No Culpes A Mama 155p Compr

NO CULPES A MAMA.
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NO CULPES A MAMA. (Don’t Blame Mother)
CÓMO MEJORAR LA RELACIÓN MADRE-HIJA.
Dra. Paula J. Kaplan (1989). Javier Bergara Editor. Buenos Aires, 1990.
Paula J. Kaplan, experta en psicología de la mujer y relaciones madre-hija, es profesora

de Psicología Aplicada en el Instituto de Estudios sobre Educación de Ontario y profesora
asistente de Psiquiatría, y profesora en el Departamento de Estudios sobre Mujeres de la
Universidad de Toronto. Es autora de The Myth of Women's Masochism. Fue criada en
Springfield, Missouri y actualmente vive en Toronto con su familia.
ÍNDICE CORTO
1. Comencemos 13
2. Tanto amor, tanta furia 35
3. Echarle la culpa a la madre 63
4. Barreras madre-hija: Los 4 mitos de la Madre Perfecta 101
5. Los mitos de la Madre Mala 141
6. Cómo sentirse segura: la superación de los mitos 185
7. Cómo reparar la relación 209
8. Qué han hecho madres e hijas 245
9. Es sólo una puerta 285
Apéndice: Guías para entrevistas madre-hija 297
ÍNDICE DESARROLLADO:
1. COMENCEMOS 13
¿Ángel-de-la-casa o Bruja Malvada?
La nueva vestimenta del emperador: Penetración de la actitud de culpar a la madre.
Madres y otras extrañas.
Conozcamos las historias.
Cambios.
Comprender, escuchar, aprender.
Los Objetivos de este Libro.
Turno de la Hija, turno de la Madre.
2. TANTO AMOR, TANTA FURIA 35

Contradicción en lo que respecta a las madres: Madre Maravillosa, Madre Terrible.
Manejo de la situación por bloqueo.
Desesperanza y Traición.
Enfado./ Los usos del Enfado./ Superación del Enfado./ Enfado y Autoestima.
Miedo./ Miedo a la Repetición.
Tristeza, Insensibilidad y Alienación.
Amor Reprimido.
No es Necesario que sea tan Difícil.
NO CULPES A MAMA.- 2
3. ECHARLE LA CULPA A LA MADRE 63
En todas partes la actitud de culpar a la Madre.
La actitud de culpar a la madre entre los Expertos. Si los investigadores lo dicen debe ser verdad.
Abuso Infantil: Un caso oportuno.
La actitud de culpar a la madre entre los terapeutas.
Los terapeutas no son considerados responsables.
Madres en la Corte.
Culpar a la Madre tiene un propósito.
Interiorización de la Actitud de Culpar a la Madre.
No tiene que suceder.
Presentar Pelea: Atreverse a Amar a la Madre.
4. BARRERAS MADRE-HIJA: LOS 4 MITOS DE LA MADRE PERFECTA 101

Mito 1: La Medida de una buena madre es una hija “perfecta”.
Mamá, la que impone las Regla: Papá, el ser querido.
¿Alguna vez dejamos de tener la desaprobación de nuestra madre?
Jueces de la Otra.
Mito 2: Las Madres son Fuentes Inagotables de Sustentación.
¿Dónde radica el daño?
Las Heridas más Profundas. Los Dolores más Agudos.
Recurrir a la Hija.
Mito 3: Las Madres saben Naturalmente cómo criar Niñ@s.
Mito 4: Las Madres (y las Hijas “Buenas”) no se enfadan.
¿A dónde vamos desde aquí?
Formular Preguntas, Buscar Respuestas.
5. LOS 5 MITOS DE LA MADRE MALA 141

Mito 5: Las Madres son Inferiores a los Padres.
El Sexismo comienza en Casa.
Envidia del Pene y Lástima del Pene.
Mito 6: Sólo los expertos saben criar niñ@s.
Mito 7: Las Madres (y las Hijas) son pozos sin fondo de necesidades.
Transmisión del Vacio.
Mito 8: La Proximidad de la Madre y la Hija no es Saludable.
Una Nueva Visión.
La Homofobia levanta la cabeza.
Mito 9: El Poder de las Mujeres es Peligroso.
Preguntas sobre los Mitos de la “Madre Mala”
La Cuerda Floja del 0-0.
6. CÓMO SENTIRSE SEGURA: LA SUPERACIÓN DE LOS MITOS 185
Consideración de las Posibilidades.
Sentirse a Salvo.
1) Humaniza la Imagen que tienes de tu Madre.
2) Si te Resistes ante la Perspectiva de Intentar de Nuevo, trata de entender por qué.
3) Decide dar Pequeños Pasos.
Una Relación construida para Dos.
Apoyo y Capacitación.
Más Aprendizaje Autodidáctico.
Compartir Perspectivas y Soluciones.
Ensayo y Representación de Papeles.
7. CÓMO REPARAR LA RELACIÓN 209

Cómo Humanizar la Imagen que tienes de tu Madre.
Desmitologización de Mamá.
Escribir la Biografía de tu Madre.
Consideración de las Luchas de tu Madre.
Consideración de los Peores Aspectos de tu Madre.
Descubrimiento de Cualidades para respetar en Mamá.
Madres muy difíciles.
Cómo Forjar una alianza.
Cómo Comenzar: Consideración de los Obstáculos.
Confrontación con el Poder de tu Madre.
Aclaración de las Responsabilidades Respectivas.
Elección y Definición de un Problema.
8. QUÉ HAN HECHO MADRES E HIJAS 245

Un Principio para Todos los Sentimientos.
Contradicción. Traición. Desesperanza. Enfado.
“Nunca puedo Complacerla”
“Ella conoce cosas que no quiero oír”
“Ella es Demasiado Mala” y “Ella es Demasiado Buena”
“Ella me Critica tanto algunas veces”
Culpa./ Miedo./ Tristeza./ Insensibilidad y Alienación.
9. ES SÓLO UNA PUERTA 285

Más allá de los Mitos./ Cada Paso es Valioso.
El Miedo y el Regocijo de Abrir Puertas./ Un Principio
APÉNDICE: GUÍAS PARA ENTREVISTAS MADRE-HIJA 297

Las Preguntas de la Entrevista.
Preguntas Respondidas por Alumnas.
Preguntas Adicionales para la Biografía de la Madre.
CONTRAPORTADA
Enfado, decepción, culpa, miedo, alienación... Estas son las emociones que han atrapado
a las madres en el odio de sí mismas y a las hijas en la actitud de culpar a la madre. Pero esta
angustia y este conflicto profundo pueden remplazarse por un nuevo vínculo basado en la
comprensión y el respeto.
No culpes a mamá es un libro poderoso e ilustrador, en el cual Paula Kaplan revela las
verdaderas causas de esta angustia y muestra a madres e hijas cómo pueden revalorar las
barreras que existen entre ellas para ganar una nueva apreciación de la otra y de su relación.
Con consejos comprensivos y emocionantes historias personales, nos indica cómo llegar a
amarnos de un modo más pleno y a aceptar a la otra y por lo tanto a nosotras mismas.
"El sensitivo y compasivo libro de Kaplan

nos suministra guías de conducta inteligentes y específicas
para aumentar y profundizar esta relación
fundamental en la vida de las mujeres."
— Harriet Goldhor Lerner, Ph. D., autora de The Dance of Intimacy y The Dance of Anger
Para mis padres, Theda Ann Karchmer Caplan y Jerome Arnois Caplan,
y mis hijos, Jeremy Benjamin Caplan y Emily Julia Caplan, con todo mi amor.
COMENCEMOS
¿Qué queremos que tengan nuestras hijas, si todavía estamos tratando de determinar
quiénes son nuestras madres y qué significan para nosotros?
— Letty Cottin Pogrebin
[En la historia de madres e hijas] la trama no nos pertenece por completo. Podemos ser
libres para desvelar la historia, pero no hemos sido libres para crear las relaciones sociales en las
cuales se basa.
— Marcia Westkott
ESTAS LEYENDO UN LIBRO llamado No culpes a Mamá. Es posible que, no importa lo
triste, lo perturbada o enfadada que estés con tu madre, prefieras mejorar la relación en lugar de
seguir de ese modo. Este libro es un ofrecimiento para ti, que te muestra qué ha ayudado a otras
madres y a otras hijas a resolver sus dificultades.
Si estás ocupada culpando a tu madre o deseando poder "divorciarte" de ella, te
encuentras atrapada en una prisión psicológica. No puedes liberarte, y por lo tanto no puedes
crecer. Por ejemplo, temes las reuniones familiares: a tu madre podría no gustarle la ropa que
llevas. O podría encantarle tu ropa y decir a todo el mundo, "¡¿No es preciosa mi hija?!" —y tú te
sentirías mortificada por eso.
Este tipo de problema práctico es un síntoma de que la actitud de culpar a tu madre limita
tu libertad. No puedes ser un adulto que disfruta de todas las posibilidades de la vida. Te
restringes a ciertas actividades, intereses y amigos para demostrar cuánto difieres de tu madre.
No puedes juzgar con honestidad quién eres tú, ¡porque podrías descubrir que en algunos
aspectos eres como ella! Desesperada por evitar lo que consideras sus errores, sus reacciones
exageradas, descartas con lo malo, lo bueno: te vuelves dura porque piensas que ella es
sentimental, o te vuelves un felpudo porque ella no fue muy cálida.
Toda esta reacción contra ella, este impulso desesperado por demostrar que eres
diferente, restringe y daña tus relaciones con las otras personas que amas —tu compañero, tus
hijos, tus otros familiares y tus amigos—. Les ofreces sólo una parte de tu verdadero yo, una
caricatura.
¿Ángel-de-la-Casa o Bruja Malvada?

Si sientes tristeza, irritación, enfado, o incluso franca furia hacia tu madre, sugiero que te
detengas ahora mismo y te permitas experimentarlo. Considéralo. Llora. Grita. Golpea
almohadas. Confecciona una lista de las cinco peores cosas que ella te haya hecho. Luego
medita esto: la razón más importante por la cual las hijas están perturbadas y enfadadas con sus
madres es porque les han enseñado a ser así.
La mayoría de las mujeres creemos sincera pero erróneamente que la angustia generada
en la relación con sus madres es inevitable, porque las madres son muy limitadas, muy
dependientes o muy terribles. Ignorantes en gran medida de que las imágenes maternas
polarizadas de nuestra cultura crean barreras entre madres e hijas, nos hemos estado
responsabilizando las unas a las otras.
Las madres o son idealizadas o son acusadas de todo lo que anda mal. Madres e hijas
aprenden a pensar en las mujeres en general, y en las madres en particular, como ángeles o
brujas o como un poco de las dos cosas. Nuestras necesidades, sentimientos y deseos humanos
normales se distorsionan hasta el punto de corroer nuestras relaciones, haciéndonos respetar
demasiado la una o la otra, haciéndonos exagerar lo malo o confundir lo neutral y positivo con lo
negativo. Como admiten muchas madres e hijas, en un minuto pueden desbordar de amor y
admiración, pensando que la otra es perfecta, y al minuto siguiente pueden sentirse abrumadas
por la furia y el desdén.
Las imágenes polarizadas tienen historias largas y complicadas. En nuestra cultura
predominantemente angloamericana, por ejemplo, parte de las imágenes idealizadas provienen
de nuestra herencia de la era victoriana, cuando se suponía que la madre era el "Ángel de la
casa" que se ocupaba de los pies cansados y la frente con fiebre de su esposo y sus hijos, que
hablaba con dulzura y gentileza y consideraba que satisfacer las necesidades de su familia era
su misión en la vida.
Las imágenes maternas de "Bruja malvada" provienen, para la mayoría de nosotros, de
los cuentos de hadas que se refieren a mujeres horrendas. Aunque rara vez se las llame madres,
son a menudo madrastras o personajes que hieren a los niños mientras cumplen papeles de tipo
maternal, como la bruja de "Hansel y Gretel" que llena a los niños de comida, o la horrenda
madrastra que aparece con un disfraz materno y ofrece alimento (envenenado) a Blancanieves.
Los dos extremos provocan problemas: ¿cómo puedes tener una relación con un ser
perfecto que está subido en un pedestal? y, por otro lado, ¿quién querría acercarse a una
persona a la que se considera la causante de todos los problemas existentes? Aun sin estas
imágenes, habría otros problemas en la relación madre-hija —problemas de comunicación, de
rivalidad entre hermanos, o verdaderos problemas psicológicos individuales—.
Pero cada una de estas dos imágenes se refuerza con una serie de mitos o creencias
conflictivas; por ejemplo, si creemos en el "Mito de la Madre Perfecta" o sea que la madre
satisface todas las necesidades de sus hijos, nos sentimos estafadas y enfadadas cuando
nuestra madre no se ajusta a nuestras expectativas, y si creemos en el "Mito de la Madre Mala"
que establece como negativo que una madre siga estrechamente vinculada con su hija adulta,
tenemos miedo y resentimiento ante los ofrecimientos de ayuda o consejo provenientes de
nuestra madre. Estos mitos crean problemas evitables que nos dificultan el manejo de los
inevitables.
Los mitos ángel-bruja, madre perfecta-madre mala que apartan a madres e hijas están
arraigados en una poderosa tradición que inunda toda nuestra cultura: la actitud de culpar a la
madre. La mayoría de las madres se sienten inseguras de su desempeño como madres y
necesitan con desesperación la aprobación de otras mujeres, incluyendo sus propias hijas. Sin
embargo, de un modo trágico, se nos enseña como hijas a menospreciar el trabajo materno y a
culpar a nuestras madres de todo lo que anda mal en nuestras vidas. Con mucha facilidad
señalamos los errores de nuestras madres, sin examinar siquiera cuánto influyeron e
intensificaron nuestra visión negativa los mitos.
Como hijas y como madres, hemos estado durante generaciones atrapadas en una oscura
telaraña de la que no hemos podido escapar. Pero cuando tomemos conciencia de los hilos del
mito que forman la tela, cuando contemos nuestra historia y la de nuestra madre, podremos
comenzar a seleccionar y deshacer la tela de araña. Las hijas tienen que superar los dos tipos de
imágenes, levantando las máscaras para ver quiénes son sus madres en realidad.
En cierta forma todas sabemos lo difícil que es ser madre y la mayoría de nosotras siente
cuánto han tratado nuestras madres de hacernos bien, aunque no siempre hayan tenido éxito. El
entendimiento de las barreras sociales te libera para que puedas ver los aspectos positivos y
negativos de tu madre en toda su complejidad y sutilidad, en lugar de los estereotipos
antimaternos —la madre que induce a la culpa, la madre exigente, la madre necesitada, la madre
abrumadora y crítica, la madre fría y distante—. Cuando mires la lista de las peores cosas que tu
madre te ha hecho, después de haber leído No culpes a Mamá, tal vez entiendas mejor por qué
te trató como lo hizo y te sientas de un modo diferente respecto a ella y a ti misma.
Las relaciones basadas en mitos y estereotipos en lugar de en visiones claras no tienen
posibilidad de mejora. Pero cuando miras a tu madre de un modo realista, comienzas a derribar
las barreras y a reducir la energía que las dos desperdician por la angustia que experimentan.
Este libro está basado en mis experiencias como terapeuta, en investigaciones propias y
de otras personas, en las respuestas de mujeres a mis trabajos anteriores sobre las madres y las
relaciones madre-hija, y en mi curso universitario sobre "Madres".
No he explorado de manera sistemática los efectos de la raza, la religión, la clase, la edad
o la orientación sexual, o factores tales como si la hija es la única hija mujer, o si es hija única, o
si tiene o no hijos propios. Las mujeres descritas en este libro varían en todas estas
circunstancias —y más—. Pero el centro aquí está en el conjunto de experiencias madre-hija,
porque en muchos aspectos las mujeres somos tratadas del mismo modo, sin importar nuestras
diferencias y nuestra pertenencia a otros grupos.
Cuando leas estas historias verdaderas de mi propia vida y de las de mis amigas,
miembros de mi familia, estudiantes, participantes en talleres de trabajo y pacientes, espero que
alcances a ver que no eres la peor hija del mundo, ni tu madre es la peor madre del mundo —y, a
la inversa, que tú no eres la peor madre del mundo, ni tienes la peor hija del mundo—. Las
historias y los ejemplos deben también ayudarte a decidir cómo llevar a la práctica los principios y
la investigación presentada en este libro, para que puedas planear qué decir la próxima vez que
tu madre telefonee o la próxima vez que sientas que se está fraguando una pelea con tu hija.
La nueva vestimenta del emperador:

Penetración de la actitud de culpar a la madre
Antes recurría con facilidad a la actitud de culpar a la madre, y muchos terapeutas siguen
recurriendo a ella, porque así es como durante generaciones hemos sido entrenados. Estuve
dedicada durante años a la práctica con pacientes antes de comprender cuán común es culpar a
la madre y cuánto daño causa. Esta actitud está tan difundida hoy como cuando comencé mi
trabajo como graduada en 1969. De hecho, era y es tan común que durante años casi ni la noté.
Cuando trabajé en Estados Unidos y en Canadá con pacientes psiquiátricos de todas las
edades en un hospital general, con adolescentes delincuentes que estaban internados en
hospitales para enfermos mentales, con niños que tenían problemas en la escuela y con familias
cuyos miembros tenían diversos problemas, escuchaba que mis colegas hacían recaer la
responsabilidad de la mayoría de los problemas de los pacientes en las madres. Si algún
miembro de la familia estaba deprimido, era agresivo o tenía algún tipo de perturbación
emocional, era probable que se culpara a la madre: "Es sobreprotectora", "Pone tan nerviosos a
sus niños", y otras cosas por el estilo. Si la madre era la paciente, se le echaba la culpa de sus
propios problemas. —"Es una masoquista" o "Tenía tan mal carácter— ¡no es de extrañar que su
marido la pegara!"
En muchas de estas circunstancias, los terapeutas, a menudo juntos, veíamos a los
pacientes y luego, en reuniones para comentar los casos, los describíamos y tratábamos de
identificar las causas de la depresión, ansiedad, conducta violenta u otros problemas. Por lo que
yo había visto, la mayoría de las madres estaban en un rango que abarcaba desde las bastante
buenas hasta las maravillosas; pero mis colegas en general describen sus acciones en términos
negativos. Yo salía de esas reuniones con sentimiento vago de vergüenza pero no sabía por qué.
Un día, me di cuenta de que era porque, como mujer —y aún más como madre—, formaba parte
del grupo que mis colegas parecían considerar la causa de todos los problemas psicológicos del
mundo.
Me sentía como el niño del cuento que sabía que el emperador estaba desnudo mientras
todos elogiaban su rica vestimenta. Una mujer de las características más desesperantes de la
actitud de culpar a la madre entre los profesionales de la salud mental es que la mayoría no
parece ser consciente de ella. Incluso cuando a los terapeutas se les señalan estos comentarios
y actitudes, niegan en general que puedan hacer algo así.
Después de asumir el conflicto existente entre lo que veía con mis propios ojos y lo que
mis colegas decían ver, comencé en cada reunión de trabajo a formular una pregunta simple:
"Además de la influencia materna, ¿cuáles son los otros factores que pueden haber contribuido a
los problemas de esta persona (o pareja o familia)?
Cuando formulaba esta pregunta, mis colegas decían que yo era "blanda con las madres"
o que "me identificaba excesivamente" con ellas. Y sus presentaciones de casos siguieron
centradas, no en si la madre había provocado el problema, sino en cómo lo había hecho.
Pese a estas respuestas, me sentí alentada a continuar con mis preguntas por el aumento
de la bibliografía sobre el tema. Por fin, parece, las madres han sido consideradas un asunto
digno de estudio. Sin embargo, estos estudios son muy diversos. Sólo unos pocos libros —Of
Woman Born de Adrienne Rich, Our Mothers' Daughters (Hijas de nuestras Madres) de Judith
Arcana y partes de Women and Madness (Mujeres y Locura) y With Child (Con Niño) de Phyllis
Chesler— han ofrecido puntos de vista positivos respecto a las madres.
La mayoría de los escritores han seguido encontrando errores en las madres y
describiendo los modos en que ellas habían arruinado las vidas de sus hijos. Algunos escritores
(como Nancy Chodorow, Luise Eichenbaum y Susie Orbach) comenzaron bien, diciendo que
todas las mujeres se enfrentan a muchas dificultades en nuestra sociedad; pero la actitud de
culpar a la madre todavía está presente en los hilos esenciales de su argumento cuando explican
cómo las madres no pueden separarse de sus hijos, mantienen a sus hijas demasiado
dependientes de ellas, nunca están satisfechas, nos decepcionan profundamente y nos cargan
de una culpa insoportable. Por ejemplo, en su libro Understanding Women: A Psychoanalytic
Approach, Eichenbaum y Orbach nos dicen:
Una hija esconde su parte de niña porque su madre le ha transmitido un mensaje
doloroso y poderoso, que dice que no debe albergar expectativas de que su madre o
alguna otra persona la protejan emocionalmente, o puedan satisfacer sus deseos. La
madre alienta a la hija a admirar a un hombre con el que está involucrada a nivel
emocional; enseña a su hija a dirigir sus energías hacia los hombres y a depender algún
día de un hombre. Pero al mismo tiempo hay otro mensaje. Cuando hace saber a su hija
que debe respetar a los hombres, transmite al mismo tiempo un mensaje de decepción y
frustración: su hija no debe esperar que un hombre le ayude o le entienda de verdad. A
menudo las madres hacen saber a sus hijas tanto abierta como encubiertamente que los
hombres decepcionan. Pueden transmitir desdén y desprecio por ellos. Los mensajes
referidos á los hombres son por lo tanto mucho más que un poco ambivalentes.
Eichenbaum y Orbach por desgracia no ofrecen ninguna explicación de por qué una
madre puede fracasar en su función de sustentadora, por qué siente que tiene que advertir a su
hija que no espere demasiado de este mundo en general, o de los hombres en particular;
tampoco se preguntan por qué el padre no aporta mucha sustentación a una familia en la cual la
madre "fracasa" en su intento de hacerlo.
En el famoso libro My Mother/My Self, Nancy Friday presentó un punto de vista tan
pesimista respecto a las madres y a la relación madre-hija, que muchas mujeres se encontraron
más desesperadas después de leerlo que antes —y pensaron que eso significaba que pasaba
algo malo con sus madres y con ellas en lugar de con el libro.
Pese a esta centralización continua sobre las limitaciones de las madres, he notado que
rara vez se mencionan los efectos beneficiosos de todas las cosas amorosas que las madres
hacen —acunar a sus bebés, cocinar comidas nutritivas, reparar sentimientos heridos—.
Con la inspiración de libros como los de Rich, Chesler y Arcana, poco o nada ha cambiado
en la corriente principal de los psicoterapeutas. A partir de mi propia experiencia, he visto que
verbalizar objeciones a la actitud de culpar a la madre no lograba resultados positivos.
Necesitaba documentar de manera sistemática la función de chivo expiatorio que se daba a las
madres que han creado los profesionales de la salud mental. En el Capítulo 3, describiré parte de
la documentación que recogí, aunque no me he sorprendido cuando nuestro estudio reveló que la
actitud de culpar a la madre no había sido abatida, incluso con la presencia del movimiento
feminista.
Documentar el problema y sus efectos en las relaciones madre-hija fue una cosa;
averiguar qué hacer con eso ha sido otra. Rich, Chesler y Arcana habían comenzado a describir
en qué consiste ser madre y ser hija, y Jean Baker Miller —en su clásico Toward a New
Psychology of Women— había descrito con claridad la naturaleza de la subordinación de las
mujeres en general. Pero todavía faltaba una idea a partir de la cual comenzar a reparar las
grietas en la relación madre-hija.
En gran parte, este es todavía un terreno inexplorado. De hecho, casi no se ha realizado
una investigación sistemática sobre las relaciones mujer-mujer de cualquier tipo; simplemente no
ha habido disponibilidad de fondos para este tipo de trabajo. Pese al torrente de libros sobre
amistad entre mujeres y algunos estudios académicos recientes, el interés de casi toda la
investigación psicológica hasta hace poco estuvo centrado en las relaciones hombre-hombre
(competencia, logros en el trabajo, agresión, etc.) o en las relaciones hombre-mujer —en otras
palabras, en cualquier relación que incluyera al menos un hombre.
Saber esto es importante, porque significa que casi todo lo que los eminentes expertos
dicen no proviene de la investigación, sino de especulaciones individuales. Por supuesto, algunas
de estas especulaciones están basadas en la observación clínica sensata y desde un punto de
vista equilibrado, compasivo y realista de las mujeres. Pero es difícil evitar la influencia de los
estereotipos cuando tratamos de observar las realidades de madres e hijas, y los títulos
académicos no nos inmunizan contra estos prejuicios. Es tiempo de abrir un camino a través de
los mitos que conduzca a la verdad. Nos lo debemos a nosotras mismas, a nuestras madres, a
nuestras hijas y a otras mujeres: ser justas con las relaciones madre-hija, declarar que son
dignas de nuestro tiempo, nuestro esfuerzo y nuestro respeto.
Madres y otras extrañas

Si podemos pensar de forma temporal en nuestras madres como si fueran extrañas,
podemos ponerlas en perspectiva con más facilidad; incluso cuando nos enfadamos mucho con
personas extrañas, podemos verlas bajo una nueva luz, con más comodidad; puesto que no
tenemos una larga historia compartida, podemos no tener un futuro común y en verdad no
tenemos la intimidad y la complejidad que caracteriza la relación con nuestras madres.
Hace poco, me impacienté porque una plancha que había dejado en un taller de
reparaciones no estaba lista todavía después de seis semanas y muchas llamadas telefónicas.
Por fin, llamé y dije a la encargada del taller que necesitaba recogerla aunque no estuviera
reparada. Me habló con disgusto y me colgó. Temiendo un encuentro desagradable, fui al taller al
día siguiente y encontré, para mi sorpresa, no sólo que la plancha estaba lista sino que la
encargada me trató con mucha cortesía.
Luego recordé algo que había escuchado años antes: la encargada, una mujer de sesenta
años más o menos, mantenía el taller abierto para que su padre de noventa años pudiera seguir
trabajando. Me di cuenta de que ella debía tener muchos problemas para que estuviera contento
dirigiendo el taller mientras ella trataba de mantener algunos clientes pese a la lentitud de su
padre (aunque su trabajo de reparación era excelente). Cuando me acordé de esto, mi irritación
se desvaneció. Mi perspectiva cambió.
Gran parte del trabajo de reparación entre madres e hijas implica ubicar sus problemas en
una perspectiva similar, considerando las fuerzas que forjaron a nuestras madres y teniendo en
cuenta las presiones que nuestra cultura ejerce sobre ellas y nosotras para que tengamos un tipo
especial de relación. Les y nos debemos la reflexión, con la misma compasión con la que
establecemos nuestra relación comercial con la encargada del taller del barrio. Más aún, lo que
sentimos por nuestras madres tiene profundos efectos en nuestra relación con nuestras hijas y
con las mujeres en general. Aquellas que creemos apoyar a las mujeres pero nos resentimos
profundamente de nuestras propias madres, no somos quizá tan benevolentes con las mujeres
en general como creemos. Cuanto mejor es nuestra conexión con nuestra madre, mejores son
nuestras conexiones con las otras mujeres.
Cuando reflexionan sobre estos problemas, la mayoría de las mujeres encuentran que sus
madres han parecido ser peor de lo que en realidad son porque los mitos han distorsionado en
gran medida su punto de vista. Algunas hijas, sin embargo, tienen una experiencia muy diferente
y encuentran que la visión que tienen de sí mismas cambia aún más que la visión que tienen de
sus madres. Como me dijo una mujer:
Aunque mi madre en realidad me hizo cosas malas, ahora me doy cuenta de que
no fue por mi culpa. Ella casi nunca me prestaba atención cuando era niña, y yo pensaba
que era por mi culpa. Cuando tenía aproximadamente treinta años, me dijo por primera
vez que mi padre se había puesto tan celoso de su amor por mí cuando era bebé, que
sintió que debía reducir nuestra proximidad. Todavía me siento mal porque se sometió a
los celos infantiles de mi padre, pero ya no creo más que no era —o no soy— digna de ser
amada.
Algunas madres son tan difíciles o perniciosas que cambiarlas está más allá del poder de
cualquiera; pero aún en esos casos, la comprensión de los mitos puede fortalecer la propia
autoestima de la hija. Vi que esto le sucedía de una forma gradual a una niña de ocho años, hija
de padres divorciados.
La niña, a la que llamaré Ginger, necesitaba creer —como la mayoría de los niños— que
su madre era perfecta. Lamentablemente, se trataba de una mujer irritable y fría, que tenía una
seria perturbación desde la infancia y además tenía problemas en sus relaciones íntimas. La
madre me dijo:
El año en que mi marido y yo nos separamos, Ginger estaba en primer grado.
Varias veces, me llamó desde la escuela por la mañana y me rogó que la dejara venir a
casa a almorzar. Pero no iba a dejar que me manejara. Por eso sólo necesité conectar mi
contestador automático a primera hora de la mañana.
Desde que Ginger tuvo seis años, trató de entender por qué su madre no demostraba ser
una persona afectuosa. Ginger concluyó que no debía ser merecedora de amor: "Mamá no
parece amarme, por lo tanto debo ser una niña mala. De hecho, sé que soy mala", me dijo
cuando tenía siete años. Pero durante el año siguiente, cuando pasó más tiempo en las casas de
otros niños y vio cómo sus madres los trataban a ellos y a ella, Ginger comenzó a ver que el
problema era de su madre, no de ella. Hace poco, me dijo:
Ha sido en verdad difícil ver que mi madre es mala conmigo y que incluso me
miente, porque no se supone que las madres hagan eso, ¿sabes? Pero cada vez que ella
es mala, pienso en cuántas veces ha sido así antes. Al menos ahora que sé que ella trata
a todos de esa forma, no me siento ya una niña miserable.
Si Ginger con sus ocho años fue capaz de percibir esto, las hijas adultas pueden hacer lo
mismo.
Algunas hijas pueden estar tan enfadadas con su madre que apenas hablan con ella.
Otras se encontrarán abrumadas o intimidadas por ella. Otras sólo se sentirán lejanas o
apartadas de ella. No todas las madres y las hijas tienen problemas, pero casi todas tienen algún
problema alguna vez. Y aunque las relaciones madre-hija no son peores que las madre-hijo,
padre-hijo o padre-hija, poseen algunos elementos característicos.
Como estas relaciones tienden a ser muy cercanas, combinan el potencial de mucha
alegría con el de mucho sufrimiento. La alegría surge porque la mayoría de las mujeres ha
aprendido a desarrollar su sensibilidad y su capacidad interpersonal, por lo tanto madre e hija
tienen una buena probabilidad de hacer que su relación florezca de un modo maravilloso, una vez
que comprenden cómo hacerlo. Aunque a menudo tienen problemas, madres e hijas encuentran
formas de mostrar que se interesan la una por la otra y que comparten ciertos intereses, valores
e incluso bromas. En general, las mujeres están más dispuestas que los hombres a trabajar en
sus relaciones, por eso cuando madre e hija chocan, es probable que traten de encontrar una
solución para mejorar la relación en lugar de concentrarse en ganar la batalla.
Parte del sufrimiento particular entre madre e hija se genera porque sienten que el enfado
y la alienación no deben ser parte de la relación madre-hija. De acuerdo con nuestros ideales
culturales, una madre debe ser siempre gentil y cariñosa —y también así debe ser su hija—. Pero
precisamente por la capacidad femenina de entender las emociones de otras personas, muchas
madres e hijas pueden tanto herirse como curarse, lastimarse como deslumbrarse más que
cualquier otra persona.
Conozcamos las historias

En más de veinte años de estudio y práctica de la psicología, he hallado que la mayoría de
las madres y las hijas creen erróneamente que sus problemas son en gran parte el resultado de
su propia locura individual, de la de la otra o de la de ambas. Estas creencias no ayudan a
ninguna de las dos. De hecho, la mayoría de las relaciones madre-hija mejoran una vez que las
mujeres entienden que las dos han sido inducidas a engaño (las hijas a través de la actitud de
culpar a la madre; las madres a través del odio a sí mismas) y se han visto enfrentadas a causa
de los mitos.
Cuando alguien pregunta, "¿Qué causa los problemas entre tú y tu madre?", la mayoría de
nosotras tenemos preparada una explicación. Tenemos nuestras historias que contar —historias
sobre ella e historias sobre nuestra relación con ella—. Pero algunas historias están más cerca
de la verdad que otras. Necesitamos acercarnos lo más que podamos a la historia real de
nuestras madres y de nosotras mismas. Una antigua amiga me dijo:
Toda mi vida había pensado que mamá quería a mi hermana más que a mí. Nunca
lo cuestioné, nunca pregunté nada al respecto. Cuando llegué a los 21, mamá hizo una
fiesta para mí, y comencé a hablar de mi infancia. Cuando dije por primera vez en mi vida
las palabras, "Por supuesto, mamá siempre quiso más a Beth", reflexioné por primera vez
si eso era verdad o no. Decirlo en voz alta fue algo definitivo. De pronto sentí la obligación
hacia mamá de averiguar si era verdad eso, antes de seguir creyéndolo.
Cuando cuentan su historia, madre e hija se enseñan mutuamente partes de la verdad:

"¡Ah, ¿es así como te sentiste entonces, atemorizada?! ¡Pensé que me odiabas!" Cuando
despojamos nuestras historias de los mitos y las volvemos a contar, comenzamos a arreglar las
fisuras, aprendiendo lo que tenemos en común y experimentando la alegría de descubrir las
grandes y pequeñas joyas de hechos y sentimientos que no habíamos percibido antes.
Cambios
Aunque algunas madres e hijas afortunadas pueden hablar con franqueza de sus
problemas, muchas mujeres se acobardan ante la idea de hacer eso, o de tratar de hacer eso
otra vez. Pero los problemas madre-hija pueden ser superados con éxito, y no se necesitan años
de costosa psicoterapia. Es asombroso ver cuán a menudo, tan pronto como la hija comprende la
cultura de culpar a la madre, se aparta rápidamente de esa actitud.
A veces, por supuesto, lleva tiempo. Al finalizar el curso de un semestre que versó sobre
"Madres", las alumnas escribieron cómo sus sentimientos y la relación con sus madres habían
cambiado a lo largo del curso. Los siguientes son los comentarios típicos: en setiembre, una
mujer describía a su madre como "fría", "distante" y "dolorida" y decía que deseaba que "pudieran
haber sido diferentes las cosas entre mi madre y yo, así no hubiera tenido que luchar tan sola en
el pasado"; en diciembre escribía que su perspectiva se había ampliado: "Tengo la esperanza de
que se produzcan más cambios en mí y me gustaría encontrarme con otras mujeres preocupadas
por estos temas. Esto es nuevo para mí y me hace sentir bien."
Otra mujer escribió, "Tengo ahora más respeto por mi madre que cuando comencé este
curso, y me siento más cerca de ella... Soy más tolerante con las cosas de mi madre que me
molestan... No siento más que estoy compitiendo con mi madre —sino que tengo más la
sensación de que estamos en el mismo equipo."
Estos cambios no requirieron que las hijas suprimieran sus sentimientos de enfado o
frustración y pusieran un barniz sonriente. Una vez que la culpa, el enfado y la angustia basados
en los mitos desaparecen, los sentimientos perdurables son más fáciles de aceptar, entender y
solucionar. Esto es verdad en especial cuando madres e hijas sienten que están en el mismo
equipo, resolviendo juntas sus problemas, en lugar de en los lados opuestos de una
infranqueable pared de ladrillos o de una guerra prolongada y total.
Comprender, escuchar y aprender
No todas las madres son santas, no todas las hijas están equivocadas al pensar que sus
madres cometieron errores. Las madres son humanas; cometen errores y a veces la forma en
que las madres nos educaron no ha sido buena. Pocas madres, sin embargo, son completos
monstruos. Pero nosotros creemos con facilidad que son monstruos si no conocemos otras
formas de pensar respecto de ellas, y es ahí donde ayuda hablar con otras mujeres.
La mayoría de las mujeres quiere hablar de sus madres y, en algunos casos, de su papel
como madres. He descubierto que casi todas las mujeres están llenas de una mezcla de enfado,
culpa, miedo e inseguridad en lo referido a muchos aspectos de su relación con sus madres y/o
con sus hijas.
A través de mis pacientes y alumnas, he aprendido (pie a menudo es más fácil tener una
visión clara del dilema de otro que de nuestra propia angustia. Sin una mirada renovada, las
formas simples y obvias de hablar con el otro o de pensar en cómo interactuar no surgen en
nuestra mente. La hija sigue culpando a su madre y teme su desaprobación y la madre continúa
culpándose y agoniza por la distancia o el conflicto que existe entre ella y su hija. Así, las dos se
sienten culpables. Cada una se atrinchera en su propia agonía y encuentra cada vez más difícil
comprender el punto de vista de la otra y pensar en formas constructivas de estar juntas.
Dos actividades han sido muy útiles en mi trabajo con mujeres. La primera, simplemente
escuchar a otras mujeres describir sentimientos o situaciones dolorosas e irritantes semejantes a
las suyas. La segunda, describir sus propias experiencias como madres. Cada vez que una mujer
confesaba lo enfadada que estaba con su madre, algo que estaba segura que sólo ella había
sentido con tal intensidad, encontró que muchas mujeres que estaban escuchando habían
sentido lo mismo y habían hecho las mismas cosas "horribles" a causa de eso. Una mujer, por
ejemplo, describió un arranque temperamental que tuvo cuando estaba en tercer grado y su
madre trajo bizcochos borrachos comprados en una tienda a una fiesta escolar del Día de Brujas.
Escuchar lo que otra mujer tiene que decir ayuda a las hijas a sentirse menos malas y
menos alteradas. Esto libera la energía que han estado usando para tapar lo que consideraban
su locura o su defecto; se vuelven más libres para encontrar mejores formas de tratar a sus
madres. Si pensamos que nuestros problemas son inusuales, dudamos de poder encontrar
soluciones; una vez que sabemos que otras personas han estado en el mismo bote, podemos
ayudar enseñándonos las unas a las otras.
En mis clases y talleres de grupo, pido a las participantes que escuchen las quejas de
otras mujeres sobre sus madres de un modo distinto. En lugar de alimentarse mutuamente con la
actitud de culpar a la madre, aprenden a reconocer la frustración como hija y luego a preguntarse
si podrían estar malinterpretando o caracterizando de una manera errónea los motivos y la
conducta de la madre. Por ejemplo, cuando una mujer describe a su madre como
sobreprotectora, las participantes preguntan si no podría ser más adecuado describirla como
afectuosa y sustentadora. Las nuevas etiquetas menos agresivas no siempre se ajustan a la
realidad, pero es asombroso ver cuán a menudo sí lo hacen. Cuando las mujeres comprueban la
aptitud de las nuevas etiquetas, se dan cuenta cuán profundamente la cultura ha impregnado en
nosotros la lección. "Cuando algo anda mal, simplemente culpa a mamá."
Cuando describen sus frustraciones como madres, las mujeres pueden iluminar las
situaciones de sus madres. Por ejemplo, en un grupo de discusión, varias mujeres hablaron de
cuánto disfrutaban de sus carreras, pero se sentían destrozadas cuando dejaban a sus pequeños
en la guardería. Esta conversación inspiró a algunas mujeres del grupo a preguntar a sus propias
madres cómo habían manejado el problema cuando ellas eran niñas.
Otra mujer habló de un modo conmovedor de sus sentimientos cuando la enfermera del
hospital le dijo que su bebé recién nacido tenía ictericia y había que colocarlo bajo luces
especiales que le volverían muy apático. Ella se sintió avergonzada tanto de su miedo por lo que
la ictericia podría significar como por su impotencia para ayudar a su bebé. Al verle bajo las
luces, encontró que la única manera en que podía mantener una cierta apariencia de calma era
tomando docenas de fotografías de él. Creía que sus preocupaciones eran desmesuradas y su
impotencia vergonzosa, y se sentía culpable por su capacidad de inhibirse a través de la
fotografía, Aunque ella sólo estaba haciendo lo mejor para resolver la situación, se sintió al
mismo tiempo patológicamente unida y patológicamente separada. Su historia ayudó a otras
mujeres del grupo a adquirir una nueva perspectiva de lo que les había parecido la conducta
despreocupada de sus madres. En lugar de ver la separación de sus madres como un signo de
que no se interesaban por ellas, comenzaron a considerar qué más podría estar detrás (le esa
aparente falta de preocupación. Comenzaron a pensar en un cuadro más amplio.
Los objetivos de este libro

Los objetivos de este libro son simples:
• Reducir el sufrimiento sentido por hijas y por madres en sus relaciones.
• Ayudar a hijas y madres a sentirse mejor con ellas mismas, entendiendo la naturaleza de
las barreras que existen entre ellas.
• Brindar a hijas y madres una gama más amplia de oportunidades para conducir sus
vidas, liberándolas de los mitos que limitan su visión y enseñándoles nuevas técnicas y
conocimientos prácticos.
• Intensificar la conciencia de hijas y madres sobre cómo se han mantenido alejadas
debido a lo que les han enseñado a pensar a la una de la otra.
Para llevar el registro de cómo piensas y sientes respecto de tu madre, ten papel y lápiz
cerca cuando leas los capítulos siguientes. Anota cualquier cosa que surja en tu mente y que
pueda ayudar en el proceso de desenmascarar cosas que comprendes que no sabes de ella y
quieres averiguar, una palabra o frase que te suena, aunque todavía no estás segura de por qué,
historias que coinciden con tu experiencia e historias que parecen completamente diferentes de
la tuya, preguntas que aparecen en tu mente. Si no encuentras respuestas aquí, es posible que
quieras encontrarlas en otras personas o en otros libros.
Algunas mujeres encontrarán que tan pronto como lean sobre un problema o un tema en
particular, sabrán cómo aplicar la nueva perspectiva a su situación, y Arrojarán el libro en mitad
de un capítulo para llevarla a la práctica. Otras querrán leer todo el libro, pensar en los temas,
hablar con otras personas y hacer más lecturas antes de considerar siquiera pasar a la acción.
Muchas lectoras estarán en el segundo grupo porque, después de una vida de estar
insertas en una cultura que culpa a la madre, todo un capítulo lleno de antídotos no es más que
un comienzo. Y si abandonaste la esperanza hace años, tienes que trabajar para que tu motor se
ponga de nuevo en marcha.
Aun las hijas cuyas madres han muerto tienen mucho que ganar imaginando, tan
intensamente como sea posible, qué dirían a sus madres si pudieran y qué piensan que ellas
responderían. En esos casos, hablar con las mejores amigas de la madre o con otros miembros
de la familia puede resultar útil, puesto que uno o varios de ellos o más tendrán una perspectiva
diferente sobre ella e información que tú no tienes.
Turno de la hija, turno de la madre

Iniciar cambios en la relación con tu madre, o en la forma en que piensas respecto de ella
(si ha muerto o si decides no discutir estos temas en forma directa), puede depender en gran
parte de ti. Por esa razón, este libro se dirige en gran medida a las hijas, aunque las madres
pueden encontrarlo útil también. Conocer qué ha generado la visión de su hija puede ser muy útil
para una madre que quiero entender la forma en que la hija la trata. Como culpar a Ia madre es
una práctica mucho más profundamente arraigada que la de culpar a la hija, es probable que las
hijas sean más conscientes de su sentimiento de enfado que a la inversa; por eso una hija
necesita trabajar mucho más para desprenderse de capas de culpa y mitos que una madre. Pero
una madre que lea este libro probablemente entenderá más de su propia madre (y de su relación)
y esto puede iluminar la relación con su hija.
En general, cuando una hija está enfadada o alejada de su madre, la madre también sufre,
pues las madres tienden a ser excelentes sensores de la insatisfacción y la distancia emocional.
Pese a su dolor, sin embargo, la mayoría de los madres de mujeres adultas viene de
generaciones profundamente adoctrinadas en la creencia de que las madres no tienen derecho a
pedir demasiado (aunque algunas fundaron el moderno movimiento feminista); es probable que
sus hijas se sientan más satisfechas analizando y cuestionando los papeles que nuestra cultura
ha forjado para madres y sus percepciones de sus propias madres. Esto no quiere decir que los
tabúes sobre cuestionar a las madres hayan desaparecido. La noche que terminé de escribir mi
primer trabajo de importancia referido a las madres, me desperté aterrorizada, sintiendo que
había blasfemado y que de algún modo sería castigada, no a causa de lo que había dicho
(porque mi visión de las madres era en general compasiva) sino sólo por observar a las madres.
Nuestras madres en general sienten aún más este tabú. Para ellas, aún más que para la
mayoría de nosotras, la sociedad esperaba, primero, que se convirtieran en madres y segundo
que trataran, sin preguntar por qué o para qué, de ajustarse al patrón de sacrificio sin quejas que
era el molde de la maternidad. Cuando los hijos las rechazan o critican, la mayoría de nuestras
madres sienten que no tienen derecho a quejarse, que el fracaso debe haber sido culpa suya —
pues las mismas madres han interiorizado la actitud de culpar a la madre—. Afrontar el riesgo,
cuando sus hijas son mayores, de sacar a la luz viejas heridas para examinarlas o reexaminarlas
es demasiado aterrador, a menos y hasta que sepan que no serán atacadas simplemente por
hacerlo. Es más, las madres saben que los miembros de una generación tienen problemas para
entender a los miembros de otra. Una madre es escéptica respecto a que su hija pueda entender
cuán duro fue crecer durante la Depresión o cuán mal se trataba a una madre soltera hace treinta
años.
Comentarios como "¡Pero mamá, la Depresión terminó hace años! ¡Ahora eres rica!", sella
al instante sus labios. Las madres necesitan saber que sus hijas se alejan del grupo que las
señala con un dedo acusador y se incorporan al grupo del respeto y apoyo mutuo, no de un modo
ciego sino razonado.
La mayoría de las mujeres se preocupa en realidad por formar relaciones cercanas y
erradicar todo lo que interrumpa esta proximidad. La mayoría de las madres y las hijas, sin
importar lo furiosas que estemos, no queremos seguir enfadadas después de que la explosión
inmediata y el acceso de furia pasa. Preferimos restablecer la cercanía. Estamos tristes y
melancólicas cuando un vínculo se rompe.
Espero proveer algunas herramientas para reparar ese vínculo. Al entender cómo los
mitos dañan el acercamiento —pues es difícil acercarse a un ángel o a una bruja— madres e
hijas estarán preparadas para revalidar la historia de los problemas entre ellas, recontar su
historia compartida de un modo más verdadero y comenzar su próximo capítulo con una visión
más clara tanto de los puentes como de las brechas que existen entre ellas.
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2.- TANTO AMOR, TANTA FURIA
"MI RELACION CON mi madre resuena tanto a nivel emocional, que mis sentimientos
hacia ella se repiten como un eco a lo largo de toda mi vida", me dijo una estudiante graduada de
treinta años y para la mayoría de las hijas adultas esto parece verdad. Nos encontramos
pensando en nuestras madres en mitad de la noche, cuando nos levantamos por la mañana, en
medio de una multitud, mientras discutimos o abrazamos a nuestras hijas...
¿En qué estamos pensando? Estamos deseando la proximidad con nuestra madre;
estamos odiándola por su poder de hacernos sentir infantiles, ridículas o deficientes; estamos
masticando lo que nos dijimos la última Navidad en una discusión espantosa; estamos tratando
por milésima vez de pensar en la manera correcta de hablarle sobre un tema que parece que
nunca podemos tocar juntas con calma.
Todo este esfuerzo revela los profundos conflictos que tenemos con nuestras madres.
Pero también nos muestra cuánto nos preocupamos por esto. Aunque a menudo podemos
pensar que nuestra mejor opción sería mudarnos al otro extremo del planeta, de hecho nuestras
peleas nos indican que necesitamos encontrar formas menos angustiosas de interactuar con
nuestras madres. Bien en el fondo, la mayoría de las hijas no quiere en realidad estar muy lejos
de sus padres; lo que quieren es tener una vida en común más sencilla, más placentera. Elaine,
una mujer de 44 años, sintió esa necesidad. Me dijo que había pasado años resentida contra su
madre, y no se encontraba a gusto por sentir de ese modo:
Mi madre tenía algunas cualidades maravillosas: era cálida, afectuosa, brillante e
ingeniosa. Por lo tanto, yo quería disfrutar de mi tiempo con ella y quería ser una persona
cariñosa cuando estábamos juntas. Pero sus aspectos negativos cobraban tanta
importancia en la visión que tenía de ella y me enfurecían tanto que no podía ser el tipo de
mujer cariñosa que me hubiera gustado ser. Me odiaba cuando estaba con ella —odiaba
mi actitud crítica, mi distanciamiento, mi rabia—. Por lo tanto terminé odiándola y
odiándome.
Para resolver este dilema y superar nuestro enfado se requiere en primer lugar que
exploremos algunos de nuestros sentimientos más perturbadores, como lo hacemos en este
capítulo; luego, que observemos cómo y por qué quedamos atrapadas en estas rutinas
emocionales (Capítulos 3, 4 y 5) y finalmente, que consideremos cómo hacer cambios
productivos (Capítulos 6 al 9). Hay una forma de salir de este estancamiento. Y encontrar esa
forma es muy importante porque, para aceptarnos a nosotras mismas por completo, necesitamos
aprender a entender más sobre nuestras madres y aceptarlas —si no siempre perdonarlas.
Tal vez no encuentres en este capítulo una descripción de todos los sentimientos
perturbadores que tienes hacia tu madre, pero, a medida que leas acerca de algunos de los
sentimientos negativos más comunes que las hijas tienen por sus madres, probablemente
hallarás alguno que se aplique a ti. Recuerda que, aunque reconocer y explorar estos
sentimientos puede ser doloroso, es un paso esencial para reparar las relaciones madre-hija.
Cuanto más entiendas acerca de tus sentimientos negativos, mejor preparada estarás para
comenzar a hacer cambios positivos.
Contradicción en lo que respecta a las madres.

Madre Maravillosa, Madre Terrible
La mayoría de las relaciones madre-hija implica muchas contradicciones. Aun en las
relaciones más afectuosas, los momentos difíciles pueden ser muy penosos. Son penosos en
parte porque sabemos o podemos imaginar lo maravillosos que podrían ser —los momentos
difíciles son más dolorosos por contraste—. La relación con mi madre es básicamente muy
buena, y ella es una mujer maravillosa, pero eso no significa que no tengamos nuestros choques
dolorosos y períodos de alejamiento. Pregúntame —y pregúntale a ella. Aun en las relaciones
madre-hija más problemáticas, la situación rara vez es completamente mala; en general tanto la
madre como la hija recuerdan buenos momentos compartidos en el pasado y desean mejores
momentos en el futuro.
La mayoría de las mujeres se desconciertan mucho cuando se les pregunta si aman a sus
madres: "Por supuesto que sí —¡es mi madre!" No amar a la madre parece al menos impensable,
si no inhumano. Sin embargo, pídele a una mujer cualquiera que describa la relación con su
madre, y los calificativos negativos comienzan a apilarse: "Bueno, ella nunca me ha entendido...
Siempre me está comparando con otras personas y de algún modo yo nunca satisfago sus
expectativas... Todavía me trata como una niña." Crecen los resentimientos: "No estoy más de
dos minutos en el teléfono, sin que ella comience a tratar de dirigir mi vida... ¡Pienso que no hay
ningún hombre con el que haya salido que ella haya aprobado!" Entonces, de pronto, surge la
furia: "¡No es de extrañar que haya arruinado mi vida! Me traspasó todas sus neurosis. ¡Oh, sé
que ella piensa que lo hizo lo mejor que pudo, pero si sólo me hubiera [elige una]: 1) prestado
más atención; 2) prestado menos atención; 3) alentado más; 4) presionado menos!"
¿Por qué sucede que en pocos minutos, pasamos del "¡Por supuesto amo a mi madre!" a
culparla de todo lo que marcha mal en nuestras vidas? La misma palabra madre evoca muchos
sentimientos conflictivos y contradictorios —protección, deseo de aprobación, necesidad de
amor—, contra furia por el tremendo daño que pensamos que nos hizo, aunque sin quererlo. Nos
sentimos justificadas echándole la culpa. Después de todo, ¿quién tuvo un mayor control sobre
nuestras vidas cuando éramos más vulnerables? ¿De quién aprendimos nuestras primeras
"reglas" para manejarnos en el mundo, en la vida, si no de ella?
Los expertos nos dicen que los primeros tres (o cinco o seis) años de vida son los más
importantes, el tiempo en que nuestra personalidad básica se forma; por lo tanto pensamos que
es obvio que la mujer que más influencia tuvo en esos tres (o cinco o seis) años es responsable
por mucho de lo que ha salido mal desde entonces. ¡Cuán indefensas éramos! Ni siquiera
recordamos lo que nuestras madres pueden habernos enseñado en esos momentos cruciales,
cómo pueden haber plantado las semillas de nuestras neurosis. Una vez que somos adultas,
cuando pensamos en eso, de un modo racional, sabemos que no es exactamente su culpa —
pero todavía sentimos, de algún modo, "si ella sólo hubiera..."
Las mujeres han estado subidas en este agotador tiovivo durante generaciones,
acrecentando su dolor e infortunio y también el de sus madres. El amor y la alegría que hemos
compartido (alimentados por la idealización cultural de las madres) se combina con nuestra furia
y decepción (alimentadas por la denuncia cultural de las madres) siendo el resultado una
profunda contradicción. Sabemos cómo agradarnos y herirnos mejor la una a la otra.
Manejo de la situación por bloqueo

Vivir con estos sentimientos tan intensos de amor y dolor al mismo tiempo parece a
menudo imposible. A veces tratamos de manejarlo concentrándonos en un sentimiento cada vez
y bloqueando el resto. Aproximadamente hace diez años, me pidieron que hablara sobre las
relaciones madre-hija a un grupo de madres jóvenes. Cuando les pedí que me hablaran de sus
madres casi todas las mujeres expresaron amor, gratitud y admiración por ellas, aunque algunas
de sus actitudes fueron más que condescendientes. Negaron la existencia de conflictos o
problemas. Pero cuando les pregunté cómo estaban educando a sus propios hijos, casi todas
ellas hablaron de sentimientos muy fuertes —de miedo, de asombro, de esperanza— respecto a
sus dificultades.
Ahora, hay una remota posibilidad aunque improbable, de que un grupo de mujeres tenga
madres perfectas peto encuentre muchas dificultades para educar a sus hijos e hijas. Es mucho
más probable que estas mujeres estuvieran reprimiendo sus sentimientos negativos. Terminaban
de conocerme y, en presencia de una extraña, no está bien decir algo desagradable de la madre.
Bloquear los sentimientos negativos es una de las formas en que las hijas resuelven su
contradicción en especial cuando están en público. Pero en privado, o cuando se les da la menor
oportunidad, las hijas cambian a menudo por completo de actitud, aireando sus peores
sentimientos, de modo que sus sentimientos positivos quedan relegados. Por ejemplo, en su
estudio sobre las madres, Zenith Henkin Gross descubrió que las mujeres adultas que entrevistó
"trazaban retratos perturbadoramente repelentes de sus madres." Los talleres y seminarios sobre
el tema degeneran a menudo en orgías de descalificación de las madres, tan pronto como se
hace el primer comentario crítico: cuando se detiene el carro creado por la sociedad y alimentado
por la cultura del reproche a la madre, las mujeres se apresuran a subirse a él. Una conocida
ensayista me describió su experiencia en un taller de este tipo:
Después de una conferencia sobre problemas comunes entre madres e hijas, nos
distribuimos en pequeños grupos. En el mío, hablamos brevemente de lo limitadas que
fueron las vidas de nuestras madres, de cómo sintieron que no tenían otra posibilidad que
casarse y tener hijos. Parecía haber una sincera simpatía hacia nuestras madres. Pero
entonces, una mujer muy enojada dijo, "¡Mi madre me vuelve loca!
Piensa que su obligación es decirme cómo vivir mi vida.” Durante la siguiente hora,
ninguna de las mujeres tuvo una palabra bondadosa que decir sobre su madre.
Vivir con sentimientos tan contradictorios hacia nuestras madres es muy difícil. Nos
sentimos hipócritas cuando simulamos que todo en nuestras madres es bueno, y nos sentimos
perversas cuando nos concentramos sólo en sus faltas. Y sin embargo, los mitos de la Madre
Perfecta-Madre Mala nos empujan de un extremo al otro.
Cierta contradicción está presente en toda relación personal, pero en las relaciones
madre-hija parece a menudo más intensa. Parte de esta intensidad procede de un elemento
propio de la interacción madre-hija: los dos miembros de esta relación son mujeres, y niñas y
mujeres, más que niños y hombres, aprenden a ser expresivas y sensibles a las emociones de
otros. (Como regla general, los hombres tienden a suprimir, ignorar o negar muchos de estos
sentimientos.) Por lo tanto madre e hija viven inmersas en un reino de emociones y son más
conscientes de la variedad de sentimientos de otras personas.
En uno de los raros estudios de investigación sobre relaciones mujer-mujer, las psicólogas
Lorette Woolsey y Laura-Lynne McBain documentaron esta contradicción a través de una serie
de preguntas y observaciones directas. Descubrieron que las relaciones entre mujeres son más
ricas a nivel emocional que aquellas entre hombres, pero que incluyen un potencial de
sentimientos extremadamente positivos y extremadamente negativos.
Las imágenes maternas polarizadas del Ángel y la Bruja, descritas en el Capítulo 1,
alimentan esta contradicción. Los mitos de la Madre Perfecta son una fuente de presión no sólo
para que amemos, sino para que adoremos a nuestras madres. Los mitos de la Madre Mala
transforman nuestra irritación y decepción en furia y en una sensación de traición. Como el
sentimiento que nuestra cultura prohíbe expresar con franqueza a las mujeres es el enfado, tanto
la madre como la hija reprimen estos sentimientos negativos, generando una atmósfera de olla a
presión y, al final, explosiones de ira.
Estos sentimientos contradictorios tan intensos halen a la superficie, en general, el primer
día de clase del curso para graduados que doy sobre las "Madres", cuando planteo el siguiente
ejercicio: les pido a las alumnas que (en forma anónima) 1) escriban las tres primeras cosas que
piensan cuando digo la palabra madre; 2) se tomen un poco de tiempo para desarrollar esas tres
ideas o para escribir cualquier otra cosa que surja en su mente; y 3) completen la oración, "En lo
que se refiere a mi madre, me gustaría que..."
Una mujer escribió que los primeros tres pensamientos sobre su madre fueron "cálida",
"amistosa" y "brillante". Pero después escribió: "La influencia de mi madre ha sido la de una guía
estricta. Siempre sentí como si ella estuviera acechándome, observando cada uno de mis
movimientos." Ella habría deseado que su madre "hubiera tenido más hijos de modo que su
interés no hubiera estado centrado sólo en mí. Entonces quizá podrían haber surgido más de las
buenas cualidades de nuestra relación y se hubieran producido menos disputas mezquinas."
Otra mujer también empezó con imágenes positivas —las tres primeras cosas que
surgieron en su mente fueron "cálida", "buena" y "generosa"—. Pero las siguientes palabras de la
mujer fueron que la había "hecho optimista pero culpable; no le había servido de modelo y se
tenía poca autoestima". Habría deseado que su madre "se hubiera sentido mejor con ella misma;
desearía no haber estado tan influenciada por su inseguridad".
Una mujer que consideraba a su madre "testaruda", "afectuosa" y "triste" siguió
escribiendo que se sentía muy cerca de ella, pese a sentirse duramente criticada por ella. Y otra
mujer cuyas primeras imágenes maternas fueron "fría", "distante" y "dañina", también dijo que era
"valiente". "inteligente" y "generosa".
Un sano matiz de contradicción en una relación íntima es normal; en general observamos
los aspectos positivos y negativos de la otra persona y respondemos de un modo acorde. Pero la
presión que sienten las mujeres por ser madres perfectas e hijas acogedoras, puede hacerlas
sentirse incómodas con lo que es en realidad una contradicción normal.
Desesperanza y traición
La polarización de imágenes maternas también lleva a otros dos sentimientos comunes en
las hijas adultas: la desesperación por complacer siempre a su madre y la sensación de traición
cuando sus madres no les brindan la suficiente sustentación. Estos sentimientos se originan en
las expectativas de que las madres deben producir hijas perfectas y deben ser ellas mismas
perfectas. Cuando piensas que tu madre es perfecta (o ella piensa que debe ser perfecta), quizá
sientas que nunca podrás satisfacerla, desde la elección de tu ropa hasta tu decisión de tener o
no hijos. De algún modo ella parece hacer todo perfecto —ser perfecta— y tú nunca puedes
equipararte con ella. A la inversa, como se supone que ella debe ser perfecta, es probable que te
sientas traicionada cuando no es capaz de satisfacer tus necesidades, en lugar de verla como un
ser humano normal e imperfecto. En esos momentos, en general sientes decepción o incluso
furia, a lo que luego sigue culpabilidad por estos sentimientos. La madre que está en el polo
receptor de esta desesperación y de esta sensación de traición se siente comprensiblemente
indefensa, pues no puede una persona normal; a los ojos de su hija, sus fuerzas la ponen en un
pedestal y la hacen parecer poseedora de patrones inalcanzables, pero sus limitaciones para
ayudar a su hija son interpretadas como grandes por su propia hija.
Mi amiga Ellen y su madre, Sue, tuvieron una experiencia que generó estos sentimientos.
Cuando Ellen y esposo se separaron, ella tomó a sus tres hijos adolescentes y se mudó de nuevo
a su ciudad natal. Los padres de Ellen habían vivido allí desde antes de que Ellen naciera, y
fueron cariñosos y sustentadores mientras ella aprendía a resolver su situación de madre soltera
y mujer divorciada en una ciudad que mantenía las costumbres de un pueblo. Para fin de año,
Ellen se enamoró de otro hombre. Cuando le pidió que salieran juntos de vacaciones una
semana, EIlen le habló a su madre de la invitación y le dijo que consideraba que sus hijos (de 15,
16 y 17 años) tenían edad suficiente como para quedarse solos. La madre reprendió a Ellen,
diciendo, "Pero es espantoso que viajes con este hombre. Mis amigas se escandalizarán. ¿Cómo
puedes hacerme esto?" Ellen se quedó confundida. Estaba segura de que su madre se sentiría
feliz por ella. Sue agregó, "Como estás decidida a hacer este viaje, creo que no debes dejar los
niños solos. Por favor, haz que se queden conmigo."
Mientras Ellen estuvo fuera, sus niños rompieron en repetidas ocasiones el toque de
queda que sus abuelos habían establecido, lo que hizo que Sue enloqueciera de preocupación.
Finalmente, les dijo que tenían edad suficiente como para cuidarse solos y que ella era
demasiado vieja para soportar sus tonterías. Los envió de nuevo a casa de Ellen durante el resto
de la semana. Cuando Ello volvió, Sue le gritó, "Nunca más me pidas que cuide a esos niños.
¡No puedo soportarlo!" Ellen se sintió traicionada: su madre le había pedido que dejara a los
niños con ella, pero se había vuelto contra Ellen como si ésta se lo hubiera impuesto.
En esos momentos, perdió la esperanza de restablecer relación afectuosa que había
mantenido con madre cuando era niña.
Muchas hijas reconocen esta trampa como muy familiar, ese sentimiento de haber sido
traicionadas por sus madres pero de querer estar muy cerca de ellas. Se preguntan si una mayor
proximidad es posible y vale la pena o si sólo deben abandonar el intento. Si no quieren
abandonar, se sienten atrapadas —no saben por dónde comenzar; sienten que han probado
todo. Desesperadas, se preguntan: "¿Por qué intentar un nuevo acercamiento cuando parece
haber fracasado de un modo miserable durante años?"
Enfado
La idealización cultural de las madres hace que nuestro enfado hacia ella resulte casi
inevitable; si esperas que alguien sea perfecto, tarde o temprano le criticarás por tener algún
fallo. Una paciente joven tuvo esta reflexión liberadora:
Mamá necesitaba mucho que yo pensara que era una madre perfecta —y yo lo
hice; realmente creí que era como las madres de 'Family Ties' y 'The Cosby Show'.
¡Puedes imaginar lo furiosa que me ponía cada vez que la imagen se resquebrajaba! Si no
hubiera sentido que ella debía ser perfecta, mi furia por su imperfección no habría sido tan
ilimitada.
La energía desperdiciada en culpar a nuestras madres con enfado (y a nosotras mismas

como hijas y como madres) impide nuestro crecimiento. Una de las mayores fuentes de energía
emocional desperdiciada en el mundo se debe a la furia que millones de mujeres sienten
respecto de sus madres. Podrían crearse importantes obras de arte, solucionarse problemas
sociales y resolverse crisis de identidad si la fuerza de este reproche obsesivo fuera canalizada
de un modo más productivo. Pero la recanalización está bloqueada por los poderosos mensajes
que obtenemos de los profesionales y de otras personas, que nos aseguran que nuestros tres
problemas provienen de nuestras madres —al mismo tiempo que, en algún momento, hemos
aprendido que una buena madre es una madre perfecta—. No es de extrañar que terminemos
enfadándonos con ellas.
Los usos del enfado

El enfado es una emoción secundaria. No pasamos de sentir nada a sentir enfado. El
enfado es en general el sentimiento que tenemos cuando no nos gusta tener un sentimiento
anterior. Por ejemplo, alguien nos ignora y nos sentimos heridos y, como no nos gusta ese
sentimiento, nos enfadamos con la persona que lo ha causado. De manera similar, nos
enfadamos con los burócratas porque nos hacen sentir impotentes; la impotencia es un
sentimiento incómodo. Reprimir, negar o ignorar el enfado no hace que el enfado o el sentimiento
primario se vayan, pero expresar sólo enfado tampoco ayuda mucho.
El enfado puede ayudarnos a superar nuestros sentimientos de impotencia: cuando vemos
que no merecemos sentirnos impotentes (o humillados o heridos) y que tenemos el derecho a
oponernos a ese tratamiento, mostrar un poco de enfado puede darnos cierto poder. Puede ser
una forma de decir, "Merezco algo mejor que esto, y puedo expresar mi opinión y defenderme.
No tengo que esperar tranquilamente deseando que me traten mejor."
Como dijo una amiga mía, "Antes era una hija muy enfadada y vivía atacando, y pienso
que hasta cierto punto así es como sobrevivir — esto me mantuvo sana alejándome de las
exigencias imposibles de mi madre." Las exigencias pueden haber sido o no imposibles; ella
puede haber estado equivocada al pensar que su madre era una bruja. Pero como esa era su
imagen materna, su enfado le dio poder. Fue una forma de mantener su integridad, de rechazar
el cumplimiento de peticiones irracionales. Y una vez que supo que podía protegerse de ese
modo, no se sintió tan enfadada con su madre y tuvo más capacidad para aceptarla.
Aceptar el enfado dirigido a una madre excepcionalmente exigente y/o despreciativa, se
justifica y puede brindar cierto poder, al hacer que la hija se sienta menos indigna; si las
exigencias irracionales de su madre son el problema, entonces la hija no tiene la culpa de no
poder satisfacerlas.
Superación del enfado

Tenemos que superar la mera expresión del enfado, sin embargo, porque el enfado en
general no cambia el comportamiento de la otra persona o no impide la repetición de los
acontecimientos originales que nos hicieron daño. Si sólo te dijera, por ejemplo, que estoy
enfadada contigo porque fuiste grosera conmigo, entonces como la mayoría de los seres
humanos saltarías para defenderte, atacándome o criticándome. Eso puede ser el principio de un
interminable ciclo de enfado. Es más, puedes no ser consciente de haber hecho nada grosero por
lo tanto aunque quieras evitar enfadarme en el futuro, no estás segura de cómo hacerlo. Pero si
te explico los sentimientos subyacentes —y te digo específicamente qué provocó esos
sentimientos— te doy el poder de mejorar nuestra relación cambiando tu conducta. Si te digo,
"Cuando atravesé la puerta, terminaste de hablar con papá antes de saludarme a mí y eso me
hizo daño y luego me enfadé porque me habías hecho daño." Luego si te preocupas por mí,
sabes cómo evitar herir mis sentimientos —y enfadarme— la próxima vez.
Sin importar lo mala que sea, ver a la madre como tina persona en lugar de como un
demonio es beneficioso. Si, después de leer todo este libro, crees que la tuya es una de esas
raras situaciones en que la madre está profundamente perturbada o es inusualmente perniciosa,
el mejor camino para lograr tu bienestar puede ser mantener vuestras interacciones en un
mínimo, o esperar para verla hasta que tengas más seguro y más claro cómo quieres
comportarte —aunque te lleve mucho tiempo llegar a este punto—. Mientras tanto, puedes seguir
aprendiendo y entendiendo más cosas de tu madre, de ti misma y de la relación que mantenéis
las dos. Al menos sabrás que has hecho lo que has podido y que no eres responsable o no tienes
la culpa. Además, averiguar qué sentimientos subyacen al enfado ayuda de tres maneras: 1) una
hija que reconoce que en lugar de estar enfadada está triste, o se siente culpable o tiene temor a
su madre, no piensa más de sí misma que es una persona de mal carácter. 2) Identificar estos
sentimientos hace que una hija se sienta menos miserable, por culpa del enfado, porque es más
aceptable sentirse triste, culpable o atemorizada por una madre idealizada que estar enfadada
con ella. 3) La tristeza, la culpa y el temor pueden disminuir cuando tomamos conciencia de ellos.
También tenemos que superar el enfado porque las mujeres tendemos a sentirnos
culpables por estar enfadadas, mucho más que los hombres, en especial con nuestras madres.
Shauna, veinticuatro años, describió el círculo vicioso de enfado y culpa que se establece:
Después de haberme enfadado con mi madre, me siento culpable y avergonzada
de mí misma. Entonces me enfado con ella porque es la razón por la cual me siento
culpable y avergonzada: la culpabilidad porque no quiero lastimarla y la vergüenza es
porque ella es la que siempre me ha dicho que debía aprender a controlar mi enfado.
Por lo tanto el enfado no sólo puede llevar a la culpabilidad sino que la culpabilidad puede
también llevar al enfado. Las mujeres tienen una gran tendencia a sentirse culpables cada vez
que piensan que han lastimado o decepcionado a alguien, pero mucho más cuando se trata de
sus madres. Después de todo, las hijas saben que, fuera de la familia, sus madres no obtienen
pago ni respeto por su trabajo y es posible que obtengan muy poco o nada de eso en casa; como
se supone que las hijas deben ser sensibles y protectoras, sentimos ¿cómo podemos nosotras —
entre toda la gente— despreciar a nuestra madre? Pero la culpabilidad es una carga pesada y
cuando se acumula lo suficiente, las hijas o sólo se enfadan, o se deprimen y se enfadan.
Lamentablemente, este enfado en general se dirige a la madre, en lugar de a las causas sociales
que generaron la culpabilidad de la hija.
La mayoría de nosotras necesitamos la aprobación de nuestras madres; cuando no la
obtenemos o no la obtenemos de una forma sincera, automáticamente respondemos atacándolas
o culpándolas. Pero esta respuesta es destructiva para la relación; también intensifica nuestro
odio por nosotras mismas. No estoy sugiriendo que todo enfado debe ser eliminado; pero atacar
y echar la culpa no son expresiones sanas del enfado o la frustración. Nos sentiremos menos
culpables una vez que entendamos por qué estamos tan enfadadas —tanto los sentimientos que
subyacen al enfado como la naturaleza de la actitud de culpar a la madre que promueve el
enfado.
Enfado y autoestima
Una causa común de enfado para una hija parecen ser los ataques de su madre a su
autoestima. Esto es lo que le pasó a Elaine —la mujer mencionada al comienzo de este
capítulo— cuyo resentimiento contra su madre le impidió ser el tipo de mujer que ella hubiera
querido ser. Elaine deseaba profundamente la aprobación de su madre, pero sentía que ella la
criticaba siempre. Esto hirió su autoestima y aumentó aún más su necesidad de aprobación. Se
sentía desolada y luego furiosa, cuando la aprobación parecía no llegar.
Casi todas las mujeres tienen problemas de autoestima, así Linda Tschirhart Sanford y
Mary Ellen Donovan lo han descrito en su libro Women and Self-esteem, y la aprobación de
nuestras madres significa mucho para nosotras. Cuando no la obtenemos —o no obtenemos lo
suficiente o creemos que no la obtenemos— nos defendemos diciendo: "¡No he hecho nada
malo! Sólo que es imposible agradarle." Pero nuestra escasa autoestima y la necesidad de
aprobación nos encierran en un enfado, a veces oculto, cuando nuestra madre nos da algo
menos que su aprobación total. Además, esta escasa autoestima nos hace exagerar la menor
crítica que recibamos de otra gente; aunque nuestra madre nos ame o nos admire, no lo
veremos. Escuchemos a Pamela, una mujer de aproximadamente cincuenta y cinco años que se
matriculó en la escuela de leyes después de criar tres hijos:
Después de graduarme en la escuela de leyes, mi primer trabajo fue en un
importante estudio de abogados que contrataba a muy pocas mujeres. Los socios
principales eran particularmente duros con las mujeres y mi confianza en mí misma —que
nunca ha sido magnífica pero que ha mejorado al irme bien en la escuela de leyes— se
desplomó. Una noche, después que uno de los principales socios me había reprendido por
un pequeño error que cometí, pasé a ver a mamá. Cuando le conté mis problemas, dijo,
"Creo que tenías que esperar ser controlada muy de cerca, pues eres una de las primeras
mujeres que hacen algo."
Me enfurecí. Había buscado su simpatía y pensé que estaba siendo muy dura
conmigo. Salí en forma airada y volví a casa. Cuando traspasé la puerta, el teléfono
estaba sonando y era mamá. No sabía por qué estaba enfadada, porque su comentario
había querido ser compasivo —"Es duro ser una de las primeras mujeres y tener personas
que te vigilen como halcones." Había tenido tanto miedo a que ella no me apoyara que por
error creí que no lo estaba haciendo.
Es un círculo vicioso: la escasa autoestima intensifica nuestra necesidad de aprobación

materna al mismo tiempo que intensificamos nuestra convicción de que nuestra madre, en
general, desaprueba lo que hacemos; nos enfadamos con ella, nos volvemos hipercríticas y
nuestro respeto por nosotras mismas se desmorona aún más porque nuestras interacciones
están plagadas de enfado y dolor. Nos alejamos cada vez más de las mujeres que realmente
queremos ser.
Miedo
Tres de los mayores miedos que tiene una hija en la relación con su madre son: el miedo
a perder su amor, el miedo a su muerte y el miedo a ser como ella o a repetir sus errores.
El miedo a perder el amor materno está relacionado con la incapacidad de agradar a la
madre, con la incapacidad de alcanzar las metas que ésta tiene para su hija. Como me dijo una
secretaria de cincuenta y cinco años llamada Joan, "El miedo es ese sentimiento vacío que
todavía tengo en la boca del estómago cuando desagrado a mi madre. Si no le agrado, ella
puede dejar de quererme."
Las mujeres que sienten que no han satisfecho los patrones maternos o que han
decepcionado a sus madres de algún otro modo —las que no han hecho de alguna forma las hit
ron sus madres— desarrollan un intenso temor a la muerte de su madre. Esto sirve como medida
de lo culpables que se sienten por sus conflictos no resueltos, por su enfado persistente y por la
culpabilidad engendrada por ese enfado. Se me han acercado hijas muy preocupadas, diciendo:
Estoy aterrorizada de pensar en el hecho de que mi madre morirá algún día. No puedo
pensar en eso —cuando intento hacerlo, mi corazón palpita con más fuerza y comienzo a
llorar. Es en parte porque no estamos tan cerca como antes y discutimos mucho. No estoy
segura por qué esto es así o qué hacer al respecto, y mi miedo a que nunca logremos
resolver esto, que todavía estemos peleadas y alejadas cuando muera, es tan abrumador
que no puedo pensar con calma en cómo tratar de solucionar los problemas que hay entre
ella y yo.
Columnistas como Ann Landers y Abigail Van Buren han publicado con frecuencia cartas
de hijas abrumadas por el remordimiento después de la muerte de sus madres. En su programa
de televisión, Sally Jessy Raphael hace poco entrevistó a adultos cuyas madres habían muerto
hacía veinte años y que (incluyendo a la misma Raphael) tenían todavía dificultad para hablar de
ella, en parte por la culpabilidad que sentían. Este miedo a la muerte de nuestra madre tiene un
poder tal que pocos podemos eliminar a nuestras madres, sacarlas de nuestra mente. Sin
embargo este es el lado positivo del miedo. El miedo es un paralelo emocional del dolor físico.
Del mismo modo que el dolor es la forma en que el cuerpo nos dice que algo anda mal, el miedo
y la aprehensión son señales de que falta hacer un trabajo emocional importante. Si podemos
reconocer este tipo de miedo, podremos comprender que no tenemos que quedarnos sentadas y
temer la muerte de nuestra madre; nuestro miedo puede empujarnos a la búsqueda de formas de
superar las barreras existentes entre nuestras madres y nosotras en esta vida.
Miedo a la repetición
Si no estuviéramos afectadas profundamente por la atmósfera de reproche hacia la
madre, no tendríamos miedo a ser comparadas con ellas; podríamos incluso sentirnos orgullosas.
Culpar a nuestras madres es destructivo para nosotras mismas, porque lo que creemos respecto
a nuestras madres, a menudo lo sospechamos de nosotras mismas. Es difícil encontrar a una
mujer que no pierda el tiempo pensando que actúa como su madre o pensando que es muy
diferente de su madre, o las dos cosas. En todos esos pensamientos su madre es el patrón de
comparación —por lo tanto lo que crea respecto a ella importa mucho—. Aun las mujeres que
dicen adorar a sus madres a menudo temen haber tomado de ellas las malas cualidades. Entre
mis pacientes y mis amigas, es una preocupación común —en algunas, una obsesión—. Este es
un comentario típico:
Todos querían a mi madre porque era tan dulce y tenía un extraordinario sentido
del humor. Es verdad que era muy tierna y generosa y la quería por eso. Pero su sentido
del humor era a veces sorprendentemente obsceno y esto solía avergonzarme. Me gusta
contar chistes, pero nunca conté uno un poco subido de tono, por. que tengo mucho
miedo a parecer tan cruda como ella. Es como si no pudiera encontrar la forma de contar
un chiste verde sin parecerme a ella.
Si consideramos a nuestras madres masoquistas, despreciativas, críticas, exigentes,

inductoras de culpabilidad, o embarazosas, en general comenzamos a sospechar que nosotras
también lo somos. La mayoría de, las hijas se esfuerza por no repetir lo que juzgan errores
específicos que sus madres cometieron con ellas y muchas hijas están decididas a vestir de
manera diferente, elegir amigos de maneta diferente, tener valores diferentes. Al mismo tiempo,
manifestamos a menudo una creencia casi supersticiosa de que no podemos evitar esa
repetición. En secreto, tememos ser exactamente como nuestras madres en todo lo que nos
disgusta.
Como tendemos a creer que somos como nuestras madres, el menosprecio de ellas a
menudo nos conduce a nuestro propio menosprecio. El odio no sólo lastima a la persona que es
odiada; es destructivo también para la persona que odia. En última instancia, el odio y la
culpabilidad nos mantienen ligadas al objeto de esos sentimientos. Llevan a que nos
preocupemos por ese objeto, que está siempre en nuestra mente.
Nuestra conducta está controlada por la necesidad de vengarnos de ellas, o de probar que
están equivocadas. En una de mis conferencias, una mujer dijo:
Antes solía sentir que todo lo que mi madre hacía se reflejaba en mí.. Me
avergonzaba por su aspecto, por la forma en que vestía, por la forma en que hablaba y la
odiaba por eso. Pero después también me odiaba a mí misma por odiarla a ella. No
estaba orgullosa por dejar que la apariencia de mi madre me molestara tanto.
Hasta un grado preocupante, no queremos ser como nuestras madres. ¿Por qué
deberíamos querer ser como ellas, podríamos preguntarnos, puesto que se ignora o menosprecia
mucho de lo que hacen? ¿No es como querer vivir de la caridad pública o querer ser un niño con
problemas de aprendizaje? Pero a los ojos de nuestra madre, nuestro deseo de ser diferentes de
ellas parece un signo más de que nadie valora la forma en que viven su vida.
En sus entrevistas con una gran cantidad de mujeres, Lucy Rose Fischer encontró sólo
una hija que "describió una semejanza positiva con su madre". Las hijas a menudo creen que no
quieren criticar las características individuales, personales de sus madres; pero una simple
prueba muestra que lo que las hijas quieren evitar, en realidad, es cualquier cosa que esté
conectada con la posición desvalorizada y limitada de las mujeres: el peso de su madre no se
ajusta al molde de la mujer delgada; su madre no recibe respeto fuera del hogar; su madre se
siente intimidada por el marido; su madre no tiene conocimientos que sean apreciados en el
mundo público.
Tristeza, insensibilidad y alienación

La tristeza es un sentimiento predominante en muchas hijas adultas. Para algunas, la
tristeza proviene del fracaso de la madre para ajustarse a la imagen materna idealizada. Como
dijo una mujer, "Todavía no puedo dejar de desear que me ame y me proteja y me diga —como
hacía cuando yo era una niña— que todo lo que hago es maravilloso. Siento que he perdido
algo."
Cuando animé a esta mujer a que rememorara su niñez, recordó algunas ocasiones en
que su madre no había sido muy afectuosa y sustentadora; después de todo, su madre, también,
era sólo un ser humano. Por lo tanto la tristeza de esta hija procedía no tanto del cambio de su
madre como del contraste entre la realidad y sus memorias distorsionadas. Y esas distorsiones
provenían de la idealización de las imágenes maternas.
Para otras hijas, la tristeza proviene de la sensación de distancia emocional existente
entre ellas. Como la mayoría de las mujeres son educadas para que se preocupen mucho por las
relaciones íntimas, cuando algo marcha mal, tienen una aguda conciencia de esta sensación de
pérdida. Algo habitual se ha perdido y ese algo es la proximidad; lo que sienten las hijas es
tristeza o alienación. Después de una de mis conferencias sobre madres e hijas una mujer me
contó esta historia:
Mientras hablabas hoy, me di cuenta de que mi madre y yo nos alejamos cuando
fui ascendida a un cargo ejecutivo en la empresa donde había trabajado durante ocho
años. Hasta entonces, mi madre siempre me decía lo orgullosa que estaba de que fuera
encargada de compras en el departamento de ropa femenina. Pero cuando obtuve la
promoción, comenzó a guardar silencio siempre que yo estaba cerca. Y de repente hoy he
entendido que es porque, a sus ojos, mi cargo ejecutivo me introduce en el mundo de mi
padre. Mientras fui encargada de compras de ropa femenina, hacía un trabajo del que ella
entendía algo. Pero mi padre es un empresario, por lo tanto ahora papá y yo tenemos algo
en común, y mamá se siente excluida.
Quizás esta madre y esta hija se separaron por el ascenso de la hija, porque un empleo
difícil, bien pagado y de mucho poder no es valorado del mismo modo que un trabajo doméstico y
por el cual no se recibe pago alguno. O quizás esta madre se sintió excluida o era muy
competitiva. Sea lo que fuera que les haya separado, el resultado ha sido que se sintieron
alienadas y tristes porque eran incapaces de compartir sus experiencias.
Para algunas hijas, la tristeza proviene de la pena por la proximidad que perdieron durante
sus años de rebeldía. Una pequeña rebelión adolescente se considera por lo general saludable,
pues permite que el hijo que está en proceso de crecimiento se separe de sus padres. En los
hijos varones, se alienta una cierta rebeldía, en especial cuando se produce en nombre de la
separación de mamá, quien —a menudo pensamos— es sobreprotectora. En las hijas, la rebelión
es más difícil de llevar a cabo, en parte porque no se adecua al papel femenino aceptado y en
parte porque —en la versión idealizada de las imágenes madre-hija— se supone que las hijas
quieren estar muy cerca de sus madres. Por lo tanto, es probable que la rebelión de las hijas sea
más dolorosa, más proclive a ser malinterpretada como una traición hacia las madres que la
rebelión de los hijos. Y por eso, las hijas se sienten más inclinadas a creer que su época de
rebeldía fue en verdad una traición.
Quizás aún más preocupante que la contradicción, el enfado, la culpabilidad, la
desesperación, el miedo y la tristeza es la insensibilidad emocional o la sensación de alienación
que algunas hijas sienten en relación a sus madres. Algunas veces, la insensibilidad y la
alienación se producen cuando otros sentimientos se vuelven demasiado angustiosos. Una sólo
puede soportar por un tiempo tanto enfado, culpa y desesperanza antes de cerrarse
emocionalmente. Una conocida política cuyas visitas a su madre comienzan bien, luego se
convierten en tensas y decepcionantes y terminan generando sentimientos de alienación, ha
dicho que a su madre le gusta la idea de que ella la visite pero no el hecho de hacerlo. Pensaba
que la solución podía ser dejar que su madre se encontrara con ella en el aeropuerto y luego
tomar el siguiente avión de regreso.
Cuando la sensación de insensibilidad o alienación predomina, lo primero que una hija se
debe preguntar a sí misma es si eso está enmascarando otros sentimientos subyacentes. Si la
respuesta es sí, puede comenzar a pensar en cada uno de esos sentimientos, usando el marco
de referencia y los métodos que se sugieren en el resto de este libro. El bloqueo de los
sentimientos puede ser eliminado, aunque este proceso debe ser llevado a cabo con cuidado
para que, por la prisa de querer encauzar estos sentimientos, no resulte tan espantoso o
abrumador; después de todo, la intensidad de esos sentimientos fue en primer lugar tan grande
que tuvieron que ser reprimidos. Como una mujer que asistía a uno de mis talleres explicó unas
semanas después de comenzar:
Me di cuenta de que el sentimiento de apatía que tenía respecto a mi madre, era el
encubrimiento seguro para protegerme de mis poderosos sentimientos de impotencia para
cambiar la miseria de su vida, porque nunca pasó de cuarto grado en la escuela y tiene
miedo de volver a estudiar. Y entonces yo estaba abatida por la tristeza y la furia que
sentía.
Me sentía triste por ella y me sentía furiosa porque nada de lo que yo pudiera hacer
parecía servir de ayuda. Se sienta en casa todo el día, mirando televisión y encontrándose
inútil, pero está claro que se siente aterrorizada de volver a la escuela y así obtener la
preparación necesaria para conseguir un empleo. Hasta mi oferta de ir con ella no ha
servido para nada.
Fue algo bueno hablar en el taller con otras mujeres en posiciones similares,
porque después de mi explosión inicial de pena y furia, noté que ese antiguo
entumecimiento se asentaba. Descubrí que comenzaba a pensar en maneras de evitar a
mamá. Pero entonces recordé lo que otras hijas habían dicho respecto a sus sentimientos
de impotencia cuando no podían salvar a sus madres y cómo nuestro grupo había
decidido que, aunque no podemos salvarlas, no nos ayuda a nosotras ni a nuestras
madres huir de ellas. Es una lucha por admitir lo impotentes que somos para cambiar a
nuestras madres, pero sólo cuando hemos hecho eso podemos estar cerca de ellas y
ofrecerles lo que les ayudará, que es nuestro amor y apoyo continuo. Mi madre necesita
de mi amor y mi apoyo, aunque no pueda usarlo para hacer lo que yo deseo.
En ocasiones, una hija se insensibiliza emocionalmente para protegerse de una madre

desagradable, perversa o muy enferma, o de una madre que ha sido endurecida por una cultura
muy diferente. Crear una barrera puede ser la única forma de que la hija deje de culparse y deje
de sentir que no es digna de afecto, debido al tratamiento de su madre. Puede también hacer
frente a la culpabilidad que siente por no amarla. Una mujer joven describió su experiencia de
este modo:
Mi madre siempre ha sido una mujer muy infeliz. Su familia inmigró a este país
cuando ella tenía doce años —una edad terrible para una adaptación tan grande— y
nunca se sintió en su casa en los Estados Unidos. Cuando yo llegué a la adolescencia y
comencé a hacer todas las cosas típicas de las adolescentes, como hablar por teléfono
durante horas o preocuparme por qué ropa estaba "de moda", ella se volvía contra mí y
me destruía a cada paso. Me acusaba de cosas como, "En mi país, las niñas no se
preocupaban tanto por estas cosas superficiales. Nos tomábamos la vida en serio y
trabajábamos duro." Yo sabía que ella tenía miedo de que si me volvía más lo que ella
consideraba "americana" me iba a separar cada vez más de ella, y me sentía mal por eso.
Pero no pude soportar sus críticas malvadas y la forma en que me humillaba. Me hizo
sentir totalmente desvalorizada, aunque de algún modo yo sabía que era normal. La única
manera en que pude salvar la situación fue desconectándome de ella por completo. Tan
pronto como ella comenzaba a hablar, pensaba en otra cosa. A todos los efectos
prácticos, se desvaneció de mi vida emocional. Dejé de contar con ella para conseguir
afecto y aprobación. No quería odiarla, por lo tanto no sentir nada era la opción que tenía.
Como las imágenes de la Madre Perfecta existen, las hijas se sienten culpables por no ver
a sus madres como perfectas; pero si no se sienten así, toda una cultura está preparada para
saltar, para animarlas a ver a su madre como un miserable fracaso. No importa lo que una madre
le haya hecho a su hija, es posible que en algún momento hiciera algo bueno, por lo tanto la hija
se siente culpable por considerarla un fracaso.
Además, no importa lo mala que una madre sea, su hija habitualmente percibe que dentro
o fuera de la familia, hay personas que la identifican con ella. Así que si va a considerar a su
madre como un ser horrible por completo, ¿en qué se convierte ella? Una sociedad que nos
animase a ver a nuestras madres sólo como personas, disminuiría la necesidad de bloquearnos a
nivel emocional.
Amor reprimido
Estamos acostumbradas a creer que la hostilidad reprimida es peligrosa; pero la tragedia
real para las hijas es el amor reprimido. Cuando las actitudes de culpar a la madre oscurecen
nuestra visión de ellas, es muy fácil creer que merecen sólo nuestros desprecio y reproche; pero
encerrar nuestros sentimientos de afecto nos hace sentir inhumanas, artificiales, frías. Nos
sentimos mejor con nosotras mismas cuando somos libres de mostrar amor, afecto y respeto. Por
lo tanto la liberación del amor y del respeto reprimidos hacia nuestras madres nos ofrece un
regalo adicional de amor y respeto hacia nosotras mismas. Es más, como muchos terapeutas
experimentados aceptan, escarbar en nuestro pasado para encontrar la causa de los problemas
actuales tiene sólo un valor limitado. Lo que funciona mucho mejor —y es más pertinente (quizás
el objetivo más importante de la terapia)— es centrarse en lo que podemos hacer ahora y en
cómo podemos superar el reproche a la madre. La historia de Ruth ilustra este proceso. Como la
mayoría de las adolescentes, Ruth tenía serias dudas respecto a sí misma. En principio, se sintió
aliviada al creer que su madre era la que fallaba y no ella:
Creo que antes de culpar a mi madre por no amarme lo suficiente o por
decepcionarme de muchas formas, me culpaba a mí misma por no ser digna de afecto y
ser la causa de su fracaso como madre.
Para Ruth, culpar a la madre fue un paso más allá después de odiarse y culparse a sí
misma. Como adulta, Rut se dio cuenta de que ni ella ni su madre eran tan terribles. Sólo
recientemente, informa, el educar a su propia hija ha hecho que apreciara más a su madre y
ahora está contenta con eso.
Sue y Ellen, la madre y la hija que describí antes, encontraron una forma de superar su
distanciamiento (provocado por el viaje de Ellen con su novio) para liberar algo de su amor
reprimido. Ellen sintió tanta desesperación como enfado porque nada de lo que hacía parecía
satisfacer los patrones de conducta de su madre: su divorcio fue una vergüenza para Sue, pero
también lo fue su nueva relación. Dejar sus hijos adolescentes solos por una semana fue
inadmisible para Sue, también que los dejara con ella. Ellen a su vez se sintió traicionada, como
si su madre no la quisiera lo suficiente —pues si la amara, se habría sentido fascinada ante la
oportunidad de Ellen de viajar con su nuevo compañero.
Ellen podría haber culpado e increpado a su madre por no ser razonable, pero hacer eso
sólo habría significado ignorar su propio deseo de ser más afectuosa con su madre. Sabiamente,
Ellen pensó preguntar a Sue por qué estaba tan disgustada.
Sue le explicó que estaba aterrorizada de que sus amigas desaprobaran el viaje de Ellen
con un hombre con el que no estaba casada y que consideraran que era una señal del fracaso de
Sue como madre. Ya sabía que muchas de sus amigas la consideraban un fracaso porque Ellen
"no había logrado mantener su matrimonio".
Hablando con ella, Ellen se enteró de que esa era la causa por la que Sue no podía gozar
de los planes de Ellen. Le hubiera gustado ayudar a Ellen pero se sentía avergonzada y
preocupada; cuando los niños se comportaron mal se sintió agobiada e incapaz de hacer frente a
la situación. Más aún, Sue tuvo miedo de que Ellen fuera vulnerable, porque había dejado hacía
poco un matrimonio difícil, tuviera la esperanza de una aventura romántica y se estrellara con una
realidad mucho menos brillante. Sue adoraba al esposo de Ellen y le trataba como a un hijo, por
lo tanto el divorcio implicaba también la pérdida de una relación para Sue. De modo
comprensible, Sue reprimía sus propias esperanzas respecto a este nuevo hombre.
Cuando Sue y Ellen hablaron, Sue logró —al menos por el momento— dejar de sentir que
debía ser la Superabuela. Afirmó que cuidar a los hijos de Ellen, aunque bien intencionado, había
demostrado ser algo que la superaba. Mientras hablaba, se dio cuenta de que su fracaso no era
culpa de Ellen y ésta se dio cuenta de que su madre no era ni perfecta ni completamente
irracional, sino una persona normal. Sue se sintió aliviada al escuchar que su hija no estaba
horrorizada por su incapacidad de manejar a los adolescentes —después de todo, ¿quién podía
comprender la frustración de esa tarea mejor que Ellen? Juntas, Ellen y Sue vieron que las dos
habían sido dominadas por las expectativas irracionales de que si Sue fuera una Buena Madre
habría aprobado de inmediato y con sinceridad todo lo que Ellen hiciera y hubiera logrado
satisfacer las necesidades de Ellen y sus hijos con gracia y comodidad. Lo más importante, su
mutua comprensión acrecentada redujo la barrera entre ellas y la remplazó por un puente.
No es necesario que sea tan difícil

Madres e hijas no siempre han tenido relaciones impregnadas de enorme angustia. En su
artículo "The Female World of Love and Ritual Relations Between Women in Nineteenth-Century
America", la historiadora Calmil Smith-Rosenberg señala que en los siglos dieciocho y
diecinueve, las mujeres emparentadas "asumían una centralidad emocional en la vida de la otra",
"hostilidad y crítica hacia otras mujeres eran desaprobadas" y "Las mujeres, que tenían poca
consideración o poder en el mundo de las preocupaciones masculinas, poseían consideración y
poder e las vidas y los mundos de otras mujeres." Al escribir específicamente sobre las
relaciones madre-hija durante los dos siglos precedentes, Smith-Rosenberg hace una descripción
emocionante de una gran intimidad y simpatía y alegría compartidas; las expresiones de
hostilidad eran raras, según cree Smith-Rosenberg, no porque estuvieran reprimidas sino porque
tales sentimientos eran en verdad poco comunes.
Culpabilidad y agonía no siempre han caracterizado las relaciones madre-hija en el
pasado, por lo tanto quizá no sea necesario que caractericen nuestras relaciones actualmente. Y
si los cambios culturales y sociales han acrecentado los problemas madre-hija, comprender la
naturaleza de esos cambios puede facilitarnos la superación de nuestras dificultades.
Para ver a nuestras madres como son y como han sido en realidad, tenemos que entender
el tejido mismo de la actitud de culpar a la madre, tenemos que pensar en la variedad de sus
manifestaciones, tenemos que aprender cómo funciona para que podamos darnos cuenta en el
momento de hacerlo. En el Capítulo 3 comienza esta exploración.
3. ECHARLE LA CULPA A LA MADRE
Si realmente quieres saber por qué este niño es un desastre,
¡sólo mira a su madre!
— Frecuente afirmación informal de psicólogos verdaderos y de café
SUEGRA EN EL BAUL
— Frase vista en cientos de calcomanías para automóviles
COMENCEMOS CON ESTE hecho: en nuestra sociedad es aceptable culpar a Mamá.

Luego añade las imágenes de la Madre Perfecta y de la Madre Mala que nos llevan a culpar a
mamá por no ser perfecta cuando no está a la altura de la imagen idealizada y, cuando hace algo
que no es tan maravilloso, considerarla horrible en lugar de sólo humana. Este conjunto de
prácticas enrarecen las relaciones madre-hija.
La mayoría de las mujeres está atrapada en la actitud de culpar a la madre. La periodista
Zenith Henkin Gross estudió a 121 mujeres que describieron en profundidad s visión del papel
materno; sólo ocho mujeres —poco más del seis por ciento— consideraban a sus madres como
modelos admirables dignos de ser emulados. Este porcentaje es sorprendentemente bajo si
consideramos la intensa presión social ejercida sobre las niñas para que sean "pequeñas
madres": su modelo más sobresaliente no se considera valioso.
El culpar a la madre se asemeja a la contaminación ambiental. Vivo en una ciudad grande
con una contaminación moderada que apenas noto —hasta que estoy en un ambiente de aire
puro de campo, entonces recuerdo de repente lo bien que se siente uno al respirar bien. Mis
estudiantes y pacientes juran que apartarse de la actitud de culpar a la madre las ayuda a
respirar con más libertad.
El fundamento esencial para mejorar nuestras relaciones madre-hija es la comprensión
exhaustiva de esta actitud, pues sólo cuando veamos con qué facilidad se culpa a la madre
tendremos la oportunidad de actuar de un modo diferente. Sólo cuando vemos la contaminación
podemos sanear el aire.
Necesitamos explorar el tejido de nuestros prejuicios con cuidado. Nosotras como hijas no
esperamos olvidar las cosas irritantes o exasperantes que hacen nuestras madres y sólo
concentrarnos en las maravillosas. Pero necesitamos comprender que nuestra cultura nos anima
a concentrarnos sólo en los errores de nuestras madres y olvidar sus aspectos positivos. Culpar a
nuestras madres es tan fácil, que rara vez nos detenemos a considerar si alguien más puede
tener la culpa, o incluso si nadie tiene la culpa. Para nosotras como madres, entender de qué
forma opera esta actitud puede aligerar nuestra carga. Después de todo, la energía se
desperdicia no sólo en la hija que culpa a la madre, sino también en la madre que se culpa y se
odia a sí misma.
Cuanto menos se valora y se respeta un grupo, más fácil es señalar a sus miembros como
chivos expiatorios. La subestimación de las madres se revela no sólo a través de anécdotas, sino
también a través de hechos concretos. Según el Departamento de Trabajo de los Estados
Unidos, el nivel de conocimientos necesario para ser ama de casa, encargada del cuidado de
niños o maestra de jardín de infancia se ubica en el punto 878 de una escala que va de 1 a 887,
¡donde 1 es el nivel de conocimientos más alto! En esta escala, la puntuación para un entrenador
de perros es 228.
Aparentemente los que evaluaron los conocimientos ¡nunca han tratado de cuidar niños!
(Con la mayor atención que reciben ahora las guarderías y jardines de infancia, estas
puntuaciones deben haber aumentado.)
Esta subestimación es en gran parte producto de nuestros tiempos. Antes de la revolución
tecnológica, las madres hacían la mayor parte de su trabajo en casa. Sus hijos podían verlas "en
el jardín, en el patio, cuidando pollos, limpiando, lavando, cocinando, remendando, cosiendo,
cargando agua y leña —haciendo un trabajo duro—", explica eI sociólogo Jessie Bernard. Ahora,
sin embargo, las madres gastan gran parte de su tiempo y de sus energías tratando de satisfacer
las necesidades emocionales, psicológicas y de aprendizaje de sus hijos; no tienen nada
concreto, visible e inmediato que mostrar —ni madejas de lana, ni huevos frescos—. Ahora se
piensa que las madres pasan gran parte de su tiempo sin hacer nada o, al menos, nada
importante.
¡Con qué facilidad el trabajo de nuestras madres se ha vuelto invisible! ¡Con qué facilidad
nuestras madres asumieron las acusaciones de maridos que asumían que las mujeres no tenían
nada que hacer en todo el día! "¿Por qué no está la comida en la mesa? ¿Por qué no está la
casa en orden? ¿Por qué no están los niños en la cama?" Los hombres querían que sus
necesidades fueran satisfechas y desestimaban el hecho de que las madres estaban llevando y
trayendo a los niños de la escuela y de otras actividades, llevándoles a citas con médicos,
entreteniéndoles a ellos y a sus amigos, interviniendo en los conflictos entre hermanos o con
vecinos, comprendiendo las tragedias intrascendentes o importantes de la vida de los niños, y
tratando de dar y recibir un poco de apoyo de otras mujeres que estaban también tratando de ser
maravillosas madres y se sentían aterrorizadas por no serlo.
Para las mujeres que están educando niños ahora, la subestimación del trabajo materno
se ha vuelto más compleja. Aquellas que tenemos un empleo remunerado podemos sentirnos
valoradas en nuestros ambientes de trabajo, pero a menudo terminamos sintiéndonos poco
apreciada por el enorme peso de nuestra doble carga. Se cree todavía que las tareas maternales,
después de todo, requieren poco o ningún conocimiento o esfuerzo. Y codo a codo con la actitud
de culpar a la madre va el tabú contrario a culpar al padre.
Mi amiga Mary es una ocupada psicóloga y su esposo Steve es cirujano. Cuando Mary se
cansó de hacer los planes para las vacaciones familiares, le dijo a Steve que, para las fiestas de
diciembre, dejaría que él planificara la excursión de esquí que la familia realizaba todos los años.
Steve no hizo ningún plan. Cuando Mary le comentó lo decepcionada que estaba, su hijo de seis
años le dijo enfurecido, "No te enfades con papá. Es un cirujano y trabaja muy duro. Es un
hombre tan ocupado e importante que tiene que tener una enfermera y una asistente. No tiene
tiempo de hacer planes de viaje." Y otro hijo añadió, "Tiene razón. Papá es tan importante que
incluso tiene un dictáfono. ¡Tú no tienes un dictáfono!" Muchas personas escuchan estas
historias y simplemente se ríen, no reconociendo cuánto puede herir la desvalorización y el
reproche.
No sólo se subestima el trabajo materno, sino que a menudo pasa desapercibido. Hasta
un obrero de una línea de montaje en una aburrida fábrica recibe una paga regular, que acepta
con el mensaje, "Alguien valora el trabajo que haces." En contraste, las madres no sólo no
obtienen paga, sino que la mayoría de su trabajo aburrido o difícil pasa desapercibido. ¿Qué
madre ha escuchado que su marido o sus hijos dijeran: "¡Esta semana has hecho un trabajo
maravilloso limpiando los muebles! ¡Gracias!"?
Quizá sientas que tu madre no pasa desapercibida. De hecho, muchas mujeres me dicen
que sus madres son "mujeres muy fuertes" como si eso significara que son apreciadas. Quizás
eso sea verdad en algunos casos, pero si piensas en tu madre como fuerte, ten cuidado: esa
imagen es a menudo otra forma de señalar de manera negativa a las madres: —"Ah, no te
preocupes por mi madre. ¡Es fuerte como un camión!" (Como veremos en el Capítulo 5, percibir a
una madre como poderosa a veces significa percibirla como peligrosa a causa de ese poder.)
Cuando sin pensar describimos a nuestra madre como fuerte, en general, nos centramos en su
poder para poner nuestra ropa sucia en el cesto correspondiente o hacernos sentir culpable; no
reconocemos que fuera de la casa no tiene ningún poder. Es muy probable que no reciba respeto
o aprecio incluso dentro de la casa, su única retribución suele ser la burla y el miedo.
Las personas a las que se les llenan los ojos de lágrimas cuando hablan de la
"maternidad" o cuando hablan de sus propias madres, a menudo las tratan con desdén cuando
están frente a ellas. De manera paradójica, la maternidad en principio y en general es descrita en
términos importantes y brillantes —para que las madres se sientan avergonzadas al quejarse de
su situación en la realidad y en particular.
Durante la década del 50, una época ahora desacreditada por la popularidad de la imagen
de la "feliz-mujercita-en-el-hogar", el autor Philip Wylie reunió todas las imágenes degradantes de
las madres y les dio una forma horrenda, perversa. En su Generation of Vipers, su aversión por
las madres vibra con intensidad y aunque leer este libro resulta doloroso, necesitamos saber qué
era popular cuando las madres estaban criando niños que ahora tienen treinta o cuarenta años:
...el gigantesco culto de las madres se nos ha ido de las manos por completo.
Nuestra tierra, en un mapa subjetivo, estaría atravesada por más cordones de platería y
tiras de delantales que líneas de ferrocarril y telefónicas. Mamá está en todas partes y es
todas las cosas y está endiabladamente cerca de todos, y de ella depende todo el resto de
los Estados Unidos. Disfrazada de la buena mamá, la querida mamá, la dulce mamá, tu
cariñosa mamá, etc.
...Nadie, entre [los sabios norteamericanos] —ningún hombre importante o
valiente— desde el primer día de la primera reunión del Congreso hasta el presente, se
puso alguna vez de pie en el recinto y pronunció la más necesaria, sin duda, de las
verdades norteamericanas: "Señores, mamá es una imbécil."
..[Mamá solía estar tan ocupada criando a los niños y trabajando en la casa] que
rara vez fue un problema para su familia o para sus igualmente ocupadas amigas, y nunca
un problema para ella misma. En general, hasta hace muy poco, mamá se apagaba y
moría en algún momento en mitad de su vida, a causa del trabajo pesado.
...Ahora, sin nada que hacer, y con todas las decenas de miles de hombres... para
mantenerla, cada charlatana de la república sobrevive un increíble número de años,
pataleando y parloteando sin descanso entre los hombres; un ruidoso ser neutro por
defecto natural, una castrada sostenida por la ciencia, toda lengua, teta y alboroto.
Las palabras de Wylie continúan citándose como justificación para degradar a las madres,
para hacer que los hombres se sientan avergonzados de amar a sus madres y de rechazar
denigrarlas, para hacer que las mujeres sientan que el amor maternal es patológico, pues, ¿quién
en su sano juicio podría amar al tipo de criatura que Wylie describe tan gráficamente? Incluso la
gente que nunca ha leído la obra de Wylie está familiarizada con los elementos esenciales de sus
imágenes maternas.
Wylie acuñó el término mamismo, que se usó mucho para referirse con mordacidad y
temor a la supuestamente excesiva dominación de las madres, reflejando la actitud del propio
Wylie hacia ellas. Hasta ahora, la actitud de culpar a la madre perpetúa el "mamismo" en un
sentido diferente, que lo pone en paralelo con otros "ismos": sexismo, racismo, clasismo. Quizás
es tiempo de usar la palabra mamismo para calificar actitudes tales como culpar a la madre y
odiar a la madre explícita y sucintamente, como una forma de prejuicio tan virulento como los
otros "ismos".
En los años siguientes aparecieron libros que exudaban odio hacia las madres como How
To Be a Jewish Mother (Cómo ser una Madre Judía) y Portnoy's Complaint (El Lamento de
Portnoy). ¡Qué bien recuerdo haber leído Portnoy's Complaint! y luego, cuando lo discutí con mis
amigas, darme cuenta de que se suponía que debía decir que era gracioso y auténtico, aunque
un poquito exagerado (¡Ia mayoría de las madres en verdad empuñaban un enorme cuchillo
sobre la cabeza de sus hijos para hacerles comer!) Cualquiera que decía que el autor de Portnoy
había difamado con crueldad a las madres, y a las madres judías en particular, era acusado de
no tener sentido del humor, de no ser un buen perdedor. Por suerte, a fines de la década del 60 y
a comienzos del 70, expresar sentimientos contra los negros en público se volvió degradante
(aunque el racismo en sí mismo persistió y persiste, por supuesto); pero continuó siendo
aceptable decir cosas venenosas de los negros siempre que se tratara de madres negras, o de
madres judías, madres italianas, madres católicas, graciosas abuelitas o suegras. Por lo tanto
declaraciones racistas sobre negros u otras personas de color estaban pasando de moda, del
mismo modo que los comentarios antisemíticos, sólo cuando se trataba de grupos (sin especificar
el sexo) o de hombres. Este patrón continúa aún hoy. Los chistes referidos a las madres y a las
suegras, como señalé antes, son mucho más comunes que los chistes sobre padres y suegros. Y
es algo terrible ser madre y saber que se espera que los encuentres graciosos, que se supone
que no debes sentirte herida por ellos, pues sentirse herida significa que eres excesivamente
sensible —o ridícula.
Una vez que tomamos conciencia de que culpar a la madre es una actitud que surge con
facilidad y que distorsiona nuestra visión, podemos comenzar a darnos cuenta en el momento de
hacerlo. Una amiga que sabía que estaba escribiendo este libro me explicó,
No pude dormir anoche. Seguí pensando en mi madre de 85 años. Está en una clínica
geriátrica, está muy enferma y quizá no viva mucho más. Cada vez que mi hermana y yo
hablamos por teléfono, nos quejamos y refunfuñamos, diciendo, "¿Sabes qué me dijo
hoy? ¡Me preguntó por qué me había cortado el cabello tan corto! ¿Puedes creerlo? ¡¿Por
qué no me deja en paz?! Seguí pensando en las cosas que me dice que me vuelven loca
y en las cosas que yo quería que hiciera y que nunca hizo. Entonces, pensé en tu libro, y
me senté en la cama y me pregunté por qué siempre me concentraba en lo que había
fallado o en lo que me había decepcionado. Y comencé a recordar cómo, después que mi
marido y yo nos separamos, vino y se quedó con los niños y conmigo para cuidarnos.
Pensé en todas las cosas que había hecho durante años para hacerme más fácil la vida o
para hacerme reír.
Esta mujer ha comenzado a ver el molde de esta actitud en el que su experiencia se había
forjado, y a entender que había arrojado el amor y el humor de su madre a las sombras, mientras
ponía toda la luz en sus puntos débiles. Lo sospeche o no, quizás esté usando el reproche a su
madre para evitar el miedo a su inminente muerte.
En todas partes, la actitud de culpar a la madre

No pienses que eres sólo tú —u otras hijas— la que tiene una visión distorsionada de las
madres. Nuestras vidas cotidianas están inmersas por completo en la actitud de culpar a la
madre. En todo nivel de conversación y discusión, en todo ámbito concebible, las madres son
ignoradas, denigradas y usadas como chivos expiatorios —en bromas (a menudo sin gracia), en
calcomanías, en la televisión y en el cine, en obras de autores populares, en nuestras propias
familias, en la bibliografía de investigación, en las cortes y en los consultorios de los
psicoterapeutas.
Nuestro lenguaje cotidiano refleja este patrón: trata de pensar en términos tan
degradantes para los padres en expresiones cotidianas como "hijo de puta". Incluso para
términos no profanos como "nene de mamá", el paralelo "nena de papá" no es un equivalente
exacto. "Nene de mamá" genera imágenes de una madre asfixiante, sobreprotectora, cuyo
"nene" parece enfermo a nivel psicológico, o por lo menos es poco masculino y ridículo debido a
su asociación con ella. Una "nena de papá", por otro lado, es la afortunada hija que ha sido
señalada por un trato preferencial por parte del padre. Como cosa peor, podría ser considerada
como excesivamente confiada en sus "tretas femeninas".
Burlas a las madres es la materia prima de muchas películas. En la popular Dirty Dancing
carcajadas celebran al cómico que dice, "Por fin encontré a una niña igual a mi madre —se viste
como ella, actúa como ella. Por lo tanto la llevé a casa... a mi padre no le gusta."
Una asistente social de Toronto, Ruth Goodman, me contó la siguiente historia: En el
Festival de Festivales de Toronto, se le preguntó a un director de cine por qué su película
contenía tanta violencia. Contestó, "Si usted conociera a mi madre, lo entendería." La audiencia
rió con disimulo. Esta sencilla respuesta le permitió desligarse de responsabilidad por sus
acciones, trasladando el centro de atención a su madre. De un modo irónico, los únicos pecados
de la madre en la película eran que había empapelado su casa de un modo chabacano y le
gustaba Muzak, mientras que el padre era una persona muy perturbadora.
Cuando mi libro The Myth of Women's Masochism fue publicado en 1985, realicé muchas
conferencias en los Estados Unidos y Canadá. Cuidadosamente había evitado culpar a las
madres, pero muchas lectoras lograron interpretar eso de todos modos; en muchas ocasiones
una o más mujeres se acercaban después de mi conferencia y decían algo así: "Leí tu libro y he
entendido lo que querías decir, y ahora estoy de acuerdo contigo en que las mujeres no son
masoquistas, no les gusta sufrir. Excepto una: mi madre." Aparentemente, gran cantidad de
mujeres, muy competentes en otros aspectos, creen que su madre es la única masoquista
viviente del mundo, la peor de las psicópatas.
Los ejemplos más significativos de la actitud de culpar a la madre dentro de la familia son
aquellos en los que la madre se culpa a sí misma por cualquier cosa que no marche bien. Las
que tienen niños que se comportan mal se culpan por "no imponer límites suficientes" si son un
poco menos rígidas que el promedio, y si son un poco más rígidas, se culpan por "ser demasiado
duras" con el niño. Las que tienen hijos que se resfrían a menudo es muy probable que se
consideren, un fracaso por no abrigarlos lo suficiente (aun cuando no sea verdad), y no culpen al
pediatra por no indicarles que la tos y la rinitis podían ser producto de una alergia a ciertos
alimentos, o que los resfriados son muy difíciles de evitar cuando los niños pasan todo el día
realizando actividades en grupo. Al sentir que nos acusan y acusan a otras madres desde todos
los ángulos, aprendemos a hacerlo nosotras mismas.
Todavía me sorprendo cuando escucho a mujeres de éxito, bien educadas, desvalorizarse
como madres, aun cuando no sean responsables de todos los sufrimientos de sus hijos. Una de
estas mujeres me acompañaba frecuentemente en mi circuito de conferencias. Al enterarse que
una de sus hijas era bulímica, dejó su trabajo y regresó a su casa para cuidarla hasta que
restableciera su salud —¡y lo consiguió!—. Pero llegó a la conclusión de que ella tenía la culpa de
esa enfermedad; creía que había descuidado las necesidades emocionales de su hija durante
años porque había estado preocupada por su propia carrera y había alimentado la admiración de
su hija por su trabajo.
Aunque el padre típico se preocupa por su trabajo y busca el respeto y la aprobación de
sus niños, no recibe acusaciones por problemas de sus hijos. Es más, la mujer a la que me he
referido (conferencista), estaba divorciada del padre de la niña, por lo tanto lo que precedió o
siguió al divorcio, quizás incluso algo del trato paterno, podría haber contribuido a la bulimia.
También podrían haber contribuido muchos otros factores. Pero la madre nunca mencionó
ninguno de estos elementos.
Escuchar a esta mujer de éxito ofreciendo en público su "culpa" como prueba de los
fracasos de las madres y de sus culpas era trágico —y espantoso—. No sólo estaba cometiendo
una injusticia consigo misma, sino que también estaba reforzando la actitud de culpar a otras
madres y de culparse a sí misma.
Aun cuando nosotras no pensemos que estamos en Isba, a menudo otros miembros de la
familia nos hacen sentir así. La ensayista Nancy Mairs dijo que cuando su hija Anne de 16 años
fue a América Central como voluntaria, sus suegros la culparon por dejarla ir:
[Los padres de George] nunca le mencionaron el tema a él. Al principio me sentí herida,
enfadada, molesta; luego entendí que era el blanco natural de sus dudas; en George no
se podía confiar en que supiera qué debían o no hacer las niñas, o en que lo comunicara
si es que lo sabía. Pero en mí sí se podía. Yo era la madre de Anne.
Culpar a las madres está fomentado entre la gente normal, por las palabras de los
investigadores y profesionales de la salud mental, a quienes nuestra cultura considera expertos
en conducta humana. Como los consideramos expertos, a menudo olvidamos que sus teorías y
su investigación están influenciadas por la misma tendencia a considerar a las madres chivos
expiatorios que impregna a toda la sociedad.
La actitud de culpar a la madre entre los expertos.
Si los investigadores lo dicen, debe ser verdad.
En el Capítulo 1, he mencionado la investigación que llevé a cabo sobre la actitud de
culpar a la madre por parte de los profesionales de la salud mental. Mi documentación procedía
de sus propios escritos aparecidos en publicaciones académicas, y los resultados mostraron que
en general se hacen muy pocos o ningún esfuerzo para ocultar esta actitud; aparentemente ellas
sienten que no necesitan esconderla.
Mi alumna Ian Hall-McCorquodale y yo leímos 125 artículos aparecidos en nueve
publicaciones de salud mental distintas durante 1970, 1976 y 1982. Algunos artículos eran
estudios de casos individuales y otros eran informes de proyectos que involucraban a gran
cantidad de personas con problemas emocionales. Clasificamos cada artículo de acuerdo con 63
tipos diferentes de actitudes de reproche a la madre. Estas abarcaban desde "número de
palabras usadas para describir a la madre" y "número de palabras usadas para describir al padre"
hasta la repetición de ejemplos de actitudes de reproche anteriores, sin cuestionar si se aplicaban
o no al caso presente. Encontramos que, sin importar el sexo del autor o su ocupación —
psicoanalista, psiquiatra, psicólogo o asistente social— los profesionales de la salud mental se
complacían de un modo abrumador con la actitud de culpar a la madre. En los 125 artículos se
acusaban a las madres de 72 tipos diferentes de problemas de sus hijos, que implicaban desde
mojar la cama hasta la esquizofrenia, desde la incapacidad de resolver el daltonismo al
comportamiento agresivo, desde problemas de aprendizaje hasta "el transexualismo homicida".
Dos artículos que informaban sobre nuestros descubrimientos fueron publicados en 1985,
y las respuestas fueron muy gratificantes. En una de estas típicas cartas, una mujer nos escribió,
"Mi esposo y yo somos los dos psiquiatras en ejercicio, y yo he estado tratando de convencerle
durante años de que las madres son culpadas por todo. ¡Ahora tengo una prueba documentada!"
Su carta ilustraba un punto importante: la mayoría de los terapeutas, como el marido de esta
mujer, no son siquiera conscientes de cuánto recurren a esta actitud. Las pocas respuestas
negativas que recibimos procedían todas de personas que estaban preocupadas porque la
reducción de esta actitud significaría el aumento de la actitud de culpar al padre, aunque nosotras
nunca abogamos por esto. La alarma sobre la posibilidad de que culpar al padre pudiera
incrementarse de algún modo contrastaba con la complacencia que la mayoría de los terapeutas
sentía al culpar a la madre.
Los prejuicios en la investigación y la teoría no son nuevos. Son anteriores al tiempo en
que nuestras madres nos estaban criando. Una mujer de 65 años, madre de tres hijos, me contó
que ella recordaba haber aprendido en un curso universitario que el desorden emocional grave
llamado autismo infantil era provocado por madres frías que rechazaban a sus niños (lo cual
después fue hallado falso). Decía: "Cada vez que me sentía un poco cansada o distraída cuando
levantaba a uno de mis bebés, ¡estaba segura de que iba a conducirle a un estado autista!"
Un ejemplo paralelo contemporáneo es convertir en responsabilidad de las madres el
proporcionar la ayuda técnica para los niños que tengan discapacidades de aprendizaje. Pasé
años trabajando con este tipo de niños y escribiendo sobre sus problemas. Aunque por definición
las dificultades de aprendizaje no son causadas por problemas de motivación o falta de atención,
a menudo he escuchado que se hacía a las madres responsables del tratamiento las
discapacidades de sus niños. Como me dijo una madre:
Leí todos los libros sobre cómo enseñar a leer a tu hijo, y traté de usarlos para
enseñar a Jessica. Pero no hemos llegado a ninguna parte. Al final de cada sesión, ella y
yo nos sentíamos frustradas. La maestra dice que debo seguir trabajando con Jessica,
pero no sé que más hacer.
Como las sociólogas Dorothy Smith y Alison Griffit, han descubierto en su investigación,
los sistemas escolares dependen mucho de las madres para llevar a cabo el trabajo que se
supone deben hacer. Esto es verdad no sólo para los niños con problemas, sino también en lo
que respecta a las posibilidades de que los alumnos de jardín de infancia y primer grado entren
en la escuela sabiendo ya sus primera letras porque sus madres se las han enseñado.
Abuso infantil: un caso oportuno

Uno de los ejemplos más impresionantes de estas interpretaciones se da en el terreno del
abuso infantil. Realizar una buena investigación sobre el tema del abuso infantil es difícil porque
el abuso tiende a ser ocultado, en especial entre la gente más adinerada y mejor educada. Por
esta razón, la investigación derivada de la pregunta "¿Quién abusa de los menores?" nos ha
dado una imagen deformada de la realidad. Muchas de las llamadas autoridades en abuso de
menores afirman que las madres son más proclives que los padres a abusar de sus hijos. Esto
sorprende a las personas que piensan en las madres en términos idealizados como el "Ángel de
la casa". Pero se ajusta a los estereotipos culturales más oscuros sobre las madres: que son
“Brujas Malvadas", incapaces o poco dispuestas para controlar sus furias sin límite.
Los investigadores que hacen estas afirmaciones rara vez preguntan cuánto tiempo pasa
cada padre con sus hijos. En general, las madres pasan mucho más tiempo que los padres con
los niños y muchos de los padres en los estudios de abuso habían abandonado su familia o
estaban muy poco en casa. Por lo tanto por cada hora pasada con los niños, las madres en
realidad abusan de ellos mucho menos que los padres. Pero muchos "expertos" continúan
creyendo que las madres son más proclives que los padres a abusar de los niños —y esta
creencia causa una distorsión grave.
Esta distorsión afecta a todas las madres, porque casi todas las mujeres que han cuidado
niños se han sentido a veces tan frustradas, exhaustas e indefensas que han usado algún tipo de
castigo físico o abusado directamente de los niños (después sintieron una culpa horrible por
hacer eso). Aunque el abuso infantil está mal y daña a los niños, mi propio trabajo en esta área
ha mostrado que la malinterpretación de los hallazgos de la investigación deja fuera el centro de
los temas importantes que contribuyen al abuso, como la falta de apoyo a las madres, a veces
sus circunstancias desesperadas, etc. Alimenta el temor de que las madres son en verdad
peligrosas, en especial comparadas con los padres, y esto puede crear una profecía que por su
propia naturaleza contribuye a cumplirse cuando una mujer cree que es una madre terrible, su
autoestima se desmorona y su sentido de aislamiento crece, aumentando la probabilidad de que
se vuelva déspota.
Algunos investigadores, que dicen que los asistentes sociales dedicados a los niños
deberían utilizar sus hallazgos para identificar a padres despóticos, también se concentran en las
madres. Un reciente informe de una importante universidad daba la impresión de que sólo las
madres abusan de los niños.
Aunque la publicación se titulaba "Study of Family Interaction Leads to New Understanding
of Abusive Parents" [el subrayado es mío], todo el apartado que daba cuenta de los resultados
del estudio describía sólo a las madres. De acuerdo con la publicación, los investigadores
establecieron un perfil de los "padres" despóticos, pero de hecho estudiaron sólo a madres —
¡cien!—. Luego, al informar sobre sus resultados, establecieron varios tipos de madres
despóticas —severas/entrometidas, encubiertas/hostiles y emocionalmente indiferentes:
Las madres "severas/entrometidas" son muy duras e importunan constantemente a
sus hijos para que se comporten bien...
Una madre "encubierta/hostil" no muestra sentimientos positivos hacia su hijo.
Hace ataques frontales a la dignidad del hijo y le niega afecto o atención...
Una madre "emocionalmente indiferente" se involucra muy poco con su hijo. Parece
deprimida y desinteresada por las actividades de su hijo.
Por lo tanto, la culpa se coloca en la enfermedad mental o sólo en la simple maldad de

madres individuales, como si los padres nunca fueran despóticos, como si algunos factores
familiares y sociales más complejos no cumplieran ningún papel en el abuso.
A menudo, un trabajo de investigación que culpa a las madres es usado por alguna otra
persona como fuente de información, sin cuestionar la actitud que refleja. En una publicación de
una asociación de enfermeros muy respetada, se informó a trabajadores de rehabilitación que el
abuso sexual infantil se caracteriza por lo siguiente: la madre es consciente del abuso, puede
verlo como un alivio para ella misma, la madre organiza el momento para que su esposo y su hija
estén solos, puede haber rechazado acostarse con su esposo y no se arriesgará a denunciar el
abuso.
La lista es imperdonable, considerando lo que se sabe en realidad del incesto padre-hija.
Como la Dra. Kathleen Coulbourn Faller, de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de
Michigan, ha mostrado en su trabajo basado en más de trescientos casos de abuso sexual, la
madre en general no sabe lo que está sucediendo. Cuando lo sabe, en general, lo saca a la luz y
hace lo necesario para asegurarse que termine; cuando no lo denuncia, es a menudo porque
tiene miedo por las amenazas de su esposo de hacerles más daño a su hija y a ella si lo cuenta o
porque se le enseñó que la primera tarea de una buena mujer es mantener la familia unida (y
quizás incluso obedecer a su marido sin importarle nada más) y, por supuesto, el descubrimiento
del abuso en general destruye la familia.
Algunas hijas que tratan de hablar a sus madres sobre el abuso lo hacen de un modo tan
vago y poco claro —porque se sienten atemorizadas o culpables— que la madre no entiende; y
como el abuso sexual es impensable para la mayoría de las personas, a menudo la madre no se
da cuenta de lo que su hija está tratando de decirle. (Esto puede ser aún más verdadero si el que
abusa es el propio padre de la madre.) Como dijo una madre cariñosa, muy educada, "Antes de
enterarme que mi ex esposo abusaba de mi hija, si me hubiera preguntado, habría dicho; 'Es
egoísta y cruel y ladino —¿pero abuso sexual? Eso nunca.'"
En el panfleto de la asociación de enfermeros, los "indicadores" estaban centrados de una
manera impropia en las madres. No incluían, por ejemplo, el muy bien documentado
encubrimiento de los padres que perpetran el incesto. En general, estos hombres son como los
alcohólicos en lo que respecta a la negación y el ocultamiento del incesto. Y, por supuesto, una
madre que no "organiza el momento" para que el padre y la hija estén solos corre el riesgo de ser
llamada posesiva y asfixiante.
Aun en los casos extremos de culpar a la madre por abuso, sin embargo, hay una
esperanza.
Una víctima del incesto, una mujer de unos veinte años, aseguró en su reunión de
grupo que un vecino adulto abusó sexualmente de ella cuando era muy pequeña. Dijo que
cuando se lo contó a su madre en aquel momento, ésta no pronunció ni una palabra,
nunca reaccionó. Siempre había sentido que su madre la había traicionado y había
fracasado en apoyarla en tal situación. El líder de su grupo la animó a hablar a su madre
sobre esto, y la mujer reunió fuerzas y lo hizo. La respuesta que obtuvo fue, "Cuando me
lo dijiste estaba tan asustada por decir o hacer algo malo, algo que te perjudicara, que
traté de no reaccionar en absoluto. Fui al psiquiatra para preguntarle qué debía hacer, y
me dijo que por tu bien, lo mejor que podía hacer era no mencionarlo nunca más."
Por supuesto, la hija había pasado años culpando a su madre, esto es lo que nos han
enseñado.
La actitud de culpar a la madre entre los terapeutas

Los psicoterapeutas estaban empezando a adquirir autoridad en el momento en que
nuestras madres nos estaban criando, y esta se mantiene actualmente. En libros y artículos
populares y en programas de televisión y de radio, los profesionales de la salud mental
transmiten al público en general mensajes sobre la actitud de culpar a las madres que aprenden
en su práctica. Los psicoterapeutas tenían más influencia en los días de nuestra niñez, porque en
las décadas de los 30, los 40 y los 50, el público tendía aun más a delegar sus asuntos en los
psiquiatras.
Algunos psicoterapeutas justos y sensibles han sido muy útiles, al apoyar a madres e hijas
perturbadas. Pero demasiados —sabiéndolo o no— han promovido con intensidad la actitud de
culpar a la madre desde su posición de terapeutas, tanto cuando los hijos son pequeños como
cuando son adultos, y esto a menudo ha sido más desolador para las madres que las
investigaciones orientadas a culpar a las madres. Una paciente de psicoterapia revela sus
sentimientos más íntimos y sus secretos más vergonzosos a su terapeuta. Su terapeuta se
entera de cosas que nadie más ha sabido. La paciente acude al terapeuta buscando ayuda para
sentirse mejor y para aprender más sobre sí misma y sobre su vida. Esto le da al terapeuta un
enorme poder. Como la práctica de la mayoría de los terapeutas implica las actitudes de culpar a
la madre y de culpar a la mujer, sólo en muy raros casos ayudan a la paciente a superar la actitud
de culpar a la madre y de culparse a sí misma. Los terapeutas tradicionales tienden a creer con
sinceridad que la actitud de culpar a la madre se ajusta a la realidad y entonces ayudan a sus
pacientes a aceptar esta realidad. Así, las mujeres son aleccionadas para aceptar las
descripciones del terapeuta sobre ellas y sobre sus madres —sobre ellas mismas como
madres— como manipuladoras, sobreprotectoras, entrometidas, frías, despreciativas, etc.
Observemos algunos aspectos de descripciones degradantes que los terapeutas realizan de las
madres.
Desde los años 60, las actitudes de los terapeutas respecto a las madres han estado muy
influenciadas por el trabajo de Margaret Mahler sobre la importancia de la "separación y la
individualización" psicológica del niño respecto a la madre. (Aunque Mahler realizó un trabajo
importante con niños profundamente perturbados, sus escritos han sido aplicados en formas que
alientan el culpar a la madre.) Mahler advertía a los terapeutas que observaran con cuidado
cuando una madre entraba en la habitación utilizada para estudiar la dinámica de la familia.
Tenían que tomar notas sobre si ella llevaba al niño "como una parte de sí misma" —lo que luego
conduciría a que la madre no pudiera separarse de él— o "como un objeto inanimado" —lo que la
catalogaría de pertenecer al grupo fría/rechazadora. Imagina ser una madre observada por un
terapeuta que usaba un esquema de clasificación, ¡en el cual cada casillero era una forma
diferente de ser una mala madre! Aún más doloroso de imaginar son los tipos de mensajes que
un terapeuta así Transmitiría a la madre sobre la relación con su hijo.
Los nombres de Mahler y de algunos de sus colegas no fueron conocidos por la mayoría
de las personas corrientes, pero muchas teorías que tienen el mismo fundamento se han vuelto
familiares como presuntas verdades. En un tipo de psicoterapia que está de moda, se dice que
las esposas de alcohólicos, drogadictos, jugadores y "donjuanes" hacen muy dura la vida a sus
hijos, porque apoyan las adicciones y coacciones de sus maridos. Los partidarios de estas
teorías usan el término "codependiente" para describir a la esposa/madre y dicen que "necesita"
o "quiere" que el problema del marido continúe: "Les encanta jugar a ser más papistas que el
Papa con él" o "Les gusta ver cuán mezquino y desagradable es cuando está ebrio."
Sin embargo, si preguntas a estas mujeres cómo se sentirían si pudieran por arte de
magia eliminar el problema de sus maridos, suspiran aliviadas ante la idea. Los hombres que
tratan de dejar esta conducta adictiva lo encuentran difícil a nivel físico y/o a nivel psicológico, y
muchos de ellos vuelcan sus frustraciones contra sus familias, incluyendo el sometimiento de sus
esposas y sus hijos a golpes o abusando verbalmente. Cuando las mujeres se quejan de este
empeoramiento de su conducta, muchos terapeutas dicen, "¡Ah! Ella no quiere que deje de
beber!" Ignoran el hecho de que las esposas desean que los hombres dejen tanto la bebida como
el abuso.
Otros hombres en recuperación se sienten humillados al enfrentarse a sus esposas que
los conocieron cuando estaban ebrios, por eso quieren dejarlas. No es de extrañar que algunas
mujeres se sientan atemorizadas ante la perspectiva de que sus esposos se curen —pero esto
dista mucho de querer que la coacción continúe. La ironía es que las madres que abandonan a
este tipo de maridos son acusadas de destruir la familia y privar a los niños de su padre, pero a
las mujeres que se quedan les dan el apelativo denigrante y patológico de "codependientes" y se
las acusa de "amar demasiado" y de fracasar en el intento de proteger a los niños del
comportamiento adictivo del padre.
No tienes que ser un profesional de la salud mental para absorber la propensión cultural
de culpar a la madre por el alcoholismo del padre. La estrella de televisión Suzanne Somers ha
descrito el odio que ella y sus hermanos sintieron hacia su madre a causa de la ebriedad del
padre. Percibiendo el peligro de enfrentarse al padre alcohólico y déspota, pero intentando
encontrar una salida, dirigieron su decepción y su furia hacia mamá.
El final feliz de la historia de Somers es que el padre está sobrio y que ella y sus
hermanos aprecian la fuerza y el amor de su madre que les permitió sobrellevar los momentos
difíciles.
Como he mencionado, cuando el paciente no es el marido de la madre sino su hijo, el
culpar a la madre no conoce límites. Una amiga me describió su experiencia en 1987 como
blanco del reproche de los psiquiatras, en una situación en la cual ya se sentía de por sí inútil y
asustada porque su hija estaba enferma. La madre, a la que llamaré Caroline, cuidaba a su hija
Laurel de diez años que tenía lo que parecía ser un virus estomacal que le producía náuseas y
vómitos. Durante semanas, después que los vómitos pararon, Laurel estaba muy cansada y
apática y decía que no podía comer nada sin sentir náuseas. Caroline usaba todas las artes que
podía imaginar para inducirla a comer un poco, pero la apatía y las náuseas persistían. El médico
de la familia prescribió muchos costosos exámenes que no revelaron ningún problema físico; por
lo tanto el médico envió a Caroline y Laurel al hospital de la universidad estatal, a tres horas de
distancia.
El personal médico de la universidad no encontró causas físicas para los problemas de
Laurel y la transfirió a la sección de psiquiatría. El personal psiquiátrico instó a Caroline a dejar a
Laurel allí durante tres semanas y a no tener contacto con ella durante ese tiempo. Cuando
Laurel lloró por la soledad, los psiquiatras concluyeron que el problema era que "la relación con
su madre es demasiado cercana, simbiótica". Al terminar las tres semanas, la enviaron a casa,
todavía físicamente enferma y deprimida. Tanto Caroline como Laurel estaban catalogadas
psiquiátricamente, y Caroline se sentía culpable y avergonzada. Meses después, por consejo de
un amigo, Caroline suministró a Laurel una medicación de venta libre para ayudar al aparato
digestivo. Las náuseas de Laurel se desvanecieron, comenzó a comer con normalidad, y cuando
estuvo bien alimentada, su depresión desapareció.
Por supuesto, hay muchas, muchas variaciones en este limitado conjunto de casos. Por
ejemplo, en mi propia investigación, encontré un artículo en el que el propósito declarado de los
autores era estudiar si los hijos de prisioneros de guerra sufrían por las experiencias de sus
padres. Describían a estos padres como cargados de diversos sentimientos de angustia y
distanciados emocionalmente de sus familias. Los autores hallaron que estos niños en verdad
tenían una alta incidencia de problemas emocionales; sin embargo, decían que ¡el error era de
las madres! Presentaban su razonamiento con claridad: las mujeres estaban deprimidas por ver
la angustia de sus maridos y ¡esto interfería con su capacidad para educar a los niños de un
modo apropiado! Estos niños ahora han crecido, pero el culpar a la madre en situaciones
similares no ha disminuido, como documenta Aphrodite Matsakis en su nuevo libro sobre las
esposas de los veteranos de Vietnam que son acusadas por los efectos dañinos que los
síntomas psiquiátricos de sus maridos causan en sus familias.
Los terapeutas a menudo hacen intentos explícitos y crudos para separar a las hijas de
sus madres. Fraydele Oysher, madre de la comediante y mima Marilyn Michaels, dijo a un
entrevistador que Marilyn no llamaba a su madre muy a menudo: "Todo comenzó", dijo la Sra.
Oysher, "cuando empezó a ir a un psiquiatra. Dijo que su psiquiatra le había dicho que tenía que
ser su propia persona.
Por lo tanto, ahora es la persona del psiquiatra." Fraydele Oysher tiene un tipo de
percepción que rara vez se encuentra en los llamados "profesionales". Vio no sólo la peligrosa
corrupción del psiquiatra de los sentimientos de Marilyn hacia su madre, sino también la forma
insidiosa en que la llevó de depender de (o quizá de sentir un cálido afecto hacia) su madre a
depender de él.
En general, las mujeres que son capaces de superar la actitud de culpar a la madre lo
hacen por sí mismas o con la ayuda de otras personas, no de sus terapeutas. Una profesional de
cuarenta años me dijo que su terapeuta la había ayudado a enfadarse con su madre pero no a
superar eso:
Mi madre fue intimidada por mi padre y me usaba para enfrentarse a él, desde que
tuve cuatro años. Las dos sabíamos que yo tenía el valor de decirle cosas que ella no se
atrevía a decir. Y no era justo ponerme en esa posición. Mi terapeuta me ayudó a sentirme
ofendida por eso, pero luego me dejó allí, furiosa con mi madre por ser tan manipuladora.
Lo que cambió el punto de vista de esta mujer fue su propia experiencia posterior, no su
trabajo con el terapeuta:
Sólo después de convertirme en madre puse sus "manipulaciones" en perspectiva.
Ante todo, me di cuenta de que, sí, ella había sido de algún modo manipuladora, pero
principalmente había sido una madre maravillosa. Y todo lo que mi terapeuta quería que
hiciera era hablar del lado negativo de ella. Tener mis propios hijos y ver lo difícil que es
actuar con esa imagen imposible de la madre perfecta me hizo apreciar lo mucho que ella
había hecho por mí. En lugar de estar atrapada pensando en que ella me obligaba a
enfrentarme a papá, otros recuerdos comenzaron a aparecer: la vez que se ofreció como
voluntaria para conducir durante dos horas para ir a recoger las galletitas que
cuatrocientas niñas exploradoras íbamos a vender —y luego a las 2:30 de la madrugada,
cuando todavía seguíamos empaquetándolas en toda la casa, dijo, "Bueno, ¡la noche es
joven! ¡Y sólo nos faltan empaquetar las de menta!" Tenía un maravilloso sentido del
humor y me apoyaba en todo lo que hacía. Y en el curso de mi terapia eso se me había
ido de la mente.
Cuando consideramos estos numerosos y variados ejemplos de terapeutas que acusan a

las madres, puede parecer sorprendente que estas cosas sucedan en realidad. Debemos
entender que sí ocurren, y tener alguna idea sobre por qué lo hacen.
Los terapeutas no son considerados responsables

No tendemos a cuestionar las opiniones de personas de alto rango muy enérgicamente;
por esta poderosa razón, los terapeutas quedan impunes por el injustificable incremento de la
separación de las mujeres de sus madres. Además, los terapeutas rara vez son considerados
responsables de sus declaraciones. En una conferencia sobre madres e hijas, una mujer
terapeuta mostró un video de una entrevista con una madre, un padre y su joven hija. La
terapeuta y la audiencia se unieron para burlarse y reírse de la madre por "no participar" cuando
el padre y la hija estaban interactuando y por "sentarse allí, mirando desde fuera de un modo
lamentable".
Pero de hecho la hija podría ser considerada una clásica "nena de papá" que mostraba
una adoración poco sana por su padre, ¡un hombre real que salía al mundo real para ganar el
sustento! El padre trataba a su hija como una muñeca consentida. Ninguno de los dos quería que
la madre participara, aparentemente porque la madre conocía sus fallos y ellos necesitaban
seguir el juego del padre perfecto adorado y adorador e hija perfecta, adorada y adoradora. La
terapeuta no parecía darse cuenta de que la madre era el único miembro de esa familia a la que
ninguno de los dos tenía en alta estima. El padre era respetado porque era el hombre y el sostén
financiero de la familia. La hija era valorada porque era joven, atractiva y dispuesta a adorar a su
padre sin condicionamientos. Pero la madre era "sólo" un ama de casa. Cuando un miembro de
la audiencia objetó las interpretaciones que acusaban a la madre, la terapeuta ignoró sus
comentarios.
Otra revelación de la poca responsabilidad de los terapeutas sobre lo que practican y lo
que pregonan, apareció cuando estaba llevando a cabo un proyecto en 1987. En el curso de esa
investigación, un grupo que incluía a las estudiantes de psicología Maureen Gans, Cindy Brooks,
Ilana Sunshine, Wendy Whitfield y yo enviamos por correo peticiones de aproximadamente
cincuenta trabajos sobre psicoterapia que habían sido presentados en la convención de 1987 de
la Asociación Psiquiátrica Americana. Pedimos esos trabajos porque presupusimos que
podíamos aprender algo de ellos sobre cómo los psiquiatras estaban tratando a sus pacientes y,
esperábamos, cómo hablaban con los pacientes respecto de sus madres. Sólo recibimos dos
trabajos —el cuatro por ciento de lo que habíamos pedido—. Como psicóloga he pedido cerca de
mil trabajos a otros psicólogos, que en general están considerados en una posición más baja que
los psiquiatras y es muy raro que no envíen ninguna respuesta.
Nuestra experiencia nos enseñó que el pensamiento más reciente de los psiquiatras —los
de más alto rango, los mejores pagados— en gran parte no está disponible para el escrutinio
profesional o público, a menos que seas capaz de asistir a convenciones psiquiátricas o
relacionadas con el tema. Hasta que la gente opuesta a una automática actitud de culpar a la
madre comience a asistir a estas convenciones y haga conocer sus objeciones, esta falta de
responsabilidad continuará proporcionando una fuerte protección a las prácticas de los
psiquiatras.
Madres en la corte
En el sistema judicial, las madres a menudo están completamente indefensas. Phyllis
Chesler ha documentado cómo, desde mucho antes de los tiempos de nuestras madres, los
jueces han estado ordenando la supresión sin garantías de la custodia del niño a madres que
abarcan desde lo aceptable a lo maravilloso. Se les ha negado la custodia de sus hijos a buenas
madres tanto porque tienen trabajos remunerados ("se preocupan más por sus carreras que por
sus hijos") como porque no tienen trabajos remunerados ("no aman a sus niños lo suficiente
como para contribuir a su sostenimiento económico"), tanto porque están viviendo con un hombre
("son promiscuas") como porque no están viviendo con un hombre ("están aisladas o no pueden
suministrar un ambiente estable, saludable y heterosexual a sus hijos").
Hoy, y aún más en los días en que nuestras madres nos estaban criando, los jueces rara
vez consideran el abuso físico o sexual de los hijos por parte de un hombre, o de su esposa,
contra los niños, como bases legítimas para negarle la custodia. Por lo tanto las madres que son
objeto de abuso o que ven a sus maridos abusar de sus hijos sienten una indefensión
comprensible.
Los terapeutas en general trasladan al juzgado su actitud de culpar a la madre cuando
aparecen como "testigos expertos" en las luchas por la custodia. En estos casos, el sistema de
justicia y el sistema de salud mental suministran una doble perspectiva de reproche materno.
Muchas madres que han pensado que la opinión del psiquiatra les ayudaría a obtener la custodia
de sus hijos, en especial si el padre era violento, irresponsable o emocionalmente perturbado, se
han sentido decepcionadas al darse cuenta que ellas mismas eran encontradas patológicas,
mientras el marido —pese a sus problemas— era elogiado sólo por "preocuparse lo suficiente de
sus hijos" como para luchar por su custodia en la corte.
Usamos el abuso infantil para ilustrar la actitud de los terapeutas; también ilustra la forma
en que los profesionales de la salud mental y el sistema legal se unen para acusar a las madres.
Durante cientos de años, los informes infantiles de abuso sexual fueron ignorados o suprimidos.
Algunas de las razones más poderosas para esto surgieron del hecho de que los hombres
adultos son los culpables habitualmente del abuso sexual infantil. Informes de este tipo de abuso
han sido suprimidos por el rechazo de la gente a creer que hombres adultos puedan hacer este
tipo de cosas, la reticencia a desafiar los derechos y la autoridad paterna en la familia, el fracaso
a considerar importante la necesidad infantil de protección contra el ataque y la traición, la
catalogación del testimonio de las madres como "histérico" comparado con la palabra "confiable"
de los atacantes y una represión general a cualquier cosa relacionada con el sexo.
En los últimos diez años, más o menos, en gran parte por la fuerza del movimiento
feminista, cientos de miles de mujeres adultas que habían sido víctimas de incesto han salido y
contado sus historias —en grupos de terapia, donde iban para tratar de curar sus antiguas
cicatrices emocionales; en reuniones familiares, donde con valor enfrentaron a los hombres
después de saber que estaban ahora abusando de miembros de la nueva generación; en libros y
artículos que escribieron para intentar curarse al mismo tiempo que para permitir que otras
mujeres supieran que no estaban solas; e incluso en la corte, donde fueron a impedir que los que
habían cometido abusos lastimaran a más niños. Durante un tiempo, puesto que estas
supervivientes ahora eran adultas y podían conseguir un poco más de respeto que cuando eran
víctimas, la gente las escuchó y les creyó. No siempre, pero a veces.
Durante los últimos dos años, sin embargo, ha habido un cambio peligroso. Los informes
de las víctimas ahora adultas son considerados como si tuvieran poco o nada que hacer con los
actuales informes de abuso sexual. La falta de respeto por los informes de las madres y los niños
ha resurgido y ahora la moda es decir que las madres enseñan a sus hijos a denunciar
falsamente que los ex maridos han abusado de ellos. ¿Cuál se considera que es el motivo de las
madres? Que son ex esposas malvadas y manipuladoras que quieren vengarse de sus maridos.
Cosas así han sucedido en ocasiones, y cuando han ocurrido, el acusado injustamente ha
recibido mucha publicidad. Ser uno de esos hombres debe ser en verdad horrible. Pero, por
desgracia, se acusa falsamente a personas inocentes en todos los terrenos y no sentimos el
deber de eliminar leyes destinadas a castigar ladrones o asesinos. De hecho, la mayoría de los
informes del abuso sexual de niños es verdad.
El abuso sexual padre-hija sitúa a la madre en un círculo vicioso: una madre que no
informa del abuso es considerada cómplice, o incluso instigadora consciente o inconsciente del
mismo, y la madre que sí informa es considerada, malvada, mentirosa, histérica o que odia a los
hombres.
Me impresionó, enterarme de que la reacción contra las mujeres está promovida por
abogados. En 1986, un grupo de abogados de familia me pidieron que les hablara sobre cómo,
según la invitación de su jefe, "las mujeres son engañadas por nuestro sistema judicial". Pronto
comprendí con claridad que los abogados (una mujer y casi veinte hombres) no tenían interés en
escuchar una conferencia sobre el maltrato de las mujeres en el sistema judicial. Querían hablar
de las ex mujeres vengativas que construyen informes falsos de abuso sexual para mantener a
sus ex esposos lejos de los niños.
Experimentados y equilibrados terapeutas como el Dr. Peter Jaffe, director de la Family
Court Clinic de London, Ontario, presenta una imagen más precisa. El Dr. Jaffe explica que ha
visto más de quinientos casos que implicaban disputas sobre custodia o visitas, en los últimos
seis años; sólo dos contenían acusaciones falsas de abuso sexual y en los dos las madres
habían creído genuinamente que el abuso se había producido.
Por desgracia, muy poca gente se interesa en los hechos. En un caso reciente, se le
preguntó a un asistente social que había evaluado a una familia si el padre había abusado
sexualmente de su hija de nueve años. El asistente concluyó: "No quedó claro si él había
abusado sexualmente de ella o no, porque esto salió a la luz en el contexto de una disputa por la
custodia, por lo tanto la amargura de la madre hacia su ex maridó fue la motivación." Cuando se
le recordó que no había disputa por la custodia (durante siete años desde el divorcio de los
padres, la madre había tenido siempre la custodia de la niña y esta cuestión no había sido
mencionada, incluso después de denunciado el abuso sexual) se retractó sólo un poco. El tema
principal —el abuso sexual de una niña pequeña— se esfumó porque el asistente social insistía
en culpar a la madre.
El escepticismo respecto a las madres impide que se preste una atención adecuada a los
niños maltratados en los Estados Unidos, aun cuando el marido y la mujer todavía vivan juntos.
El abogado del Departamento de Servicios Sociales de un estado sureño reclama que algunas
madres son en verdad responsables del abuso sexual de sus hijas por parte de sus maridos. ¿Su
evidencia para decir esto? "Una mujer volvió a la universidad para obtener un doctorado y
consiguió un trabajo de tiempo parcial, dejando a su marido y a su hija juntos y solos." Una mujer
me llamó después de verme en un programa de televisión. Hacía poco se había enterado de que
su marido estaba abusando sexualmente de su hija y que ella había ido al centro asistencial de
abuso sexual del hospital local en busca de ayuda. La única recomendación que el equipo de
apoyo le hizo, aun después que les contó que su hija había dicho: "Papá puso su cosa en mi pipí,
y duele mucho", fue que la madre tomara medicación porque pensaban que podía ser maníaco-
depresiva. Punto.
Estas historias son difíciles de creer, pero no dejan de ser corrientes. ¿Por qué los
miembros de un equipo cuyo propósito es detener el abuso infantil serán tan insensibles? Una
razón es que, pese a su elevada conciencia del abuso, fueron entrenados en programas
tradicionales que culpaban a las madres; ellos y sus supervisores son a menudo escépticos
respecto de los informes de abuso sexual. Es más, aun los miembros de equipos de abuso no
son inmunes a la presión social que procede de los grupos antimujeres que reclaman que los
niños objeto de abusos sexuales y sus madres fabrican las historias.
Con estos "expertos" construyendo imágenes falsas negativas de las madres, no es de
extrañar que la actitud d culpar a la madre se vuelva una segunda realidad en tan gente. No sólo
es mentira el culpar a la madre; también crea un enfado improductivo y mal dirigido.
Culpar a la madre tiene un propósito

Culpar a la madre es una piedra angular de la estructura actual de nuestra sociedad,
porque perpetúa la distribución desigual del poder entre hombres y mujeres. Lo hace a través de
diferentes caminos. Primero, mantiene a la mujeres debajo, avergonzadas, atemorizadas; somos
las juzgadas, no los jueces. Segundo, desvía las energías de las mujeres hacia el trabajo
maternal y el miedo a hacerlo mal o de un modo inadecuado; esto nos deja menos energía para
trabajar en una mayor partición del poder entre mujeres hombres.
¿Por qué los hombres desaprueban el poder de las mujeres, o de las madres? Se puede
decir mucho al respecto, pero quiero concentrarme en dos partes de la respuesta: miedo y
envidia.
(1) Los hombres tienen miedo porque si las mujeres estuvieran libres de vergüenza,
ansiedad y temor, en verdad serían capaces de detentar un poder enorme. Esto asusta a mucha
gente, en especial a los hombres que no quieren compartir el tipo de poder que tienen. Las
mujeres contienen en potencia un gran poder emocional, porque han sido alentadas a
permanecer en contacto con una amplia gama de sentimientos y no tener vergüenza para
expresarlos. Muchos hombres que aprendieron a desinteresarse o a sentirse francamente
incómodos con las emociones temen su fuerza inédita para ellos. En este aspecto, su miedo es a
lo desconocido.
Más aún, muchos hombres temen el tipo de poder que sus madres tuvieron sobre ellos
cuando eran niños. Ahora, como miembros adultos del sexo dominante, que cree que no es
masculino ser controlado por otra persona, perder poder les hace acordarse de sus días de la
niñez en los que se encontraban relativamente indefensos. En aquel entonces, era probable que
la madre tuviera un control estricto sobre ellos, y por eso ahora deben evitar el poder de las
mujeres para demostrar su masculinidad. Como las madres pueden hacer que los niños
pequeños se sientan muy bien o muy mal, a los niños de ambos sexos les parecen muy
poderosas. Pero los hombres sienten más presión que las mujeres por mostrar que han crecido
más allá de la influencia de sus madres: esta independencia les hace sentir adultos y masculinos.
Aunque ser amados, en especial por nuestras madres, puede darnos poder —al darnos
apoyo, fuerza y confianza en nosotros mismos— muchos hombres tienen tanto miedo a ser
"absorbidos" por el amor, que no ven sus cualidades positivas. Entonces, el amor más grande de
todos —el amor de su madre— se convierte en peligroso para ellos.
Si una madre parece demasiado poderosa, ¡cuánto más amenazador es un grupo de
madres! Nadie se siente amenazado cuando las mujeres trabajan en grupos como auxiliares de
los hombres o como abogada o asistente de los pobres, los enfermos, los discapacitados o
cualquier persona excepto ellas mismas y otras mujeres. Los hombres que consideran el poder
emocional de las mujeres una amenaza son conducidos a contemplar bajo este mismo punto de
vista el poder económico, social y político que las mujeres detentan cuando se juntan.
En cualquier sociedad, las fuerzas que mantienen el status quo son en general más
fuertes que las fuerzas que presionan por un cambio. Los partidarios de culpar a la madre
pertenecen al primer grupo. Aquellos que apuntan a mantener a las madres en su lugar usan
cualquier cosa que las madres hagan como "evidencia" de que merecen ser culpadas; los mitos
de la Madre Perfecta y los mitos de la Madre Mala son una excelente "evidencia" (ver Capítulos 4
y 5). Después de todo, si dejáramos de culpar a nuestras madres por todo, veríamos que, para
combatir muchos de nuestros problemas sociales, necesitaríamos hacer algunos cambios de
importancia en nuestra sociedad (por ejemplo, equidad en los salarios, respeto y pensión para las
amas de casa) y nosotras, las mujeres, encontraríamos más fácil unirnos para presionar por esos
cambios. Por lo tanto, aun cuando estamos tentadas de elogiar o apreciar a nuestras madres, los
partidarios del status quo encuentran formas de mantenernos estancadas en la actitud de culpar
a la madre.
(2) Los hombres temen el poder de las madres porque la envidia del útero está vivita y
coleando, aunque a menudo disfrazada. En parte como un antídoto a la afirmación de Sigmund
Freud de que todas las mujeres tienen envidia del pene, se dice que los hombres tienen envidia
del útero. Muchas personas se ríen ante esta idea, pero cuando los hombres se abren más para
dejar ver sus sentimientos, muchos reconocen su envidia a la capacidad de las mujeres de dar a
luz y de amamantar. La ansiedad de los hombres por participar en el proceso del parto, por
escribir libros sobre su participación y por grabarlo confirma también este hecho.
La magia y el poder asociados a estas funciones son sustanciales en sí mismos; también
están asociados al poder emocional inherente a las mujeres. La "envidia del útero" no sólo es
literal, entonces; no es sólo un deseo de ser capaz de quedar embarazado y alimentar a un niño,
sino que también simboliza la envidia de los hombres a la libertad que tienen las mujeres para ser
protectoras y para expresar toda una gama de sentimientos. Muchos de los llamados "hombres
nuevos" escriben largos tratados sobre el dolor de ser llamados "afeminados" o "débiles" cuando
muestran su lado tierno y expresivo. La mayor parte de Norteamérica no está todavía preparada
para hombres expresivos. Por lo tanto los hombres continúan reprimiendo sus sentimientos,
teniendo problemas para saber cómo expresarlos cuando quieren y deseando ser tan libres para
hacer esto como las mujeres.
A causa de su miedo y su envidia del poder de las mujeres, muchos hombres han
exagerado el mal comportamiento de las madres y han puesto mal las etiquetas tanto de lo
positivo como lo negativo. Han dicho que lo de arriba es abajo, lo más, menos; las madres son
malas. Es tiempo de le nos demos cuenta de que arriba es arriba, más es más y las madres son
a menudo buenas.
Interiorización de la actitud de culpar a la madre
¿Quién entre nosotros ha logrado escapar a la presión social de culpar a nuestras madres
por todo lo que anduvo mal? La presión está tan extendida que, finalmente, la mayoría de
nosotros interioriza la actitud y las técnicas. Nos iniciamos sin contar con la presión externa y
luego otros nos alientan a que continuemos. Podemos conseguir que todos lo hagan y lo sigan
haciendo. Una amiga de cincuenta años me dijo hace poco:
Acabo de regresar de una cena con tres mujeres que conozco desde hace años, y
pasamos toda la comida criticando a nuestras madres. Te digo, las hicimos trizas. Cuando
volví a casa, me sentí muy molesta y cuando pensé en lo que habíamos hecho, me di
cuenta con horror ¡que nos habíamos unido a la enorme conspiración de odio a las
madres! ¡Y todas nosotras somos madres! Nuestros padres escaparon indemnes.
Estas mujeres actuaron como la mayoría de las personas en nuestra cultura:

dejaron que hasta los más dañinos o injustos comentarios pasaran sin cuestionamientos.
Es lógico, fueron incitadas en el pasado cuando criticaban a sus madres y por eso han
hecho lo mismo que antes.
Culpar a nuestras madres nos da un alivio provisional en el examen y la duda de nosotras

mismas. Como una de mis estudiantes expresó, "...sólo encontré razones para culpar a mi madre
por cada cosa mala que me pasaba. De este modo, no tenía que mirar qué estaba sucediendo
entre mi madre y yo."
Aunque sea doloroso estar enfadadas con nuestras madres, es menos amenazador que
reconocer que necesitamos mirar bien dentro de nosotras mismas. Pero a largo plazo, estar
enfadada es una forma destructiva de superar la situación: cuando alguien muere, el proceso de
duelo es más difícil si hemos mezclado sentimientos de odio hacia el muerto que si tuvimos en lo
básico una buena relación. Cuando alguien muere, es demasiado tarde para arreglar las cosas;
nuestra culpa puede no superarse nunca. Mientras nos tomemos el trabajo de odiar, estamos
atrapadas. Culpa, reproche y odio son pegamentos poderosos, nos vinculan con el objeto de
esos sentimientos, pero pocas cosas buenas vienen de ellos. Más aún, la mayoría de las mujeres
no siente satisfacción al tener sentimientos negativos: no son productivos, se nos ha enseñado
que la gente buena (en especial las mujeres) no los tienen, y liberan elemento químicos en
nuestro cuerpo que nos hacen sentir mal.
Un conflicto puede ser constructivo o destructivo. Una discusión puede ser un esfuerzo
sincero de dos personas para zanjar las diferencias respecto a las cuales tienen sentimientos y
miedos poderosos, o puede ser una oportunidad de liberar hostilidad o hacer alarde de poder en
formas destructivas y denigrantes. Cuando pensamos en un problema, podemos tratar de
entender sus causas, o podemos simplemente dictaminar de quién es la culpa. La diferencia está
entre saber quién es responsable y culpar a alguien. Culpar es una forma de decir, "No es mi
falta. Es toda de ella." Culpar a otro puede hacerte sentir mejor por un tiempo porque te ayuda a
creer que eres la buena persona de la pareja pero si tienes algún interés en continuar una
relación con la persona culpada, o en cambiar, necesitarás hacer algo más.
Nadie reacciona bien cuando se le culpa, por lo tanto si insistes en culpar a tu madre, es
probable que puedas olvidarte de mejorar tu relación con ella. La culpa interrumpe el diálogo;
obstruye la búsqueda del conocimiento. Promueve alejamiento y enfado en lugar de amor mutuo
y respeto por nuestra autonomía y la de nuestras madres.
No tiene que suceder

Frente a toda esta actitud de culpar a la madre, nos sentimos confortadas al saber que no
es inevitable. Gloria Joseph escribió en Common Differences; Conflict in Black and White
Feminist Perspectives:
Las hijas negras aprenden cuando son muy pequeñas que sus madres no son
personalmente responsables por no ser capaces, a través de sus esfuerzos individuales,
de realizar cambios básicos en su vida o la vida de sus hijos. Este reconocimiento permite
a las hijas apreciar, comprender y perdonar más a sus madres cuando son incapaces de
cumplir y satisfacer las expectativas de las hijas y las necesidades de bienestar material y
emocional.
Aunque las mujeres negras y otras mujeres de color han superado la situación con la
carga adicional que el racismo pone en los hombros de las madres, todas las madres en nuestra
cultura cuidan de sus hijos en un ambiente en el cual se degrada y se desvaloriza el trabajo
materno. La siguiente historia trata de la lucha de mi madre contra los esfuerzos de un supuesto
experto por denigrar a mi abuela y la relación que tenía con mi madre.
Presentar pelea: atreverse a amar a la madre

Como vimos antes, las hijas que tienen problemas a menudo son inducidas a separarse
de la supuesta causa de sus problemas —sus madres—. Amigos, parientes, consejeros en los
medios de comunicación y terapeutas dispensan este consejo gratuitamente y puede resultar
tentador seguir una recomendación que se ofrece como forma de salir de todos los problemas.
Pero ignorar este consejo es posible. Un psiquiatra dio esta recomendación años atrás a mi
madre, Tac, que le había consultado por causas no relacionadas con su madre.
Cuando Tac estaba a punto de llegar a los cuarenta, se molestó por los reiterados
ofrecimientos de su madre, Esther, de sustituirla en las compras de almacén o de carnicería.
"Instigada por el terapeuta", dice, "interpreté esto como un intento de mi madre por controlarme.
Le dije, 'Me estás haciendo sentir que no sé nada, que no puedo elegir la comida adecuada para
mi familia.'"
Su psiquiatra le aconsejó que no viera a su madre por seis meses, para "terminar con su
necesidad de controlarte". En los últimos años de la década del 60 —quizás aún más que hoy en
día—, la palabra de un psiquiatra era considerada sagrada. Pero mi madre halló la fuerza para
rechazar su consejo, porque hace poco me dijo:
Mi madre era muy amistosa y cálida y amaba la diversión, básicamente me sentía
muy bien con ella y quería sentirme bien con ella. Teníamos una buena relación, y hubo
muchas veces en que lo pasamos muy bien juntas.
A la luz de esto, mi madre tuvo la certeza de que no ver a su madre durante seis meses
era, al menos, algo excesivo. Implicaba tanto una exageración desmedida de los problemas
como un fracaso en reconocer la fuerza de su relación madre-hija.
Mi madre fue capaz de resistir la indicación del terapeuta porque, al madurar, mejoró su
antes escasa confianza en sí misma. Se sintió mejor consigo misma y confió en su propia
perspectiva. Se dio cuenta de que:
si la degradaba [a mi madre], me sentiría mejor por un momento, pero en realidad no iba a
funcionar. Me sentí mejor cuando hice algo positivo.
Estos cambios permitieron a Tac pensar por primera vez en si los motivos de su madre no
incluirían alguna otra cosa que aquellas que consideraba dirigidas a insultarla.
Cuando pensó en la vida de su madre —y luego preguntó a Esther al respecto—
comprendió que los ofrecimientos de hacerle las compras no tenían nada que ver con la falta de
confianza en ella. Su madre había sido educada para creer que el valor de una mujer radicaba
principalmente en ayudar a otros. Esther no tenía un trabajo remunerado, sus hijos eran mayores
y excepto cuando cocinaba para su familia y cuidaba de sus nietos, se sentía inútil. Hacer las
compras para su hija era su intento desesperado, dentro del marco familiar, de convencerse de
que la necesitaban y por lo tanto era una persona valorada.
Cuando Tac entendió esto, sin la ayuda de su psiquiatra, experimentó una transformación:
pasó de ser una niña resentida, a la que le faltaba confianza en sí misma, a ser una adulta
compasiva con una relación más igualitaria con su madre. Y esto no sucedió demasiado a
tiempo, pues poco después, los médicos le diagnosticaron cáncer a Esther y en seis meses
murió. Cuando estaba en el hospital, ella y Tac hablaron de lo felices que eran porque Tac
hubiera ignorado el consejo del terapeuta y hubiera comenzado el proceso de comprender a su
madre.
Mi madre me dijo que esta experiencia le mostró cómo entender la separación y diferencia
respecto a nuestra madre puede reducir la necesidad de culparla y de alejarse de ella; puede
también disminuir el alejamiento y aumentar el amor y el respeto por ambos lados. Como Tac ya
no sentía resentimiento hacia su madre, Esther no sintió tampoco que la poca ayuda que ella
podía brindar fuera motivo de burla. Cada una se dio cuenta de que era amada y apreciada por la
otra.
¿Cuántos años de alejamiento entre madre e hija podrían haberse evitado, cuántos
abismos podrían haber sido sorteados si las hijas hubieran sabido preguntar por qué sus madres
hicieron lo que parecía ser entrometido, insensible o negligente?
Cuando aflojamos la atadura de nuestra actitud de culpar a la madre, algo de nuestro
enfado desaparece; nuestra inseguridad y el odio cede cuando nos damos cuenta de que
nuestras relaciones íntimas con nuestras madres no son siempre causa de alarma e incluso
pueden ser causa de satisfacción y orgullo.
Culpar a la madre está tan extendido que es casi un milagro que las mujeres decidan
convertirse en madres y que las hijas siquiera hablen con sus madres. Si alguien te ofreciera un
trabajo, diciéndote, "Si algo sale mal, incluso dentro de sesenta o setenta años, será culpa tuya",
le dirías que lo olvide. Pero eso es lo que pasa con la maternidad. Millones de madres en todo el
mundo alimentan, bañan, curan y hablan a sus niños todos los días, llenas de ansiedad, culpa y
miedo. Saben que si algo sale mal, serán consideradas totalmente responsables.
En los dos capítulos que siguen, veremos cómo esta actitud generalizada daña las
relaciones madre-hija a través de los 4 mitos de la Madre Perfecta (Capítulo 4) y los 5 mitos de la
Madre Mala (Capítulo 5) que tergiversan nuestra visión de quiénes son en realidad nuestras
madres (y nuestras hijas). Luego, en los últimos capítulos, veremos cómo podemos superar esta
actitud y estos mitos para comenzar a arreglar nuestra relación.
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4.- BARRERAS MADRE-HIJA: LOS 4 MITOS DE LA MADRE PERFECTA

PARA ENTENDER QUE ha sucedido entre nosotras, para contar nuestras verdaderas
historias madre-hija, tenemos que ver con claridad cómo nuestros miedos y necesidades internas
han interactuado con las necesidades y miedos de la sociedad.
Como hijas, necesitamos sentirnos personas decentes, aceptables; algunos de esos
sentimientos proceden de la aceptación de nuestras madres y de la sociedad en general y otras
de nuestro sentido de integridad y honestidad. (Aunque necesitamos también sentirnos
aceptadas por nuestros padres, el centro de este trabajo está fijado en los problemas madre-hija
y es menos probable que culpemos a nuestros padres por nuestra poca autoestima.) También
necesitamos tener relaciones estrechas y afectuosas con nuestras madres. Tememos su rechazo
y el de la sociedad; como mamá a menudo nos sirve de vínculo con la sociedad, esperamos que,
si podemos aprender a complacerla, podremos complacer a la sociedad en general. Cuando
tenemos que elegir entre complacer a mamá y complacer a la sociedad, quedamos atrapadas
entre el enorme control que ejerce nuestra madre en nuestra vida cotidiana y el mensaje de
nuestra cultura que dice que su opinión no es muy importante o valiosa. (Y una gran fuente de
ironía es que a menudo la madre, a la cual consideramos guardiana de la sociedad, está en
rebeldía secreta o verbalizada contra las presiones sociales.)
¿Cuáles son las necesidades de la sociedad? Entre otras, la necesidad de que las
mujeres —tanto madres como hijas— se ajusten al estereotipo femenino tradicional; la necesidad
de que las madres acepten la tarea de entrenar a sus hijas para que se ajusten a ese estereotipo;
y la necesidad de que madres e hijas se mantengan enfrentadas una contra la otra y tan
angustiadas por su relación que no se den cuenta de que las expectativas de la sociedad son el
verdadero problema. En lugar de eso, se culpan a sí mismas y a la otra. Los mitos referidos a las
madres sirven a estas funciones. Aunque los mitos, por definición, no son reales, las barreras que
crean entre madres e hijas sí lo son.
Al menos nueve mitos de importancia ayudan a mantener la actitud de culpar a la madre
sana y salva. Hacer una lista de los mitos es un comienzo importante, pues el proceso de
resolver un problema empieza por darle un nombre. Veremos cómo cada uno de ellos genera
barreras —bajo la forma de los sentimientos dolorosos descritos en el Capítulo 2— y qué
podemos hacer al respecto. Este capítulo se refiere a los mitos de la Madre Perfecta y el
siguiente se refiere a los mitos de la Madre Mala.
Cada mito se aproxima a una de las imágenes maternas de Angel o Bruja que fueron
descritas en el Capítulo l; los mitos de la Madre Perfecta hacen que todos los esfuerzos de las
madres parezcan deficientes porque son imperfectas, y los mitos de la Madre Mala ponen énfasis
en los fracasos de las madres e incluso hacen que algunas de sus características favorables o
neutrales parezcan negativas.
Como las hijas nos damos cuenta de que podemos haber catalogado e interpretado mal
los motivos y el comportamiento de nuestras madres, podemos aprender cómo los mitos nos han
llevado a hacer eso. Además, cuando tenemos los mitos definidos con claridad en nuestra mente,
vemos cómo forjaron el comportamiento de nuestra madre así como también el nuestro; dejamos
de sentir que nuestras madres nos han herido, rechazado o confundido de manera voluntaria.
Las madres están familiarizadas con los mitos de la Madre Perfecta; aun antes de que sus
hijos lo sepan, ellas ven dónde fallan y temen que se decepcionen. Las madres están tan
atemorizadas de ajustarse a las imágenes de la Madre Mala como de no ajustarse a las de la
Madre Perfecta; en ambos casos, temen que sus hijos (y que otra gente) las rechacen y se burlen
de ellas.
Tomarás nota de la ausencia de un conjunto de mitos referidos a la Madre
Razonablemente Buena (pese a los intentos de unos pocos profesionales de la salud a especular
sobre la "madre suficientemente buena"). No se permite que una mujer haga buenos intentos
pero sea un ser humano imperfecto; ella tiene que ser perfecta, porque hay demasiadas cosas en
juego —la salud física y mental de sus hijos, de la cual es considerada responsable.
Los mitos descritos en estos capítulos pueden no ser los únicos que sirven de apoyo a la
actitud de culpar a la madre y quizá pienses en otros. Pero estos nueve te serán familiares
porque hemos crecido entre ellos; muchos fueron aún más poderosos cuando éramos niñas.
Los cuatro mitos de la Madre Perfecta que he identificado establecen modelos que
ninguna mujer puede alcanzar:
• La medida de una buena madre es una hija "perfecta".
• Las madres son fuentes inagotables de sustentación.
• Las madres saben naturalmente cómo criar hijos.
• Las madres no se enfadan.
Mito Uno: La medida de una buena madre es una hija "perfecta"

Las hijas sienten enfado por muchas razones: porque ven que sus madres las
presionan para que se conformen con las expectativas sociales de niñas y mujeres, o
porque encuentran que sus madres prestan muy poca atención a estas expectativas y
ofrecen un insuficiente apoyo emocional a hijas que intentan conformarse [con esas
expectativas]. Las madres se enfadan con las hijas ya sea porque las hijas no cumplen
con las expectativas ya sea porque sus hijas esperan demasiado de ellas.
— Susan Koppelman
Cada cultura tiene moldes a los cuales quiere que cada nueva generación se adapte. En
nuestra cultura, la responsabilidad de ese molde se delega principalmente en las familias, lo que
en la práctica significa que las madres son las que moldean a sus hijos de acuerdo con esos
patrones culturales.
A la mayoría de nosotros, nuestra madre, más que ninguna otra persona, nos dijo: "Haz
esto". "No hagas aquello. "Cepíllate los dientes. "Recoge tus juguetes." "No hables con extraños."
Como hijas, escuchamos muchos otros adicionales "Haz" y "No hagas" de los cuales
escaparon nuestros hermanos varones: "Cruza las piernas." "Sonríe." "Sé amable." Se enseña a
las niñas a ser naturalmente minuciosas y comedidas, pero cuando una hija no actúa de esta
forma se culpa a su madre por no enseñarle bien. Podríamos preguntar, "¿Por qué algo que
viene por naturaleza tiene que ser enseñado?" Veremos que este patrón se repite cuando
examinemos los mitos en los que se culpa a la madre: flagrantes contradicciones pueden persistir
en una cultura que subordina a las mujeres, manteniéndolas en un plano inferior limitándolas o
degradándolas. En este caso, se restringe el comportamiento de las mujeres con nuestra
diligencia para parecer minuciosas y comedidas, para parecer naturalmente femeninas. Todas las
mujeres resultan degradadas cuando alguien cree que la falta de minuciosidad de una hija o su
falta de comedimiento es culpa de una mujer-su madre.
La sociedad se ha apoyado sobre los hombros de nuestras madres, murmurando: "Si
quieres que nosotros pensemos que eres una buena madre, enseñarás a tu hija a ser dulce y a
cruzar sus piernas." (Para las madres de hoy, es más probable que el mensaje termine con las
palabras, "enseñarás a tu hija a que tenga educación, se desarrolle a sí misma y sea dulce y
cruce sus piernas.")
Muchas hijas jóvenes perciben que el patrón “femenino" que están siguiendo bajo la
dirección de su madre es lo que a menudo hace infelices a las madres, y sienten que están
traicionándolas al obligarlas a seguir patrones que son la fuente de su propia miseria. Claudette
me dijo que odiaba barrer el piso de la cocina y limpiar los baños cuando era niña:
En parte era porque son trabajos miserables, pero también era porque mi madre
estaba constantemente quejándose de lo agotada que estaba de limpiar nuestra casa. Yo
no veía por qué me obligaba a hacer cosas que ella odiaba. No me parecía justo.
Este aterrorizador lado opuesto del mito de que una hija "perfecta" es el indicador de una
buena madre, es que una hija "mala" (o atípica) es el indicador de una "mala" madre. Esta
ecuación social causa a madres e hijas mucha angustia innecesaria. Toda madre quiere ser
considerada buena. Pero no toda madre piensa que su hija tenga la obligación de seguir el
modelo femenino tradicional, no toda hija respeta un papel tan prescrito, en especial si su madre
parece infeliz con ese papel. ¿Debe, entonces, una madre llevar a cabo las exigencias de la
sociedad para asegurarse la reputación de buena madre, o debe actuar según los mejores
intereses de su hija? ¿Cómo puede una madre elegir entre el bienestar de su hija y su propia
necesidad de aprobación? Y ¿cuáles son los principales intereses de su hija —desarrollar todo su
potencial arriesgándose a ser una "inadaptada"?
Cuando las hijas me describen el deseo de complacer a sus madres, su tensión es a
menudo palpable. Algunas no han entendido siquiera por qué hay tantas cosas en juego en lo
relativo al seguimiento de las reglas impuestas por las madres. Pero han percibido que la opinión
que la sociedad tiene de sus madres, como una madre, depende de que la hija se comporte del
modo adecuado. Sin importar cuánto podamos despreciar la estrechez de las vidas de nuestras
madres, ¿quién de nosotras quiere soportar la culpa de ser la señal pública de su fracaso?
Más aún, desde el momento en que la única madre considerada buena es la madre
perfecta, seguir las reglas nunca parece suficiente. Ninguna hija siente que haya hecho todo lo
que la sociedad —a través de su madre— quiere que haga, pues es imposible ser siempre
sustentadora, abnegada, dulce y frágil, y alcanzar todas las otras características de una buena
hija. No es de extrañar que tantas hijas se sientan incapaces de complacer a sus madres.
Como hijas, asumimos que la necesidad de las madres por crear reglas surge de su
naturaleza individual, crítica y controladora; a menudo no reconocemos que las reglas vienen de
una creencia cultural fundamental y que la madre es sólo la transmisora —o que algunas reglas
proceden del intento de las madres de proteger a su hija de las formas de violencia y de acoso
que son tan comunes. Lo que la hija cree ver es una mujer neurótica, constreñida o incluso cruel
que ha generado una serie de prescripciones para atormentarla.
En mi trabajo con mujeres, me encuentro a menudo que la convicción de la hija de que su
madre la desaprueba intransigentemente es, en realidad, una malinterpretación del papel
materno de guardiana de las reglas sociales. Por desgracia, entonces, en lugar de que hijas y
madres se unan y vean que la fuente de sus problemas es el conjunto de modelos culturales
imposibles de alcanzar y luego traten de cambiar esa cultura, la madre queda atrapada en el
intento de producir un espécimen perfecto de hija (por el bien de ambas) y la hija queda atrapada
en el odio a su madre por ser tan irrazonable. Un enorme abismo se abre entre ellas. Una mujer
de 92 años llamada Hetty me dijo que estaba preocupada por el fracaso de su hija, después de
cuarenta años de matrimonio. Dijo:
Le dije que sabía que su marido tenía un carácter horrible y la atacaba sin ninguna
razón. Pero le dije que mi marido era igual y que una mujer tiene que aprender a pasar por
alto esas cosas. Me sentí mal por hacer eso, porque pasar por alto el carácter de mi
marido nunca me ayudó y sabía que no le haría ningún bien a mi hija tampoco.
Un conjunto particularmente engañoso de reglas, incluye las que dictaminan que las niñas
en la adolescencia deben aprender a tener control emocional. Se supone que somos por
naturaleza muy emocionales (en verdad mucho más que los niños en la adolescencia), pero se
nos enseña con cuidado que nuestras emociones no deben interferir con el bienestar de otras
personas. Cuando alcanzamos la juventud, se supone que debemos ser lo suficientemente
emocionales como para satisfacer las necesidades de amor y de apoyo de hombres y niños sin
"sobrecargarlos" con nuestros sentimientos. Se piensa que las mujeres tienen mucha dificultad
para controlar sus sentimientos —aunque una mujer que es reservada a nivel emocional está en
peligro de ser llamada fría y poco femenina. Por lo tanto, se espera que las mujeres sigan en
contacto con sus sentimientos, con el solo propósito de ayudar a los hombres y a los niños.
Madre e hija a veces se desconciertan ante el entusiasmo y la expresividad de la otra,
porque no estamos muy seguras de si es correcto o no. Si nos sentimos demasiado cómodas
permitiendo que nuestros sentimientos fluyan libres cuando estamos la una con la otra, luego
¿esto no hará que sea más fácil equivocarse y ser "inapropiadamente" o "entrometidamente"
expresivas cuando estamos con nuestros hombres y nuestros hijos? Aún más, algunos hombres
consideran una relación estrecha madre-hija como una amenaza a la alianza de sus esposas con
ellos.
Mamá, la que impone las reglas: Papá, el que es querido
La hija tiende a resentirse con su madre como la mayoría de las personas se resienten
con los que imponen reglas, pero todavía más porque hay más reglas para las hijas que para los
hijos. También la hija se ofende con su madre por ser tan dura con ella —después de todo, papá
no lo es (la advertencia familiar de la madre, "Espera hasta que papá llegue a casa", rara vez se
convierte en verdadero castigo para la conducta que enfadó a la madre. El abuso físico o sexual
de los padres en general se aleja bastante de este tipo de advertencias de la madre). La mayor
indulgencia de papá es en general un efecto colateral de su menor compromiso en la educación
de los niños. Pero todo lo que la hija sabe es que papá la trata mejor. (Por supuesto que lo hace
—¡cuando no tienes la principal responsabilidad por la conducta de alguien, puedes permitirte ser
más blando con la disciplina!) Una mujer de treinta años me dijo hace poco en una entrevista:
Hasta el año pasado, siempre pensé que mi padre me amaba más que mi madre.
La razón por la cual pensaba esto era que él nunca me castigó cuando era niña. De
hecho, cuando mamá me anunciaba castigos, él siempre la persuadía para que fueran
más suaves.
Pero el año pasado, cuando mis hijos tenían cuatro y seis años, de pronto me di
cuenta de que lo mismo estaba sucediendo ahora en mi familia: mi marido me dice que
soy muy buena con los niños, pero eso es sólo su forma de mantenerse alejado del
pesado trabajo de educarlos. Yo tengo que hacerlo. Yo soy siempre la que impongo
disciplina a los niños, y luego cuando el castigo ha terminado, mi marido entra y se los
lleva a tomar helado. Naturalmente, los niños piensan que él es maravilloso y es a mí a la
que temen. ¡Puedes apostar que aprecio mucho más a mi madre ahora que veo como yo
también prefería a mi padre antes que a ella!
¿ALGUNA VEZ dejamos de temer la desaprobación de nuestra madre?

Una presentadora muy competente de un programa de radio que recibe llamadas
telefónicas, me contó su visita más reciente a su madre. Había volado de California a Florida,
donde vive su madre, y cuando salió del avión, su madre le dijo que el color del vestido le
quedaba mal:
¡Aquí estoy, 48 años, y todavía me preocupo tanto por lo que ella piense! Me
halagan todo el tiempo por mi buen gusto, pero ella nunca. Y una pizca de crítica por parte
de ella es suficiente para minar toda la confianza en mí misma por mi apariencia que me
ha llevado años construir.
Somos tan vulnerables a lo que nuestras madres piensan de nosotras; cuando parecen
tener reservas respecto a nosotras, nos sentimos desoladas, seamos niñas, adolescentes,
jóvenes, maduras o incluso mujeres mayores. El poder de nuestra madre para hacernos sentir
incapaces a menudo nos enfada —podemos llegar a odiarlas por ello. Una vez, en realidad, ella
tuvo un enorme poder sobre nosotras, pudo encerrarnos en nuestras habitaciones o, retirándonos
su amor, asegurarnos que recibíamos poco amor de todos. Cuando tienes seis años, es más
difícil salir de tu casa para buscar un amigo o un pariente que diga que le gusta tu ropa aunque a
tu madre no. Incluso como adultos no podemos escapar y no ver nunca más o no volver a llamar
a nuestras madres —y la mayoría de nosotras no quiere hacerlo—.
Lo que la mayoría de nosotras quiere no es desterrar a nuestras madres de nuestras
vidas, sino terminar tanto con su poder de hacernos sentir mal como con nuestra culpa por
nuestro poder de hacerlas sentir fracasadas.
Ahora que somos adultas, podemos ver que nuestras madres no fueron las que hicieron
las reglas y las que se encargaron de ponerlas en práctica, y que muchas de las reglas que
hicieron cumplir fueron reglas que constreñían sus propias vidas también. Una de mis alumnas,
que está llegando a los treinta años y se especializa en aconsejar a madres e hijas, dice que
sabía cuando era niña que su madre se sentía atrapada en su papel de esposa-madre-ama de
casa:
Mi madre había sido forzada a abandonar la escuela después del octavo grado,
pues asistir al noveno hubiera significado ir a estudiar a otra ciudad. Su madre le había
dicho que era mucho más trabajo educar a una hija que a un hijo, y ella fue empujada en
gran medida a un tipo de matrimonio de conveniencia con cl único miembro de su iglesia
que estaba en edad de casarse. Luego comenzaron a venir los niños —ocho— y ¡ay!, se
sintió atrapada.
Cuando mi alumna supo muy dentro de sí que su madre se había sentido atrapada siguió
igual resintiéndose con ella por su rígida educación. Sólo cuando comenzó a pensar en lo
limitadas que era las opciones de su madre, empezó a mirarla desde otro punto de vista:
Tanto mi tío como mi padre solían gritarle porque nos vestía a las niñas con
vaqueros en lugar de vestidos. Ella no pensaba que debíamos usar vestidos, excepto para
ir a la iglesia, por lo tanto esa era una de las reglas de feminidad que a menudo
rompíamos. Pero ella tuvo que hacernos seguir muchas reglas, porque lo único que tenía
era ser una madre y no podía soportar tener a mi padre y a mi tío diciéndole siempre que
era un fracaso.
Las hijas deberían entender que la madre se preocupa porque es juzgada por el éxito de
su hija —que en parte depende de su apariencia o su conducta—. La hija, de un modo
comprensible, se resiente por el hecho de que la aceptación de su madre por parte de la
sociedad dependa demasiado de ella. Desde la niñez hemos percibido el miedo que nuestras
madres tenían a revelar sus errores con equivocación por nuestra parte. Cuando comprendemos
que ese sentimiento se origina en el hecho de que la sociedad no aprueba a las llamadas
"madres deficientes", vemos con claridad que nuestros vestidos no son una señal de su fracaso
sino que ella se siente, lógicamente, atemorizada de que alguien piense así.
Jueces de la otra
Parte del proceso de convertirse en mujer significa que se espere que las hijas, como las
madres, asuman el papel de guardianas de las reglas sociales (en general, hechas por los
hombres). En otras palabras, no sólo las madres son las que realizan la supervisión; las hijas se
apresuran a cumplir con las expectativas de la sociedad y comienzan a supervisar la conducta de
sus madres. De este modo, madre e hija comienzan a temerse mutuamente como a sus jueces
más severos.
Una hija que sorprende a su madre en el incumplimiento de alguna de las exigencias
sociales, a menudo se siente traicionada ("¿por qué tú no cocinas galletas para nuestras fiestas
escolares?") o superior ("Como tú no sabes coser, ¡yo coso todos los botones y los dobladillos en
esta familia!"); nada de esto hace que valore a su madre.
Más aún, cuando una madre limita la exuberancia, la energía y la agresividad de su hija,
sin quererlo transmite el mensaje, "Este aspecto tuyo no es bueno y por eso no lo acepto, no lo
amo o no lo fomento", de ahí la disminución de la autoestima de la hija. Cuando la madre hace
que la hija se sienta mal respecto a sí misma, genera una ola de resentimiento entre ellas.
El problema es cíclico: muchas madres están muy angustiadas por impedir que sus hijas
rompan ciertas normas Porque recuerdan lo infelices que fueron cuando, siendo niñas, las
castigaron por hacerlo. Ashley, 48 años, me describió en una sesión de terapia el efecto que un
incidente de su niñez tuvo en el trato a su hija:
Cuando tenía doce años, una maestra me encontró trepando a un árbol. Con voz
disgustada, me reconvino. “¿No sabes que los niños pueden mirar por debajo de tu
vestido cuando trepas?” No estaba segura por qué era tan espantoso eso, pero me sentí
muy avergonzada. Me hizo sentir como una prostituta.
Cuando mi hija, Janice, comenzó sexto grado, y empezó a desarrollarse
físicamente, me puse muy tensa. Quise protegerla de insinuaciones sexuales como la que
mi maestra me había hecho a mí. Lo que en realidad me molestaba, sin embargo, era que
la única manera en que parecía capaz de hacerlo era imitando a mi maestra. Para mi
horror, me hallé diciendo a Janice cosas como: "No hables tan fuerte", como si estuviera
cometiendo un crimen importante sólo por hacer algo poco femenino. Pero lo estaba
haciendo para protegerla de la desaprobación de otras personas. La tragedia era que, al
hacerlo, la convertía en el blanco de mi desaprobación, y eso probablemente la hería más
que la dureza de los extraños.
En tales situaciones, la hija en general percibe el miedo y la ansiedad de su madre y sin

duda siente su desaprobación. Como tendemos a alejarnos de las personas que nos causan
ansiedad o que nos desaprueban, la distancia sentimental entre madre e hija crece. Ninguna
madre inflige a propósito esta ansiedad y dureza en su hija, pero pocas hijas pueden evitar
sentirse heridas cuando sus madres manifiestan esos sentimientos. Estas heridas de la niñez
pueden permanecer profunda y dolorosamente a lo largo de nuestras vidas, si nunca revisamos
ni escuchamos por qué nuestras madres se comportaron como lo hicieron.
Mito Dos: Las madres son fuentes Inagotables de sustentación

La mujer necesita dar. No puede evitarlo... Esta corriente de vida no está dirigida
sólo a sus niños sino también a su compañero... [El impulso primario de la mujer es] el
amor y el servicio a aquellos a los que ama.
— Irene Claremont de Castillejo
...esa culpa maternal reflexiva... emerge con el primer lamento del niño: "Lo siento.
Lo siento. Siento haberte empujado de este vientre cálido a los brazos de extraños, entre
otros los míos. Siento que no pueda mantenerte totalmente satisfecho, seco, libre de
gases y miedos, perfectamente feliz."
— Nancy Mairs
El Mito Dos es el mito en el que se establece que las mujeres nacieron sustentadoras,
capaces de dar de sí mismas de un modo inagotable. Ser una persona cálida, generosa no es
algo malo; lo de "inagotable" es lo que causa problemas entre madre e hija.
La historia de Cenicienta puede ser el ejemplo más familiar de este ideal femenino.
Cenicienta representa la bondad por su infelicidad, su sufrimiento, su privación y su afán por
servir a los otros, en contraste con el egoísmo de sus hermanastras. La lección de Cenicienta es
que la abnegación, el sufrimiento y la pasividad de una mujer le dieron como recompensa un
hada madrina y un príncipe.
La historia de Blanca Nieves y los Siete Enanitos también se refiere a este papel. Para
estar madura y lista para el matrimonio, Blanca Nieves debe cuidar a los siete enanitos. El hecho
es que los enanos, sean tanto pequeños como hombres, la preparan para servir de sustentación
tanto a los niños como a su marido. Ella lo hace —como la mayoría de nuestras madres lo hizo—
, sola y aislada.
Durante siglos, se ha esperado que las mujeres cumplan con el papel de sustentadoras.
En un libro llamado Letters to Mathers, la popular autora del siglo diecinueve Lydia Howard
Sigourney sugirió cómo las madres debían criar a sus hijas:
Inspírala con un deseo de hacer que todo a su alrededor sea cómodo y feliz.
Instrúyela en los rudimentos de esa ciencia, cuyos resultarlos son tan hermosos.
Enséñale, que la tarea de su sexo no es la gratificación egoísta, sino el bien de la casa, la
mejora hasta del más humilde de sus habitantes... en especial, si visitas al anciano, o ha-
ces diligencias para el enfermo y para el pobre, deja que ella sea tu compañía. Permítele
que se siente al lado del que sufre y aprenda los servicios que llevan alivio al dolor.
Esta era la herencia de nuestras abuelas y nuestras madres. Los libros que leían cuando
criaban a sus hijas, que ahora tienen veinte y treinta años, ofrecían los mismos consejos. Hace
poco, en 1973, en el apogeo del movimiento feminista, en un libro de consejos populares llamado
Mothers and Daughters, la autora Edith Neisser preguntaba: "¿Cuánta ayuda puede ofrecer una
niña?” y daba una respuesta que Sigourney podría haber escrito más de un siglo antes: "Una
madre señala que el mejor aparato para ahorrar trabajo es una hija entre nueve y doce años..."
Neisser trató de hacer que las tareas de la hija parecieran intelectualmente exigentes:
Las pequeñas amas de casa merecen que se les asigne algunos de los trabajos
creativos, así como también los nimios. La niña de nueve años que sueña con una
variación renovadora, aunque de algún modo extraña, del tradicional flan, está sirviendo a
la causa del bienestar de la familia del mismo modo que la niña que friega las ollas, y tiene
la recompensa que viene de la innovación, también.
Teóricos de la personalidad contemporáneos han reforzado a su vez el mito. Por ejemplo,

la teórica de la escuela de Jung, Irene Claremont de Castillejo, escribe que la actitud femenina
básica implica una actitud de "aceptación" y que las mujeres necesitan dar para no sentirse
vacías. Y más recientemente, Toni Grant hace una afirmación similar en su libro Being a Woman.
Por fortuna, algunos escritores contemporáneos están llamando la atención sobre la
naturaleza y el peligro de este mito. La psicóloga Harriet Goldhor Lerner escribe: "Se ha
enseñado a las mujeres que no deben ser amenazantes sino colaboradoras y constructoras del
ego masculino, para que no se sientan castrados y mutilados." Y en The Mermaid and The
Minotaur, Dorcthy Dianerstein explica que: la mujer es "considerada como... un ser tan necesario
para confirmar el valor, el poder, la significación de otras personas que si falla en brindarles este
servicio resulta un monstruo anómalo e inútil." Al subrayar este peligro para las mujeres, la
teórica feminista Sheila Rowbotham dice que, cuando las niñas crecen, aprenden a sentir que
son verdaderas mujeres sólo cuando se niegan a sí mismas: "La autofirmación sólo puede venir a
través de la autoabnegacien."
La investigación muestra que las mujeres viven de acuerdo con el mito de la sustentación,
pasando mucho más tiempo que los hombres en cuidar a la generación más joven, a la
generación mayor, a sus cónyuges, a sus hermanos y a sus amigos. Tan flexible es el mito de la
mujer sustentadora que aun cuando los hombres pierden su trabajo, no intentan asumir parte de
las tareas hogareñas; por el contrario, las mujeres llevan a cabo estos trabajos y también
encuentran un empleo remunerado.
Como el mito de la mujer sustentadora está tan profundamente arraigado en nuestras
nociones de la identidad femenina, es difícil para nosotras dejar de esperar una generosidad
inagotable de nuestras madres y de nosotras mismas. Cuando nos preguntamos, "¿Quién soy?",
una gran parte de las respuestas femeninas es, "Una asistente, una altruista, una sustentadora.
Si no, entonces no sé quién soy." Como me dijo una mujer:
Fui criada para decir "Lo siento" cuando alguien en un negocio me pisaba un pie. Y
me sentía muy femenina y muy mujer porque era capaz de hacer esto. Por lo tanto,
afirmarme a mí misma o la imagen de mi madre afirmándose a sí misma, era muy
desconcertante. Significaba que algo no estaba bien en el mundo —y tampoco en
nosotros.
¿Dónde radica el daño?

Los fracasos y las imperfecciones de nuestras madres son a menudo magnificadas porque
esperamos demasiado de ellas. Esperamos menos de nuestros padres, porque ser masculino no
requiere ser sustentador. Algunos científicos incluso afirman que las mujeres nacen
sustentadoras, pero los hombres no. (Irónicamente, muchas personas creen que los padres son
capaces de amar a los niños tanto como las madres, pero luego dicen que las madres son por
naturaleza mejores en las tareas cotidianas, aburridas o difíciles de la crianza de los hijos como
cambiar pañales, preparar la comida, concertar citas con el médico o enseñar las experiencias de
la vida.) No damos a las madres mucho crédito por lo que hacen por nosotros, pero las
condenamos como egoístas y poco naturales cuando no satisfacen nuestras necesidades por
completo. Como la teórica Mary O'Brien ha dicho, "Si no eres una buena madre estás
descarriada. Si eres una buena madre es porque no puedes evitarlo."
A causa de las expectativas diferenciadas, tendemos a sentir que nuestros padres son
maravillosos porque son hasta un poco sustentadores. Sin embargo, cuando nuestras madres no
llegan a darnos todo lo que queremos, sentimos que nos han decepcionado. Este criterio
diferente para juzgar al hombre y a la mujer es tan común que ni nos damos cuenta.
"Como ser madre significa dar todo", pensamos, "mama podría haber satisfecho ludas mis
necesidades emocionales." Sin embargo, ¿quién entre nosotros puede dar sin cesar? Y ¿quién
tiene que hacerlo? De hecho, considerando las muchas maneras en que las mujeres, y en
especial las madres, son tratadas de una manera injusta, es increíble que la mayoría de las
madres den todo lo que dan.
Recuerdo la importancia que adquiría ir de compras al mercado cuando mi hijo era un niño
que comenzaba a caminar y mi hija un bebé y yo trataba de satisfacer sus necesidades
emocionales mientras hacía malabarismos con los paquetes. Parecía como una verdadera
tragedia porque el siguiente dilema surgía siempre en mi cabeza:
No puedo llevar los paquetes y a Emily y llevar a Jeremy de la mano mientras
trepaba las escaleras. Ahora, si dejo a Emily en su sillita de bebé en el automóvil mientras
llevo a Jeremy y los paquetes arriba, aunque cierre el automóvil con llave para que no
pueda ser secuestrada, podría sentirse abandonada. Pero si dejo a Jeremy con su
cinturón de seguridad mientras llevo al bebé y las compras arriba, entonces Jeremy podría
sentirse abandonado y él es lo suficientemente mayor como para poder quitar la cerradura
de la puerta del automóvil y escaparse antes de que vuelva.
Muchos años después me di cuenta de que eso era una forma insana de vivir, que era
natural y saludable para mí desear que su padre hiciera las compras y que no era egoísta ni
deficiente por considerar que la responsabilidad total de la vida cotidiana con niños era tan difícil.
El mito de la madre sustentadora causa otro problema con las hijas: sustentar implica
hacer la vida de otra persona mejor —y el poder de las mujeres para hacer esto es muy limitado.
Nuestras madres pueden hablar y escuchar y ofrecernos su amor y su apoyo emocional, pero no
pueden por sí mismas impedir gran parte del daño producto del trato injusto a las niñas y las
mujeres por parte de las instituciones de nuestra sociedad o por parte de los individuos incluso a
menudo, por las madres de nuestro marido. Por desgracia, en lugar de reconocer la
responsabilidad de la cultura por esas limitaciones (y tratar de cambiarlas), actuamos como si
nuestras madres no tuvieran esas limitaciones, y por eso las culpamos por "sus" limitaciones. Por
nuestra parte, como hijas, no podemos deshacer o reparar las muchas fuentes de dolor que
existen en las vidas de nuestras madres. Por esto, madre e hija a menudo se enfrentan
queriendo hacer algo para curar las heridas de la otra, pero sintiéndose frustradas y
avergonzadas por no poder. Y a veces, expresan su frustración y vergüenza bajo la forma de
enfado.
Las heridas más profundas: los dolores más agudos

Creo que el mito de la sustentación inagotable, más que ningún otro, puede ser la fuente
de las heridas más profundas, más serias y de los dolores más agudos que las hijas sienten en
relación con sus madres. ¿Por qué? Porque abrirnos, porque volcar lo que tenemos dentro del
corazón nos hace vulnerables. ¿El receptor de nuestra efusión escuchará y aceptará lo que
conozca de nosotras? Si estos dos acontecimientos felices se producen, nos fortalecemos; si uno
o ninguno se da, nos sentimos heridas en un punto sensible.
En general, cuando nos abrimos a nuestros padres, lo hacemos con alguna precaución,
no esperando su comprensión y su apoyo completos. Por lo tanto cuando nos entienden de un
modo imperfecto, es probable que nuestros aspectos más tiernos queden menos expuestos y la
herida sea menos profunda, menos sangre se derrame. Pero como esperamos una comprensión
total de nuestras madres, es más probable que nos abramos completamente ante ellas —el
riesgo es grande—, pero si mostramos todo nuestro ser real y ella nos acepta, ¡qué dicha, qué
seguridad nos brinda! Y cuando no nos acepta por completo, qué desolador. Una mujer que iba a
cumplir los cuarenta me contó esta historia:
Cuando tenía 35 años más o menos, estaba de visita en casa de mis padres, y mi
padre vino a despertarme. Acababa de tener una pesadilla aterradora, y cuando estaba
saliendo del sueño se lo conté a Papá. Cuando terminé, sólo me dijo, "Bueno, es hora de
levantarse." Me sentí un poco herida, pero en gran parte sólo sentí que la próxima vez ni
siquiera intentaría contarle cómo me sentía. También recuerdo haber pensado que a él le
gustaban muchas cosas de mí y que me amaba de un modo diferente a mamá. Sabía que
mamá probablemente hubiera sido más comprensiva con mi pesadilla.
Ha habido momentos, sin embargo, en que trate de contarle a mamá algo que me
importaba mucho, y en general ella era bastante receptiva; pero cuando no lo era, sentía
que ella había visto el centro más profundo de mí ser y que no me consideraba digna de
afecto. ¡Qué desesperación sentía entonces!
Recurrir a la hija
El mito de la sustentación inagotable puede también alimentar el resentimiento de la
madre por su hija: del mismo modo que todos esperan sustentación de las niñas y las mujeres en
general, una madre espera esta sustentación y apoyo de su hija. Se supone que una madre
prepara a su hija para ser sustentadora, de acuerdo con el mito. Cree en el mito de que una hija
perfecta es la medida de una buena madre: ¿Qué lugar más tentador para comenzar, que entre-
nando a su hija para cuidar a su madre, su compañera más cercana? Este entrenamiento puede
parecer lo correcto. Una hija que cuida bien a su madre estará bien preparada para adaptarse al
ideal: una mujer que puede sustentar a su marido y a sus hijos. Si comienza a sentir en la
infancia o en la adolescencia temprana que este comportamiento es una obligación, mucho mejor
para la sociedad, pues la niña sentirá que "surge naturalmente". Puede incluso sentirse incómoda
o poco natural si se comporta de otro modo.
Leah, una mujer divorciada de 43 años, madre de dos hijos, me dijo en una entrevista que,
después de trabajar en su empleo de nueve a cinco, buscar a sus hijos de la guardería, preparar
la comida y luego pasar una hora de "tiempo cualitativo" con ellos, estaba al borde del colapso:
Tengo un problema de espalda y el dolor empeora cuando he pasado todo el día de
pie. Por la noche, mi encantadora hija de siete años a veces me pregunta si quiero que me
masajee la espalda. Siempre me siento un poco culpable, porque se supone que yo debo
cuidar de ella, pero me siento feliz de que esté aprendiendo a ser buena con otros, y a ella
le gusta ayudarme.
Esta es una linda historia, mas cuando le preguntamos a Leah si su hijo de nueve años
alguna vez le frota la espalda, nos contestó que a él le encanta jugar con sus amigos y ella no
cree que tenga el derecho de interrumpir ese tiempo de juego. Pese a los cambios que el
movimiento feminista ha provocado, la diferencia en los niveles de bienestar entre tener la ayuda
de una hija y un hijo sigue siendo muy común.
Algunas madres con bebés buscan sustentación al desear que su hijo se porte bien, no
llore, le deje dormir toda la noche, le sonría y sea mimoso. Algunas madres necesitan este apoyo
porque han tenido vidas solitarias, decepcionantes y privadas de otras cosas; esperan, por fin,
obtener algo de afecto, de paz o de ambas cosas. Para otras madres, el deseo de sustentación
surge de las dificultades habituales que la mayoría de las mujeres en nuestra cultura afronta —la
responsabilidad y el aislamiento de la maternidad, las variadas formas de tratamiento sexista a
las que las mujeres están sometidas, etc. — Cualquiera de estas experiencias puede hacer que
las mujeres sientan necesidades intensas de amor y de apoyo.
Cuando la bebé o la niña no hace lo que se espera, la madre que no tiene o no puede
aceptar apoyo de otras personas puede sentirse fracasada y generar un resentimiento duradero
hacia su hija. La pequeña hija de Maggie tenía cólicos, problemas para dormir y no era mimosa
"del modo que esperas que sea un bebé". La madre de Maggie era una mujer alegre, pero no era
tierna ni significaba un apoyo para su hija; su padre era muy formal, distante y preocupado por
sus negocios. Maggie se considera a sí misma como una niña abandonada, que perdió los
fragmentos de afecto paternal que tuvo cuando sus hermanas mellizas menores nacieron. "Su
nacimiento destruyó mi vida", afirma. Sintiéndose abandonada, siempre le faltó confianza en su
capacidad de dar amor a otros.
Maggie nunca quiso un bebé, y ahora tenía una que no sólo requería mucho de ella sino
que parecía no ofrecer afecto a cambio. Fue desolador que su hija Sara no lograra ser tierna y
cariñosa, afirmó Maggie. Aún ahora, ocho años después, aunque Sara ha mostrado que puede
ser tierna y afectuosa, Maggie la trata con frialdad e irritación.
Perdonar a nuestras madres es particularmente difícil cuando no nos sustentan tanto
como queremos porque se dedican a cuidar a nuestros hermanos, nuestros padres y hermanos,
sus jefes masculinos —cualquier hombre— con prioridad. Como explicaré en el Capítulo 5, la
mayoría de nosotras ha sido entrenada para mirar a los hombres como los primeros necesitados
de nuestro cuidado: "Los hombres son como niños. Está perdido cuando no estoy allí para la
cena. No puede abrir una lata de guisantes. Tiene muchos problemas para hacer frente a sus
sentimientos a menos que la ayude." Todos estos comentarios comunes reflejan la creencia
aprendida por las mujeres de que los hombres necesitan nuestra ayuda más que las mujeres y
las niñas, pues es muy probable que ellos puedan abrir latas de guisantes y puedan hacer frente
a sus sentimientos. Pero culpar a la madre por su sexismo aprendido no es más justo ni más útil
que culparla por no entregarse por completo. Al poner su sexismo en acción está haciendo lo que
le enseñaron que estaba bien.
Una vez que las hijas toman conciencia de expectativas diferentes respecto a la
sustentación que las que tuvieron sus madres y sus padres, el enfado contra las madres a
menudo disminuye. No deberíamos desvalorizar la sustentación de nuestros padres (además
alguno de ellos son profundamente afectuosos y sustentadores), sino más bien mostrar el mismo
aprecio por lo que nuestras madres hacen por nosotras.
Cuando una madre da sólo el noventa por ciento, podemos percibirlo como ochenta por
ciento o como diez por ciento o como nada, porque no era todo lo que esperábamos; así que
abrimos un abismo entre nuestras madres y nosotras; es más, nos cerramos a todo lo bueno que
nuestras madres tienen para ofrecer.
Debido a este doble criterio para juzgar a los padres y a las madres, a menudo nos
concentramos en lo que nuestras madres han fallado, sin considerar por qué pueden haber
fallado. Todas las familias tienen sus propios desafíos. A veces las madres no llegan a satisfacer
las necesidades de sus hijas porque otros miembros de la familia las necesitan dl también. O
una madre puede ser una madre soltera, inmigrante o una de color tratando de hacer frente a las
consecuencias del racismo; puede ser una madre incapacitada, o beneficiaria del seguro social,
una madre que está enferma físicamente o deprimida o ansiosa, una madre que hace ma-
labarismos con un empleo remunerado y el trabajo de la casa, una madre con un compañero
deprimido, alcohólico o déspota, o una madre con muchos niños o con un niño pequeño, enfermo
o discapacitado. Y todas las madres en ocasiones fallan sólo porque son humanas. Si una madre
no juega con sus niños muy a menudo, debe ser considerada como que no juega con ellos todo
lo a menudo que pudiera, en lugar de un fracaso miserable por no alcanzar un patrón imposible
de satisfacer.
Mito Tres: Las madres saben naturalmente cómo criar niños.

El Mito Tres se refiere a la noción muy extendida de que las madres saben por instinto
todo lo que es necesario para criar niños sanos tanto en lo físico como en lo emocional. Este mito
tiene una estrecha vinculación con el Mito Dos, pues la supuesta capacidad innata de las mujeres
de ser sustentadoras se considera una parte de la habilidad natural para criar niños.
De acuerdo con el mito, las hormonas que se mueven dentro del cuerpo de una mujer
durante el parto hacen que ame de inmediato al recién nacido, y que de pronto tenga toda la
información necesaria para ser una madre excelente. Por desgracia, no es así. En su libro Mother
Love, la historiadora Elisabeth Badinter documenta de manera exhaustiva que dar a luz no es lo
mismo que tener la capacidad de ser madre y que una cosa no conduce necesariamente a la
otra. Evidencia contundente que contradice la afirmación de los psicólogos de que las madres se
vinculan de inmediato con sus bebés y que deben hacer esto para que sus hijos crezcan con
normalidad. Pero como las madres hemos escuchado que eso es lo que se supone que deben
hacer, creemos que hemos fracasado si sentimos alguna otra cosa. Como ha dicho la escritora
lain Sherrard:
Las mujeres no tienen una glándula llamada "madre" que se activa misteriosamente
cuando dan a luz. Contrario a todos los mitos desarrollados a lo largo de la historia, no
todas las mujeres son buenas madres, del mismo modo que no todos los hombres son
buenos fontaneros. Que podamos dar a luz no garantiza que también podamos ser
buenas madres.
Sentir un amor menos que inmediato y total por el recién nacido no es poco común. De
acuerdo con la descripción de una madre,
Finalmente, después de 22 horas de trabajo de parto, esta hija a la que había
querido con tanta desesperación... nació. Recuerdo haberla mirado, haber mirado a mi
esposo con lágrimas en sus ojos, y haberme preguntado si yo podría amarla. El
ciertamente la amaba, pero después que todo terminó, yo no estaba segura.
Una vez que la madre lleva al bebé a la casa, el gozo de tener a su hijo está limitado por
el mito de la sustentación inagotable; como el patrón determina que se debe estar naturalmente
feliz y serena, cada vez que una madre se siente fatigada o resentida por todo lo que necesita el
bebé, cree que es un fracaso. Los sentimientos de una madre incluyen el entusiasmo, pero
también pánico, miedo, ira y desesperación. A veces las necesidades del bebé parecen inal-
canzables, los significados de sus llantos son poco claros, o necesita algo justo cuando sus
padres están exhaustos o a punto de dejarle por primera vez. Cuando una mujer tiene estos
sentimientos normales, no se siente como una madre natural.
Cuando el hijo crece, la madre continúa preocupándose, sus sentimientos negativos no
desaparecen y nunca siente que sabe de una manera inmediata y natural qué hacer por su hijo.
Cuando no sabe de un modo intuitivo qué necesita su hijo, la madre se siente menos angustiada,
porque después de todo, es un miembro del otro sexo. Cuando se halla perpleja ante qué hacer
por su hija, se siente peor porque cree que no tiene "excusa".
Roxanne, cuya hija tiene ahora cincuenta años, fue enfermera de cirugía antes de
casarse. Ella recordaba intensamente, como la mayoría ele las madres incluso décadas después,
cómo sintió su maternidad:
¿Tal vez pensabas que la combinación de ser mujer y de haber sido enfermera
durante ocho años antes de que mi hija naciera me convertía en una madre perfecta? ¡No
tuve esa suerte! Cuando lloraba, no sólo sentía pena por ella porque no sabía cómo
ayudarla, sino que me sentía avergonzada porque toda esa comprensión de mi bebé no
surgía de un modo natural. Me sentía avergonzada de contarle a alguien lo poco que
pensaba que estaba haciendo bien con mi hija.
Cuando la niña tenía seis semanas, Roxanne la dejó con una niñera por primera vez y fue
a su club de bridge. Dos miembros de su club tenían bebés un poco mayores, por lo tanto
Roxanne esperaba que ellas pudieran darle algún buen consejo:
Describí los gritos incesantes que mi hija había dado la tarde anterior. Las otras
madres dijeron que sus bebés no hacían eso, y una explicó, "Cuando mi bebé llora, puedo
determinar siempre si tiene hambre o si necesita que le cambie el pañal." Me sentí
mortificada. ¡Me sentí tan incapacitada!
En esa misma semana, la madre y la suegra de Roxanne fueron a visitarla. Aunque se

sintió agradecida por el diagnóstico de su madre de que los gritos del bebé se debían a cólicos,
se sintió avergonzada porque ella no lo había sabido por sí misma. Por fortuna, como explicó
Roxanne:
Poco después que mis visitantes partieron, una de las integrantes de mi club de bridge me
llamó para confesar que su bebé, también lloraba todos los días a las cinco de la tarde, y
que ella no tenía la menor idea de qué hacer. Ella no había querido admitirlo delante de
las otras mujeres.
Ni Roxanne, ni su compañera de bridge se dieron cuenta de que para ninguna mujer los
conocimientos necesarios para la crianza de un bebé surgen naturalmente. Las comedias de
televisión muestran que las madres conocen todas las respuestas y consiguen el equilibrio
perfecto entre animar la autonomía de los niños y establecer límites, entre amarlos y dejarlos ir.
Si las madres pueden ser tan sabias, la hija se pregunta, ¿por qué no la mía? ¿Por qué a me-
nudo ella se equivoca? ¿Por qué me vuelve loca? Cuando las hijas crecen, sintiéndose infelices o
confusas o asustadas, a menudo culpan a las madres, que se suponía debían protegerlas del
dolor y enseñarles cómo ser felices.
¿Cómo crea este mito una barrera entre madres e hijas? En el nivel mis simple, una hija
es capaz de resentirse porque su madre no puede hacer todo bien, porque no siempre sabe de
un modo instintivo lo que ella quiere, y porque no siempre es la madre perfecta. Después de todo,
cómo la hija va a saber que su madre no es peor que otras, si la mayoría de las madres tratan
esforzadamente de ocultar sus debilidades. Y por su parte, una madre se resiente porque su hija
tiene necesidades que no puede satisfacer, porque esto muestra que no es por naturaleza una
madre maravillosa.
Precisamente como se supone que la sabiduría maternal viene de un modo natural, pocas
madres dicen a sus hijos lo difícil que puede resultar. Esto me ha preocupado durante muchos
años —desde que tuve hijos— y me he tomado la molestia de decir a mis hijos que no siempre
sé qué está bien y que no siempre sé qué hacer por ellos. Aún así, se sorprenden cada vez que
digo, "Bueno, en verdad me he hecho un lío. Tomé la decisión incorrecta en esto." En una cultura
en la que se subestima la maternidad, es poco probable que otra persona excepto la madre
enseñe a los hijos cuánto esfuerzo e incertidumbre implica su tarea. Por eso tanto las hijas como
los hijos crecen pensando que ser madre es algo supuestamente fácil. No vemos su lucha, sus
imperfecciones y sus incertidumbres humanas; sólo vemos a una mujer que no se ajusta al
modelo de madre abnegada, serena y sabia. Y a menudo, tomamos a mal que ella haya
fracasado.
Como hijas adultas, cuando nuestras madres no tienen todas las respuestas, cuando no
pueden hacer las cosas "mejor", sentimos vergüenza porque son incapaces o creemos que
sabían qué hacer pero nos decepcionaron por no hacerlo por nosotros. Una hija llamada Cyndi
describió su experiencia:
Cuando mis hijos tenían tres y cuatro años, mi ex jefe me ofreció devolverme mi
antiguo trabajo. Me emocionó —pero como era un trabajo de tiempo completo, iba a
significar llevar a mis hijos en una guardería. Le pregunté a mi madre lo que pensaba, y
quería con desesperación que ella me indicara cuál era la decisión correcta. Ella dijo,
"Serás más feliz si trabajas, y eso sería bueno para los niños. Pero puedes perder muchos
momentos importantes con ellos si estás fuera de casa ocho horas cada día."
Sólo me presentó los pros y los contras pero no me dijo qué hacer. Yo estaba
furiosa con ella. Pero luego me di cuenta de que no estaba enfadada con mi esposo
porque se había negado a tomar la decisión por mí. Como ella era mi madre esperaba que
ella supiera qué era lo correcto.
Mito Cuatro: Las madres (y las hijas "buenas") no se enfadan

El enfado presenta un problema especial en las relaciones entre madres e hijas. Por un
lado sabemos que el enfado es una parte natural de toda relación íntima, por otro lado creemos
que el enfado no es femenino. En otras palabras, se supone que madres e hijas no deben
enfadarse y desde luego no las unas con las otras; si lo hacen, entonces al menos una de ellas
es mala. De acuerdo con la visión idealizada, la relación madre-hija es mutuamente afectuosa,
dulce y generadora de apoyo, no hay lugar para el enfado. En contraste, mostrar enfado es
consecuente con la imagen masculina, incluso la fortalece. La hostilidad padre-hijo se considera
como competencia saludable o agresividad masculina. El enfado de la hija con el padre es
todavía tabú. En un seminario, Mary Ellen de 52 años reconoció:
Volviendo atrás, puedo ver que mi esposo y yo siempre reprendimos con más
dureza a nuestra hija cuando se enfadaba conmigo que a nuestro hijo cuando contestaba
mal a su padre. Parecía mucho más inapropiado cuando ella actuaba de ese modo.
El mensaje de que "las mujeres no se enfadan" ayuda a afianzar la idea de que nosotras,
las mujeres, sustentaremos a otros: mostrar enfado no sirve de apoyo. Y como con las otras
reglas sociales, la madre es la que enseña a la hija a reprimir el enfado. Algunas veces lo hace
como una orden explícita: "No te enfades. Las niñas buenas no se enfadan." A veces transmiten
su mensaje a través del elogio —diciendo a una hija que es maravillosa porque se queda en casa
en lugar de ir a una fiesta, sin quejarse, para cuidar a su hermano menor. Nietzsche escribió que
"Un elogio es más impertinente que un reproche", y que ciertamente podemos aplicar a la
relación madre-hija: aunque el elogio de la madre pueda hacer sentir bien a su hija, la irrita al
mismo tiempo porque lo obtuvo aceptando límites a su libertad.
Si bien una hija puede sentirse una verdadera mujer por no enfadarse y por concentrarse
en las necesidades de otras personas, es probable que se resienta porque su madre le quite la
capacidad de defenderse y protegerse a través del enfado cuando es necesario. El conflicto entre
mantener su integridad expresando un enfado justificado y protector y conservar la aprobación de
su madre divide a la hija.
Precisamente porque el enfado ha sido tan prohibido en las mujeres, a menudo se vuelve
el centro doloroso de las relaciones madre-hija. Discutir con tu madre por ropas o cortes de
cabello es una parte difícil pero esperada de tus interacciones con ella; la relación se vuelve muy
dolorosa cuando se carga de un intenso enfado que no se supone que exista en absoluto. Por lo
tanto madre e hija comienzan a sentir el dolor por la presencia de sentimientos hostiles entre
ellas; luego tienen que enfrentarse al problema secundario de conocer que estos sentimientos
están prohibidos.
A la madre le preocupa que una hija que no aprende a reprimir su enfado se convierta en
signo de que la madre es un fracaso y de que la hija no haga las cosas bien en el mundo. Una
madre que ha pasado muchos años reprimiendo su propio enfado se sentirá muy intranquila al
ver que su hija lucha por controlar sentimientos similares; la expresión de enfado de la hija induce
a la madre a expresar su propio enfado.
Por desgracia, deseamos alejarnos de quien logra obtener nuestros sentimientos
prohibidos; tememos que saquen fuera lo peor de nosotros. Una madre de mediana edad
llamada Judith dijo en una de mis clases:
Durante el primer año después que mi hija se separó de su marido, no pude
soportar estar cerca de ella, porque estaba muy cargada de hostilidad. Creía que ella tenía
el derecho de estar furiosa con él, porque le había sido infiel varias veces, pero no sentía
estar cerca de ella. Una razón era que me volvía más irritable con mi marido cada vez que
veía a mi hija. Simplemente me enfadaba mucho por algunas de las cosas que los
hombres hacen a las mujeres, y eso hacía más difícil para mí ignorar la falta de afecto de
mi marido hacia mí.
Cuando, como resulta inevitable en toda relación, el enfado surge entre madre e hija,
ambas tratan de entender por qué no están cumpliendo con el ideal. Cada una puede culparse a
sí misma o puede culpar a la otra. Ninguna de las dos es una alternativa atractiva y ambas están
mal encaminadas, pues el problema quizá no viene de dentro de ellas; es arrojado sobre ellas por
la sociedad. Cuando sentimos que tenemos que reprimir cualquier sentimiento por otra persona,
el tiempo que pasamos juntos es tirante. Pero la tensión en sí misma es inconsecuente con la
visión popular de la pareja ideal madre-hija. La hija de una típica pareja madre-hija asistió a una
de mis conferencias públicas y describió esta experiencia:
La primera vez que vine a casa de visita desde la universidad —para Navidad—
tanto mamá como yo esperábamos que las cosas se desarrollaran sin tropiezos.
Habíamos peleado como el perro y el gato durante mi último año de escuela secundaria,
pero las dos le echábamos la culpa a nuestra tristeza porque iba a irme de casa. Ahora
que vivía en otro estado, las dos supusimos que nuestra etapa combativa había termi-
nado.
¡Para nada! Nos peleamos de un modo horrible en esa primera visita, y nos
turnamos para culparnos de todo lo que pasó y para sentirnos culpables nosotras mismas.
Fue tan malo que no intenté ir de visita a mi casa hasta finales de agosto, cuando mi
trabajo de verano terminó. ¡Ella no me pidió que la visitara antes!
Cuando aprendemos a reprimir una emoción, sentimos con intensidad que si alguna vez lo
expresamos, algún desastre nos caerá encima. En el caso del enfado de las mujeres, no sólo
tememos ser consideradas poco femeninas si expresamos ese sentimiento sino que creemos
que nuestro enfado es destructivo: después de todo, si nuestras madres no pueden aceptar
nuestro enfado, entonces ¡qué peligroso debe ser!
Antes en este capítulo, mencioné que madre e hija temen que expresar afecto hacia la
otra haga más difícil reprimir esos sentimientos en presencia de hombres, y que ellos puedan
considerarlas como "excesivamente emocionales" o que puedan sentirse celosos ante nuestra
proximidad. El enfado madre-hija pone en peligro nuestras relaciones con los hombres en, al
menos, dos formas:
1. Muchas veces un hombre no puede soportar ver a una mujer enfadada, incluso
si no es él el motivo de su enfado, porque esto choca con su ideal de feminidad.
2. Una vez que la madre y la hija se enfadan, esa energía puede volverse en contra
de los hombres que las tratan mal; por eso, para muchos hombres, la presencia de una
mujer que esté enfadada por cualquier razón les recuerda lo precaria que su posición
sería si ese enfado se dirigiera a ellos.
Las mujeres sienten la molestia que su enfado genera en la mayoría de los hombres (esa
es una razón por la cual las mujeres sonríen tanto, incluso cuando no están contentas), por eso
las mujeres que quieren tener relaciones íntimas con hombres pueden expresar temor por el en-
fado que sienten por sus madres. Dana, 31 años, pensaba de ese modo, y en su caso para nada
atípico, veía dos peligros: que su marido se sintiera incómodo por su enfado contra su madre y
que su marido y su madre se unieran contra ella.
Cuando mi esposo y yo nos comprometimos, odiaba que nos viera a mi madre y a
mí juntas, pero me llevó un tiempo entender por qué. Finalmente comprendí que, cuando
él estaba a mi lado, ella tenía tantas ganas de que nos casáramos que se unía a él,
aceptaba todo lo que él decía, me hacía servirle cuando estábamos a la mesa y hacía una
representación mayor de lo habitual para servir a mi padre en todas las formas posibles.
Yo me sentía furiosa con ella por ser tan servil, y sólo hace poco he comenzado a
perdonarla, porque ahora entiendo que sólo estaba haciendo lo que le habían enseñado
que una buena mujer debía hacer.
Pero parte de mi enfado con mamá se debía a que yo no quería servir a mi marido
de pies y manos, y cuando nos comprometimos él estaba justamente esperando que yo
hiciera eso. Y ahí estaba mamá, haciendo lo que George quería que yo hiciera, pero de lo
que yo estaba tratando de escapar. Era bastante complicado, porque yo quería que tanto
mamá como George me amaran, pero pienso que sentía que estaban de algún modo
unidos el uno al otro contra mí. Y cuando los tres estábamos en la misma habitación, me
irritaba con mamá y luego George me decía que no debía enfadarme tanto con ella. Por
supuesto, él decía esto en parte porque, de un modo gracioso, ella y él estaban del mismo
lado. Si hubiera sido capaz de descifrar por qué estaba tan enfadada, habría desvanecido
sus esperanzas de tener una esposa obediente.
Para mantener una perspectiva apropiada, debemos comprender que la hostilidad entre
madres e hijas a menudo se exagera. De hecho, la investigación más reciente ha mostrado que
en la adolescencia temprana la mayor disminución en la hostilidad padre-hijo, en general, se
produce en la relación madre-hija, e incluso antes de esa disminución, la mayoría de estas
relaciones son descritas como "menos positivas" en lugar de francamente negativas. La inves-
tigación también muestra que las hijas adolescentes tienden a confiar "mucho" en sus madres y
poco o nada en sus padres. La hostilidad madre-hija a menudo se exagera porque hasta un poco
de lo que está prohibido tiene una gran importancia.
¿Adónde vamos desde aquí?
Reconocer los mitos referidos a madres e hijas, y las muchas formas que asumen en
nuestra cultura cotidiana, es esencial para mejorar nuestras relaciones. Para la mayoría de las
mujeres, entender que nuestras madres fueron vehículos involuntarios que transportaron mitos
culturales a nuestros corazones y mentes es mucho mejor y más poderoso que creer que
nuestras madres de un modo consciente, voluntario, como individuos no afectados por las
presiones sociales, decidieron imponernos los mitos. ¿Qué madre enseñaría por su voluntad a su
hija estos métodos de autodestrucción? Y ¿qué mujer querría tener que responder ante su hija
por haber hecho eso? Sin embargo, muchas madres han sido transmisoras de mitos. El hecho de
que transmitan estos mitos demuestra el poder de la presión social en una cultura que mantiene
a las madres bajo su yugo. (Aun cuando las madres sólo transmiten una parte de los mitos, a
menudo son acusadas de transmitirlos por completo.)
Ver cómo funciona este proceso nos hace más fácil convertirnos en aliadas, rechazar el
ser empujadas la una contra la otra. Cuando vemos que el precio de la aceptación de la sociedad
es nuestra disposición para volvernos en contra y culpar a nuestras madres, es poco probable
que decidamos pagarlo.
Formular preguntas, buscar respuestas

Necesitamos formular preguntas —en nuestras mentes, a nuestras madres y a otras
personas.
• ¿Se mide el éxito o el fracaso de una madre por cómo resulta su hija, en lugar de por sus
esfuerzos o por las fuerzas que intervienen en esos esfuerzos?
• ¿Debe culparse a una hija por la incapacidad de su madre de satisfacer todas sus
necesidades?
• ¿Las madres (o las hijas) son capaces de darse de un modo inagotable? ¿Y es correcto
esperar esto de alguien?
• ¿Alguna mujer es capaz de hacer de un modo natural e instintivo todo lo necesario para
convertirse en una madre perfecta? ¿Y es justo esperar esto de nuestras madres y de nosotras
mismas?
• ¿Es el enfado de las mujeres sano en ocasiones, y debemos esperar que las madres (y
las hijas) siempre repriman su enfado?
• ¿Es posible observar qué factores que impiden el desarrollo de una hija son pasados por
alto cuando se culpa a una madre?
• ¿Cómo dañan las relaciones madre-hija lodos los mitos (le la Madre Perfecta? ¿Hacen
estos mitos algún bien (porque si lo hacen, no arrojemos al bebé con el agua del baño, por
ejemplo, alentemos a madres e hijas a ser sustentadoras, pero dejemos de esperar que ellas lo
hagan sin cesar)?
La larga historia y el poder de los mitos los hacen difícil de superar. Sin embargo, madres
e hijas se sienten animadas a hacer el esfuerzo cuando comienzan a ver la diferencia que se
produce en la relación. Una pareja madre-hija, Lydia y Shelley, que aprendieron cómo el mito del
sustento inagotable creaba una barrera entre ellas, me escribieron en forma conjunta una carta
en la que decían:
Cada una de nosotras había sentido que la otra esperaba demasiado, pero no nos
habíamos dado cuenta de que nosotras mismas también habíamos cometido ese error.
Ahora cuando cualquiera de nosotras siente que la otra la ha decepcionado, nos
detenemos a preguntarnos a nosotras mismas —y luego a la otra—: "¿Estaba esperando
otra vez tu aprobación total?" Y, en general, es verdad.
Sólo formular la pregunta resuelve la mayoría de los problemas, porque cuando lo
pones de ese modo te das cuenta de lo poco realistas que son las expectativas. Además,
ambas somos adultas ahora y en realidad no necesitamos la aprobación total de nadie.
Pero, de algún modo, ser capaz de decir, "Quería tu apoyo al cien por cien", mejora las
cosas. Por un lado, la otra persona puede decirte que en verdad te apoya de un modo
sincero, aunque estés muy insegura para darte cuenta. O puede decirle qué prejuicios
tiene respecto de tu amante o tu vestido o tu trabajo y puedes sacar todo fuera. Conocer
las preocupaciones de la otra persona es siempre mejor que sólo sentir que ella no te está
dando todo.
Otro ejemplo de una madre y una hija a las que el examen de un mito ayudó a eliminar
una barrera es el de Stephanie, de 37 años, y su madre, Ruth. Stephanie me contó una
conversación en la cual las dos hablaron de su miedo al enfado:
Cuando le dije a mi madre que estaba por terminar con mi carrera como ama de
casa todo el día y que iba a trabajar como investigadora de mercado, se volvió muy fría
conmigo. De hecho, parecía estar furiosa. Por lo tanto, durante los primeros seis meses de
trabajo, nunca hablé con ella al respecto. Finalmente, me preguntó cómo andaban las
cosas en el trabajo, pero yo tenía tanto miedo a su enfado que me quedé muda. Entonces
se enfadó porque no le respondía. Todo lo que logré decir en ese momento fue: "¡Pienso
que en realidad no quieres escuchar!"
Se quedó atónita. "¿De dónde has sacado esa idea?", me preguntó. Le dije que
había pasado los últimos seis meses pensando que ella estaba enfadada conmigo por
haber conseguido un empleo y por no estar en casa cuando los niños volvían de la
escuela. Entonces, pareció muy aliviada y me explicó que lo que yo había interpretado
como enfado conmigo, en realidad era enfado por el tiempo que ella había perdido en
buscar empleo cuando mi hermano mellizo y yo entramos en la escuela secundaria. Papá
no quería que ella trabajara, por eso esperó hasta que entramos en la universidad y
cuando por fin comenzó a trabajar pasó los momentos más felices de su vida. Siempre se
había sentido amargada por los cuatro años que había pasado sentada en mi casa,
mientras mi hermano y yo estábamos en la escuela y en actividades extraescolares, papá
estaba en el trabajo, y ella sin hacer nada excepto obras de caridad de las que no
disfrutaba y sintiéndose inútil.
Cuando Stephanie y Ruth hablaron, se dieron cuenta de que Stephanie había sentido que
el enfado de su madre hacia ella era completamente desolador. Ruth no había tenido ni idea de
que Stephanie pensaba que estaba enfadada con ella (cuando en realidad estaba enfadada con
su propia historia), ni de que a Stephanie le importaba mucho que estuviera enfadada. Hablar de
la inaceptabilidad del enfado de las mujeres en general y del miedo particular de Stephanie al
enfado de su madre, eliminó el poder del mito.
Lo que madres e hijas en estos dos ejemplos fueron capaces de hacer fue legitimar la
humanidad básica de las mujeres. Lo hacemos creyendo —y ayudando a otras personas a ver—
que nadie puede ser una madre perfecta, que incluso los hijos de madres maravillosas pueden
salir mal, que nadie puede ser una fuente inagotable de sustento y que madres e hijas pueden
tener toda una gama de sentimientos, incluyendo el enfado. El movimiento feminista ha ayudado
a realizar parte de esta educación, por un lado mostrando a las mujeres la injusticia y la
imposibilidad de vivir de acuerdo con los estereotipos femeninos tradicionales y por otro
mostrándonos que tenemos legítimas razones para estar deprimidas y enfadadas. Pues, aunque
muchas de nosotras nos sentimos ahora menos avergonzadas y ponemos menos excusas
cuando estamos enfadadas o tenemos algún otro tipo de imperfección, reduciendo el tabú contra
el enfado de las mujeres y reduciendo los requisitos de perfección en las mujeres en general, no
hemos necesariamente suprimido nuestros puntos de vista respecto de las madres o debilitado el
tabú contra el enfado hacia o de nuestras madres. La visión idealizada del amor perfecto y puro
que se supone debemos tener por nuestras madres, más el precepto de honrarlas, se combinan
con la apreciación genuina de lo que han hecho por nosotras, y todo eso hace que nos sintamos
terriblemente culpables cuando nos enfadamos con ellas. A la inversa, la visión idealizada de
cómo se supone que las madres deben actuar -más el precepto que establece que deben ser
siempre perfectas, amorosas y gentiles-hace que se sientan muy culpables respecto a lo que
consideran como su "fracaso".
Contrastar las expectativas relacionadas con la madre t y las relacionadas con el padre
puede ayudar a las hijas que quieren tener una perspectiva más realista. La mayoría de las hijas
reconoce que esperaban más sustento y apoyo, mejores consejos, y menos enfado de sus
madres que de sus padres. Nuestras relaciones madre-hija pueden mejorarse cuando ambas
reconozcamos la injusticia de esta disparidad y modifiquemos nuestras expectativas de acuerdo
con eso. (El doble criterio en las expectativas se discute en el Capítulo 5.)
Como si los mitos de la Madre Perfecta no causaran suficientes problemas a madres e
hijas, están también los mitos de la Madre Mala, que son el tema del siguiente capítulo y que
también necesitan ser comprendidos para eliminar las barreras entre madres e hijas.
5.- LOS MITOS DE LA MADRE MALA
MIENTRAS LOS MITOS de la Madre Perfecta establecen patrones que no todas las
mujeres pueden satisfacer, los mitos de la Madre Mala hacen que el comportamiento ordinario de
las madres parezca peor de lo que es en realidad. Con la ayuda de los mitos de la Madre Mala,
exageramos las faltas reales de nuestras madres y transformamos sus características normales o
no-demasiado-malas en monstruosidades.
No hay dudas de que hay otros, pero los cinco mitos de la Madre Mala más importantes
son:
• Mito Cinco: Las madres son inferiores a los padres.
• Mito Seis: Las madres necesitan el consejo de los expertos para criar niños saludables.
• Mito Siete: Las madres son pozos sin fondo de necesidades.
• Mito Ocho: La proximidad madre-hija no es saludable
• Mito Nueve: Las madres son peligrosas cuando tienen poder.
Mito Cinco: Las madres son inferiores a los padres
El mito de que las madres son inferiores a los padres es quizás el más extendido de todos
los mitos referidos a las madres. En el Capítulo 4, vimos cómo, porque tenemos expectativas
más elevadas respecto a las madres que a los padres, somos proclives a criticar a nuestras
madres por no ser perfectas pero apreciamos a nuestros padres por sólo intentarlo. El mito de la
inferioridad de las madres toma muchas otras formas también. Por ejemplo, aunque el trabajo
tradicional de la madre —criar a los niños, limpiar la casa, cocinar y supervisar la dinámica de la
familia— no recibe paga y no es apreciado, el principal trabajo tradicionalmente del padre es
ganar el pan, que por definición es un trabajo remunerado. (Como mencioné antes, el respeto y la
honra de su familia que se supone compensan a la madre por su falta de remuneración rara vez
se manifiestan.)
El mito de la inferioridad de la madre lleva a las mujeres a ser el blanco de la conducta
violenta de sus esposos o sus hijos mayores con mucha más frecuencia que los hombres de los
ataques de sus esposas o hijos. Más aún, se presume que las mujeres víctimas se han "infligido
la violencia a ellas mismas", mientras que los hombres-víctimas se consideran blancos
inmerecidos, dignos de nuestra simpatía.
El sexismo comienza en casa

El mito de la inferioridad de las madres conduce a las hijas a pensar despectivamente
tanto de las madres como de ellas mismas; a menudo, sabemos, las mismas madres han
colaborado en adoctrinar a sus hijas en el mito. Nosotras, hijas, nos resentimos con las madres
por ser las portadoras de las malas noticias respecto a nuestra (y su) supuesta inferioridad; no
nos damos cuenta de que ella nunca supo que había otra posibilidad. Nadie le enseñó a cuestio-
nar la inferioridad de las mujeres. Esclavas, después de todo, enseñan a sus hijas a ser esclavas
obedientes porque quieren que sobrevivan.
Como vimos en el Capítulo 4, las madres han sido presionadas para que alienten a las
hijas a aceptar su inferioridad, a establecer "de un modo realista" metas modestas, a desarrollar
la suficiente humildad para no asustar a los maridos potenciales. En su intento de ayudar a las
hijas a sobrevivir en un mundo cruel, muchas madres las instruyen en el mito de la inferioridad
femenina y les enseñan a aliarse con los hombres en lugar de con sus madres o con otras
mujeres.
Cuando yo era una adolescente que se enfrentaba a un dilema moral, mi madre hablaba
conmigo y luego decía: "Cuando tu padre venga a casa, pregúntale a él. El siempre sabe qué es
lo que se debe hacer." Mi padre siempre ha tenido altos patrones morales, pero también mi
madre; por desgracia, debido a lo que mi madre decía, crecí pensando en él, y no en ella, de este
modo.
Flo Kennedy dice que el mito de que los "hombres-son-mejores" hace posible lo que ella
denomina la "hostilidad horizontal":
Si tienes la sensación de tu propia indignidad, entonces alguien de tu clase o tu
raza o tu religión no es alguien a quien seguir. Esta es una de las bases de la patología de
las mujeres que dicen: "No me llevo bien con mujeres. Me llevo bien con los hombres; son
superiores, por lo tanto si me llevo bien con ellos yo soy superior; he dejado atrás a toda
mi clase."
Como se supone que madre e hija deben idolatrar al esposo/padre, pueden separarse al
competir por su atención y pasar por alto el valor de la otra. En relación con esto, una mujer me
escribió: "Todas podemos parecer inteligentes si nos ponemos del lado de nuestros padres y en
contra de nuestras madres. El padre que invierte menos esfuerzo en la familia se expone menos
a ser juzgado por su familia." El padre típico pasa menos tiempo y usa menos energía emocional
en la familia, y su distancia conduce a que los niños y su esposa lo idealicen voluntariamente —el
padre racional, el padre que pertenece al mundo "real", público, alejado del hogar.
Incluso en familias con madres fuertes, el mito de la inferioridad femenina se ha
perpetuado, aunque se han requerido algunas controversias psicológicas sustanciales. Una vieja
amiga me contó cómo sucedió esto en su familia:
Mi madre era una mujer asombrosa. Crió a cuatro hijos virtualmente sola y eso
incluyó tejer todos nuestros jerseys, hacer todo el trabajo de la casa y la comida, mientras
comenzaba un negocio de pedidos por correo que terminó funcionando muy bien. Papá
trabajaba todas las noches hasta después de la cena y trabajaba medio día los sábados.
En parte gracias a mamá, nunca la consideré una trabajadora, pues siempre nos aclaró
que papá trabajaba mucho.
Cuando papá iba a llegar a casa todas las noches, nos hacía lavar la cara y
tranquilizarnos. Su regreso nocturno era un acontecimiento —porque ella lo convertía en
eso—. Pero nadie hizo eso por ella. Cuando papá se quedaba dormido leyendo el
periódico vespertino, ella nos hacía estar callados por respeto a lo mucho que él
trabajaba. Pero en raras ocasiones ella dormía una siesta. El no hacía eso por ella. Hasta
el funeral de mi madre —cuando el ministro habló de su fuerza remarcable y su energía—
no me di cuenta de la visión poco equilibrada que tenía del valor de mis padres.
Las mujeres de manera tradicional se han sentido aliviadas y encantadas cuando su

primer hijo es un niño. Es probable que la sensación de valía personal aumente más al dar a luz
un varón que una niña. Muchas mujeres —en particular en ciertas subculturas— saben que sus
maridos se sentirán decepcionados si su primer hijo es una niña, que probablemente no lleve el
nombre de la familia patriarcal, que no será una evidencia tan poderosa de la virilidad del padre.
(La obra de Thomas Babe, A Prayer for My Daughter, Una Oración por mi Hija, incluye un retrato
dramático de esta preocupación.) Palabras como "orgullo y alegría" tienden a aparecer en las
tarjetas de salutación por el nacimiento de niños y "pequeña y dulce" en las destinadas a las
niñas.
Una mujer importante de negocios, que era hija única, me contó la siguiente historia.
Nunca se le había ocurrido que sus padres podrían haber preferido un hijo varón o que lo
hubieran valorado más que a ella. Cuando tenía unos veinte años, asistió a una fiesta con su
madre, y surgió el tema de los abortos naturales. Una mujer contó que otra acababa de perder un
niño y la madre de la mujer de negocios comentó: "Bueno, yo conocí a una mujer que tuvo una
verdadera tragedia: perdió un bebé, ¡y era un niño!"
Las ramificaciones son particularmente serias cuando la decepción de una madre por
tener una hija interfiere con su capacidad para cuidarla. El mundo de un bebé depende mucho
del tratamiento del que lo cuida —y en esta cultura, "el que lo cuida" significa en principio la
madre.
Es probable que una madre que se siente decepcionada por tener una niña la sostenga
con menos afecto, con menos frecuencia, responda con menos sinceridad a su primera sonrisa o
que sea menos paciente cuando cree problemas que si el bebé fuera un niño. En muchas
madres, esta decepción inicial se desvanece cuando comienzan a disfrutar de la vivacidad de su
bebé, pero en algunas persiste para siempre.
Aún hoy, los padres con hijos de ambos sexos a menudo tratan a los varones de un modo
diferente, estableciendo menos límites a la conducta del niño y haciéndoles menos peticiones de
que se ocupen de los otros. Según Judith Arcana, "el comportamiento [de los niños] puede
desviarse del comportamiento tipo apropiado mucho más que el de las niñas y aún ser
aceptable." Cuando la hija ve que su madre trata a su hermano de un modo diferente, a menudo
cree que es porque la quiere menos. Esto le da una razón más para sentirse enfadada y
traicionada por ella.
Si cuando eras niña fuiste subestimada a causa de tu sexo, después quizás hayas
comprendido por qué no fuiste aceptada de un modo sincero, pero para entonces ya habrá sido
hecho mucho daño. Las semillas de una escasa autoestima se implantan con asombrosa firmeza
en los primeros años de vida, cuando una niña se encuentra como alguien que no es fuente de
orgullo, que no es valorada; luego, enfadada por sentirse inferior, a menudo vuelve su furia contra
la madre, que estuvo allí todo el tiempo y no pareció valorarla.
La película Nuts (Nueces; Me quieren volver loca), en la cual el personaje interpretado por
Barbra Streisand ha sido objeto de abuso sexual por su padrastro, refleja el peor daño que puede
causar el mito de la superioridad masculina. Por este mito, la madre creía que tenía que tener un
hombre en la familia. La película muestra que, hasta que la hija creció, la madre no tuvo concien-
cia del abuso, en parte porque su marido había tomado medidas extremas para mantenerlo en
secreto. Aún más, su primer marido las había abandonado, y ella estaba aterrorizada de perder al
segundo. Se consideraba sin valor porque su primer marido no la había querido y creía que su
hija necesitaba una figura paterna; para persuadir a su nuevo hombre que se quedara con ellas,
trató desesperadamente de complacerle y de protegerle de toda tensión y todo requerimiento.
Cuando su hija comenzó a faltar a la escuela, a volverse promiscua y a usar drogas, se sugirió
terapia familiar. Pero el padrastro temió que en la terapia se revelara su secreto, por lo tanto
inventó excusas para evitarla, diciendo que su hijastra era el problema, no la familia. Para no
enfadarse con él, la madre aceptó su punto de vista.
Esta película presentaba un aspecto de la vida real. En familias plagadas por el incesto, el
padre intenta evitar la responsabilidad e intimida tanto a la madre como a la hija. Lo mismo es
verdad para los padres que tiranizan a sus familias de otros modos. En el proceso de crear y
preservar una familia de tipo tradicional —es decir, para mantener un hombre adulto en la casa y
para proteger la reputación del padre— a menudo sufren la seguridad psicológica y física de la
madre y la hija. Por desgracia, esto da a la hija más razones para sentirse decepcionada por su
madre.
Algunas de las consecuencias más serias del mito de la superioridad masculina radican en
el hecho de que madres e hijas se separan por la alianza que forman una o las dos con un
hombre, sin importar si él está o no en lo correcto. Una mujer a la que llamaré Maureen se había
esforzado para superar la distancia emocional entre su madre viuda, Ruth, y ella, y parecía estar
logrando un cierto éxito.
Entonces Marren supo que su hermano, Ben, se había convertido en un jugador
empedernido y estaba endeudando a su familia. Ben no quería que su esposa consiguiera em-
pleo, por lo tanto era el único que ganaba el pan para mantenerse, y mantener a su esposa y sus
tres hijos.
Maureen no escatimó esfuerzos para apoyar los intentos de su cuñada de llevarse a los
niños y dejar a Ben, pero Ruth se negó a creer la verdad respecto a su hijo y condenó con enfado
los intentos de Maureen de cuidar a sus sobrinos. De acuerdo con Ruth, Maureen —no Ben—
estaba equivocada. Tan grande era la necesidad de Ruth de salvaguardar la imagen de su hijo,
que negaba que Ben fuera incluso capaz de hacer algo malo. Tan profunda era la creencia de
esta madre en la superioridad de los hombres que, en lugar de vivir con la verdad, decidió creer
las mentiras de su hijo ("Es el único hombre que me queda", decía) y censurar los esfuerzos de
Maureen por restablecer la relación madre-hija.
Incluso cuando los hombres son a todas luces deficientes —debido el uso de drogas,
abuso o separación emocional extrema— madres e hijas a menudo buscan la aprobación de
ellos, aún cuando tratan de protegerse la una a la otra de los abusos de poder del padre.
Envidia del pene y lástima del pene

En el Capítulo 3 vimos cómo culpar a la madre es una actitud convalidada y reforzada por
las afirmaciones del mundo científico. El trabajo de Sigmund Freud fue ingenioso pero no
probado científicamente; sin embargo, su teoría de la "envidia del pene" ha sido usada con
habilidad para apoyar el mito de la superioridad masculina. Según Freud, todas las mujeres
desean tener un pene y creen que los genitales masculinos hacen a los hombres superiores. Esta
idea se ha convertido en parte de la cultura cotidiana; en fiestas, hablamos como si la envidia del
pene fuera algo dado, como si todas las mujeres lo sintieran.
Freud dijo que las mujeres consideraban a sus madres responsables por la falta de pene.
Para las hijas, argumentaba Freud, la madre es impotente; la hija cree que su madre podría
haberla dotado de pene, pero decidió no hacerlo. Freud sugirió que también la vergüenza de la
niña pequeña por su propia "inferioridad" está conectada con el desdén por su madre: "Desprecio
a mi madre porque ella es como yo, deficiente."
Como la influencia de Freud ha sido tan grande, necesitamos pensar con cuidado acerca
de esto. Lo que Freud llama "envidia del pene" no se refiere sólo a los penes: la decepción de las
hijas por el fracaso de sus madres en darles un pene es menor que su decepción por la
impotencia que sienten si se las compara con los padres, la incapacidad de las madres para
darles poder (comparadas con sus hermanos) y el trato preferencial que reciben sus hermanos.
Más aún, las hijas a menudo se sienten tristes al ver lo limitadas que son las vidas de sus madres
y las elecciones que han hecho y se alarman ante la escasez de posibilidades de sus vidas que
ven en ellas como en un espejo. Como escribió Kim Chernin en Reinvenring Eve, "Cuando la hija
en las encrucijadas rechaza a su madre y elige, en cambio, a su padre, es porque no puede
encontrar dentro del mundo materno una forma de crecer en la promesa completa de su ser
femenino original." Por todas estas razones, entonces, podemos mirar con desprecio a nuestras
madres y a nosotras mismas, y mirar con admiración a nuestros padres y a nuestros hermanos.
El peligro de usar el pene como símbolo de las desigualdades entre madre y padre, entre
hermano y hermana es que hace que las desigualdades parezcan inevitables. Padres y
hermanos seguirán teniendo penes, madres y hermanas no, por lo tanto si el pene fuera el
verdadero tema, podemos creer también que los hombres serán siempre superiores y las
mujeres siempre deficientes. Pero necesitamos recordar que el pene sólo representa el mayor
poder social, político y económico, que ese desequilibrio de poder no es culpa de nuestras
madres y que eso puede ser cambiado.
Incluso cuando pensamos en la envidia del pene en su sentido literal, necesitamos saber
que no todas las niñas sienten esta envidia. Muchos sienten lo que he llamado "lástima del pene".
Algunas personas —de ambos sexos— piensan que los penes son ridículos, tienen un aspecto
extraño, inconsistente, están fuera de control y son vulnerables. En la edad en la que Freud decía
que la envidia del pene aparecía, cuando las niñas de dos a cuatro años se clan cuenta de sus
diferencias físicas con los varones, los niños tienen preocupaciones importantes que conducen a
la lástima del pene —temas relacionados con el control y el autocontrol, la protección de sus
cuerpos y de su intimidad—. Las niñas pequeñas a esa edad pueden verse a sí mismas como
afortunadas; no necesitan tratar de controlar algo que cuelga y se mueve quieras o no quieras, ni
proteger algo que está expuesto al exterior, es sensitivo y duele con facilidad, ni luchar para
mantener la intimidad y evitar la vergüenza respecto a los genitales visibles y fácilmente ob-
servables.
Para muchas niñas pequeñas la lástima del pene es bastante real. Según Simone de
Beauvoir en The Second Sex: "Este pequeño pedazo de carne que cuelga entre las piernas de
los niños es insignificante o incluso ridículo; es una peculiaridad que surge como la de las ropas o
el corte de cabello... También puede suceder que el pene se considere una anomalía; un tumor,
algo vago que cuelga, como quistes, pechos o verrugas; puede inspirar repugnancia."
¿Cómo el concepto de lástima del pene cambia nuestra visión de las posibilidades de la
relación madre-hija? Creer en la envidia del pene, alimenta nuestra creencia de que todas las
hijas se resienten con sus madres por no darles penes, o por no darles acceso al poder social,
que todas las mujeres sienten desprecio por sí mismas y por otras mujeres, y que esto es natural
e inevitable. Pero una vez que comprendemos que la envidia del pene no es inevitable y que las
niñas pequeñas pueden en realidad sentirse aliviadas de no tener un pene, esa justificación para
el resentimiento hacia nuestras madres desaparece.
Como vimos antes, el mito de la inferioridad de las madres subyace en muchos otros
mitos y uno de ellos es el que establece la noción de que sin el consejo de expertos —muchos de
los cuales son masculinos— las madres no pueden criar niños sanos a nivel emocionad.
Mito Seis: Sólo los expertos saben cómo criar niños

La explosión de consejos de expertos en la crianza de niños durante este siglo ha llevado
a las madres a creer que la verdad al respecto está allá afuera en algún lugar, sólo si pueden
encontrarla y logran seguirla. Las madres leen el último libro sobre crianza de niños y encuentran
que deben establecer límites firmes a sus hijos de ocho años, porque los niños se sienten
seguros sólo si saben que no se lo dará rienda suelta a sus impulsos. Aparece luego un nuevo
libro publicado en la prensa.
Las madres lo leen y aprenden que sus límites deben ser muy flexibles, las guías para el
comportamiento de los niños deben ser establecidas mediante consejos familiares democráticos
y los niños deben tener un papel sustancial en la determinación de las consecuencias por no
guardar esas líneas de conducta. Este experto dice que ese método es crucial para ayudar al
niño a desarrollar controles internos y sentir que la madre respeta sus ideas.
Las madres piensan en el desacuerdo aparente entre los dos expertos y concluyen que
los dos están en lo cierto. Los niños probablemente necesiten un poco de cada cosa. Pero...
¿cómo van a decidir cuando su niño necesita cuánto de cada cosa? Las respuestas a estas
preguntas importan mucho, porque la felicidad actual y futura del niño y el éxito de la madre como
tal están en juego. ¿Dónde está el superexperto que les dirá a qué experto seguir ycuándo? Ma-
dres escrupulosas han cometido errores al tratar de seguir los consejos de los expertos, pues
ningún superexperto ha estado a su lado para guiarlas, para decirles: "Ahora estás haciendo
demasiado" y "Ahora no estás haciendo lo suficiente" y ciertamente nunca "¡Ahora estás
haciendo lo justo!"
Los llamados expertos llevan a cabo debates interminables sobre la alimentación con
biberón o la alimentación con el pecho, la alimentación a gusto del niño o la alimentación según
horarios, si se enseña o no al niño a leer antes de primer grado, si se le ponen o no vacunas,
cómo disciplinar mejor al niño, si tener un hijo único es malo o no, si se mete al niño en una clase
de nivel muy alto o no, etc. Una mujer contemporánea de mi madre me dijo:
Un experto instruía a las madres para que se quedaran en la casa con sus niños
hasta que comenzaran el jardín de infancia, otro decía que incluso los adolescentes
necesitan saber que la madre estará en casa si enferman en la escuela y otro decía que
debemos salir a trabajar para que nos sintamos mejor con nosotras mismas como
personas. Con los expertos en desacuerdo y las madres sintiéndonos deficientes, ¿cómo
se suponía que íbamos a tomar nuestras decisiones?
Sobre el tema del bienestar psicológico de los niños, se ha discutido mucho ya en el

Capítulo 2, debido a la actitud de los expertos de culpar a la madre. Incluso cuando no se culpa a
la madre de un modo directo, se la persigue por la tendencia a interpretar la conducta de los
niños como indicadores de problemas. (El pediatra Dr. T Berry Brazelton es una excepción
notable, puesto que en sus libros se ocupa de describir lo amplia que es la gama de la conducta
normal.)
Algunas experiencias de las madres con "expertos" son particularmente desoladoras. En
un estado, un juez dio la custodia de una niña con parálisis cerebral a su padre, alegando con
firmeza que la madre no debía haber tenido un empleo, porque la discapacidad de su hija era una
advertencia de Dios que debía haber reconocido y, por lo tanto, haberse quedado en su casa con
ella. Por otro lado, algunos profesionales hablan con menosprecio de las madres de niños
discapacitados que pasan todo su tiempo enseñando y trabajando con su hijo; catalogan a esas
madres de "excesivamente involucradas" o "insistentes".
Una mujer profesional que conozco llevó a su hija de cuatro años que padecía parálisis
cerebral a una evaluación educativa. El examinador le suministró una enorme cantidad de
pruebas intelectuales y de desarrollo, y encontró que los resultados de la niña abarcaban desde
por encima del promedio a muy superior. Sin preguntar por los antecedentes, el examinador dijo
de manera acusadora: "¡Sin duda ha estado exigiendo mucho a esta niña!" Hasta entonces, la
madre se había sentido culpable por tener una carrera, porque pensaba que quizá debía
quedarse en casa todo el día, enseñando cosas a su hija. Ahora la criticaban como si ella se
hubiera quedado en casa, pero se hubiera excedido en eso. Siempre, parece, se dice a las
madres o que están haciendo demasiado o que no están haciendo lo suficiente, y esto no cambia
fácilmente cuando los niños crecen. Escuchemos a Alexandra, la madre de una niña de catorce
años cuyas notas habían bajado cuando entró en la escuela secundaria:
Mi médico de cabecera me dijo que no le estaba exigiendo lo suficiente a Sally.
"Necesitas estructurarla mejor, imponerle unos horarios regulares para hacer sus deberes,
etc.", dijo. Como pensaba que yo estaba intimidada por Sally, me recomendó a un
psiquiatra que se suponía iba a ayudarme a ser una madre más estricta. Pero el psiquiatra
me dijo: "A Sally le fastidian tus metas excesivamente altas y sus notas más bajas son su
forma de protestar contra eso. Mantente lejos de su trabajo escolar por completo. Ni
siquiera le preguntes si ha terminado sus tareas."
Las ironías implicadas en el mito de que las madres necesitan el consejo de expertos para
criar niños son muchas. Ante todo, como vimos en el Capítulo 4, la mayoría de los profesionales
honestos reconocen con libertad que la conducta humana es compleja y que en general no
pueden explicar por qué un niño de un hogar con problemas puede salir bien, pero un niño que
parece tenerlo todo puede convertirse en un criminal.
En segundo lugar, coexistiendo con y contradiciendo al mito de que sólo los expertos
conocen las respuestas, está el mito de que las madres saben por naturaleza cómo criar niños
(Capítulo 4). La verdad es que ni los expertos ni las madres saben tanto como desean; en gran
medida, todos nosotros lo hacemos a la fuerza y tratamos de aprender de la experiencia lo más
rápido posible. Pero la proliferación de los llamados expertos en educación infantil fomenta el
mito de la Madre Mala, porque hace sentir inseguras a las madres (esto es, a la mayoría de las
madres), les hace creer que sólo los expertos saben lo que es correcto.
Irónicamente, muchos auténticos errores que las madres cometen están basados en los
malos consejos dados por "expertos" o en sus intentos mal encaminados de seguir ese consejo.
Sin embargo no escasean los expertos deseosos de condenar cualquier cosa que hagan las
madres y estas a menudo se sienten muy deficientes. Contaminadas por expectativas demasiado
elevadas y/o tratando de seguir el consejo del "experto", las madres han desarrollado una
ansiedad y una culpabilidad exageradas. Los niños resultan perjudicados por la ansiedad y la
culpabilidad de sus padres —ese es uno de los pocos principios en los cuales los profesionales
de la salud están de acuerdo. Las madres se vuelven ansiosas en relación con sus hijos: en lugar
de confiar en sus instintos y percepciones, se preocupan constantemente en si están haciendo lo
correcto o no. Pero las madres no pueden con legitimidad ser consideradas las únicas
responsables por este daño, pues ellas no establecen los patrones inalcanzables. Ronni es una
madre de 31 años que me contó esta historia:
Cuando mis hijos tenían tres y cinco años, su padre y yo nos separamos, y él no
fue muy bueno en lo referido a visitas o llamadas regulares. Mi pediatra dijo que debía
explicar a los niños que "papá realmente os quiere mucho, aunque no llame", para que
ellos no se sintieran rechazados por él. Pero mi psiquiatra me dijo: "Tu ex marido es muy
egocéntrico, y realmente no ama a nadie excepto a sí mismo. No le digas a los niños que
papá les quiere mucho, porque eso es enseñarles que amar no requiere ninguna muestra
de preocupación por los que uno ama." Me sentí muy confundida porque los dos tenían
razón. Por lo tanto estaba nerviosa todo el tiempo. No sabía cómo hacer frente a la situa-
ción y los niños estaban pasándolo mal por mi ansiedad. La de cinco años decidió que
tenía que cuidarme a mí y seguía preguntándome qué podía hacer para animarme. El de
tres años se convirtió en un verdadero problema de conducta, porque detectaba mi
ansiedad, creo.
La creencia de que sólo los expertos saben la forma correcta de educar niños perjudica
las relaciones madre-hija porque alimenta la creencia de la hija en la incapacidad de su madre.
(Hace lo mismo con los hijos: este mito se aplica tanto a las relaciones madre-hija como a las
madre-hijo). El temor de las mujeres a no ser por naturaleza madres perfectas les impide
compartir con sus hijas sus incertidumbres y su confusión, como vimos antes. De esto resulta que
muchas hijas observan las imperfecciones de sus madres y vean en ella a una mujer que no tuvo
éxito al seguir el consejo de los expertos, en lugar de entender su confusión, su lucha y sus
buenas intenciones. Algunas hijas adultas, a las que no les fue tan bien en la escuela como ahora
piensan que les podría haber ido, me han dicho que consideran a sus madres responsables por
no "hacerme observar las reglas". "Debería haber manifestado un amor más duro", dijo una.
Otras han dicho que sus madres deberían haber seguido el consejo de los expertos y haber
puesto la responsabilidad del trabajo escolar sobre los hombros de los adolescentes. Muchas
mujeres aprendieron a valorar a sus madres más, una vez que ellas mismas tuvieron hijos, a
través de su propia experiencia comprendieron no sólo lo difícil, sino lo imposible que es saber lo
que está bien.
El dolor de las madres que perciben que no están alcanzando buenos resultados en la
educación de sus hijos aumenta al no compartir sobre sus "fracasos" con otras personas. A
cuenta de esto, rara vez las madres han tenido la oportunidad de saber que todas están en el
mismo carro, aterradas ante la posibilidad del fracaso pero bastante convencidas de que eso es
lo que tenían que hacer.
Las hijas no deberían esperar hasta dar a luz para comenzar a entender la frustración de
sus madres frente al mito de que sólo los expertos saben qué hacer. Darse cuenta de lo
poderoso que es el mito, de lo confuso que el consejo del experto puede ser y de lo esforzado del
trabajo de nuestras madres, que tratan de atravesar esa ciénaga, puede acercarnos mucho a la
comprensión y el aprecio.
Mito Siete: Las madres (y las hijas) son pozos sin fondo de necesidades
"¿Qué quiere ella de mí?"
—Numerosos hombres,
respecto de sus esposas,
a través de los años.
Muchas historias e imágenes promueven el mito de que las mujeres tienen necesidades
emocionales inalcanzables y realizan incesantes demandas a otras personas. Las madres, el
mito nos haría creer, extraen de todo el que está a su alrededor el amor, la autonomía y el
respeto. Conocemos los cuentos de la mujer bruja, hechicera, Circe, Escila y Caribdis, y
Cleopatra; el temor de verse haciendo frente a demandas inalcanzables ya lo encontramos en la
Biblia, como en el caso del Eclesiástico: "Y encuentro aún más amargo que la muerte a la mujer,
cuyo corazón seduce y atrapa." Más cerca de nuestros días, Freud escribió que las hijas sienten
una intensa hostilidad hacia sus madres por no satisfacer (como nadie puede) sus necesidades
"insaciables" e "inmoderadas".
Muchos de los problemas en las relaciones humanas se achacan por rutina a la
supuestamente inalcanzable necesidad de afecto de las mujeres. De hecho, las mujeres culpan a
su propia "necesidad" por causar problemas. Rosalie dice esto al referirse a la relación con su
marido:
Sam siempre quiere que sea compasiva y que le sirva de apoyo cuando él está
deprimido, pero cuando yo necesito un poco de compasión y de apoyo, levanta sus manos
y dice: "¿Qué quieres de mí? ¡Nunca nada es suficiente para ti! ¡Nadie puede satisfacer
tus deseos!"
Como los hombres crecen inmersos en el mito de la necesidad de las mujeres y también
se entrenan para ser inexpresivos, a muchos de ellos les preocupa no ser capaces de responder
con amabilidad a la protección que les brinda una mujer (o pueden sentir que no es masculino
hacer eso). Les preocupa, también, porque si no pueden responder de un modo adecuado, ella
los rechace o los abandone. En lugar de reconocer el miedo a su propia incapacidad, muchos
hombres declaran que las necesidades de las mujeres son inalcanzables, perpetuando así el
mito.
Un marido que teme perder a su esposa por su incapacidad emocional a menudo hará
frente a esta situación reclamando interminables demostraciones de lealtad, compromiso y
seguridad por parte de su esposa. Sin embargo la mujer que responde dándole al hombre todo lo
que tiene, es vulnerable a las críticas. Se la cataloga de mujer/madre absorbente, asfixiante, que
abruma a los hombres y a los niños con amor y sustentación mucho más de la que necesitan; la
"seductora" que usa su afecto y su sexualidad para controlar y manejar a hombres y niños. Y
como las niñas y las mujeres absorben las actitudes de los hombres, en parte como una forma de
complacerlos, se ven a sí mismas como lo hacen ellos. Esto refuerza la creencia de que sus
propias necesidades (y las de las otras niñas y mujeres) son exageradas.
Las necesidades femeninas pueden parecer exageradas por otras razones. En general,
las mujeres son educadas para ser más expresivas que los hombres; nosotras mostramos lo que
queremos así como lo que tenemos para dar. Las necesidades masculinas tienden a ser mejor
enmascaradas —y a menudo son percibidas por una mujer (madre, esposa, hija, novia) aún
antes de que el hombre sepa que las tiene. Marnie, una mujer recién casada, me dijo:
Apenas atraviesa la puerta después del trabajo, mi esposo Bart espera que yo sepa
si él necesita hablar o estar solo. Pero cuando le digo que me siento triste porque no se
interesa por cómo me siento yo después de un día en la oficina, dice: "¡.Cómo se supone
que sepa cómo te sientes si no me lo dices?" Más cuando le digo que he tenido un día
difícil me dice que yo no debería atormentarle "mostrando mis emociones por todas
partes."
Las mujeres han sido alentadas a parecer inútiles, necesitadas y dependientes, para
resultar atractivas y poco amenazantes a los hombres. Esto funciona para muchos hombres —
hasta que la necesidad de las mujeres comienza a ponerlos furiosos. Como escribió Suzette en
una carta:
A Allen le encanta sentirse fuerte y protector cuando estallo en lágrimas. Pero
siento que él se permite treinta segundos de compasión y luego espera que deje de llorar.
Si no lo hago, me regaña y se enfurece porque soy un "bebé grande".
Como miembros de un grupo subestimado u oprimido, las mujeres necesitan a veces un

apoyo extra, porque además de lidiar con los problemas ordinarios de la vida cotidiana, tienen
que resolver tensiones nerviosas y heridas extraordinarias. Nuestra cultura incrementa la
necesidad de apoyo real de las mujeres y luego usa esa necesidad para "probar" su
emocionabilidad excesiva. Esto no prueba, sin embargo, la inevitabilidad de las enormes
necesidades emocionales femeninas.
Una razón importante para algunas intensas necesidades de afecto es que las mujeres,
como algunos hombres, fueron sustentadas de un modo inadecuado cuando fueron niñas. Los
terapeutas han informado que este tipo de niños crece sintiendo que nunca pueden ser lo
suficientemente amados. Esto se hace muy difícil, en especial para las mujeres que, se supone,
suministran protección a otros, pese a sentirse necesitadas ellas mismas. Además, diversas
limitaciones desagradables han sido añadidas a las vicias de nuestras madres, incluyendo para la
mayoría de ellas, la falta de una verdadera elección en situaciones tales como casarse o no,
tener hijos o no y quedarse en la casa para cuidarlos o no. Más aún, se consideraba que el éxito
de su matrimonio era en gran parte responsabilidad suya, en lugar de una responsabilidad
compartida con sus maridos.
Estos factores combinados han creado millones de mujeres infelices e insatisfechas.
Como Betty Friedan señaló en The Feminine Mystique, cada ama de casa infeliz en la generación
de nuestras madres pensaba que su infelicidad probaba que era desagradecida, egoísta y poco
femenina; se sentía aislada por ese miedo, porque nadie debía conocer sus "fracasos".
Muchas hijas ahora adultas fueron criadas en este contexto. No es de extrañar, entonces,
que las madres a menudo recurrieran a sus hijas para conseguir atención, apoyo, compañía y, de
un modo indirecto, la confirmación de que eran buenas madres y dignas de afecto. Las hijas, más
que los hijos, eran candidatas a cumplir con estos papeles porque ellas, a su vez, eran criadas
para ser sustentadoras y sensibles a las necesidades de otras personas. De acuerdo con Larissa,
cuya hija es ahora una mujer adulta:
Mi hija fue siempre mi mejor amiga. Fue una oyente muy buena y comprensiva —
incluso cuando era pequeña—. Hemos tenido largas charlas mientras me ayudaba a
encerar el piso o enlatar conservas. No sé qué hubiera hecho sin ella.
La hija en esta situación puede comenzar a esconder sus propias necesidades de

protección, mientras trata de satisfacer las necesidades de su madre; entonces como esas
necesidades son invisibles, quedan en su mayor parte insatisfechas, y la hija siente que la
protección es insuficiente. Cuando la hija crece, ella también, puede convertirse en una madre
que recurra a su hija para encontrar consuelo.
Madres e hijas describen a menudo este desarrollo de los acontecimientos como "Mi
madre es más una amiga para mí que una madre." Una relación así puede proporcionar mucha
proximidad y auténtica comunicación, pero se vuelve un problema si implica una completa
inversión de papeles, de modo que la hija siempre cuide de su madre y nunca a la inversa. Lo
que es más peligroso que un grado moderado de inversión de papeles es la afirmación de los
profesionales de la salud mental que establece que este tipo de sustentación es un signo de
"fusión", una patología, porque ensucia el amoroso dar y recibir que puede caracterizar esta clase
de relaciones madre-hija. (Este punto es el tema del Mito Ocho.)
La inversión de papeles ocurre en parte porque la hija cuida de su madre y en parte
porque, de alguna forma, las madres tienden a proteger a sus hijas menos que a sus hijos. La
psicóloga Elena Belotti dice que las madres enseñan a las hijas que: "Todo está bien en la
medida en que yo tenga que hacer lo menos posible por ti, por eso apresúrate y aprende cómo
protegerte a ti misma." Aunque Renate está ahora llegando a los treinta, sus recuerdos de este
aspecto del trato de su madre todavía son dolorosos:
Cuando tenía siete años y mi hermano nueve, él conseguía más atención de Mamá
que yo —¡incluso cuando yo estaba enferma!— Cuando él estaba enfermo, ella dejaba
todo, le hacía sopa de pollo y se sentaba en su cama, jugando a juegos de mesa y a las
cartas con él. Pero cuando yo estaba enferma, sólo conseguía la sopa. Ella decía, "Renate
es tan buena entreteniéndose sola cuando está enferma..." Realmente no tenía elección,
porque nunca se tomó la molestia de entretenerme.
Sé que Mamá me amaba, y lo sabía entonces. Lo que me dolía no era pensar que
ella no me cuidaba sino sentir que necesitaba de ella cierta atención y que ella estaba
orgullosa de mí por, supuestamente, no necesitarla —sin embargo era un gran placer para
ella dar ese tipo de atención a mi hermano.
Y luego, siempre que Mamá estaba enferma, a mi hermano no se lo podía
encontrar por ninguna parte. Se esperaba que yo cuidara a Mamá, pero nadie me
valoraba por eso. Como ella decía a Papá: "No tienes que cuidarme. Renate es mi hija; se
supone que ella debe ser mi brazo derecho, y lo es." Rebosaba de orgullo cuando decía
eso y yo me sentía al mismo tiempo contenta de hacer lo que ella quería, contenta de ser
su "brazo derecho", pero triste por tener que ser tan adulta todo el tiempo. Nunca me sentí
bien conmigo misma por necesitar que me cuidaran, y me sentía herida porque pensaba
que ella no estaba muy interesada en hacerlo.
Todo momento en que una hija da su protección no la está recibiendo, y esto puede
llevarla a sentir que sus propias necesidades son inalcanzables. Entonces se convierte en madre
de sí misma y luego se supone que debe dar a su bebé la protección que siente que nunca tuvo.
Es como pedirle a una mujer hambrienta que sirva un festín. La hija considera a su madre
responsable por su fracaso.
Además, la presencia de un bebé niña de un modo consciente o inconsciente le trae a la
mente los recuerdos de sus sentimientos infantiles, de modo que su soledad resurge en el mismo
momento en que está tratando de asumir la responsabilidad de su recién nacida. Con esta
combinación de sentimientos puede resultar difícil relajarse y amar a un bebé. Si no se protege lo
suficiente a ese bebé, el ciclo se perpetúa. Una mujer tras otra crecen sintiendo que nunca van a
ser amadas.
Si madre e hija entienden por qué las necesidades de cada una parecen ilimitadas, no se
alejarán por este temor. Pero cuando madres e hijas creen en el mito de la necesidad ilimitada de
las mujeres, se crea una barrera entre ellas; cada una se siente aterrorizada ante la posibilidad
de ser absorbida y utilizada por la otra; y es probable que malinterprete alguna necesidad de la
otra como una necesidad sin límites. Diane y Marie, una madre y una hija que entrevisté,
describieron la forma en que esta dinámica aparecía en sus relaciones:
Diane: Cuando Marie tenía quince años y su primer novio real rompió con ella,
pensé que nunca iba a dejar de llorar. Al principio, la abracé y le di palmaditas en la
espalda, pero después de una hora ella todavía seguía llorando. Me sentí tan inútil. No
sabía qué hacer. Parecía necesitar mucho más de lo que yo le podía dar. Pero ella
siempre había sido así, me necesitaba mucho y yo nunca sentí que cumpliera con mi
deber. A veces, corría a mi habitación y cerraba la puerca. No podía soportar verla cuando
estaba muy necesitada.
Marie: Yo sentía lo mismo respecto a ella. Una noche cuando tenía
aproximadamente siete años, vi a mamá apoyada en papá y llorando. Estaba diciendo:
“Soy una persona miserable, infeliz.” No sé por qué estaba tan deprimida, y ella no me
había pedido ayuda. Pero siempre estaba comentando la gran ayuda que yo significaba
para ella, lo afectuosa y sensible que era y sentía que debía haber sido capaz de hacerla
feliz.
Tanto Diane como Marie cayeron en la trampa común de creer que tenemos que hacer
algo cuando alguien cercano a nosotras está deprimido. A menudo, sin embargo, lo mejor es sólo
estar presente y escuchar, o esperar de un modo comprensivo y cariñoso. Nos sentimos inútiles
si creemos que debemos ser capaces de desvanecer su dolor. Marie tenía una carga añadida:
nadie, tampoco su madre, le había enseñado que no se supone que los niños sean capaces de
resolver los problemas de los adultos.
Transmisión del vacío

Un estudio de casos en el cual participé y que involucraba a cuatro generaciones de
mujeres mostró cómo se transmitía el vacío y cómo se culpaba a las madres y no a los padres.
La razón de la presencia de la familia en la clínica era que la hija de ocho años se sentía
deprimida y el terapeuta jefe quería entender la historia y la dinámica de la familia antes de
recomendar un tratamiento.
Llamaré a la abuela Bree, a la madre Resa y a la hija Rosemary. De acuerdo con la madre
y la abuela, el bisabuelo (el padre de Bree) era jovial y la bisabuela fría y dura. Bree se casó con
Cesar, un hombre cordial pero depresivo. Cuando tuvieron niños, Bree estaba determinada a que
no se sintieran rechazados, como su madre la había hecho sentir; pero fue incapaz de responder
a las necesidades de afecto, pues eligió a su padre como modelo y actuó de un modo jovial y
alegre, pero no cálido. Cuando su hija Resa creció, planificó no tener hijos, porque percibía que,
como su madre, tenía poco amor para ofrecer.
Resa tuvo una hija, sin embargo, y consideró en primer lugar a la niña una molestia, un
obstáculo para la satisfacción de sus propias necesidades. Actuó de acuerdo a las reglas, hizo
algunas de las "cosas correctas", como llevar a Rosemary a que le cortaran el pelo o a comprarle
ropa; pero la relación entre madre e hija estaba básicamente vacía, marcada por frecuentes
explosiones de enfado por ambos lados.
En la conferencia, el psiquiatra jefe culpó de toda la depresión de Rosemary a las
necesidades emocionales insatisfechas de las anteriores generaciones de mujeres, cada una de
las cuales se concentró más en sus propias necesidades que en las de sus hijas. Ni el psiquiatra
ni las mujeres de la familia preguntaron: "¿Dónde estuvo el afecto del padre de Bree? ¿Alguna
vez pasó mucho tiempo con su familia?" ¿Sólo se le recuerda como jovial, en lugar de jovial-
pero-lejano, porque como hombre no se esperaba nada más de él? ¿Y la pasividad y la
depresión de Cesar no contribuyeron a la irritabilidad de Resa, tanto como el estilo frenético y
alegre de Bree? Después de todo, la depresión limita seriamente las fuentes emocionales que
uno puede ofrecer. Bree y Resa tienen una intensa animosidad contra sus propias madres, a
causa de sus "necesidades inalcanzables", y las dos idealizan a sus padres.
Cuando Rosemary comenzó a pasar más tiempo con su padre, que es muy afectuoso, su
depresión comenzó a desaparecer. Sus ojos comenzaron a brillar y se volvió más abierta y
expresiva. Lo que un terapeuta puede aprender de estos casos es que tanto las necesidades de
la madre como las del padre pueden dañar a un niño, y que tanto la capacidad de amar de la
madre como la del padre pueden ayudar. Esta es una lección cuando consideramos que los
terapeutas, en general, involucran a la madre de un niño con problemas en la terapia, pero rara
vez se esfuerzan por involucrar al padre. Este enfoque tradicional exagera el impacto de la
necesidad de la madre y pasa por alto cl potencial de los padres muy afectuosos para satisfacer
las necesidades de los niños.
Mito Ocho: La proximidad de la madre y la hija no es saludable
Las mujeres aman la unión. Pero en una sociedad que siente fobia por la intimidad y
exalta las virtudes de la independencia, vemos de una manera equívoca la unión y la proximidad
como "dependencia", "fusión" y "mezcla". Por c.so a la mayoría de las madres les preocupa
mantener a sus hijos demasiado dependientes de ellas. Cuando su hijo llora al dejarlo el primer
día de jardín de infancia o en un campamento, la madre teme haber fallado; se siente avergonza-
da de la "dependencia" de su hijo y de su "necesidad de atarlo a ella".
Vivimos en una cultura que valora la independencia y la racionalidad sobre la proximidad y
la emocionalidad. Más aún, los hombres son considerados en general independientes y
racionales, mientras que las mujeres son consideradas dependientes, ansiosas de proximidad y
emocionales.
Teniendo en cuenta estas afirmaciones, las relaciones entre dos mujeres son a menudo
consideradas como excesivamente dependientes, porque se presume que las dos tienen un
interés poco sano en la proximidad. En las relaciones madre-hija, el peligro de ser catalogada
como "dependiente" se intensifica todavía más. Un bebé o una niña depende de un modo
inevitable de su madre. Aunque madres e hijas en general se vuelven más independientes
cuando la hija crece, ambas creen en el mito y temen ser criticadas o ridiculizadas por su
"excesiva proximidad". La madre de una estudiante de primer curso de la universidad explicó:
Laura y yo siempre hemos estado muy unidas. Desde que se fue a la universidad el
mes pasado, cada vez que entro en su habitación, me pongo a llorar. Sé que no debería
sentirme de este modo —no debería estar tan deprimida—. Creo que hemos estado
demasiado unidas.
Por desgracia, nadie le aseguró a esta madre que su reacción era una respuesta humana
normal ante la separación de un ser querido, no un signo de "demasiada" proximidad.
De manera similar, la madre cuyo niño llora el primer día de escuela, recuerda su propia
tristeza y cree que está repitiendo los errores de su madre: "Si mi madre sólo me hubiera hecho
más independiente", piensa, "sabría cómo hacerlo con mi hijo." Por eso culpa a su madre y se
culpa a sí misma.
Pero este pensamiento es destructivo porque gran parte del comportamiento de las
madres y los niños está dentro de la gama de lo normal, aunque no lo creamos. La tristeza por la
separación el primer día de clase o en un campamento es en general signo de una relación
madre-hijo cariñosa y valiosa, la seguridad que procede de sentir que puedes recurrir a tu madre
y un sano temor a lo desconocido. Qué diferentes nos sentiríamos si viviéramos en una sociedad
que, al ver a un niño llorando el primer día de clase, nos alentara a pensar: "¡Qué triste para el
niño y para la madre —pero qué encantador que se preocupen lo suficiente el uno por el otro y
que les resulte difícil separarse! ¿Realmente creemos que la tristeza por la separación madre-hijo
es patológica, mientras que la tristeza por la pérdida de un cónyuge es normal?
Pese a la falta de racionalidad de los términos "muy dependiente", "fusionado" o
"absorbente" como descripciones de la mayoría de las relaciones madre-hija, la creencia de que
madres e hijas no pueden verse a sí mismas separadas una de la otra es penetrante. Muchas
madres e hijas han aceptado esta descripción de sus relaciones como adecuada.
Nos preocupa que cualquier proximidad entre nosotras pruebe que estamos demasiado
unidas, pero por otro lado, cualquier distanciamiento o interrupción de la proximidad nos parece
poco femenina, porque se supone que las mujeres deben ser afectuosas. En la reciente novela
The Good Mother, el personaje principal se pregunta: "Cómo podría amarla sin dañarla, me
preguntaba. Ni demasiado, ni demasiado poco. ¿Hay un amor así?"
En nuestra cultura, se anima a los niños a distanciarse cada vez más de sus madres;
crecer, para los niños, significa dejar el mundo representado por la madre y la cultura femenina.
Un hombre que sigue cerca de su madre es probable que no sea considerado un hombre real.
Una mujer que sigue cerca de su madre puede ser considerada "demasiado" dependiente, pero
al menos no se la acusa de ser poco femenina por esa razón. Por eso las hijas reciben el
mensaje de que "dependen demasiado" de sus madres y de que se supone que deben quedarse
cerca de ellas, pero quedarse cerca es catalogado de "dependencia". Madre e hija no pueden
superar esto. No hay lugar para que nuestro comportamiento sea considerado sano.
El mito se arraiga, entonces, en que —a diferencia de los hijos que, finalmente, se
separan de sus madres y entran en el mundo "real"— las hijas nunca alcanzan esa separación.
Los expertos dan por sentado que esta dependencia no es sana. Creen que la hija disfruta tanto
de su dependencia que no puede crecer, y la madre quiere mantener a su hija cerca para
satisfacer sus enormes necesidades. Este enfoque afecta de un modo directo a las mujeres que
son pacientes de terapeutas que fomentan estas actitudes, pero pocas mujeres escapan a los
efectos del mito, pues conocen el concepto a través de amigas que están en terapia o lo recogen
en los masivos medios de comunicación.
¿Es verdad que las madres y las hijas no pueden separarse la una de la otra? En general,
no. En alguna ocasión, muy rara, alguien puede ser incapaz de reconocer que otra persona es un
ente separado: esto es en verdad un problema serio y una grave perturbación psicológica. No es
típico de la mayoría de las relaciones madre-hija.
Cuando los profesionales —o nosotras mismas— hablamos de "la incapacidad de la
madre de ver a su hija como un ser separado de ella", llamando a esto de modos diversos “fusión
madre-hija", "confusión", "enredo", "absorción" o "simbiosis", en general nos estamos refiriendo a
la represión de las propias necesidades de la madre de darse a otras personas. Pero para poder
hacer esto, una mujer tiene que saber que es una persona independiente; de otro modo, supone
de un modo equivocado que las necesidades de la otra persona son idénticas a las suyas. Por
eso, de hecho, para que tenga éxito la sustentación exige una separación psicológica sustancial
del yo y del otro. A veces se llama "madurez". La represión de los sentimientos de la madre
puede causar problemas, pero no necesariamente disminuye su sensibilidad a las necesidades
de sus hijos cuando difieren de las suyas.
Una nueva visión

Una importante tendencia a poner etiquetas más precisas y positivas para los
comportamientos femeninos proviene de mujeres como las que forman el grupo de terapeutas del
Wellesley College Stone Center y la asistente social Rachel Josefowitz Siegel. Estos
profesionales han señalado que las teorías clásicas, que influyen en el desarrollo del niño,
identifican independencia y separación como metas de la madurez emocional.
Aunque cierta independencia es necesaria (como aprender a alimentarse y a vestirse por
sí mismos, aprender a proteger el cuerpo de los peligros), otra importante línea de desarrollo ha
sido prácticamente ignorada. La capacidad creciente de formar y mantener relaciones con otras
personas es necesaria tanto para sobrevivir (por ejemplo: aprender cómo indicar a un adulto que
tienes hambre para ser alimentado) como para disfrutar de una vida más plena. La psicóloga
Jane Surrey llama a esto "capacidad relacional”. Pese a la importancia de esta capacidad,
cualquier desviación de la independencia es considerada en general, en nuestra cultura, como
una aberración alarmante, en lugar de un paso importante hacia la profundización de las
relaciones interpersonales.
El grupo Weliesley ha descubierto que “las mujeres no quieren separarse de sus madres.
Quieren que esa relación se mantenga auténtica y quieren agregar otras relaciones poderosas y
cercanas." Surrey llama a esto "un modelo de crecimiento a través de la adición y
ensanchamiento de relaciones."
Las mujeres que asisten a seminarios dados por Siegel, el grupo Wellesley y otros
similares confirman que se sienten compensadas, cómodas y optimistas en lo que respecta a las
relaciones con sus madres y con otras mujeres. A muchas de nosotras nos dicen que los
problemas con nuestras madres surgen porque estamos demasiado unidas, y por eso debemos
alejarnos emocionalmente; esto contradice la forma en que hemos sido educadas —para
establecer y mantener uniones. No siempre percibimos la contradicción; alimentadas por el mito
de la superioridad masculina, es probable que nuestra primera reacción cuando nos dicen que
estamos demasiado cerca de nuestras madres sea una aceptación vergonzosa. Podemos tratar
entonces de obtener el elogio por disociarnos de las mujeres y volvernos más distantes a nivel
emocional. La mayoría de las madres invierten un gran esfuerzo en enriquecer las relaciones con
sus hijas. Cuando las hijas clasifican mal esas relaciones y las consideran problemáticas, tienden
a establecer distancia de sus madres.
Irónicamente, muchos terapeutas y amigas que nos han dicho que estamos "demasiado
cerca" de nuestras madres son las mismas que han alentado nuestra devoción total a los
hombres en nuestras vidas. Convertir a un hombre en el centro de la vida no se considera una
opción patológica que debe ser evitada a toda costa (a pesar del círculo vicioso que supone que
la mujer media debe depender de un hombre y la dependencia es considerada enferma, por lo
tanto la mujer media es enferma), pero estar cerca de la madre sí es peligroso.
La homofobia levanta la cabeza

La proximidad madre-hija puede incluso malinterpretarse como patológica debido a la
homofobia, el temor a la homosexualidad. Las madres a menudo tienen contacto físico con sus
hijos, en particular cuando son bebés; la mayoría de las mujeres encuentra que este contacto es
placentero. Para muchos norteamericanos, sin embargo, el contacto físico entre dos personas
está matizado de conflicto. Las mujeres que ya están preocupadas por juzgar que sus propias
necesidades son demasiado grandes, se preocupan ahora por cuestiones tales como: "¿Cuándo
tocar a alguien cruza la línea entre el afecto y el sexo? ¿Hay una línea definida? ¿Si siento afecto
o placer cuando toco a mi bebé, es eso malo, egoísta o pecaminoso? ¿No debería tocarle?"
Algunas madres temen tener tendencias lesbianas o que sus hijas las tengan, si obtienen
algún tipo de placer físico en el contacto con la otra. Por esta razón, muchas madres limitan el
contacto físico y emocional con sus hijas de un modo severo. Una mujer me contó:
Mi madre me anunció, cuando apenas tenía la edad suficiente como para entender
lo que estaba diciendo, que ella no quería abrazarme o besarme más, pues era tiempo de
que aprendiera a no esperar ternura por parte del mundo.
Esta mujer dijo que su madre no había tratado a sus hijos varones de esta forma, pero que
hizo lo mismo con sus otras das hijas mujeres.
Una de mis estudiantes describió este recuerdo punzante:
Tenía cinco años y mi familia estaba en un picnic... Acabábamos de comer y nos
habíamos acostado a dormir la siesta. Me moví para acurrucarme cerca de mi madre y
colocar mi cabeza en su pecho. Me empujó de un modo brusco, diciéndome que era
demasiado grande para ese tipo de cosas. Me fui, herirla y enfadada.
El enfado y el daño emocional que sintió entonces, ahora ha comenzado a ceder. Ahora
comprende que su madre no la quería menos, sino que había estado tratando de hacer lo
correcto al distanciarse físicamente.
En algunos casos, otra persona puede imponer los límites. Algunos padres pueden
entrometerse porque están celosos de la proximidad física de sus esposas y sus hijas. Sin
importar lo mucho que la madre se retraiga, la hija en general cree que su madre prefiere la
distancia. Sin entender las prohibiciones sociales respecto de la homosexualidad, la hija sólo
sabe que su madre la ha rechazado. Los niños responden al rechazo buscando dentro de sí
mismos la razón. Se preguntan: "¿Qué hice para que me quiera menos?" Como no nos gusta
estar cerca de personas que nos hacen sentir no queridas (aunque podamos seguir intentando
obtener su afecto), nos separamos de nuestras madres.
En contraste, se anima a madres e hijos a mantener una cierta tensión sensual/sexual
entre ellos, porque nuestra sociedad tiene una orientación heterosexual. Más aún, como los
hombres tienden a mirar a las mujeres como seres inferiores, muchas mujeres desean tener una
relación cercana con un hombre en la cual puedan detentar algún tipo de poder sustitutivo. La
relación madre-hijo posibilita esto. A raíz de su necesidad de ser necesitarla por él, puede in-
tensificar su sustentación y alardear de que su hijo "nunca levanta un dedo" para ayudar en la
casa. Según la escritora francesa Colette, su madre, Sido, dijo esto respecto a su hija y a su hijo:
"Sí, sí, por supuesto tú me amas, pero eres una niña, una criatura femenina de mi propia especie,
mi rival. Pero en el corazón de él, nunca he tenido rival."
El mito de que la proximidad madre-hija no es sana es tremendamente destructivo, porque
patologiza lo que quizás es la mayor fuente de fuerza para las mujeres —la capacidad de
establecer relaciones afectuosas, de apoyo mutuo.
Mito Nueve: El poder de las mujeres es peligroso

En general se supone que el poder de las mujeres es peligroso, pero el de los hombres no
lo es. Esto es irónico. Mientras gran parte del poder de las mujeres es usado para el beneficio de
otras personas —para sustentadas, protegerlas y enseñarles— gran parte del poder de los
hombres se canaliza para su propio beneficio en la política corporativa, los juegos de guerra y la
violencia contra mujeres. Como las mujeres tienen tanto control sobre nosotros cuando somos
muy niños, y como se alienta la actitud de culpar a la madre, muchas personas piensan que las
mujeres pueden controlar nuestras vidas en formas perjudiciales y destructivas.
Más aún, cualquier expresión de poder por parte de miembros de un grupo de poco status
tiende a ser considerada como "excesiva".
El poder de las madres se limita casi por completo a la familia, pero incluso en esa esfera,
son en general concebidas erróneamente como más poderosas que los padres. La psiquiatra
Dra. Teresa Bernárdez ha dicho:
...la realidad de que el matrimonio protege la salud mental de los hombres pero no
de las mujeres, que las mujeres y las niñas son cada vez más víctimas de abuso físico y
sexual, y a menudo se encuentran entre los grupos más desprotegidos, está en un agudo
contraste con el poder mítico asignado a las mujeres en la familia.
Las madres están entre las personas más indefensas de nuestra sociedad; saben que
gran parte de su trabajo es subestimado o pasa desapercibido. Más aún, una vez que
entendemos lo indefensas que se sienten, vemos desde un punto de vista diferente las formas de
poder que tienen sobre nosotros.
En las raras ocasiones en que las madres se sienten poderosas, en general, les aterroriza
que su poder sea destructivo. Y las hijas a menudo piensan en el poder maternal en términos
negativos: "Tiene el poder de hacerme sentir desvalorizada; sólo con mirarme mal." No
pensamos en el lado positivo de ese poder —el apoyo, la protección e incluso nuestra
afirmación— en parte porque nuestras madres tienen muy poco poder en el mundo exterior a la
casa, y en parte porque el trabajo de la madre está muy poco respetado.
Las mujeres en terapia a menudo creen que el poder de su madre es peligroso. Margo, 53
años, me escribió en una carta:
Cada vez que he tomado una decisión importante, he tenido miedo a hablar con
mamá de ello. No tiene sentido, porque siempre me ha apoyado —sin embargo, no he
temido contárselo a papá, aunque a veces ha sido muy escéptico respecto a mis
opiniones. No sé con exactitud qué me ha atemorizado respecto a mamá. No sólo era
miedo a decepcionarla si no me aprobaba. Iba más allá de eso. Sentía, de algún modo,
que ella tenía el poder de destruirme.
Tememos al poder de nuestras madres en parte porque recordamos el gran poder que
tenían sobre nosotras cuando éramos niñas. Ese miedo puede también ser alimentado por
nuestras imágenes de las madres como portadoras de vida y nuestra asociación del poder de dar
vida con el poder de quitarla. Cuando las madres decían que nosotros, los niños, habíamos
hecho algo malo, nos sentíamos bastante indefensos: no podíamos discutir con ella, no
podíamos convencernos de que la madre sólo estaba invocando un conjunto específico de reglas
morales con las que otros pueden estar en desacuerdo. Sus palabras eran ley. Cuando éramos
niños, tenía mucha información que nosotros no sabíamos pero que deseábamos conocer.
Después de todo, mamá nos enseñó gran parte del mundo exterior cuando éramos muy niños. Y
casi todo lo que ella nos dijo era verdad ("Este es un peno"), era importante ("No cruces la calle
cuando la luz está en rojo"), o era interesante ("No hay dos copos de nieve que sean
exactamente iguales"). Hasta cierto punto, todavía tiene el poder del conocimiento, porque ella ha
vivido ciertas experiencias que nosotras no —el nido vacío, un matrimonio de cuarenta años,
envejecer, etc.
Las hijas adultas a menudo reaccionan contra sus madres como si todavía fueran
indefensas: "¡Me hace sentir como si fuera de nuevo una adolescente cuando la visito!" Debemos
acordarnos en los Momentos cruciales que no somos tan indefensas como niñas —podemos
alimentarnos y vestirnos solas, podemos buscar en otras partes amor, apoyo y aprobación, si en
la actualidad no proceden de mamá.
Una forma de alcanzar una perspectiva realista sobre el poder de nuestra madre es
entender que no siempre somos la causa de su enfado y su tensión. En la medida en que
creemos que somos la principal fuente de su enfado o tensión, ella mantiene el poder de
hacernos sentir que nosotras somos profundamente malas. De un modo similar los niños
suponen que merecen cualquier mal trato que obtengan. Algunos años atrás, cuando estaba
esperando el resultado de una entrevista de trabajo, sentí que estaba gritando a Jeremy y Emily
lodo el tiempo. Traté con desesperación de contrarrestar los efectos de mi enfado diciendo: "Oh,
niños, no sois vosotros. Sólo estoy preocupada por este trabajo." Cuando nuestra madre nos
grita, nos resulta difícil creer que en realidad los gritos no están destinado a nosotros en
particular, ni son un signo de nuestras faltas; es todavía más difícil cuando somos niños.
En los momentos en que una madre parece asumir un poder indebido sobre su hija, a
menudo desaparece la verdadera razón. Puede ser una furia mal dirigida provocada por ol
marido; muchas mujeres reprimen este tipo de enfado para parecer femeninas o para evitar la
violencia masculina o porque no están seguras de que su enfado sea justificado ("¿Tengo
derecho a estar enfadada porque él nunca lleva a los niños al médico?"). A veces una madre
libera en su hija la frustración que siente por los miles de límites de su propia vida de mujer, pero
pocas madres son conscientes de esto hasta que se lo sugieren. En muchos de mis talleres de
trabajo, pregunto a las madres cómo se sienten al enseñar a sus hijas la conducta "femenina";
me cuentan historias que combinan ambivalencia y dolor. "Cada vez que le digo que no deje que
los hombres sepan cuánto gana, me siento confundida. No quiero que asuste a los hombres,
pero no parece correcto que tenga que esconder sus logros. Yo misma nunca he tenido un
empleo —mi marido no me dejaba— y siempre me sentí avergonzada por no ganar dinero." Lo
que puede haber parecido a la hija un poder indebido de la madre era en realidad la transmisión
de las expectativas sociales.
Aunque pueda parecer extraño, a menudo las madres temen también al poder de sus
hijas. Como una mujer de 41 años, madre de una hija adolescente, me dijo hace poco: "Sé que
ella se da cuenta de todo con respecto a mí, de todas mis faltas. Nadie conoce mejor que Bonnie
cuáles son mis puntos débiles y nadie puede ser más cruel que ella al señalármelos." Nuestra
cultura pone a las mujeres y a las niñas en el papel de guardianas de las reglas sociales (como
expliqué en el Capítulo 4); esto dota a madres y a hijas del peligroso poder de señalar
desviaciones y avergonzar al que las comete. Madres e hijas temen el poder de la otra porque
cada generación posee conocimientos que la otra no. Una hija puede hacer que su madre se
sienta tonta por lo que no sabe —¡¿No has escuchado lo último?!" A su vez, la madre posee un
conocimiento y una sabiduría que su hija todavía no ha adquirido, intensificando el resentimiento
de la hija por el poder de la madre. El conocimiento confiere cierto poder a unas y a otras.
Cuando mi hija Emily tenía nueve años y mi hijo Jeremy once, tuve una experiencia que
me demostró lo poco que conocía mi poder de hacerlos sentir bien (aunque me preocupaba
constantemente por mi poder de hacerlos sentir mal). Llevaba a Emily y a Jeremy a sus lecciones
semanales de tenis. Como no sabía nada de ese deporte, le pregunté al profesor cómo iban; él
respondió que lo hacían bien pero que el progreso de Emily estaba limitado por su edad y su
tamaño. "No se preocupe", dijo, "cuando crezca va a poder hacer más y será menos frustrante
para ella."
Al recibir esta información, mi admiración por Emily aumentó. Cuando la vi intentar algo
que, ahora comprendía, era muy difícil para ella, me sentí muy orgullosa de lo buena deportista
que era. Cuando hubo una pausa en la clase, le dije: "Emily, tu profesor me ha dicho que lo que
estás haciendo es muy difícil para una niña de nueve años. Realmente te admiro, porque lo
sigues intentando, aunque es más difícil para ti que para los otros niños." No estaba segura de
que hubiera escuchado lo que le dije. Muchos días después, Emily se acercó y me preguntó:
"¿Realmente me admiras porque me esfuerzo en el tenis?" y me miró encantada cuando le
confirmé que así era.
Este incidente me hizo consciente del poder para hacer bien que tenemos sobre nuestros
hijos. Mi comentario había quedado registrado dentro de ella durante mucho tiempo. Le había
importado a ella. Nosotras, las madres, a menudo nos sorprendimos por nuestro poder de afectar
a nuestros niños de un modo positivo, en parte porque nuestro buen trabajo materno es a
menudo ignorado —hasta nos olvidamos de hacerlo.
Como la mayoría de las madres, había creído que el poder de las mujeres era peligroso;
aun después del incidente con Emily, no pude relajarme y disfrutar del efecto beneficioso que
había tenido en ella. Reconocer mi poder me asustó mucho, puesto que, como la mayoría de las
madres, sentí que en casi todo mi trabajo maternal estaba tocando de oído, y era afortunada de
no hacer un lío completo a Emily y Jeremy. Por eso me pareció muy probable que mi poder
tuviera algunas consecuencias perjudiciales.
Se supone que una mujer debe dar sustentación (Mito Dos), vivir de acuerdo con el papel
de donante y protectora de vida. Pero cualquiera que tiene mucho que dar puede inspirar miedo
en aquellos que sustenta; si tiene el poder de hacerlos sentir seguros, entonces puede también
hacerles mover el piso debajo de ellos. Si retira la protección, su sentido de seguridad puede
entrar en colapso.
Como reconocemos que el poder de nuestras madres puede ser menos peligroso y más
alentador del crecimiento de lo que habíamos creído, podemos volvernos mejores aliadas. Más
aún, cambiar nuestra evaluación del poder de la madre puede mejorar nuestros sentimientos
sobre nuestro propio poder. Lilian, 25 años, me dijo después de un taller sobre madres e hijas,
Ahora que he tenido la oportunidad de concentrarme en algunos momentos
específicos en los que mi madre con ingenio usó su poder para protegernos de nuestro
padre despótico, parece que me siento mejor respecto de mi propio uso del poder. No me
asusta tanto pensar en mí misma como una mujer poderosa.
Temer el poder de las mujeres más que el de los hombres es injustificado, en especial
porque la frecuencia de actos violentos que los hombres cometen contra las mujeres, combinada
con el mayor poder político y económico de los hombres, ciertamente justifica cierto miedo a su
poder. Suponemos que el poder de las madres es malo, pero es menos probable que
supongamos eso del poder de nuestros padres —a menos, quizá, que él abuse física o
sexualmente (aunque, como hemos señalado antes, incluso las hijas de esos padres a menudo
logran perdonar a sus padres y acusar en cambio a sus madres).
Cuanta más confianza tenemos en nosotras mismas, más amadas y apoyadas por otras
personas nos sentimos, tememos menos el poder de cualquiera y podemos ser más fuertes para
exigirles que usen su poder para bien. Por lo tanto, a medida que mejoramos nuestras relaciones
con nuestras madres, nuestro miedo a su poder y al de cualquier otra persona es probable que
disminuya.
Preguntas sobre los mitos de la "Madre Mala"

Cuando reflexiones sobre lo que ha pasado en tu relación madre-hija, y cuando trates de
entender lo que está sucediendo ahora, formúlate estas importantes preguntas:
• ¿Cómo podemos eliminar las barreras entre nosotras, si creemos que los hombres son
mejores que las mujeres, que sólo los expertos saben en realidad cómo educar niños, que las
madres y las hijas son pozos inagotables de necesidades emocionales, que la proximidad madre-
hija no es sana y que el poder de la madre y de la hija es peligroso?
• ¿Podemos dejar automáticamente de hacer suposiciones negativas sobre las mujeres?
Esta forma de prejuicio es tan mala como cualquier otra.
Pensar con cuidado en los mitos nos permite reinterpretar la conducta de nuestra madre
(o de nuestra hija) bajo un punto de vista mejor y más realista. Por ejemplo, cuando pensamos
que nuestras madres no nos dejan crecer, están tratando de unirse demasiado a nosotras o de
mantenernos dependientes (Mito Ocho), estamos tentadas a culparlas. Si en cambio
comprendemos que lo que ellas han intentado ha sido mantener una relación cercana con
nosotras, entonces nos damos cuenta de nuestro potencial para ser aliadas, entendiendo que
hemos sido formadas para catalogar nuestras interacciones de un modo negativo y para
denigrarnos a nosotras mismas y a la otra. Como aliadas en lugar de adversarias, podemos
hacer frente mejor a tus aspectos frustrantes o inhibitorios de la relación, usando las capacidades
de comunicación y comprensión que muchas mujeres han desarrollado.
De algún modo, los mitos de la "madre mala" hacen aún más difícil que los mitos de la
"madre perfecta" que veamos la humanidad de nuestras madres. Pero una vez que tenemos la
sospecha de la extensión y el poder de los mitos de la "madre mala", podemos comenzar a ver lo
absurdos que son. Volver al principio de este capítulo y leer lo referido a estos cinco mitos en voz
alta, de corrido, es un buen comienzo; eso solo puede mostrarle con claridad que pocos seres
humanos son tan horribles.
Luego, piensa en un mito cada vez, mientras recapacitas que la mayoría de las madres
son sólo humanas. En lo que respecta al mito de la superioridad masculina, no puede ser verdad
que la mayoría de las madres sea muy inferior a los padres. En lo que respecto al mito de que
sólo los expertos saben cómo educar niños, ¿no ha hecho tu madre algunas cosas buenas,
quizás incluso contra el consejo de los profesionales?
En lo que respecto al mito de que madres e lijas son pozos sin fondo de necesidades
emocionales, ¿no puedes recordar situaciones en que hemos injustamente igualado a nuestras
madres y nuestras propias necesidades humanas normales con una necesidad ilimitada?
Cuando pensamos en momentos en que nos hemos sentido unidas a nuestras madres,
¿algunas de ellas no han logrado hacernos desarrollar en lugar de atarnos más fuerte a las cintas
de un delantal? y ¿no hay ocasiones en que los aspectos afectuosos y constructivos del poder de
la madre (o de la hija) han sido más claros que los destructivos?
No estoy sugiriendo que remplacemos un enfoque pesimista, pero realista, de las
relaciones madre-hija por uno ciegamente optimista. Estoy sugiriendo que miremos lo que
funciona para destruir las barreras madre-hija de modo que todas se sientan mejor respecto a
ellas mismas. Los mensajes referidos a culpar a la mujer y odiar a la mujer son tentadores.
Tientan a las mujeres con la promesa de que si nos disociamos de nuestras madres, seremos
consideradas diferentes y mejores que ellas. Ahora nos hemos familiarizado de un modo
deprimente con este enfoque que divide a las mujeres y las enfrenta. Es peligroso. Promueve
tanto la actitud de culpar a la madre como la de odiarse a sí misma, en contraste dramático con
las importantes consecuencias de pensar en las mujeres de un modo positivo.
No podemos siempre distinguir por completo cuando madre e hija han hecho algo malo o
equivocado y cuando el mito nos ha hecho pensar eso. La clave es preguntarnos siempre si uno
o más mitos pueden estar distorsionando nuestra visión, pues esa empresa de formular
preguntas al menos nos aproximará a la verdad. Como tener una pobre opinión de la otra es tan
destructivo para la relación madre-hija y para la autoestima de ambas, deberíamos en general
equivocarnos dándole a la otra el beneficio de la duda.
La cuerda floja del 0-0

La coexistencia del mito que establece que las madres dan de un modo inagotable (Mito
Dos) y el mito que dice que las madres son un pozo inagotable de necesidades y demandas (Mito
Siete) ilustra de un modo dramático la estrecha franja de comportamiento aceptable; juntos, estos
mitos nos hacen malinterpretar incluso las modestas necesidades de madres e hijas como
inalcanzables y malinterpretar todo lo que es menos que una aprobación total como mezquindad
emocional o incluso traición. Cualquier cosa que las madres no dan se convierte en un signo de
innaturalidad y falta de feminidad; a la inversa, incluso sus deseos normales se vuelven una
prueba de que sus necesidades son inalcanzables. Trabajando en conjunto, los dos mitos
presionan a las mujeres a dar sin límites y no pedir nada a cambio.
La estrechez de la franja de conducta aceptable para las madres se debe a la estrechez
de esa franja para las mujeres en general. Las mujeres se enfrentan a un dilema debido a los
conjuntos de etiquetas proporcionados por la sociedad: el tipo seductor-sumiso-admirador-dócil
(al que llamaré Tipo Uno) y el poderoso-dominante-malhumorado-frío-castrador (Tipo Dos).
¿Quién puede imaginarse deseando una u otra calificación? Es probable que las madres que
tratan de vivir de acuerdo con los mitos de la madre perfecta reciban la etiqueta de Tipo Uno;
esto es, si tratan de sacrificarse y ser dulces, serán consideradas excesivamente emocionales,
involucradas y asfixiantes. Es probable que las madres que no se comportan de este modo sean
consideradas del Tipo Dos, madres rechazadoras. Es difícil encontrar en las madres un
comportamiento que se aprecie.
Las madres se sienten tentadas a comportarse de acuerdo con la etiqueta Tipo Uno por
varias razones. En primer lugar, este comportamiento se considera "Femenino". En segundo
lugar, en sus formas más suaves puede estar asociado con un ser tierno y afectuoso. En tercer
lugar, es más probable que el comportamiento Tipo Uno complazca a la gente con la cual vive y
trabaja que el comportamiento Tipo Dos.
El tema crucial no es si las madres se comportan gran parte del tiempo según las
características del Tipo Uno o las del Tipo Dos, es si más mujeres —en especial las madres—
supervisan continuamente su comportamiento, temerosas de ser demasiado cálidas o demasiado
frías, demasiado entrometidas o demasiado indulgentes con sus niños. Todas las madres que he
entrevistado describen lo que llamo la cuerda floja del 0-0 en la que caminan, pues alternan entre
sentir que demuestran demasiado amor a sus hijas y sentir que no demuestran lo suficiente. Si es
cariñosa, ¿está "demasiado cerca"? (Mito Ocho); si es más bien reservada, ¿no es lo suficiente
sustentadora? (Mito Dos). Pese a las protestas de las mujeres por estas presiones, las
psicoterapeutas de las madres, las familias y los amigos no han contribuido a disminuir esta
presión 0-0.
Nunca he encontrado a una madre —no importa lo admirada que haya sido por otros—
que se haya tenido la absoluta confianza de que su trabajo maternal ha sido bueno. Y mi propia
experiencia como madre es esa. "¿Tu niño tiene asma? Creo que sabes que la sobreprotección
de las madres es la causa del asma", dice un colega que es psicólogo. "¡¿Dejas que tu hija de
doce años viaje en metro sola?! ¿No te preocupas por ella?", dice una amiga.
Susannah, 30 años, se acercó a mí buscando tratamiento psicoterapéutico, con la certeza
de que ella era una madre terrible porque alternaba, decía, entre "ignorar a mis niños y asfixiarlos
con afecto." Como muchas de mis pacientes mujeres, su mayor problema era su dura autocrítica:
enseñar a sus niños a jugar solos en ocasiones no significaba rechazo y echarlos de menos
cuando visitaban a su ex marido no constituía sobreprotección.
Las hijas tienden a comprender con rapidez cómo el dilema 0-0 afecta las interacciones
con sus madres: cuando cualquier cosa que la madre hace puede ser clasificado en una de las
dos formas negativas, entonces cualquier forma en que trate a su hija involucra el mismo riesgo.
Las madres caminan en la cuerda floja; si sus hijas no hacen las tareas tradicionales, femeninas,
hogareñas, ellas no han sitio lo suficientemente exigentes; pero cuando sus hijas quieren
ayudarlas con estas tareas, las madres se consideran demasiado exigentes y egoístas.
Muchas hijas se quejan:
Si no me ofrezco para lavar los platos después de la cena de Navidad en la casa de
mamá, piensa que no soy femenina ni agradecida. Pero cuando sí me ofrezco a ayudar,
me dice que no me moleste, que no le importa hacer eso, que en realidad es trabajo de
una sola mujer.
Hemos sido formadas para pensar en las relaciones madre-hijas en términos de mitos.
Ahora, al haber repasado algunos de los más importantes, tienes las bases de un nuevo
vocabulario, un repertorio de interpretaciones menos orientadas a culpar a la madre al juzgar su
comportamiento (o el de tu hija). Quizá no siempre decidas usar tu nuevo vocabulario, pero ahora
sabes que tienes otra opción.
6.- CÓMO SENTIRSE SEGURA: LA SUPERACIÓN DE LOS MITOS
AHORA QUE HAS leído y reflexionado sobre los efectos que la actitud de culpar a la
madre y los mitos han tenido en tu relación con ella, ya puedes sentirte menos enfadada o an-
gustiada al respecto. Pero quizá no sientas todavía ese alivio, porque la comprensión intelectual
no es suficiente para transformar sentimientos negativos intensos construidos durante décadas
juntas. Superar los efectos de años de conflicto, alienación, miedo o culpa puede resultar muy
difícil, por eso puedes sentir todavía que la mejor solución es vivir a tres mil millas de distancia de
tu madre. Comprender ideas es una cosa, ponerlas en práctica es otra.
Como Karen, una joven estudiante, me dijo:
He aprendido mucho sobre cómo automáticamente acuso a mamá y siempre que
pienso en ella, siento más compasión y menos enfado de lo que solía sentir. Pero cuando
la veo, todavía me saca de mis casillas. Todavía me irrito de forma instantánea cuando
dice ciertas cosas o me mira de cierto modo.
Si, desde el comienzo de la lectura de este libro, has tratado de comportarte de un modo
diferente con tu madre o incluso de pensar en ella en un modo diferente, sin éxito hasta ahora, no
desesperes. Este capítulo y los dos siguientes te ayudarán a comenzar a hacer que tu
comprensión de la actitud de culpar a la madre y de los mitos, funcionen para ti.
En primer lugar consideraremos las posibilidades: cómo tu vida puede enriquecerse con la
construcción de puentes entre tu madre y tú, y lo que pierdes si no lo haces. Luego, aprenderás
distintas formas de sentirte segura al replantearte tus relaciones madre-hija y posiblemente
esforzándote en el trato directo con tu madre. Luego, consideraremos algunos pasos generales
que cada una puede dar para superar las barreras madre-hija: estos incluyen la seguridad de que
tanto la hija como la madre se sientan apoyadas y capacitadas cuando comiencen a trabajar
juntas, humanizando la imagen que la hija tiene de la madre y fomentando una alianza con ella.
Y, por último, elegiremos y definiremos problemas particulares que necesitan solución y
mencionaremos posibles formas de lograr esa solución.
A medida que leas los capítulos que restan, recuerda que puedes seguir la mayoría de los
pasos sola, con algún tipo de acompañante, con un grupo o directamente con tu madre, si ella
vive. Quizá necesites modificar algunos de los pasos para que se adapten a tu situación y para
que se ajusten a tu estilo o a tus necesidades. Por lo tanto, sugiero que leas este capítulo y los
dos siguientes, señalando qué pasos consideras los más importantes o más fáciles de seguir y
decidiendo qué orden le parece mejor. Recuerda, también, que muchas técnicas te ayudan a
alcanzar más de una meta -por ejemplo, entrevistar a tu madre puede dar apoyo a una o a
ambas, puede humanizar la imagen que tienes de ella y puede ayudarte a forjar una alianza que
funcione.
Nadie puede decir que sea fácil; pero si sigues escrupulosamente algunos de los pasos
que te sugiero, y que otras mujeres han encontrado útiles, hay muchas posibilidades de que
pronto comiences a hacer algunos progresos.
Mi hijo Jeremy inventó este proverbio: "En una escalera hay sólo un peldaño real. El resto
está sólo para ayudarte en el camino." El único peldaño que quieres escalar es el de la mejora de
la relación con tu madre, pero no puedes esperar subirlo de una sola vez.
De un modo similar, si hablas directamente con tu madre sobre los problemas que existen
entre vosotras, ninguna de las dos debe esperar saber siempre cómo responder de inmediato, en
el momento. Recuerda el valor del silencio y del tiempo: permite que las dos tengáis períodos de
silencio, durante los cuales consideréis lo que habéis escuchado, cómo os sentís y qué queréis
hacer al respecto. Muchos problemas innecesarios proceden de sentir que tenemos que
apresurarnos a responder a las críticas o a una petición de otra persona. Hijas y madres
necesitan pedir tiempo para estar en silencio, para esperar, para pensar y para sentir cosas antes
de responder. Pedir silencio o tiempo es una forma de mostrar respeto por el otro, una forma de
decir: "Mejorar nuestra relación me importa lo suficiente como para que quiera brindarle tiempo y
energía." Como vivimos en una cultura que valoriza las respuestas rápidas y la conversación
mordaz, a menudo no pensamos en pedir tiempo, pero aprender a hacerlo puede resultar
inestimable para la solución de problemas de relación.
Para algunas hijas, leer y pensar puede parecer una preparación suficiente para hablar
con sus madres directamente. Pero muchas hijas necesitan hablar primero con otras mujeres, en
parte para saber lo que quieren preguntar o decir a sus madres, en parte para aprender que sus
sentimientos no son únicos o raros, y en parte para reflexionar. La reflexión puede incluir
escuchar cómo otras mujeres sienten respecto a sus madres, cómo esos sentimientos han
cambiado y qué produjo el cambio, y cómo otras mujeres sienten el ser madres.
Fundamentalmente, la mayoría de nosotras quiere estar menos enfadada, quiere sentirse
más unida y relajada. La vida es más fácil cuando una relación es así. Pero perdemos de vista
esta meta porque con facilidad quedamos atrapadas culpando o alejándonos al mismo tiempo.
La mayoría de las hijas te dirán, cuando están frustradas: "No conoces a MI madre. Es
muy manipuladora, dominante, dependiente, fría, crítica, ele." La mayoría de las hijas también te
dirán que han intentado durante décadas tener "grandes conversaciones" con ella, en vano. Si
pides que te describan estas "grandes conversaciones", en general te contarán que dijeron a
mamá que "dejara de molestarme", "dejara de decirme cómo vivir mi vida", "dejara de criticarme
tanto", etc. Rara vez una hija (o una madre) se acerca y dice: "Quiero hacer las paces, reducir la
distancia entre nosotras. Quiero que estemos más unidas... bajo ciertas condiciones, sí, pero más
unidas y más relajadas, ese es mi principal deseo." Decir esto, reconocer esto, es absolutamente
crucial porque te sitúa a ti y a tu madre en el mismo equipo.
¿Por qué saber que están del mismo lado es tan importante? Porque nos ponemos a la
defensiva o nos volvemos paranoicas si creemos que la otra persona quiere lastimarnos o
protegerse sin importarle el coste para nosotros. Cuando una hija se compromete a mejorar su
relación con su madre, es probable que su madre perciba este compromiso aun antes de que su
hija le hable al respecto. Si la madre y la hija quieren mejorar su relación, su visión compartida de
un futuro mejor puede hacerlas progresar mucho. El camino hacia una relación mejor no siempre
es permanente y sin tropiezos. Habrá peleas e interrupciones. Reconocer tu compromiso y tu
meta te ayudará a superar estos momentos difíciles y evitará que abandones y pierdas el avance
que has hecho.
No importa cuánta perspicacia hayas adquirido, no importa cuánta energía sientas para
mejorar tu relación madre-hija, una parte de ti quizá se sienta aún asustada. Y para otra parte de
ti, el miedo, la aprehensión y el deseo de ignorarlo todo son aún de capital importancia.
Consideración de las posibilidades
Si una parte de ti quiere evitar pensar o trabajar en la relación con tu madre, considera
estos puntos importantes:
• Tienes mucho que perder si abandonas.
• Tienes mucho que ganar si no abandonas.
Si abandonas el intento, perderás los fragmentos —grandes o pequeños— de buenos
momentos que tú y tu madre podáis haber tenido. Puedes también perder la oportunidad de
entender y aceptar tus partes buenas que se asemejen a tu madre. Recuéstate en una habitación
con calma r imagina las consecuencias de abandonar. Trata de imaginarlas lo más intensamente
que puedas. Imagina la próxima fiesta o la próxima reunión familiar-repara en el nudo que ce
forma en tu estómago cuando recuerdas el enfado, la tristeza o la alienación que sientes en su
presencia. Recuerda la exasperación que has sentido cuando pensaste que no podías hacer
nada para disminuir estos sentimientos. Pregúntate si quieres sentirte tan mal y tan impotente de
nuevo.
Quizá quieras considerar la pregunta más importante: cómo te sentirás cuando tu madre
muera. En ese momento, la mayoría de las hijas que han abandonado sienten una culpa terrible y
muchas se sienten frustradas y enfadadas por no haber tenido más oportunidades para mejorar
esta relación. Esta oportunidad perdida es muy poderosa, porque después que una persona
muere, nuestros recuerdos de ella más cálidos y más positivos son los únicos que tienden a
volver. Una mujer de cerca de 65 años describió este proceso:
Mi madre murió después de una enfermedad de tres años que gradualmente la
consumió y cambió toda su personalidad. Ella pasó de ser una persona cálida y llena de
energía a ser punzante, irritable y pasiva. Durante esos tres años estuve absorbida
adaptándome a esos cambios. Pero cuando murió, recuerdos maravillosos de la madre
que conocí durante 55 años volvieron a mí.
El mensaje más importante que he escuchado de mujeres cuyas madres han muerto es
que la intención de resolver sus problemas es esencial. Como dijo Kenna:
Cuando mi madre me dijo que sólo tenía seis meses de vida, decidimos hacer buen
uso del tiempo. Nuestra relación siempre había sido tormentosa y nunca estuvimos de
acuerda en muchos temas morales y políticos. Pero durante los últimos meses de su vida,
nuestro amor y respeto por la otra quedaron claros y fortalecidos, aunque no pudimos
superar todos los problemas. Cuando murió, lo que más me importó fue saber que
habíamos hecho nuestro mayor esfuerzo para resolver esos problemas. Realmente lo
habíamos intentado.
AI intentar reparar tu relación con tu madre —o revisar tu visión de ella— podrás retener
mejor sus aspectos cálidos, divertidos o cariñosos y te sentirás mejor contigo misma.
La muerte inminente no es siempre suficiente para que madre e hijas reduzcan las
barreras entre ellas. Algunas madres frías o rígidas agudizan estas cualidades cuando se acerca
la muerte, pero una hija que ha tratado con todas sus fuerzas de derribar las barreras, es
probable que tenga recuerdos mejorados de su madre y al hacerlo aumente su comprensión de
sí misma.
En una escala menos dramática, hace quince años más o menos mí madre y yo
estábamos muy reticentes la una con la otra, lo que nos condujo a una distancia emocional
innecesaria. Cuando nació mi primer hijo, mis padres, que vivían a mil millas de distancia,
vinieron a visitarme unas pocas semanas después del nacimiento. Años después, le dije a mi
madre que me había sentido herida porque no se había ofrecido a venir de inmediato cuando
Jeremy nació. Me explicó que había temido que, si se ofrecía a venir de inmediato, yo pensara
que era entrometida y sobreprotectora o que no tenía confianza en mi capacidad como nadie, por
eso había decidido esperar hasta que se lo pidiera. Yo no le había pedido que viniera de
inmediato, porque tenía miedo a parecer demasiado necesitada y porque pensaba que la
habilidad para cuidar un bebé surgía de un modo natural, por eso no debía necesitar a nadie en
absoluto.
Si los mitos sobre la necesidad de las mujeres, el poder de las mujeres, y la naturalidad de
los cuidados maternales no se hubieran puesto en nuestro camino, y si no hubiéramos guardado
silencio respecto al incidente durante tantos años, nos habríamos entendido mucho mejor.
Confesar nuestras preocupaciones en su momento nos habría permitido basar nuestras
decisiones en consideraciones reales, en lugar de en miedos acerca de cómo nuestra conducta
podía ser malinterpretada o qué podía “probar” de nosotras.
Si no abandonas, puedes ganar un aumento del afecto y la satisfacción que proviene del
intento de mejorar relaciones y de la elevación de la autoestima, que surge al encontrar
cualidades en nuestras madres que podemos amar y respetar. Como, muy a menudo, nos
consideramos parecidas a nuestras madres, si encontramos más cosas que respetar en ella
aumentaremos el respeto por nosotras mismas. Y recuerda, además, que cuando mejoramos
nuestras relaciones con nuestras madres nos sentimos personas competentes que pueden tener
un cierto efecto sobre el mundo; si podemos hacer cambios reales, no importa lo provisionales o
pequeños, en esa relación, entonces nos sentimos más capacitadas para aceptar otros desafíos.
Mejoramos en la medida en que nos llevamos bien con otras mujeres, incluyendo nuestras hijas.
Si estás poco dispuesta a trabajar en tu relación, pregúntate qué imagen de las relaciones madre-
hija estás presentando a tu hija. Y piensa si querrías que ella abandonara el intento si se sintiera
mal contigo.
Recostada en una habitación con calma, imagina los resultados positivos que pueden
venir de intentarlo de nuevo. Por ejemplo, recuerda los detalles vividos, el momento más
encantador que hayas pasado con tu madre —dónde estabais, las imágenes, los sonidos, los
olores. Si una vez fuiste feliz, entonces quizá puedas serlo otra vez. Molly, 20 años, probó este
ejercicio en un momento en que ella y su madre habían estado "discutiendo a gritos porque mi
hermano se casaba con alguien que no compartía nuestra fe":
Mamá pensaba que lo que mi hermano estaba haciendo era algo terrible; yo no
pensaba que fuera tan malo. Durante meses, ese tema ensombreció toda nuestra
relación. Siempre que me acordaba de mamá, todo lo que sentía era frustración y enfado
porque, por su actitud, la familia se estaba separando. Cuando me recosté e imaginé
nuestro mejor momento juntas, recordé una vez que planificamos una reunión familiar
cuando tenía doce años. Compramos juntas los decorados, cocinamos, e hicimos un
collage de fotografías familiares. Mientras lo hacíamos, me sentí más protegida, feliz y
unida a ella. Compartimos muchas cosas. Ese recuerdo me trajo a la memoria que mamá
era mucho más que "la-mujer-que-está-causando-angustia-en-la-familia."
Algunas hijas tienen menos recuerdos buenos para elegir. Si eres una de ellas, recordar o
averiguar cosas de tu madre que no sean sus peores aspectos puede ser útil. Una alumna a la
que llamaré Nora describió su difícil paso hacia el respeto si misma a través de la comprensión
de su madre. Escribió en un papel: "He estado considerando a mi madre como 'loca' y eso me
aterroriza. ¿Yo también estaré loca?" Nora también se culpaba por el abuso físico que había
sufrido de manos de su madre, así como también riel abuso sexual infligido por un niño vecino
cuando tenía cuatro años. Los esfuerzos de Nota por conocer más de la vida de su madre y de lo
que le había conducido a maltratarla tuvo sus frutos.
Al explorar con cuidado sus recuerdos y escuchar las historias de otras madres que
abusaban, comprendió que la suya se sintió abrumada por tener muchos hijos, por la frustración
de sus ambiciones educativas (fue forzada a dejar la escuela después de sexto grado), por su
miseria en un matrimonio arreglado con un marido que le pegaba y por su Horror, su confusión y
su sensación de impotencia cuando descubrió que Nora había sido objeto de abuso sexual.
La comprensión de Nora no le condujo a justificar lo que su madre había hecho, pero
clarificó la imagen de su madre como la de una mujer que, bajo enormes presiones, se enfrentó a
la situación de un modo que hirió a Nora sin proponérselo. Más importante, Nora se dio cuenta de
que ni el abuso físico, ni el abuso sexual habían sido su falta, y que no había merecido ninguno
de los dos.
Cuando vemos que alguien que ha atravesado las situaciones extremas que Nora sufrió
puede sentirse mejor al explorar la experiencia de su madre, sentimos que hay esperanza para
las que no hemos sufrido de un modo tan penoso a manos de nuestras madres.
Recordar los buenos momentos que tuvimos o conocer más respecto a nuestra madre
debería ayudar a recordar lo que tenemos que ganar —o recuperar— cuando nos disponemos a
reparar nuestra relación madre-hija. Es la zanahoria alcanzable en la punta del palo.
Sentirse a salvo
Una vez que hayas considerado lo que tienes que ganar al replantearte la visión que
tienes de tu madre, o al acercarte a ella de nuevo, y lo que tienes que perder por no intentarlo,
debes averiguar qué hará que tu acercamiento sea lo más seguro posible. Después de todo, no
importa lo fuertes u optimistas que nos sintamos respecto a la tarea que tenemos por delante, a
menudo las mujeres tratamos de ignorar nuestra aprehensión, en especial la referida a nuestras
madres. La negación, sin embargo, no destruye nuestras dudas y temores, y estos son más
fáciles de superar una vez que los hemos afrontado.
Puedes aumentar tu sensación de seguridad de tres formas:
1) Humaniza la imagen que tienes de tu madre.
Redúcela de ángel perfecto o bruja malvada, o ambas, a simplemente humana. Tratar con
una persona real siempre asusta menos que tratar con un personaje de mayor dimensión.
Muchas técnicas pueden ayudarte a humanizar a tu madre: no todas pueden serte útiles; te
sentirás más cómoda haciendo unas que otras; y quizá no necesites hacerlas todas. Lee la
sección "Cómo humanizar la imagen Piensas tienes de tu madre", en el Capítulo 7, y elige lo que
sea más cómodo y eficaz para ti.
2) Si te resistes ante la perspectiva de intentar de nuevo, trata de entender por qué.
¿Estás tan enfadada que tienes temor de perder control y hacer algo terrible si tratas de
hablar con tu madre? Si es así, relee la parte sobre el enfado en el Capítulo 2, y trata de
averiguar qué sentimientos subyacen a tu enfado. Quizá te sientas más cómoda hablando con
ella de esos sentimientos subyacentes —y es probable que sea más productivo, también. Quizá
necesites expresar tu enfado Primero en un lugar seguro con una persona que no te critique ni
tenga el prejuicio de culpar a la madre, de modo que tu primer intento de entendimiento no se vea
ensombrecido por un enfado abrumador.
Quizá estés bloqueada por el miedo a una nueva decepción. Te has acercado a ella
muchas veces y nada ha funcionado. Si es así, relee varias veces el comienzo de este capítulo.
Pregúntate si has intentado con honestidad colocarte en el mismo equipo de tu madre, antes de
sacar a la luz los problemas que existen entre vosotras. (Este tema es el tratado con más detalle
en el siguiente apartado de este capítulo)
Quizá te sientas también intimidada por tu madre como para acercarte a ella de nuevo. Si
es así, prueba la técnica utilizada con gran éxito por el Dr. Albert Ellis. Este psicólogo sugiere que
te preguntes: "¿Qué es lo peor que podría suceder"?, seguido por el comentario: "Si eso pasa en
realidad, podría ser doloroso, podría ser humillante, podría ser deprimente —PERO— ¡NO ES EL
FIN DEL MUNDO!" Nuestras relaciones madre-hija nos importan tanto que a menudo no nos
detenemos a pensar que, aunque nos acerquemos a ellas de nuevo y fracasemos por completo,
es probable que sobrevivamos.
Una vez que has identificado tus peores miedos, puedes seguir los pasos necesarios para
minimizar sus efectos negativos. ¿Tienes miedo a quedar destrozada si realizas nuevos
esfuerzos para llevarte bien con tu madre y no tienes éxito? ¿Tienes miedo de que ella te
rechace o simplemente que no te ame más que ahora? ¿Tienes miedo de romper a llorar o
explotar de enfado frente a ella o que te haga sentir culpable o avergonzada? La mayoría de las
hijas tiene estos miedos comunes. ¿.Qué puedes hacer?
Puedes intentar superarlos o comprenderlos, quizás encuentres que releer el Capítulo 2 y
leer el Capítulo 8 referido a sentimientos específicos te ayude. Puedes imaginar de antemano
cómo te sentirás si no pasa nada bueno cuando hablas con tu madre o intentas tratarla de un
modo diferente. Esto reduce el factor sorpresa que nos hace sentir tan vulnerables. Puedes
recordar que no eres una niña, por lo tanto no necesitas su aprobación o su amor de un modo tan
desesperado como antes. Puedes quererlos pero no necesitarlos tanto. Si te rechaza, ahora que
eres adulta, no tienes que ir a tu habitación y enfadarte, sintiendo que no te ama; puedes llamar a
una amiga, releer antiguas cartas de amor, ir al cine, hacer un millón de cosas que los adultos
podemos hacer para acordarnos que básicamente somos dignos de amor y de aceptación.
¿Tu miedo más grande es a llorar cuando trates de hablar con tu madre? Si es así,
recuerda —muchas veces, si es necesario— que puedes sentirte tonta o vulnerable, pero: NO ES
EL FIN DEL MUNDO. ¿Tienes miedo a que ella te haga sentir aún más culpable y avergonzada?
Pregúntate si puedes sentirte más culpable de lo que ya te sientes. ¿Tienes miedo a tener otra
pelea con ella? Pregúntate: "¿Qué significa una pelea más?" Lo peor, será otra pelea, lo mejor,
con tu nuevo enfoque, puede ser una cierta mejoría. Recuerda, [e acercarás a ella mejor
preparada que antes, tanto para comprender el origen de tus propios sentimientos como para
entender e interpretar lo que ella hace de un modo menos combativo, degradante o
autodenigrante.
Tal vez estés bloqueada porque tu madre ha sido tan imposible de tratar durante tanto
tiempo que no puedes imaginar un cambio. Tratar con ella quizá parezca imposible porque
parece perfecta, u horrible, o alguna de las dos cosas; ella parece sobrehumanamente perfecta o
inhumanamente maligna. Tu próximo paso, entonces, deberá ser buscar maneras de verla como
un ser humano, de averiguar de qué modo mamá es realmente una persona (ver Capítulo 7,
sección "Cómo humanizar la imagen que tienes de tu madre.")
Y si, después de todos tus esfuerzos, tu relación no ha cambiado, al menos no irás por la
vida atormentándote con el pensamiento de que podrías haber hecho un cambio si hubieras
hablado con ella cuando aplicabas tus nuevas ideas sobre la actitud de culpar a la madre y los
mitos.
3) Decide dar pequeños pasos.

No trates de eliminar por completo la tensión existente entre tu madre y tú. Imagínate
dando un pequeño paso hacia ella por vez. Haz una lista de los pasos más pequeños posibles
que puedas pensar —enviarle una tarjeta de cumpleaños firmada con tu nombre, pero sin ningún
mensaje añadido; formularle una pregunta sobre algo de su vida que no tenga nada que ver
contigo o con tu relación con ella; sonreírle, una vez; detenerte por un segundo a pensar antes de
rechazar su invitación a cenar (aunque después la rechaces). Al elegir qué pequeños pasos dar,
considera qué es fácil para ti, pero significa mucho para ella. Si los cumpleaños son muy
importantes para ella, trata de comenzar con una tarjeta de cumpleaños. Si parece dudar mucho
cada vez que te saluda en persona, prueba una sonrisa instantánea, no solicitada. Y no esperes
que tus pequeños pasas tengan pequeños efectos inmediatos. Tu madre puede necesitar tiempo
para entender que tu comportamiento diferente es sólo lo que parece —un acercamiento y no un
encubrimiento o un gesto sin sentido.
Pequeños pasos en esta etapa aumentan tu propio bienestar para tratar de un modo
diferente a tu madre. Ninguna ley dice que tienes que hacer cambios importantes de golpe, y
cuánto más desesperada te sientas ahora en lo que se refiere a las posibilidades de cambio, más
importante resulta que experimentes pequeños éxitos. Nadie —ni nosotras ni nuestras madres—
puede hacer cambios importantes de pronto y si sientes que tienes que dar un gran salto ya
mismo, casi con seguridad vas a caer de bruces. Ni ella ni tú estaréis preparadas.
Cada una de estas formas de sentirse a salvo lleva tiempo y un esfuerzo cuidadoso por
ambas partes. Humanizar la imagen que tienes de tu madre puede comenzar de un modo
repentino y drástico en el momento en que decidas intentar verla como humana en lugar de
perfecta o malísima, pero el proceso de humanización es continuo. De manera ideal, nunca
termina, porque siempre sentiremos la presión de aplicar los mitos de la madre perfecta y de la
madre mala. El esfuerzo de humanización es un antídoto que se necesita constantemente.
De forma similar, hacer frente y tratar de resolver problemas interpersonales es rara vez
una tarea fácil, y, en casi todo el mundo, provoca miedo y aprehensión. Tratar de resolver un
problema antes de haber identificado qué hace que sea difícil intentarlo, es como tratar de hacer
un salto usando botas de trabajo. Para tratar cada problema madre-hija, entonces, necesitaremos
detenernos e identificar qué nos está bloqueando. Esta pausa no es un lujo; es una necesidad
absoluta.
Entender la actitud de culpar a la madre y los mitos que la sostienen nos da un marco de
referencia que hace más fácil señalar las causas reales de los problemas madre-hija. Como son
problemas interpersonales y a menuda tienen décadas de antigüedad muchas de ellos requerirán
un gran trabajo de desmantelamiento. Por esa razón, debernos comprender que los pasos que
adoptemos a menudo serán necesariamente pequeños. Pero aun cuando sean diminutos, al
menos serán progresivos, no regresivos. Como en el fútbol, cada paso hacia la meta es mucho
más alentador que a carrera en dirección equivocada.
Una relación construida para dos

Aunque pueda parecer obvio, a menudo olvidamos que las relaciones involucran a dos
personas. A veces, perdemos tanto tiempo concentrándonos en nosotras mismas —nuestros
errores, problemas y necesidades— que pasamos alto cómo otras personas afectan y modifican
nuestras vidas. El desarrollo de ideas, la resolución de problemas y el gozo de vivir puede
producirse, hasta cierto punto, en nosotros mismos. Pero esos esfuerzos se limitan cuando se
llevan a cabo en ausencia del trabajo específico para mejorar nuestras conexiones con las
personas importantes en nuestras vidas.
A menudo el mensaje que escuchamos de un terapeuta o de cualquier otra persona es "Si
tu madre no respeta tu necesidad de intimidad, ¡tendrás que mantenerte alejada de ella!”, en
lugar de "Sé que tu madre te está volviendo loca; aquí están algunas sugerencias para
resguardar tu intimidad sin cerrarte de un modo abrupto y total.” Entonces nos volvemos fariseas
e impulsivas, apresurándonos a reclamar que los otros satisfagan nuestras necesidades. Muchas
personas en terapia escuchan sugerencias razonables como "identifica lo que quieres en realidad
para sentirte bien" y las malinterpretan como "¡tengo el derecho de reclamar lo que quiero, y
siempre debería obtenerlo!"
Tratar de resolver los problemas con tu madre es inútil si piensas sólo en tus necesidades
o en tu enfado. Si te justas a esta imagen, prueba algunos de los ejercicios de humanización y de
formación de una alianza que se describen en el Capítulo 7. Después de todo si tú describes la
relación con tu madre como explosiva y distante, quizás ella sienta lo mismo y no esté más
ansiosa que tú esperando otra explosión u otro encuentro vacío. Y ¿por qué ella debería hacer el
esfuerzo de entablar una conversación seria contigo, si piensa que no tiene nada que ganar?
Por ejemplo, quizá puedas notar por ti misma que el estilo triunfalista de tu madre ha
minado tu confianza en ti misma. Pero no puedes esperar de un modo realista que tu relación con
ella mejore si comienzas con ese tipo de mensaje, teniendo en cuenta sólo tu lado. ¿Por qué?
Porque la mayoría de la gente no responde bien al enfado, la crítica o las acusaciones, en
especial en lo que se refiere a las relaciones íntimas. Mejorar tu vida o tu relación con ella no de-
pende por completo de ella, tampoco depende sólo de ti entender los problemas de tu relación.
Sin embargo, si tu deseo fundamental no es sólo liberarte de problemas, sino más bien mejorar la
relación con ella, sólo tienes que ofrecerle más información que decirle que te vuelve loca.
Recuerda, es posible que ella haya pasado años preocupándose por si era una buena
madre o no, si en verdad te había lastimado, si tú piensas que ella te hizo cosas terribles, si tú —
de un modo más sutil que los demás— viste sus errores como madre. Si ahora agregas tus
acusaciones asas propias dudas y recriminaciones, sabes lo que ella hará.
No necesitas leer un libro para averiguarlo. Como todo ser humano sano, responderá con
una combinación de enfado, negación, culpa, responsabilidad y depresión. Esos sentimientos no
aumentan su capacidad o su inclinación para trabajar en relaciones espinosas.
Aunque parte de ti sienta que ella merece sufrir, recuerda que tú quieres hacer progresos
en tu relación con ella y que acusarla o criticarla no le da nada en lo que pueda trabajar, nada
que le posibilite algo más que sentirse horrible e impotente —y la impotencia paraliza. Se sentirá
paralizada por la impasibilidad aparente de reparar el daño que te ha hecho. El peor crimen del
cual puedes acusar a la mayoría de las madres es que hicieron infelices a sus hijos. Por la forma
de pensar de la mayoría de las madres, nada Pueden hacer para expiar esa culpa.
Del mismo modo que tú has comenzado a seguir pequeños pasos hacia el cambio, ella
también necesita sentir que puede dar pequeños pasos que marquen una diferencia. Ella
necesita sentirse apoyada y capacitada para enfrentarse a las barreras compartidas. Todas
necesitamos sentirnos apoyadas y capacitadas para llevar a cabo este tipo de trabajo. Dos de las
fuentes de capacitación más importantes serán: 1) su confianza en que las dos podéis formar una
alianza al menos en algunos aspectos y 2) su esperanza en una mejor relación contigo en el
futuro.
Apoyo y capacitación
¿Cuáles son algunos de los pasos que podemos llevar a cabo para sentirnos lo
suficientemente apoyadas y capacitadas como para acercarnos a nuestras madres con
problemas específicos? Una combinación de más aprendizaje autodidacto y ensayo puede ser
muy útil.
Más aprendizaje autodidacto
Antes de hablar con tu madre, quizá quieras explorar con cuidado tus sentimientos y
expectativas hablando con una compañera, una amiga, una hermana, otros familiares, un grupo
de mueres o un buen consejero femenino. Aprenderás más de ti misma, tanto al escuchar sus
perspectivas sobre tus problemas específicos no resueltos como al escuchar el tipo de
preocupaciones que ellos tienen respecto de sus madres o hijas. Quizá puedas unirte a algún
grupo o consideres formar uno por ti misma. Quizá puedas formar uno con tus amigas o
compañeras de trabajo o anunciándolo en la iglesia, la sinagoga, periódicos de grupos
comunitarios o periódicos y revistas para mujeres.
Trabajes con otra persona o con un grupo, las oportunidades de discusión informal, no
estructurada pueden ser productivas. Sin embargo, quizá quieras algo más estructurado, con una
dirección establecida. Si ese es el caso, podrías leer este libro u otros libros y artículos sobre ma-
dres c hijas y usa los temas de los capítulos y los pasos que se señalan en este capítulo y los
siguientes como puntos de partida de la discusión.
Por ejemplo, utilizando los Capítulos 4 y 5, discute en el grupo las formas en que los mitos
referidos a las madres afectan a tu vida, la forma en que piensas respecto de tu madre, si es
aplicable, respecto a ti misma como madre. Hannah comprendió que la vez en que su padre le
había traído una figurita de un ángel, cuando tenía siete años y estaba enferma en la cama,
había permanecido en ella como una memoria vívida del afecto de él hacia ella; pero no podía
pensar en una sola imagen del afecto de su madre que pareciera tan evidente. Comentó: "Creo
que la diferencia se debe en parle a que mi madre era en general cálida y cariñosa, y papá era
más reservado. Pero pienso que también esperaba que ella siempre fuera sustentadora y
cariñosa y no esperaba tanto de él."
Reflexionar sobre la percepción que tenía de sus padres, en relación con el mito de la
sustentación inagotable, cambió la visión que Hannah tenía de su madre dirigiendo su atención al
afecto que le había demostrado pero que Hannah casi ni había notado.
Como siguiente paso autodidacto, trata de describir a tu madre. Concéntrate en los
problemas que plagan tu relación madre-hija. Quizá desees usar la técnica que yo usé en mi
curso: anota las tres primeras palabras o frases que surjan en su mente cuando escuchas la
palabra "madre". Luego escribe una descripción más larga de tu madre. Y por último, completa la
oración: "En lo que respecta a mi madre, deseo..." Si estás trabajando en esto con otra persona o
en un grupo, cada uno puede hacer esto y luego pueden hacer circular las descripciones (puede
hacerse en forma anónima si se desea), de modo que se puedan ver las cosas en común y las
diferencias. Después que cada uno haya leído las descripciones, se puede discutir el material
como forma de ayudar a ver a las madres como seres humanos.
El Capítulo 7 tiene toda una sección sobre "Cómo humanizar la imagen que tienes de tu
madre", que incluye otros ejercicios de aprendizaje individual o trabajo directo con tu madre. Dos
de estos ejercicios útiles se mencionan aquí para realizarlos con una persona o con todo un
grupo. En primer lugar, cada una debe reinterpretar las descripciones negativas de las madres
como fuerzas o, al menos, como faltas no destinadas a lastimar a la hija. En segundo lugar,
observa las instancias en las cuales las descripciones que las hijas hacen de las características
positivas de la madre pueden haber surgido del sentimiento de que la hija tiene que ser la
protectora de su madre o la agente de prensa de su Madre Perfecta. Por supuesto, todas las
madres tienen algunos fallos, no sólo características positivas que han sido descritas de un modo
equivocado, y también lo que una hija describe como aspectos positivos de su madre pueden ser
buenos en verdad. Pero estos ejercicios nos ayudan a ver a nuestras madres desde una
perspectiva razonable, sin las ideas preconcebidas impuestas por nuestra cultura.
El grupo puede establecer algunas reglas básicas. Una regla debería ser prohibir la actitud
de culpar a la madre y el uso de los mitos para 'explicar' por qué se sienten mal con ellas.
Entonces nos vemos obligadas a buscar nuevas formas de pensar en la conducta y los motivos
de nuestras madres y en los modos en que interactuamos con ellas. Por ejemplo, si una mujer
dice que su madre la perturba porque es demasiado exigente, los miembros del grupo no deben
dejar que la hija se quede sin castigo por esto. "¡Peligro! ¡El mito del pozo sin fondo!", deberían
advertir. Entonces la hija tiene que identificar una instancia específica y concreta de este
comportamiento materno. Los miembros del grupo o la compañera deben unirse a la hija para
considerar si esa instancia es una prueba de las necesidades irracionales e inalcanzables de su
madre o si puede ser entendida de otra forma. En algunas instancias, la compañera o el grupo
puede estar de acuerdo en que la madre estuvo equivocada al rechazar la consulta con un
terapeuta o el diálogo con amigas sobre la aventura extramatrimonial de su padre, por ejemplo, y
haber insistido en hablarlo sólo con su hija. Pocas hijas querrían esta responsabilidad total de
tener que satisfacer las necesidades de sus madres. La compañera o el grupo en este caso
puede ayudar a la hija a superar la fácil actitud de culpar a la madre. En lugar de decir: "¡Si tu
madre es en verdad imposible!" pueden ofrecer observaciones como esta: "Quizá tu madre crea
que una buena mujer nunca dice cosas malas de su marido fuera de la familia inmediata, haga él
lo que haga. Por lo tanto puedes hacerle saber que está muy bien que hable con otros, que al
menos tú no pensarás que está equivocada si lo hace."
Compartir perspectivas y soluciones
Una segunda regla de utilidad para sesiones autodidactas es tomarse un tiempo cerca del
final de cada reunión para discutir pasos específicos que hayan resultado productivos en el trato
con la madre. ¿Cómo dijo Mary a su madre que quería hablar de las críticas que hizo de su
amante? ¿Qué palabras exactas usó Jane para preguntarle a su madre si realmente amaba más
a su hermana? Alienta a los miembros del grupo a reflexionar, que cada mujer sugiera las
palabras que usaría. Cuando no podemos imaginar cómo afrontar un tema peligroso, este tipo de
ejercicio desbloquea nuestro potencial creativo.
Nosotras somos las mejores fuentes de ideas y de técnicas específicas. En mis cursos y
talleres, las mujeres que describen al grupo lo que consideran un problema insoluble encuentran
que otras mujeres pueden sugerir ideas en las que no habían pensado. Abrumadas y
atemorizadas por el deseo de gritar: "¿Por qué no me dejas vivir mi vida?", a nuestras madres, no
podemos imaginar otro modo de transmitir el mensaje —y por lo tanto no decimos nada. Pero
muchas veces he visto que una mujer escucha cómo otra ha tratado un problema y exclama:
"¡Eso es! Así es como podría decirlo. Nunca pensé en hacerlo de ese modo."
Debemos recordarnos mutuamente que no debemos ser demasiado grandiosas: No
estamos buscando historias de grandes éxitos, de soluciones repentinas a problemas que han
existido desde la infancia. Podemos educarnos mejor —y por lo tanto, apoyarnos y
capacitarnos— con afirmaciones como estas:
Comprendí que mi madre no nos invitaba a nosotros doce para la cena de Navidad
porque amara sufrir y tener dolor de espalda por todo el trabajo. Ahora veo que ella tenía
miedo de ser considerada una mala madre si no nos invita y a ella le gusta tenernos a
todos juntos, porque disfruta de su familia. Una vez que entendí eso, comprobé que en la
última reunión tuve un acto reflejo, una reacción de culpa y de furia cuando vi su expresión
de cansancio. No pude brindarle mucho apoyo o afecto, pero sentí que entendía un poco
mejor a la verdadera mamá, y me sentí bien por eso.
Ensayo y representación de papeles

Trabajar en un grupo o con una compañera es también ideal para ensayar y representar
papeles. Que cada mujer en el grupo elija a alguien para representar el papel de su madre y
describa lo que considera las peores características de su madre a la "madre". Entonces, esto
hará que ensayen el acercamiento de la hija a la madre. Los otros miembros deberán tomar
notas cuidadosa de modo que puedan realimentar a la hija con la descripción de las cosas
constructivas y las cosas peligrosas o destructivas que hace.
Un método de ensayo que extrema tus posibilidades de hacer un trabajo constructivo y
que minimiza las interacciones destructivas es el enfoque llamado "entrenamiento expresivo".
Como he señalado en el apartado "Una relación construida para dos", si nos acercamos a
nuestras madres —o a cualquier otra persona— con amenazas, exigencias o críticas,
probablemente nos condenaremos al fracaso. Cuando estamos heridas o enfadadas, sin
embargo, nos sentimos inclinadas a hacer exactamente eso. Por lo tanto necesitamos encontrar
la forma de manifestar cómo nos sentimos que permita que nuestra madre nos escuche y que le
muestre qué puede hacer para mejorar las cosas entre nosotras.
De acuerdo con los principios del entrenamiento expresivo, si digo: "Mamá, siempre estás
interfiriendo en mi vida", esto es una crítica y ella probablemente disentirá o contraatacará. "¡Eso
es porque tienes una pésima capacidad de juicio! ¡Mira a ese cretino con el que te has casado!"
Pero si dejo que mis comentarios se limiten a una simple afirmación de cómo me siento en lugar
de qué es lo que hace, es un buen comienzo: "Mamá, me siento herida cuando me dices que
tengo que deshacerme de mi marido. Me siento herida porque estoy pasando un momento difícil
con él y apreciaría tu apoyo, y cuando me das un consejo tan duro, siento que piensas que no
tengo una buena capacidad de juicio." En esas oraciones, no sólo has descrito tu sentimiento,
sino también le has dicho qué cosa específica hizo que te ha llevado a sentirte de ese modo; lo
has hecho sin atacarla, sólo diciéndole que te dio un mal consejo. Si está un poco abierta a
escucharte, te sorprenderás gratamente por lo bien que responde cuando no tiene que
defenderse contra las críticas o los ataques. Cuando la atacas, tiene dificultades para prestar
atención a tus necesidades, puesto que tiene que protegerse de ti. En ausencia de un ataque,
puede decir: "Bueno, hazme saber cuándo sí quieras un consejo", o puede tomar de tu
comentario que lo que en realidad apreciarías es un poco de apoyo.
Si manifiestas tus sentimientos y sus causas con claridad, pero tu madre no responde bien
y se enfada, trayendo a colación antiguos problemas o filosofando como loca, vuelve a tu simple
afirmación de lo que sientes y su causa. Repítelo una vez y luego di: "Sólo quería que supieras
cómo me siento y por qué. No espero que reacciones ya mismo por lo que acabo de decir. Pero
me gustaría que pensaras un poco en esto y quizá podamos hablar después." Esta técnica es
muy simple, pero en nuestra sociedad de conversaciones violentas rara vez se usa. Tu madre
puede sentirse aliviada al escucharte hacer una breve afirmación sin esperar una respuesta
inmediata o una acción instantánea. Una forma con la que podemos mostrar auténtico respeto
por la otra es pedir y ofrecer tiempo para digerir las palabras sinceras de ambas.
Algunas madres no responderán muy bien, aun cuando elijas las palabras con cuidado.
Quizá respondan: "¡Te trato como si no tuvieras buen juicio porque no lo tienes!" No pretendo que
todas las madres actúen como en un sueño cuando encuentras las palabras mágicas. Pero a lo
sumo, cuando tengas que interactuar con tu madre te gustarás más si verbalizas tus sentimientos
y su causa de un modo simple, con dignidad y sin amenazas, exigencias o críticas. Esta es una
valiosa lección. Nos impide confundir nuestros propios errores con los de ella. Nos permite
separar nuestra tendencia a actuar de un modo provocativo o doloroso de la de ella. Cuando
actuamos de un modo positivo vemos que nuestra relación madre-hija puede no ser un desastre,
aunque tanto la madre como la hija tengan defectos serios. Pero ten presente que ver sus
defectos, hasta ahora, no nos conduce necesariamente de nuevo a la actitud de culpar a la
madre; en el nivel ideal, nos conducirá a una posterior exploración de lo que la hizo ser de esta
forma, el bagaje mítico y todo lo demás. Aún cuando no podamos alcanzar ese ideal, liberarnos
del ritual del ataque y el contraataque, en el cual nos vemos envueltas con facilidad, es útil y
aumenta nuestra capacidad de comprensión.
Ahora tienes un marco de referencia para pensar en muchos de los problemas específicos
que existen entre tú y tu madre; ahora entiendes la actitud de culparla y los mitos que la
sostienen. Al considerar lo que está en juego, cómo sentirse a salvo y cómo ambas podéis
sentiros apoyadas y capacitadas, estás preparada para poner en práctica ese marco de
referencia.
7.- CÓMO ARREGLAR LA RELACIÓN
QUIZÁS ESTES PROYECTANDO hablar directamente con tu madre sobre las barreras
que existen entre las dos y quizá no quieras todavía —o quizá nunca— tener este tipo de
conversación con ella; quizá desearías haber podido, pero ella ha rechazado hacerlo o ya no
vive. Quizá te encuentres en algún punto entre estos dos extremos. Te sientas como te sientas
ahora, dispuesta a trabajar en problemas particulares de la relación madre-hija, deberías leer con
cuidado este capítulo y estar segura de llevar a cabo los tres pasos esenciales que se describirán
aquí. Debes:
1. Humanizar la imagen que tienes de tu madre, porque si discutes tus problemas con ella
o si sólo tratas de pensar de un modo diferente en ellos, necesitas ver la mujer real detrás de los
mitos referidos a la madre;
2. Forjar una alianza con tu madre, de hecho o en tu mente;
3. Elegir y definir un problema para comenzar.
Cómo humanizar la imagen que tienes de tu madre

... cuanto más amas a tus hijos, más perturbados se sienten ellos al descubrir que
posees una pizca de sentimientos encontrados —o negativos. Insaciables de este amor,
esperamos que sea absoluto, no podemos perdonar su mera humanidad.
— Marilyn French, Her Mother's Daughter (Hija de su Madre)
¿Podría producirse un milagro más grande para nosotros

que mirar con los ojos del otro por un instante?
— Henry David Thoreau, Walden
Humanizar la imagen que tienes de tu madre incluye tomar conciencia de todo el espectro
de sus características y su comportamiento. Algunas hijas piensan en sus madres en términos
idealizados, otras en términos de culpabilidad o menosprecio y otras en un poco de los dos.
Tendemos a asustarnos o enfadarnos menos con la gente corriente que con la que consideramos
más importante para nosotras, sea de un modo positivo o negativo.
Este apartado incluye una variedad de técnicas que permiten modificar la imagen que
tienes de tu madre para eliminar sus proporciones míticas. Después que las hayas leído, prueba
las que encuentres más adecuadas. También puedes pensar en otras. La mayoría de las hijas
comienza con las técnicas generales de "Desmitologización de mamá." Si piensas en tu madre
con imágenes idealizadas, tal vez quieras concentrarte en las técnicas de "Consideración de las
luchas de tu madre". (Los problemas de la vida real con los que ella se ha enfrentado.) Si piensas
en tu madre en formas que la culpan o la denigran, las técnicas más importantes para ti serán
probablemente las que sirvan a la "Consideración de los peores aspectos de tu madre"; al
intentar entender su modo de ser, quizá los encuentres menos horribles de lo que pensaste. Para
terminar el trabajo de humanización con una nota optimista, todas las hijas deberían trabajar en
el "Descubrimiento de cualidades a respetar en mamá."
Desmitologización de mamá
Al rebajar o realzar la figura de la madre a proporciones humanas, tenemos que descartar
el material mítico que esconde su verdadero ser. Podrías comenzar haciendo frente de un modo
directo la forma en que (quizá sin intención) usas los mitos para clasificar y catalogar su
comportamiento; al hacer esto, puedes querer utilizar la técnica psicológica de la exageración con
el propósito de aclarar las cosas. Haz una lista con la mayor cantidad posible de cosas que tu
madre haga y luego clasifica cada aspecto de su conducta como digno de un ángel o digno de
una bruja —volviendo a los capítulos 4 y 5 cuando sea necesario. Encontrarás que parte de su
conducta no pertenece en realidad a ninguna de las dos categorías; tratar de ubicar de manera
forzada todo lo que hace en una categoría o en la otra te ayudará a ver muchos de sus aspectos
como simplemente humanos.
Una mujer se quejaba al comienzo de un taller sobre madres e hijas de que no podía
soportar visitar el apartamento de su madre "porque ella siempre insiste en que coma una gran
cantidad de comida". Le señalé que había omitido esta queja en su lista "Angel o Bruja". Replicó:
"Comencé a anotarla, pero luego pensé que, en realidad no es la conducta de un ángel ni
tampoco la de una bruja, ¿no es cierto?" Le dije que, si sólo hubiera escuchado su tono de voz y
visto el gesto de total exasperación en su rostro cuando describía las súplicas de su madre para
que comiera, habría estado segura de que su madre la había atormentado con el tema de la
comida. Por esa razón, la presioné para que incluyera el conflicto de la comida de la columna
"bruja" de su lista. Durante el período de discusión de la lista, otra mujer en su pequeño grupo la
escuchó decir:
He comprendido, como resultado de tener que poner todos los aspectos de la
conducta de mi madre en esa lista, que algunas de las cosas que ella hace en realidad no
son tan terribles como para justificar mi reacción. Por lo tanto si quiere alimentarme, y yo
no puedo decir de un modo liso y llano: "No, gracias", en lugar de resentirme con ella por
empujarme a comer, creo que necesito también considerar por qué me siento tan culpable
y enfadada por todo el tema.
En la medida en que asumamos a nuestra madre como más o menos que humana, no
podemos esperar que nosotras seamos sólo humanas o que podamos ser sólo eso. Si mamá
puede ser perfecta, o creemos que debe serlo, entonces no pidamos menos de nosotras mismas.
Y si pensamos que su destructividad tiene proporciones sobrehumanas, nuestro miedo más
profundo será que la nuestra sea igual. Las polaridades ángel-bruja nos impiden formular a
nuestras madres todo tipo de preguntas que haríamos con facilidad a cualquiera en una fiesta.
Quizá ya sepas algo más de lo que piensas respecto a tu madre y puedes usar este
conocimiento para humanizar su imagen. Basada en lo que sabes, haz una búsqueda sistemática
de los elementos en común. Pregúntate cuáles son las cosas que compartes con ella: valores,
miedos, actitudes políticas, tipos de amigos, creencias religiosas, comidas favoritas, fuentes de
placer y de frustración, peculiaridades, gestos, rasgos físicos, sentido de estilo, etc. Quizá quieras
hacer una lista de las formas en que las dos os parecéis. Tal vez tengas expectativas muy
elevadas y opiniones muy bajas de ti misma, pero a nivel de presentimiento sabes que eres "sólo
una persona", por eso buscar cosas en común debería ayudarte a humanizar la imagen que
tienes de tu madre.
Ver a la madre como una persona es a menudo fascinante y emocionante. Al temer de un
modo menos intenso que ella nos encuentre inadecuadas o exasperantes, podemos disfrutar con
interés de su conocimiento, como lo haríamos con cualquier otra persona. Trata de recordar lo
que sabes de su niñez, puesto que los niños nos parecen muy humanos, y es menos probable
que los adoremos o los condenemos como a los adultos. Recuerdo que mi madre me dijo hace
unos años que cuando era niña, había deseado tener un perrito porque quería abrazarlo.
Siempre había sabido que mi madre odiaba a los gatos, y había supuesto que esto se extendía a
todos los animales. Cuando me contó su deseo infantil, de pronto tuve una visión fugaz de ella
como una niña pequeña cariñosa y melancólica —ni una madre perfecta e idealizada ni una
madre con el poder de crear todos los males del mundo.
También me contó otra historia de su niñez, una que mostraba un aspecto bastante
distinto. En primer grado compartía un casillero con una niña que siempre llegaba a la escuela
antes que ella. La otra niña dejaba siempre su almuerzo, que contenía un gran pepinillo en
vinagre, en su casillero y cuando mi madre lo abría, un olor penetrante salía de dentro. Durante
meses todas las mañanas mi madre se comió el pepinillo de la niña. Para una criatura que era en
todos los otros aspectos muy bien educada, ¡esta era una travesura insólita! Ahora tenía otra
imagen vívida de la humanidad de mi madre, que no incluía ni la idealización ni la culpa.
Escribir la biografía de tu madre

De lejos, el trabajo de humanización más valioso que puedes hacer es escribir o grabar la
biografía de tu madre. Pensar en mamá como una persona comienza con la comprensión de que
ella no apareció de un modo mágico en su estado adulto, sin relación con su infancia, la familia
que la crió, el ambiente en el que creció y la historia de su familia y su cultura. Si tu madre está
viva y dispuesta a hablar contigo, te insto a entrevistarla en persona. A menudo la sola petición
de escuchar su historia en verdad la humaniza —no sólo la imagen que tengas de ella. Esta
demostración del interés de sus hijas ha hecho a muchas madres actuar de un modo menos
enfadado y distante. Sienten menos necesidad de protegerse de lo que consideran la actitud
superior o el desinterés de sus hijas; y se sienten aliviadas de la necesidad de parecer perfectas
para obtener el respeto de sus hijas.
Si, por alguna razón, no entrevistas a tu madre directamente, obtén la historia de su vida
de gente que la haya conocido bien. O puedes entrevistar a la madre de otra persona al mismo
tiempo que entrevistas a la tuya y luego comparar las notas. El cambio de perspectiva que puede
resultar de este ejercicio quizá te asombre. Como observó hace poco la ensayista Anna
Quindlen:
Mis amigas hablan de sus madres, de sus manipulaciones, de sus críticas y sus
comentarios negativos, y cuando conozco a estas mujeres puedo reconocer muy poco de
ellas en la descripción de sus hijas. A menudo parecen inteligentes, considerarlas,
gentiles. Pero no estoy en posición de juzgar. Para mí son sólo personas, no un fracaso
de toda la vida, una vara con la cual me mido a mí misma, para encontrar en público que
mamá tiene carencias, para encontrar en privado que el error está dentro de nosotras.
Pide a tu madre (o a la gente que estás entrevistando) que te cuente todo lo que pueda
recordar de su vida, comenzando por las circunstancias de su propio nacimiento. (Si prefieres
comenzar a hablar sobre sus padres, empieza allí. Compartir con ella un interés en los ancestros
comunes es una nueva forma de encontrar un terreno en común con ella; entonces puede
relajarse cuando hable de su propia vida.)
Antes de comenzar, estudia con cuidado el Apéndice; que incluye los temas que la
psicóloga Karen Glasser Howe sugiere que sus estudiantes universitarias cubran al escribir las
biografías de sus madres, así como preguntas adicionales que he diseñado, algunas de las
cuales están centradas en los mitos referidos a las madres. Por supuesto, siéntete libre de
modificarlas al elegir. Howe dice que escribir la biografía de la madre ayuda a sus estudiantes a
entenderlas más y a sentirse más unidas.
Pregúntale a tu madre sobre su experiencia contigo desde el principio. Pasa un tiempo
considerable en el período anterior a tu nacimiento, porque es probable que no sepas mucho
sobre esa parte de su vida. ¿Cómo se sintió el día que se casó? ¿Cómo se sintió al cambiar de
apellido? ¿Cuáles eran sus expectativas al casarse? ¿Cómo fue su primer año de matrimonio?
¿Qué la sorprendió, la decepcionó o la conmocionó? ¿Se sintió confiada como esposa, cocinera,
ama de casa? ¿Proyectaba quedarse embarazada? ¿Cómo se sintió cuando se enteró de que
estaba embarazada —cuáles fueron las razones por las que se encontraba feliz, y qué temía?
¿Qué tipo de embarazo tuvo? ¿Cómo eras en el útero, —pateabas o eras tranquila?
¿Cómo fue tu nacimiento? ¿Cómo se sintió la primera vez que te vio? (Hazle saber que si no
sintió nada, eso la pone en el mismo lugar que muchas otras madres y no prueba que sea
antinatural.) ¿Cómo fueron los días en el hospital antes de que te llevara a casa? ¿Recuerda la
primera vez que se quedó sola contigo, en casa? ¿Estaba asustada? ¿.Disfrutó de ti como bebé?
¿.Qué la volvía loca de tener que cuidarte? ¿.Cómo se sentía respecto a las limitaciones que
supone ser madre? ¿Le dijo alguna vez a alguien lo asustada que se sentía, y si fue así, cómo
reaccionaron? ¿Pensó que era una mala madre o que era incapaz?
Cuando tu madre llegue al momento de su vida en que se convirtió en madre, hazle saber
que comprendes que ninguna madre ha encontrado nunca el trabajo maternal como algo fácil, y
tú quieres saber cómo fue para ella. No estás buscando la Verdad sino sus recuerdos, su punto
de vista.
Pregúntale dónde obtuvo consejos sobre cómo ser madre. ¿Quién se los dio y qué le
dijeron? ¿Cómo le resultó? (O busca en los estantes de tu madre libros con recomendaciones
para criar a los niños que haya usado cuando eras pequeña. Léelos. Tendrás una idea de lo que
“debía" intentar poner en práctica.)
Durante la entrevista, presta atención a sus reacciones. Cuando guiñe un ojo, querrás
preguntar más. Pero no huyas cuando ella parezca tensa o se vea triste o enfadada. Puede estar
tensa o triste porque en el pasado nadie dudo oír una experiencia en particular o nadie se
preocupó lo suficiente como para escuchar. Tensión, enfado y tristeza son señales de que algo
está esperando para surgir, quizá para ser curado. A veces debes hacer una anotación mental de
Io que estaba sucediendo cuando el sentimiento negativo apareció, esperar un poco y volver a él
después.
Yo había leído algunos libros excelentes sobre la dificultad de ser madre, y mi propia
madre siempre había estado dispuesta a hablar de sus experiencias. Pero sólo después de
preguntarle de un modo sistemático sobre sus problemas Comprendí la totalidad insospechada
de su vida —y, por lo tanto, su humanidad y nuestra relación.
Del lado positivo, me sorprendió conocerlo feliz que ella fue cuando yo era bebé. Como yo
había adorado a mis bebés pero me sentía abrumada por la responsabilidad y el agotamiento
físico, había supuesto que ella se había sentido del mismo modo. Pero ella me explicó que en la
época en que yo nací, los médicos prohibían a las madres recientes que subieran escaleras para
no cansarse. Hoy, se presiona a las mujeres para que sean supermujeres —deben dar a luz,
bajarse de la mesa de partos e ir a preparar la cena mientras alimentan a su recién nacido. En
contraste, mi madre dice que su necesidad de descansar estaba legitimada por el médico, por lo
tanto no se sentía culpable de tener a su madre y a otra mujer que la ayudaran; esto la liberó
para disfrutar de su bebé.
Del lado negativo, yo nunca habla sabido que mi madre tuvo problemas para
amamantarme. Cuando le dijo al pediatra que yo tenía cólicos, él le dijo que era su culpa, que me
estaba poniendo nerviosa. Esta explicación autorizada la puso nerviosa, y la leche se le secaba
cumpliendo aparentemente con la evaluación del médico acerca de su deficiencia. Para mi
madre, este problema fue creado por una combinación letal: su inseguridad personal, individual,
el mito que establece que la maternidad debe surgir de un modo natural y el mito que dice que
sólo los expertos saben de bebés.
Consideración de las luchas de tu madre

Cuando observamos a las personas a distancia, rara vez vemos sus imperfecciones. Una
forma importante de superar la idealización de tu madre es considerar de cerca sus luchas, las
pruebas que ha afrontado en la vida real. Desde que yo puedo recordar, mi padre ha tenido un
cartel en su oficina que dice: "Sé amable, porque todas las personas que conoces están librando
una dura batalla:" Sin embargo a menudo somos ciegas al tipo de batallas que libran nuestras
madres. Una madre tiene enormes responsabilidades —el deber de evaluar nuestro progreso, el
deber de señalar en qué necesitamos cambiar o mejorar, el derecho sancionado por la sociedad
de penalizarnos cuando piensa que hemos ido muy lejos en el error, y el deber de saber cuándo
dejar de hacer estas cosas—. Así quizá no debería sorprendernos que, al centrarnos en lo que
esperamos que ella haga por nosotros, pasemos por alto sus luchas, o incluso el hecho de que
ella presente batalla.
Más aún, muchas madres se sienten presionadas por vivir de acuerdo con las imágenes
idealizadas de la maternidad, por eso nos ocultan sus dificultades. A muchas les han dicho que
los niños no deben ser "sobrecargados" con información de las imperfecciones o incertidumbres
de sus padres. El resultado es que la mayoría de nosotras no conoce mucho de las realidades de
la vida de nuestras madres y que la carencia de información nos mantiene separadas. Cuanto
más conocemos a otra persona, más cerca nos sentimos de ella en general, porque hay una
mayor probabilidad de que descubramos lo que compartimos con ella.
Una experiencia que tuve hace unos años me permitió descubrir la batalla de una mujer
que ocupaba una posición muy poderosa. Esta historia es la ilustración más dramática que he
vivido en forma directa de la humanidad que subyace bajo lo que parece una mujer invulnerable.
Ella era mi jefa, no mi madre, pero, como una madre, parecía más grande de lo que era en
realidad. Esta mujer había sido promocionada para un empleo que ninguna mujer había logrado
antes; supervisaba a un gran número de empleados, que hacían un trabajo importante, complejo
y delicado. Un día, oí que iban a practicarle una cirugía de ojos. Quise hacerle un pequeño
regalo. Como lo único que sabía de su vida personal era que le gustaba la música, le compré una
cajita de música. Eso me pareció insuficiente, entonces tuve la idea de darle un pequeño regalo
dirigido a cada uno de los sentidos (excepto la vista) para que pudiera disfrutarlos durante su
recuperación. Le compré una pequeña barra de jabón con perfume de lima, una chuchería de
terciopelo para el tacto y unos caramelos de gelatina para el gusto.
Otras personas me comentaron que se sintió muy emocionada con mis regalos porque
pensó que sabía que tenía miedo de perder la vista y estaba tratando de darle el mensaje:
"Aunque pierdas la vista, todavía tienes todos los otros sentidos para disfrutar." Me hubiera
gustado haber pensado en eso, pero no la conocía lo suficiente como para darme cuenta de su
miedo. No creo que ella hubiera dicho a nadie en el trabajo que sintiera miedo. Como la
considerábamos poderosa, nunca sospechamos que ella, también, tenía miedos.
Como las madres a menudo tratan de ocultar sus problemas y faltas a sus hijas y como
tienen el poder de hacer sentir a sus hijas maravillosas o terribles, muchas hijas suponen de un
modo erróneo que sus madres son invulnerables y todopoderosas. Cuando comiences a explorar
las luchas de tu madre, ten presente que algunas de las dificultades que describen con más
frecuencia son la incertidumbre acerca de cómo cuidar a los niños, el aislamiento, el agotamiento
físico, la sensación de incapacidad, una abrumadora sensación de responsabilidad y el miedo al
fracaso. Otras luchas que muchas madres tienen que afrontar abarcan las dificultades causadas
por la discriminación racial, la pobreza, discapacitación o enfermedad, preferencia sexual no
aceptada, un gran número de hijos, la deficiencia, enfermedad o muerte de un hijo, el abuso en la
infancia o, en la actualidad, un salario bajo, exceso de trabajo, subestimación y acoso sexual en
el trabajo, divorcio, abandono, pobres relaciones con otros miembros de la familia,
responsabilidad de otros miembros de la familia y ambiciones y sueños frustrados. Toda madre
ha debido soportar al menos algunas de estas cargas.
Por lo tanto, piensa en cómo la adversidad a la que tu madre hizo frente podría haber
afectado el tratamiento que te ha dispensado. ¿Recuerdas las veces en que parecía demasiado
cansada para jugar contigo o demasiado irritable o muy necesitada emocionalmente? ¿Podrían
estas haber sido las veces en que sus obligaciones fueron más pesadas? Si no estás segura,
pregúntale, o pregunta a personas que la conocieron entonces. Por ejemplo, recuerda que, de
acuerdo con las estimaciones actuales, al menos un tercio o casi más cerca de la mitad de todas
las madres han sido víctimas de algún tipo de abuso —abuso sexual siendo niñas, ataque sexual
siendo adultas o castigos de un compañero—. Como los efectos del abuso incluyen la escasa
autoestima, la inseguridad y el temor, una gran proporción de lo que las hijas han considerado
faltas de sus madres es probable que sean en parte el resultado de haber sido víctimas de la
violencia, pero las hijas nunca lo han sabido.
A medida que conocemos las luchas de nuestra madre, las cosas malas que nos ha hecho
parecen en general menas destructivas, menos maliciosas e incluso menos graves, porque
entendemos su origen (su preocupación por un comprar inminente, su preocupación por los
ingresos para compra comida, etc.), Podemos apreciar mejor las cosas buenas que ella ha hecho
cuando sabemos que la., hico pese n la adversidad, que no navegó con serenidad por la m,
fuerza criar a sus hijos le supuso esfuerzo, lágrimas, fuerza e ingenio. Si podemos encontrar
estas cualidad tras es enterradas en ella, podemos descubrirlas también en nosotras.
Estas técnicas de humanización se aplicarán a problemas muy específicos entre las dos,
algunos de los cuales serán discutidos en el Capítulo 8. Por ejemplo, conocer sus luchas o su
punto de vista puede establecerla creencia de que tu madre no te sustentó ni te apoyó tanto
como hubiera debido. Una amiga íntima me dijo que hace poco comprendió que, comparada con
las descripciones de sus semejantes, s madre u madre parecía bastante distante: "Ah, ya sé",
dijo:
Eso es porque tu pediatra me dijo que era importante que te enseñara a ser
independiente y yo traté con todas mis fuerzas de hacer eso. Hace poco he comprendido
que, al tratar de hacerte independiente, te cerré emocionalmente. Creo que hay formas de
ser independiente endiente y también cariñosa y unida, pero yo ahora he empezado a
aprender cuáles son esas formas. Además en mi familia, con diez hijos, mis padres
estaban demasiado ocupados para tener una relación emocional estrecha con nosotros.
No tenían tiempo.
Consideración de los peores aspectos de tu madre

Considerar los peores aspectos de tu madre, si se hace con propiedad, puede reducir tu
tendencia a culparla o a degradarla. Como vimos en los Capítulos 2 y 3, culpar o denigrar a
alguien son formas rápidas y fáciles, pero improductivas para tratar una conducta poco atractiva o
dolorosa. La comprensión o incluso el crecimiento personal puede proceder de nuestros intentos
de abandonar el camino fácil e intentar, como sugiere el lema de los nativos americanos,
"caminar con los mocasines del otro"
Puedes hacer esto de diversas maneras, todas incluyen proyectarte a la situación de tu
madre. Si estás muy enfadada con tu madre o alejada de ella, quizá no sientas deseos de probar
estos ejercicios, pero los resultados valen el esfuerzo de este salto imaginativo. A lo sumo, te
acercarán a otro aspecto de la vida, a otro espacio de la ruleta de la experiencia humana.
También te brindarán una comprensión auténtica de la vida de tu madre. Simone es una escritora
de 72 años, que trató de "caminar en los mocasines de su madre" al escribir un cuento sobre su
relación:
Siempre había sido muy dura conmigo, obligándome a asumir la responsabilidad de
las tareas peores y más duras de nuestra granja. Crecí sintiéndome como Cenicienta en cl
período anterior a la aparición de su hada madrina. Escribí una historia verdadera sobre
mi relación con mamá, pero la revista que me había encargado el cuento me dijo que era
demasiado crudo y que la madre era demasiado unidimensional y malvada.
Mi primera reacción fue: "¡Pero así es como ella era en realidad!" Para conseguir
que me pagaran el cuento, agregué material nuevo sobre la madre que supuestamente se
sentía frustrada y sola, resignada al duro trabajo de la granja. Pensé que los trozos
agregados eran absoluta ficción. Pero años después, hablé con una mujer que había
conocido a mi madre cuando se casó con mi padre; la mujer me dijo que mamá había
querido con desesperación ser una concertista de piano, pero papa se lo prohibió. Ella ya
era una música consumada, cuando se conocieron, pero él quería que le ayudara con el
trabajo de la granja. Todo lo que ella me había dicho era que tocaba el piano por
diversión.
Historias así demuestran que, a menudo, conocemos más de lo que pensamos sobre
nuestras madres, una vez que interpretamos correctamente años llenos de signos, pistas y
malentendidos.
Puedes elegir entre cierto número de técnicas específicas para explorar los peores
aspectos de tu madre. Podrías preguntarle de formo directa por qué te trato como lo hizo durante
un incidente doloroso en particular, cómo se sintió y qué pensó en ese momento. Esta puede ser
una tarea demasiado intimidatoria en esta etapa, pero a veces estos datos ilustrativos no se han
revelado sólo porque nadie lo ha preguntado. O, como Simone escribe (o imagina) una historia
sobre la vida de tu madre. Incluye todo lo que puedas pensar sobre ella, pero en especial trata de
de hacer de ella un personaje digno de simpatía; esto puede ser duro si no te llevas bien con ella
en este momento, pero encontrarás que el esfuerzo vale la pena. Una mujer llamada Phoebe dijo
después de un taller sobre madres e hija:
Cuando comencé a escribir sobre mi madre, todo lo que pude pensar eran cosas
que hacía para irritarme. Pero como la tarea era tratar de hacer de ella un personaje por el
que sintiéramos simpatía, indagué en mis recuerdos —y lo primero bueno que surgió fue
el olor de su sopa de pollo—. Eso me devolvió a todo un fluir de buenos sentimientos,
incluyendo la suavidad de su mejilla cuando yo tenía cuatro años y estaba ron fiebre.
Si sólo intentar hacer de ella un personaje por el cual sintamos simpatía no funciona para
ti, prueba esto: piensa en lo peor que tu madre te haya hecho alguna vez. (Quizá desees referirte
a las notas que hiciste al comienzo del libro.) Luego, imagina que fuiste tú quien lo hizo. Ahora,
escribe un cuento en el que expliques por qué el personaje se comporto como lo hizo. O, si
prefieres, redacta una explicación de dos líneas sobre los motivos del personaje. O encuentra
otra mujer que haya hecho a sus hijas cosas similares y entrevístalas para averiguar lo que les
indujo a ese comportamiento. Mi alumna Nora comenzó a entender qué había llevado a su madre
a golpearla sólo después de hablar con otras madres que cometieron abusos de este tipo.
Descubrimiento de cualidades para respetar en Mamá

Hasta ahora, los ejercicios de humanización han implicado dos movimientos: conocer más
sobre la vida y las In, has de tu madre o tratar de entender qué la llevó a un determinado
comportamiento perturbador. Ahora puedes concentrarte de un modo más específico en sus
aspectos positivos —no lo que parecen ser sus cualidades subrehumanas, sino sólo sus
aspectos humanos positivos, como su sea-¡ido del humor o su talento para los juegos de
palabras.
En primer lugar, ve si puedes pensar en razones que merecen tu respeto; algo del material
que recogiste al investigar sobre sus luchas puede servirte de ayuda. Una mujer de mediana
edad a la que llamaré Stacey supo a los siete años que su madre tenía una perturbación
emocional grave, que a veces hacía imposible para la familia tener extraños en su casa. En la
década del 50, cuando la "enfermedad mental" tenía un estigma social mucho mayor que ahora,
su madre la llevó aparte para tener una conversación seria y le dijo:
Querida, quiero que sepas que la razón por la que a veces hago cosas extrañas es
que tengo lo que se llama una "enfermedad mental". He tratado con mucho esfuerzo de
luchar entra esto, pero no puedo evitarlo. Sé que cuando actúo de un modo extraño, no
puedes traer a tus amigos a casa y no quiero que ellos piensen que es sólo porque no me
gustan. Por eso quiero que te sientas libre de decirles a ellos que te preocupa que mi
enfermedad mental sea la razón por la que no los traes a casa a jugar contigo.
Como la mayoría de los niños haría, Stacey tomó las palabras de su madre como algo
corriente. En cuanto llegó a los cuarenta, aguijoneada por el descubrimiento de los psiquiatras de
que su madre en verdad tenía un desequilibrio que estaba más allá de su control, Stacey apreció
el sacrificio que su madre hizo por ella. Stacey creció en una ciudad muy pequeña donde su
madre vive todavía, enfrentándose a diario con las consecuencias de que Stacey le haya contado
a sus amigos los problemas de su madre. La gente de la ciudad todavía piensa que enfermedad
mental es sinónimo de locura, y la madre ele Stacey ha sufrido mucho debido a las
malinterprctaciones ignorantes que se han esparcido por la ciudad. Stacey me dijo:
No sólo deseo que la gente deje de murmurar de una forma tan perversa sobre mi
madre, sino que en realidad deseo que se detengan y piensen en lo que ella hizo. Ella
sabía muy bien que, cuando me dio permiso para contarlo, las palabras se extenderían
bastante rápido, y la gente distorsionaría la realidad. Y eso es lo que han hecho en formas
increíblemente grotescas. En lugar de que la gente murmurara sobre mamá a sus
espaldas, merecería que le dieran una medalla por su heroísmo.
Si no surgen de inmediato en tu mente razones para respetarla, intenta otros métodos.

Pregunta a otras personas qué respetan en sus madres, o piensa en características que admires
en otras mujeres y considera si se pueden aplicar a tu madre. O usa tu imaginación —simula que
tienes que escribir su respuesta a un anuncio ofreciendo trabajo y explica por qué ella merece el
empleo, o escribe un discurso de agradecimiento a un premio que le hayan otorgado. El empleo o
el premio pueden ser de cualquier tipo; podrías comenzar con algo que parezca trivial como su
afición por los colibríes. A partir de allí sigue pensando en lo que significa eso —que tiene
sentimientos tiernos hacia criaturas pequeñas o respeto por la naturaleza, por ejemplo.
Al menos una de estas técnicas de humanización funciona para la mayoría de las hijas,
pero por desgracia, algunas madres están en la otra punta del espectro. ¿Qué pueden hacer sus
hijas?
Madres muy difíciles
Se dijo a una mujer de 80 años: "¡No puede tener ochenta años!" y replicó: "
¿Qué quiere decir? ¡Tengo un hijo de 53 años!"
Dijo esto sentada en el sillón al lado de su hija de 54.
— Historia contada por una amiga.
Tu madre, como la que citamos arriba, puede haber hecho cosas tan dolorosas que su
imagen no pueda ser muy humanizada. En el espectro de las madres, estas son las que más nos
tientan a seguirlas culpando. Pero aunque seas lo suficientemente desafortunada como para
tener una madre así, tus esfuerzos para humanizar su imagen todavía son importantes. ¿Por
qué? Porque, como escribí en el Capítulo 2, culparla te quita un poco de presión de encima. —
"¡Ella el problema no yo!", pero en la medida en que la consideres tu madre y tu Madre Mala,
estás vinculada patológicamente a ella. Te sentirás aterrorizada de ser como ella, de creer que lo
eres. En la medida en que tu visión de ella sea "Mi madre, la madre", tu identidad estará ligada a
ella de un modo estrecho. Aunque humanizar su imagen no le haga más amable o más
aceptable, trata de entender cómo llegó a ser como es. Luego verás que las fuerzas que te
formaron, incluyendo tus propias características individuales, son diferentes de las que la
formaron a ella. Puedes descubrir que ella fue formada, por ejemplo, por el mito de la supe-
rioridad masculina; entonces, aunque ese mismo mitote haya afectarlo mucho, puedes estar
segura de que ella nunca escapó de su influencia, considerando que a los 25, o a los 45, o a los
65 años, tú ya sabes que el mito es falso.
Al tratar de determinar si tu madre es un ser con el cual es imposible trabajar, tenemos
primero que intentar verla no como alguien que de pronto existió en su forma acabada,
monolítica, en el minuto en que nacimos, sino como alguien controlada por su cultura.
Irónicamente, muchas mujeres que perdonan a Sigmund Freud por las cosas terribles que dijo
sobre las mujeres, pues lo consideran un producto de su tiempo y su cultura, no pueden hacer lo
mismo con sus madres.
Algunas mujeres pueden tener una madre a la que consideran, después de una cuidadosa
reflexión, como totalmente imperdonable; hay, por supuesto, algunas madres bastante perversas
y algunas incluso psicóticas. Si nada de lo que hemos discutido parece ayudar, entonces debe
ser así. Pero antes de abandonar, consideremos el ejemplo de una madre muy destructiva.
Cuando leas la historia ponte en la posición de la joven hija, porque si tu madre fue en verdad
terrible, quizá dudas de tu propio valor, como hizo esta niña. Esta es una continuación de la
historia de Resa y su hija, Rosemary, que describí en el Capítulo 5. Rosemary ha sido llevada a
una clínica para tratar su depresión.
Cuando Rosemary tenía ocho años, la relación de su madre divorciada con un
hombre llamado Mike estaba en crisis. Resa involucró a Rose,nary en esto, obligándole a
rogarle a Mike a que se quedara con ellas.
Durante una pelea entre Resa y Mike, Rosemary se acurrucó en un rincón en la
otra habitación, hambrienta, temblando de frío y de miedo, tratando de no oír sus gritos.
Recuerda que su madre entró en la habitación después de un tiempo y dijo: "No puedo
hacer nada con él. ¡Inténtalo tú!"
¿Qué harías con Resa? Si volvemos a la descripción de sus padres y sus abuelos en el
Capitulo 5, recordamos que la madre y Ia abuela de Resa fueron personas bastante distantes y
frías —alegres, como mucho—. Su padre y su abuelo fueron más agradables y gentiles pero se
involucraron poco con la familia. Debido a los mitos de la superioridad masculina y de la
sustentación inagotable, la madre y la abuela de Resa parecen responsables por sus dificultades,
aunque su padre y su abuelo quizá contribuyeron también a su carácter egoísta y egocéntrico. Y
gracias al mito de la superioridad masculina, Resa cree que debe tener un hombre —por eso, le
dijo a su marido que se fuera para poder ser "independiente" sólo después de haberse arrojado
con desesperación a su relación con Mike.
Quizá quieras culpar a Resa por lo que está haciendo con Rosemary. O quizá quieras
absolverla de culpa porque crees que sus padres y abuelos están en falta. La perspectiva que
tomes dependerá en parte de lo que pienses del libre albedrío. Algunas dirán que Resa es un
víctima inocente de las circunstancias, formada de manera inevitable por su pasado, impotente
para cambiar. Otras dirán que, como adulta que decide tener un hijo, no importa lo que le hayan
hecho, tiene que asumir la responsabilidad de no herirle.
Cualquiera que sea tu punto de vista, sin embargo, el trato de Resa a Rosemary surge con
claridad de sus propias necesidades, no de la incapacidad de su hija; no es el error de su hija. Si
tu madre parece un ser horrible, imposible de redimir, trata de pensar en ti misma como
Rosemary y comprende que puedes haber odiado o culpado a tu madre en un esfuerzo por
probar que no mereciste lo que ella te hizo. Si puedes entender esto, entonces aunque no llegues
a amar o perdonar a tu madre, te sentirás mucho mejor contigo misma, y no basarás tu
autoestima en el fundamento tembloroso de la destrucción de otra persona. Si sólo consigues
aumentar tu autoestima, ya es mucho.
Humanizar la imagen que tienes de tu madre puede comenzar con cambios primarios en
tu manera de pensar —como, por ejemplo, darte cuenta en el momento da que estás usando las
imágenes míticas y recordarte que tu madre no es ni un Ángel ni una Bruja—, aunque puede
continuar con cambios en tu manera de sentir. Es probable que forjar una alianza con tu madre,
en la realidad exterior o dentro de ti misma, sea un proceso más emocional. El proceso de
humanización cambia el equilibrio de poder entre las dos: ella parece más una igual, ni mucho
más admirable ni mucho más despreciable que tú. Forjar una alianza implica algún tipo de
equilibrio de poder pero está más relacionado con emociones, con sentimientos de proximidad y
de cosas compartidas entre las dos.
Cómo forjar una alianza

Mejorar las relaciones madre-hija requiere el esfuerzo de ambas. Forjar una alianza entre
las dos es, por lo tanto, muy importante. Muchas de las técnicas desarrolladas hasta ahora
ayudarán a crear esta alianza, te ayudarán a comprender que estáis del mismo lado.
Es imposible exagerar la importancia de este paso; como el terapeuta Nikki Gerrard ha
escrito, es mejor si pensamos en nosotras como constructoras de una alianza que si pensamos
que una de nosotras esta "ayudando a la otra" o está examinando y resolviendo sola los
problemas que compartimos.
Los pasos iniciales que debes realizar para forjar una alianza con tu madre implica: "Para
comenzar: consideración de los obstáculos", "Confrontación con el poder de tu madre" y
"Aclaración de las responsabilidades respectivas."
Para comenzar: Consideración de los obstáculos
Si escribiste o grabaste la biografía de tu madre, ya has comenzado a crear una alianza
con ella. Si todavía no In has hecho, intenta hacerlo ahora. Mucho puede cambiar guando ella
vea que la tomas lo suficientemente en serio romo para preguntarle por su vida, para escuchar
sus respuestas y para considerarla una importante fuente de información, una compañera en tu
esfuerzo por encontrar el sentido de tu vida y de la relación que las dos compartís. Muchas
mujeres que aman la lectura de novelas y de historias documentales sobre mujeres, nunca han
escuchado las historias de sus propias madres. Para construir una alianza, el hecho de preguntar
importa más que el contenido de tus preguntas.
Si tu madre no saca el tema por sí sola, hazle preguntas concretas sobre su perspectiva
de la relación, del mismo modo que la entrevistaste sobre su vida en general. Pídele que nombre
un par de cosas que has hecho que le hayan producido alegría y un par que le hayan causado
pena. Recuerda que esto es una entrevista, todavía no es el momento de compartir puntos de
vista y debatir temas. Cuanto más conozcas su punto de vista sobre el problema, podrás evaluar
mejor el trabajo que necesitáis hacer juntas.
Quizá quieras simular que no eres su hija si no te gusta algo que dice respecto a ti, porque
la importancia de la entrevista para forjar una alianza es que tienes la posibilidad de escuchar con
atención y construir una imagen de cómo tú y tu relación con ella se ven desde su punto de vista.
Tu misión es recoger información. Convéncete de que eres una extraña que acaba de conocerla
en una fiesta y está escuchando cómo describe a su hija y a sí misma. Este tipo de actividad
debería darte una buena idea de los aspectos de tu relación que le preocupan más y ella hablará
con más libertad si puedes escuchar de un modo que no sea ni crítico ni defensivo. Este no es el
momento de interrumpir con: "¡Pero Mamá, no hago eso!" o "¡Tú siempre quisiste más a mi
hermana!"
Si proyectas tener algunas conversaciones con tu madre referidas a las barreras entre
ambas, sugiero que repases el apartado: "Una relación construida para dos", del Capítulo 6. Esto
te ayudará a orientarte respecto a cómo tratar el tema. Una buena forma de comenzar es decirle
que quieres que la relación sea más estrecha y más relajada, y que te gustaría que ella
dispusiera de cierto tiempo para hablar de cómo hacer para que esto suceda. Sugiere a tu madre
que las dos penséis en la relación como una especie de escultura cinética que siempre estará
cambiando debido a cosas que están fuera de control —como la edad, las expectativas sociales,
etc.—, pero que puede hasta cierto punto adquirir la forma que las dos le deis.
Dale tiempo si lo necesita. Dile que la llamarás unos días más tarde para averiguar qué ha
decidido. Si responde que no está interesada, puedes obligarla a decirte por qué se muestra tan
poco dispuesta porque una vez que se mencione la razón, quizá seas capaz de resolver la
situación de un modo bastante rápido. Si te dice que tiene miedo de que le digas todas las cosas
que ha hecho mal como madre, puedes asegurarle que eso es lo que no quieres hacer. O puedes
darle este libro. Dile que lo has leído y sugiérele hablar después que haya tenido la oportunidad
de leerlo, también. Aunque necesite más tiempo o nunca superes su resistencia, te sentirás mejor
por haberle preguntado a qué se debe su poca disposición a hablar. Puedes entender, por
ejemplo, que lo que siente es miedo en lugar de desinterés o un enfado tan intenso contigo que
no puede imaginar hablar de la relación.
Si tu madre se obstina en no discutir contigo la relación, quizá necesite más tiempo, y tal
vez saque el tema si puede elegir el momento en que se sienta preparada. Pero, aunque no lo
haga, encontrarás en este apartado formas más directas de forjar una alianza. Una de ellas es la
siguiente:
Aunque no hayas hecho su biografía o ella no haya aceptado hablar contigo sobre vuestra
relación, puedes hablarle sobre parte del material de los Capítulos 3, 4 y 5 de este libro. Puedes
comenzar con un pequeño paso como describir las imágenes polarizadas de las madres, cómo la
actitud de culpar a la madre resulta de los mitos de la Madre Perfecta o de la Madre Mala. Es
probable que ella entienda rápidamente, puesto que las habrá experimentado en su propia carne,
y luego tendréis un marco de referencia compartido. Asegúrale de un modo explícito que no
quieres ni idealizarla ni degradarla. Quizá sea la primera vez desde que se convirtió en madre
que alguien ha mencionado los estereotipos, los ha considerado malos, y ha dicho o quedado
implícito "Superémoslos."
Quizá quieras describirle algunos de los mitos, concentrándote en especial en los que
piensas que la han afectado más. Al tener este tipo de conversación, deja claro desde el principio
que tu propósito al hablar con ella es comenzar un viaje de exploración juntas; así sentirá menos
necesidad de intentar mantenerse en la posición de madre, en el pedestal, o tendrá menos temor
a ser menospreciada o rechazada. Puedes tener esta conversación con tu madre aunque ella no
quiera hablar de la relación de un modo directo.
Intenta dedicar cierto tiempo para hablar con ella de su actual estado emocional. Como se
supone que las madres se ocupan de las necesidades de otras personas, rara vez pensamos en
preguntarles qué necesitan ellas; como supone que deben ayudarnos a superar nuestros miedos
y dirigirnos hacia nuestras metas, en general no les preguntamos por sus miedos y sus metas.
Por esa razón cuando sí formulamos estas preguntas, mostramos a nuestras madres de un modo
muy emocionante que queremos ser sus aliadas. Freda Paltiel, que es consejera superior sobre
la posición de las mujeres en el Departamento de Salud y Bienestar Social de Canadá, sugiere
que pidas a tu madre que describa su yo real en términos de sus "necesidades, riesgos y tareas":
¿Cuáles son sus necesidades, en su relación contigo y en otras situaciones? ¿Qué riesgos siente
que está asumiendo, al trabajar para mejorar su relación contigo y en este momento de su vida
en general? ¿Son riesgos que quiere aceptar? ¿Qué tarea le gustaría realizar en su relación
contigo, y en general, en este momento de su vida?
Confrontación con el poder de tu madre

Ahora debes enfrentarte de manera frontal con el tema del poder de tu madre. Aunque los
ejercicios de humanización pueden haber igualado el equilibrio de poder entre las dos, en tu
mente, tu madre necesita trabajar en el tema por sí misma y quizás en una conversación contigo.
Como vimos en el Capítulo 5, las madres tienen ciertos tipos de poder sobre los niños, y
en nuestra cultura se tiende a considerar ese poder peligroso. Precisamente como se considera
peligroso, muchas hijas e hijos, sensibles en exceso, catalogan de un modo equivocado las
muestras de interés y preocupación maternales, o los ofrecimientos de consejo y sustentación
como un mal uso de poder. Debes sacar este tema a la luz. Habla de un modo explícito de la
injusticia de que el poder maternal sea rápidamente condenado como destructivo. Además, dile a
tu madre qué tipo de poder tiene sobre ti —el poder de inspirarte o de hacerte sentir amada, así
como el poder de hacerte sentir incapaz o avergonzada, etc.
A menudo las hijas se sorprenden al encontrar que sus madres no se dan cuenta de
cuánto poder tienen todavía sobre sus hijos adultos. De hecho, como describimos en el Capítulo
5, las madres en general se sienten bastante indefensas.
Hasta que no comprendamos que mamá no es omnipotente y que no siente que lo sea,
que su poder no es tan peligroso como pensamos, y que no somos tan indefensos en relación
con ella, no podremos forjar una verdadera alianza. Una forma de superar el poder materno es
reduciendo su impacto sobre nosotras mediante la burla, como hizo Portnoy. La novelista
Rebecca Goldstein escribió: "He transformado [a mi madre] en una parodia... en un intento de
diluir parte de su asombrosa fuerza:"
Hace poco reconocí que estaba exagerando en mi interior el poder de mi madre y su uso
destructivo. Me había estado sintiendo alejada de ella y quería llamarle y decirle cuánto la
amaba. Me sorprendió notar cuánto dudaba hacer esa llamada. Cuando reflexioné por qué, me di
cuenta de que tenía mucho miedo de que ella no tomara en serio mi expresión de cariño, aunque
no había razón para esperar esto. De hecho, en general, siempre ha sido muy cálida y expresiva
conmigo. Pero, ¿qué si estaba ocupada o preocupada cuando yo llamara? La perspectiva de ser
rechazada por nuestra madre puede resultar devastadora —sin importar lo remoto que parezca o
lo mayores que seamos.
Asegúrate también de dar a tu madre la oportunidad de describir el poder que tú tienes
sobre ella. Una típica madre me dijo: "Con una mirada o un comentario, mi hija puede hacerme
sentir como una vieja loca o como que estoy realmente bien." Al responder a la presión de
considerar el poder maternal peligroso, nosotras, las hijas, a menudo no consideramos la
influencia que tenemos sobre ellas. Pero para construir una verdadera alianza, tenemos que
saber cómo influimos en ellas del mismo modo que les decimos cómo influyen en nosotras.
Tu madre y tú necesitáis basar en parte vuestra alianza en la comprensión de los límites
del poder de ambas. Como madres e hijas sois mujeres inmersas en una cultura misógina, no
tenéis mucho poder para mejorar la vida de la otra. No nos gusta reconocer esto porque en
general desearíamos poder ayudar mucho más a la otra. A menudo somos reacias a contar
nuestras necesidades porque no queremos revelar nuestra indefensión. Por eso discute con tu
madre que querríais hacer por la otra y reconoced la frustración y la indefensión que sentís
porque, por ejemplo, tú no puedes hacer que el resto de la familia muestre más respeto por su
trabajo y ella no puede conseguir que recibas un salario igual al de los hombres, no puede
protegerte del acoso sexual o forzar a tu marido a que te trate con respeto. Todo esto es muy
doloroso de considerar pero el mejor contexto emocional en el cual se puede hacer es asumiendo
que madres e hijas quieren estar más cerca la una de la otra, quieren superar las barreras entre
ellas y que estas son meras valiosas y sanas.
Aclaración de las responsabilidades respectivas

Ahora tu madre y tú deberíais conversar sobre cuáles son y cuáles no son vuestras
responsabilidades. Por ejemplo, sugiere que las dos tenéis la responsabilidad de:
• respetar las fuerzas de la otra
• respetar el derecho de la otra a ser imperfecta sin ser considerada una fracasada o una
traidora
• entender que mucho de lo que habéis hecho para enfurecer o herir a la otra no ha
procedido de la mala voluntad sino de los mitos y de las actitudes culturales reflejadas en la más
normal de culpar a la madre y en los mitos.
Además las dos debéis reconocer que, por ejemplo,

• una madre no es responsable de satisfacer todas las necesidades de su hija (Mito Dos)
• una hija no es responsable de establecer y mantener la buena reputación de su madre a
través de una conducta impecable (Mito Uno).
Luego repasa los Capítulos 4 y 5 y ve si alguna de las dos se ha considerado o ha

considerado a la otra responsable de las consecuencias de alguno de los otros mitos.
Como tu meta es estar más unida o más relajada con tu madre, tendrás que eliminar los
mensajes destinados a culpar a la madre. Aunque tú ahora tengas más cuidado para no atribuir
todos tus problemas a tu madre, otras personas no se tomarán esa molestia. Necesitarás una
antena sensible que te envíe una señal de advertencia cuando los mensajes destructivos
aparezcan en tu camino.
Por ejemplo, cuando me preparaba para escribir este capítulo, una famosa autora
apareció en televisión para anunciar su último libro, en el cual afirmaba que las supermujeres de
éxito son inseguras porque sus madres tienen la necesidad de hazañas desmesuradas y porque
las hijas "se ofuscan, son incapaces de separarse de sus madres". Estas afirmaciones se
pronuncian a menudo con una autoridad tal, que es difícil ver los errores propios de la actitud de
culpar a la madre que se encuentran en ellas. Una vez que entiendas que debes eliminar esos
mensajes, estarás en camino de establecer y mantener una verdadera alianza con tu madre. Con
esa alianza como Fundamento, estás preparada para dejar atrás la etapa de pensar en los mitos
en general y trabajar en los problemas madre-hija que concretamente sufre tu relación.
Elección y definición de un problema

Una vez que hayas humanizado la imagen que tienes de tu madre y forjado una alianza
con ella —sea en forma directa o en tu corazón— puedes encontrar que algunos de tus
problemas se desvanecen. Pero es probable que algunos otros necesiten un trabajo más
paciente y prolongarlo. Puedes hacer gran parte del trabajo descrito en este apartado sola,
hablando con alguna otra persona que no sea tu madre (una amiga, un terapeuta) o hablando
directamente con ella. En todo caso los pasos básicos a seguir son:
1. Identificar un problema cada vez
2. Identificar los sentimientos que tienes respecto a ese problema
3. Identificar las causas del problema y los sentimientos al respecto.
Recuerda que estás comenzando un proceso en el que tu madre y tú aprendéis y os

enseñáis cosas mutuamente. Cualquiera de las dos puede identificar un problema, pero
asegúrate de considerar tus sentimientos y los de ella, tu percepción de las causas y la de ella.
Puedes encontrar más fácil comenzar por la identificación de un sentimiento problemático que
tienes en relación con tu madre, tratando describir sus causas y luego intentando averiguar
cuáles son los sentimientos de tu madre y sus conjeturas sobre las causas. (Quizá quieras volver
al Capítulo 6 y revisar principios y las técnicas del entrenamiento expresivo, te será muy útil.)
Recuerda que el problema que elijas no necesita ser el más serio; puedes sentirte más
cómoda empezando con un tema menor que las dos podéis tratar. Quizá desees comenzar con
algo que surgió cuando realizabas la biografía de tu madre.
Una pareja madre-hija descubrió durante el ejercicio de la biografía que tenían ideas muy
diferentes sobre el significado de "independencia". La hija la definió como "no más que un par de
visitas al mes", mientras que la madre pensaba que la hija podía seguir siendo independiente
viéndola todas las semanas. Tanto la madre como la hija sintieron un gran alivio cuando las dos
identificaron como causa del problema su preocupación concreta por la frecuencia del contacto.
Conversaron sobre sus diferentes puntos de vista respecto a la frecuencia de las visitas; esto fue
más constructivo que las acusaciones de que la hija no se preocupa o que la madre es
demasiado exigente. En una serie de conversaciones, la hija describió su miedo a que su madre
quisiera meterse constantemente en su vida y que "nunca nada fuera suficiente"; la madre
describió su miedo a que su hija no quisiera tener nada que ver con ella. Primordialmente, las dos
sentían miedo, la hija, miedo a la asfixia y la madre, miedo al rechazo. Lo que resultó ser la causa
específica de su problema fue que no se habían tomado la molestia de hablar de sus deseos y
sus miedos reales. Las dos estaban haciendo suposiciones erróneas sobre lo que la otra quería.
Cuando tu madre y tú escojáis juntas un problema, recuerda que hay una gran diferencia
entre estar de acuerdo con un problema y estar de acuerdo con la causa del problema. Por
ejemplo, trata de evitar frases como: "El problema es que no puedes dejarme ir." Esa es una
acusación y una crítica (ver Capítulo 6, sección "Entrenamiento Expresivo"), por lo tanto es
improbable que ella esté de acuerdo contigo y es probable que se ponga a la defensiva. En
cambio, define el problema de acuerdo con los principios del entrenamiento expresivo. Por
ejemplo, una hija dijo: "Me gustaría que habláramos del hecho de que me siento culpable —y
luego enfadada por sentirme culpable— porque te molesta si pasa un día sin que te llame por
teléfono."
Al elegir problemas para trabajar, quizá quieras revisar tu lista de las peores cosas que tu
madre te haya hecho alguna vez, y ver cuáles te molestan más, o consultar cualquier anotación
que hayas hecho al leer este libro. Si es posible, pide a tu madre que haga una lista de las peores
cosas que tú le hayas hecho alguna vez. Tal vez también quieras revisar la lista de mitos de los
Capítulos 4 y 5 y considerar cuáles podrían estar creando o exacerbando los problemas entre las
dos. Luego reconstruye lo que pasó en realidad, sin el (los) mito(s). Por ejemplo, si ella siempre
te ha dicho que las personas con las que salías no eran buenas para ti, pregúntate si ella no
estaba tratando de ser la madre sabelotodo y protectora (Mitos Tres y Dos). Ponte en los zapatos
de tu madre y que ella se ponga en los tuyos: si hubieras sido tú la madre, ¿qué habrías hecho
en esa situación? Y ¿qué desearía ella que tú hubieras hecho cuando el problema surgió por
primera vez?
Este tipo de análisis o conversaciones puede ser complejo, porque a menudo las mujeres
encuentran más difícil superar los mitos en las vidas de sus madres que en las de cualquier otra
personal. Como he mencionado, cientos de mujeres me han dicho que su madre es la única
masoquista del mundo. Con la comprensión de los mitos y de la actitud de culpar a la madre,
muchas hijas han sido capaces de entender la postura de sus madres: "Mira lo que sacrifiqué por
ti", como prueba de que están en le miseria y el martirio sino como una súplica, quizá justificada
aunque mal dirigida, de reconocimiento y aprecio.
Otra forma de comenzar a trabajar con tu madre es pasar un poco de tiempo con ella y
anotar en qué circunstancia surges problemas y cómo os sentís al respecto. Esto es muy útil si,
cuando piensas en tu relación con ella, te sientes tan perturbada, aturdida o alienada que no
puedes concentrarte en problemas específicos.
Supón, por ejemplo, que notas que las dos os ponéis tensas cuando conversáis sobre la
frecuencia de vuestras llamadas telefónicas. Según tu perspectiva, ella no puede estar sin ti y te
hace sentir culpable porque no la llamas lo suficiente. Trata de pensar, en cambio, que ella quiere
estar en contacto contigo. Pregúntate qué mitos podrían haber transformado este deseo de unión
en lo que tú consideras su incapacidad de desprenderse de ti y su deseo de hacerte sentir
culpable. Esta es la tarea que Gina, una mujer de unos treinta y cinco años, se impuso:
Tuve una larga conversación con mi mejor amiga y nos dimos cuenta de que el
mito de la proximidad madre-hija es mala, estaba haciéndome sospechar que mi madre
quería "demasiada" proximidad y el mito de que el poder de las mujeres es peligroso, me
hizo acusarla de tratar de hacerme sentir culpable.
Gina nunca consideró necesario hablar de esto con su madre. La percepción que obtuvo
al hablar con su amiga acerca de los mitos marcaron toda la diferencia. La siguiente vez que ella
tuvo una semana ocupada en el trabajo y no llamó por teléfono a su madre, escapó de su antigua
rutina. Cuando su madre la llamó, en lugar de decirle el usual: "Ay, Mamá, ¿por qué tienes un
ataque cuando pasa una semana sin que te llame?", probó decir: "¡Hola Mamá! Me acordé de ti
toda la semana pero me volvieron loca en el trabajo y no me sentía capaz de mantener una
conversación humana."
Nada de lo que Gina dijo a su madre era mentira. No simuló estar emocionada por la
llamada de su madre, ni se embarcó en una conversación prolongada con ella. Lo que hizo fue
evitar las quejas o las acusaciones y esto produjo dos resultados importantes:
1. Algo sucedió entre ellas además de quejas, acusaciones y exigencias -cuando creas
ese espacio, a veces surge el afecto y la unión; y
2. Gina adoptó una nueva actitud hacia su madre, que dejó abierta la posibilidad de que
los motivos de su madre pudieran ser mejores de lo que Gina había supuesto.
Al explorar o incluso intentar identificar tus sentimientos, trata de recordar o reconstruir la

primera vez que te sentiste de ese modo. Por ejemplo, si tienes fobia a decirle cualquier cosa
referida a tu vida sentimental, piensa en la primera vez que te sentiste incómoda al hacerlo. ¿Qué
habías dicho, y cómo respondió ella? Quizás encuentres que tus sentimientos perturbadores
ahora ya no existen si, por ejemplo, le dijiste que un muchacho te había besado en la primera cita
y ella expresó conmoción y desmayo. Ahora que tienes 45 años, ella puede sentirse menos
conmocionada y, aunque no sea así, tú puedes sentirte menos desolada ante su reacción. Pero
aunque tus sentimientos no estén superados, recordar sus orígenes puede ayudar a entenderlos
mejor.
Si no lo has hecho antes, pregunta a tu madre cómo describiría el desarrollo de los
problemas entre ambas. ¿Siempre chocaron, o se llevaron bien hasta cierto momento? ¿Cuándo
se produjo un cambio para peor? ¿Recuerda qué provocó ese cambio? y, más importante, ¿la
actitud de culpar a la madre y los mitos tuvieron un papel en el cambio? Sus respuestas pueden
ayudar a identificar las fuentes de las barreras que existen entre las dos; al menos te darán un
punto de partida para tu trabajo. Consideremos algunos ejemplos.
Una hija cuya madre no quiso hablar con ella sobre su relación preguntó a la hermana de
su madre cuando habían comenzado los problemas madre-hija. La tía respondió:
Cuando tenías once años, tu maestra le dijo a tus padres que estaba preocupada
por ti, porque no estabas todavía interesada en niños. Tu madre había sido una niña muy
popular en la escuela secundaria y cuando esta maestra le dijo con autoridad que tu falta
de interés en tratar con niños era un problema, se preocupó mucho por ti. No quería que
perdieras la diversión que ella había tenido y sentía que su alegría por tu éxito académico
hubiera retardado tu desarrollo social. Entonces fue cuando comenzó a empujarte a ir a
fiestas con niños y niñas en contra de tus deseos.
Por el relato de su tía, la hija entendió que su madre había estado tratando de ser una
buena madre. Este conocimiento fue útil para ella, aunque sus intentos de hablar del problema
nunca tuvieron éxito.
Si tu madre siente que la relación tomó un giro dramático cuando llegaste a la
adolescencia, necesitaréis explorar juntas qué fue lo que provocó el conflicto. ¿Estabas
expresando aumentos normales en tu agresividad debido a cambios hormonales que no habías
aprendido a superar? ¿Tenía miedo de que te convirtieras en un ser sexual —se sentía incapaz
de enseñarte cómo protegerte de la vulnerabilidad que acompaña a la sexualidad? ¿Temía que
te volvieras agresiva a nivel sexual y que sus amigas escucharan cosas de ti y pensaran que ella
era una madre terrible? Una vez que formulas estas preguntas puedes ver con facilidad cómo tu
problema tal vez se agravó por su contaminación con mitos tales como "La medida de una buena
madre es una hija 'perfecta'."
Quizás identifiques tu matrimonio como el momento en que tu relación madre-hija cambió
de repente. Tanto Roberta como su madre, Marsha, estuvieron de acuerdo en que el matrimonio
de Roberta con Stephen había sido el comienzo de una dolorosa serie de conflictos entre ellas.
Marsha dijo:
El matrimonio de Roberta me convirtió en suegra. Y cuando Stephen me
degradaba, Roberta a veces se unía a él. Cuando le decía en privado que eso hería mis
.sentimientos, Roberta decía que yo le había enseñado que una mujer siempre debe estar
al lado de su marido. Y ella tenía razón: le había enseñado eso. ¿Por qué ella debía estar
a mi lado? ¿Quién obtuvo alguna vez respeto por estar al lado de su madre?
Marsha había visto que su hija adquiría categoría por colocarse del lado de un hombre en
lugar del de su madre, pero todavía no había comprendido que ese era el resultado de la
creencia de su hija y de ella en el mito de que los hombres son superiores. Marsha se dio cuenta
de eso después, cuando ella y su hija hablaron sobre cómo los mitos las habían afectado, y
mucho de su dolor se alivió.
Hasta entonces, sólo había sabido que su hija a menudo se burlaba de ella y que de algún
modo ella misma había colaborado para que eso sucediera —pero pensaba que su propia
estupidez y el disgusto de su hija eran las raíces del problema.
Por su parte, Roberta se sentía frustrada y enfadada: "Tengo que ser fiel a mi marido, pero
tengo una obligación para con mi madre —y me interesan los dos." Mirando la lista de mitos,
Roberta y Marsha de inmediato reconocieron que el mito de la superioridad masculina había
cumplido un papel importante en el desarrollo de la tensión entre ellas.
El divorcio de una hija es a menudo un momento de transformación para madres e hijas.
Puede modificar la relación en am has direcciones. La modifica para mal cuando una hija, que se
siente vulnerable y cree en el mito de la .sustentación inagotable, cae en la trampa de esperar
que su madre se ponga al cien por ciento a su lado y se siente traicionada cuando consigue
menos. O el giro negativo puede provenir del lado de la madre. Muchas madres que no tienen un
matrimonio feliz se sienten amenazadas por el divorcio de la hija, porque les muestra que ellas,
también, tiene una posibilidad de elección: no tienen que soportar su infelicidad. Esta opción las
atrae y las atemoriza y esta confusión las enfada. Quizá resientan que su hija les provoque
enfado (no femenino) y les haga pensar en la terrible idea de vivir sin el apoyo de un hombre.
Cuando una hija se divorcia, la madre puede alejarse. Sherry tenía 27 años cuando ella y
su esposo decidieron seguir caminos separados. Su madre reaccionó suspendiendo sus
llamadas telefónicas semanales:
Había sabido durante mucho tiempo que la relación entre mis padres era muy
distante a nivel emocional, pero hasta que le dije a mi madre que me había divorciado no
me di cuenta lo mal que estaban las cosas entre ellos. Ella se puso muy punzante y
comenzó a sermonearme que el lugar de la mujer está junto a su marido, sin importar lo
que haya sucedido. Supe que estaba tratando de convencerse a sí misma y yo estaba
triste porque ella no podía darse cuenta de eso. La única manera en que podía
distanciarse de su deseo de abandonar a papá era manteniéndose lejos de mí.
Algunas hijas han encontrado que sólo es útil esperar y nada más, esperar hasta que la
madre se dé cuenta de que la hija no la está empujando a dejar su matrimonio. Otras hijas han
dicho a sus madres de un modo explícito: "Dejé a Pred, porque dejarlo era lo mejor para mí. Pero
eso no significa que debas dejar a papá. Sólo tú puedes tomar esa decisión."
La mayoría de las madres duda en animar a sus hijas a dejar un matrimonio miserable.
Pero cuando el divorcio es un fait accompli (hecho consumado) una madre puede sentirse más
libre para convencerse a sí misma y a su hija de que el matrimonio no es perfecto; no necesita
más tratar de persuadirla de permanecer en el papel convencional de una mujer casada. Una de
mis alumnas describe su experiencia:
... después de seis años de matrimonio, llamé a mi madre un día y le dije que iba a dejar a
mi marido. Le dije que estaba harta soportando a un hombre que no era capaz de
soportarme a mí. Ella entendió lo que estaba diciendo... La separación y el divorcio me
dejaron un sentimiento de vulnerabilidad, pero me dieron libertad [de dejar de simular que
el matrimonio era perfecto], lo mismo que a mi madre. Nuestra relación comenzó a ser
verdaderamente afectuosa y sentí que ella me aceptaba. Comencé a desarrollar una
mayor autoestima y una mayor satisfacción con mi trabajo.
Cuando trabajes en un problema particular, cada cierto tiempo tendrás que tomar medidas
para mantener la motivación. Ten presente lo que quieres lograr, recordando algún momento en
que tu madre y tú hayáis tenido una buena relación. También ten presente que no tienes que
elegir entre decirle a tu madre cómo te sientes e intentar aumentar la proximidad o reducir la
tensión entre ambas. Las dos cosas no se excluyen mutuamente. Por ejemplo, puedes decirle
que no te gustan sus críticas porque se convierten en un obstáculo para disfrutar del tiempo que
pasáis juntas.
Después de elegir un problema en el que trabajar, de tratar de identificar tus sentimientos
y los de tu madre al respecto, y de conversar sobre lo que cada una considera las causas del
problema, puede servir de ayuda leer cómo otras madres e hijas han trabajado en estos temas
juntas. Una vez más, aunque no estés realizando esto directamente con tu madre, puedes
beneficiarte con el conocimiento de las ideas y percepciones que otras mujeres han hallado
útiles. El capítulo siguiente consiste en historias de madres e hijas y el trabajo que han efectuado.
8.- QUÉ HAN HECHO MADRES E HIJAS

UNA SEÑAL FIABLE de que nuestra relación madre-hija necesita arreglarse es nuestra
angustia emocional —o la de nuestra madre. Comenzamos este libro con una mirada a los
trastornos emocionales que sienten las hijas, luego examinamos la actitud de culpar a la madre y
su apoyo en unos mitos que causan o agravan esos trastornos; ahora cerramos el círculo—
volvemos a los trastornos emocionales en sí mismos. Pero ahora, con la ayuda del lenguaje de
los mitos, podemos observar de una forma nueva y creativa qué podemos hacer con esos
sentimientos dolorosos.
A veces el alivio de la angustia puede lograrse de un modo rápido con la comprensión y el
apoyo, pero a veces requiere esfuerzos ininterrumpidos y prolongados. Leer estas historias de
madres e hijas debería darte una idea de cómo quieres proceder: espero que sientas que estas
posibilidades de cambio son reales. No todas las historias se refieren a problemas resuellos con
facilidad, porque algunos pueden ser muy complejos y delicados; pero todos los ejemplos te
muestran cómo una madre, una hija o ambas han trabajado en alguna dificultad existente entre
ellas y han sido capaces de lograr cierta mejoría aun cuando no la hayan eliminado por completo.
No puedo detallar todos los sentimientos y temas de importancia que pueden llenar cada
etapa de la relación madre-hija, desde el nacimiento de la hija hasta el envejecimiento de la
madre y de la hija; sin embargo, he elegido una variedad de ejemplos de diferentes etapas.
Algunas de estas historias se acercarán a tu situación más que otras, poro te animo a leerlas
todas, porque las formas de pensar, hablar o actuar de otras mujeres pueden serte útiles, aunque
sus preocupaciones difieran de las tuyas.
Un principio para todos los sentimientos
La angustia en nuestras relaciones madre hija a menudo resulta de una brecha abierta
entre nosotras, por lo tanto necesitamos concentrarnos en las formas de cerrar esa brecha en
lugar de mantenernos en la actitud de culpar o acusar. Una hija puede reaccionar ante cierta
alteración o interrupción de la unión con su madre sintiendo contradicción, traición,
desesperanza, enfado, culpa, tristeza o perturbación y alienación. Con mucha frecuencia, no
somos conscientes de que nuestra necesidad insatisfecha de conectarnos con el otro es el
problema. Para ilustrar esto, la terapeuta feminista Nikki Gerrard ha descrito lo que sucedió un
domingo en su casa:
Mi hija de seis años se quejaba porque estaba aburrida y me irrité y enfadé. Quería
gritarle, pegarle y quizás enviarla a su habitación, creí que su mal comportamiento era un
signo de que no sabía jugar sola y sentía que era una mala madre por no haberle
enseñado cómo hacerlo.
De pronto, se me ocurrió algo. Me di cuenta de que estaba suponiendo que su
independencia —o la falla de ella— era el tema fundamental y yo estaba tan concentrada en eso
que no me había preguntado qué más podía estar pasando. Pensé en qué me ponía de mal
humor e irritable, y comprendí que era porque a menudo me siento incómoda ante una ruptura o
un distanciamiento en una relación íntima. Por lo tanto levanté a mi hija y le dije: "Te amo." Le
dije que ella era muy valiosa para mí y acaricié su cabello. Se chupó el dedo y se quedó como un
gato satisfecho. Después de un momento, se levantó, salió al jardín y jugó. Se había cerrado una
brecha en nuestra relación y entonces ella se sintió bien.
Este es un buen ejemplo y muy útil para todas nosotras. Yo mismo he intentado esto
muchas veces con mi hija y con mi madre. Hace poco, mi hija estaba deprimida por un problema
que tenía con un trabajo escolar. La llamé desde la cocina a la sala: "Emily, ¿por qué no lo
buscas en la enciclopedia?" Silencio. "Cariño, ¿entiendes lo que tienes que hacer? Puedes llamar
a alguno de los otros niños de la clase y preguntarle." Arranque furioso de Emily. Luego recordé
la experiencia de Nikki con su hija. "Emily", dije, "lamento que te sientas tan fracasada y desearía
poder ayudarte." Se sintió aliviada: su tarea escolar la había puesto mal, ella había exteriorizado
su irritación conmigo y luego se sintió mal por eso. Cuando dejé de tratar de encontrar qué hacer
por ella (Mito Tres) y en cambio sólo traté ele ser cálida y servir de apoyo, se sintió segura
porque su irritación no había dañado nuestra unión más que unos pocos minutos.
El alivio que proviene de arreglar las relaciones dañadas fue experimentado por Janice, y
su madre, Marjoric, cuya relación estaba envuelta en el mito de que la medida de una buena
madre es una hija perfecta. Janice pensaba que su madre estaba tratando de forzarla a seguir
ciertas normas sociales por razones egoístas; el comportamiento agresivo de su madre le había
parecido el cruel intento de adaptarla a un molde aceptable.
Cuando el amante de Janice, Aaron, se mudó a vivir con ella y sus dos hijos adolescentes,
Marjorie se sintió muy mal. Pensó que Janice y Aaron eran egoístas por no esperar lo suficiente
para estar seguros de que su relación era estable, y que los niños resultarían lastimados si Aaron
se iba de la casa. Además, aunque había sido muy comprensiva con las relaciones anteriores de
Janice, Marjorie dijo con franqueza que no quería hacerse muchas ilusiones esta vez. Ella se
había atormentado cuando las anteriores relaciones sentimentales de Janice se rompieron y se
sentía mal ante la perspectiva de escuchar una vez más la angustia de Jani. ce por haber
terminado otra relación. Janice dice:
Mi primera reacción fue sentirme herida. Me sentí rechazada, luego enfadada. Me
pregunté —y le pregunté a mamá con enfado— por qué no podía ser feliz si yo era feliz.
¿Por qué no podía ver que Aaron era maravilloso con los niños y que ellos le adoraban?
Janice quería que Marjorie se sintiera como ella. Ansiaba el apoyo y la aprobación de su
madre y se sintió traicionada cuando eso no ocurrió. Pero en su deseo de apoyo, Janice
mostraba insensibilidad hacia los sentimientos de su madre que eran comprensibles y no estaban
destinados a herir a Janice, como finalmente entendió:
Cuando me calmé y me puse en la posición de mi madre, entendí que
probablemente yo hubiera sentido lo mismo. Me harto de amigos que repetidas veces
pasan por un período de exaltación al comienzo de sus relaciones, a los que siguen
períodos más largos en que necesitan mi apoyo cuando la relación se vuelve amarga.
Por eso el primer paso que marcó una diferencia fue tratar de ver la situación desde el
punto de vista de Marjorie. Janice entonces puso en práctica esta comprensión: Ilamó a Marjorie
y dijo: "Mama desearía que pudieras alegrarte conmigo, pero entiendo por qué no puedes y
respeto tus sentimientos."
Por un tiempo, Janice pensó que el problema estaba resuelto. Se sentía muy madura por
ser capaz de reconocer los diferentes sentimientos que tenían ella y su madre. Pero luego
comprendió que también se sentía alejada de ella. Después de pasar largas noches temiendo
que su próximo paso pudiera fracasar de un modo miserable, Janice tomó eI teléfono y llamó de
nuevo a su madre:
Le dije que me estaba sintiendo distanciada de ella y que eso no me gustaba, en
especial porque, en general, siempre hemos estado muy unidas. Le dije que todavía era
feliz con Aaron y también lo eran los niños, pero que me sentía incómoda porque ella y
Aaron, dos personas muy importantes en mi vida, estaban totalmente desconectados el
uno del otro. Le dije que no esperaba que ella se subiera al próximo avión y viniera a vivir
con nosotros seis meses para que pudiera llegar a conocer y amar a Aaron. No le pedí a
mamá que cambiara sus sentimientos. Sólo le dije que nuestro distanciamiento me dolía y
que quería estar cerca de ella de nuevo.
Cuatro meses después Marjorie pasó un fin de semana con Janice y Aaron. Aunque nada
es perfecto, y todavía no adora a Aaron —y puede que eso nunca suceda— sabe que Janice
quiere estar cerca de ella. Encontrar una forma de evitar la actitud simplista de culpar a Marjorie
por este distanciamiento y encontrar una forma de mantener sus propias decisiones, aunque no
fueran las que su madre deseaba, liberaron a Janice del resentimiento que había sentido
previamente. Descargó mucha de la energía concentrada en dudar de sí misma (por no
complacer a Marjorie) y en culpar a su madre, y así pudo usada para mantener y fortalecer el
vínculo con su madre.
En lo que respecto a Marjorie, ahora siente metan, presión por aprobar y participar con
sinceridad en todo lo que hace Janice, pero también ha aprendido que la relación de su hija con
un hombre nuevo no significa que Janice deje de preocuparse por la relación de ambas o de
respetar las opiniones de su madre.
Estas historias ilustran la necesidad de tener presen. te que mucha de la angustia en
nuestras relaciones madre-hija proviene de nuestro deseo de tener una mayor unión con ellas.
Contradicción
Hemos observado en detalle el poder que tienen las imágenes polarizadas madre-hija
para hacernos sentir contradictorias respecto a nuestras madres. Cuando una fuerte
contradicción caracteriza a tu relación madre-hija, quizá te resulte útil considerar cómo los dos
conjuntos de mitos alimentan ese sentimiento.
Por ejemplo, el mito de la "madre perfecta" que brinda una sustentación inagotable hace
que nuestras madres nos parezcan atractivas aun cuando el mito de la "madre mala" que
fomenta el concepto de la inferioridad femenina nos haga desear disociarnos de ellas.
La contradicción a menudo aparece o se vuelve particularmente pronunciada en la
adolescencia, cuando el deseo de no tener nada que ver con la madre se intensifica por la
necesidad de sentirse mayor. Mi editora Janet Goldstein recuerda que su madre le decía, cuando
era adolescente: "No puedo siquiera ponerme en la fila para entrar al cine contigo de un modo
correcto. ¡O estoy demasiado cerca de ti o no estoy lo suficientemente cerca!" Cuando una hija
quiere a .su madre cerca, se siente presionada por la preocupación de que esa proximidad no
sea sana y, cuando están cerca, las dos temen que las "enormes" necesidades de la otra las
abrumen.
Las adolescentes en general quieren estar lejos de sus madres para ocultar sus
sentimientos sexuales agresivos incrementados; pero la confusión que producen estos
sentimientos hace que quieran más que nunca sentirse protegidas y apoyadas. Una madre que
sabe lo que la hija siente es una fuente potencial de bienestar. Pero si el miedo de la hija a la
desaprobación de su madre es demasiado grande, que su madre conozca estos sentimientos
puede también ser una fuente de miedo y vergüenza que suprime tratando de cerrarse a su
madre. La hija puede percibir a su madre como un espejo humano que no se quedará
respetuosamente en las sombras.
Como adultas, a menudo nos quejamos: "Cuando estoy con mi madre, siento que tengo
de nuevo catorce años. " Creemos que nuestras madres nos atraviesan con la mirada, que ven lo
que queremos mantener más oculto. Podemos sentir que nunca han admitido nuestra madurez e
independencia. De un modo ideal, madres e hijas pueden encontrar formas de estar cerca, como
dos seres adultos y afectuosas que interactúan como iguales. La historia de Gina en el Capítulo 7
referida a las llamadas telefónicas es un ejemplo de este tipo de resolución afortunada.
La contradicción puede, sin previo aviso y a menudo, levantar cabeza con una intensidad
sorprendente, después de un período de equilibrio y proximidad general. Cuando tu madre
envejezca, quizá debas comenzar a cuidarla de algún modo, ayudándola, controlando cómo se
siente. Aunque de hecho, sólo estés continuando la relación de interés mutuo que manteníais,
quizá te preocupe participar de una "inversión de papeles": que ahora seas tú la "madre" de tu
madre. Tal vez tu madre y tú queráis estar ce rea, pero te preocupa que esta proximidad no sea
sana. Rosa, asistente a un taller sobre las relaciones madre-hija, lo expuso de este modo:
Después que la artritis de mi madre empeoró, comencé a hacer parte de su trabajo
en la casa —en especial las cosas en las que necesitaba agacharse. Quería ayudarla,
pero me preocupaba que se sintiera incómoda porque yo estaba cuidando de ella en lugar
de lo contrario, y también yo me sentía rara. A veces ese sentimiento me superaba y lo
descargaba con ella, volviéndome muy irritable.
Este sentimiento de extrañeza no fue causado sólo por el cambio de papeles, pues la
extrañeza en sí misma no necesita ser deprimente; sus sentimientos negativos procedían de su
convicción de que una hija adulta y su madre deben ser independientes la una de la otra. Cuando
Rosa exploró sus sentimientos y reconoció su contradicción (evidenciada por sus reacciones que
eran una mezcla de interés y enfado), entendió gradualmente los efectos del mito que establece
que la proximidad madre-hija no es sana.
Más aún, vio que su sentimiento de que debía ser inagotablemente sustentadora,
combinado con su miedo a dar demasiado, amenazaba con bloquearla a nivel emocional.
Rosa comprobó además que los dos mitos le habían permitido cuidar de su padre sin
sentir la contradicción. Por el mito de la superioridad masculina, se sintió privilegiada de poder
ayudarle y por el mito de la sustentación inagotable, se sintió muy femenina por hacerlo:
Comprendí que nunca me he sentido irritada por tener que cuidar de mi padre desde su
ataque cardíaco. Supongo que la diferencia es que espero demasiado de ella, pero no de
él.
Semanas después del trabajo en el taller, Rosa me llamó para decirme que había hablado
con su madre de lo extraña que se sentía en su papel de protectora y de lo mucho que apreciaba
todo lo que la había cuidado durante años. Al reconocer el poder de los mitos, había resuelto
mucho de su contradicción y pudo liberar su energía para demostrar a su madre aprecio y
respeto.
Al reconocer la contrariedad que sentía respecto a su madre, en lugar de descargar su
enfado con ella, Rosa estableció una nueva fase en la relación. Aunque los cambios involucraron
algunas inversiones de poder y responsabilidad entre ellas, se acercaron para ser iguales a nivel
psicológico. Hicieron esto reconociendo directamente sus reacciones humanas —la contrariedad
y el resentimiento de Rosa, y el malestar y la pena de su madre por la pérdida de su capacidad
física. La madre de Rosa se había sentido menos digna del respeto de su hija que cuando era
capaz de cuidarse a sí misma, pero Rosa redujo el dolor y la soledad que sentían las dos cuando
logré reconocer sus propios sentimientos de un modo respetuoso y digno.
Las mujeres cuyas madres están muy enfermas o perturbadas para tener el tipo de
conversación que Rosa tuvo con su madre me han dicho que el solo hecho de comprender la
forma en que los mitos afectaron sus sentimientos, las ha ayudado a liberarse de algunos de
ellos. Por ejemplo, ¿sentirías lo mismo si este tipo de incidentes se produjeran entre tú y tu padre
o entre un padre y un hijo? Una mujer describió claramente este doble criterio para tratar a las
personas mayores:
Veo el mismo patrón en todas las familias de mis amigos, cuando sus padres envejecen.
Se respeta al padre cuando envejece —aunque haya sido un cruel tirano toda su vida. Sus
manías (tanto las que tuvo durante toda su vida como las nuevas que ha adquirido con la
edad) son consideradas sus peculiaridades. Pero la madre —sin importar lo mucho que se
sacrificó para mantener a la familia unida y cuidar de todos— es llamada bicho y "persona
imposible de tratar" cuando es difícil.
Te sentirás menos contradictoria al cuidar de tu madre, si tratas de compensar el

desequilibrio, de luchar contra una completa inversión del poder —o al menos de concentrarte en
respetarla. A veces puedes lograr esto pidiéndole que haga lo que pueda hacer —contarte
historias de su pasado, o contarte cómo eras cuando pequeña o qué quería ser cuando creciera
o qué ha hecho en su vida que la haga sentirse orgullosa. Esta es una buena forma de combatir
la presión de nuestra cultura entusiasmada por la juventud, que exige que nos apartemos de la
gente mayor, que dejemos de cuidarla.
También puedes reconocer su consideración como persona valiosa debido a su edad. Las
madres Pueden ayudarnos a desmitificar el proceso de envejecimiento. Hace unos años mi
madre me dijo que, debido a la pérdida del oído, se sentía aislada cuando era incapaz de
escuchar una conversación que estaba produciéndose delante de ella. No me había dado cuenta
la cantidad de cosas que podernos perder por los cambios que sobrevienen con la edad.
Cualquier molestia o irritación que podía haber sentido cuando sus problemas auditivos me
causaron algún inconveniente, se mitigaron en parte porque comprendí mejor su experiencia y
porque respeté su honestidad al hablar de eso.
Traición
Las hijas a menudo se sienten traicionadas por sus madres porque el mito de la
superioridad masculina conduce a las madres a subestimar o incluso a denigrar a sus hijas y a sí
mismas. Cuando tenía veinte años, Genna se dio cuenta de esto después de una salida de
compras con su madre:
Durante muchos años, me había encantado ir con mamá a la peluquería o a
comprar ropa. Luego, un día, me sentí tremendamente degradada porque ella hizo un
comentario tajante sobre un hermoso traje que había comprado. Dijo: "En verdad me
harás parecer desaliñada cuando aparezcas con ese traje tan deslumbrante." No podía
creerlo —mi madre tenía celos de mí.
Genna se sintió decepcionada y traicionada —y estos sentimientos hacia su madre fueron

demasiado dolorosos para ignorarlos. Sabía que para sentirse cómoda al volver a ver su madre,
tendría que encontrar alguna forma de llegar a un acuerdo sobre lo que habías pasado. Sabía
que si sólo le decía lo herida que estaba, su madre diría que era ridícula por responder de ese
modo a un elogio. Genna conversó sobre el tema con una antigua amiga y juntas identificaron
estos sentimientos:
Mi reacción inmediata había sido sentirse culpable por quedar por encima de ella.
Luego me sentí enfadada con ella por hacerme sentir culpable. Y luego me enfadé
conmigo misma, porque una parte de mí estaba contenta de superarla. Por último, vi
cuánta presión había ejercido ella sobre las dos para obtener la aprobación de los
hombres y cómo eso nos había alejado. Entonces fue cuando comprendí que, además del
afecto y la participación en esas salidas, había un toque frenético, ¡porque el propósito de
todo eso era resultar atractivas a los hombres!
La preocupación de mi madre por la aprobación de los hombres era algo que ella
había adquirido de su madre. Lo sabía, porque a menudo había escuchado a mi abuela
hablar de "verse bien para los hombres". Los recuerdos comenzaron a surgir —todos esos
años me sentí muy orgullosa de ser más delgada que ella, pero al mismo tiempo nunca
pude ser tan fuerte y competente como ella. Y recordé muchas veces que ella había
mostrado celos hacia mí por ser joven y delgada. Me sentí engañada: ¿por qué habíamos
gastado tanta energía compitiendo la una con la otra para obtener la aprobación de papá y
de mis hermanos, y sintiéndonos las dos como si hubiéramos perdido?
Al principio la culpé a ella: ¡ella me había entrenado para hacer esto! Pero había
notado en las familias de mis amigas que las madres pensaban que debían enseñar a sus
hijas a agradar a los hombres, y finalmente vi que mi madre no era tan distinta en ese
aspecto. También vi que no era una falta suya, al menos no más falta que la de las
madres de mis amigas, que eran iguales. Sentí que las dos habíamos sido engañadas. Y
mi resentimiento comenzó a desvanecerse poco a poco. No desapareció por completo,
porque aún conservaba el deseo de que ella hubiera tenido la fuerza para impedir que nos
engañaran, pero las cosas mejoraron de algún modo.
A causa de una variación del tema de la superioridad masculina, las hijas a menudo se
sienten traicionadas, porque las madres piensan que deben criar hijas e hijos convencionales.
Como recordaba Becky, 29 años:
Nunca sentí que mi enfado fuera admisible, que pudiera conducirme a algo bueno.
El enfado de mi hermano sí podía, sin embargo: si yo bramaba y gritaba, me
desacreditaba por eso, pero si él bramaba y gritaba, mis padres retrocedían y le daban Io
que querían. Y en lo que respecta al sexo, el mensaje que recibí de mis padres fue un
simple "¡No!", pero a mi hermano le daban condones y elogios, porque se parecía a papá.
Sabía que a mis padres les preocupaba que me quedara embarazada, pero esa
preocupación parecía interponerse en el camino de sentirme bien con mi sexualidad. Se
volvió una carga para mí.
Muchas mujeres descubren que sus madres pensaban que debían enseñar a sus hijas a
admirar a los hombres más que a las mujeres, aunque les disgustaran algunos aspectos del
papel femenino tradicional y en realidad no quisieron competir con sus hijas por el favor de los
hombres. A veces las madres han encontrado formas de evitar la competencia y escapar de las
tareas femeninas que más odiaban.
Cuando estaba creciendo, escuché que mi madre decía repetidas veces (y para mi
sorpresa, por vergüenza): "¡No puedo coser un botón!" Por lo tanto me convertí en el "sastre" de
la familia, cosiendo botones y haciendo dobladillos de faldas y pantalones. Creía que mi padre
pensaba que yo era mejor que mi madre en ese aspecto. Me sentía avergonzada por ella y a la
vez orgullosa y culpable por haberla superado. Hasta que cumplí cuarenta años no entendí lo que
en realidad había sucedido. Le pregunté a mamá: "¿Recuerdas que solías decir que no podías
coser un botón? Acabo de darme cuenta, cualquiera puede coser un botón, incluyéndote a ti, ¿no
es cierto?"
Seguro, dijo sonriendo, "¡pero no iba a quedar atrapada haciendo eso!" Ella no había
tenido interés en competir conmigo por el título de Reina de la Costura, pero yo había quedado
atrapada en la carrera por la aprobación de los hombres y me sentía complacida por ganar a
mamá en un juego al que ni siquiera estaba jugando.
Algunos terapeutas tradicionales creen que la intensa competencia madre hija para atraer
la atención de los hombres es inevitable y saludable, y que resulta crucial para ayudar a la hija a
escapar de la "maraña" que forma su madre y entrar en el "mundo público y real" representado
por su padre. Este concepto no es verdadero, sin embargo. Es infantil creer que amar más al
padre debe significar amar menos a la madre; esta idea se alimenta del mito de la superioridad
masculina —por eso, ¿por qué alguien querría estar cerca de su madre?
Como las mujeres están desvalorizadas, se fuerza a los adolescentes de ambos sexos a
probar que son diferentes y están alejados de sus madres; una hija desea demostrar que no se
parece a su madre, pero también se resiente de que su madre (quizá de un modo inconsciente)
sea portadora del mensaje de que las dos son menos valiosas que los hombres.
Tal vez quieras recordar los momentos importantes de tu infancia en que eras
desobediente y te rebelabas contra tu madre. Pregúntate si no podrías haber estado resistiéndote
de algunas de las cosas tradicionalmente femeninas que tu madre sentía que debía enseñarte.
Lori, qua ahora tiene dos niños, se enfurecía cada vez que su madre le daba recetas o consejos
de cocina:
Me sentía como que me estaba diciendo que, sin su ayuda, sería una cocinera
espantosa. Un día, una mujer en el trabajo estaba hablando de lo mucho que odiaba
cocinar y eso me hizo reflexionar: ¡Yo también odio cocinar! Todas esas veces cuando era
niña y mi madre me llamaba a la cocina con una gran sonrisa en el rostro y decía:
"¡Hagamos algunas galletitas juntas!" Creo que ella pensaba que eso era lo que las
madres debían hacer. Nunca quise cocinar, pero no quería herir sus sentimientos. Ahora
sé que siempre odié trabajar en la cocina y me dolía que ella actuara como si fuera algo
muy divertido.
Como muchas hijas, Lori se sintió traicionada por la participación de su madre en el mito
de la superioridad de los hombres; pensaba que la actividad culinaria de su madre era un signo
de sumisión a las expectativas masculinas que suponen que las mujeres deben cocinar. El
reconocimiento de ese mito como una fuente de problemas es el primer paso hacia la superación
de la sensación de que mamá nos ha traicionado.
Desesperanza
En el Capítulo 2, conté la historia de Ellen, que perdió la esperanza de complacer a su
madre, Sue, en lo referido a las vacaciones con su novio. Si la desesperanza es el principal
sentimiento problemático que tienes en tu relación con tu madre, quizá quieras repasar la historia
de lo que Ellen y Sue hicieron para superarla.
Además de la preocupación por no complacer a sus madres, las hijas se desesperan, a
menudo de manea inconsciente, porque ven a sus madres como víctimas y se sienten
impotentes para ayudarlas. En aproximadamente un tercio de las familias norteamericanas, el
padre comete abuso físico contra la madre; en un número mayor de familias, la humilla. En este
caso, el dilema de la hija es aún más doloroso. A los treinta años, Alison recordaba que en su
adolescencia su padre insultaba con frecuencia a su madre:
Me destruía, le odiaba por insultarla y eso me hacía querer estar al lado de ella.
Pero huía de la humillación por asociación. Cuando papá intimidaba a mamá, la odiaba
por no saber hacerse respetar. Para mí, su debilidad significaba que todas nosotras, las
mujeres, teníamos que sufrir nuestra vergüenza en silencio.
En muchos casos, pasan años antes de que las hijas se den cuenta de cómo el mito de la
superioridad masculina y la dinámica de la dominación paterna han operado en su familia y por
qué sus madres se sometieron a sus padres. Puedes comenzar a entender si preguntas a tu
madre qué pensaba que habría sucedido si ella hubiera rechazado el sometimiento.
Una mujer que hizo a su madre esta pregunta comentó: "Mamá dijo que sabía que tenía
más capacidad para manejar el dinero que papá, pero dejaba que él tomara las decisiones
financieras porque no quería hacerle sentir que no era el hombre de la casa."
Como a menudo los niños se sienten indefensos para ayudar a sus madres, responden a
la persecución materna desarrollando problemas de conducta o volviéndose indiferentes. Muchos
niños, sin embargo, mantienen el sentimiento de que deben proteger y salvar a sus madres. Es
probable que las hijas en particular sientan de este modo debido a su imagen de sustentadoras.
Los sentimientos de indefensión pueden conducir a estos niños a la desesperación, y estos
sentimientos pueden ser acarreados durante toda la vida. A menudo las hijas adultas no
comprenden que ya no se encontrarán indefensas por más tiempo.
Marianne, una activista negra de los derechos civiles, comprendió su profunda angustia
debido a su incapacidad, cuando era niña, de mitigar el sufrimiento de su madre a manos de un
patrón racista:
Mamá y yo siempre habíamos hablado de algunas de las cosas terribles que los
blancos hacían a nuestra gente y esta enseñanza de mamá fue lo que me hizo tan activa
en el movimiento de los derechos civiles. Pero a veces odiaba estar cerca de ella cuando
volvía a casa del trabajo agotada, después de luchar contra los acosos sexuales de su
capataz. No podía soportar conocer su sufrimiento y no poder ayudarla, por eso escondía
mis sentimientos.
A los 36 años, Marianne tuvo una crisis en su vida. Cuanto más personas ayudaba con su
trabajo en el terreno de los derechos civiles, más se desesperaba por haber fracasado con su
madre. Cuando asistió a una mujer negra de edad para ganar un juicio por acoso sexual ante la
Comisión de Derechos humanos local, Marianne se dio cuenta de que el acoso sexual era uno de
los problemas con los que su madre había tenido que lidiar; no pudo evitar ver cómo, durante
años, se había distanciado del dolor de su madre porque se sentía impotente para ayudarla.
Ahora, por fin, tenía el poder y por eso pensaba que ya no necesitaba alejarse del sufrimiento de
su madre.
Un día la llamó y le pidió que le hiciera una visita, durante la cual le explicó lo que había
comprendido. "Mamá no se sorprendió", dijo. "Había sabido siempre por qué me retraía. Pero yo
me sentí mejor al saber lo que había pasado con nosotras y después de eso no tuvo que
mantener tanto mi distancia."
En los momentos difíciles de nuestra vida, podemos desesperar cuando comprobamos
que nuestra madre no nos da lo que queremos y no sabemos por qué. Como las madres a
menudo esconden sus problemas, no podemos m averiguar por qué están distantes en lo
emocional, pero igual podemos intentarlo. En general, esos son los momentos más importantes
para preguntar a la madre directamente qué está pasando en su vida. Una de mis alumnas com-
prendió, poco después de tener un bebé, que su madre no estaba satisfaciendo sus necesidades,
porque tenía otros problemas en su mente. La alumna deseaba lograr la aprobación materna en
lo referido a los cuidados del bebé y se había sentido decepcionada cuando su madre no dijo
nada al respecto. Entendió la razón cuando su madre y su abuela fueron juntas a visitada:
Parte del motivo de esta visita era asegurar que la abuela tuviera una oportunidad
de ver a su bisnieta. Todo el tiempo estuve esperando que mamá dijera: "Estás haciendo
un buen trabajo con Alexandra", mientras que ella estaba buscando que yo le asegurara
que era paciente y sustentadora con su madre.
Este tipo de comprensión nos enseña que la madre nos "descuida" no porque seamos
malas o porque desaprueben lo que hacemos o porque no se interesen por nosotras, sino porque
es un ser humano que está tratando de actuar en los límites estrechos del papel femenino de la
supersustentadora. Las hijas desesperadas deben comprender que estos límites estrechos y la
falta de poder de las mujeres en la sociedad disminuyen su capacidad de satisfacer las
necesidades de sus hijas y la capacidad de las hijas de proteger a sus madres.
Enfado
El enfado constituye un aspecto importante en muchas relaciones madre-hija, en parte
porque la actitud de culpar a la madre lo alienta, en parte porque el enfado es una reacción
común ante cualquier sentimiento desagradable. Cuando sentimos contradicción, traición,
desesperanza, culpa o tristeza hacia nuestras madres, es probable que nos enfademos con ellas
por "hacernos" sentir de ese modo. Como aprendimos en el Capítulo 2, un paso importante para
entender y superar nuestro enfado es identificar los sentimientos subyacentes que pueden estar
alimentando el fuego. Lo que sigue son algunas de las situaciones más comunes que provocan
enfado en las relaciones madre-hija.
"Nunca puedo complacerla"

Ya hemos considerado algunos ejemplos de la necesidad de la hija de complacer a su
madre para demostrarle que ha educado a una buena hija (Mito Uno).
Una situación dolorosa es la de la hija con exceso de peso, que queda atrapada en el
conflicto entre la necesidad de su madre de tener una hija "presentable" y sus propias luchas
para volverse independiente y desarrollar un sentido de identidad. La madre de una hija obesa se
siente inepta porque la hija no se ajusta al actual ideal femenino, por eso piensa que debe hacer
algo; quizá también le preocupe que la obesidad dañe la salud de su hija. Pero sus consejos sólo
resaltan la "incapacidad" de la hija para autocontrolarse, aumentan la carga y colocan a la madre
en la posición de blanco de toda esta frustración. Amanda, 20 años, era una de mis clientes y
contó la siguiente historia:
Mamá quería que yo perdiera peso por mi bien, seguro -pero también por el suyo, y
yo no podía soportar ser su camino para el elogio de su club de mujeres: "¡Qué bien! ¡Por
fin Amanda ha perdido un poco de peso!" Me sentía como un trozo de carne.
Usando algunas de las técnicas que aparecen en este libro, Amanda por fin se sentó a
conversar con su madre ton el corazón en la mano:
Sabía que básicamente mamá se preocupaba mucho por mí y decirle que me
dejara de molestar no había funcionado, por eso elegí otra estrategia: traté de averiguar
cuál era su punto de vista, le pedí que dejara de hablar de qué podría causarme el exceso
de peso y le pregunté qué significaban para ella mis kilos de más. AI principio, pensó que
no tenía nada que ver con sus sentimientos.
Pero cuando le pregunté de un modo directo si ella se sentía fracasada por no
haber sido capaz de producir una hija delgada, se puso a llorar y dijo: "No sé qué he
hecho para llevarte a comer tanto. ¿Comes porque eres infeliz o es que nunca te enseñé
adecuadamente a autocontrolarte? Y además, si eres demasiado gorda, nunca
conseguirás marido y nunca tendré nietos."
Una vez que las preocupaciones de la madre salieron al exterior a la luz, las dos mujeres
pudieron hablar sobre lo, injusto que era para las dos ser juzgadas —o juzgarse a sí mismas—
por la forma del cuerpo de Amanda. Se convirtieron en compañeras. Amanda comentó:
Mamá a veces todavía dice que desearía que yo perdiera peso; pero no me odia
por ser una "prueba" de su fracaso como madre y no siento que ella esté tratando de
controlar mis hábitos alimenticios sólo por sus razones egoístas.
He escuchado historias similares de hijas que creen que sus madres las "odian" por
casarse con un hombre de otra religión, por no tener hijos o por elegir mujeres como amantes.
Las hijas en estas situaciones a menudo tratan la desaprobación o la molestia de sus madres
filosofando o atacándolas: "¡Es irracional!" "¡Es homofóbica!" "¡Se preocupa más de lo que su
hermano super-religioso piensa que de lo que yo siento!"
La elección de compañero o la decisión de no tener hijos pueden ser una amenaza para la
madre, pero eliminar las tergiversaciones de los sentimientos de una y otra puede reducir parte
del dolor.
Una mujer que había estado casada durante cinco años con un hombre de otra religión
me dijo que su madre odiaba tanto a ella como a su marido. Yo había hablado con su madre y
sabía que no odiaba a su hija, sino que se consideraba fracasada por no haber educado a una
hija para que se casara dentro de su fe; su madre dijo con franqueza que esta era una cuestión
de sentimientos —de fracaso, de miedo a ser castigada de algún modo, etc.—. Su hija se
enfureció por la hipocresía y la irracionalidad de la madre.
"Tu madre no afirma que su reacción sea lógica", le dije a la hija, "pero lo que es más
importante es que las dos os amáis y queréis reducir la tensión que existe entre ambas. Lo único
que no hacéis es dejar saber a la otra cuánto os preocupáis. Las dos estáis sometidas a un
rencor que ya lleva cinco años, y aunque hasta ahora ha sido una experiencia dolorosísima para
las dos, quizás ahora podáis crear un tipo de relación más tranquila. ¿Por qué no comienzas asu-
miendo que no te odia o no quiere que te sientas culpable, sino que desea llevarse mejor
contigo? Tú sabes que ella cree que tú la odias. Nunca vi una familia que evite tanto mostrar su
interés por el otro."
La otra hija le dijo algo similar y la siguiente vez que madre e hija hablaron por teléfono, la
tensión se redujo. Las dos se sintieron menos rechazadas y más dispuestas a creer que las
intenciones de restablecer la conexión eran sinceras. No han vivido felices desde entonces, pero
el reconocimiento del deseo de aceptarse mutuamente y de reconciliarse ha ayudado a curar
parte de las heridas del pasado.
La reacción negativa de una madre cuando su hija realiza una elección de vida no
tradicional puede perturbar mucho a una hija hasta el punto de no valorar las buenas intenciones
de su madre. La mayoría de las madres quiere que sus hijas sean felices. y las madres que se
someten a creencias tradicionales, prensan que el camino más rápido hacia la felicidad es el
convencional. Por fortuna, las hijas encuentran formas de mostrar a sus madres que el camino
tradicional no necesariamente trae felicidad y que a veces los no tradicionales sí lo hacen. Cierta
ayuda prestó el libro de Betty Friedan The Feminine Mystique, en el que mujeres tradicionales
describían la insatisfacción que sentían por sus vidas y más ayuda ofrecieron tanto las historias
de mujeres individuales como la investigación sistemática que revelaba, por ejemplo, que el
matrimonio, la educación de los hijos y otras elecciones tradicionales no resultaban buenas para
todas las mujeres.
"Ella conoce cosas que no quiero oír"

Parte del papel de una madre es advertir a su hija cuando se acerca el peligro. Por
desgracia, eso hace que la madre se convierta en portadora de malas noticias, noticias que la
hija tal vez no quiera oír. Cuando yo era muy joven, mi madre me dijo que un hombre con el cual
estaba saliendo la había abrazado de "un modo demasiado íntimo”. Yo desdeñé su
preocupación: "Ay, mamá, no entiendes. Sólo es una persona afectuosa —y es europeo—. Así
es como actúan ellos." Resultó que él era un donjuán del tipo más mentiroso, pero yo no había
querido escuchar la advertencia porque pinchaba el globo de mi pequeña felicidad.
Había estado enfadada, creyendo de manera errónea que mi madre estaba abusando de
su poder sobre mí; lo que ella dijo me habría ayudado si hubiera sido capaz de escucharla en
lugar de acusarla de interferir en mi vida. Las hijas que están haciendo su máximo esfuerzo para
comenzar una relación íntima, quieren creer que vivirán felices para siempre. No quieren oír lo
que las madres prevén: la miseria que nos aguarda si tenemos un compañero que abuse de
nosotras, alcohólico, drogadicto, jugador o donjuán. Cuando escuchamos, nos vemos forzadas a
reconocer que el reino de las relaciones personales no es tan seguro como deseamos. Lloramos
esta pérdida de nuestra inocencia y el enfado por la pérdida —aún de las inevitables—, es una
parte normal del proceso de duelo. Por eso volcamos nuestro enfado contra nuestras madres
cuando su consejo nos conduce a esta pérdida.
"Ella es demasiado mala" y "Ella es demasiado buena"

Como la mayoría de las hijas, quizás has resentido a veces que tu madre no sea un buen
modelo y te has resentido a veces porque sea un modelo demasiado bueno, estableciendo un
patrón que nunca podrías alcanzar. Las hijas adultas se resienten de que las madres sean un mal
modelo para las tareas de educación de los niños. La joven madre exasperada grita a sus niños,
reconociendo las palabras y las inflexiones de su madre y la culpa por no haberle enseñado una
manera mejor de acometer la situación.
El aislamiento de las mujeres nos ha hecho muy dependientes de lo que hemos aprendido
en las rodillas de nuestra madre. Cuando una hija que está tratando de crear una buena relación,
o de formar una familia, se encuentra repitiendo los errores de su madre, puede alimentar un re-
sentimiento que corroe. Como me dijo una joven mujer: "Cuando mi hermano y yo nos
peleábamos, mamá se ponía histérica y gritaba que íbamos a matarnos. Me niego a actuar de
ese modo cuando mis hijos pelean, pero no sé qué hacer. No obtuve ninguna clave de ella."
¿Quién, en la mayoría de los casos, llevó a la hija a creer que el matrimonio y la
maternidad sería la respuesta a todas sus necesidades, significaría vivir feliz para siempre? En la
mayoría de los casos, la madre le dio parte de esa enseñanza.
Muchas hijas que aspiran a tenerlo todo se resienten de que sus madres, que fueron amas
de casa de tiempo completo, no les enseñaran a combinar una carrera profesional con una vida
familiar satisfactoria. Una mujer que participó en un taller madre-hija dijo:
Mi madre fue una supermamá, cocinando galletitas todos los jueves. De la forma en
que ella lo hizo, ser madre era un trabajo de tiempo completo. Pero ahora que soy madre
y tengo un empleo remunerado de tiempo completo, no puede por nada del mundo
ocurrírseme cómo ser tan buena madre como ella.
Cuando la madre ha mantenido sus propias aspiraciones dentro de los estrechos límites
tradicionales fijados para las mujeres, ve como en un espejo la escasez de opciones que se
presentan en el futuro de su hija y puede granjearse su odio por eso. Una hija dijo:
Mamá hizo de todo por papá y por nosotros, pero nunca hizo nada por ella misma.
Yo la adoraba, y eso estrechaba mi visión de lo que yo podía ser, porque estaba tan
consagrada a observarla como una gran madre, que no aprendí de ella mucho de la
riqueza y variedad de las elecciones vitales.
Las hijas pueden considerar exasperante que sus madres parezcan realizar con facilidad
las tareas que las hijas encuentran difíciles. Rara vez una mujer encuentra que el matrimonio o la
educación de los niños es fácil. Si tu madre trató de ocultarte sus dificultades, sus dilemas o sus
problemas, puede incluso que haya temido reconocerlos ante ella misma. Quizá sientas que ella
navegó sin dificultad por todos estos problemas. Quizás hayas pensado que algo andaba mal
dentro de ti, pues no pudiste atravesar sin tropiezos esas situaciones espinosas.
Cuando "fracasas" de este modo, puedes resentirte de que tu madre te haya protegido de
la realidad, que no te haya preparado para ser esposa y madre, que no te haya mostrado cómo
superar estos problemas. Quizá te sientas incluso más abandonada por tu supuesta madre
perfecta que por otras mujeres, en el momento en que más necesitas recurrir a ella para un
consejo, información y consuelo. Rebeca se sintió de este modo respecto a su madre y terminó
diciéndoselo:
Mamá se conmocionó al conocer el miedo que yo tenía a hablarle de mi
inseguridad respecto a la maternidad, porque la veía como un ejemplo de perfección. Ella
había intentado con mucho esfuerzo no "sobrecargarme" contándome la verdad sobre
algunas de las dificultades de ser madre. Pero una vez que comprendió que su imagen
perfecta me estaba perturbando, surgió la verdadera historia de sus propias luchas. Se
sintió aliviada al contármelo y de un modo muy gradual comencé a dejar de odiarla por ser
perfecta.
Si tu madre se molesta cuando le dices que te sientes frustrada como esposa o como
madre, no supongas que esa molestia refleja su desaprobación. Quizá se sienta avergonzada por
no haber sido capaz de enseñarte cómo avanzar en esos papeles o por no haberte ayudado a
evitar las trampas y limitaciones que ella conoce de un modo muy íntimo.
"Ella me critica tanto algunas veces"

Siempre deseamos poder apoyarnos en nuestras madres. El mito de la sustentación
inagotable es tan poderoso que nos sentimos furiosas cuando no obtenemos lo que queremos de
ellas. Menos admitida que el concepto de que la madre no puede dejar ir a la hija, es la furia que
siente la hija adulta que espera la sustentación inagotable en el momento en que la madre está
buscando un cierto descanso, después de largos años de responsabilidad maternal.
En un brillante trabajo llamado "We Are Not Your Mother" (No somos tu madre), la
asistente social Rachel Josefowitz Siegel escribe que la gente espera que todas las mujeres
mayores sean maternales, por lo tanto recurrimos hasta a las mujeres mayores que no son
nuestras madres, en busca de compresión y consejo —y nos enfadamos si no nos lo dan; cuando
nuestra propia madre nos falla, no podemos imaginar que ella pueda querer un descanso de
consejo y apoyo.
Después de leer el trabajo de Siegel, me encontré recurriendo a mi madre y a otras
mujeres mayores en busca de apoyo, sin hacerles saber que devolvería con gusto el favor. Una
vez que comprendí esto comencé a preguntar: "Y ahora, ¿cómo estás tú?" Escuché penas y
alegrías que no había sospechado que sintieran. Formular a nuestras madres esta pregunta y
querer de verdad escuchar su respuesta, disminuye su resentimiento hacia nosotras; ahora les
estamos ofreciendo algo a cambio.
Algunos momentos de nuestras vidas nos ponen en especial riesgo de sentirnos
desprotegidas. Cuando una madre ofrece consejos sobre el cuidado del bebé, la hija supone que
piensa que es incompetente. Sólo si la madre puede describir algunas de las incertidumbres que
sintió en ese momento, es probable que la hija entienda que el ofrecimiento de consejo no es un
signo de desaprobación. Cuando la madre de Erica no le brindó voluntariamente esta última
información, Erica tomó el asunto en sus manos:
No pude soportarlo más. Seguía mostrándome cómo cambiar los pañales de
Tammy, cómo hacerla eructar, cómo sostenerla. Hasta que mamá vino a visitarme, pensé
que lo estaba haciendo bien.
Cuando Erica tuvo por fin el valor de expresar lo que sentía, supo que su madre se había
sentido tan insegura como ella con su primer niño.
Somos particularmente vulnerables a sentirnos desprotegidas cuando termina una
relación. Una madre que parece fría o distante puede tener en ese momento muchas razones
diferentes para no preocuparse por nosotras. Si pensaba que tú y tu pareja no erais una buena
combinación, quizá se esté mordiendo la lengua para no decir: "Siempre pensé que no erais el
uno para el otro." O quizá tenga miedo de parecer entrometida, o quizá simplemente no sepa qué
decir o hacer-un sentimiento típico de quien trata de responder a la pérdida de otra persona-. Si
la relación que terminó no era un matrimonio legal, tradicional, heterosexual, puede sentirse fuera
de lugar y muy insegura sobre qué es correcto decir. Conocer estas posibles explicaciones no te
impedirá desear su apoyo, pero te dará algunas ideas para comprender su conducta.
El enfado es una emoción tan poderosa que nos sentimos muy presionadas como para
tranquilizarnos y averiguar que hay por debajo de eso. Y nos enfrentamos ante una gran pérdida
si el objeto de nuestro enfado no puede explicar su comportamiento. Considera la siguiente histo-
ria del enfado de una nuera contra la hostilidad de su suegra, basada en explicaciones erróneas:
Mi suegra nunca parecía pensar que algo de lo que yo hiciera fuera suficientemente
bueno para su hijo, Harold. Se deshacía en elogios sobre los regalos que "Harold" le
hacía, aunque sabía que yo los había comprado. "Soy tan desafortunada", se quejaba,
"porque las nueras nunca te tratan bien". Esto me dolía, porque yo todos los días me
desvivía por ser afectuosa y atenta con ella. Después de 25 años, me di por vencida.
Luego, una Nochebuena, la familia Ie pidió que hablara de su infancia. El padre de
Ruth era un hombre rico, encantador pero bueno para nada. Los padres de Ruth la
dejaron a ella y a su hijo mayor en Irlanda cuando vinieron a los Estados Unidos a
construir una nueva vida. Ruth pasó la mayor parte de sus primeros cinco años de vida
con su abuela. "¿Tus padres te escribían desde América?", le pregunté a Ruth. "No."Dijo.
"Porque no sabía leer. Y me olvidé cómo era mi padre:"
Según Ruth, "Cuando tenía cinco años más o menos, mi hermano y yo fuimos
embarcados, sin compañía, en un barco que venía a América. Cuando llegamos a Ellis
Island, reconocí a mi madre pero no a mi padre. Cuando corrieron hacia mí, pregunté a mi
madre: '¿Dónde está mi padre?' Mi padre rara vez estaba en casa y era muy distante con
nosotros.
"Mi madre tenía un pretendiente que la adoraba, pero ella no iba a dejar a mi padre
porque tenía miedo de que su pretendiente abusara de mí; eso era lo que su padrastro le
había hecho."
Atrapada en un matrimonio sin amor, en un país extranjero, cargada de preocupaciones

financieras y un marido que no era buen proveedor, la madre de Ruth tenía poca energía y poco
amor para darle. Y su padre no le dio nada de nada.
Escuchar la historia no hizo que Suzanne, la nuera, se sintiera aceptada por su suegra,
pero le quedó claro un aspecto muy importante; el tratamiento de Ruth era una manifestación de
su infancia miserable, pues estas experiencias habían dejado sus sentimientos vacíos, heridos y
traicionados. Eso no hizo que Suzanne deseara pasar más tiempo con Ruth, pero la ayudó a
eliminar el aguijón del rechazo.
Culpa
Las hijas describen un sentimiento de culpa por no solucionar el aislamiento, la
subestimación y la humillación que han soportado por ser mujeres y por ser madres. Nuestra
impotencia en este aspecto daña nuestra sensación de poder para cambiar el mundo. Aún peor,
nos sentimos culpables cuando comprendemos que también nos hemos unido a los demás para
degradar a las madres.
A menudo una hija sabe que su madre es infeliz pero siente que no puede ayudar, como
en el ejemplo de Marianne, la trabajadora de los derechos civiles, en el apartado
"Desesperanza".
Que nuestra gente o nuestras instituciones han causado la infelicidad a nuestras madres
no nos evita sentirnos mal por nuestra limitada capacidad de ayuda, en especial si nuestra madre
parece haber sacrificado su vida y su felicidad para hacer todo lo que podía por nosotras. Jody,
que tiene ahora 41 años, escribe:
Hace cinco años, algo que apenas había notado, de pronto se apareció ante mí. Mi
padre que en otras cosas era muy cariñoso tenía el hábito de degradar a mi madre. No
puedo decirte cuántas veces le había escuchado relatar la historia de la mala
pronunciación de mi madre —¡hace cuarenta años!— del nombre de un novelista. Cuando
mamá y papá envejecieron, mientras ella tranquila pero cuidadosamente reducía la
cantidad de grasa en la dieta de mi padre, él comenzó a hacer "bromas" sobre lo feas que
eran las mujeres mayores. Me había llevado años ver el sexismo en mi propia familia y
pensar en lo mucho que había herido a mi madre cuando me unía a mi padre para reírme
de ella. Me sentí tremendamente culpable cuando me di cuenta.
Jody tuvo una serie de largas charlas con su padre y cuando él se dio cuenta de que su
actitud perjudicaba a su esposa, se limitó un poco.
A Jody le ayudó el hecho de que no había iniciado la burla a su madre; tanto ella como su
padre habían sido influenciados por el mito de la inferioridad de las mujeres. Comprender este
proceso no significaba pasar por alto o minimizar cómo ella y su padre habían participado de la
actitud de degradar a su madre, pero liberaba parte de la energía que había estado sujeta a la
culpa que Jody sentía, de modo que pudo usarla de un modo productivo para cambiar el trato
que ella y su padre dispensaban a su madre. Podemos ayudar más a nuestras madres cuando
entendemos las causas de sus problemas y. por lo tanto, vemos qué se necesita hacer.
La hija que se preocupa por la felicidad de su madre se siente culpable al separarse de
ella. Como Ladonna, una estudiante universitaria, explicó:
Había sido la protectora de mi madre durante tanto tiempo que cuando llegó el
momento de ir a la universidad, tuve miedo de que ella no pudiera estar bien sin mí. Ella
no es muy feliz con mi padre, pero piensa que no debe hablar al respecto con nadie fuera
de la familia. Temo que esté sola y me siento culpable por eso.
Quizá podamos animar a nuestras madres a que encuentren confidentes, o quizá lo hagan
por ellas mismas. En todo caso, como descubrieron Jody y Ladonna, sentirse culpable no ayuda
a nadie.
Otra fuente de la culpabilidad que las hijas sienten ha surgido principalmente en los
últimos años. Cuando tenemos una próspera carrera y ellas no, nos sentíamos incómodas.
Cuando Janet llegó a los treinta y fue promocionada a gerente en un banco importante donde
trabajaba, me escribió:
Me siento tan culpable. Mi madre trabaja como secretaria en la misma calle. Ella se
quedó en casa y cuidó de mis cinco hermanos y de mí hasta hace un par de años. Le
habría encantado tener un trabajo mejor pagado y con más responsabilidades, pero nunca
tuvo las opciones que yo he tenido.
Aconsejé a Janet que ella y su madre tuvieran une charla sobre cuál fue el motivo que le
impidió conseguir un trabajo antes. Al cabo de un tiempo, Janet me escribió que a raíz de la
charla supo que su madre había querido empezar antes:
Pero mi padre decía que todos pensarían que él no era un buen proveedor si la
dejaba tener un empleo. Por eso, para mantenerle feliz, se quedó en casa. Y yo había
estado pensando que la responsabilidad de cuidarnos —nuestra misma existencia— era
culpable de que mi madre no hubiera tenido la oportunidad de hacer lo que quería.
La frase "me siento culpable", causa problemas. La culpa tiene un efecto de

estancamiento: todo lo que podemos hacer es pasar apuros con ella. La culpa nos inmoviliza y
las confesiones de sentimientos de culpa pueden ser contraproducentes, porque decir "me siento
culpable" nos hace sentir que hemos hecho algo por lo que debemos enmendarnos. Si nos
describimos como hijas terribles y declaramos sentirnos culpables al respecto, pensamos que
con eso es suficiente para demostrar qué buenas personas somos. El peligro está en creer que
reconocer sentimientos de culpa nos libera de la responsabilidad de las cosas buenas o malas
que hemos hecho o de la necesidad de averiguar por qué nos sentimos "culpables" cuando en
realidad no hemos hecho nada malo. (Por ejemplo, podemos sentirnos culpables por ser
incapaces de proteger a nuestra madre de un tratamiento denigrante, como explicamos antes. Si
esa es la causa de nuestra "culpa", necesitamos ser conscientes de esto para poder dirigir
nuestro enfado contra los verdaderos impedimentos de la felicidad de nuestra madre, en lugar de
sentir que nosotras somos la causa).
Nikki Gerrard sugiere que la palabra culpa es usada a menudo cuando otra palabra sería
más apropiada. La próxima vez que comiences a decir que te sientes culpable, pregúntate si otra
palabra no define mejor lo que sientes. A menudo, la mejor palabra es o avergonzada o triste. El
término vergüenza implica que has fallado en tu intento de alcanzar un patrón, por lo tanto
cuando sabes que te sientes avergonzada, puedes hacer algo al respecto. Puedes preguntar:
"¿De quién es este patrón que siento que no he podido alcanzar? Y, ¿es un patrón razonable?"
Por eso en lugar de decir: "Es domingo, y me olvidé de llamar a mi madre. Me siento tan
culpable", puedes ver si "llamar a mamá todos los domingos" es tu patrón, el de ella o el de
alguna otra persona.
Wanda preguntó a su madre cómo se sentía respecto a sus llamadas dominicales
regulares. Para su sorpresa, supo que su madre se sentía coaccionada porque tenía que
quedarse en casa a esperar la llamada de Wanda. Madre e hija pudieron deshacerse de una
rutina rígida que a ninguna de las dos les gustaba, al mismo tiempo que reconocían que las dos
valoraban un contacto frecuente. Si, a diferencia de la madre de Wanda, tu madre valora la
espera de tus llamadas dominicales, puedes actuar de otro modo. Por ejemplo, puedes explicarle
que a veces no le llamas porque estás agotada por el trabajo o porque necesitas un cierto tiempo
sola, no porque estés evitando hablar con ella.
Si tristeza parece ser una palabra mejor que culpa para lo que sientes respecto a tu
madre, quizá percibas una cierta separación —en ese caso, también, puede hacer algo, esta vez
bajo la forma de fortalecimiento de la unión entre las dos (Ver "Un principio para todos los
sentimientos" antes de este capítulo.)
En 1988, en una conferencia sobre maternidad en el Goddard College, una mujer llamada
Carol contó la siguiente historia a la mañana siguiente de haber escuchado una ponencia sobre
la actitud de culpar a la madre. Carol fue educada por su madre, que dirigía su propio negocio
durante la Depresión. Carol siempre se había resentido porque su madre le diera dinero en
efectivo como regalo, en lugar de algo que implicara tiempo personal. Después del panel de
discusión sobre la actitud de culpar a la madre. Carol llamó por teléfono a su madre que tenía
entonces 84 años y vivía a mil quinientas millas de distancia, y le dijo:
Sabes, he estado enfadada contigo durante cincuenta años, porque siempre me
dabas dinero en lugar de tu tiempo. Bueno, acabo de comprender que, debido a tu
experiencia durante la Depresión, desde tu perspectiva, debes haber considerado que
dinero en efectivo era la cosa más valiosa que podías darme.
Según Carol, su madre escuchó y se quedó en silencio por un momento, y luego preguntó
con un hilo de voz: "¿Eso significa que ya no estás más enfadada conmigo?" Carol le aseguró
que ya no lo estaba y que el propósito de la llamada era decirle que ya no estaba enfadada, pero
que estaba triste de que su enfado se hubiera interpuesto entre ellas durante tanto tiempo. Se
había superado una barrera y las dos se sentían mejor.
Miedo
Dos de los principales miedos que las hijas adultas tienen en relación con sus madres son
el miedo a disgustarlas (o incluso a perder su amor) y el miedo a parecerse a ellas.
El miedo a disgustar a nuestra madre se intensifica por el mito de que el poder de las
mujeres es peligroso: si las disgustamos, sentimos que una horrible maldición caerá sobre
nosotros. En algunos casos este miedo tiene lugar en la realidad, porque algunas hijas tienen
madres muy críticas y muy exigentes. Pero todas las hijas temen perder el amor de sus madres.
La hija en la novela Dry Your Smile (Seque su Sonrisa) de la escritora feminista Robin Morgan,
dice mientras su madre yace en el lecho de muerte: "Ella tiene poder. Ella tiene el poder de no
amarme." Más que ninguna otra persona, se supone que nuestra madre nos ama —y nos ama
sin importarle nada— por eso nos sentimos aterrorizadas al pensar que quizá no lo hagan. Si no
nos aman ahora, entonces, ¿quién lo hará después que ella muera?
Muy a menudo, una hija se siente mejor al decirle a su madre lo atemorizada que está
ante la perspectiva de no poder alcanzar sus patrones o de decepcionarla de algún modo. Dina,
33 años, explica por qué:
Mi mamá se sorprendió de que me preocupara tanto la opinión que tenía de mí.
Una por una, hice una lista de todas las cosas que pensaba que ella desaprobaba, y
mientras lo hacía, ella reconocía que sus patrones eran en realidad muy elevados. Pero el
sólo escuchar lo larga que era la lista la hizo pensar. Me dijo que creía que había sido
bastante dura conmigo, pero que no había sido su intención. Mientras hablábamos, supe
que había establecido patrones tan altos porque estaba tratando de ser una buena madre,
poniéndome a la altura de lo que se suponía las niñas debían ser. Ella estaba convencida
de que hubiera fallado si yo no fuera muy dulce, paciente, generosa, delgada y no al-
canzara grandes éxitos, sin dejar de ser modesta y poco agresiva.
El miedo a convertirse en la madre, o a parecerse a ella, ha sido llamado matrofobia por la
poeta Adrienne Rich. Tememos repetir los errores de nuestra madre. Como nadie conoce mejor
que nosotros lo despreciables y avergonzadas que su desaprobación nos hace sentir, tememos
nuestro propio poder de hacer sentir de este modo a los otros. Arlene, que trabajó sola para
superar los mitos maternos, cuando llegó a los cuarenta vio que su miedo a parecerse a su
madre era:
Algo conveniente a mi miedo por terminar viviendo una vida limitada y a no ser muy
valorada, como tantas mujeres de la generación de mi madre. Esta percepción ha hecho
esto mucho más fácil para mí, porque me di cuenta de que no tenía miedo a mi madre;
tenía miedo a ser tratada como ella. Ahora me siento también menos fatalista —que
cuando solía pensar que estaba destinada a terminar como mamá, ahora sé que puedo
vivir mi vida de un modo diferente. No tengo que aceptar los límites "femeninos"
tradicionales o soportar la falta de respeto. No tengo que temer por más tiempo que
cualquier cosa que le haya sucedido a ella me suceda inevitablemente a mí.
En una cultura como la norteamericana que valoriza la juventud, es más pronunciado

nuestro miedo a envejecer mientras nuestras madres envejecen ante nuestros ojos.
De un modo similar, Aviva, que ahora tiene unos treinta años, ha estado asustada por los
signos de envejecimiento de su madre. Aviva está notando los efectos del embarazo y el tiempo
en su propio cuerpo:
No puedo saltar de la cama tan rápido como solía, y a veces me olvido de hechos
familiares. Cuando observo a mi madre, mi amor por ella se mezcla con miedo porque en
su cara, en su cuerpo y en su funcionamiento veo mi propio futuro y mi propia mortalidad.
Y todos sabemos que en los Estados Unidos, las mujeres mayores son las personas
menos respetadas.
Aviva finalmente comprendió que ese miedo estaba exagerado por el mito de la
superioridad masculina; ella contrarrestó esto con su decisión consciente de pensar en términos
de valoración sobre su madre debido a su experiencia y su sabiduría. Esto redujo su miedo
porque si su madre, que estaba envejeciendo, podía obtener su respeto, sentía que,
cuando envejezca quizá las mujeres mayores sean más respetadas. Yo doy un
pequeño paso, esperando que sea un paso gigantesco para todas.
Tristeza
Dos de las causas más poderosas de nuestra tristeza en la relación madre-hija son el
reconocimiento de lo que ellas perdieron en sus vidas y nuestra sensación de distanciamiento.
En su estudio sobre mujeres cuyas madres habían muerto, la doctora en teología Martha
Robbins informó que uno de los descubrimientos más sorprendentes era que las mujeres
lamentaban más las vidas de sus madres que sus muertes. Como una de mis amigas, de treinta
y cinco más o menos, dijo:
No puedo decirte el dolor que siento cuando veo lo mucho que mi madre está
siendo dominada por mi padre. Ella espera en casa todos los días el momento en que él
atraviesa la puerta después de trabajar. Toda su energía está concentrada en su cena.
¿Qué debería hacer? ¿Le gustará? ¿Se dará cuenta siquiera? Podría enfadarme y decirle
que es una neurótica o una cobarde o una estúpida —y hago todo eso a veces—; pero en
general sólo me siento muy triste por ella.
Por esa tristeza debemos entender nuestras propias limitaciones. Sí, podemos instar a
Mamá a conseguir un empleo, a hacer trabajo como voluntaria, a pensar en ella misma como una
persona valiosa por otras cosas que no sean su magnífica carne asada. Pero como fue educada
en una época bastante diferente a la nuestra, quizá nada de lo que podamos hacer cambiará la
forma en que vive.
Lo que podemos hacer, sin embargo, es tratar de cambiar el modo en que se siente. Mi
amiga reconoció, en su interior, lo aburrida que le parecía la vida de su madre, pero luego intentó
ver su punto de vista. Educada en una sociedad en la cual una buena mujer se sienta y espera
que su hombre vuelva a casa a cenar, la auto-valoración de su madre se ubica en el terreno de
su carne asada. Por eso, mi amiga comenzó a pedir a su madre recetas de cocina. Comentó:
Antes me aburrían conversaciones como esta porque —como la mayoría de la
gente— estaba encerrada en la idea de que cocinar y hacer el trabajo de la casa no eran
tareas importantes o difíciles. Pero ahora, cada vez que comienza a hablar de sus recetas
o de sus bordados, pienso que lo que en realidad está haciendo es tratar de convencerse
y de convencerme que está haciendo algo valioso. Y eso lo hace menos aburrido y más
emocionante, por eso ahora aumenta mi aprecio por lo que ella hace y puedo afirmar que
ella lo siente.
Mi amiga ahora no tiene tanta necesidad de lamentar la vida de su madre.

Mi amiga ha encontrado también una forma de cerrar la brecha madre-hija causada por la
aceptación del mito de la inferioridad de la mujer. Si su madre fuera todos los días a una oficina,
mi amiga no tendría que estar tan preocupada por las limitaciones de la vida de su madre. En el
apartado llamado "Un principio para todos los sentimientos", en este capítulo, hice hincapié en la
importancia de reparar conexiones rotas entre madres e hijas.
Insensibilidad y alienación
Como describí en el Capítulo 2, cuando sentimientos perturbadores —en especial, pero no
sólo, los que son irremediables— nos abruman, a menudo sólo nos insensibilizamos o nos
apartamos de nuestras madres. La historia de n ti amiga en el apartado anterior (la mujer que
ahora aprecia la cocina de su madre) demuestra cómo nuestro sentido de lo irremediable
respecto a las vidas de nuestras madres pueden distanciarnos de ellas; y también pueden
hacernos sentir que tratar de recuperar una mayor proximidad no tiene sentido. Cuando no
sabemos qué más intentan, y el dolor de una unión rota es demasiado grande, ¿qué podemos
hacer sino sentirnos insensibilizadas? Espero que algunos de los pasos y las técnicas de los
Capítulos 6 y 7 de este capítulo te hayan sugerido formas de abrir nuevas puertas.
Observemos el ejemplo de una hija que se sentía insensibilizada no tanto por el dolor
como por el exceso de enfado. Jocelyn y su madre, Beth, habían tenido terribles discusiones
desde que Jocelyn entró en la pubertad; en ese momento, aunque un psiquiatra les había dicho
que estaban en competencia por la atención del padre de Jocelyn, no les había dicho cómo tratar
de disfrutar de la relación madre-hija además de concentrarse en el padre. Cuando vi a la madre
y a la hija años después de una conferencia que di sobre madres e hijas, describieron al padre
como un hombre muy frío. Con tan poca ternura y atención por parte de él, madre e hija habían
competido por lo poco que había. Pero ahora que la hija era adulta y podía obtener ternura y
atención fuera de su familia inmediata, la feroz competencia no era tan necesaria.
Cuando Jocelyn se fue de casa, madre e hija habían enmascarado su furia continua bajo
lo que pensaban que era una falta de amor entre ellas. Cuando Jocelyn se mudó, las visitas entre
madre e hija eran tan poco frecuentes que las dos tenían miedo de arruinarlas con explosiones
de enfado. Por eso se contenían, nunca llegaban en realidad a las raíces de su enfado mutuo y
permitían que los esfuerzos para ocultar lo que sentían crearan una barrera entre ellas.
Incentivadas por la conferencia, Jocelyn y Beth trabajaron en su relación y Beth me escribió una
carta en la que decía:
Siempre había pensado que Jocelyn era una persona imposible, y ella pensaba lo
mismo de mí. Cuando comprendimos que habíamos tenido que competir por la mínima
aprobación de la persona de más alta posición en la familia —mi marido— vimos que lo
malo no estaba sólo dentro de nosotras. Las dos habíamos temido que él nos rechazara,
lo que nos hubiera hecho sentir sin valor. El reconocimiento de esas preocupaciones
compartidas ha creado ahora un vínculo entre nosotras. En estos días, cuando estamos
juntas no reprimimos nada. Cuando necesitamos discutir, discutimos. Pero la diferencia es
que ahora sabemos que hay mucho amor entre nosotras. Y es maravilloso no tener que
sentirme nunca más insensibilizada en presencia de mi hija.
Al final de nuestras visitas, cuando llega el momento de separarnos podemos decir
que, en general, es algo duro, que sentimos que hay mucho por hacer y por decir, pero
que nos amamos.
De manera similar, como se describió en el apanado sobre el enfado, identificar los

sentimientos que subyacen a la insensibilidad y a la alienación —y los mitos que alimentan esos
sentimientos— permite que madres e hijas construyan puentes entre ellas.
Todas las historias en este capítulo se han referido a diferentes formas en que madres e
hijas han intentado arreglar sus relaciones, con diversos grados de éxito. Naturalmente, madres e
hijas diferirán en las técnicas que utilizan y en el ritmo del trabajo de reparación, pero la mayoría
de las relaciones madre-hija —como las tapicerías bien tejidas— merecen el esfuerzo de
arreglarlas.
9.- ES SÓLO UNA PUERTA
Las mujeres sanas a nivel emocional,

las que tienen las mejores conexiones con sus madres,
también tienen las mejores conexiones con otras mujeres.
— Dra. Janet Surrey
[Si] nos mantenemos al margen de las obligaciones impuestas por la sociedad,

entonces... las hijas y las madres tenemos poderes para ayudarnos
así como para hacernos daño.
Incluso podemos hacer de la otra una revolucionaria.
— Nancy Mairs
COMO MUJERES, NUESTRA imagen de nosotras mismas, nuestros sentimientos por

nosotras mismas, nuestro orgullo de ser nosotras mismas son influidos de manera inevitable por
nuestra imagen y nuestros sentimientos por otras mujeres. Nos afectan más las mujeres que
están cerca, las mujeres que comparten experiencias, características o gestos con nosotras —en
especial nuestras madres—. Algunos días compruebo que la forma en que muevo las manos o la
inflexión de mi voz son las de mi madre. Y como la amo y la respeto, el gesto y la inflexión me
parecen de algún modo correctos y adecuados; tienen un lugar, pertenecen a mi mundo. Sin
sentir la necesidad de ser como ella en todos los aspectos, puedo disfrutar estética y
emocionalmente de la simetría, de la resonancia que surge de esta similitud. En parte, es una
forma de conectarnos, de tejer una tela fuerte y bien constituida que se extienda entre nosotras y
a través del tiempo. El tejido comienza antes que nosotras y seguirá después de nosotras.
Compartir nos fortalece. Nos guste o no, estamos involucradas con la mujer que nos crió,
queramos ser como ella o queramos evitarlo a toda costa. Pero incluso las hijas que tratan de
evitarlo pueden sacar mucho del descubrimiento de las características, los gestos, los estilos, los
valores que podemos amar o respetar -en lugar de odiar y rechazar- (de) nuestras madres. Como
ha escrito la ganadora del Premio Pulitzer Alíce Walker: "Estamos juntas, mi niña y yo. Madre e
hija, sí, pero hermanas en realidad, contra cualquier cosa que nos niegue todo lo que somos."
Compartir es más fácil una vez que vemos nuestra humanidad y nuestros dilemas compartidos
más allá de los mitos.
Más allá de los mitos

En algún sentido, mucho de esto se refiere al perdón —de nuestra madre y de nosotras
mismas— porque los mitos de culpar a la madre nos han guiado mal. Se refiere a aceptar la
naturaleza meramente humana de madres e hijas en un mundo que al mismo tiempo nos eleva a
las alturas de un ideal inalcanzable y nos empuja a abismos de desvalorización, desmoralización
e indefensión impresionantes.
Como he dicho, superar los mitos nos permite pensar en nuestra madre como alguien
diferente de: "Mi madre, la madre —la mujer que es sólo mi madre y no tiene importancia por
encima de eso." Cuando puedes pensar en ella más allá de su condición de madre, encontrarás
que surgen en tu mente todo tipo de preguntas. La autora feminista Judith Arcana escuchó la
respuesta de su madre a una pregunta inusual y se asombró de lo que conoció:
Un día cuando la visité mientras descansaba en la cama viéndose muy frágil, más
pequeña y más liviana de lo que debía... me contó que una amiga había hecho un curso
de psicología... [y] encontró la clase estúpida... El instructor había pedido a cada persona
de la clase que nombrara un animal que le gustaría ser, si pudiera elegir... Yo dije:
"Vamos, Mamá, piensa en eso —¿qué animal serías, si pudieras?" Pensó por un
momento y dijo: "Me gustaría ser uno de esos gatos grandes con manchas amarillas, ya
sabes, el que corre más rápido que todos los demás."
Estaba tan poco preparada para esta revelación que sólo pude llorar, llorar por el
contraste entre la mujer postrada en la cama y el gato dorado. Mi madre, la mártir, la mujer
que puso a su marido y a sus hijos antes que ella desde el día en que se casó, sería un
leopardo, corriendo por la sabana africana.
Piensa en la relación con tu madre desde que te convertiste en adulta. Imagina lo diferente
que la historia podría haber sido:
• si no hubieras sospechado que cada señal de proximidad entre las dos era en realidad
una evidencia de que
1. tus necesidades y las suyas eran demasiado grandes (Mito Seis);
2. tu madre estaba tratando de controlarte (Mito Ocho); y
3. querer la proximidad es algo malo en sí mismo (Mito Siete);
• si no hubieras tenido que preocuparte porque, aun siendo adulta, cualquier paso en falso
que dieras humillara a tu madre (Mito Uno) e invalidara, en su mente, el tipo de vida que ella tuvo
(Mito Cinco);
• si la sociedad no te hubiera dificultado el reconocimiento de tus sentimientos sexuales y
agresivos "no femeninos" (Mito Tres) de modo que no necesitaras culpar a tu madre por dirigir
sus sentimientos con una facilidad y habilidad que tú nunca podrías igualar o por mostrarlos tan
pobremente que no pudiste aprender nada útil al respecto;
• si la sociedad no te juzgara tanto por tu papel de esposa y madre (Mitos Uno y Dos),
provocando que culpes a tu madre por establecer patrones imposibles de alcanzar con su propio
ejemplo de supermamá o por ser un pésimo ejemplo para seguir;
• si no hubieras esperado que ella supiera de manera automática cuáles eran tus
necesidades y las satisficiera (Mitos Dos y Cuatro);
• si no hubieras supuesto que ella podría haber sido —y todavía podría ser— una buena
madre si sólo hubiera escuchado a los expertos en lugar de a sus propios instintos o atendido a
los consejos de su madre (Mito Seis);
• si no te sintieras dividida entre la alianza con tu madre y la alianza con tu padre, entre la
alianza con tu madre y la alianza con tu marido; y nuestra cultura no nos empujara siempre a
elegir al hombre (Mito Cinco);
• si tu madre no hubiera estado tan limitada en sus posibilidades (Mito Cinco) que te
sientas culpable por tu éxito;
• si no tuvieras miedo de que cualquier muestra de fuerza o asertividad por parte de tu
madre fuera un signo de su poder destructivo (Mito Nueve).
Cada paso es valioso
Cuando comiences a trabajar en tu relación madre-hija y elijas las técnicas y el ritmo que
te parezcan adecuados, recuerda considerar que cada paso que des es valioso en y por sí
mismo. No intentes arreglar todo en "una gran conversación". Muévete despacio, y no intentes
hacer demasiado de golpe, si lo haces, estarás trabajando bajo mucha presión y tus esfuerzos
serán contraproducentes. Y no pienses de antemano en cuántos pasos quedan por dar. Antes
solía despertarme por la mañana y mirar una enorme lista de tareas que tenía que realizar
durante el día y me sentía agotada antes de: salir de la cama. Entonces tuve lo que en ese
momento me pareció una idea sorprendente; no tenía que llevar a cabo todas esas tareas al
mismo tiempo en cada minuto del día. Cuando imaginé al día como una larga línea en lugar de
como un solo punto, comprendí que sólo tenía que hacer una cosa en cada punto, y no se puede
esperar que ningún ser humano haga más de eso. También comprendí que, aunque no terminara
ese día con todo lo que aparecía en la lista, igual habría hecho algunas cosas y eso era valioso.
Asegúrate de no cometer el error de suponer que este es un libro de recetas con pasos
fáciles que funcionan de un modo mágico —y que algo debe andar mal dentro de ti, si no tienes
éxito de inmediato—. Este libro intenta sugerir un modo de comenzar a hacer cambios en tu
relación madre-hija. Cuando empieces a pensar de un modo diferente sobre tu madre y sientas
menos la carga de los mitos que te llevan a culparla, tu actitud mejorará. Es posible que ella
perciba eso y que responda de un modo adecuado.
Por eso debes comprender que cada paso te ayudará a acercarte a tu meta final, pero que
cada paso también trae sus propios beneficios. Por ejemplo, humanizar la imagen que tienes de
tu madre será un alivio, aunque nunca afrontes de un modo directo los problemas que hay entre
vosotras. Una madre que vivió en una serie de hogares adoptivos cuando era niña y crió sola
cuatro hijos puede estar tan amargada o abrumada, que sus hijas no logren discutir con ella
frente a frente los problemas de la relación; pero al menos sus hijas pueden entender cuán poco
realistas eran al culparse por las furias o las depresiones de su madre.
Recuerda, también, que definir una "meta ulterior" para una relación es engañoso; en
cualquier vínculo, las dos personas involucradas están en un continuo proceso de cambio, de
modo que un paso puede no terminar donde pensabas. El filósofo David Friendly ha dicho que
trabajar en una relación es como estar en una plataforma giratoria: comienzas a caminar y
cuando vas a dar un paso, debajo de ti el suelo está apuntando en una dirección diferente.
Recuerda las limitaciones del enfoque que he descrito. En un solo libro no es posible
definir todos los tipos de problemas madre-hija o anticipar todos los resultados si se prueban
estas técnicas. Más aún, el grado y la rapidez de tu éxito al utilizar estas técnicas no dependerán
sólo de ti; dependerán en parte de la historia de la relación con tu madre, cómo tu padre o algún
otro compañero de tu madre es o fue, si tienes o no hermanos —y si es así, cómo son—, cuánto
apoyo puedes obtener de otras personas durante la elaboración de estos temas, la fragilidad o el
poder de tu autoestima y el grado de estabilidad en los otros aspectos de tu vida y de la vida de
tu madre. Es probable que tu raza, religión, clase social, raíces étnicas, orientación sexual, edad
y estado de salud tengan también efectos importantes, (aunque una investigación completa del
funcionamiento de esas importantes fuentes variantes todavía no se ha hecho).
Por ejemplo, en un simposio en 1988 sobre niños de dos razas, Barbara y Robin Miller
señalaron que en América del Norte los negros más que los blancos consideran la sabiduría
como algo que proviene de la generación anterior y por eso las hijas negras pueden estar más
inclinadas que las blancas a sentir auténtico respeto por sus madres.
Recuerda, además, que si tu madre ha muerto o por alguna otra razón es imposible hablar
con ella, puedes modificar la mayoría de las técnicas que te he sugerido.
A menudo escuchamos que las personas nunca cambian; pero eso no debería llevarnos a
hacer predicciones sobre la posibilidad de cambiar nuestra relación madre-hija. Aunque el
carácter básico de una persona tiende a permanecer igual, algunas personas realizan cambios
significativos si se dan las circunstancias adecuadas. Alcohólicos de toda la vida dejan de beber;
algunas personas realizan giros importantes en sus carreras; otras se vuelven menos suaves y
más enérgicas con el tiempo. La psicóloga Karen Howe informa que casi todas las alumnas que
escribieron la biografía de su madre dijeron: "Me siento como si hubiera conocido a mi madre por
primera vez"; es un cambio importante que puede producir otros aún más significativos.
Es más, en general no necesitamos importantes cambios de carácter en nuestras
relaciones madre-hija, porque los caracteres no son la principal causa de problemas. Por el
contrario, debemos entender la necesidad de superar los mitos y aprender un conjunto diferente
de preguntas y procedimientos para comprender nuestras relaciones.
El miedo y el regocijo de abrir puertas

Ten cuidado porque llegar a conocer a tu madre o verla de un modo diferente te cambiará
—por lo menos, aprenderás más acerca de ti misma—. Nadie puede predecir cuánto o en qué
forma cambiarás; los cambios pueden ser repentinos o graduales, inmediatos o lentos.
Una alumna de mi curso sobre "Madres" experimentó un cambio drástico y repentino
después de leer el primer libro que había recomendado Of Woman Born (Nacida de Mujer) de
Adrienne Rich. Esta alumna escribió:
Desde la adolescencia, la matrofobia —el miedo a convertirse en madre— ha sido
una fuerza significativa que me empujó al cambio y al crecimiento. Interpreté con facilidad
las continuas críticas de mi madre, su expresión reservada y las lágrimas resultantes de la
mayoría de los enfrentamientos: "Dios no permita que sea tan desconfiada como mi
madre. O tan frágil y débil."
... No atribuí la depresión de mi madre y sus dudas a la guerra diaria que estaba librando.
En cambio, juzgué sus actos como compromisos y con un miedo persistente luché contra la
indefensión que sentía frente a sus deseos ardientes y sus metas para mi futuro. No estaba
pensando en reconocer su papel de víctima, sino en identificar libremente su persecución hacia
los otros.
Para otra mujer, a la que había entrevistado, el cambio fue lento. Me llamó por teléfono
semanas después para decir:
Anoche comencé a preguntarme por qué sólo me concentro en los modos en que
mi madre me perturba. Luego recordé que habías dicho lo fácil que es culpar a nuestras
madres y me invadieron recuerdos de cosas buenas, divertidas o emocionantes que mi
madre había hecho por mí. Después tuve una percepción muy valiosa. Recordé que solían
llamar a la madre de mi madre la "mujer de hierro". La madre de mi madre era tan fría con
ella, que creo es un milagro que mi madre fuera capaz de mostrarme algo de afecto.
Sin embargo como dice Adrienne Rich en su poema "prospective Immigrants Alease
Note", no hay garantías de hacia dónde nos conducirá el cambio, pues "La puerta en sí misma/no
hace promesas./ Es sólo una puerta." Aunque es probable que cuando atravieses la puerta que
te saca de la actitud de culpar a la madre, experimentes un resurgimiento de energía, una
liberación de lo que estaba ligado a tu propia actitud. Si te sientes bien con tu madre y si tu rela-
ción con ella mejora, intenta dar un paso más usando parte de esa energía incrementada para
eliminar los mitos. Algunas hablarán con una o dos madres o hijas al mismo tiempo, diciéndoles
lo que han aprendido y aconsejándoles lo que pueden hacer con sus relaciones. Otras
rechazarán escuchar chistes que denigran a las madres y a las mujeres en general, desafiarán
las opiniones de los científicos y otros "expertos" o cuestionarán con constancia los comentarios
casuales basados en presunciones de la capacidad femenina inagotable de dar sustentación, su
necesidad ilimitada o su uso destructivo del poder.
Espero que algunas desafíen de un modo directo y se opongan a las instituciones que
perpetúan los mitos. La consideración de las madres y de todas las mujeres mejorará un poco
con cada paso que des hacia la obtención de un salario igual y la libertad reproductiva para las
mujeres, toda mejora en los centros de atención de niños o de personas enfermas o mayores,
cada golpe que asestes al acoso sexual o la desvalorización de las mujeres mayores y de las
mujeres pobres, cada lucha que emprendas para proteger los derechos de las mujeres
incapacitadas, las mujeres de color, inmigrantes, lesbianas y mujeres bisexuales o mujeres
enfermas del sistema de salud mental.
Un principio
Déjame terminar con la mención de uno de los pequeños pasos que di hace años para
acercarme a mi madre. Un día mi hijo, Jeremy, que entonces tenía 7 años, había te nido
problemas en la escuela. Esa noche, mi madre puso una conferencia telefónica desde su casa y
habló con Jeremy durante un momento. Pocos minutos después, llamó de nuevo porque no
estaba segura si yo conocía el incidente que Jeremy le había contado. Mamá quería alertarme
sobre las necesidades particulares que él podía tener durante la noche. Luego me pidió hablar
con Jeremy de nuevo, sólo para que pudieran tener una conversación placentera y pudiera
recordarle que se preocupaba por él en ese momento.
La gente puede dar vuelta los ojos y hablar de abuelas sobreprotectoras y entrometidas o,
mejor, registrar el hecho de que la abuela había hecho algo maravilloso por su nieto. Yo me puse
en el lugar de Jeremy e imaginé cómo me sentiría si mi abuela se tomara la molestia de llamarme
de nuevo sólo para conversar, en un momento en que me sentía mal por haber tenido un día
horrible.
Podría decir que mi madre hizo algo maravilloso. O podría decir que mi madre hizo algo
que revelaba una profunda compasión y una auténtica preocupación por otras personas. Llamar
a lo que hizo "naturalmente femenino y sustentador", un aspecto de su trabajo de madre, no sería
hacerle justicia. Pocas personas hacen este tipo de cosas comprensivas y consideradas de todos
modos, y no nos sentimos mejor si, cuando las madres las hacen, apenas tomamos nota porque
es lo que creemos que deben hacer.
Esa noche me sentí llena de orgullo y afecto por mi madre. Aprecié lo mucho que nosotras
las mujeres tenemos que trabajar, aunque nuestra sustentación y compasión ha sido a veces
considerada una ventaja y usada en nuestra contra. Cuidándonos de no dejar que abusen de
nosotras o nos ignoren por cómo somos, podemos sentirnos orgullosas de nuestra ternura y de
nuestra fuerza y orgullosas de las otras mujeres. Le dije a mi madre cómo me sentí y ella pareció
sorprendida pero llena de gratitud, por mi aprecio y mi respeto.
Cuando aprendemos a respetar más a nuestras madres, nos respetamos más a nosotras
mismas y cuando vemos las injusticias que han sufrido, consideramos más nuestra propia
humanidad. Así como vemos el dolor —o el potencial para el dolor— que compartimos, también
vemos las formas en que podemos usar nuestra humanidad y nuestra fuerza común para darnos
un poder mutuo. La poeta Susan Griffin afirma: "Recuerdo mi furia ante las restricciones que me
impusieron cuando era niña. Recuerdo la mirada de inocencia en el rostro de mi hija... y que
cuando comprendí que había dado a luz a una niña, mi corazón se abrió y todo el sufrimiento de
las mujeres me pareció irrazonable."
En el pasado, el dolor de esta apertura y de esta visión condujo a muchas mujeres a
someterse a las reglas tradicionales para la educación y restricción de las hijas; este
sometimiento fue alentado por una sociedad que se negó a reconocer el trato injusto dado a las
mujeres. Pero el apoyo mutuo de madres e hijas y el reconocimiento creciente de esta injusticia
nos brinda apoyo a todas nosotras. Con este apoyo, podemos enfrentarnos a los anhelos de
nuestro pasado y del de nuestras madres y forjar algo mejor para nuestras madres, para nosotras
mismas, para otras mujeres y para las generaciones venideras. Al comenzar, te deseo lo mejor.
APÉNDICE: GUÍAS PARA ENTREVISTAS MADRE-HIJA
Las Preguntas De La Entrevista
1. ¿Cuándo y dónde naciste?
2. ¿Cómo eran tus padres? (antecedentes étnicos, religiosos, económicos).
3. ¿Qué influencias importantes tuviste cuando eras niña?
4. ¿Cómo era tu relación con tu madre? ¿Y con tu padre?
5. ¿Cómo era/fue tu relación con mi padre?
6. ¿Trabajaste fuera de casa?
7. ¿Cuáles son tus intereses principales?
8. ¿Hay cosas que siempre has querido hacer pero nunca has tenido la oportunidad?
9. Alumna: Agrega dos preguntas propias.
Preguntas respondidas por alumnas

1. ¿Cuáles son los primeros recuerdos que tienes de tu madre?
2. ¿Cómo es tu relación con ella en el pasado y ahora?
3. ¿Qué mensajes o consejos te dio respecto a ser una mujer?
4. ¿En qué te pareces a tu madre o en qué te diferencias de ella?
5. ¿Qué has aprendido al hacer la biografía de tu madre?
¿Hay aspectos de la experiencia vital de tu madre que has conocido por primera vez? ¿Tienes
ahora una nueva comprensión de tu madre?
6. ¿Cómo te sientes respecto a tu madre ahora?
7. ¿Cuál fue la reacción de tu madre al ser entrevistada?
8. Otros comentarios.
Preguntas adicionales para la biografía de la madre

1. Mientras criabas a tus hijos, ¿qué pensabas que significaba ser una buena madre?
¿Qué pensabas que debía hacer una buena madre?
2. ¿Qué fue lo más duro de ser madre? ¿Cuál fue tu peor miedo?
3. ¿Alguna vez los expertos te dieron alguna información que contradecía lo que pensabas
o sentías que era correcto? ¿Alguna vez obtuviste información diferente de distintos expertos?
4. ¿Pensaste que la capacidad de ser madre debía surgir de un modo natural? Si fue así,
¿cómo te afectó esta creencia?
5. Como madre reciente, ¿cómo te sentiste (factores positivos y negativos)? (Si no salen
estos temas, pregúntale si tuvo sentimientos de aislamiento, fatiga, pérdida de la libertad, miedo,
necesidad de ayuda de varios tipos, preocupación por los cambios en el matrimonio,
preocupación por su identidad o por la interrupción de su capacidad para llevar a cabo sus
sueños o ambiciones. Pregúntale también si sintió amor, proximidad, placer o fascinación por sus
hijos.)
6. ¿Querías que tu hija (yo) fuera como tú? ¿Por qué o por qué no? Si sí, ¿de qué modo?
Si no, ¿de qué modo querías que fuera diferente a ti?
7. ¿Cómo te sientes ahora cuando miras a tu hija y notas que de algún modo ella es como
tú?
8. ¿Cómo te sientes ahora cuando miras a tu hija y notas que es diferente a ti en algún
sentido?
9. ¿Es difícil para ti apoyar a tu hija cuando necesita algo que tú nunca tuviste o cuando
tiene oportunidades que nunca experimentaste? ¿Cómo te sientes?
10. ¿Cómo te sientes cuando tu hija hace algo insólito o no tradicional?
11. ¿Alguna vez has sentido que tu hija te haya traicionado o te haya decepcionado?
12. ¿Cuándo te sentiste más alejada de tu hija (o sentiste incluso que la habías perdido)?
¿Ha cambiado esto? Si es así, ¿cómo y por qué?
13. ¿Cuáles son los pros y los contras de que tu hija te pida consejo o quiera tu
aprobación?
14. (Si está o estuvo casada) ¿Alguna vez te pareció que tu marido y tu hija se aliaban
contra ti? ¿Alguna vez te hicieron sentir rechazada, incapaz o inferior?
15. ¿Qué valores o lecciones esperas haber enseñado a tu hija?
BIBLIOGRAFÍA
Nacida de mujer. Adrienne Rich (1929- ) Noguer Ediciones (Planeta). Barcelona,
02/1978.- 296 p. 13x20 cm
www.rimaweb.com.ar/articulos/2010/nacemos-de-mujer-de-adrienne-rich

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NO CULPES A MAMA.

Paula J. Kaplan, experta en psicología de la mujer y relaciones madre-hija, es profesora

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