despertar. El espíritu o «yo» se experimenta dentro del

162
cuerpo, el cual sufre por vez primera la gravedad de la tierra. El joven tiene la sensación
de haberse cargado con un gran peso. De pronto es como si tuviese que manejar ese
cuerpo desde dentro, y éste le resulta tan pesado que no logra del todo controlarlo. Por
otra parte, el súbito crecimiento de sus miembros hace que a veces no sepa qué hacer con
ellos, cómo manejarlos. Sus andares descuidados, sus movimientos torpes, los hombros
y brazos caídos hacia abajo, la espalda encorvada, ese estar permanentemente cansado,
dejándose caer por los rincones o sujetando las esquinas, nos habla de esta dificultad de
manejo de su cuerpo, que ahora tiene que reconquistar y movilizar desde su propia
voluntad.
Pero, entre todos estos cambios, lo que caracteriza fundamentalmente la pubertad
es la vivencia del propio espacio interior individual. Lo que el joven nota es el
nacimiento de las fuerzas astrales, que hasta ese momento estaban en él como germen, y
que ahora emergen y se manifiestan invadiendo al joven y produciéndole mucha
confusión y desequilibrio. La sustancia que conforma el cuerpo astral está compuesta de
emociones, deseos y sensaciones, con sus dos movimientos: simpatía y antipatía. Es el
mundo de lo subjetivo lo que ahora brota. El joven se convierte en un epicentro. Se
percibe a sí mismo y percibe al mundo exterior fuera de sí, y empieza a establecer una
relación con él desde su único punto de vista, es decir, desde sí mismo. Lo que viene
hacia él desde el exterior le produce todo tipo de emociones que es incapaz de controlar,
tamizar o seleccionar desde su «yo». Por lo tanto, todo le afecta, y en función de sus
reacciones, rechaza el dolor a través de la antipatía, o atrae hacia sí lo que le proporciona
placer con el gesto de simpatía. Y lo mismo en cuanto a sus juicios o valoraciones, que
serán favorables o críticas dependiendo de su experiencia, generalmente basada en la
emoción.
Todo este movimiento se manifiesta en la sensación de desajuste y desorden típicos
de esta época. El joven se siente desgarrado en este vaivén de deseos, emociones, y los
más variados estados de ánimo que alternan entre la euforia y la depresión, y ante los
cuales se encuentra completamente desamparado, pues no tiene todavía una sólida
referencia interna a través de su «yo», que aunque se ha hecho más presente, todavía se
mantiene en germen esperando desplegarse, con lo cual vive en permanente
desequilibrio.
En estos momentos mi corazón es un caos. No sé lo que pienso ni lo que siento.
A veces soy muy feliz, pero otras en cambio me siento desgraciada.

A lo largo de su infancia estaban los padres y los adultos, a los que, como dioses
buenos, imitaba. Después, en la segunda etapa, llegaron los héroes, a quienes podía
admirar y emular. Y a partir de este momento su referencia son los hombres, unos
simples mortales a los que empieza a encontrar miles de defectos. Sin duda una caída
más para añadir a todas las anteriores, pues no es lo mismo dejarse guiar por un dios, o
un gran héroe mitológico, que por un ser humano lleno de debilidades e imperfecciones.

163
Así pues, lo que estaba actuando desde el exterior como su «yo», a través de los
dioses y los héroes, y que de alguna manera hizo suyo, ahora lo ve fuera en los hombres,
y empieza a rechazarlo como algo extraño que no le pertenece, y por ello se queda sin
referencias. Lo de fuera no le vale y lo de dentro no lo tiene todavía. De este modo, la
crisis de la pubertad es una crisis de identidad. El joven comienza a hacerse preguntas
existenciales del tipo: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿qué quiero
hacer?
En estos momentos de gran incertidumbre los jóvenes necesitan tener a su
alrededor adultos que inspiren su respeto y admiración, y a los que puedan acudir en
busca de modelo, apoyo y referencias. Cada uno ha de buscar su héroe que le lleve al
Olimpo (o lugar donde vive su «yo»). En este caso, el adulto es como un hierofante que
le guía en un camino de iniciación que conduce a su propio interior, al despertar de su
esencia espiritual, o como lo llama Wayne W. Dyer: su yo sagrado. Si no lo encuentra, el
héroe será reemplazado por el ídolo como sustituto. De esta forma erigirán un
desmesurado culto a aquellos por los que sientan especial admiración, ya sean artistas,
cantantes de moda o deportistas, alistándose a los clubes de fans, dispuestos a idolatrar a
sus nuevos héroes, que se constituirán en los modelos a los que emular, desplazando así
hacia el exterior lo que habría de conquistarse a nivel interior.
El quid de la crisis estriba en que comienza a desarrollarse por dentro, y a su vez
quiere relacionarse con lo de fuera, pero aún falta el completo despertar de su «yo» como
guía, como moderador y conductor de esos sentimientos subjetivos que le acarrean
problemas cuando tiene que confrontarse con los hechos objetivos. Su tarea de aquí en
adelante será volver a vincularse con el mundo, del que se siente separado, a través de
comprender su individualidad, desarrollarla, y desde esa voluntad interna establecer los
puentes que le lleven a ese reencuentro, a esa relación o respiración con su entorno a
partir de la cual conformará su madurez terrestre.
Alguien me comentaba hace poco su recuerdo de esta crisis. El sentimiento era de
una gran decepción. Al salir de su sueño de la infancia y contemplar el mundo, vio que
éste no se ajustaba con la imagen que ella llevaba dentro. Su sensación de desencanto se
expresaba en la dolorosa vivencia: «me he equivocado de lugar. Este no es el mundo que
yo quiero. Siento que no pertenezco a este sitio, que no tengo nada que ver con esta
gente…». Si miramos hacia atrás, seguro que todos hemos experimentado algo parecido.
Por eso nos separamos de ese mundo que no encaja con nuestros ideales, con nuestros
sueños.
Para que podamos comprender un poco mejor todo este desajuste, imaginemos al
joven como el ocupante de una barca que hasta ahora iba conducida por el viento, las
olas, el capitán, los tripulantes, etc. Ellos actuaban sobre él y dirigían su vida. Él se
sentía unido a todos, como si en verdad formase parte de cada uno de ellos, pensando
como ellos, sintiendo junto a ellos y como ellos. Y, de pronto, se despierta en sí mismo y
se da cuenta de que es diferente, que está aislado. Y montando en su propia barca se

164
lanza al mar de la vida sin saber manejar todavía el timón (puesto que su «yo» o espíritu
no se ha encarnado plenamente en su corporalidad), mientras mil sentimientos diversos
inundan su ser. El oleaje le agita llevándole de un lado para otro. El mar en calma y el
sol saliendo por el horizonte le llena de anhelos, de gozos, de deseos de conquista. La
noche le asusta. La barca le parece difícil de manejar. Es pesada, es dura, y hay que tener
demasiadas cosas en cuenta para no zozobrar. Por eso a veces busca faros u otras barcas
por las que poder guiarse.

5.2. Diferencias entre chicos y chicas


La maduración sexual es el momento en el que, de manera consciente, chicos y chicas
perciben sus diferencias. Junto a la pérdida de la unión con el mundo, aparece esta
separación entre los sexos y, al mismo tiempo, una íntima atracción hacia el otro, un
anhelo de reunificación en la complementación por medio de la pareja. En el ideal del
primer amor se vislumbra ya el objetivo de maduración en la nueva relación que se
establece con el mundo y con los demás. Esta imagen ideal del hombre que el joven
alimenta en su interior es tanto masculina como femenina. Se trata de la vivencia de
Eros, o amor anímico, y aparece en el adolescente como una intuición. Consiste en la
veneración, por parte del joven, del ideal de feminidad, y en la veneración de la virilidad
por parte de la joven. Realmente, estas fuerzas sexuales, recién despiertas, se dirigen más
bien al descubrimiento del otro, al encuentro con el otro. Cada Adán busca a su Eva, y
viceversa. Es la búsqueda hacia fuera de lo que uno no tiene aún desarrollado en su
interior. El amor se vive en forma de ideal, más que en un plano puramente físico. El
peligro, por lo tanto, es que los jóvenes materialicen en lo físico, como actividad sexual,
lo que primero necesita evolucionar como Eros, o amor del alma. Por otro lado, la
actividad sexual exagerada impide o desvía el desarrollo del pensamiento creativo. Estas
fuerzas, destinadas en su fase inicial a la búsqueda de los ideales, al impulso de abrirse al
mundo y unirse desde su propio «yo» con él, se ven impulsadas hacia abajo cuando se
desvían en busca del placer corporal, abandonando lo superior, lo espiritual, el cultivo
del pensamiento libre.
Sigue mirando hacia el mar, y los ojos se te volverán azules. Sigue escuchando
el cantar, y sentirás el poder del amor en tu cuerpo. No pares estando cerca de la
meta, que si no la meta se vuelve a alejar. Sigue andando con firmeza, y los
pasos te llevarán al lugar indicado, ya sea al mar o a la cima, ya hacia arriba o
hacia abajo. Tirad, tensaos, cuerdas benditas, y achicad poco a poco la distancia,
que me he enamorado de un ser infinito, a fin de encontrar un camino más claro.

Hoy en día observamos con tristeza cómo los jóvenes se ven sometidos a modelos
externos que les invitan a abandonar lo que sienten en su interior. Los amores platónicos
han dejado de estar de moda, y el cine, la TV, las revistas y todos los medios de
comunicación, lanzan a los adolescentes a la vivencia demasiado temprana del impulso

165
sexual, que como hemos visto surge en una primera fase como amor espiritual, como
amor del alma, como deseo de unirse a aquellos aspectos de su persona que encuentran
en el otro sexo su complemento. El amor platónico despierta en el joven la admiración,
el asombro, el interés y la devoción por las fuerzas contrarias que ve fuera de sí (ya sean
masculinas o femeninas), y a las que quiere unirse como un ideal. El cultivo del
asombro, de la devoción, etc., es lo que va a llevarle en su vida posterior a una búsqueda
más intensa de sí mismo como ser espiritual, eterno, en cuya esencia divina vive el Amor
universal, la Sabiduría, la Verdad, y en definitiva todo aquello que ahora busca con
anhelo a través de sus ideales. Por todo ello, materializar esas fuerzas en lo físico, en la
pura vivencia del goce del cuerpo, es lo mismo que matarlas. Si el árbol joven se seca
demasiado pronto, no encontrará las fuerzas de crecer y hacer su copa frondosa y
abarcante, donde los pájaros puedan ir a cobijarse y todas las aves encontrar en él sus
frutos.
Sí. Sólo espero al amor para entregarme al fin en sus manos. Pero, ¿es mi amor
lo suficientemente puro y digno?, ¿está formado y listo? No, aún está sin
modelar, y ese es precisamente mi trabajo: perfeccionar el amor que siento
dentro de mí para poder entregarlo.
En las noches silenciosas yo le llamo con voces y gritos angustiados. ¿No
vienes? ¿Qué te detiene? ¡Corre!, ven hacia mí. Yo te estoy aguardando
impaciente. Tengo sed, hambre de ti. Te necesito a ti, sólo a ti. Mi corazón no es
más que un puro deseo de amar.

La edad del pavo irrumpe súbitamente en la vida de nuestros jóvenes. Hasta ayer
jugaban alegre y alborotadamente con sus amigos, rechazando el agua como los gatos,
importándoles muy poco su vestimenta, casi siempre deportiva y un tanto desaseada, y
de pronto, ¡zas!, el cuarto de baño permanentemente ocupado, del que, tras largas y
penosas insistencias por nuestra parte, sale un chico al que no conocemos. Vestido con
toda pulcritud, limpio como una patena, después de pasar una hora bajo la ducha, y con
el pelo pegado al cráneo de tanto peinarlo. Y tiene gracia, ahora empiezan las broncas
por lavarse demasiado. ¡El mundo no deja de tener sus contradicciones! Claro, si el chico
ha sufrido esta súbita y asombrosa transformación, no digamos ya nada de la chica,
quien con las armas de la moda y de la cosmética puede convertirse en alguien
prodigiosamente diferente.
Y comienza el juego entre ambos. Aparecen los primeros amores, la mayoría de
ellos aún en un nivel platónico, pero ya no exentos de coqueteos, de búsqueda de
conquista. Estos intentos de unificación van aderezados de grandes sinsabores. Los
fracasos se viven con enorme intensidad. Los sentimientos que acaban de despertar son
demasiado fuertes y los jóvenes no tienen aún la capacidad de controlarlos. Esto les lleva
a vivir permanentemente entre el cielo y el infierno.
Los impulsos sexuales son muy nuevos y no saben tampoco cómo manejarse en ese
caos de intensas vivencias. El desarrollo sexual, sobre todo en los chicos, puede sentirse
como una gran invasión con la que tienen que lidiar a lo largo de su vida, pues tiene una

166
gran ligazón con su cuerpo físico. En la chica, por el contrario, esta fuerza permanece
más a un nivel de emoción. A menudo se manifiestan también ambivalencias
homosexuales por no haberse ubicado todavía en el propio sexo. Esto hemos de tenerlo
muy en cuenta para no confundirnos ni confundirles a ellos aún más. Es totalmente
normal que en esta primera fase se enamoren de sus amigos o profesores. El amor surge
en primer lugar de alma a alma, en ese reconocerse diferentes y a la vez
complementarios.
Unos y otras son muy diferentes en esta edad. Ellas viven fundamentalmente en el
sentimiento. Son más hábiles y más seguras en su forma de darse hacia fuera, porque su
«yo» está más encarnado, y esto les da mayor libertad a la hora de expresarse en el
mundo, sabiendo manejar mucho mejor que los chicos las situaciones. Ellos, sin
embargo, se repliegan hacia el interior. Al estar menos encarnados, más como por
encima, son más inseguros, tímidos, y menos audaces que las chicas. Especialmente si
de niños se les abrió excesivamente al cultivo del intelecto, reprimirán sus sentimientos
para vivir prioritariamente en la cabeza, en la razón. Abrir antes de tiempo a los niños al
pensamiento lógico, y al juicio, destruye su interior, pudiendo llegar a vaciar o a secar
completamente su mundo del sentir. ¡Que luego no nos sorprendan esos hombres duros,
sin un ápice de imaginación, e incapaces de sentimientos delicados y sutiles!
Es muy importante no herir en los jóvenes estos sentimientos recién descubiertos.
Lo que descansa en el interior es como un capullo dentro del cual hay algo oculto que se
quiere guardar, proteger, pues su individualidad no es lo suficientemente fuerte todavía
como para mantener su criterio, especialmente ante sus propios compañeros. A veces
incluso harán o dirán lo contrario de lo que sienten que todavía no se atreven a expresar
por miedo a ser rechazados por los demás. Tengamos en cuenta que su inseguridad ante
esa naciente individualidad hace que busquen la aprobación desde fuera. Esto les
conducirá a seguir la corriente a los más fuertes, a los líderes del grupo, aunque por
dentro sientan la tristeza o la impotencia de no poder realizar lo que constituye su verdad
interior. ¡Cuántas veces hemos visto, por ejemplo, jóvenes torturando animales por
miedo a atraerse el desprecio de los jefes de la pandilla, cuando en su corazón
lamentaban dolorosamente estos hechos! Sin duda alguna todos en esa época hemos
vivido experiencias similares, haciendo o diciendo cosas con las que no estábamos de
acuerdo.
Cuanto más débiles o inseguros se sientan, tanto más adoptarán toda clase de poses,
de intentos de lucirse, de insolencias y bravuconadas, con las que tratarán de defenderse
y de llamar la atención. Como adultos, no hemos de hacer demasiado caso a estos
hechos; antes bien comprender lo que esconden. Si reaccionamos a ello reforzaremos sus
posturas arrogantes, en las cuales van a perseverar, pues habrán comprendido que han
surtido efecto en nosotros, consiguiendo su objetivo provocador. Otras veces, sus
opiniones serán irrevocables, especialmente ante nosotros, los adultos. Es su manera de
anclarse a su nuevo punto de vista, que quieren mantener, como su dato estable, contra

167
viento y marea, y que además les sirve para reforzar su postura de rechazo ante lo que
sienten como ajeno. Su necesidad de autoafirmación es tan grande que a veces muestran
una actitud amenazante hacia los demás. Esto puede degenerar en el sentido de crearles
una dependencia de semejante tipo de relación con su entorno, en la que
infatigablemente permanezcan midiendo sus fuerzas.
Entre lo masculino y femenino han de ayudarse mutuamente. Ellas necesitan
aprender a interiorizarse para que sus fuerzas femeninas no se dispersen, y puedan llegar
a la esencia de las cosas, así como a usar su capacidad de lógica y razonamiento para no
ahogarse en el mundo de los sentimientos. Los chicos, a su vez, precisan la ayuda de sus
apasionadas compañeras y adultos de su entorno para poder dar salida a sus sentimientos
a través del arte y del entusiasmo por sus propios ideales.
Tanto unos como otras, en lo que siempre estarán de acuerdo es en el goce intenso
de experimentar lúdicamente lo prohibido y lo no adecuado, que es lo que sin la menor
duda más les estimula. Por eso, las prohibiciones por nuestra parte no son aconsejables.
Necesitaremos desarrollar un arte especial para lograr dirigir su atención en la dirección
correcta, y sólo lograremos desviarles de aquello que consideremos negativo a través del
diálogo, aportándoles datos precisos, información y razones que les resulten
convincentes. Preparémonos para las interminables discusiones, que adoran, y la
tenacidad en su intento por convencernos de que lo que ellos creen es lo mejor. Y si todo
falla, si las negociaciones no han llegado a buen puerto porque nuestros razonamientos
no han resultado suficientemente lógicos para ellos, tendremos que saber hacer valer
nuestro «no» ignorando las protestas, es decir, manteniendo un estado de firmeza serena.
Más adelante veremos que si caemos a su nivel adolescente, la batalla estará perdida para
nosotros.

5.3. Las diferencias entre los sexos a nivel físico y


anímico
Desde el punto de vista biológico, toda persona humana es ante todo de «doble
sexualidad». Junto a los 22 pares de cromosomas, posee otros dos que son los que
determinan el sexo. Durante los primeros meses de la vida del feto, el cuerpo prepara los
rudimentos para los dos sexos, lo cual quiere decir que en cada uno existe la
potencialidad de poder desarrollar órganos masculinos o femeninos. A partir del tercer
mes es cuando el cuerpo deja de ser bisexual y se define hacia un sexo en particular,
quedando el otro retraído en el interior del cuerpo. Tanto en el varón como en la mujer
quedan todavía restos del otro sexo. Las glándulas mamarias, por ejemplo, están situadas
en ambos de igual modo, sólo que en la mujer están plenamente desarrolladas.

168
Es importante comprender que uno no es masculino o femenino, sino que se
presenta de una u otra manera en su encarnación en el mundo físico. El problema, por lo
tanto, radica en identificarse excesivamente con el propio cuerpo, lo cual nos coloca en
un punto de vista materialista sobre nosotros mismos al hacernos olvidar nuestra esencia
espiritual.
La mujer madura más rápidamente que el hombre. La forma de su cuerpo denota
también las cualidades del alma femenina. Es más redonda, más cósmica y espiritual,
porque no está tan profundamente ligada a la tierra. Tiene una gran relación con el
cosmos; esto se ve muy particularmente en el proceso de la menstruación-ovulación, que
sigue el ritmo de la Luna. Gracias a ello, tiene la facultad de acercarse con mayor
facilidad que el hombre a lo espiritual. Sus órganos reproductores los lleva dentro de sí,
por lo que tiene menos consciencia de su sexualidad, y en principio menor necesidad que
el varón. Para ella lo más importante es lo anímico; el mundo de los sentimientos.
El hombre tiene el cuerpo anguloso. Tanto sus huesos como su cerebro son más
pesados que los de la mujer. Al ser más terrestre, le cuesta entrar en contacto con lo
espiritual, pues sus intereses van fundamentalmente dirigidos hacia la supervivencia en
el universo material. Desarrolla un pensamiento de tipo racional, enfocado hacia la
lucha, la defensa y la acción. Él está más volcado a la sexualidad por portar sus órganos
sexuales hacia el exterior, y lo que se encuentra fuera atrae la conciencia de su portador.
Cuerpo físico masculino Cuerpo físico femenino
Mayor peso corporal Cuerpo más ligero
Gran musculatura Menor musculatura
Esqueleto más pesado Esqueleto menos pesado
Formas angulosas Formas redondas
(la esfera está más abierta al cosmos)
El tórax es lo que más destaca Lo que más destaca: pelvis y caderas
Cantidad de vello Menor cantidad de vello
Voz grave, baja (voz como imagen del Voz alta
proceso de encarnación)
Órganos sexuales externos, hacia la Órganos sexuales recogidos en
tierra.
Gran producción sexual (millones de el Interior. Óvulo económico (sólo un
espermatozoides que expele fuera de sí) óvulo al mes)
Los espermatozoides tienen una cabeza El óvulo es redondo. No tiene
y una larga cola. Su movimiento es movimiento propio
intenso
y expansivo Es receptivo y selectivo
El óvulo es quien selecciona al
espermatozoide

169
Acoge lo que viene de fuera
Hierro. Elemento penetrante Cobre. Elemento receptivo
Más terrestre Más cósmica

En la fecundación, las fuerzas vienen de dos lados diferentes (óvulo y


espermatozoide), y en el encuentro aparece un tercer elemento nuevo y más completo
que los otros dos. La fecundación es una imagen arquetípica de lo que es la relación.
Cuando no se produce la unión, ésta está condenada a morir, al igual que lo es
previamente en el nivel físico cuando óvulo y espermatozoide no se encuentran.
Pero no sólo en el plano físico las fuerzas masculinas y femeninas tienen rasgos
muy diversos entre sí. Desde el punto de vista interior estas diferencias están también
muy marcadas.
En el hombre vemos la fuerza, el coraje, el impulso en la acción, la lucha en el
exterior en pro de la supervivencia. En la mujer, el amor, la belleza, el calor, la
receptividad, la armonía. El varón tiene un pensamiento más constante, más cerrado en sí
mismo, lo cual le permite investigar y profundizar en algo de modo abstracto y lógico.
No es fácil distraerle una vez que está realizando un trabajo o absorto en sus
pensamientos. Ahora bien, el peligro es que se ancle demasiado en sus ideas,
permaneciendo siempre dentro de lo que le resulta conocido, evitándose sorpresas y
sobresaltos. Esta actitud conservadora puede empobrecerle interiormente, al impedirle
que su pensamiento se flexibilice y se abra a lo nuevo. Por otro lado, su conducta nos
inspira confianza, ya que sus reacciones son de antemano previsibles. Su mundo interior
es por lo tanto más constante y estable.
La mujer es todo lo contrario. Su pensamiento va dirigido hacia el exterior, y le es
muy fácil aceptar lo nuevo, lo desconocido. Es menos gris, objetiva y lógica que el
hombre. Piensa de forma muy imaginativa, llena de fantasía y colorido. Su peligro sin
embargo es la inconstancia, la subjetividad, pues en su interior es propensa al caos. Salta
de una idea a otra con una facilidad impresionante, perdiendo a menudo el hilo de su
discurso. Tiene los sentimientos a flor de piel, por lo que a veces se ahoga en un mar de
incontroladas emociones. Está muy abierta a lo que viene de fuera, y posee una mayor
percepción de su entorno, captando de manera intuitiva lo que vive en el otro.
Características masculinas Características femeninas
Coraje. Fuerza Amor. Calor. Belleza. Armonía
Iniciativa. Acción Receptividad
Espíritu de lucha, competición Capacidad de escucha
Constancia Inconstancia. Superficialidad
Estabilidad Inestabilidad
Concentración Expansión. Ligereza
Encerrado en sí Extroversión

170
No exterioriza sus sentimientos Exterioriza sus sentimientos
Rigidez. Inflexibilidad Flexible. Adaptabilidad. Móvil
Dirección desde dentro Dirección más desde el exterior
Lógica. Objetividad. Realismo Fantasía. Intuición
Escasa percepción del interior del Gran percepción del mundo
otro interior del otro

Como vemos, ambos aspectos se complementan. Sin embargo, lo esencial es hacer


crecer cada uno en sí mismo tanto las características femeninas como las masculinas.
Así, la mujer ha de desarrollar la capacidad de organización y planificación que necesita
para su trabajo o para los estudios, objetivar sus sentimientos con el fin de que no la
invadan a ella ni inunden tampoco su ambiente, un pensamiento claro, dirigido,
concentrado, manteniendo un hilo conductor, y la fuerza de discernir lo que es real de lo
que es ficticio o fantasía. El hombre, por su parte, precisa trabajar para cultivar dentro de
sí el calor del sentimiento, la capacidad de comunicarse, de exteriorizar lo que siente,
tanto lo que le agrada como lo que le desagrada, la creatividad a nivel de pensamiento y
de actuación, la flexibilidad, la aptitud de escucha, la sensibilidad, y la búsqueda
espiritual, que no es en absoluto patrimonio del impulso femenino.
Un trabajo en esta línea nos convertirá en individuos independientes, libres,
encontrando satisfacción y plenitud en nuestra relación con nosotros mismos y con los
que nos rodean. El tema no es que el otro te preste o supla lo que tú no tienes, sino la
ayuda mutua para lograr esa autonomía que nos hace crecer como seres.
No obstante, estamos hablando de la adolescencia, y es evidente que ellos no están
aún preparados para establecer relaciones de tanta madurez. Sin embargo, es interesante
que los jóvenes sepan de estos temas, pues podrán serles de gran ayuda en su evolución
hacia la pareja, además de formar parte del bagaje de sus ideales. E indudablemente, el
hecho de saber que las diferencias entre chicos y chicas son objetivas, eliminará gran
parte de las peleas y frustraciones entre ellos. No podemos negar que existe una batalla,
al menos desde que yo recuerde, entre ambos sexos. No acabamos de comprender las
diferencias, y nos pasamos la vida peleando para que el otro sea, piense o sienta como lo
hacemos nosotros, y viceversa. Pero las diferencias existen, y si aceptamos una realidad
a todas luces inamovible por el momento, la mitad de la tensión desaparecerá. Si además
tratamos de equilibrar dentro de nosotros ambas fuerzas, dejándonos ayudar unos a otros,
comprendiendo nuestras peculiaridades, aceptando y respetando lo que vive en cada uno,
imagino que la vida será mucho más sencilla ya desde el inicio de las relaciones, incluso
a nivel de amistad entre los sexos.

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR

171
5.1

• Sobre los 12/14 años se produce un nuevo impulso de encarnación. El joven desciende más
profundamente a su cuerpo, pudiendo ya también reproducirlo.
• Se producen grandes cambios físicos, y debido a ellos, aparecen toda clase de complejos e
inseguridades.
• Uno de los problemas que pueden surgir es que centre demasiado su atención en el cuerpo, ya sea a
través del erotismo, como de un exceso de cuidados (narcisismo).
• Este encuentro con el mundo terrenal supone para el joven un destierro, una dolorosa despedida de
ese cielo con el cual se sentía tan unido y tan protegido a lo largo de su infancia (pérdida del
paraíso original).
• La fantasía da paso a la razón, a la lógica. El mundo exterior se desviste de toda la magia para
aparecer ante él como realidad fría y desnuda. Lo ve por primera vez fuera de él, y lo siente
extraño, separado de sí. Siente además una profunda decepción ante un mundo que no encaja con
sus ideales, con sus sueños.
• La crisis de la pubertad es una crisis de identidad. El joven experimenta intensamente su
individualidad, y se percibe diferente, distinto a los demás, solo y encerrado en sí mismo, dejado de
la mano de Dios, del cual puede empezar a cuestionarse su existencia. Surgen preguntas
existenciales del tipo: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, etc.
• Brotan las emociones, los deseos y las sensaciones con sus dos movimientos: simpatía y antipatía.
Es el mundo de lo subjetivo lo que ahora aparece. Todo lo que viene hacia él desde el exterior le
afecta, produciéndole un vaivén de emociones y deseos que se alternan entre la depresión y la
euforia, y que es incapaz de controlar, tamizar o seleccionar desde su «yo».
• Lo que estaba actuando desde el exterior como su «yo», a través de los dioses y los héroes, ahora lo
ve fuera en los hombres, y empieza a rechazarlo como algo extraño que no le pertenece, y por ello
se queda sin referencias. Lo de fuera no le vale, y lo de dentro no lo tiene todavía.
• En estos momentos de incertidumbre, el joven necesita tener a su alrededor adultos que inspiren su
respeto y admiración, y a los que pueda acudir en busca de modelo, apoyo y referencias.
• Los adultos han de ayudarle en el camino hacia sí mismo, hacia el encuentro con su «yo» sagrado.
Si no encuentra a su héroe, éste será reemplazado por los ídolos como sustitutos.
• Su tarea de aquí en adelante será volver a vincularse con el mundo, del que se siente separado, a
través de comprender su individualidad, desarrollarla, y desde esa voluntad interna establecer los
puentes que le lleven a ese reencuentro, a esa relación o respiración con su entorno a partir de la
cual conformará su madurez terrestre.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Somos conscientes de la importancia que para los jóvenes tiene su vivencia de los cambios
corporales que experimentan, y sabemos comprenderles y ayudarles con tacto y delicadeza?
2. ¿Nos burlamos de sus cambios? ¿Les criticamos por estar tan pendientes de su cuerpo y sus
cuidados?
3. ¿Les ayudamos a comprender que no sólo son un cuerpo, aminorando sus complejos, reforzando
nuestra confianza en sus capacidades y valorando lo que son por dentro?
4. ¿Ponemos nosotros también demasiada atención a los asuntos de su cuerpo (cómo se visten, si

172
tienen o no granos, cómo llevan el pelo, etc.)?
5. ¿Aceptamos sus críticas sin alterarnos? ¿Les ayudamos a que comprendan que nunca es tarde
para aprender, para cambiar, para mejorar, y que nosotros estamos junto a ellos en ese camino
de evolución?
6. ¿Somos buenos modelos para ellos? ¿Actuamos desde nuestro yo profundo, o hemos basado
nuestra vida en el mundo de las apariencias, de las mentiras, o las conveniencias sociales?
7. ¿Nuestra escala de valores sigue siendo una base sólida en la que ellos puedan apoyarse?
8. ¿Somos capaces de guiarles hacia dentro, hacia el encuentro con su «yo» sagrado?
9. ¿Les educamos en el respeto, la racionalidad, el amor, la verdad y la libertad?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


5.2

• La maduración sexual es el momento en el que, de manera consciente, chicos y chicas perciben sus
diferencias. Aparece la separación entre los sexos y, al mismo tiempo, una íntima atracción hacia el
otro, un anhelo de reunificación en la complementación por medio de la pareja. Es la búsqueda
hacia fuera de lo que uno no tiene aún desarrollado en su interior.
• El amor se vive en forma de ideal (amor platónico), más que en un plano puramente físico. Surge en
primer lugar de alma a alma, despertándose la admiración, el interés y la devoción por las fuerzas
contrarias que ve fuera de sí, (ya sean masculinas o femeninas), y a las que quiere unirse como
ideal, por lo que es normal que se manifiesten ambivalencias homosexuales por no haberse ubicado
todavía en el propio sexo.
• Entre los chicos y las chicas hay diferencias esenciales, especialmente en esta edad. Ellas viven más
en el sentimiento. Ellos en la razón, la lógica.
• Es muy importante no herir en los jóvenes estos sentimientos recién descubiertos. Lo que vive
dentro es muy delicado y necesita protección y respeto.
• Su «yo» no está aún suficientemente desarrollado como para mantener su propio criterio,
especialmente ante sus compañeros, por eso serán tan fáciles de manejar. Buscan la aprobación
desde fuera. Esto les llevará a seguir la corriente a los más fuertes, a los líderes del grupo, por lo
que a menudo, harán o dirán lo contrario de lo que piensan o sienten por miedo a ser rechazados
por los demás.
• Las bravuconadas, las insolencias y toda clase de poses, muestran su debilidad e inseguridad
interior. Con ellas tratan de autoafirmarse, defenderse, y llamar la atención. Si reaccionamos a ello
reforzaremos sus posturas arrogantes, pues habrán comprendido que han surtido efecto en nosotros,
consiguiendo su objetivo provocador.
• Sus opiniones son irrevocables, especialmente ante los adultos. Es su forma de agarrarse a su nuevo
punto de vista que además le sirve para reforzar su postura de rechazo ante lo que siente como
ajeno.
• Las prohibiciones, por parte del adulto, no son aconsejables, ya que son lo que más les estimula.
• La herramienta más valiosa, en esta época de la vida, es la comunicación. Sólo a través de ella
podremos relacionarnos y suavizar a «las fieras».

173
ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Ayudamos a disolver las batallas entre sexos, sin darles demasiada importancia, o apoyamos las
diferencias con frases como: «sí hijo, sí, es que las niñas son unas cursis», o «no juegues con
ellos, que son unos brutos»?
2. ¿Gastamos bromas a su costa, nos burlamos, les abrimos a situaciones que nada tienen que ver
con lo que ellos sienten, como «¿ya tienes novio en el cole?», etc.?
3. ¿Somos delicados en el tratamiento del amor, de la sexualidad, o hacemos comentarios y bromas
groseras delante de ellos?
4. ¿Les tachamos de estúpidos cuando se dejan llevar por las opiniones del jefe de la pandilla?
5. Cuando muestran opiniones irrevocables, contrarias a las nuestras, ¿nos ponemos a batallar con
opiniones tan irrevocables como la suyas?
6. ¿Reaccionamos violentamente ante sus insolencias? ¿Intentamos ganar las batallas
convirtiéndonos también nosotros en adolescentes, en vez de en adultos, que es lo que ellos
esperan de nosotros?
7. ¿Comunicamos con ellos a diario, interesándonos por su vida, escuchando sus problemas (sin
intervenir demasiado y sin críticas), participando en sus logros o en sus proyectos, o dejamos
que sea la TV quien llene nuestros vacíos?
8. ¿Les tenemos miedo? ¿A quién?: ¿a ellos o a su mente estímulo-respuesta? ¿Nos atrevemos a
seguir poniendo freno a su mente estímulo-respuesta, o ésta nos vence una y otra vez?
9. ¿Les mostramos respeto y admiración a ellos?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


5.3

• A nivel biológico toda persona nace con doble sexualidad. El feto prepara los rudimentos para los
dos sexos. A partir del tercer mes es cuando se define hacia un sexo en particular, quedando el otro
retraído en el interior del cuerpo.
• Uno no es masculino o femenino, sino que se presenta de una u otra manera en su encarnación en el
mundo físico. Identificarse excesivamente con el propio cuerpo nos coloca en un punto de vista
materialista sobre nosotros mismos, pues olvidamos nuestra esencia espiritual.
• El cuerpo de la mujer denota las cualidades del alma femenina. Es más redonda, más cósmica y
espiritual, porque no está tan profundamente ligada a la tierra.
• La mujer lleva dentro de sí los órganos reproductores, por lo que tiene menos consciencia de su
sexualidad, y en principio menor necesidad que el varón. Para ella lo más importante es el mundo
interior, el mundo del sentir.
• El cuerpo del varón es más anguloso, más pesado y terrestre. Para él, lo fundamental es su
supervivencia en el universo material. Está más centrado en el pensamiento racional, enfocado
hacia la lucha, la defensa y la acción.
• El varón está más volcado hacia la sexualidad por portar sus órganos reproductores hacia el exterior,
y lo que se encuentra fuera atrae la conciencia de su portador.

174
• El varón tiene un pensamiento más constante, más cerrado en sí mismo, más conservador, pero
también más rígido e inflexible. Al no estar tan influenciado por sus sentimientos, es también más
objetivo.
• El pensamiento de la mujer es muy imaginativo, y va dirigido hacia el exterior, por lo que le es muy
fácil aceptar lo nuevo, lo desconocido. Su peligro es la subjetividad, la dispersión.
• Lo esencial es desarrollar cada uno dentro de sí, tanto las características masculinas como las
femeninas (los varones, el mundo interior del sentimiento, la flexibilidad del pensamiento; y las
mujeres, la capacidad de lógica, de objetividad, el control de sus emociones, etc.). Esto nos
convierte en individuos independientes, libres, capaces de gozar la relación con nosotros mismos y
con los que nos rodean.
• Los jovenes han de conocer las diferencias objetivas entre ellos. Esto puede evitar gran parte de sus
peleas y frustraciones, y les guiará también de una forma más sana hacia la pareja. Es importante
que acepten y respeten lo que vive en cada uno, dejándose ayudar unos a otros.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Aceptamos nosotros como adultos las diferencias entre los sexos, o seguimos peleando para
hacer del otro una copia nuestra?
2. ¿Ayudamos a nuestros hijos a que respeten al sexo opuesto?
3. ¿Ayudamos a los chicos a que expresen sus sentimientos, o los abortamos con aquello de que el
hombre tiene que ser duro y aguantarlo todo?
4. ¿Les ayudamos a flexibilizar su pensamiento, o les inculcamos un montón de ideas fijas para
añadir a su colección?
5. ¿Ayudamos a las chicas a controlar el inmenso caudal de su mundo interior? ¿Ponemos freno,
delicadamente, a sus momentos de histeria, de exageración o de dramatismo?
6. ¿Les ayudamos a que aprendan a planificar, organizar, estructurar y objetivar su vida?

175
6
BUSCANDO LA PROPIA IDENTIDAD

Estírate bien alto, pues las estrellas se esconden en tu alma.

Pamela Vaull Starr

176
177
6.1. El gran oleaje interior (de los 16 a los 18 años)
Cuando los cambios corporales han sido asumidos, comienza una nueva etapa de
carácter más místico, más espiritual. Una vez descubierto el mundo material, perceptible
a través de los sentidos, aparece el deseo de unirse a lo espiritual, ya sea a través de la
entrada en una religión determinada, o de cualquier otro tipo de búsqueda (yoga,
meditación, etc.).

Este impulso es tan fuerte en ellos que incluso aunque no tengan modelos
familiares o sociales que emular, es decir, si sus padres no creen tan siquiera en algo más
allá de lo puramente material, esa búsqueda irá hacia el propio interior, hacia el
encuentro con su ser eterno. Esto se reflejará en la composición poética o teatral, muy
común en esta etapa de la vida. El diario, como amigo íntimo, que acoge sus soledades,
sus secretos, sus preguntas y sus vivencias, puede entrar también en escena, sirviéndoles
como válvula de escape.

Estoy inquieta. Tengo enormes deseos de superación, de perfeccionarme cada


vez más, de amar a Dios con todas mis ansias. Yo me esfuerzo, me esfuerzo
bastante, pero aún me falta mucho para llegar. Las ideas se agolpan en mi
mente, creándome un confuso laberinto del que me es difícil salir.

La adolescencia es el período de las grandes tensiones y polaridades: hombre-


mujer, verdad-mentira, justicia-injusticia, placer-sufrimiento, cielo-infierno, vida-muerte,
razón-pasión, tendencia al retraimiento, a la introversión en ese nuevo espacio interno
que acaba de descubrirse, y ansias compulsivas de unirse con el mundo, de salir al
exterior para saborear toda suerte de experiencias. La sensibilidad siempre a flor de piel
reclamando cariño, comprensión y unión, conviviendo con gestos de brusca violencia y
rechazo a los demás, con los que rivalizan en permanente competición cargada de
protestas.
¿Cuál es el misterio de la vida? ¿Cuál es la tentación de la muerte? Medidas,
encerronas, cuerpos (…). Hoy los cielos criban mi alma y el espíritu vuela hacia
el sol. Hoy la vida me muestra el dolor y el corazón estalla en silencio.
Suspiros, lágrimas. Vida y muerte bajo un mismo techo. Qué sacrificio tan puro,
qué sacrificio tan necio. El mañana nos espera, y el hoy es un infierno. Un
infierno de sangre y un infierno de cielo. Mas en ese regazo tan puro como es el
del beso, las lágrimas se han secado y vuela libre un palomo hacia el cielo.
¡Quién podría atraparlo y darle la mano luego! ¡Quién pudiera besarlo y sentir
en el fondo el silencio! Un silencio tan puro como la gota que cae entre los
dedos. Todo es misterio.

Los límites se amplían en la necesidad de expanderse en su ambiente, y de


renovarlo desde dentro hacia fuera. Comienza a cuestionarse y a criticarse todo: la

178
familia, la sociedad, la política, la religión, las estructuras e instituciones sociales, etc.
Hay una necesidad apasionada por descubrir el sentido de la existencia y afán de
explorar, de experimentar el mundo.
Esta recién nacida autoconciencia individual se expresa fundamentalmente a través
de la crítica, siendo su palabra favorita, con la que constantemente trata de
autoafirmarse, el rotundo ¡NO! a todo lo que venga de fuera. Así pues, no a lo
establecido, no a lo convencional, no a lo que digan sus mayores, no y no a cuanto sienta
como un corsé que intenta aprisionarle.
En un artículo titulado «Educar conociendo al hombre», R. H. Stocker dice:
La capacidad de procreación se despierta conjuntamente con la de pro-
destrucción. Destrucción no implica siempre algo negativo. Destruimos lo que
comemos, lo que analizamos, lo que reducimos a partes, etc. Los experimentos
científicos se basan en gran parte en la utilización de la destrucción como
instrumento de descubrimiento. Detrás de las manifestaciones de crueldad y
violencia existe muchas veces un ciego impulso a experimentar con seres y
cosas.

Hoy en día asistimos a una oleada de violencia que aparece tanto en la infancia
como en la juventud. Muchos sin duda son los factores que están produciendo estos
hechos. En los niños, hay una imitación de lo que ven reflejado a través del cine y la TV,
y todos sabemos la magnitud de violencia que muestran estos medios de comunicación.
Por otro lado, yo quisiera destacar, otros elementos, desde mi punto de vista
fundamentales, como son el aislamiento, la soledad y la falta de criterios morales con los
que muchos jóvenes de hoy en día tienen que enfrentarse. El mundo de los adultos, al
que se quieren incorporar, parece que les niega su entrada.

El mundo es cruel. Vive, ríe, sueña…, y no nos comprende porque está vacío;
no tiene amor.

Todo son dificultades: la desaforada exigencia a nivel de estudios que les crea un
estrés desconocido por sus antepasados, la feroz competitividad en todos los ámbitos de
la existencia, la falta de valores espirituales, el paro, los contratos basura, la dificultad de
acceder al consumo en un entorno que les dice que sólo consumiendo podrán alcanzar la
felicidad y la admiración de los demás, la injusticia social, las guerras, el odio racial, etc.
Los propios adultos han dejado de ser un modelo convincente para ellos, inmersos como
están en su propio caos o vacío interior.
Mi alma duerme. Mi corazón sueña. Canciones de amor y odio vagan por mi
mente deseando existir, luchando por ser algún día. Mi mente está vacía.
Demasiada presión, demasiados exámenes estudiados, demasiadas peleas en
vano, demasiadas fuerzas desperdiciadas en lo cotidiano.

Afortunadamente, muchos jóvenes no sólo consiguen superar tantas


contradicciones y dificultades, sino que aprovechando sus nuevas y juveniles fuerzas, se

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lanzan a cambiar tanto descalabro. No en vano estamos asistiendo a la aparición de
numerosas ONG surgidas por iniciativas de jóvenes que donan su tiempo y energía para
colaborar a la creación de un mundo mejor. Sin embargo, estas fuerzas de iniciativa, de
cambio y transformación inherentes a la juventud, pueden transformarse en impulsos de
destrucción cuando su medio exterior les coarta impidiéndoles manifestarse. Los actos
de violencia equivalen en estos casos a una forma de decirnos: «¡Estamos aquí,
queremos que nos tengáis en cuenta, que nos acojáis y nos aportéis el alimento que
necesitamos para llevar con dignidad nuestras vidas!».
Nuestra ayuda, y especialmente nuestro ejemplo, son en estos momentos de una
importancia extraordinaria, puesto que lo que el joven vivencia ahora, en su forma más
pura e intensa, es una imagen ideal del ser humano que se va a convertir en su impulso
vital hacia su propia evolución como ser en devenir.
El adolescente buscará este ideal en sí mismo y, en esta necesidad de realizar esa
imagen dentro de sí, comenzará el proceso de autoeducación. También la buscará en los
demás: padres, adultos, políticos, etc. Cuando no la encuentre, surgirá su crítica
despiadada en relación a todos. Su forma de comunicarse con su medio ambiente va a ser
a través de la crítica, en ese afán de renovarlo todo que no implica otra cosa más que su
imperiosa necesidad por ser el creador de su mundo. Si esta crítica se prolonga en exceso
a lo largo de la vida, esto indica que la etapa adolescente no ha sido completada (lo cual
es más corriente de lo que parece a simple vista. Hay muchos «adolescentes» que se
pasean por el mundo, incluso con bastón y dentadura postiza). Dichas personas no han
logrado madurar a través de la autoeducación, y se han quedado aisladas, encerradas en
sí mismas, por lo que necesitarán trabajar intensamente para recuperar la correcta
comunicación con los demás.
En su camino hacia alcanzar esta meta, va a tener que enfrentarse a una polaridad
llena de tensiones. Por un lado el ideal, al que ansía llegar con todo su ser, y por otro sus
nacientes impulsos terrestres en forma de instintos surgiendo de su reciente madurez
sexual. Con la entrada en el mundo de los sentidos, el joven empieza a sufrir las
tentaciones, la posibilidad de elegir entre el bien o el mal, y en esta polaridad se debate,
luchando como un caballero contra el dragón, ya sea siguiendo sus ideales de pureza y
ascetismo, como dejándose llevar por sus deseos apasionados. Sus pugnas solitarias más
de una vez le llevarán a sentir un gran desencanto hacia sí mismo por la impotencia de
no ser fiel, de manera continuada, a ese modelo al que fervientemente aspira. En
cualquier caso, esta búsqueda le creará grandes dolores y tensiones interiores, pues aún
no sabe que ese modelo de perfección todavía no existe plenamente, sino que todos
estamos en el camino hacia él, en un proceso de crecimiento.
Su profunda necesidad interna es sobre todo la de sentirse en armonía con lo que
constituye su universo, utilizando los ideales como antorchas que le guíen en su
participación activa en ese mundo, con el que necesita unirse para actuar y para crear en
él. Si no consigue ligarse a él y amarlo, en el sentido más omniabarcante, se dedicará a

180
destruirlo. Con tal fin, el joven ha de aprender a equilibrar su atracción hacia ese ansiado
encuentro con su medio ambiente, y su rechazo o crítica del mismo, a partir de la cual
vuelve a sumergirse en su recinto interior. Entre ambas tendencias opuestas, extroversión
e introversión, se balancea en un vaivén agotador. Asimismo, la pérdida de ese espacio
estelar le llevará a buscar la reunificación con lo espiritual a través de los ideales que va
a desarrollar en la tierra. La unión con el mundo que experimentaba como niño, ha de ser
recuperada de nuevo a través de los ideales de la juventud.
Un corazón rojo de amargura, un corazón azul de esperanza. La vida en la
esquina está esperando. El ideal inalcanzable, aquí, casi en nuestra mano;
inalcanzable todavía. Y el deseo, la ilusión, la esperanza… Quisiera ser pura,
virginal, eternamente sabia, y librarme de las cadenas de la muerte. Día a día
intento cambiar, sueño con alcanzar la libertad, y mi fuerte empeño hace que las
decepciones del camino sean igualmente fuertes.

6.2. Relación del adolescente con la autoridad


Si aceptamos a nuestros hijos,
Les daremos libertad para que sean ellos mismos
En un mundo que les dice cada día que sean distintos.

Tim Hansel

La figura de la autoridad, concebida como en la segunda etapa de la vida, ya no tiene


razón de ser. Una vez despierta su individualidad, el joven empieza a establecer sus
propios criterios a partir de los cuales va a basar la autoridad desde sí mismo. Hasta este
momento la autoridad venía de fuera. Los padres y maestros constituían para él una
especie de «yo» externo que le guiaba en su camino. Ahora el joven necesita crear un
vacío dentro de sí, rechazando el «yo» ajeno para poder sentir el suyo propio. En un
principio sólo puede descubrir quién es él sabiendo quién no es él, por eso no ha de
extrañarnos su gesto de antipatía hacia nuestras opiniones, pues sólo separándose de lo
que antes estaba unido puede encontrar su propia manera de entender el mundo y
relacionarse con él. Este es uno de los motivos de su rebeldía: primero rechaza, se separa
del viejo vestido confeccionado por su educación, por las ideas de sus padres en las que
ha estado sumergido, y simultáneamente se propone crear desde sí la nueva piel que se
ajuste fielmente a su nueva forma de pensar y sentir, que ha de descubrir a través de su
experiencia personal. Los adultos hemos de tener muy en cuenta este proceso para poder
acompañarlo conscientemente, sin reacciones negativas o violentas. Nuestros jóvenes
necesitan que aprendamos a respetarles, del mismo modo que ellos han de aprender a
respetarnos. Por lo tanto, si este espacio interior es invadido por el «yo» de sus mayores,
el joven no podrá llenarlo desde sí, sino sólo colorearlo un poco, y esto le producirá
mucho sufrimiento y desequilibrio.

181
En la mayoría de los casos, este proceso de individualización conlleva una
separación interior del joven del ámbito de su familia. Se separa, no porque haya dejado
de quererles, sino porque necesita probarse a sí mismo, ver hasta dónde es capaz de
llegar, cuáles son sus posibilidades, y sobre todo, para saber quién es él realmente.
En las páginas del diario de una joven de 16 años, vemos descrita con
extraordinaria precisión esta vivencia de separación y de despertar en uno mismo, junto
al dolor de despedir la querida infancia, de la que hemos estado hablando a lo largo de
este capítulo:
¡Oh vida! ¡Mi vida! ¿Puede uno plasmar una vida sobre una hoja? Pero no es
una vida, no es más que una historia de la vida que vivo, no es más que un
capítulo, y a pesar de todo me siento vieja, siento que me muero. Al mirar con
más detalle a mi alrededor, y sobre todo dentro de mí misma, puedo ver que no
soy yo quien muere, sino una parte de mí.

Adiós queridos padres, sois ahora mis amigos, consejeros más que dictadores. Y
esto no quiere decir que los dictadores sean malos, sino que hay un momento
para cada cosa, y que ese momento ya ha pasado para mí. Ya no quiero más
dictadores.
Adiós queridas muñecas, adiós querido trenecito. No se trata de una muerte,
sino de una resurrección.
¿Adultos? Digamos mejor mayores. Digamos más bien: buenos días, juventud.
Entonces: buenos días, amor, buenos días, amistad. Buenos días, vida. Buenos
días, mundo, te redescubro. Buenos días, queridos amigos de la infancia, os
redescubro a vosotros también. Vosotros cambiáis, y yo con vosotros. Todo es
nuevo, incluso las antiguas compañías.
En la juventud uno intercambia, uno descubre, uno vive. Pero todo pasa
demasiado rápido, y justo cuando creemos reencontrar la felicidad, ¡ay!, la
desdicha aparece.
Uno descubre su vida, su vida propia, la cual, unida a la vida de los otros,
conforma una vida completa. Uno no se reconoce más, y a pesar de todo sigue
siendo el mismo. Uno se identifica. Llora, y luego ríe. Odia, y después ama.
¿Amistad? ¿Amor? A veces resulta duro diferenciarlos, y sin embargo, ¡son tan
diferentes! Se juega al teatro de la vida. El juego nos es completamente
desconocido, aún no sabemos las reglas, pero uno se acostumbra rápido.
Poesía, teatro, arte. Toda una vida vista como desde un espejo. Pero el pájaro
canta, sigue aún ahí. Se irá cuando haya terminado su canción, y uno no quiere
que termine nunca.
Adiós, querida infancia. Buenos días, vida.

Por otro lado, el joven es consciente de sus limitaciones, de su desequilibrio, y


aunque buscará la amistad de sus padres, éstos no deberían modificar su rol
transformándose en colegas suyos, sino que siempre han de seguir siendo lo que son:
padres, que le sirvan de punto de referencia y le aporten ese «yo» exterior a quien acudir
en caso necesario. De hecho, si sabemos respetar su intimidad, a menudo acudirá a
nosotros en busca de consejos amistosos y cordiales, con los que aclarar un poco el
frecuente caos en el que se encuentra. En este mismo sentido, buscará una relación de
amistad con sus mayores, a través de un diálogo de igual a igual, pues necesita sentirse

182
acogido en el mundo de los adultos, del cual sabe que más tarde o más temprano habrá
de formar parte integrante.
El tema del coleguismo ha sido muy frecuente en la generación anterior. Muchos
adultos, que venían de una educación extremadamente rígida y autoritaria, se pasaron al
bando de ser, por encima de todo, amigos de sus hijos, y esto ha traído grandes
problemas a ambos. Los hijos quieren padres. Los amigos ya se los eligen ellos a su
gusto. Y cuando son adolescentes, quieren seguir teniéndolos (entre otras cosas es lo que
somos, por más que a veces nos emperremos en lo contrario). Cuando digo que los
jóvenes buscan la amistad de sus padres, desde luego no me refiero a ese tipo de amistad
en la que todos lo cuentan todo, o lo comparten todo. Amistad, en este caso es sinónimo
de apertura, de diálogo, de confianza, cordialidad, respeto y aceptación del otro tal y
como es. Digo esto porque a veces los padres confundimos los términos, y mientras unos
se van a tomar copas con los hijos, o a fumarse con ellos un canuto, otras, especialmente
las madres, nos desahogamos con ellas (las hijas) en plan amigas íntimas, sin darnos
cuenta de que les estamos cargando con un peso que para nada les corresponde.
He escuchado tantas quejas y lamentaciones de mi madre, que es hasta difícil
tenerle compasión. Ya me ha hecho tenérsela y sentirme culpable demasiadas
veces. Creo que al hacerme su confidente de sus cabreos y lamentaciones tan a
menudo, me carga de un peso que se hace cada vez más difícil de llevar. Sus
cabreos y sus nervios me cabrean y me ponen nerviosa a mí. ¡Como si no
tuviera bastante con mis cabreos y mis nervios!

En realidad, la autoridad que busca el joven es la que vive como verdad en el


interior del adulto. Con esto quiero decir que lo que pretende no es que el otro actúe por
él, o dictamine por él, sino que precisa adultos que sean verdaderamente ellos mismos,
es decir, fieles a su propia identidad, y por tanto honestos y con maestría en su vida.
Estos adultos serán plenamente aceptados y buscados por los jóvenes como los
verdaderos guías, consejeros y maestros, en el sentido de que lo que le transmitan
puedan aceptarlo por encontrarlo convincente y verdadero.
La rebeldía es también un arma que el adolescente utiliza en su encuentro con el
adulto. Tiene por objetivo probarle, provocarle para saber si el «yo» o esencia espiritual
que tiene delante es lo suficientemente fuerte y estable como para poder ayudarle. En
una forma inconsciente, el joven está buscando la verdad en relación a quién tiene
delante: el espíritu o «yo», o una simple mente estímulo-respuesta. Y está claro que en
este sentido es implacable. Castigará sin piedad nuestras reacciones incontroladas que
para él serán muestra más que suficiente de nuestra incapacidad para guiarle hacia sí
mismo, ya que ni siquiera nosotros logramos actuar desde nuestro centro esencial. Por
esta razón, hemos de cuidar muy especialmente el no caer en emociones negativas del
tipo enfadarse, montar en cólera, gritar, etc. Si así hacemos, lo que el joven ve es más de
lo mismo, es decir, ve su propio desequilibrio reflejado fuera en sus mayores. El adulto
se pone al mismo nivel adolescente que el propio joven, y éste comprende que ahí no
puede encontrar la ayuda que precisa, por lo cual reacciona rechazando ese modelo de

183
adulto que en realidad no se está comportando como tal.
Así pues, los argumentos autoritarios sólo van a despertar aún más su rebelión y
producir el tan temido distanciamiento de la familia o de su participación en el mundo de
los adultos. Sin necesidad de moralinas ni sermones, sabe perfectamente que hay cosas
que debe hacer como un deber que se impone a sí mismo en el camino que le lleva hacia
el logro de sus metas. Sin embargo, habremos de estar atentos y tomar medidas para
hacerles notar sus fallos, aunque necesitaremos mucha comprensión y tacto para lograr
buenos resultados. Los jóvenes no van a acoger nuestra opinión así como así. Nos
exigirán razones lógicas y argumentos bien apuntalados cada vez que tratemos de
intervenir en sus asuntos y problemas.
En este sentido, es importante establecer normas de convivencia con ellos,
discutidas entre todos, pues a través de la ley se establece el respeto mutuo. Estas leyes,
por otro lado, al proporcionarle referencias o datos estables, les dan seguridad.
Evidentemente, una vez que se llegue a consenso, las reglas han de ser cumplidas, y
nosotros hemos de estar ahí para comprobarlo. Si les permitimos fallar, les estaremos
educando hacia actos de irresponsabilidad. Los jóvenes deben aprender a asumir los
resultados de lo que hacen, es decir, las consecuencias que surgen cuando no toman
responsabilidad por aquello a lo que se han comprometido. Con esto quiero decir que no
podemos premiar lo negativo. Si no cumplen sus compromisos, es evidente que tenemos
que castigar, ya sea quitando parte de la paga, haciendo que se hagan cargo de otras
tareas por el perjuicio que nos ha creado su irresponsabilidad, o no permitiéndoles salir
el siguiente fin de semana si nos han tenido en vela el anterior porque no llegaron a la
hora convenida, o ni siquiera aparecieron en toda la noche. Asumir los errores es la gran
lección que nos brinda la vida. Si los padres tratamos de llenar esas lagunas para que no
sufran, les estaremos haciendo un gran daño. Acompañar su proceso es dejar que el
proceso tenga lugar, aunque sea doloroso. Ellos han de sentirnos a su lado, sabiendo que
estamos detrás como respaldo, para echar una mano si es preciso, pero no ocupando su
lugar, aunque sea con el compasivo gesto de evitarles una dolorosa experiencia.
En algunas familias he visto utilizar con relativo éxito el sistema de marcas
positivas o negativas que mencioné en el capítulo 4. En otras, en cambio, no ha surtido el
menor efecto, porque los padres no han sabido, en un principio, poner el énfasis en lo
positivo. Un joven me hizo un día el siguiente comentario: «Yo paso de este tema. Me
trae sin cuidado lo de las cruces negativas. Mi madre nunca se da cuenta de lo que
hacemos bien. Sólo ve lo malo. A veces me he esforzado mucho por hacer las cosas a su
gusto, o tener detalles que pudieran hacerla sentir bien, pero nunca las veía en la
pizarra reflejadas como marcas positivas». Esto desanima al más pintado. Siempre que
comencemos un programa de este tipo, que también funciona con los adolescentes, hay
que buscar aquellas actitudes que sí son supervivientes, amables, amorosas, o que
impliquen un cambio en su conducta. Si nuestro hijo por ejemplo, tiene por norma
levantarse de un humor de perros, que vuelca sistemáticamente sobre nosotros, y un

184
buen día supera su malhumor, o simplemente nos pide perdón por sus modales, esto
debería ser anotado como positivo. Lo positivo atrae positivo, y ayuda a aceptar luego lo
negativo como algo a ser transformado.
Lo que los adolescentes esperan de nosotros en esta su primera andadura como
seres independientes, es que seamos sus guías y orientadores a través de un diálogo
amistoso en el que tengamos en cuenta sus opiniones, que les escuchemos con atención,
interés y comprensión. No quieren órdenes, ni invasiones de su intimidad, ni tampoco
que les impongamos nuestra moral a golpe de amenaza. Lo que buscan son directrices,
ideas, a partir de las cuales puedan ellos dar un sentido a su vida. Nuestra mejor
aportación será la autenticidad y veracidad de nuestros actos. Ellos no nos exigen que
seamos perfectos. Por el contrario, sentirán gran admiración y amor cuando les pidamos
disculpas o perdón por nuestros errores, que estamos dispuestos a reconocer, cuando
vean nuestros límites y el trabajo sincero que realizamos para superarlos. Si perciben en
nosotros un permanente esfuerzo por transformarnos cada día, por ser más honestos y
veraces en nuestra vida, entonces seremos como una luz a la que acudirán buscando
orientación para su camino. Nuestras mentiras, nuestras ambigüedades, nuestra falta de
ética, de sinceridad, de estabilidad, así como todo lo no resuelto en nuestra personalidad,
les producirá graves desengaños, y no les servirá de ayuda a la hora de desarrollar su
capacidad de juicio para distinguir lo que les beneficia o les perjudica.
Como por arte de magia acaba de caer en mis manos un artículo, publicado en una
revista escrita, editada y distribuida por alumnos de la Escuela Libre Micael, que lleva
por título «En el mundo que nos movemos», firmado por 4 alumnos que dicen lo
siguiente:
Lo que más marca la vida de un adolescente son los amigos y sus influencias.
Siempre que se tiene algún problema se recurre a un llamado «mejor amigo»,
para el desahogo y recibir consejo, pero no siempre hay que hacer caso del
amigo, porque el joven no tiene suficiente experiencia y madurez como para dar
una respuesta fiable. Por eso a veces se debe recurrir a una persona adulta y con
experiencia para poderle aconsejar mejor. Muchos problemas de la juventud son
debidos a que descargan sus preguntas y problemas en personas de su misma
edad, por consiguiente, toman decisiones precipitadas e ilógicas que les llevan a
hacer «locuras» que pueden llegar a convertirse en problemas «peores»…
La mente de un adolescente está prácticamente en blanco y todo lo que le rodea
le va a marcar, por eso es muy importante que se rodee de personas positivas y
no de malas influencias.
Lo que necesitan los jóvenes es afecto y comprensión; si la familia no puede
dárselo, recurrirá a otras personas. Esto puede hacerle ir con el «primero que
pille», y dejarse llevar, sólo para sentirse uno más del grupo, cometiendo todo
tipo de errores (droga, robos, peleas, etc.).
Una de las cosas que necesita un adolescente es el cariño de sus padres. Esto es
esencial para su educación. Si hay cariño, lo más probable es que el niño se
convierta en una persona afectiva, comprensiva y positiva. Por el contrario, si se
le niega el cariño de sus padres, puede llegar a tener grandes defectos en su
personalidad: mal genio, negatividad, tristeza, egocentrismo, egoísmo,
problemas psicológicos, cambios de carácter.

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MORALEJA. Elegir bien los amigos y una buena comprensión familiar es la
manera ideal de recordar una adolescencia feliz.

6.3. La autoridad en la escuela


Tanto los padres como los educadores requieren una gran dosis de humor a la hora de
relacionarse con los jóvenes. La tarea fundamental de ambos es ayudarles a desarrollar el
juicio personal, y que no sean, como hasta ese momento, repetición de los puntos de
vista de la familia, de los amigos, o de su medio ambiente. Si el joven es capaz de pensar
por sí mismo, podrá alcanzar la libertad a la que tanto aspira.

Como primero necesitó la Bondad y después la Belleza, el elemento fundamental


de esta época de la vida es la VERDAD, ya que sólo ella lleva a la libertad. El joven
busca la verdad, lo auténtico. Precisa descubrir que la verdad existe, que los ideales
existen aunque aún no estén realizados. Educar a la juventud es tener en cuenta al
espíritu que late en la materia, al mañana que vive en el hoy, y al ser espiritual que se
expresa en la vida terrestre.
El adolescente se va haciendo más y más consciente de la presión que el mundo
exterior ejerce sobre él. Todo está ya estructurado de antemano, y se siente condicionado
a organizar su vida según las reglas establecidas, tanto económicas, como políticas y
culturales. Percibe con fuerza lo justo e injusto, lo razonable e irrazonable, la hipocresía
convencional en la que el mundo adulto se ha instalado, aparentemente con gran
comodidad, las grandes contradicciones, y de ahí vuelve a brotar su rebeldía por tener
que incorporarse a un sistema que le decepciona, con el que no está de acuerdo, y al que
quiere cambiar desde el fervor de los ideales que surgen en él como impulso renovador.
Todo ello le lleva a un alejamiento, a un gran desinterés por introducirse en la realidad
de sus mayores, y en su lugar se coloca en una postura de oposición y crítica. Es muy
interesante, en este sentido, que sus educadores le hagan comprender que el sistema
reinante no ha caído del cielo gratuitamente, sino que todo lo que hoy existe se ha
derivado de lo anterior, y que es producto del devenir histórico. Además, podemos
ayudarle a ver los cambios positivos en el desarrollo del pensamiento humano, que han
traído como consecuencia el incremento de las libertades individuales.

El maestro de esta etapa debiera de estar totalmente al servicio de esas internas


preferencias dinámicas del adolescente, las que rebasan el pequeño círculo en el
que había estado cobijado hasta entonces, deseoso de conocer nuevas y distintas
formas de vida tendientes a la universalidad. El maestro debiera entusiasmar al
alumno por el mundo externo, hacer transparentes las paredes del aula, así
convertida en foco de la actualidad mundial. Si esto no ocurre, la escuela se
convierte en aburrido suplicio, y el alumno buscará satisfacer sus ansias de
experiencias en otra parte, y de manera distinta.1

186
Así pues, todo verdadero educador ha de aprovechar y alimentar las fuerzas que
laten en los adolescentes en forma de ideales y anhelos: el interés por lo social, la
tolerancia hacia el otro, y el pensamiento libre, es decir, no un pensar según las reglas
del pasado, sino un pensar abarcante que le permita alcanzar los secretos que hacen
comprender tanto el mundo físico como el espiritual.
El trabajo del maestro es conseguir unirle de nuevo con el mundo, y para ello, nada
mejor que la Historia con la que el joven pueda ver de manera objetiva cómo ha ido
evolucionando la humanidad. En esta misma línea, serán de enorme ayuda las biografías
de personajes que hayan hecho aportaciones importantes a la humanidad, así como los
grandes descubridores de la tierra, que pueden servirles como modelos en los que
inspirarse a la hora de tratar de encauzar y llevar hacia delante sus propios ideales.
En todo caso es muy importante que los temas que aprendan tengan una
convergencia, una interrelación entre sí. Cada elemento debe corresponderse y
complementarse, ya que nada hay aislado en nuestro universo. Todas y cada una de las
materias no son independientes, sino que se entretejen unas con otras, mostrando
diversos aspectos que se complementan en un todo armónico. La tan en boga época de la
«especialización» es la que nos ha llevado a un concepto extremadamente materialista,
en el que hemos perdido el punto de vista de la globalidad. Enseñando de este modo,
ayudamos a los jóvenes a unirse al mundo y amar el conocimiento, el cual no le será ya
ajeno, sino que le servirá para comprender sus propias raíces. Como sigue diciendo
Andreas Suchantke:
La seca y monótona transmisión de conocimientos, le llevan al pesimismo de un
ocaso. Entonces, la atención del adolescente se aparta del mundo que le
circunda, mundo que sólo es experimentado en forma de muralla de concreto
repulsivo, gris y duro, y ante la cual se estrella toda su saludable actitud
inquisitiva. En su lugar, él se funde en los fondos arcanos de su propia alma, la
que se le convierte, cada vez más, en punto central, único sistema de referencia,
pero desde el cual, entonces, no logra establecer ningún puente hacia el
perimundo.

Serán muy bien recibidos los debates en clase sobre los temas candentes del
momento. Los profesores pueden colaborar en este sentido planteándoles preguntas tales
como: ¿cómo resolverías tú este problema? De esta forma contribuirán a la formación de
sus juicios, ayudándoles a pensar, a trazar líneas hacia el futuro, a sentirse copartícipes
de la evolución del conjunto. El maestro ha de ser un simple orientador que les brinde
ideas para resolver las situaciones concretas de la vida, siempre invitándoles a formular y
expresar sus juicios personales que les sirvan de base a sus propias acciones. Todo aquel
que trate de educar simplemente imponiendo su voluntad, rápidamente perderá el respeto
y la estima de sus alumnos, que huirán de él como de la peste, además de hacerle blanco
de sus más brillantes burlas y críticas.
En esa búsqueda de la verdad, viajarán por todo tipo de ideologías, sobre las que

187
pasarán horas enteras dedicados a hablar apasionadamente, a la vez que realizan una
fenomenal gimnasia mental, flexibilizando sus pensamientos, que tienden a ser más bien
de tipo extremista. Estas animadas y acaloradas charlas repercutirán de manera muy
positiva a lo largo de la vida, pues a través de ellas podrán acercarse a una mayor
comprensión de los seres humanos y del mundo en el que viven y con el que desean
relacionarse.
La adolescencia es el momento perfecto para el despertar del pensamiento lógico,
abstracto, el cual deberá ser desarrollado especialmente a través de las ciencias, y
completado a su vez con el calor del sentimiento. La ley se contrapone al caos, al cual
ordena. En la ley habla el «yo» del cosmos. La ley es la verdad, lo objetivo, lo que
supera los contrarios (me gusta, no me gusta). Esto salva al adolescente de los caos
internos del recién despierto espacio de su sentir, ese sentir subjetivo que le separa de los
hechos objetivos de su entorno.
Además de la ciencia, es importante también trabajar con la psicología, la filosofía
y la religión, en el intento de completar la verdad, de conocer el mundo y a uno mismo
dentro de él. La actividad artística es otra manera de fomentar ese encuentro, y supone
una gran ayuda en todo este período de la vida. Con ello se ponen las bases para el
discernimiento, desarrollándose el sentido crítico, es decir, la capacidad de saber apreciar
correctamente los hechos. La falta de esta amplia visión, la unilateralidad de la cultura
materialista, es lo que está provocando que haya hoy en día tantos jóvenes desajustados.
En el futuro habremos de evitar que la educación escolar que proporcionemos a
nuestros jóvenes les haga sentir el dolor y la decepción que leemos a continuación:
La vida escolar me ha consumido, quemó mis fuerzas, y este verano he ido a
tirar sus cenizas en la noche oscura. Es como si mi espíritu invernase, como si
todo contacto con el cielo hubiera desaparecido.
Todo me es igual. Busco el conocimiento, ansío saber la cultura sobre mi propio
mundo, pero todo me resulta ajeno. Me limito a estudiar para aprobar, pero ya
no encuentro la belleza, la alegría, pues ni siquiera la busco. No tengo esperanza
en un mundo nuevo y mejor, ni ya me preocupo en luchar por él.

Todo lo que podamos dar al adolescente en el sentido de ayudarle a desarrollar su


propio ser, es un tesoro que recogeremos en el futuro. Y como de educadores estamos
hablando, quizá la cualidad fundamental no sea sólo la gran cantidad de conocimientos
que tengamos, sino el calor y el amor con el que podamos transmitírselo a nuestros
jóvenes para despertar en ellos el mismo interés y entusiasmo. Sólo si somos verdaderos,
sólo si creemos y amamos aquello que estamos enseñando, lograremos transmitir la
verdad del mundo a los jóvenes a los que estamos guiando.

6.4. La búsqueda de la libertad


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Muchos son los errores que inconscientemente podemos cometer en la relación con
nuestros adolescentes. Todos ellos son modificables cuando tomamos consciencia y
cambiamos nuestras actitudes. Pero el más grave, el que tenemos que arrancar de nuestra
mente y corazón, como si de una mala hierba se tratara, es el de intentar vivir nuestras
vidas en ellos, o a través de ellos, sin dejarles experimentar, probar y aprender a vivir por
sí mismos. Si no lo hacemos, nos encontraremos con cosas como estas:
Nunca seré libre en esta casa. No me sentiré libre para vivir mi vida, sin que me
digan cómo debo actuar, qué hago mal, en qué me equivoco, hasta que me haya
marchado. ¿Cómo voy a madurar, si ellos no me dejan vivir si no es como a
ellos les gustaría? Nunca es suficiente, nunca puedes dejar de defender tu
terreno. Me dicen cómo tengo que vivir mi vida, porque se creen con derecho a
ello, porque creen que aún sigue siendo la suya. Tengo que hacer todo lo que
ellos no hicieron, sin dejar de hacer lo que hicieron. Tengo que pagarles el
alquiler de mi vida con sonrisas, atenciones, representando el ridículo rol de la
familia unida para que duerman satisfechos de haber sido unos buenos padres.
Cuando me obligan a algo, sólo tengo ganas de hacer lo contrario, puesto que la
decisión no ha sido propia sino ajena, y la única elección libre es hacer
justamente lo prohibido. Odio la dependencia, la exigencia y la falta de
confianza, así como la inflexibilidad y el dogmatismo. Quiero ser yo misma, y
nadie más.

¡Quiero ser libre!, expresa el joven en cada uno de sus gestos, de sus actitudes. La
necesidad de libertad tan fuerte que sienten muestra hasta qué punto anhelan ser ellos los
que tomen las riendas de su destino. Despiertos en sí mismos, exigen llevar la nave de su
vida, expanderse en el mundo, actuar desde sí mismos y desde sus propios criterios. El
problema es que aún no existe la madurez total que la definitiva entrada del «yo» (sobre
los 21 años) les va a proporcionar. Teniendo esto en cuenta, los adultos hemos de ir
aflojando progresivamente las cuerdas de la cometa que quiere arrancar en vuelo.
Negarles esta libertad que ansían es lo mismo que cortarles las alas e impedirles volar, y
este acto conllevará graves consecuencias futuras. Ahora bien, lo que hemos de tener
muy en cuenta es que la libertad ha de ir siempre acompañada por la responsabilidad que
asuman, y entre ambas debe establecerse un equilibrio. Vamos conquistando la libertad
exterior paso a paso a medida que vamos aceptando más responsabilidades. El adulto ha
de exigir, pues, comportamientos, actos y responsabilidades al adolescente, así como
enseñarle a que se haga cargo de las consecuencias de sus propios errores.
No encuentro el modo de salir de mi mente para crear un nuevo modo de vida y
poder tener la libertad suficiente como para hacer que lo creado pueda tomar
realidad. Siento frustradas mis ilusiones por el momento, mas no me doy por
vencida (…).
Ahora me siento sola, desamparada, a veces rara, y otras siento que lo raro es lo
que me rodea. No sé nada más que el mundo me tiene cogida por el cuello, y
difícilmente puedo respirar. Ya no puedo volar, reír, cantar. Sólo la soledad
habita mi corazón, y en ella permanezco rodeada de miedo y temor. Quiero
gritar ¡basta! Y solo resuena el eco en mis oídos. Silencio. No encuentro las
respuestas, no puedo saber hacia dónde van mis pensamientos. Lo que sí se, es
que quiero salir, marcharme, ser libre.

189
Es muy interesante la ambivalencia expresada por esta joven de 15 años, entre su
deseo de libertad y la soledad o desamparo que siente. Sobre esta cuestión dice Johannes
Bockemül, en un artículo publicado en la revista Higiene Social:

Pero la nueva sensación de independencia, de autosuficiencia, es algo con


muchas facetas y contradicciones. Por una parte se siente interiormente la
libertad, la liberación de todas las ataduras, y por otra, el empezar a verse uno
solo ante la vida; el dejar de ser llevado y dirigido. Estas profundas experiencias
anímicas, completamente nuevas, a menudo producen un shock como es para
un recién nacido el corte del cordón umbilical, y la primera inspiración. A
menudo la implacable necesidad de libertad se ve acompañada del sentimiento
de aislamiento.

La libertad interior es un aspecto de extrema importancia para el adolescente.


Necesita, más que cualquier otro alimento, el respeto de los adultos hacia su persona, sus
cosas, sus amigos, sus llamadas telefónicas, su correspondencia, su diario, en definitiva,
su intimidad. Capítulo aparte merece su habitación, que no puede ser jamás invadida
desde el exterior. El joven ha de sentir que su cuarto le pertenece, que es su casa, su
hogar, ese espacio personal en el que refugiarse, aislarse, vivir, soñar. Y si es su casa, lo
normal es que sea él quien la decore, quien decida dónde le gusta colocar la cama, la
mesa, qué poner en las paredes, cómo, etc. Otra cosa es cuando por motivos de espacio o
de economía, los hermanos han de compartir la habitación. En ese caso entre ambos
tendrán que llegar a establecer las leyes de convivencia y acuerdo para sentirse a gusto
en un hábitat común.
Este cambio de actitud por nuestra parte, en relación a su derecho a la intimidad, ya
fue mencionado al hablar de los últimos años de la segunda etapa. Quiero, no obstante,
recalcarlo por la enorme trascendencia que tiene, especialmente ahora que han dejado de
ser niños.
Algunos de los lectores pensarán que me paso con los detalles, pero mi asombro no
deja de «asombrarse» cada vez que hablo con las madres de este asunto. La mayoría
presenta enormes dificultades para respetar la privacidad del joven, decidiendo por él lo
que ha de poner o no poner en las paredes, cómo debe estructurarse la ubicación de
muebles, y cualquier otro detalle que concierna a dicho espacio. El problema es que la
habitación de nuestros hijos sigue siendo nuestra, por eso entramos a saco opinando
sobre lo inopinable, e invadiendo, como decía al principio, su casa. Yo, por ejemplo, lo
tenía claro en cuanto a decoración, forma de situar los muebles, la elección de los
pósters, las fotos, el color de la pintura de las paredes, etc. Sin embargo, con respecto a
la limpieza y el orden dentro del mismo, he tenido mis más y mis menos con mis hijas.
Hasta que un buen día una de ellas consiguió que yo entendiese finalmente lo que
implica respetar un espacio privado. En una conversación muy interesante, conseguimos
llegar a un acuerdo que ha resuelto definitivamente los problemas. Cada una limpia una
vez a la semana su habitación, por aquello de no contaminar el resto de la casa con sapos
y culebras. En cuanto al orden, la solución consiste en mantener cerrada la puerta de su

190
cuarto, en el cual yo no tengo que entrar para nada. Y con la puerta cerrada, ojos que no
ven, corazón que no siente. A fin de cuentas el desorden es suyo, y a mí no me repercute
en lo más mínimo. ¿Verdad que a nadie se le ocurre ir a casa de otras personas y ponerse
a opinar sobre cómo se organizan dentro de ella, si le gusta o no le gusta, si deberían
limpiar y ordenar más o menos? Bien, pues entonces concedámosles a ellos el mismo
privilegio.
Siempre que estemos ante un dilema sobre en qué aspectos hemos de ser
respetuosos y en cuáles no, hay un pregunta que puede ayudarnos a encontrar la
respuesta: «este tema concreto, ¿afecta a mi vida personal?». Les pongo otro ejemplo: la
ropa. Muchos padres se desesperan por cómo van vestidos sus jóvenes, pero la pregunta
es: ¿quiénes visten así, nosotros o ellos? ¿Por qué han de seguir nuestros mismos
patrones? Respetar es dejar que ellos encuentren sus propias formas, que busquen
aquella estética que más les guste. A veces nos importa simplemente por las apariencias,
es decir, por lo que pensarán los demás de nosotros al verles así vestidos, o con los pelos
de punta, o teñidos de colores. ¡Que piensen lo que quieran! Si tanto nos influye el qué
dirán, es indudable que nos estamos comportando de forma adolescente. Los criterios o
valoraciones deben surgir de nosotros mismos, nunca del mundo exterior. Además,
cuanto más reaccionemos frente a sus estrafalarias formas de vestir, más radicales se
volverán ellos, porque sentirán que están logrando lo que en cierto modo se proponían:
llamar nuestra atención, romper con todo lo establecido, y de paso ponernos de los
nervios. Si quieren un consejo, no hay nada mejor que alabar sus gustos, sus estridencias,
o incluso proponerles todavía más rarezas estéticas. Podemos brindarnos a teñirles el
pelo en plan arco iris, o a cortarles una buena cresta de tipo gallo, o a sugerirles nuevas y
más revolucionarias formas de vestir… Se van a quedar sorprendidos, y seguramente se
echarán para atrás, mostrando el lado conservador que tenían escondido bajo la manga.
Pero volvamos a la pregunta inicial. Mi vida personal no se ve modificada en
absoluto por la forma en la que ellos van vestidos o peinados cuando salen con sus
amigos. Puede molestarme cuando es conmigo con quien vienen para ir, por ejemplo, al
cumpleaños de la abuela, y en ese caso tengo toda la libertad del mundo para pedirles
que suavicen su estética por no hacerme pasar un mal rato. No les quepa la menor duda
de que si les hemos dado plena libertad a ese nivel, sin críticas y sin burlas, nos van a
hacer esa concesión por respeto y amor hacia nosotros. ¿En qué sí puede el tema de la
ropa afectar a nuestra vida? Pues está muy claro: en nuestro bolsillo. Para eso lo mejor es
hacer un presupuesto, ya sea mensual, trimestral, o como a cada uno le venga bien, y
gastar exclusivamente lo presupuestado. Si luego esta ropa se estropea por arrebujarla en
el armario, no plancharla, teñirla, cortarla, romperla, etc., ese ya no es nuestro problema.
Entonces es cuando el joven tiene que asumir las consecuencias de sus actos.
Me extiendo mucho sobre el tema de la ropa puesto que es algo que a todos los
jóvenes les preocupa enormemente. Ellos creen que el hábito hace al monje. La ropa es
como una segunda piel, una prolongación de nuestro cuerpo, y normalmente refleja lo

191
que vive en el interior. Los adolescentes aún no saben cómo son, y por eso se dedican a
experimentar a través de lo que se ponen, como buscando fuera lo que llevan dentro, o
también tratando de encontrar qué formas externas reflejan mejor lo que sienten en su
espacio privado. Su inseguridad interior busca una apariencia externa que la resuelva, y
les haga sentirse unidos y aceptados por su gente (sus compañeros, su pandilla). Pero
también necesitan nuestra constante aprobación. Sin duda, antes de salir a la calle, todos
hemos oído una y mil veces: «¿te gusta?, ¿voy bien así?». Y fíjense en nuestra forma de
responder: «Bueno, no está mal, aunque yo en tu caso, me pondría…, o no mezclaría
esos colores, o nunca llevaría tal o tal». ¡Vamos, que de un plumazo nos hemos cargado
el modelito! Así que el pobre adolescente, sumido en un caos total de angustia e
inseguridad, se vuelve a su laboratorio particular buscando otro disfraz que le haga
sentirse aceptado. ¿Por qué no decirles simplemente que están fenomenal, si eso es
precisamente lo que quieren oír? Y que conste que no me parece mentir, porque la
pregunta no es: «¿te gusta para ti o a ti?, sino, ¿qué te parece cómo me va a mí?», y a
ellos les tiene que ir bien cuando se han atrevido a ponérselo, ¿o no? Además, si siempre
tenemos que dar nuestra auténtica opinión, ¿cómo va a conseguir el joven discernir lo
que a él le gusta? Al final, acabará como acabamos casi todos, gustándonos lo mismo
que a nuestras madres, u odiando el modelo y pasándonos al punto contrario.
No temamos otorgarles esa libertad interior que tanto necesitan. Si no lo hacemos,
el capullo nunca podrá abrirse en la flor. Respetando, amando, comprendiendo sus
intentos de búsqueda de sí mismos, les estaremos ayudando a que más tarde puedan
desplegar, paso a paso, cada uno de sus pétalos. Curiosamente, cuanto mayor libertad
interior les otorguemos, menor libertad exterior necesitarán. La búsqueda desaforada de
libertad exterior, a menudo muestra una vivencia de cárcel interior, de profundo
aislamiento y soledad. De todas formas, las batallas por las salidas, horas de llegada, y
diversos etcéteras, no hay modo de eludirlas. Ahí cada cual ha de encontrar su forma de
equilibrar la balanza para que ambos bandos se sientan bien. Lo que está claro es que
para que ellos sean felices, en ningún caso nosotros tenemos que ser desgraciados. Pero
no nos olvidemos que a la inversa es igual de incorrecto. Todos hemos de ceder y llegar
a acuerdos, acuerdos que habrán de revocarse y modificarse una y otra vez en función de
la evolución de los jóvenes, y del mayor o menor nivel de responsabilidades que sean
capaces de asumir. La ley en la que podemos guiarnos será: a mayor responsabilidad,
mayor libertad.
La responsabilidad a su vez crece en la medida en la que les permitimos hacerse
cargo, como antes dije, de los resultados de sus actos. Vuelvo a ello nuevamente por si
este concepto no ha quedado suficientemente claro. Creo no equivocarme cuando afirmo
que, generalmente, somos los sufridos padres los que acarreamos con las susodichas
consecuencias. Si por ejemplo el joven llega tarde al Instituto porque «olvidó» poner el
despertador, somos nosotros quienes apretamos aún más nuestra agenda para no crearles
un perjuicio. Que se olvidan las llaves…, a seguir corriendo. Que no tienen un pantalón
limpio porque se les pasó plancharlos el día anterior, o porque ni siquiera lo pusieron en

192
el cesto para lavar…, pues lo mismo. Si suspende una o varias asignaturas, no por
dificultades comprensibles, sino simplemente porque no ha dado golpe, ahí estamos
nosotros rascándonos los bolsillos para hacernos cargo de su falta de compromiso. ¿No
sería mucho más pedagógico dejar que él mismo asumiera su error pagando la matrícula
con sus propios recursos? Con este tipo de acciones no les ayudamos a crecer en
responsabilidad, al revés, seguimos tratándoles como niños, a la vez que nos cargamos
con un peso innecesario y a veces extremadamente difícil de soportar. Incluso nos genera
agresividad y malos humores que al final acabamos pagando con ellos en terrenos en los
que la razón no se pone ni siquiera de nuestro lado. Dejemos que nuestros hijos aprendan
de sus errores. Sólo así podrán elevarse hacia esa libertad tan ansiada, a la que sólo
accederán en la medida en la que vayan haciéndose responsables por su propia vida.
Siempre he pensado que los hijos son nuestros mejores maestros. La pena es que a
veces no hacemos caso a sus sabias advertencias, y no deja de ser curioso que ellos
sepan mejor que nosotros lo que es más adecuado para resolver determinadas
situaciones. A este respecto recuerdo, hace mucho tiempo, un problema que me traía de
cabeza y que no fui capaz de solucionar. Mi hija pequeña se levantaba de un humor atroz
cada mañana. Conseguir que se vistiese para ir a la escuela era poco menos que
imposible. Al final la cosa acababa en lucha feroz, en la cual ganaba yo simplemente por
tener más fuerza. Salíamos todos los días disparadas hacia el autobús escolar, yo muy
enfadada, ella más, y medio arrastrándola por la calle. Su hermana, cinco años mayor,
vio clara la solución. Su idea consistía en abandonar la pelea y dejarla simplemente en
casa, sin ir al colegio, tratando al mismo tiempo de conseguir que se aburriese
mortalmente. Y así un día y otro hasta lograr que ella misma tomase las riendas de su
historia, decidiendo que lo mejor era vivir su propia vida en vez de dedicarse a fastidiar
la de su madre. No lo hice, a pesar de sus constantes regañinas. Y hoy les aseguro que lo
lamento. En aquel entonces estaba yo muy lejos de comprender la verdad encerrada en
sus consejos. ¡Cuántos malos ratos nos habríamos ahorrado todas si la hubiese
escuchado! Así pues, libertad absoluta, pero para el ser, nunca para su mente estímulo-
respuesta. A ésta hay que educarla y tenerla bien amarradita. No podemos consentir que
la parte negativa destruya la armonía y bienestar de toda una familia.
Quiero cerrar este tema con la página de un diario, en el que de una forma muy
poética se describe la vivencia interior de la recién descubierta sensación de libertad:
Vivo en la inmensidad del espacio. Creo materias insaciables de agua. Vuelo, a
través del vasto universo. Miro mis creaciones, que son inagotables. Recapacito,
pienso, observo lo pensado, y doy la espalda a la mentira. Mis manos se
vuelven gotas de agua que rozan lo inrozable y se elevan con la ligereza de una
paloma. Me encuentro rodeada de vida y frescor. Amo, vuelo, miro, pienso;
todo es posible en este momento.

6.5. La amistad. Las pandillas


193
Empiezan las amistades profundas, el deseo de relación más consciente con los demás.
Necesitan ahora de la pandilla, es decir, del «yo grupal», en el que apoyarse para no
sentir una soledad tan desgarradora. Este «yo grupal» planea por encima de ellos
conformando las características comunes que configuran a esa generación a la que
pertenecen.
Todo galopa hacia el sol, y todo avanza en el tiempo. Las plantas y las rocas, las
risas y mariposas van murmurando mi historia que se entreabre en mis sueños.
Sí, soy feliz. Por fin he encontrado a mis amigos. Por fin mi cauce se llenó de
agua y otros muchos cauces se acercaron a mí con una perla en los dientes. La
mano de la vida nos envolvió entre sus dedos. Ya nada podrá separarnos, nada
me desprenderá del corazón de mis amigos.

Estas bellísimas confesiones, entresacadas de un diario, corroboran el enorme valor


que el joven da a la amistad, la cual, efectivamente, cobra en esta época de su vida una
especial relevancia.
Los amigos son los compañeros de camino, y juntos comparten y se sirven de
consuelo en sus soledades, se apoyan en sus iniciativas, buscan, exploran, investigan, y
van abriendo veredas a través de la espesa niebla de su incertidumbre e inseguridad.
Hay cosas que no importa repetirlas, por eso entresaco un párrafo del ya
mencionado artículo escrito por adolescentes, y que tiene relación directa con este tema:

Lo que más marca la vida de un adolescente son los amigos y sus influencias.
Siempre que se tiene algún problema se recurre a un llamado «mejor amigo»,
para el desahogo y recibir consejo, pero no siempre hay que hacer caso del
amigo, porque el joven no tiene suficiente experiencia y madurez como para dar
una respuesta fiable. Por eso a veces se debe recurrir a una persona adulta y con
experiencia para poderle aconsejar mejor. Muchos problemas de la juventud son
debidos a que descargan sus preguntas y problemas en personas de su misma
edad, por consiguiente, toman decisiones precipitadas e ilógicas que les llevan a
hacer «locuras» que pueden llegar a convertirse en problemas «peores»…
La mente de un adolescente está prácticamente en blanco y todo lo que le rodea
le va a marcar, por eso es muy importante que se rodee de personas positivas y
no de malas influencias.
Lo que necesitan los jóvenes es afecto y comprensión; si la familia no puede
dárselo, recurrirá a otras personas. Esto puede hacerle ir con el «primero que
pille», y dejarse llevar, sólo para sentirse uno más del grupo, cometiendo todo
tipo de errores (droga, robos, peleas, etc.).

Es muy cierto el análisis de estos jóvenes. Su necesidad de afecto, compañía,


comprensión y apoyo son tan grandes, que no dudarán en unirse a cualquier grupo con
tal de no quedarse solos. El peligro en este caso es apoyarse excesivamente en los
demás, anulando su personalidad y dejándose llevar por la corriente que otros les
marquen, olvidando que es dentro de sí donde han de encontrar las directrices de su vida.
También en este caso los adultos tenemos un gran papel que representar. Ya hemos

194
visto que, si somos capaces de ganarnos su respeto, acudirán a nosotros en busca de
consejo cuando las circunstancias les planteen aún mayores desconciertos. Una relación
de este tipo evitará que nuestros jóvenes se plieguen excesivamente a los líderes de la
pandilla, pues nosotros sabremos ayudarles a que encuentren o descubran sus propios
deseos o intenciones. De este modo, reforzarán su individualidad y su estima personal,
aprendiendo a decir «no» a aquellas cosas con las que no estén de acuerdo, y que, en
mayor o menor medida, se acaben volviendo contra ellos mismos. Su tragedia, por lo
tanto, será no poder encontrar en el mundo exterior un ideal o modelo digno de ser
seguido; no tener en su entorno adultos que inspiren su respeto y admiración, en cuyo
caso es fácil que se vuelvan revolucionarios, uniéndose quizá a grupos cuyo único afán
sea destruir lo que proviene de esos adultos, a los que no sólo no admiran, sino que
fundamentalmente desprecian por haberles fallado, abandonado a su propia suerte.

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


6.1

• Asumidos ya los cambios corporales, y una vez descubierto el mundo material, comienza una etapa
de carácter más místico, más espiritual. Se trata de una búsqueda que irá hacia el propio interior,
hacia el encuentro con su ser eterno. Los grandes ideales hacen acto de presencia.
• El diario cobra gran importancia. Es el confidente silencioso que acoge sus soledades, sus secretos.
En él puede verter también su mundo artístico (poemas, dibujos, canciones, etc.).
• La adolescencia es el período de las grandes tensiones y polaridades. Entre otras, la tendencia al
retraimiento, a la introversión en ese nuevo espacio interno que acaba de descubrirse, junto a las
ansias compulsivas de unirse con el mundo, de salir al exterior para saborear toda suerte de
experiencias.
• La sensibilidad a flor de piel, reclamando cariño y comprensión, se alterna con los estallidos de
violencia y de rechazo hacia los demás.
• Comienza a cuestionarse y criticarse todo: la familia, la sociedad, la política, la religión, etc. La
crítica es la expresión de su deseo de ser el creador de su mundo. La autoafirmación de esa recién
nacida autoconciencia individual, se expresa fundamentalmente a través de la crítica y del rotundo
NO a todo lo que venga de fuera.
• El aislamiento, la soledad, la falta de modelos y de criterios morales con los que muchos jóvenes
tienen que enfrentarse hoy día, son algunos de los factores que generan la violencia tan típica en
esta época. Es su forma de rebelarse, de llamar la atención a un mundo que no les guía
adecuadamente y que no está contando con ellos.
• Nuestra ayuda y ejemplo son de una importancia extraordinaria en esta etapa de su vida, pues lo que
el joven vivencia ahora, en su forma más pura e intensa, es una imagen ideal del ser humano a la
que quiere acercarse y que se va a convertir en su impulso vital hacia su propia evolución.
• El adolescente buscará este ideal en sí mismo, y en esta necesidad de realizar esa imagen dentro de
sí, comenzará el proceso de autoeducación.
• Aparece la consciencia del bien y del mal, entre la que el joven se debate como un caballero
luchando contra el dragón. A veces sentirá un gran desencanto consigo mismo cuando no haya sido
capaz de ajustarse a ese modelo al que fervientemente aspira. En esos momentos de derrota
podemos ayudarle a que entienda que ese ideal no ha sido alcanzado todavía y que todos, incluso
los mayores, estamos en camino hacia esa perfección que anhelamos y que es la que coincide con

195
nuestra pura esencia espiritual.
• La necesidad del joven en estos momentos es la de sentirse en armonía con lo que constituye su
universo. Los ideales serán las antorchas que le guíen en su participación activa en ese mundo, con
el que necesita unirse para actuar y para crear en él.
• Si no consigue ligarse al mundo y amarlo, se dedicará a destruirlo.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Hacemos de nuestros hijos unos seres en permanente competición con el mundo y con los
demás?
2. ¿Los valores que les transmitimos son fundamentalmente de tipo económico y social?
3. ¿Somos un modelo convincente para ellos, o nos perciben inmersos en nuestro propio caos o
vacío interior?
4. ¿Seguimos trabajando en nosotros mismos para seguir creciendo, o hemos tirado la toalla de
nuestra propia evolución, a la vez que les exigimos a ellos lo que nosotros no tenemos?
5. ¿Dejamos demasiado solos a nuestros jóvenes? ¿Les damos vía libre y libertad total?
6. ¿Fomentamos momentos de encuentro, de comunicación, y de espacio para lo lúdico?
7. ¿Estamos siempre recriminando, acusando?
8. ¿Dejamos que la TV nos sustituya en el hogar?
9. ¿Respetamos su diario, su intimidad?
10. ¿Apoyamos sus ideales, o se los tiramos por tierra con frases como: «buah, ya te enterarás cuando
seas mayor. Eso es absurdo, eres un ingenuo, etc.»?
11. ¿Nos siguen sacando de quicio sus críticas? ¿Somos capaces de vernos humildemente en el espejo
que nos ponen delante?
12. ¿Aprendemos de ellos? ¿Cambiamos lo que no sirve?
13. ¿Permitimos que tengan su propia búsqueda personal en el ámbito de lo religioso, o les imponemos
nuestras creencias?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


6.2

• La autoridad comienza a surgir desde dentro. Una vez despierta su individualidad, el joven empieza
a establecer sus propios criterios a partir de los cuales va a basar la autoridad desde sí mismo.
• En esta época el joven necesita deshacerse del «yo» ajeno que antes le guiaba (padres, adultos,
educadores) para descubrir su propio «yo» interno. Quiere ser él mismo, no una fiel reproducción
de sus mayores.
• Este proceso de individualización vendrá acompañado por lo tanto, de una separación del joven en
el ámbito de su familia; separación que ha de ser aceptada por los adultos como una parte
importante de su proceso. Si su espacio interior es invadido por sus mayores, el joven no podrá

196
llenarlo desde sí, y esto le producirá mucho sufrimiento y desequilibrio.
• La rebeldía es el arma que el joven tiene para desprenderse de una autoridad que le aplasta. También
es su forma de probar al adulto que tiene delante para saber si es lo suficientemente fuerte y estable
como para poder ayudarle.
• Pueden aparecer dolorosos sentimientos de despedida de la infancia, ya que surge una toma de
consciencia de una etapa que se fue y que no podrá volver de nuevo.
• El joven empieza a darse cuenta de sus limitaciones, de su desequilibrio.
• La autoridad que busca fuera no es la que se impone por la fuerza, sino la que vive como verdad en
el interior del adulto. Nuestras mentiras, ambigüedades, faltas de ética, etc., le producirán graves
desengaños.
• Buscará la amistad de los padres, su ayuda, pero a un nivel más de igual a igual, pues necesita
sentirse acogido en el mundo de los adultos.
• Los padres no hemos de cambiar nuestro rol y convertirnos en sus «colegas». Hemos de seguir
siendo ese «yo» externo que le sirva de referencia y a quien pueda acudir en caso necesario. El
joven precisa adultos que sean verdaderamente ellos mismos, fieles a su propia identidad,
buscadores honestos de la verdad, y con maestría en su vida. Ellos serán plenamente aceptados por
los jóvenes quienes los convertirán en sus verdaderos guías, consejeros y maestros.
• Es importante establecer normas de convivencia con ellos, discutidas entre todos. Necesitan leyes
claras, normas razonadas y razonables. Estas leyes les proporcionan referencias y les dan
seguridad.
• Hemos de estar atentos a que las leyes se cumplan, a no premiar actitudes negativas. Si les
permitimos fallar, no les estamos educando a ser responsables, sino todo lo contrario.
• Los jóvenes han de aprender a asumir los resultados de sus actos, las consecuencias que surgen
cuando no toman responsabilidad por aquello a lo que se han comprometido. Los padres no hemos
de tratar de evitarles las pruebas con las que se encuentran. Esto es lo mismo que debilitarles.
Evitar que sufran es el gran error del adulto. Ellos tienen derecho a aprender de sus errores. En
ningún caso hemos de ocupar su lugar (vivirles la vida por ellos).
• Hemos de buscar lo positivo en los jóvenes y ¡valorarlo! Alentarles en sus logros, animarles en su
avance, acompañarles en sus procesos, aceptarles en sus diferencias. Escuchar sus opiniones con
atención, interés y comprensión, y no con las armas preparadas para rebatirles. No quieren órdenes,
ni invasiones de su intimidad, ni que les impongamos nuestra moral a golpe de amenaza.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Colaboramos en su proyecto de separación, de encuentro consigo mismos, man-teniéndonos en


una adecuada distancia, como una sólida presencia que simplemente observa desde fuera, sin
intervenir más que cuando sea necesario?
2. ¿Les forzamos a seguir nuestros modelos? ¿Tratamos de vivirles su vida?
3. ¿Permitimos que surjan de ellos las iniciativas que van a forjar su destino?
4. ¿Somos autoritarios con ellos? ¿Les imponemos nuestra verdad sí o sí?
5. ¿Establecemos unas normas claras de convivencia razonadas y pactadas con ellos, o les dejamos
a su libre albedrío?
6. ¿Nos responsabilizamos también nosotros por esas normas, o hacemos la vista gorda cuando no
las cumplen por no tener que discutir?
7. ¿Castigamos sus irresponsabilidades, o les premiamos por ellas?
8. ¿Nos dejamos aplastar por ellos, poniéndonos siempre a su servicio, o asumiendo como nuestros
sus errores?
9. ¿Funcionamos más con recriminaciones y moralinas que asumiendo nuestra propia responsabilidad

197
como padres y, por lo tanto, como sus guías?
10. ¿Valoramos todo lo positivo que hacen?
11. ¿Hablamos con ellos amistosa y cordialmente? ¿Escuchamos sus puntos de vista con respeto?
12. ¿Preparamos la artillería pesada contra sus ideas modernas para convencerles de que no tienen
ninguna razón en lo que expresan?
13. ¿Utilizamos a nuestros hijos como amigos, descargando en ellos nuestros problemas?
14. Cuando surgen discusiones, ¿nos ponemos a su mismo nivel adolescente cerrando la puerta de golpe,
gritando, llorando…?
15. ¿Les pedimos disculpas por nuestros errores?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


6.3

• La tarea fundamental del educador es ayudar al joven a desarrollar su capacidad de juicio personal,
para que no sea, como hasta ahora, repetición de los puntos de vista de su medio ambiente.
• Enseñarles a pensar por sí mismos será el objetivo primordial. Con ello podrán alcanzar la libertad
que tanto desean.
• El elemento fundamental de esta época de la vida es la VERDAD, ya que sólo la verdad puede
conducirnos a la libertad.
• El adolescente siente la presión que sobre él ejerce el mundo exterior. El mundo está ya
estructurado, y se ve condicionado a organizar su vida según las reglas establecidas.
• Percibe con claridad lo justo y lo injusto, lo razonable y lo irrazonable, así como la hipocresía
convencional en la que el mundo adulto se ha instalado. Esto le lleva de nuevo a la rebeldía, a la
crítica y al alejamiento de sus mayores. No quiere incorporarse a un sistema que le decepciona y
con el que no está de acuerdo.
• El adulto ha de aprovechar y alimentar las fuerzas que laten en los jóvenes, el impulso renovador
que proviene de sus ideales y sus anhelos. Ha de despertar en ellos el interés por lo social, la
tolerancia hacia el otro, el desarrollo de un pensamiento libre, no condicionado por el pasado, que
le permita alcanzar una comprensión del mundo.
• Podemos abrir debates sobre los temas candentes del momento en los que ellos puedan opinar. Será
su forma de participar en el mundo, dando sus puntos de vista y decidiendo lo que ha de ser
transformado. Cuando se empecinen en la simple crítica, nuestra ayuda será preguntarles qué
harían ellos en esa situación o cómo resolverían ese problema. El asunto es lograr que se
involucren con su mundo, no que se queden fuera como meros espectadores, criticándolo.
• Es su momento de buscar ideologías. Están tratando de encontrar aquel punto de vista que más se
asemeje al que sienten dentro, con objeto de tomar una postura concreta.
• Empieza el despertar del pensamiento lógico, abstracto. Éste les lleva a lo objetivo, lo cual ordena
su caos subjetivo interior.
• La enseñanza en los centros educativos ha de mostrar al joven un mundo en el que todo esté
interrelacionado. Un conocimiento abarcante, donde tengan cabida tanto los temas que traten de su
mundo interior como de lo artístico. El mundo ha de seguir siendo BELLO.
• No se trata de convertirlos en ordenadores que archivan datos, sino en seres que comprendan el
mundo en el que viven para que puedan ser creativos en él. Hemos de despertar en ellos el
entusiasmo por aprender.

198
ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Les permitimos pensar por sí mismos y expresar sus propias opiniones, aunque no concuerden
con las nuestras?
2. ¿Les ayudamos a comprender el mundo en el que viven?
3. ¿Les alentamos en sus deseos de cambiarlo, mejorarlo, luchar contra la injustica, el caos, etc.?
4. ¿Les desanimamos con frases como: «esto no tiene arreglo», «las cosas son así y no pueden
cambiarse», «ya lo irás entendiendo», «eres demasiado joven para…», etc.?
5. ¿Somos nosotros los primeros que les apartamos de nuestro mundo, los que rechazamos sus
aportaciones, sus puntos de vista, y hasta incluso su presencia (porque no nos gusta o nos
avergüenza)?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


6.4

• La necesidad de libertad es su principal anhelo. Quieren ser ellos los que tomen las riendas de su
vida actuando desde sus propios criterios.
• El problema es que aún no están lo suficientemente maduros. El «yo» no se ha encarnado
plenamente todavía en su corporalidad.
• Los adultos hemos de ir aflojando las cuerdas, empezando a darles alas de manera progresiva y en
función de las responsabilidades que asuman.
• La libertad ha de ir siempre acompañada de la responsabilidad. La ausencia de esta última convierte
la libertad en libertinaje.
• El joven va conquistando su lugar en el mundo y su libertad de acción en la medida en la que va
asumiendo más responsabilidades. A mayor responsabilidad, mayor libertad.
• La libertad interior es sumamente importante para el adolescente. Necesita el respeto de los adultos
a su persona, sus cosas, su habitación, sus amigos, sus llamadas telefónicas, su diario… Los adultos
hemos de proporcionarles su derecho a la intimidad.
• Su habitación no es nuestra. Es su espacio privado. Su universo personal.
• La ropa es como una segunda piel. El adolescente busca, a través de ella, una imagen con la que
presentarse ante el mundo para ser acogido por él.
• Su inseguridad interior busca una apariencia externa que la resuelva y le haga sentirse aceptado por
sus amigos o compañeros de viaje.
• La búsqueda desaforada de libertad exterior, a menudo muestra una vivencia de cárcel interior, de
aislamiento y soledad.

199
ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Nos metemos en sus espacios (su habitación, sus amigos, su mundo interior, etc.), organizando
y decidiendo por ellos?
2. ¿Respetamos su intimidad, o en cuanto salen por la puerta nos precipitamos a leer su diario, o a
escuchar a escondidas sus conversaciones con los amigos?
3. ¿Ejercemos un exhaustivo control de su vida?
4. ¿Respetamos sus gustos en el vestir, el peinado, la decoración de su cuarto, etc.? ¿Imponemos
acaso la nuestra? ¿Los chicos tienen que llevar el pelo corto como su padre, su abuelo o su
vecino?
5. ¿Nos influye más el qué dirán los demás que el respeto hacia ellos?
6. ¿Nos burlamos de su aspecto físico, de su forma de vestir?
7. ¿Les vamos dando responsabilidades, o les hacemos unos seres débiles, siempre dependientes de
nosotros?
8. ¿Les ayudamos en sus primeros vuelos, o los abortamos con nuestros miedos y nuestras propias
inseguridades?
9. ¿Les dejamos aprender de sus errores, haciendo que asuman las consecuencias de sus actos, o les
enseñamos a ser irresponsables, haciendo nosotros lo que a ellos corresponde?
10. ¿Seguimos educando a su mente estímulo-respuesta, o nos dejamos destrozar por ella?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


6.5

• Empiezan las amistades más profundas. Necesitan de la pandilla como «yo» grupal, en el que
apoyarse para no sentir tanta soledad.
• La necesidad de afecto y compañía es tan grande, que no dudarán en unirse a cualquier grupo con
tal de no quedarse solos.
• No son capaces de enfrentarse a este «yo» grupal. Esto les lleva a dejarse influenciar enormemente
por sus amigos, anulando su personalidad.
• Hemos de ayudarles a que descubran sus propios deseos o intenciones. De este modo, reforzarán su
individualidad y su estima personal, aprendiendo a decir «no» a todo aquello con lo que no estén de
acuerdo.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

200
1. ¿Respetamos sus amistades?
2. ¿Les ayudamos a reforzar su individualidad para que no se dejen influenciar por los más fuertes?
3. ¿Reforzamos con nuestra actitud su autoestima personal?
4. ¿Sabemos ganarnos su respeto para que acudan a nosotros en busca de consejo?

201
7
EL CAMINO HACIA LA MAYORÍA DE EDAD

Podemos volvernos capaces de acompañar activamente la etapa de nuestros hijos en el momento de cruzar ese
umbral lleno de peligros hacia la juventud, así como aprender nosotros de este proceso llenos de gratitud hacia
ellos.

Johannes Bockemül

202
203
7.1. La crisis de los 18 años
Sobre los 18 años y medio, aproximadamente, aparece el primer nodo lunar, es decir, el
cruce de la esfera solar con la Luna. En dicho momento, las fuerzas estelares (Sol, Luna,
planetas, zodíaco) se sitúan en la misma forma en la que estaban ubicadas en el momento
del nacimiento. Este cruce simboliza el encuentro del pasado con el futuro, o el punto
donde se unen el karma1 viejo con la evolución, entendida como desarrollo hacia el
futuro o karma nuevo.

Rudolf Steiner comenta a lo largo de su obra que en este instante se produce


nuevamente un mayor despertar del «yo» en la organización tanto física como etérica y
astral, a partir del cual surge algo nuevo. Es un momento de actualización del destino de
la persona hacia el futuro. Puede ocurrir también que surja algo que modifique su rumbo,
que genere un antes y un después (como por ejemplo un viaje, un cambio de residencia,
de amistades, de estudios, etc.).
Este momento podría ser comparado, en el plano espiritual, a lo que en el primer
septenio ocurría a nivel físico. Recordemos cómo el niño trabajaba para deshacerse de lo
heredado genéticamente, en su intento por adaptar su cuerpo físico a sus necesidades de
destino. En este caso, lo que aparece es como un nuevo umbral que el joven ha de
atravesar. Hasta ahora todo le ha sido dado desde fuera, son los demás quienes le han
hecho llegar hasta aquí, bien o mal, con alegría o con sufrimiento. Pero en este punto, su
«yo» se dispone a tomar la responsabilidad de su vida, y a través de la autoeducación,
limpiar o deshacerse del viejo karma, a la vez que va creando un nuevo karma de futuro.
Antes de cruzar el umbral, lo que equivale a aceptar esa entrada en el mundo
terrenal, junto a la toma de responsabilidades por la propia misión individual, hay
momentos de grandes dudas. En términos generales puede surgir una crisis importante.
O el joven se convierte en un ciudadano del mundo, capaz de actuar en la sociedad y de
asumir su historia, o, inconscientemente, rehusa esa responsabilidad ante el temor de lo
que presiente como dolor, lucha, esfuerzo y sufrimiento para conseguir algo en la vida.
El miedo a dar este paso hacia su madurez terrenal lleva al joven a padecer grandes
sufrimientos. Este miedo tiene muchas vertientes. Por un lado, puede no sentirse aún
preparado para asumir todas las responsabilidades que se le avecinan, y por otro,
continuar sumergido en el dolor de su propio aislamiento, mientras observa la
superficialidad del mundo circundante, la injusticia, la violencia, la falta de alimento
espiritual y de valores éticos que las generaciones anteriores le han dejado como legado.
Se da cuenta de que sólo los fuertes triunfan en esa competición despiadada cuyo
objetivo consiste fundamentalmente en la adquisición y posesión de bienes materiales.

204
Todo esto provoca en él una formidable tensión, así como un gran vacío. Los ideales que
hasta aquí ha enarbolado pueden empezar a tambalearse ante la sensación de impotencia
de no ser capaz de luchar contra tanto descalabro.

Estoy desengañada. Creí que la vida y los hombres eran de otra forma y ahora
he visto que no. He conocido el mundo con todas sus injusticias, sus falsedades,
sus ambiciones. El desengaño ha sido muy fuerte y como consecuencia del
golpe me he quedado atontada, sin poder reaccionar.
Estoy viendo la vida de otra forma; más dura, más triste. La gente no es buena
como yo creía. Todos miran por sus propios intereses y no piensan en el que
está a su lado. El mundo es como un campo de batalla en el que están todos con
las armas dispuestas para utilizarlas en contra de los demás. No se puede uno
fiar de nadie. El fuerte pisa al débil, el débil al que es aún más débil, y así
sucesivamente. Los que están abajo ríen las gracias y prodigan sus mimos a los
de arriba para ser beneficiados. Y los de arriba, viendo eso, se encumbran aún
más, se sienten más poderosos, más fuertes, y se dejan mimar sin importarles el
dar una patada de vez en cuando al perrito que les lame. ¡Un mundo de
intereses, de odio, mentiras e impureza! Pero no, eso no es todo. También existe
el AMOR que todo lo limpia, que todo lo une.

Esta crisis se agudiza sobremanera por el hecho de no saber todavía con exactitud
qué es lo que quiere hacer en el mundo. El problema es que lo que sí suele ocurrirle es el
descubrir que lo que está haciendo es precisamente lo que no quiere, lo que no acaba de
satisfacerle. Por esta razón, muchos jóvenes abandonan los estudios que habían
comenzado, ante la angustia de sus padres, y no sin tener que batallar para conseguir
enderezar su historia. Dejar un camino cuando uno no tiene la menor idea de cuál es el
que más le interesa, crea en el joven un nuevo vacío, una tremenda sensación de lanzarse
a un abismo del que no conoce su profundidad. Lógicamente, podemos unir este
desconcierto al hecho de no poder dar respuestas claras a los adultos que van a intentar
presionarle para que se decida por una u otra dirección. Esto es un peso añadido al
conjunto de la crisis, al que se suma la culpabilidad, en algunos casos, por la sensación
de haber fracasado, de habernos fallado o haber traicionado la confianza que teníamos
puesta en ellos.
En algunos países, quizá más conscientes de este problema, se contempla la
posibilidad de un año sabático, en el que el joven pueda entrar en contacto con el mundo
del trabajo, o en el que se dedique a cualquier otra actividad de tipo más artístico o
práctico. Cuando la mente descansa de tanto tragar datos, es mucho más fácil que
aparezcan los verdaderos deseos o metas de nuestros jóvenes.

7.2. Los peligros de este tramo del camino


Efectivamente, muchos son los peligros que rodean a los jóvenes en este momento tan
crucial de su vida. Hablábamos de tener que cruzar un umbral, y así es. Pero no todos

205
tienen la fuerza interior para lanzarse alegremente a la conquista de su propio destino, y
asumir la responsabilidad por sí mismos y por las consecuencias de sus actos. Otros, que
sí quieren hacerlo y que lo tienen más o menos claro, se ven abocados a sacrificar sus
nacientes impulsos a raíz de actitudes dictatoriales o supresoras por parte de sus
mayores, que no están en modo alguno dispuestos a dejar que «se salgan con la suya».

Una situación semejante, junto a esa visión que tienen algunos tan negativa de su
entorno, lleva a muchos de ellos a tal estado de impotencia, que deciden evadirse de las
más diversas maneras, tratando de encontrar una realidad menos dolorosa y que les
resulte gratificante sin necesidad de esfuerzos de ningún tipo. Unos, los más
desesperados, sufren grandes depresiones acompañadas de una total falta de iniciativa,
que finalmente les lleva a caer en la tentación del suicidio. Otros se vuelcan hacia el
alcohol o las drogas, en un intento por volver al paraíso perdido, en donde gozaban de
esa unión tan intensa con el mundo, y en la que se sentían protegidos, acogidos y
transportados en brazos de los dioses. Y los que han acumulado más violencia en su
interior, se dedican decididamente a destruir ese mundo que no sabe acogerles con el
amor y respeto que merecen.
El retorno hacia etapas anteriores de la juventud, o incluso de la infancia, que ya se
creían superadas, se expresa claramente en la anorexia nerviosa, a través de la cual
algunos se niegan a alimentarse, para mantener su forma infantil. La anorexia es la
expresión de la persona que no quiere hacerse adulta, que no quiere desterrarse, es decir,
perder su unión con lo espiritual. Este rechazo, o repliegue hacia sí mismos, puede llegar
al extremo de interrumpir determinados desarrollos biológicos, como por ejemplo el
propio crecimiento. La anorexia muestra también un rechazo a tomar parte en un mundo
al que sienten hostil, o en el que no encuentran cabida, ya sea por tener a su alrededor
adultos demasiado exigentes y autoritarios, o todo lo contrario, personas que no les
sirven de guía porque ni ellas mismas saben hacia dónde dirigirse.
También encontramos frecuentes casos de accidentes y enfermedades importantes
que manifiestan esa lucha interior por huir de la madurez o enfrentarse a ella, realizando
antes cambios y ajustes que pueden variar todo el destino personal, como vimos antes.
Incluso ya de adultos hemos comprobado cómo a veces una enfermedad o un accidente
nos proporcionan la oportunidad de dar un giro inesperado, y a menudo positivo, a
nuestra historia.
Otra manifestación de regreso a la infancia, esta vez en el caso de las chicas, es la
aparición de problemas de ovarios, de reglas muy dolorosas, etc. Indiscutiblemente hay
mucho en todo ello de heredado, sobre todo de herencia mental. En muchas familias las
hijas nacen ya «programadas mentalmente» a padecer su condición de hembras
portadoras de vida. Sin embargo, no debería ser así. La madurez sexual es un síntoma
más de entrada en el mundo de los adultos, una muestra evidente de nuestra capacidad de
crear. Venimos de ser creadas por nuestros padres, y ahora pasamos a la fase de

206
responsabilidad de ser creadoras de vida. Por lo tanto, los problemas a ese nivel implican
un cierto rechazo a asumir esa condición de plenitud terrenal.
La sed inagotable por descubrir, por experimentar nuevas emociones, nuevas
sensaciones, pueden ser también la causa de caer en el abuso de sustancias como drogas
o alcohol. Estos productos presentan al joven una realidad diferente, agradable, y en la
que no tiene que poner nada desde sí; todo le viene dado por la propia sustancia.
Además, y durante el tiempo que duren los efectos, le proporciona una sensación de
seguridad que de otro modo no tiene, y se engancha en una vida falsa, en unas vivencias
imaginarias o puramente aparentes.
Pero no sólo pueden engancharse a determinadas sustancias químicas. Otros se
harán dependientes a nivel enfermizo de una búsqueda desenfrenada de libertades, de
placeres, de disfrutar a tope, de romper todas las normas, eliminar todas las barreras y los
límites, y entregarse al goce pleno de una existencia sin compromisos, sin esfuerzos, y
por supuesto sin deberes ni responsabilidades. Aquí encontraremos al grupo de los
insolentes, los soberbios y los despiadadamente críticos, quienes echarán la culpa de
todo al mundo, a la humanidad, a los padres, y a cualquiera que se les ponga por delante.
Si además su entorno no les comunica nada, si les decepciona, y no les aporta el calor
necesario para que ellos se incorporen en él activamente, estas fuerzas o impulsos que en
ellos laten se volverán hacia el cuerpo, buscando en él los placeres que de otro modo no
pueden alcanzar. En este caso aparecerá una adicción a la sexualidad, y al consumo de
sustancias alucinógenas. Esta búsqueda de libertad absoluta, de predisposición a la
sensualidad o a la comodidad, puede degenerar en una animalización. El joven pierde su
esencia espiritual, su norte, su meta, su misión, y olvidado de todo compromiso sólo se
dedica al goce de sus sentidos materiales.
Hay otro peligro, aparentemente inofensivo, como es el pasar horas enteras ante el
televisor o yendo al cine con excesiva frecuencia. Es indudable que esta actitud muestra
una dificultad para enfrentarse a su propia historia, por lo que se dedican a vivir por
delegación, es decir, a que las historias de otros sean las que les proporcionen las
emociones y vivencias que ellos mismos no son capaces de extraer desde sí a través de
su propia experiencia. Tal «distracción» conlleva además el riesgo de debilitar su
voluntad, recién emancipada, que ahora ha de ponerse en acción para dirigir desde dentro
su existencia.
En su afán por hacer reales sus ideales, otra de las tentaciones con las que muchos
jóvenes van a enfrentarse es la de abandonar sus propios criterios para entregarse de
forma totalmente dependiente a ideologías o a gurús, desplazando en esa figura la
responsabilidad que a ellos pertenece, y desarrollando un mundo de ilusiones a través de
las cuales rehuir sus verdaderas exigencias. Esto desembocará en una actitud fanática y
por supuesto enormemente dependiente. Lo que aquí ocurre es que el joven no asume su
identidad, no deja que su «yo» se encienda, y en su lugar busca otro «yo» que desde
fuera dirija su vida. El ideal por lo espiritual es lo que hace que se sienta atraído hacia las

207
sectas o las drogas.
Sean cuales fueren los peligros, siempre encontraremos en ellos los dos gestos
anteriormente mencionados: la antipatía hacia el mundo, retirándose de él, negándose a
cruzar el umbral de la madurez por el camino elegido, entregándose ya sea a una actitud
destructiva o rencorosa, o alocada y evasiva, o la simpatía, a través de la asunción de la
propia identidad y del deseo de evolucionar uniéndose al mundo para formar parte activa
en él.

7.3. Sobre la paga semanal


El dinero que les damos a nuestros hijos es un tema que, mal enfocado, constituye un
peligro más, a parte de los anteriormente enumerados. Hace unos días, una amiga me
decía lo siguiente: «Creo que nos hemos equivocado con nuestros hijos. Estamos
creando una generación de seres débiles, caprichosos y sin voluntad para la lucha. Les
damos demasiado, y luego ellos no saben valerse por sí mismos». ¡Cuánta razón tiene
esta persona, y qué pena no habernos dado cuenta antes! No hace mucho tampoco,
saliendo de un centro de ocio en el cual había cientos de jóvenes, vestidos a la última
moda con ropas de marca, y consumiendo sin parar todo tipo de productos, me hacía esta
pregunta: «¿Cómo va a evolucionar su vida cuando ellos mismos tengan que luchar por
su propia subsistencia? ¿Cómo van a aceptar puestos mediocres, sueldos a menudo
lastimeros, ellos, que desde niños están acostumbrados a que nada les falte, a que todo se
lo den hecho, a que el menor de sus deseos sea cumplido de inmediato, sin que tengan
que hacer nada para lograrlo?

Es indudable que los seres humanos aprendemos la mayor parte de las veces al
tratar de corregir los errores de la generación anterior. Muchos de nosotros hemos vivido
en la escasez de medios. La paga es un concepto relativamente nuevo, como lo es
también esta sociedad de consumo permanente y obsesivo. Como nosotros no tuvimos,
ahora queremos suplir nuestras propias carencias en los hijos, y les colmamos de ropa,
juguetes, libros, discos, etc. Y nuevamente nos estamos equivocando. Seguro que la
próxima generación hará la síntesis de las dos precedentes, alcanzando entre ambos
extremos un saludable equilibrio.
El problema con los niños y jóvenes educados en la abundancia es que llegan a
sentir que el mundo está permanentemente en deuda con ellos. No aceptan un no por
respuesta, y se convierten en tiranos, insistiendo con pertinaz perseverancia, en la que
pueden llegar a desplegar todos sus encantos, hasta lograr que el otro les dé lo que ellos
verdaderamente creen que se merecen, ¡y están convencidos de que se lo merecen todo!
La paga debería servir para que ellos aprendan a administrar el dinero, a saber

208
utilizarlo. Por lo tanto, nunca ha se ser excesivamente cuantiosa. Yo soy partidaria de
que, además de estudiar, hagan algún trabajo con el que puedan ganar su propio dinero.
Ese es el que realmente van a valorar, porque es producto de su propia creación, de su
esfuerzo, y les permite, además, desarrollar una nueva habilidad, a parte de ayudarles en
el proceso de independizarse un poco de nosotros.
El implicarse en un trabajo permite al joven sentirse activo en el mundo, en el que
puede participar aportando su granito de arena particular. Esto le ayuda a asumir nuevas
responsabilidades y también a comprender un poco mejor las dificultades que a veces
tienen los adultos en sus relaciones laborales, sus esfuerzos y a menudo sus sacrificios.
Lo que les queda muy claro es que el dinero no cae del cielo, ni surge de una nebulosa
nada.
Conozco gente que da clases, cuida niños, o incluso hace de camarero en los fines
de semana para luego poder pagarse unas vacaciones especiales en verano, o para
comprar ese maravilloso equipo de música con el que siempre soñó. Les aseguro que,
tanto las vacaciones como el nuevo aparato, son entonces algo extraordinario, que se
disfruta mucho más que cuando se les ha dado gratuitamente. Ellos saben que es su logro
personal, algo que han conseguido con su propio quehacer. Esto les amplía, les hace
ganar confianza en sí mismos y en sus capacidades.
Por otro lado, desear y saber ponerse en marcha para cumplir el deseo fortalece la
voluntad. Primero surge la necesidad, después la idea creativa del cómo, a continuación
el gesto, la acción, la realización, y finalmente la satisfacción del hecho consumado. ¿No
es acaso esta una imagen totalmente real de lo que va a ser a todos los niveles nuestra
vida en la tierra? Permitamos entonces que ellos crezcan, que no dependan tanto de
nosotros y puedan ir desplegando sus alas un poquito, volando del nido de vez en cuando
para traer alguna sabrosa pieza cazada por ellos mismos.

7.4. Los últimos coletazos del dragón de siete cabezas


Quizá el lector pueda sentirse extrañado al ver desplazada la mayoría de edad hacia los
21 años. Sin embargo, antiguamente se consideraba que este era el momento a partir del
cual el joven estaba maduro para hacerse cargo de su propia vida. Motivos,
fundamentalmente de tipo político, adelantaron la fecha por intereses determinados, pero
desde el punto de vista espiritual, no es a los 18 años cuando se alcanza la madurez,
máxime si tenemos en cuenta que es precisamente en ese punto cuando la crisis de
identidad cobra mayor pujanza.

Tras el paso del nodo lunar, y una vez que dicha crisis comienza a suavizarse, el
joven experimenta con mayor intensidad la necesidad de una ruptura interna en su

209
relación con los padres. Necesita liberarse de esa imagen interior que tiene con respecto
a los roles padre-madre, hijo-hija, para transformarla en una relación de individualidad a
individualidad. Se trata pues de una muerte de la relación, y del nacimiento de otra más
libre y amistosa, en la que primen el diálogo y el respeto mutuos. El joven quiere
descubrir quién es, cuáles son sus metas, qué es lo que quiere realizar en la vida a nivel
profesional, social, y no lo que sus padres hayan proyectado sobre él. Este encuentro con
uno mismo requiere a veces de una separación, especialmente cuando los padres no
favorecen el cambio y siguen apretando o presionando para que los hijos reproduzcan
sus formas de vida. Muchos jóvenes tienen que luchar intensamente para liberarse de la
fuerte imagen del padre y conseguir ser ellos mismos. Del mismo modo ocurre con las
jóvenes en cuanto a la influencia de su madre. Y algunos, cuando esta presión es
demasiado fuerte, y no logran la ansiada independencia, intentarán irse de casa para
establecerse en un nuevo espacio propio. Los padres podemos ayudar mucho en estos
momentos, dejando que ellos descubran quiénes son, y cómo, y de qué forma quieren
expresarse en su vida. Es muy lamentable ver jóvenes de esta edad absolutamente
idénticos a sus progenitores, tanto en formas de pensar como de vestir, actuar,
relacionarse, vivir, etc. Y no crean que es tan raro. Se encuentran muchas fotocopias por
el mundo que los padres muestran con ostentoso orgullo.
A partir de aquí, y hasta la mayoría de edad, los problemas con los que vamos a
enfrentarnos van a ser del mismo estilo, aunque en una medida más razonable, sin menos
aristas, especialmente si nosotros sabemos estar a la altura de las circunstancias, y vamos
otorgándoles mayor libertad a la vez que les vamos haciendo asumir cada vez más
responsabilidades. No en vano estas palabras fueron escritas a los 19 años:
Es curioso lo que estoy cambiando. Me encuentro más mujer, más segura de mí
misma. Controlo mucho mejor mis pasiones y mis sentimientos. Parece que mi
cabecita va entrando en funciones, aunque a veces se queda como adormecida.

Y hablando de responsabilidades, quisiera llamar su atención en cuanto a la


cantidad de actividad que hemos de pedir a nuestros jóvenes. Con frecuencia algunos
padres se quejan de que sus hijos son unos vagos, que no hacen todo lo que debieran,
que no estudian lo suficiente o que no cumplen con sus obligaciones. Muchas veces este
problema surge por dos causas muy diferentes: o bien no hemos sabido desde un
principio encomendarles determinadas tareas, por un exceso de control, o de
desconfianza, o por ser demasiado compasivos con ellos, o bien les hemos exigido
demasiado, cargándoles con responsabilidades que son nuestras y que desplazamos hacia
ellos. ¿Qué entiendo por descargar nuestra responsabilidad en ellos? Pues por ejemplo,
como ya se explicó en el apartado dedicado a los hermanos, el hacer que el mayor haga
las funciones de padre o madre que a nosotros corresponde, y el culpabilizarle si esas
funciones no han sido realizadas en la forma que a nosotros nos parece la correcta. Otra
manera puede ser el ponerles en la punta de lanza, haciendo que mientan, para tratar de
quitarnos compromisos de los que no sabemos hacernos responsables (que le digan a

210
alguien que no estamos, o que se pongan al teléfono para contar un rollo, etc.). El colmo
es que luego les echemos la bronca porque han dicho de más o de menos y no hemos
quedado lo bien que quisiéramos con aquellos a los que acabamos de estafar. Hace poco
me contaba un joven que desde pequeño sus padres le mandaban a las tiendas a hacer
reclamaciones o a pedir que le devolvieran un dinero que faltaba o una mercancía que no
estaba en perfectas condiciones. El pobre hombre me comentaba los malos ratos que esto
le había hecho pasar. Casi siempre, a la vuelta, tenía que soportar las quejas de sus
padres y a veces sus insultos, porque encima ¡no lo había hecho bien!
Esta queja de «no lo has hecho bien» nos lleva a una nueva reflexión, enmarcada en
el tema que nos ocupa: la cantidad de actividad que hemos de pedir a los jóvenes. Si
consideramos que estar activos significa estar vivos, es evidente que hemos de lograr
incentivar su deseo de cooperación, pero esto sólo puede tener éxito si, una vez que les
encargamos de algún asunto, al mismo tiempo les dejamos que lo conduzcan según su
criterio y su forma particular de llevarlo a cabo. Aquí podría contar miles de anécdotas
de comportamientos contrarios. Parece ser que es uno de los errores que los adultos no
nos cansamos de cometer. Veamos algunos: «Mira, quiero que hagas un plato de
comida para hoy. Acuérdate que la verdura se lava…, que el cacharro quiero que sea…,
que la forma de cortar la coliflor es…, que mejor utilices el cuchillo de…, que tengas
cuidado con…, que pongas el condimento «a» en vez del «b», que estés muy atenta a…,
y que ¡por Dios! luego lo pongas en la fuente «p», etc.». Yo hacía esto y más. Incluso le
sacaba a mi hija todos los ingredientes de la nevera, ¡como si fuera tan idiota de no poder
encontrarlos por sí misma! Lo hacía hasta que un día se me plantó delante y me dijo:
«mamá, si lo hago será a mi manera, si no, lo haces tú». Me quedé de piedra. Nunca
volvió a ocurrir, y por si les interesa, mi hija es mucho mejor cocinera que yo. Algún
padre, si pudiera hablar ahora, quizá me diría: «Claro, y si no le digo nada y luego la
comida sale mal…». Pues está clarísimo. Freímos un huevo y nos reímos juntos del
fallido experimento. Probablemente, la próxima vez, este/a mismo/a hijo/a vendrá a
preguntarnos lo que necesite para tener más éxito, porque, ¿cómo puede aprender si no le
dejamos equivocarse? A propósito, quizá les interese saber de primera mano, lo que mi
hija menor sentía cuando yo le pedía que hiciese las cosas exactamente como yo quería:
«Me ponía histérica y tremendamente irritada. Sentía que no se confiaba en mí, y que
me hacían sentir que sabía menos de lo que sabía. Me quedaba bloqueada, y me daban
ganas de hacer todo lo contrario. A partir de ahí ya no tenía ningún deseo de
colaborar».
Mi deseo, al escribir este libro, es que experiencias como estas no tengan que
repetirse una y otra vez, causando dolor a todos los implicados en las mismas. Si ya
desde niños fomentamos y aplaudimos sus iniciativas, si les permitimos que hagan cosas
para toda la familia, si les alabamos por contribuir, en la medida de sus posibilidades, al
bienestar común, y agradecemos dichas contribuciones, seguramente no tendremos ahora
ningún problema. La cuestión está en darles la cantidad de actividades de las que ellos,
según su edades, puedan hacerse responsables. Ni una más ni una menos.

211
La medida justa de actividad se percibe claramente. Si los jóvenes se aburren, no
cabe duda de que necesitan más ocupaciones. Pero si llegan tarde a todas partes, están
acelerados, agobiados o tensos, está claro que tienen más de lo que pueden abarcar, y el
control de su vida se les está desbordando. Ambas situaciones son problemáticas.
Cuando una persona tiene pocas cosas en las que ocuparse, empezará a quejarse, a
ponerse enferma, a lamentarse por cualquier pequeño inconveniente, o a fastidiar a todo
el que pille a mano. Y en el caso contrario lo mismo, o si cabe, más todavía, ya que la
tentación de culpar a los demás por el exceso de actividad que asumimos es un mal muy
común en todas las edades de la vida. Todo desequilibrio nos conecta automáticamente
con la mente estímulo-respuesta, y ya sabemos de qué pie cojea ésta.
Ahora bien, muchas veces criticamos el egoísmo de los jóvenes, y aunque no
vamos muy descaminados en nuestros juicios, es necesario que conozcamos las razones.
Mi experiencia en este campo me ha llevado a establecer dos tipos diferentes de
egoísmos, que han de tener un tratamiento absolutamente diferente. El egoísmo, en este
momento de la vida, suele ser bastante superviviente. Recordemos que la meta final de
los jóvenes es deshacerse de la imagen interior que tienen de nosotros, con la única
finalidad de lograr ser ellos mismos. Si aún permanecen muy ligados a nosotros, si
nuestras historias, dolores, sufrimientos, enfoques de la vida, manías, etc., les afectan
profundamente, no van a poder hacer esa separación que tanto necesitan. Por eso a veces
son tan rudos, tan brutales, y se muestran enormemente ególatras, distantes e
indiferentes. Es una forma de decir «no» a aquella personalidad ajena a sí, y
sobradamente conocida, para encontrar lo nuevo, es decir, a él mismo. Si la hija o el hijo
siguen sufriendo o preocupándose por las vidas de sus padres, difícilmente lograrán
experimentar las suyas propias.
El segundo tipo de egoísmo al que quería referirme tiene relación con otra ley
universal de la existencia que dice algo así como: «Para lograr armonía en las relaciones
es preciso que el dar esté equilibrado con el recibir». Indudablemente, no es el momento
de tomarnos esta máxima al pie de la letra, ya que el ser padres o adultos implica
necesariamente una donación de nosotros mismos hacia aquellos a los que guiamos en el
camino de la vida. Es nuestro momento de dar, y es el suyo de recibir; sin embargo, por
mínimo que sea, trataremos de establecer un equilibrio entre ambos gestos,
especialmente en el caso de los jóvenes. Ellos ya han alcanzado la madurez suficiente
como para comprender que nosotros tenemos también necesidades, que no somos una
cuenta corriente siempre a su disposición, que no tenemos todo el tiempo del mundo sólo
para ellos, y que nuestra propia vida ha de ser atendida en alguna medida. Enseñarles a
dar, sin olvidarnos de agradecerles sus favores, su ayuda, es un gran regalo que les
hacemos, pues es una educación para toda su vida. Este simple gesto evitará tantos
egoísmos y exigencias innecesarios, y facilitará que todos cultivemos ese respeto mutuo
del que tanto hemos hablado a lo largo de estas páginas.
Los padres tendemos a ser muy compasivos con los hijos, y si en alguna ocasión les

212
pedimos algo, y ocurre que la respuesta es negativa, quejumbrosa o malhumorada, nos
enfadamos muchísimo, lanzando toda clase de amenazas del tipo: «te vas a enterar. La
próxima vez que me pidas que te lleve a x, o que haga z, no pienso hacerlo». Pero,
llegado el momento, nos da pena y claudicamos. Yo lo sé muy bien; soy la primera en
situarme muy a menudo entre los de este grupo. Sin embargo, esta actitud no les ayuda
nada a ellos. Les convierte en seres caprichosos, que se creen con derecho a todo, y
verdaderamente egoístas en el sentido negativo de la palabra. No vendría mal ahora que
le dieran un repaso a «las reglas para hacer de los hijos unos delincuentes». Algún «no»
de vez en cuando, sin enfados, sin conectarnos a la mente estímulo-respuesta, sino
simplemente diciéndoles con toda serenidad y amor que no vamos a hacerlo porque no
se lo merecen, dará unos resultados espléndidos (a pesar del cabreo inicial al que no
debemos hacer ningún caso). Los jóvenes necesitan que alguien les ponga en su sitio
cuando se salen del tiesto, y que seres maduros e independientes les enseñen que todo lo
que hacemos en la vida tiene consecuencias. Si plantamos zanahorias, cosecharemos
zanahorias. De manera que si damos amor, ayuda y respeto, no podremos recibir otra
cosa a cambio.
Hace tiempo, no recuerdo cómo, llegó a mis manos un escrito de un joven de unos
18 años, que publicó en la revista de su Instituto. En su momento me pareció un
documento de una importancia enorme. Ahora quiero reproducirlo en estas páginas,
como homenaje hacia su valor, por un lado, y como ayuda hacia los adultos, para que
podamos ver de primera mano lo que estos guerreros con los que ahora convivimos
piensan en lo más profundo de su corazón. Nada mejor para ilustrar todo lo dicho hasta
ahora que la propia voz de un experimentado y sufrido adolescente, al cual deseo con
todo el corazón que haya encontrado el camino hacia sí mismo, para que desde ahí sepa
poner solución a su vida. ¡Ojalá que este libro ayude a que no tengamos nunca que oír
estas acusaciones tan tremendas!
Porque sois débiles nos habéis llamado gamberros, y con eso condenáis a una
generación con la que habéis pecado. Os dimos de plazo dos décadas para
hacernos fuertes; fuertes en el amor y fuertes en la buena voluntad; pero nos
hicisteis gamberros. Porque sois débiles.
No nos mostrasteis un camino que tuviese sentido, porque vosotros no conocéis
el camino, y habéis perdido la oportunidad de buscarlo. ¡Porque sois débiles!
Vuestro quebrado «No» estaba torcido al viento. Ante las cosas prohibidas sólo
necesitábamos gritar un poco, entonces apartabais el «No» y lo sustituíais por
un «Sí». Y a eso lo llamáis amor. Porque sois débiles habéis comprado vuestra
propia tranquilidad, cuando nosotros éramos pequeños, con dinero para el cine
y helados; con ello, no nos servisteis a nosotros, sino a vuestra comodidad.
Porque sois débiles.
Débiles en el amor y débiles en la paciencia, débiles en la esperanza, y débiles
en la fe.
Nosotros somos gamberros y nuestras almas sólo son la mitad de viejas que
nosotros. ¡Nosotros creamos camorras porque no queremos llorar por todas esas
cosas que no nos habéis enseñado!
Sabemos cálculo y lectura, y se nos dieron instrucciones sobre cómo se cuentan
los pistilos en los rosales. Sabemos cómo viven los zorros, y conocemos la

213
formación de la cola de caballo. También hemos aprendido a sentarnos formales
y levantar el dedo, para hablar sobre el zorro y la cola de caballo. Pero cómo
enfrentarnos al mundo, ¡no nos lo habéis enseñado!
Hasta queremos creer en Dios, en Uno que es inmensamente fuerte, que lo
comprende todo y que quiere que seamos buenos. Pero no nos enseñasteis a
ningún hombre bueno porque creía en Dios.
Habéis ganado dinero con veneración, y habéis murmurado los resultados de la
bonoloto como oraciones.
Señor guardia, guarda la pistola y dinos qué es lo que merece la pena hacer.
¿Realmente amas a ese orden al que tú sirves, o amas tu derecho por la fuerza o
por la pensión?
Señor Ministro, muéstranos si eres fuerte como hombre, cuáles son tus hechos
como buen cristiano «por lo bajini». ¿No somos nosotros caricaturas de vuestra
existencia llena de mentiras?
Nosotros hacemos ruido abiertamente y armamos escándalo, pero vosotros,
ocultamente, lucháis uno contra otro. Vosotros, en los negocios, os retorcéis el
cuello y os degolláis por puestos mejor recomendados.
Mostradnos a alguien de vosotros que sea bueno de verdad por cada uno de
nosotros que haga mucho ruido. En vez de amenazarnos con hombres con
porras, soltadnos a hombres que nos muestren dónde está el camino. No con
palabras, sino con su vida.
Pero vosotros sois débiles. Los fuertes van a la selva a salvar a los negros,
porque ellos os desprecian igual que nosotros. Porque vosotros sois débiles y
nosotros somos gamberros.
Madre, intenta rezar, ya que los débiles tienen pistolas…

7.5. La comunicación: un camino hacia el bienestar


Aunque este tema ya ha sido mencionado, quiero volver a ello nuevamente, pues ahora
más que nunca hemos de ponerlo en práctica ya que, a través del diálogo, llegaremos a
una relación, no sólo armoniosa con nuestros jóvenes, sino fundamentalmente feliz y
llena de satisfacciones.

Por todas partes se habla de la importancia de la comunicación, aunque


desgraciadamente son pocas las familias e incluso las escuelas, universidades o lugares
de trabajo en las que ésta se practica. Los seres humanos nos tenemos miedo unos a
otros, por eso no nos comunicamos. El origen de este mal está fundamentalmente en el
hogar, y posteriormente en la escuela. Nuestras experiencias no son buenas, y ello nos
lleva a encerrarnos cada uno en su propia concha sufriendo la soledad de nuestro
destierro.
La incomunicación reinante en la familia y el hábito de encerrarme en mí
misma, hacen mi tarea de ansias de renovación irrealizable.

Por eso les invito a apagar la funesta televisión y a sentarse juntos, aprovechando
por ejemplo el momento de la cena, para charlar y compartir los acontecimientos que

214
cada uno ha vivido a lo largo del día, o para comentar temas de actualidad, planes de
futuro, recuerdos del pasado, o lo que surja, pero ¡hablar!, y por supuesto reír. En mi
familia decidimos hace mucho tiempo que esos instantes eran nuestros, y que ningún
programa, por interesante que pareciese, era más importante que nuestra experiencia
directa y que el calor que unos nos aportábamos a otros. De ahí nació un espacio
maravilloso, algunos días mágico, otros extraordinariamente divertido, y en el peor de
los casos lamentoso, sobre todo cuando estamos muy cansados o aburridos. Aún así, nos
gusta estar juntos, vernos, oírnos, sentirnos, vivirnos. Hay noches patéticas, incluso
histéricas, en las que cada cual tiene un montón de cosas que contar y entonces gana el
más rápido, mientras los demás esperan ansiosos una pequeña fisura por donde meter la
cuña publicitaria, en medio de un abominable teléfono que no para de sonar. ¡Yo no
cambiaría esto por nada! Nunca se interrumpieron estos contactos, ni siquiera en los
momentos de cruenta adolescencia. Especialmente en esa fase necesitábamos aclarar
demasiadas cosas, decirnos unos a otros lo que nos molestaba y lo que teníamos que
cambiar. Porque no sólo ellos tienen que modificar conductas. Nosotros tenemos
toneladas de cosas que transformar, y los jóvenes las ven con enorme claridad; además,
saben decirlas sin que nos hieran demasiado (sólo en el caso de que estemos dispuestos a
escucharlas).
Muchos estudios psicológicos y pedagógicos insisten en que la mayoría de los
problemas que surgen en la juventud, ya sean de rebeldía, violencia, inadaptación o
marginación, tienen su origen en la deficiente o nula comunicación con los adultos. Y es
evidente que la raíz de este problema hemos de ir a buscarla en la niñez. La
comunicación no brota, como algunas setas, de hoy para mañana; necesita ejercitarse
desde el principio. Somos los padres quienes la iniciamos cuando desde pequeños les
acogemos, escuchándoles y comprendiéndoles debidamente, y no tratando de cambiar
sus comunicaciones, ya sea negándolas, alterándolas, o cortándolas constantemente de la
manera que sea.
Decíamos en el capítulo tercero que comunicar es el acto de intercambiar ideas,
sentimientos, puntos de vista u objetos entre dos o más personas. Se trata de un proceso
que conlleva dos movimientos: entrega y recepción. La comunicación ideal es pues
aquella en la que aquel que la envía tiene en cuenta al que va a recibirla. Por ejemplo, no
podemos comunicar algo a alguien que de antemano sepamos que no va a entender,
simplemente porque no está aún capacitado para ello, o porque no se encuentra en el
momento adecuado para escucharlo.
Además de la atención o consciencia del otro, la persona que comunica ha de poner
intención, con objeto de que lo que quiere transmitir llegue correctamente a su destino.
Así pues, ha de hablar claro, con el tono de voz adecuado al espacio que media entre
ambos (a mayor espacio, mayor intención, pues evidentemente no es lo mismo hablar a
alguien próximo, que comunicar desde otra habitación). Por su parte, la persona
receptora deberá estar atenta para escuchar exactamente lo que diga el emisor; de este

215
modo podrá duplicar correctamente (hacer una copia perfecta de lo que emana del punto
origen). Si tenemos en cuenta que la mayoría de los problemas aparecen cuando se
produce una mala duplicación, es necesario, por lo tanto, que el que emite se exprese con
la claridad suficiente como para hacerse entender; si no, surgirán malentendidos, que son
los que generan los sinsabores y malestares entre las personas. Una buena duplicación
consiste en captar con exactitud el concepto o idea que el otro transmite. Imaginemos
que A dice lo siguiente: «Me encantan estos zapatos azules». La verdadera duplicación
en la persona receptora sería: «Me encantan estos zapatos azules»; es decir, comprender
que a A le encantan estos zapatos azules, lo cual no quiere decir que B esté de acuerdo,
ni tan siquiera que comparta ese tipo de gustos. Una mala duplicación, por ejemplo, en
este caso, entender: «Me encantan los zapatos azules» o «a mí los zapatos como más me
gustan es azules», sistemáticamente dará pie a malentendidos y a todo tipo de enfados.
El hecho de saber escuchar, de estar atento cuando alguien nos habla, implica
necesariamente crear un silencio interior. Si cuando alguien trata de comunicarse con
nosotros, al mismo tiempo estamos pensando en lo que vamos a responder, es evidente
que hay parloteo mental; por lo tanto, desaparece la atención, la verdadera escucha, y es
más que probable que debido a ello la duplicación sea lo suficientemente incorrecta
como para que surjan malentendidos. El otro no se sentirá debidamente escuchado, y
mucho menos comprendido.
El cierre final de toda comunicación, la confirmación de recibo, es un punto
esencial que a menudo eludimos, y que a su vez favorece que nos sintamos mal. Es lo
que nos permite saber que el otro ha escuchado y ha comprendido lo que queríamos
decir, por ello es tan importante tenerlo en cuenta. Nunca hemos de terminar una
conversación sin lograr que la persona con la que hemos estado hablando nos dé su
confirmación de recibo. De otro modo, nos quedaremos como colgados en ese momento
particular, esperando una respuesta que no llega, o tratando de suponer si nuestro
interlocutor entendió (duplicó) o no lo que quisimos decirle, o en el peor de los casos, si
ni tan siquiera nos escuchó. Con este punto final, ambos quedaremos satisfechos.
Ahora bien, hay confirmaciones de recibo que también pueden crear desarmonías y
sinsabores, ya que tienden sistemáticamente a poner fin a cualquier comunicación.
Veamos un ejemplo de las fuertes o excesivas: Un niño dice a sus padres que quiere
tocar el piano. Los padres se entusiasman. ¡Por fin oyen algo interesante! Le alaban la
idea de tal modo que ya están en la tienda comprando el mejor piano, buscando el más
prestigiado profesor, apuntando al niño al Conservatorio, y viéndole, en medio de
atronadores aplausos, tras el concierto que acaba de dar en el teatro más famoso de su
ciudad. Y el pobre niño, que sólo quería sacar unas cuantas notas a esas impresionantes
teclas, se queda tan abrumado, que finalmente desiste, abandonando esa fulgurante
carrera musical, mientras oye decir a sus progenitores que es un niño incapaz de llevar
nada hasta el final.
Otra forma de cortar la comunicación es la confirmación de recibo prematura;

216
aquella con la que tenemos la sensación de que, digamos lo que digamos, no vale, bien
sea porque el otro no muestre el menor interés por lo que estamos hablando, o porque
actúe como si ya lo supiera todo de antemano, o porque nos encasquete su propio asunto
sin dejar que terminemos de exponer el nuestro. Ejemplo:
A - Me acaba de llamar mi madre y…
B - No me digas más. ¡Que no viene!
A - Bueno, sí, pero además me ha dicho que mi hermana va a…
B - ¡No me lo puedo creer! ¿O sea que viene tu hermana? No, ¡si yo ya lo sabía!
A - No, verás, no es eso. El tema es que…
Y así sucesivamente. Es evidente que A va a acabar sintiéndose fatal. No le están
dejando expresarse ni emitir sin interrupciones su comunicación. Otro ejemplo en esta
misma línea es el siguiente:
E - No voy a poder salir hoy. Estoy muy cansado. Me duele…
R - Bueno ¡qué me vas a decir a mí que llevo todo el día con la cabeza hecha un
bombo!
Seguro que a esta persona, cuando R le haga esto mismo un par de veces más, se le
quitarán todas las ganas de continuar comunicando, y se retirará a su rincón sin
comprender el malestar que ahora siente.
Un elemento importante en la comunicación es el aceptar lo que el otro dice, piensa
o siente, sin tratar de cambiarlo porque no nos guste. Aceptar la comunicación de otra
persona y confirmarle recibo no significa en modo alguno que tengamos que opinar lo
mismo, o comprender en profundidad lo que expresa. Puede ser que no estemos de
acuerdo, pero esto no nos autoriza a tratar de cambiar su modo de ver o de vivir sus
experiencias, que no necesariamente han de ser compartidas. Me gusta mucho lo que
dice Voltaire al respecto: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi
vida tu derecho a decir lo que piensas».
Duplicar lo que el otro dice y confirmarle que le hemos entendido resuelve largas y
tediosas discusiones que no llevan a ninguna parte. Nuestra hija irrumpe súbitamente en
la cocina, y muy enfadada dice lo siguiente: «No me gusta nada cómo me han dejado el
pelo en la peluquería, así que: ¡no pienso ir a la fiesta de Carmen!». Nuestra tendencia
natural sería enzarzarnos en inagotables razonamientos sobre lo mona que está la chica,
lo bien que le queda ese corte, etc., mientras ella, «erre que erre», nos va desmontando
todos los argumentos. Si en vez de tanto esfuerzo por rechazar su comunicación,
simplemente la aceptamos diciendo: «Vale. Está bien», el problema quedará zanjado. A
fin de cuentas es ella quien se lo pierde, y finalmente puede ocurrir que nuestra simple

217
confirmación de recibo la impulse a cambiar de opinión. Y si mantiene su decisión, tiene
la gran oportunidad de aprender una lección, de saber algo más sobre sí misma, y quizá
pensárselo dos veces en la próxima ocasión.
El no aceptar la comunicación tal y como es enviada nos lleva a situaciones como
estas: «Estoy súper deprimida». «¡No puede ser!», le responde el receptor, «¡no tienes
ningún derecho a quejarte!, ¡con la de dolor que hay en el mundo y tú con esas
tonterías!». O: «Mi compañera de clase es insoportable y la odio a muerte». «Parece
mentira», dice la madre, «las niñas no deben odiar, no está nada bien. Tienes que
intentar ser amable con ella», etc. La hija sólo quiere ser escuchada, y con un «vale» o
un «comprendo» se quedaría tan tranquila, y a lo mejor hasta se le pasaría la mitad del
odio. Por supuesto, incurrimos en este error cuando lo que nos quieren transmitir nos
concierne personalmente. Por ejemplo: «Mamá, quiero decirte que no me ha gustado
nada tu forma de contestarme. Me he sentido mal. Me has hablado de forma muy
agresiva»; «¡Pero qué dices! De eso nada. Eres demasiado sensible. Yo te lo he dicho
perfectamente». Así, no sólo cortamos la comunicación con la hija o el hijo (quienes
probablemente no volverán a decirnos nada parecido), sino que nos alejaremos
ostentosamente de la posibilidad de cambiar, de mejorar, y por supuesto de acercarnos
más íntimamente a su corazón. Con este rechazo de comunicación, todos saldremos
perdiendo.
La comunicación es tan importante, que si ésta es positiva, la relación con los
demás será sana, sincera, feliz y armoniosa. Si nos decantamos por cultivar los errores
(siendo uno de los más graves el silencio, la no comunicación), nadaremos en un mar de
incomprensiones, de reproches, celos, dudas, negatividades, suposiciones, enfados,
llantos y toda clase de desdichas. Repasemos por lo tanto, una vez más, lo que hemos de
eludir cuando entremos en comunicación con los demás, sean estos o no nuestros hijos:
• No poner intención (tono de la voz. Algunos hablan para su camisa).
• No poner atención en la persona con la que estamos hablando. No tener en
cuenta en qué estado o situación se encuentra; si puede o no, en ese
momento, recibir nuestra comunicación.
• No escuchar con atención al otro.
• Cortar su comunicación.
• Interrumpir constantemente la comunicación del otro. Hablar por él.
• Rechazar la comunicación porque no nos agrada lo que dice.
• Desviar la comunicación original, saltando de un tema a otro, y haciendo que
la persona pierda el hilo de lo que quería decir.
• No aceptar la comunicación tal y como el otro la expresa, sin alterar, añadir,

218
corregir o poner en duda.
• No dar confirmaciones de recibo.
• Hablar sin parar, no dejando que el interlocutor meta baza.
• No comunicar. No hablar. Permanecer encerrado en uno mismo.
Finalmente, quisiera hablar, de los actos violentos, negativos u hostiles de nuestros
jóvenes. Entiendo por acto hostil aquella acción, o ausencia de la misma, que va en
contra de los demás, tanto de los seres humanos como de los animales, del medio
ambiente, o de los bienes materiales, ya sean privados o pertenecientes a la comunidad;
en definitiva: todo acto cuyo sentido vaya dirigido a la destrucción, a hacer daño.
Los actos dañinos aparecen ya desde la infancia, y es preciso saber corregirlos
adecuadamente. No obstante, es sin duda la adolescencia el momento crucial en el que
estas acciones violentas aparecen con mayor intensidad. Ya vimos en su momento que
dichas acciones tienen por objetivo llamar la atención del mundo exterior. Son como un
grito de socorro de una juventud que sucumbe y que necesita límites, modelos,
correcciones.
Enlazo este tema con la comunicación, puesto que gracias a ella podremos resolver
estas situaciones tan dolorosas para todos. Digo para todos, pues los violentos,
aparentemente, se están divirtiendo cuando rompen las cabinas telefónicas, o pintan las
paredes, o hacen toda clase de barbaries, pero en el fondo están sufriendo, y necesitan
desesperadamente que alguien les pare, les ponga freno. De manera que si nuestro joven
particular comete algo en esta línea, hemos de poner énfasis en comunicar con él, en
descubrir qué es lo que va mal, qué es lo que estamos haciendo, o no haciendo, que a él
le perjudica hasta el extremo de llamar nuestra atención a través de la violencia. ¿Estará
él mismo recibiendo violencia por nuestra parte? ¿No es acaso una gran violencia no
poder comunicarse con los adultos, no poder expresarse, dar sus puntos de vista, y tener
que tragar diariamente unos platos confeccionados siempre por los demás? Una vez que
la comunicación se restablece, o se inicia, veremos cómo estas actitudes desaparecen,
pero antes, como segunda acción, hemos de ayudar al joven a que repare lo que ha hecho
mal. Si son pintadas en la pared, ha de ir a lavarlas. Si ha roto una cabina, ha de ahorrar
para pagarla, o ha de presentarse a las autoridades responsables para brindarse a ayudar a
volver a restaurarla. Y así con todo lo dañino. Sólo hay una forma de lavar un acto hostil,
y es repararlo. No podemos deshacer lo hecho, pero sí podemos compensarlo. Es bueno
que enseñemos a nuestros hijos que todo acto contra la vida se vuelve a su vez contra
ellos, contra la vida que también vive en ellos. Es como cuando lanzamos con fuerza una
pelota contra la pared de un frontón. Impepinablemente se vuelve hacia nosotros con la
misma fuerza con la que la hemos lanzado. A esto se le llama también karma, y a veces
el karma (o ley de causa y efecto) es muy inmediato.
Conozco un maestro, al que admiro profundamente, que aplicó un castigo magistral

219
a unos alumnos de su clase. Éstos llegaban cada mañana a la escuela en un tren de
cercanías, y un día, aburridos, hartos, o sabe Dios qué, decidieron «decorar» a su aire las
paredes de la estación. Dicho maestro, ni corto ni perezoso, buscó a los responsables y se
los llevó al lugar de los hechos. Allí se presentaron al jefe de estación, el cual les
proporcionó cubos, bayetas y nueva pintura para dejar aquello mejor aún de como lo
habían encontrado. Les aseguro que no volvieron a hacerlo, y gracias a la sabiduría de
ese hombre, aprendieron una lección que les resultará de enorme valor para el resto de su
vida. Lo mejor del asunto es que todo fue realizado sin estrépitos, sin broncas, sin
sermones. Añadir cualquiera de estos ingredientes hubiese estropeado por completo la
lección. Si alguna vez les ocurre algo semejante, sólo hay que confirmar recibo del
asunto: «Bien, veo que has pintado la fachada del edificio. Ahora te voy a dejar que lo
repares». Y cuando el trabajo haya terminado, tenemos que ir a comprobarlo y darles
una nueva confirmación de recibo, algo así como: «Bien, has hecho un excelente
trabajo».
Nuevamente nuestro ejemplo ha de ser la luz que les guíe en el camino de la vida,
pues no es amenazándoles, pegándoles o sometiéndoles a terribles castigos como vamos
a lograr que cesen en sus impulsos de destrucción. Una forma de ayudarles a liberarse de
sus actos destructivos es que, ya desde pequeños, les dejemos expresarlos, sin regañinas
ni culpabilidades. Simplemente confirmándoles recibo con un: «te agradezco la
confianza que has puesto en mí», o «entiendo lo que me dices», puede hacer que
abandonen dichos actos.
Cuando, tanto niños como jóvenes, cometen actos hostiles, lo normal es que luego
los oculten, y esto empieza a forjar en ellos mucha culpabilidad, marginación y dolor. El
hecho de ocultarlo suele deberse al temor a nuestras violentas reacciones, las cuales les
hacen sentirse rechazados por nosotros, no queridos, no comprendidos. Podemos
ayudarles también confesando nuestros propios actos hostiles (por ejemplo, contra ellos),
reparándolos y cultivando esa intensa comunicación a partir de la cual ellos puedan
liberarse de lo que les atenaza el corazón. De nuevo, habremos de distinguir entre su
mente estímulo-respuesta y el ser interior que sufre cuando hace algo destructivo. Si
conseguimos no enfadarnos, no castigar jamás al ser que mora en cada uno de nuestros
jóvenes, la batalla contra la mente estímulo-respuesta, tarde o temprano, estará ganada,
sin la menor duda.
Uno de los síntomas típicos que nos muestran que alguien está cometiendo actos
hostiles que luego oculta, es la crítica. Criticar es, en términos fotográficos, el
«negativo» de la comunicación. Cuando criticamos estamos mostrando que somos
incapaces de comunicarnos con aquellos a los que destruimos en nuestro pensamiento y
en nuestro corazón. Hablar, comunicar, es imprescindible para lograr armonía en la
relación con los demás. Y todo puede comunicarse. Sólo tenemos que buscar la manera
más equilibrada de hacerlo. No se trata de convencer al otro de que tenemos razón.
Simplemente hemos de decirle aquello que nos hace daño, aquello que nos ha dolido; sin

220
juicios, sin imposiciones, dejándole la libertad de hacer algo con eso, o de mantenerse en
sus trece, es decir, continuando con los actos hostiles en cuyo blanco estamos nosotros.
En ese caso, estaría bien preguntarnos si nos interesa mantener la amistad de alguien que
es, por más que diga lo contrario, un enemigo. Cortar una relación que nos perjudica es
mucho mejor que pasar el resto de la vida sufriendo y dañando a los demás con nuestras
críticas.

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


7.1/7.2

• Sobre los 18 años y medio se produce un mayor despertar del «yo», a partir del cual surge algo
nuevo. Es un momento de actualización del destino de la persona hacia el futuro.
• Aparecen grandes cambios en la vida del joven: cambio de estudios, de profesión, actividades,
amistades, pareja, etc.
• Hasta aquí ha seguido las directrices de sus mayores. En este punto empieza a darse cuenta de lo
que no quiere continuar haciendo. La tragedia es que muchas veces sabe lo que no quiere, pero no
tiene claro aún lo que desea hacer de verdad en su vida. Esto le produce un gran vacío.
• Es como un nuevo umbral que el joven ha de atravesar. En este punto él mismo ha de tomar la
responsabilidad de su vida, continuando su proceso a partir de la auto-educación.
• El paso de este umbral crea en el joven grandes dudas que le provocan una importante crisis
existencial.
• La tentación es rehusar su responsabilidad, no involucrarse con el mundo ni asumir su destino. Esta
crisis existencial (el miedo a dar este paso hacia su madurez terrenal) puede provocarle grandes
sufrimientos.
• Hay un miedo a no estar preparado para asumir todas las responsabilidades que se le avecinan.
• También hay miedo a entrar en un mundo en el que imperan los valores alterados: competitividad,
violencia, superficialidad, materialismo, etc.
• Los ideales, que hasta aquí ha enarbolado, pueden empezar a tambalearse ante una sensación de
impotencia, de no sentirse capaz de luchar y transformar tanto caos.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Dialogamos con los jóvenes los cambios que ellos quieren realizar en su vida?
2. ¿Reprimimos sus deseos, sus metas, simplemente porque no concuerdan con las nuestras, o
porque no era eso lo que teníamos pensado para ellos?
3. Cuando todavía no saben qué es lo que quieren hacer en la vida, ¿nos ponemos a forzarles, a
presionarles, a culpabilizarles?
4. Mientras se lo piensan, ¿les proponemos otras alternativas positivas?
5. ¿Permitimos que se dediquen a no hacer nada mientras surge el nuevo impulso?

221
6. ¿Cuál es nuestra actitud cuando nos enteramos de que nuestros jóvenes andan en líos con drogas
o alcohol? ¿Somos tolerantes con esas actitudes destructivas, o tomamos medidas de inmediato
para resolver la situación?
7. ¿Tiramos nosotros mismos la toalla, contagiados por lo negativo que nos rodea y abandonando el
impulso de contribuir con nuestros actos a un mundo mejor, o seguimos siendo para ellos un
modelo de vida?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


7.3

• Cubriendo todos los deseos de nuestros hijos, poniendo a su disposición «cuantiosas pagas» para
que nada les falte, creamos una generación de seres débiles, caprichosos y sin voluntad para la
lucha. Impedimos que sepan valerse por sí mismos.
• Los niños y jóvenes educados en la abundancia llegan a sentir que el mundo está en deuda
permanente con ellos.
• La paga debería servir para que ellos aprendan a administrar el dinero, a saber utilizarlo.
• Es bueno incitarles a que hagan pequeños trabajos con los que puedan cubrir sus gastos personales.
Esto les permite desarrollar nuevas habilidades, ganar confianza en sí mismos, y por tanto alcanzar
una mayor independencia.
• El implicarse en un trabajo permite al joven sentirse activo en el mundo. Esto le ayuda a asumir
nuevas responsabilidades.
• Desear, y saber ponerse en marcha para cumplir el deseo, fortalece la voluntad.
• Hemos de permitir que no dependan tanto de nosotros y puedan ir desplegando sus alas.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Cumplimos todos sus deseos? ¿Les damos todos sus caprichos?


2. ¿Nos gusta que dependan de nosotros, que no les falte nada?
3. ¿Fomentamos su independencia económica?
4. ¿Valoramos su deseo de realizar algún trabajo?
5. ¿Compartimos con ellos su orgullo de sentirse útiles en el mundo?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR

222
7.4

• El joven experimenta con mayor intensidad la necesidad de una ruptura interna en su relación con
los padres.
• Necesita liberarse de esa imagen interior que tiene con respecto a los roles padre-madre, hijo-hija,
para transformarla en una relación de individualidad a individualidad.
• Se trata pues de una muerte de la relación del pasado, y del nacimiento de otra más libre y amistosa,
en la que primen el diálogo y el respeto mutuos.
• El joven desea descubrir quién es, cuáles son sus metas, qué es lo que quiere él realizar en la vida a
nivel profesional, social, no lo que sus padres hayan proyectado sobre él.
• Muchos jóvenes tienen que luchar intensamente para liberarse de la fuerte imagen del padre o la
madre y conseguir ser ellos mismos.
• Los padres hemos de ir otorgándoles mayor libertad, a la vez que les vamos haciendo asumir cada
vez más responsabilidades.
• Hay que incentivar su deseo de cooperación. Encomendarles tareas y dejarles que las lleven hasta el
final según su propio criterio, sin estar nosotros controlándolo todo.
• No debemos cargarles con responsabilidades que son nuestras y que desplazamos hacia ellos.
• Hay que tener cuidado de darles exclusivamente la cantidad de actividades por las que puedan
hacerse responsables.
• No olvidemos aplaudir sus iniciativas y agradecerles sus contribuciones.
• Es nuestro momento de dar, y el suyo de recibir, pero hemos de tratar de establecer un equilibrio
entre los dos gestos.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Les ayudamos a que descubran quiénes son, y cómo y de qué forma quieren expresarse en su
vida?
2. ¿Les seguimos imponiendo nuestras ideas?
3. ¿Nos sentimos muy orgullosos cuando ellos son idénticos a nosotros?
4. ¿Realmente queremos que sean reproducciones nuestras?
5. ¿Les ayudamos en sus anhelos de búsqueda de la verdad y la libertad?
6. ¿Les vamos otorgando mayor libertad a la vez que les vamos haciendo asumir cada vez más
responsabilidades?
7. ¿Seguimos ejerciendo un exhaustivo y asfixiante control en todo lo que hacen?
8. ¿Les permitimos que tomen iniciativas?
9. ¿Les cargamos con nuestras responsabilidades?
10. ¿Seguimos siendo demasiado compasivos, evitándoles que hagan las cosas por sí mismos?
11. ¿Somos demasiado exigentes con ellos, queriendo que sean perfectos?
12. ¿Dejamos que hagan las cosas a su manera, según sus criterios?

223
PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR
7.5

• La mayoría de los problemas que surgen en la juventud tienen su origen en la deficiente o nula
comunicación con los adultos. Sólo a través del diálogo llegaremos a una relación con ellos
armoniosa y llena de satisfacciones.
• Cuando comunicamos hemos de tener en cuenta a la persona que va a recibir la comunicación.
Tenemos que poner intención, además de atención.
• Cuando escuchamos a otro, hemos de estar atentos, para poder duplicar exactamente lo que se nos
dice. Asi evitamos los malentendidos.
• Nunca hemos de terminar una conversación sin una confirmación de recibo por la otra parte. Esto
nos permite saber que hemos sido debidamente escuchados.
• Hay confirmaciones de recibo que pueden poner fin a cualquier comunicación: las fuertes o
excesivas, y las prematuras.
• No aceptar lo que el otro comunica porque no nos agrada lo que dice, impedir que sienta lo que
siente, negar su experiencia, hablar sin parar, sin dejar que el interlocutor intervenga, desviar la
comunicación original, saltando de un tema a otro, interrumpir constantemente la comunicación de
otro, hablar por él, etc., son otras formas de cortarla.
• En la adolescencia, los actos hostiles o violentos aparecen con mayor intensidad. Dichas acciones
tienen por objetivo llamar la atención del mundo exterior. Hemos de estar muy atentos y
preguntarnos qué estamos haciendo para que los jóvenes tengan que llegar a ese extremo para
reclamar nuestra atención.
• Los jóvenes siguen necesitando nuestra presencia, nuestra compañía. Necesitan sentirnos cerca de
ellos, pero sin invadir su espacio.
• Podemos ayudarles a limpiar sus actos hostiles escuchando sus confesiones sin culpabilizarles, y
luego ayudándoles a que los reparen.
• Nosotros mismos hemos de trabajar en ese sentido para que nuestros actos no dañen a los demás.
Nuestro ejemplo será la mejor guía en este sentido. Si ellos ven que no dañamos, y que cuando lo
hacemos lo reconocemos y lo resolvemos, pronto seguirán el ejemplo.
• La crítica es una manifestación de comunicación deficiente o nula. Es una comunicación negativa y
hostil hacia los demás.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Les dejamos solos demasiado tiempo? ¿Hemos dejado de preguntarles, de interesarnos por
ellos, de encontrar momentos para el diálogo?
2. Cuando queremos comunicar con nuestros hijos, ¿tenemos en cuenta en qué situación se
encuentran?
3. ¿Imponemos la comunicación, o tratamos de abrir puentes para que ellos mismos quieran
dialogar?
4. ¿Somos receptivos a sus intentos de comunicación?
5. ¿Rechazamos sus comunicaciones porque no tenemos ganas o interés, o porque nos apetece más
ver ese programa especial de la TV?

224
6. ¿Escuchamos sus comunicaciones atentamente, sin críticas, sin tratar de convencerles de lo
contrario, o de largarles alguna de nuestras moralejas?
7. Cuando hablan con nosotros, ¿les damos a entender que ya lo sabemos todo, y en vez de dejarles
espacio para expresarse libremente nos ponemos nosotros a contarles lo que en realidad les
ocurre a ellos?
8. Cuando hacen algo negativo o violento, ¿nos lanzamos a su cuello para retorcérselo?
¿Reaccionamos con violencia cuando algo no nos gusta respecto a ellos?
9. ¿Somos nosotros mismos violentos en nuestro comportamiento?
10. ¿Hablamos suficientemente con ellos?, ¿les preguntamos qué es lo que va mal?
11. ¿Ponemos freno a sus acciones destructivas, o por el contrario les reímos las gracias?
12. ¿Les ayudamos a que reparen lo que han hecho mal?
13. ¿Escuchamos sus actos hostiles sin recriminaciones ni broncas? ¿Les agradecemos su confianza
cuando se confiesan con nosotros?
14. ¿Reconocemos ante ellos nuestros errores, nuestros propios actos hostiles? (gritar, enfadarse con
violencia, dar portazos, amenazar, pegar, invalidar, despreciar, etc., son actos hostiles por
nuestra parte).
15. ¿Somos personas críticas? ¿Criticamos sin parar delante de ellos?
16. ¿Sabemos comunicarles lo que nos daña, lo que nos duele, sin incurrir en culpabilidades?

225
8
¡AL FIN SOLOS!

Tú eres lo que eliges ser.

E. Dyer

En ocasiones tememos la libertad.


Es una responsabilidad pensar por uno mismo, Tomar decisiones, ser distintos y asumir las consecuencias
inmediatas.

Erich Fromm

226
227
8.1. Cortando el cordón umbilical
A partir de los 20, 21 años, el «yo» se encarna por fin profundamente, convirtiéndose en
el guía, el que puede equilibrar el mundo de los sentimientos, y por tanto aliviar, hasta
un cierto punto, el caos anterior. Con el despertar pleno del «yo», surge la
responsabilidad ante sí mismo y ante la ley, confirmándose de este modo la mayoría de
edad. El joven va a sentir un profundo cambio, una mayor estabilidad, una madurez
incipiente que le va a permitir establecer criterios que surjan más desde su propio
interior. Notará que no se deja llevar ya tanto por lo que viene de fuera, por las opiniones
de los demás. Su capacidad de juicio empieza a despuntar.
Al concluir el crecimiento de los huesos, la sustancia más dura de nuestro
cuerpo, experimentamos, por vez primera, nuestro cuerpo físico como un todo
unitario; esto constituirá la base para la experiencia de nuestro yo. A los 21 años
hablamos, por lo tanto, del nacimiento del yo humano. Con ello hemos llegado
al final de nuestro desarrollo físico. El nacimiento de la fuerza equilibradora del
yo (…).
La transformación de las facultades anímicas mediante la fuerza armonizadora
del yo sólo es posible una vez finalizado el desarrollo físico, y es a partir de
entonces cuando se puede utilizar todo el cuerpo como un instrumento. A los 21
años somos adultos de verdad. Antropológicamente por lo tanto, la mayoría de
edad no se alcanza hasta los 21 años.1

La crisis de identidad, expresada en la familiar pregunta: ¿quién soy yo?, suele


perder su connotación de profundo desgarro con la definitiva llegada del «yo», aunque
esta pregunta va a surgir muchas veces a lo largo de la vida, ya que el camino no está
trazado de antemano. Somos cada uno de nosotros quienes hemos de encontrarlo cada
vez, en cada recodo, en cada prueba que la vida nos va a poner por delante. Asi pues, no
siempre vamos a estar a la altura de las circunstancias. El «yo», recién despierto, es
todavía frágil, y ha de fortalecerse a través del compromiso, de la toma de
responsabilidad por nuestros actos, por nuestros pensamientos y nuestros sentimientos.
Es la hora de la autoeducación, del trabajo sobre nosotros mismos encaminado a alcanzar
la consecución de los ideales que nos impulsan.
Es el momento de encaminarse hacia una profesión, hacia un encuentro con la
sociedad, reintegrándose al mundo, del que hasta ahora el joven se ha sentido, en mayor
o menor medida, separado.
Llegó la hora de cortar los lazos, que deberían haber ido aflojándose a lo largo de
toda esta etapa. Los padres hemos de tener muy claro cuándo hay que pasarles a ellos
toda la responsabilidad de su vida. Hasta aquí hemos desarrollado nuestra labor, con más
o menos acierto, y cada uno, según su educación y sus posibilidades, ha tratado de darles

228
lo mejor de sí mismo. El trabajo está a punto de terminar. Ahora sólo nos queda ir
poniendo fin al proceso con toda dignidad, dándoles la plena libertad de volar con sus
propias alas. Es lastimoso ver a padres haciendo siempre el mismo papel: pensando por
ellos, decidiendo por ellos, cuidándoles como si todavía fueran niños. Si sabemos
soltarles a tiempo, respetarles y aceptarles, nuestros hijos llegarán a ser unos
maravillosos amigos.
Erich Fromm dice al respecto:
El amor materno —el más sagrado de todos los vínculos emocionales— hace
sentir al niño el amor a la vida. Pero la esencia misma del amor materno está en
cuidar que el niño crezca. Y esto significa que se aleje de su madre. Dos seres
que estaban unidos deben separarse y, en esta etapa, ese amor requiere la
capacidad de dar todo sin desear nada, salvo la felicidad del ser amado.
Sólo la mujer que realmente ama, la mujer que es más feliz dando que tomando,
que está arraigada en su propia existencia, puede amar, y aun después de la
separación, seguir amando.

Es probable que todavía sigan viviendo en nuestra casa, sobre todo si no han
terminado sus estudios, en cuyo caso nos conviene estar muy vigilantes para no caer en
la tentación de seguir mimándoles o tratándoles como si siguieran siendo niños, o lo que
es aún peor, de convertirnos en sus esclavos. Desde luego, la libertad no puede ser total,
puesto que aún dependen de nosotros a nivel material. Así que todavía tienen que aceptar
algunas reglas, tenernos en cuenta, considerar nuestras necesidades, y hasta, si me
apuran, respetar alguna de nuestras manías (que Dios quiera sean ya muy pocas después
de tantos años de convivencia). Nuestra casa no aparece en la guía hostelera, ni como
pensión, ni como hotel de varias estrellas, ni tampoco es un internado, o un cuartel
militar. Por tanto, las normas de convivencia, que favorezcan a todos, han de estar muy
claras. Yo aconsejo que los hijos trabajen en algo, además de estudiar. Esto les permite
ser más responsables con el dinero, valorar más las cosas, y apreciar mucho mejor lo que
a veces cuesta ganarlo, además de la libertad de acción que dicho metal proporciona.
Conviene, por lo tanto, que ellos cubran algunas de sus necesidades.
Si ya están en el mundo laboral al cien por cien, y todavía no han salido del nido, es
evidente que tienen que contribuir a la economía familiar, incluso aunque ésta sea
boyante. Si no, nunca sabrán tomar responsabilidad a este nivel. Creerán que las cosas
llueven del cielo y que tienen derecho a todo. Hoy en día, muchos jóvenes, y algunos ya
más talluditos, se resisten a abandonar el hogar familiar con la excusa de que allí están
fenomenal y encima les sale mucho más barato. ¡No, si tontos no son! Tienen cocinera,
asistenta, madre, amiga, secretaria, y lo que quieran por cuatro pesetas. El problema no
es de ellos, sino nuestro. Hemos puesto en el mundo gente con poca voluntad,
enormemente cómoda y con escasas ganas de luchar por sí mismos y por su propia
libertad. Y no me refiero únicamente a la libertad de salir y entrar cuando les apetezca,
que esa ya la tienen. Hablo de otra libertad, la interior, que surge del contacto con el
mundo, de las mil y una experiencias del camino, de las preguntas que brotan en nuestro

229
interior y que van siendo respondidas en el hacer, sobre todo en ese hacer que depende
de nosotros y sólo de nosotros. Si no dejamos de ser hijos, es muy difícil que nos
convirtamos en adultos. Y que conste que adulto no significa únicamente tener una
determinada edad biológica. Adulto es un estado interior que no todos alcanzan en la
vida.
Las páginas que extraigo de otro diario de una joven de 23 años, nos van a ayudar a
comprender que la mayoría de edad no significa haber llegado a un puerto definido.
Simplemente indican que uno ya tiene las capacidades de poder iniciar el camino hacia
la meta de ser uno mismo. Es un momento importante en el que cada cual asume su vida,
aunque muchas veces no la entienda. Es el momento de comenzar a autoeducarse para
llegar a desarrollar todas sus potencialidades, para lograr ser quien realmente se es en
plenitud.

Nueva jornada de reflexión. Cada cierto tiempo, después de haber vivido un


torrente de nuevas experiencias, llega el momento de la asimilación racional,
del paso a la consciencia de mi nuevo devenir.
Ahora toca pensar en la vivencia de la rutina, del estancamiento de la sorpresa a
que da paso mi vivir una vez que me he hecho a una nueva realidad, a una
nueva existencia.
Quisiera ser capaz de mantener vivo en mí ese inocente asombro con que lo
miraba todo los primeros días de mi estancia en este lugar, pero lo voy
perdiendo día a día, se va disolviendo en la rutina. Pronto ha llegado la hora de
saludar mecánicamente sin ver realmente, de sonreír sin júbilo, de decir un
nombre vacío en lugar de clamar al ser a cada nueva llamada de atención, de
levantarse con sueño únicamente, no con el hormigueo que produce la espera de
lo inesperado.
Parece como si nos resultara demasiado agotador mantener al ser despierto
durante tanto tiempo, dejándolo dormir la mayoría de las veces, y despertándolo
tan sólo para los grandes sobresaltos, los grandes días de fiesta.
Parece como si no nos bastara la sonrisa de alguien conocido para abrir nuestro
corazón a todo, sin expectativas de recibir nada, y tuviéramos que esperar
tormentas, cataclismos o catástrofes para que algo nos llame la atención.
Parece como que aún no encuentro mi camino, porque no me dejo estar en
ningún lugar. Corro, huyo, escapo a la mínima duda de peligro o incertidumbre.
Voy de puerto en puerto sin dejarme vivir en ninguno de ellos; sin aceptar
ningún fuego me siento en todos, pues creo que así me calentaré más, sin darme
cuenta de las energías que voy perdiendo al desplazarme de uno a otro.
Parece como que voy llenando mi vida de bullicio para evitar encontrarme en
silencio, mirarme y que no me guste lo que veo.
Debo aprender a mirar cara a cara al sol sin pestañear, y a sentarme a la sombra
de un árbol a ver cómo va pasando el día. Y nada más. Sin dudas, esperas ni
preguntas.

A aquellos valientes, que quieran conquistar su independencia a todos los niveles:


material, mental y espiritual, les deseo un maravilloso vuelo. ¡Que seáis capaces de
formar un nuevo nido donde pueda vivir el AMOR!

Yo tengo sed de aromas y de risas,


sed de cantares nuevos.

230
Un cantar de mañana que estremezca
a los remansos quietos,
que llene de esperanza
sus ondas y sus cienos.
Un cantar luminoso y reposado
pleno de pensamiento,
virginal de tristezas y de angustias
y virginal de ensueños.
Cantar que vaya al alma de las cosas
y al alma de los vientos
y que descanse al fin en la alegría
del corazón eterno.

Extracto de un poema de García Lorca

Opino que el mejor modo de concluir este capítulo es dejando hablar, a través de un
poema, a una joven que acaba de iniciar su andadura, una vez consolidada su mayoría de
edad.
Yo soy el árbol
Plantado en medio de mi camino.
Yo soy el centro del que todo emana
Y al que todo retorna.
Yo soy el corazón de mi vida,
Yo hago latir mi mundo.
Quiero expandirme y adentrarme en mi ser
En un movimiento rítmico y armónico
De sístole y diástole,
Sin brusquedades ni parones,
Sin tironeos.
Romper definitivamente
Unas cadenas que ya no quiero,
Que no son mías.
En el fondo de mí,
En ese centro mágico y silencioso,
Presiento a un ser de luz y amor
Que está pidiendo a gritos
Ser descubierto y liberado.

Eva Herrero

8.2. El nido quedó vacío


Todo final es el comienzo de un nuevo amanecer.

Para los padres, llega por fin el momento de que los antaño polluelos, con sus alas bien
desplegadas, y todo a punto para emprender el largo vuelo, abandonen definitivamente el
nido.

231
Hay una frase que muchas veces decimos cuando, tras un día agotador peleando
con nuestros vástagos, éstos se van con los amigos, y derrumbándonos en el sofá más
próximo exclamamos: ¡Por fin solos! En este punto del camino que hemos recorrido
juntos sería la hora de experimentar esa sensación de alegre y altamente conquistada
liberación, y no pongo en duda que muchos de Vds. hayan llegado con éxito a este
umbral, pero desgraciadamente, en la mayor parte de las familias, no ocurre así. Es cierto
que los padres aceptan gustosos este hecho, viendo en él señales de prosperidad, ya que
se sienten liberados de la magnitud de responsabilidades que les ha supuesto el cuidado,
la protección y la educación de sus hijos. Es su hora de descansar, de engrosar su
economía, y poder, al fin, dedicarse a sí mismos, y a vivir una vida de pareja que muy
frecuentemente ha sido sacrificada en pro de sus hijos.
Las madres, por el contrario, no suelen participar de tanto entusiasmo. Se resisten a
esta magnitud de cambio, les cuesta aceptar y adaptarse a la idea de que «los niños» ya
son mayores y no las necesitan como antes. Concluida la tarea, de pronto se sienten
vacías. Todo aquello por lo que luchaban, todo su afán de protección, quedan
súbitamente sin objeto a quien dirigirlo. Su vida entera ha sido dedicada a este trabajo, y
ahora se encuentran ante un tiempo hueco que les llena de pavor. Muchas olvidan que
alguna vez tuvieron anhelos, deseos de aprender algo, de hacer algo para sí mismas.
Dedicaron toda su vida, su amor y sus energías a una labor que en este punto llega a su
fin. Necesitan hacer balance de los años transcurridos y lanzarse hacia delante soltando
las amarras que las aferran a su pasado. Necesitan, sobre todo, mirar hacia dentro,
escuchar esas necesidades que a veces emergían en los momentos de crisis, y redescubrir
quiénes son y qué quieren hacer en la nueva etapa que se les abre por delante.
Me paso la tarde mirando la casa vacía y me atenaza el sufrimiento. Pienso en
toda la vida que he puesto ahí, en mis hijos, y me pregunto qué pasa ahora con
esa vida. No sé volcarla hacia mí; es como si necesitase sacarla hacia fuera y no
encuentro hacia dónde. No soy capaz de sentir mi centro, de saborearme a mí
misma como hacía antes. Mis pensamientos se encaminan a lo negativo. De
pronto, temo la vejez, la soledad, el sufrimiento. Temo ser un estorbo algún día
para ellos. Temo que sean egoístas, como dicen otros, que sea verdad lo que
cuentan.
Ser padres en esta etapa es mucho más dificil que antes. Tienes que
desprenderte de ese árbol común en el cual todos buscábamos cobijo. No
podemos retenerles, no podemos culparles por alejarse. Han de seguir su
camino ya sin nosotros, y esto cuesta, y cuesta más porque nos quedamos
vacíos. La vida que antes poníamos en ellos agoniza. Es preciso crear una nueva
vida en otra dirección.
Me doy cuenta de que los padres damos mucho, pero pedimos mucho también a
cambio. Mientras les estamos alimentando, nos alimentamos a nosotros
mismos. Me pregunto quién da vida a quién. Quizá sean ellos los que llenen
nuestra existencia colmándola de sentido, de savia nueva y joven. Cuando se
van, esa savia deja de fluir, y entonces nos sentimos envejecer, porque ahora
somos nosotros quienes tenemos que crearla, quienes tenemos que alimentarnos
a nosotros mismos.
Ellos han sido nuestros maestros. Nos han traído nuevos impulsos, nuevas
fuerzas, aires renovados. Han llenado muchos de nuestros vacíos, de nuestras

232
soledades. Vivimos para ellos y también gracias a ellos. La generosidad, de la
que tanto alardeamos, a veces no es más que apariencia. Esperamos que ellos
cumplan nuestras expectativas, nuestros anhelos, y si no lo hacen, nos sentimos
defraudados, dolidos, estafados. Sus éxitos los hacemos nuestros, y hasta los
convertimos en méritos propios. A veces, tratamos de conquistarlos, de
convertirlos en preciados objetos que nos pertenecen. Les hacemos sentir
permanentemente en deuda, una deuda que nunca se salda del todo. Nos tienen
que querer sí o sí, y además querernos como nosotros decidimos, pero ellos lo
que buscan es que les amemos a ellos, no a nosotros mismos a través de ellos.

El dolor de ese desgarro es muy comprensible, pero no podemos dedicar nuestra


energía a hundirnos en un pozo sin fondo, en un abismo de melancolía por el tiempo que
ya se fue. Hemos de mirar hacia delante, sintiendo la alegría de saber que hemos puesto
en el mundo a unos seres independientes a los que hemos dado lo mejor y lo peor de
nosotros mismos, es decir: todo lo que somos. Ahora, hemos de llevar nuestra atención a
la nueva etapa que se abre por delante, tanto para ellos como para nosotros. Es nuestro
momento, el momento de reencontrarnos con nosotros mismos, de lanzarnos a descubrir
nuevos horizontes, nuevos retos. Es la hora de dedicarnos a todo aquello que en su día
sacrificamos para poder dedicarnos a los niños. No podemos dejar que la negatividad ni
la tristeza arruinen esa hermosa época de la vida que es el otoño, con sus dorados
colores, sus intensos rojos y amarillos y sus sabrosos frutos.
Ellos no se han ido definitivamente, no nos han abandonado, sólo han cambiado su
vida, que ahora les pertenece por completo. Podemos dar un salto y empezar nuevas
relaciones con ellos, relaciones de amistad, de compañerismo, relaciones en fin que
podrán ser menos frecuentes pero seguramente más intensas y gratificantes.
Hasta ahora no he podido evitar entristecerme cuando veo gente, a la que quiero,
desgastarse dolorosamente en su afán compulsivo de continuar viviendo la vida de sus
hijos, de seguir sometida a sus caprichos, a sus necesidades, alimentando un egoísmo, o
mejor, una enorme dependencia nuevamente hacia ellos. No en vano algunos acaban
teniendo problemas con sus futuras mujeres o parejas, porque, «nadie hace las cosas
como las hacía mi madre». Madres que siguen cocinando, planchando y lavando para
ellos, dándoles su dinero al menor problema, sin discernir si ese hijo necesita o no la
prueba que la vida le pone por delante; madres que renuncian a su propio bienestar, a su
tiempo libre, para dedicarlo plenamente a los suyos, porque ellas son así, generosas, de
corazón enorme (según sus propias palabras), y (digo yo) incapaces de soportar que los
«nenes» sufran la más mínima incomodidad, el menor esfuerzo. Verdaderamente es
lamentable. Lo que los hijos no saben es que a menudo tendrán que pagar un precio
elevadísimo por sus servicios. Probablemente ellas seguirán opinando, controlando y
dirigiendo, desde la retaguardia, el resto de su vida.
Pese a lo expuesto, no voy a negar que es un momento difícil, especialmente
cuando a su debido tiempo no se vieron los aires del cambio y por tanto no se supo ir
aflojando los lazos. Está claro que no todas las mujeres van a pasar por esta situación de
la misma manera. Aquellas que llevan tiempo trabajando fuera de casa, llevando una

233
vida medianamente independiente de los hijos, no sentirán la marcha del nido con tanta
fuerza. Yo me refiero principalmente a aquellas madres que han hecho de ello su oficio a
tiempo total. Para estas últimas, una casa vacía puede ser un verdadero trauma. Algunas
han volcado en sus hijos todos sus anhelos, y verles crecer ha sido su objetivo
primordial, su meta en la vida. Su gran tentación será entonces seguir con el «oficio», y
estar ahí, plenamente disponibles, a la menor llamada, al mínimo trino, dispuestas a
continuar dando de sí hasta el último de sus alientos.
A ellas, yo les invito desde estas páginas a crear un espacio, a superar ese inicial
vacío tras el cual pueden descubrirse a sí mismas, quizá por vez primera en toda su vida.
Sucede a menudo que muchas de estas madres han olvidado a su pareja en pro de los
niños. ¿Y qué mejor momento que este para retomar la relación desde esa madurez
forjada a lo largo de los años? Renunciar a uno mismo, renunciar a vivir por y para uno
mismo es un grave error que tarde o temprano pasa su factura. Es maravilloso que
sigamos siendo padres, de hecho lo somos y lo seremos el resto de nuestra vida. Pero
ahora se abre nuestro tiempo, emerge nuestro momento de crear en otros ámbitos, hacia
nuevos rumbos. El ser humano nunca deja de aprender si él no lo impide. Una vez
terminada una etapa, siempre aparece otra página en blanco en la que escribir nuestra
historia. Tal vez el mundo se esté perdiendo nuestras facultades, nuestra solidez
adquirida tras el desarrollo de la entrega, la renuncia y la paciencia, la inmensa paciencia
de la que hemos ido haciendo acopio a lo largo del camino.
Podemos aprender a ser independientes, a sacar del fondo del cajón esos deseos de
juventud a los que en su día tuvimos que renunciar. En el otoño de la vida podemos dar
más plenamente que nunca, pero no tiene que ser precisamente a los mismos. Hay
muchos seres que necesitan de nosotros. Y multitud de cosas que aún permanecen sin
sernos desveladas. Podemos seguir avanzando sin miedo, aprendiendo, amando,
descubriendo, creando. Quizá siempre quisimos escribir o pintar y no encontrábamos el
tiempo, o en otra época nos hubiese gustado aprender un idioma, conocer mejor la
historia, la cultura de la humanidad, su evolución, sus giros, sus retos, sus preguntas. ¿Y
por qué no un trabajo hacia dentro, un trabajo encaminado a descubrir todas nuestras
recónditas capacidades?
La vida está ahí, al alcance de nuestra mano. No la dejemos escapar en pos de una
etapa pasada. No hemos perdido nada. Hemos puesto a unos seres, a los que hemos
guiado hasta ahora, en el mundo. En ellos han sido plantadas las semillas del amor, del
respeto, de la libertad. Con toda la serenidad podemos, a partir de aquí, contemplar los
resultados de nuestra obra, a la vez que avanzamos en una nueva creación.
El hombre es el único ser capaz de superarse continuamente a sí mismo. No seamos
pues nosotros quienes nos pongamos las barreras. El Dorado está dentro de cada
corazón. Vayamos en su búsqueda sin olvidar que es hacia el interior donde nos tenemos
que encaminar.

234
8.3. El maravilloso papel de los abuelos
Los abuelos pueden aportar a las generaciones que les siguen una sabiduría depurada por los años, y un
desinterés, que no suelen tener los que están metidos de lleno en la lucha por la existencia.

Antonio Hortelano

Una infancia sin abuelos es una infancia incompleta. Una infancia con abuelos alejados
de la familia por peleas con los padres es una infancia limitada. La figura de los abuelos
es esencial para los más pequeños. Ellos, con su amor desinteresado, hacen el puente
entre la disciplina, y las a veces excesivas aristas de unos padres tensos por los
problemas cotidianos. Ellos aportan esa serenidad que da el tiempo, la experiencia, el ver
las cosas a largo plazo y saber que para todo problema hay una solución a la que se llega
tarde o temprano. Los abuelos son como un bálsamo de ternura incondicional; son
además una imagen viviente de aquel puerto al que el niño inconscientemente sabe que
se dirige. El pequeño necesita un norte, un modelo de futuro, un modelo de serenidad, de
paz y de gozo ante el deber cumplido. Necesita la sensatez de una vejez que ha
alcanzado con éxito la meta de su destino. Los abuelos son los transmisores de un pasado
que enriquece al niño, y los guías hacia un futuro, lejano en el tiempo, pero lleno de
promesas.

La paciencia es una de las cualidades con la que los mayores pueden deleitar a sus
nietos. Ellos no andan corriendo de acá para allá, como a veces hacen sus padres, que no
encuentran el tiempo suficiente para detenerse ante una magnífica puesta de sol, o a
quienes las prisas les impiden valorar convenientemente ese insecto posado en una flor,
una increíble piedrecilla del camino, un palo con forma de pez, o, sin ir más lejos, ese
extraordinario dibujo que la pequeñita de la casa les muestra radiante de satisfacción y a
la que despachan con un: «Ahora no, bonita, que no tengo tiempo». Los abuelos, no.
Ellos ofrecen generosamente toda su atención, todo su tiempo para abrazar, acariciar,
contemplar, escuchar sus historias… Ellos sí que entienden el valor de las pequeñas
cosas. Además, no se enfadan si los niños revolotean, arman un poco de jaleo mientras
juegan con tanto alborozo. Tampoco se ponen tan pesados como los papás con esa
cantinela de: «¡ten cuidado, no toques nada!», que tanto les fastidia. Decididamente, es
una fiesta estar con ellos. No hay reproches, no hay broncas, sólo el reconfortante calor
de un amor sin condiciones.
La vejez, cuando es llevada con dignidad, cuando es modelo de experiencia, amor
sin egoísmos y sabiduría, es como oro radiante que ilumina con una luz dorada a su
alrededor. El árbol ha entregado todos sus frutos y se prepara, sereno, a una nueva
transformación.
Pero no todos los abuelos son modelos adecuados para los niños. Algunos siguen
llenos de odio, resentimiento, avaricia y egoísmo. Hay auténticas caricaturas de

235
ancianidad. Son como el reverso de la medalla. Personas aferradas a lo material,
invadidas de miedo a la vida, de miedo al ser humano, desconfiando de todo y de todos.
Harán con los nietos lo que hicieron antes con sus padres: recriminarles, hacerles sentir
menos válidos, chantajeando su cariño y cosas por el estilo. Estos no podrán enriquecer a
sus nietos, ya que ellos necesitan crecer rodeados de seres que sean capaces de
transmitirles un inmenso amor y confianza hacia la vida y hacia el hombre. Estos
ancianos se disponen a recoger los frutos que sembraron a lo largo de su vida. Y uno de
esos frutos, con sabor amargo, será el no haber sabido hacerse amar por sus nietos.
Ocurre, en muchos casos, que las relaciones con los abuelos se estropean por falta
de respeto entre sus criterios y los de sus hijos, en relación a cómo estos últimos han de
educar a la nueva generación. Es cierto que a veces los padres cometen graves errores al
respecto, o que pierden los nervios y acaban tratando con excesiva dureza a los
pequeños, o que simplemente tienen opiniones muy diferentes sobre cómo ha de llevarse
el tema de la educación. Indudablemente, los abuelos pueden suavizar las cosas, pero
nunca oponerse a las directrices de los padres, por más que no estén de acuerdo con
ellas. He visto demasiadas veces auténticos duelos entre ambos por la conquista de los
pequeños, lo cual me parece verdaderamente dramático. He visto cómo algunos abuelos
desprestigian las opiniones de los padres ante los propios niños. He asistido a
innumerables faltas de respeto, críticas adversas y todo tipo de descalificaciones
absolutamente lamentables. Los abuelos han de amoldarse a los nuevos aires. Siempre se
producen cambios entre las generaciones, y es natural. El ser humano evoluciona y tiene
todo el derecho a modificar actitudes del pasado que ya no resultan adecuadas. Y si me
apuran, creo que los abuelos han de respetar incluso los errores que los padres cometan.
Es su momento, es su historia, es su propio aprendizaje, y nadie, a menos que sea para
resolver situaciones dramáticas en las que los niños puedan ser gravemente perjudicados,
debe interferir en dicho proceso.
Me atrevo a asegurar que si los abuelos respetan a sus propios hijos, si la relación
con ellos está basada en una comunicación sincera y amorosa, los problemas van a
disolverse como el azúcar en el café. Y es más, hasta su opinión será tenida en cuenta,
porque los hijos sentirán que ellos están ahí para apoyarles, no para luchar contra ellos.
De este modo, todos juntos, cada uno en su papel, podrán acompañar a esos pequeños
guiándoles desde la perspectiva que cada uno ha alcanzado.
El amor, la confianza mutua, el respeto a la libertad de los demás, la aceptación de
las fases por las que el otro está pasando, observando en la distancia, permitiendo que
cada uno aprenda las lecciones que le corresponden, tendiendo la mano cuando es
necesario para dar un nuevo impulso hacia delante; el amor a uno mismo, la satisfacción
de la tarea bien hecha, la confianza en la VIDA, la certeza de ser espíritus viviendo en la
materia, de ser dioses confinados en un cuerpo, pero que algún día emprenderán de
nuevo el vuelo, todo esto, y mucho más, hará de nuestro viaje por esta tierra una
experiencia maravillosa que dejará multitud de semillas, que en su momento estallarán

236
en flores de todos los colores que conformarán el gran jardín de la humanidad.
Amigos, os deseo un feliz caminar a través de la experiencia de ser padres. ¡Gracias
por vuestros esfuerzos! ¡Gracias por desear ser cada vez mejores y ayudar así a que todos
crezcamos!

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


8.1

• A partir de los 20, 21 años, el «yo» se encarna por fin profundamente, convirtiéndose en el guía, el
que puede equilibrar el mundo de los sentimientos.
• Se inicia una nueva etapa. El joven ya tiene las capacidades para asumir su propia vida. Surge la
responsabilidad ante uno mismo y ante los demás, confirmándose de este modo la mayoría de edad.
• El joven comienza a experimentar una mayor estabilidad, pudiendo establecer criterios que nazcan
de su propio interior, por lo que ya no se dejará llevar tanto por las opiniones de los demás.
Empieza a despuntar su capacidad de juicio.
• El «yo», todavía frágil, ha de fortalecerse a través del compromiso, de la responsabilidad por los
propios actos.
• Comienza el proceso de la auto-educación a través de la cual llegar a desarrollar todas sus
potencialidades, para lograr ser quien realmente se es en plenitud.
• Es el momento de encaminarse hacia una profesión, hacia un encuentro con la sociedad,
reintegrándose al mundo del que hasta hace poco se sentía separado.
• Llegó la hora de cortar los lazos con los padres, quienes hemos de pasarles a ellos la responsabilidad
de sus vidas, dándoles la libertad de volar con sus propias alas.
• Si continúan en el hogar familiar, hemos de cuidar el no seguir tratándoles como si fueran niños, ni
tampoco de convertirnos en sus esclavos.
• La casa familiar no ha de transformarse en un hotel. Hemos de establecer normas claras de
convivencia que favorezcan a todos. Si los jóvenes están ya insertados en el mundo laboral, han de
contribuir a la economía familiar.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Ayudamos a nuestros hijos a que puedan cortar el cordón umbilical sin dramatismo y sin
culpabilidades?
2. ¿Continuamos pensando por ellos y decidiendo por ellos?
3. ¿Seguimos cuidándoles y protegiéndoles como si todavía fueran niños?
4. ¿Aceptamos que nuestra casa se convierta en un hotel en el que ellos son los huéspedes y
nosotros sus sirvientes?
5. ¿Potenciamos este hecho, es decir, estamos encantados con que sigan siendo nuestros niños a los

237
que mimar y cuidar?
6. ¿Somos conscientes de que haciendo eso les impedimos luchar por sí mismos para que se abran
su propio camino en la vida?
7. ¿Seguimos fomentando su debilidad, su falta de voluntad y de iniciativa?
8. ¿Les ayudamos a convertirse en adultos?

PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR


8.2

• Llegó el momento de que los hijos abandonen el nido. Algunas madres suelen pasar por una crisis
importante. Concluida la tarea, de pronto se sienten vacías. Notan, además, como un desgarro
interno, como un sentimiento de haber sido abandonadas por aquellos a los que han dedicado su
vida.
• En esta crisis surgen varios peligros: uno consiste en aferrarse al pasado, tratando de mantenerlo a
toda costa, siguiendo en el papel de cuidar de sus «niños», porque nadie sabe hacerlo mejor que
ellas. Otro es quedarse bloqueadas, siempre pendientes de los hijos, de sus visitas o de sus
cuidados. Y, el no menos trágico, el hacer que sus hijos estén siempre en deuda con ellas, además
de culpabilizarles por vivir su vida a su manera.
• Una vez que los hijos se van, es el momento de retomar antiguas aficiones, de vivir plenamente
nuestra vida de pareja, o de hacer todo aquello que tantas veces tuvimos que sacrificar por
atenderles a ellos.
• Es el momento de mirar hacia dentro, de redescubrir quiénes somos y qué queremos hacer en la
nueva etapa que se abre por delante, de lanzarnos a descubrir nuevos horizontes, nuevos retos.
• Es también el momento de disfrutar con sus éxitos y de compartir con ellos las experiencias que la
vida nos ofrece.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Nos cuesta aceptar que ya son mayores, que no nos necesitan como antes?
2. ¿Nos negamos a cortar el cordón? ¿Les hacemos sentirse culpables por habernos abandonado?
3. ¿Les hacemos pagar una deuda que nunca termina de saldarse por todo lo que hemos hecho por
ellos?
4. ¿Seguimos controlando y dirigiendo su vida?
5. ¿Somos capaces de mirarnos por dentro y descubrir qué es lo que deseamos hacer con nuestra
propia vida?

238
PUNTOS ESENCIALES PARA REFLEXIONAR
8.3

• La figura de los abuelos es esencial para los más pequeños. Ellos, con su amor desinteresado, hacen
el puente entre la disciplina, y las a veces excesivas aristas de unos padres tensos por los problemas
cotidianos.
• Los abuelos aportan la serenidad y la sabiduría que da la experiencia.
• Son una imagen viviente de ese puerto al que el niño inconscientemente sabe que se dirige.
• El niño necesita un norte, un modelo de futuro. Necesita la sensatez de una vejez que ha alcanzado
con éxito la meta de su destino.
• La vejez, cuando es llevada con dignidad, cuando es modelo de experiencia, amor sin egoísmos y
sabiduría, es como oro radiante, que ilumina con una luz dorada a su alrededor.
• A veces, los abuelos no saben respetar los criterios de sus hijos en relación a cómo éstos han de
educar a la nueva generación. Esto produce guerras entre ambos que muchas veces tienen por
objeto la conquista de los pequeños.
• El amor, la confianza mutua, la comunicación sincera y el respeto, serán las claves para poder
colaborar juntos en la gran tarea de ayudar y guiar a los niños.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA ABRIR EL DIÁLOGO

1. ¿Utilizamos a los abuelos sólo para aquello que nos conviene sin dejarles expresar sus opiniones,
sus puntos de vista?
2. ¿Utilizamos a los niños en nuestras batallas con ellos, poniéndoles en contra de sus abuelos?
3. ¿Permitimos que los abuelos pongan a nuestros hijos en contra nuestra?
4. ¿Sabemos establecer una comunicación sincera con nuestros padres cuando se producen
conflictos?
5. ¿Permitimos que nuestros hijos tengan su propia y libre relación con sus abuelos?

239
EL SER UNO

Que nada me invada de fuera,


Que sólo me escuche yo dentro.
Yo dios
De mi pecho.

Yo todo: poniente y aurora;


Amor, amistad, vida y sueño.
Yo sólo
Universo.

Pasad, no penséis en mi vida,


Dejadme sumido y esbelto.
Yo uno
En mi centro.

Juan Ramón Jiménez

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Bibliografía

BARRIOS, Enrique. Civilizaciones internas, Ed. Silzú, Argentina, 1998.


BENIANS, John. Los años de oro, Ed. Antroposófica, Méjico, 1986.
CARLGREN, Frans. Pedagogía Waldorf: Una educación hacia la libertad, Ed. Rudolf
Steiner, Madrid, 1989.
DYER, Wayne. W. Tus zonas erróneas, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1998.
KÖNING, Karl. Los tres primeros años del niño, Ed. Rudolf Steiner, Madrid, 1995.
STEINER, Rudolf. Una pedagogía para el parvulario, Cuaderno Pedagógico Waldorf nº
2, volumen I, Ed. Rudolf Steiner, Barcelona, 1981.
STEINER, Rudolf. La educación del niño. Metodología de la enseñanza, Ed. Rudolf
Steiner, Madrid, 1991.
STEINER, et al. La sabiduría de los cuentos de hadas, Ed. Rudolf Steiner, Madrid,
1984.
ZUR LINDEN, W. Nacimiento e infancia, Ed. Rudolf Steiner, Madrid, 1987.
PEREIRA, Sofía. Las emociones y los temperamentos, Mandala Ediciones, Madrid,
1998.
BOCKEMÜHL, Johannes. «La crisis de la pubertad», Higiene Social, Boletín nº 39, Ed.
Rudolf Steiner, Madrid, 1992.
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Higiene Social, Boletín nº 10, Ed. Rudolf Steiner, Madrid, 1985.
GLOCKLER, Michaela. «La constitución masculina y femenina», Higiene Social,
Boletín nº 32, Ed. Rudolf Steiner, Madrid, 1990.

241
ROHEN, Andreas. «Los ritmos de la vida», Higiene Social, Boletín nº 36, Ed. Rudolf
Steiner, 1991.

242
1 Wayne W. Dyer: Tus zonas erróneas.
1 Cuerpos y Almas. Nº 3-3-1999.
2 J. M. Rodríguez. Reflexiones (sin publicar).
3 J. M. Rodríguez: Reflexiones.
4 J. M. Rodríguez: Reflexiones.
5 Ver La escala emocional, p. 112.
6 Rudolf Steiner: La educación del niño.
7 Úrsula Grahl: Artículo publicado en el libro: La Sabiduría de los Cuentos de Hadas.
8 Rudolf Steiner: La educación del niño.
9 Jhon Benians: Los Años de Oro.
1 Karl Köning: Los tres primeros años del niño.
2 Úrsula Grahl: artículo incluido en el libro La sabiduría de los cuentos de hadas.
3 Extractos de canciones, juegos y corros del Jardín de Infancia Micael.
1 Dr. ZurLinden: Nacimiento e Infancia.
2 Escuelas en las que se practica un sistema pedagógico que tiene en cuenta al ser del niño, y por lo tanto
sus necesidades físicas, psíquicas y espirituales. Esta pedagogía fue creada por Rudolf Steiner, filósofo,
humanista, científico y gran pensador austríaco (1861-1925).
3 Ver cuadro de la escala en la siguiente página.
1 Andreas Suchantke: Educación hacia la autonomía.
1 Karma: Ley de causa y efecto. Toda causa provoca un efecto. Se entiende por karma la vivencia del
efecto que proviene de una causa generada por uno mismo. Ejemplo: Alguien roba algo (causa), y es llevado a la
cárcel (efecto). Generalmente, cuando se habla de karma, implica que uno tiene que cargar con las consecuencias
negativas provocadas por sus actos negativos. En este caso, cuando hablo de karma nuevo, puede entenderse tanto
como karma positivo (si genero causas positivas), como negativo.
1 Andreas Rohen: Los ritmos de la vida. Boletín de Higiene Social. Editorial Rudolf Steiner.

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Índice
Créditos 6
DEDICATORIAS 9
Índice 11
Introducción. ¿Qué es educar? 14
PRIMERA PARTE: LA TIERNA INFANCIA 19
1. Queremos tener un hijo 20
1.1. La paternidad: un oficio a aprender 22
1.2. ¿A quién estamos esperando? El niño: semilla de sí mismo 25
2. ¡Por fin llegó el esperado bebé! 30
2.1. Quién es el niño y qué necesita 32
2.2. El tercer ingrediente: la mente 35
2.3. De 0 a 3 años: andar, hablar y pensar 40
2.4. La imitación como herramienta de aprendizaje 44
3. No es bueno que el niño esté sólo 52
3.1. ¡A por la parejita! 54
3.2. De 3 a 7 años 55
3.3. Estableciendo las bases para una buena comunicación 61
3.4. La importancia del juego en esta etapa de la vida 67
3.5. El niño y los cuentos 72
3.6. La influencia negativa de la televisión 74
3.7. La magia en el mundo del niño 78
3.8. La vivencia del ritmo del año 80
4. La segunda gran etapa de la vida. El niño va a la Escuela 98
4.1. El cuerpo etérico o de vitalidad 100
4.2. La escuela 101
4.3. El papel de los padres 105
4.4. Premiando lo positivo y penalizando lo negativo 107
4.5. La crisis de los 9 años 115
4.6. El resto del camino hacia los 14 años 117
4.7. Apoyando sus iniciativas 118
4.8. Los temperamentos 120
4.9. La escala emocional 127

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4.10. La relación entre los hermanos 135
4.11. El gran papel del ama de casa 139
4.12. El internado 143
SEGUNDA PARTE: ¡DIOS MÍO, LA ADOLESCENCIA! 158
5. La pérdida del paraíso 159
5.1. La edad del pavo 161
5.2. Diferencias entre chicos y chicas 165
5.3. Las diferencias entre los sexos a nivel físico y anímico 168
6. Buscando la propia identidad 176
6.1. El gran oleaje interior (de los 16 a los 18 años) 178
6.2. Relación del adolescente con la autoridad 181
6.3. La autoridad en la escuela 186
6.4. La búsqueda de la libertad 188
6.5. La amistad. Las pandillas 193
7. El camino hacia la mayoría de edad 202
7.1. La crisis de los 18 años 204
7.2. Los peligros de este tramo del camino 205
7.3. Sobre la paga semanal 208
7.4. Los últimos coletazos del dragón de siete cabezas 209
7.5. La comunicación: un camino hacia el bienestar 214
8. ¡Al fin solos! 226
8.1. Cortando el cordón umbilical 228
8.2. El nido quedó vacío 231
8.3. El maravilloso papel de los abuelos 235

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