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ANEXO 3.

PROPUESTA DE PROPUESTA ARTÍSTICA

PROPUESTA ARTÍSTICA
1. Nombre de la propuesta

Tartas de perro / Madre

2. Descripción de la propuesta
En “Tartas de perro", el joven narrador describe cómo suele acompañar a su madre a cazar perros y gatos para
hacer empanadas de carne. Empanadas que vende, humildemente, al frente de la iglesia, antes de que la mujer
sea detenida y él, y su hermano, sean enviados a un orfanato.

En “Madre”, un niño cadáver le habla a su madre enloquecida, describiendo su relación con ella y develando, poco
a poco, los pormenores de su muerte. y cómo la locura se ha ido apoderando de la mujer.

Ambos cuentos están atravesados por elementos socioculturales que conducen hacia una reflexión bastante cruda
sobre la maternidad, sobre la orfandad de quien debe sobrevivir el mundo a pesar de la miseria y la ausencia,
rodeado por desigualdades socioeconómicas que le conducen a la más honda desesperanza. El vínculo
materno-filial de los narradores de ambos cuentos señala esa necesidad de encontrar refugio en el otro para poder
armarse de valor, en contra de las condiciones más agrestes de una sociedad cargada de rumores y de vecinos
que señalan con el dedo, de una sociedad a la que no le importa devorar a sus propios hijos al estilo del Saturno de
los romanos. Y, al despuntar el sol de un nuevo día, ambas historias adquieren sentido ante la necesidad de quien
asume su maternidad contra todo y contra todos, contra la violencia y el abandono, y contra la incertidumbre de un
mundo que se cae a pedazos, algo de lo que bien sabemos en el sentido de nuestro ser latinoamericano.

Así, estas historias permiten que el lector pueda identificarse con ambos narradores, no desde una aproximación
externa a la sensación de soledad y una especie de pornomiseria, sino desde las tripas, desde el hambre, desde la
identificación empática con los personajes. Un distanciamiento brechtiano que le permite sentir, bajo la carne, el
dolor y el miedo impresos en sus voces. Un golpe al estómago que nos obliga a vomitar la intoxicación de un
mundo moderno que se nos mete en la garganta y amenaza con extinguir nuestros propios latidos, nuestra propia
sensibilidad.

Abordar estos temas, en tiempos convulsos como los actuales, es una aproximación a las madres de miles de
desaparecidos, con un terror que desconoce la obra de los más grandiosos novelistas, y casi que podríamos asistir
a los rituales del dolor que habitan sus corazones desde hace tanto, tan intensamente. Son cuentos para leer
mientras se dobla la ropa del hijo que nunca más volverá a casa, mientras se siente que hubiese sido mejor parir
hacia adentro, hacia el universo mismo que rodea al corazón de las madres, y no sembrar de sangre, al estilo de
García Lorca, un mundo que no resiste ya más escarceos con la muerte.
3. Soporte de la obra
 

TARTAS DE PERRO

“Era evidente que muchos de los perros más gordos del pueblo

tenían prohibido jugar conmigo.”

Ambrose Bierce

Me gustan los animales. A mamá también le gustan los animales, pero ella me da
miedo. Huele raro. A Carlos no le gusta ir con mamá. Pelea y dice que no va. Mamá lo
amenaza con un palo, pero Carlos dice que no va, que no va. Entonces sale con el
garrote en una mano y me da la otra. Yo no quiero darle la mano a mamá porque mamá
huele raro, pero ella me mira feo. Me mira como mira a Carlos cuando le dice que no
quiere ir.

—¡Quédese ahí! -advierte ella cuando bajamos a la calle.

—Si viene alguien, no grite, no me haga pegarle como la otra vez. Me avisa, pero sin
gritar, ¿me entendió?

Yo digo que sí y me quedo ahí. Es de noche y hace frío. Ojalá Carlos estuviera aquí. A
mamá no le gusta que se quede en la casa porque es pequeño. Yo tengo doce y
Carlos, nueve. Yo quisiera ser como él. Él no tiene que bajar con mamá, puede
quedarse arriba, aunque mamá lo deja encerrado en la pieza. Pero yo podría quedarme
también en la pieza. Carlos puede correr más rápido, saltar más lejos. Carlos es
normal. Cuando yo tenía nueve yo no era como Carlos. Yo siempre fui así. Por eso, me
gustaría ser como él.

A mamá le gustan los animales. A mí también, pero a mamá le gustan más. En la casa
tenemos perros, gatos, conejos y palomas. A mí me gusta darle de comer a los
conejos, pero los perros me dan miedo. A Carlos no le gustan los animales, se queda
en la pieza llorando por las noches, encerrado. Yo salgo con mamá y volvemos a la
casa antes que amanezca. A mamá no le gusta que estemos afuera cuando es de día.
Tampoco le gusta que salgamos sin ella. A veces volvemos sin nada, a veces con un
gato o un perro. Cuando volvemos sin nada, mamá se pone triste y ya no me da tanto
miedo. Me gusta mamá cuando está triste, pero no me gusta Carlos cuando llora.

Dormimos hasta las diez. Mamá nos deja dormir hasta las diez porque dice que
tenemos que descansar. Desayunamos con huevo y pan. La casa huele a carne. A
veces la casa huele a carne, pero casi siempre huele a perro, a gato, a sucio. Carlos y
yo le cambiamos el periódico a las palomas y les damos agua. Mamá se encarga de los
perros porque a mí me dan miedo y Carlos es pequeño. Al mediodía mamá nos lleva a
Carlos y a mí a la iglesia. No entramos a la iglesia, solo nos sentamos ahí afuera con
las tartas de carne. Mamá vende tartas de carne, y Carlos y yo la acompañamos todos
los días.

—Muchas gracias, mi señora, que mi Dios le multiplique -dice mamá, y una señora se
lleva tres tartas de carne. Mamá se guarda las monedas en el delantal y mira para la
iglesia. Papá me contó una vez que mamá y él se casaron en esa iglesia, pero luego
papá se fue.
—Yo tengo que cuidarlos a ustedes -dijo mamá un día, —porque si yo no los cuido,
¿quién los va a cuidar?

Ayer unas personas vinieron a la casa. Estaban molestas con mamá. Le gritaban
cosas, y a Carlos y a mí nos dio mucho miedo. Entraron a la casa y gritaban cosas.
Abrieron la nevera y gritaban cosas. Entonces llegó la policía. Se llevaron a mamá, que
lloraba, y nos llevaron a nosotros. Las personas me dan miedo, el mismo miedo que
me dan los perros. Me gustan los animales, pero no me gustan los perros. Ni las
personas. No me gusta tampoco mi mamá, pero me hace falta. —Todo va a estar bien
—me dijo una señora esta mañana, pero no he visto Carlos desde ayer. No me gusta
que Carlos esté solo porque seguro está llorando. Ahora yo también estoy llorando.
¿Quién va a cambiarle el periódico a las palomas? Quisiera irme a casa.

MADRE

Madre observa a través de la ventana, buscando algo en la distancia que no alcanzo a


adivinar. Observa un largo rato y luego se gira, de repente, simulando mal una sonrisa.
—Es un lindo día para salir a caminar —dice, y, sin esperar respuesta, camina hacia mí
y me toma entre sus brazos. Madre huele a sudor. Sus ropas huelen como huelen los
trapos viejos, pero de alguna forma ese olor me reconforta, pues madre huele a madre.
Me abraza con cariño y siento cómo se acelera su corazón mientras acomoda mi
cabeza sobre su hombro derecho, arropándome con ternura. Caminamos por la casa,
juntos, como un solo cuerpo que se mece con el vaivén de sus caderas, con el caminar
lento de sus pasos. La casa es pequeña, poblada de sombras y recuerdos: cuadros,
muebles, lámparas, cosas viejas, de cuando padre vivía con nosotros, antes del
accidente. Ahora es como un museo de cachivaches que se pudren en la oscuridad.
Madre no se arredra ante la memoria de otros días, y de repente su caminata es un
baile a través del comedor. Las arañas en el techo imitan los pasos de madre mientras
ella canta, como en un susurro: If I have to die tonight / I'd rather be with you / Cut the
parachute before you die, para luego acercarse a mis oídos y agregar: Baby don't you
cry / You had to bring me down / We had some fun before we hit the ground. El aliento
de madre es agrio en contraste con su canción, y me sumerjo en él como si flotara en
leche tibia (pues el aliento de madre, así como sus ropas, sus cabellos y sus manos,
huele a madre y hace que me sienta protegido). Salimos a la calle, sin afán, y siento la
tibieza del sol sobre los ojos. El viento despeina mis cabellos y madre vuelve a
acomodarlos con su mano izquierda. La aspereza de sus dedos se convierte en una
caricia ligera sobre mi rostro (tan ligera como la brisa), y madre me sonríe mientras se
le aguan los ojos. La gente ha empezado a agolparse en torno suyo y los murmullos no
se hacen esperar. A madre no le gustan los murmullos, ni los tumultos. Le recuerdan el
accidente, el hombre impactando el parabrisas del auto, los susurros de la gente, el
sonido de los vidrios al romperse, el chirrear las sirenas, el olor del caucho sobre el
asfalto, padre, el féretro. Yo no sé si madre dejó de querer a padre ese mismo día, pero
desde el accidente no volvió a mencionarlo nunca. También, desde el accidente,
empezó a pasar más tiempo conmigo: acostada en la cama durante toda la noche sin
poder dormir, o bajo el chorro de agua fría, a la hora del baño, hasta empezar a
temblar, apretándome contra su pecho. Madre tiene siempre una sonrisa amable en su
rostro, especialmente cuando habla conmigo, aunque yo sé que muchas veces se
obliga a sí misma a sonreír (a esconder su llanto), y por eso, cuando me abraza por las
noches, nos levantamos con la ropa empapada, más que de sudor, de lágrimas. Pero
está bien, pues madre, a su manera, es feliz así. Y si madre es feliz, yo soy feliz, pues
sé que, a pesar de todo, estamos juntos. Desde que estemos juntos, todo estará bien
(es lo que siempre dice ella). Por eso me duele que la hieran los murmullos, las
miradas de la gente, los tumultos que se generan a su alrededor siempre que salimos a
caminar. Quisiera decirle a la gente que la deje en paz, que madre es feliz, así ellos no
lo noten, así no puedan disimular el asco o el asombro siempre que la ven venir. Y
madre sabe, de alguna manera, todo lo que yo pienso, porque me aferra contra su
pecho y echa a correr, mientras la gente mira de esquina a esquina a ver si ven venir
algún oficial. Pero los oficiales están ocupados con un muchacho que detiene al tráfico,
y que amenaza a un bus con una escoba, gritando incoherencias. Madre empieza a
caminar cada vez más lento, pues se percata de que la gente ha dejado de mirarla, y
me susurra, con una sonrisa “No te preocupes, mi niño, estaremos bien”. Y yo lo sé, sé
que lo estaremos, a pesar de que papá se fue. Caminamos de regreso a casa mientras
el sol muere en algún lugar al otro lado de las montañas. La noche nos envuelve en su
frescura, y pronto las luciérnagas se apoderarán del corredor. Siempre es un
espectáculo maravilloso verlas volar a lo largo de la casa, de esta casa que se pudre
lentamente, que hiede a humedad y a cosas viejas. Madre se sienta sobre la mecedora
y canta una canción de cuna para hacerme dormir. Canta suavemente, como si temiera
molestar a alguien con su voz, como si no se diera cuenta de que estamos solos. Yo sé
que nos hemos quedado solos, y que la vieja casa no tardará en caer sobre nosotros,
sepultándonos al fin en la misma tumba, pero no tiene importancia. Madre se ha
quedado dormida mientras yo pienso en la tierra mojada, en sus manos (sus manos
escarbando la tierra mojada), en su llanto, en la lluvia, esa misma lluvia que se
confunde con su llanto, corriéndole sobre la cara. Madre estaba triste (muy triste), pero
ahora es feliz. Es feliz porque estamos juntos, porque a pesar de todo me tiene entre
sus brazos, y yo también lo soy, porque me sumerjo en su olor a madre, ese olor que
hace que me sienta protegido. La noche cae con su manto de negrura y yo observo a
madre dormir. La observo fijamente, en medio de la oscuridad, para siempre.
4. Pago equitativo
 

Ítem Descripción Actividades Unidad Valor unitario (*) Valor parcial

1 Honorarios Escritor $ 1.00 500.000,00 500.000,00

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