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Butelman, quien además de ser autora de este capítulo es la compiladora de los demás
trabajos y la ideóloga de la publicación, se sitúa en el rol de “psicopedagoga institucional”
y al referirse a su lugar teórico habla de sí misma como “institucionalista”. Se entiende que
su objeto de trabajo se centra en las “problemáticas” o los conflictos de las instituciones.
Considera a la psicopedagogía institucional como “un modelo teórico-práctico que
permite una indagación, un diagnóstico y una elaboración de recursos para la solución
de problemas en situaciones de carencia, conflicto, crisis, en instituciones
educacionales”.
Para la autora, el abordaje desde un lugar del saber es limitante y reconoce, desde el
punto de partida, las fragmentaciones a que se someterá: “(...) las hipótesis surgidas sobre la
base de un modelo teórico tienden a la comprensión selectiva de las situaciones, a causa de
los alcances y los intereses teóricos de los propios conceptos con los que se indagan sólo
algunos aspectos de la realidad, ya que tal teoría deja otros afuera por no problematizarlos”.
Un término que nos interesa definir entonces es el conflicto. La autora lo aborda desde
su carácter emergente, como una instancia que da lugar a ver o a ocultar, a desentrañar
la naturaleza de los vínculos, de la experiencia de los actores. Ella dice que
Con respecto a la incidencia de condicionantes estructurales, o agentes (externos o
internos a la institución) que pueden tener incidencia, Butelman describe a la institución
como un sistema complejo que sitúa a las instituciones en una continua pugna: “en
primer lugar con ese contexto social con el fin de mantener un cierto equilibrio entre las
propias necesidades de supervivencia y las exigencias provenientes de los distintos centros
de poder que las atraviesan; y en segundo lugar, con la exigencias y presiones procedentes
de los deseos y las necesidades de los integrantes de cada institución”. Es decir que el
conflicto se vive entre la institución y el afuera y también al interior de la propia
institución, en el primer caso se trata de un conflicto por el control de las decisiones, y en
el segundo de un conflicto por la significación de los actos.
® “...un primer nivel de datos desde los observables, en los aportes verbales que los
consultantes dicen y especialmente quieren decir, (...) todo aquello en lo que los
consultantes especialmente necesitan ser escuchados”. En este tipo de discurso se
define el NIVEL DE LO MANIFIESTO.
® “...un nivel subjetivo, de lo que no se dice, de lo que se dice mal y se oye mal, de lo
que parece que se quiere decir pero se distorsiona, , de los miedos, de los sufrimientos
vinculares que a veces priorizan la agresión”, que es el NIVEL DE LO LATENTE.
La obvia extracción psicoanalítica de estos términos y su correlato con los niveles
manifiesto y latente de los sueños, por ejemplo, en la obra de Freud, se confirma con la
postura propuesta para el psicopedagogo institucional: la interpretación. El
institucionalista describe lo que ellos dicen que está pasando, en palabras de la autora:
“enuncia con sus palabras; su mirada funciona como un organizador situacional,
creando el espacio real”.
Así como Vigotsky entiende el habla egocéntrica como un espacio que guarda la función
del pensamiento, Mezzano entiende las instituciones como “reservorios sociales de
recuerdos individuales que constituyen una trama social”, la que considera
valiosísima desde una temática particular: la memoria institucional”.
Allí donde Butelman veía la necesidad de crear dos niveles de comprensión del lenguaje,
Mezzano considera que es preciso crear dos vertientes de la memoria a descubrir. Puesto
que “(...) metodologías diversas deben combinarse, en tanto algunas nos permiten acceder a
datos acerca del objeto social colectivo y otras, a los recuerdos personales. (...) nos
dedicamos así a encarar metodológicamente esta doble vertiente de lo sociohistórico y de
la subjetividad individual de los consultantes”. La memoria de los sociohistórico y la
memoria individual, entonces, convergen en la institución, y todo eso conforma
la memoria institucional.
Allí donde Butelman sostenía que el institucionalista describe lo que los actores dicen
que está pasando, enuncia con sus palabras; su mirada funciona como un organizador
situacional, Mezzano propone otro lugar para el institucionalista. Éste es quien
“instala un dispositivo para narrar, relatar, oír los relatos mutuos de las historias
institucionales, creando así redes colectivas de memoria compartida” Esta función de
recordar conjuntamente propicia condiciones para la convivencia y “posibilita crear un
momento de encuentro con la memoria del otro, corrigiendo los propios imaginarios y/o
corroborándolos”. Allí donde Butelman proponía organizar la situación significando desde
la interpretación, Mezzano propone llegar al mismo propósito, pero de otro
modo: recordando juntos lo que pasó.
En el texto de Marta Souto (autora de “Hacia una didáctica de los grupal”, hermoso libro
cuya previa lectura me hizo abordar esta nueva producción de la autora con mucho interés)
aparece, respecto de los anteriores, una perspectiva diferente, tanto en la construcción de un
lugar para el institucionalista como desde la propia definición del conflicto. En los dos
trabajos anteriores el psicólogo, el psicopedagogo institucional, el institucionalista, el
investigador... debían tomar una cierta distancia para no implicarse demasiado y conservar
cierta dosis de objetividad. Aquí, en cambio, la implicación es asumida como
necesaria para la recorrida por lo que Souto llama la trama institucional “no sería posible
sino desde la implicación del investigador. La trama en la investigación se teje entre los
hilos ya anudados en la institución y otros nuevos que el sujeto que investiga aporta desde
la visión, el enfoque, el interés, y el deseo de conocer que la misma rama suscita, con la
ayuda de dispositivos teórico-metodológicos definidos”.
Si los enfoques anteriores habían sido interpretativos, hermenéuticos, asentados sobre la
palabra que debe ser escuchada y traducida o simplemente compartida, esta propuesta
adopta una perspectivas epistemológica más amplia y de algún modo abarcativa de las
anteriores, la de la complejidad. Esta perspectiva plantea “la comprensión del mundo
actual y sus sucesos sin reduccionismos ni simplificaciones. Es decir, asumiendo la
confusión, el desorden, la oscuridad y también el orden en lo real, y buscando al mismo
tiempo modelos que faciliten la comprensión, la elucidación a través de un pensamiento
complejo que no la mutile”.
El conflicto se define como desfasaje en las percepciones. Está presente aquí ese pasado
que debe recordarse de un modo consensuado que proponía Mezzano, pero está utilizado
desde otro lugar, entendido como catalizador de la formación de sub grupos que
convierten a la institución en un espacio donde conviven (y entran en conflicto)
distintas realidades en pugna. Si quisiéramos emparentarlo con el trabajo de Butelman, se
podría decir que ésta es una de aquellas situaciones en que el conflicto tiene lugar al interior
de la propia institución, y es un conflicto por la significación de los actos, en este caso los
actos del pasado.
En este último trabajo aparece con fuerza una definición de la institución por oposición,
desde una necesidad de diferenciarse (la institución) de otros colectivos sociales. Si los
enfoques anteriores se caracterizaban por sus matices desde lo epistemológico, lo que se
pone aquí en cuestión es un aspecto ideológico.
Cuando Lucía Garay dice que “la institución es algo más que el discurso que enuncia
sobre sí misma”, quiere decir que la escuela se ha construido históricamente sobre un
escenario de luchas por la definición de un rol, de una función, de un estilo, y que si bien
esas luchas cristalizaron en definiciones, otros modelos de escuela quedaron en el
camino. En palabras de la autora: “ilusiones, expectativas y personas quedaron extramuros.
No obstante, desde esa periferia, también constituyen su identidad aunque más no sea
como falta o como fracaso”.
La postura de este trabajo es ir al recate de esas alternativas, y como “punta de lanza”
encuentra un recurso en la distinción “institución – organización”. Puesto que esta
dicotomía ha sido explícitamente propuesta como eje de trabajo para esta materia, me
parece muy interesante profundizarla, habida cuenta, además que esta autora la toma desde
un punto de vista particular. Reproduzco a continuación una cita textual, un poco extensa,
pero que creo vale la pena leer completa para luego analizarla:
Frente a la coexistencia de aspectos de la organización en la institución o viceversa, y en
contra de esa mirada de ambas cuestiones (lo institucional y lo organizacional) como
complementarias o en relación dinámica, Garay las enfrenta como dos paradigmas
enfrentados excluyentes. La organización representa un modelo tecnicista y no abarcativo
de cierta dimensión humana, del mundo de la alteridad desde el que es posible entender lo
vincular y existencial inherente al carácter integrador de los colectivos sociales, y la
institución se define (por el contrario) como un espacio cuya finalidad es la existencia.
Con respecto a esto último, Garay señala que “a diferencia de la organizaciones cuyo
objetivo es una producción limitada, cifrada, fechada, las instituciones desempeñan un
papel esencial en la regulación social global. Su finalidad primordial es colaborar con
el mantenimiento o la renovación de las fuerzas vivas de la comunidad. SU
FINALIDAD ES DE EXISTENCIA, no de producción. Por lo anterior, la institución se
centra en las relaciones humanas, en la trama simbólica e imaginaria donde ellas se
inscriben. Este desarrollo lo toma la autora del psicoanalista francés René Kaës.
En cuanto al lugar del conflicto, como no podría ser de otro modo, Garay lo comprende
dentro de esta lógica. La imagen a la que apela para definirlo es la paradoja. Plantea que la
institución, para cumplir su función educativa, “necesita de la articulación positiva del
vínculo docente-alumno” pero que a la vez se dedica a negarla o a hacerla imposible. ¿Por
qué? Porque apela a modos de organizar el trabajo escolar que instalan en alumnos y
maestros objetivos fragmentarios, alejados de los intereses “de existencia” de la institución.
El docente, por la motivación del empleo y el salario, y el alumno la de la evaluación y la
acreditación. Estos mecanismos definen un escenario paradojal que culmina en un conflicto
estructural., inherente a la propia escuela.
En cuanto a los conflictos de adentro y de afuera, que vimos en los trabajos anteriores,
Garay lo piensa desde la constitución de una institución, su inicio, su fundación. Ésta
determina fronteras entre el adentro y el afuera, entre ser y no ser “de” la institución,
“se decide sobre los individuos que la integran sobre los extraños; recibe mandatos y
demandas; demanda a su vez; genera proyectos, planes, programas; edifica una estructura
organizativa, instala procedimientos y rutinas; favorece u obstaculiza procesos de cambios;
genera mecanismos y modos de regulación de conflictos; se apuntala en un aparato jurídico-
normativo”.
Esta diferencia es propia de un colectivo social, y Garay no encuentra allí la causa del
conflicto, sino en los dispositivos que al interior de la institución la lógica dominante
instala desde la sociedad toda. En esta idea de la “lógica dominante” reconozco una lectura
influyente de la obra de Pierre Bourdieu.
CONCLUSIONES
Se han desarrollado los análisis comparados de cuatro textos referidos a un mismo
tema: las instituciones. Los conceptos salientes que he intentado destacar en cada texto han
sido:
§ qué perspectiva adopta el institucionalista (si es que así decide llamarse, esa es
parte de la perspectiva) tanto desde el punto de vista epistemológico como desde lo
ideológico, cuando es pertinente analizarlo;
§ qué categorías teóricas construye cada uno para entender ese objeto, la
institución.
Los textos se han mostrado diversos en cuanto a esos aspectos y es por eso que luego de
leerlos encontré apropiados tales ejes para analizarlos. Soy conciente de que los cuatro
coinciden en apartarse de la mirada que abarca tradicionalmente la “gestión” institucional,
y que por esa misma razón haber elegido este texto deja fuera otros puntos de vista que
ponen el acento en otros aspectos de lo organizacional y lo institucional.
Algunos paralelos encontrados entre los distintos textos (escritos por personas diferentes,
en momentos y espacios también diferentes) convierten el trabajo de la lectura en un viaje
que trasciende los textos. Lleva esto inevitablemente a la noción de Foucault de la
transdiscursividad. Un discurso es un conjunto de enunciados y depende de la misma
formación discursiva; lo constituyen un número limitado de enunciados, los cuales
necesitan un conjunto de "condiciones de existencia" o de posibilidades. Es esperable que a
los discursos se le añada la exterioridad, porque no son totalidades cerradas sino que están
llenos de lagunas y recortes y se dispersan siempre sobre otros textos y discursos.
Creo que el punto de relieve más importante que debe destacarse aquí es el encuentro de
definiciones en el concepto de CONFLICTO. He podido cotejar:
§ El conflicto como una instancia que da lugar a ver o a ocultar, a desentrañar la
naturaleza de los vínculos, de la experiencia de los actores;