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SEMANA DE ESTUDIO

Esta sería nuestra semana de estudio en comunidad. No queremos desaprovechar la oportunidad para
enviarles un material con un tema muy sensible y polémico ligado a nuestro quehacer pastoral-teológico, o
sencillamente de dirección espiritual, para que sea estudiado y compartido en la pequeña comunidad en la
que usted vive. Dejando aparte convencionalismos personales tratemos de entrar sin prejuicios en esta
realidad, que guste o no nos guste, los poderes de este mundo nos quieren imponer (ideología de género) a
través de todos los medios de comunicación, en la conversación diaria, o en caso extremo, a través de leyes
nacionales.
¿Nuestra respuesta?... tiene que nacer de las orientaciones de nuestra Iglesia y desde el Corazón
Misericordioso de Dios. Como MSC somos el Corazón de Dios en el mundo.

¿COMO PROCEDER?
1. Los numerales 1 al 5, lectura personal para compartir cada uno sus impresiones en la pequeña comunidad.
La cantidad de números que tocaría sería proporcional a la cantidad de MSC que conformen la comunidad

2. Luego, cada MSC, podrá reaccionar en un segundo momento, sobre los temas de A modo de conclusión,
del autor. A saber: 1. Evangelización de la cultura y 2. Actitudes evangélicas.

3. Estos dos numerales de la conclusión suponen reflexionarlos desde nuestros servicios pastorales, ambiente
cultural donde nos movemos, sensibilización de los agentes de pastoral para tomar posición en el tema,
poder argumentar, acompañar...

Y quedan cuestionantes, que tal vez sean también de ustedes: ¿Son suficientes o suficientemente válidas las
propuestas del autor o todavía quedan muy aéreas? ¿Podríamos abrir un camino más concreto para dialogar
estas cuestiones en los espacios eclesiales que habitamos?. Que el pequeño grupo elija uno para que organice
el momento en se reunirán para compartir juntos esta temática. Tenemos hasta el jueves pues el viernes es la
asamblea en el Centro Vocacional. Agradecemos al P. Miguel José que encontró este material y lo puso a
nuestra disposición.

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Ideología de Género:
Respuesta desde la Ley natural y el Magisterio de la Iglesia
«Por tanto, todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganlo
también ustedes a ellos; porque esta es la ley y los profetas» Mt 7,12.
1.Introducción
Una de las dificultades más frecuentes al dialogar sobre «ley natural» es que dicho concepto no tiene
un sentido unívoco y, por tanto, puede ser asumido desde diferentes perspectivas que desembocarán
en distintos modos de comprensión y aplicación de la misma. Es por esto que partiré desde una
reflexión sobre el concepto mismo de ley natural, sus comprensiones y críticas.
El ser humano es un ser en búsqueda de sentido, por lo que se ha reconocer su carácter dinámico [GS
5c]. Esta afirmación supone que no somos seres predeterminados, ni meramente guiados por los
impulsos biológicos o sensibles. Esto nos hace diferentes de los animales, que están más determinados
por las leyes de la naturaleza. El ser humano posee entre sus atributos el uso de la razón y la libertad,
por lo que le es propio optar según su capacidad de discernimiento. Ahora bien, la orientación más
fundamental de las opciones del ser humano está guiada por el deseo profundo de una mayor
humanización de su ser sin que esto signifique que deja de experimentar en sí los impulsos y
exigencias de su composición biológica. Todo ser humano experimenta la tensión entre sus impulsos
biológicos y las exigencias de la razón, tensión que debe dilucidarse en opciones que orienten la vida
hacia un horizonte de sentido. Es decir, el ser humano en su búsqueda de sentido ha de elegir un estilo
de vida que le lleve a considerar su existencia como orientada hacia un fin último que le de plenitud o,
en palabras más cotidianas, que le conduzca a la felicidad. En términos más específicos, el ser
humano al preguntarse por su sentido último, por la razón de su existencia, necesariamente se verá
internamente invitado a optar por un estilo de vida que se corresponda con dicho sentido. Ahora bien,
el estilo de vida por el cual debe optar para que sea coherente con el sentido de su existencia y sea
propiamente humano ha de ser un estilo "razonable", es decir, conforme a lo razón.
Por otro lado, la intuición básica de todo ser humano, es que todo proyecto vital le ha de conducir
hacia el reconocimiento de su dignidad humana, en otros términos, un proyecto de vida guiado por la
razón ha de transformarse en un proyecto de humanización personal y universal. En definitiva, el ser
humano en la búsqueda libre y racional de su proyecto vital, determina el ethos de su existencia que
se traduce en la adecuación de su proyecto personal a la dignidad humana, para que su vida sea cada
vez más humana y así sus acciones reflejen la humanidad que posee. Hasta ahora, lo dicho supone un
ejercicio de introspección del ser humano, un camino interior, pero que tiene vocación de
universalidad dado que mi elección de vida, en cuanto humana, me ha de llevar a decidir también por
los demás seres humanos en ese deseo profundo de ser tratado como tal por los demás.

2 Ley natural - Ley positiva


Ahora bien, nuestra sociedad no solo está regida por la ley que nos dicta nuestra conciencia en un
ejercicio racional que nos hace más plenamente humanos. También tenemos una ley positiva, que
posterior a la ley natural, nace de la necesidad de un ordenamiento de las relaciones sociales en un
Estado particular.
Es oportuno recordar acá la definición tomista del concepto «ley». Santo Tomás la define como:
Ordenación de la razón, dirigida al bien común, y promulgada por el que tiene a su cargo la
comunidad (Flecha Andrés 2001). Es importante hacer notar dos elementos de esta definición, la
necesaria racionalidad de la ley moral que está fundamentada en la dignidad del ser humano, más allá
de las condiciones externas que pueda tener (raza, sexo, condición socio-económica, educación, etc.);
y segundo, que la ley está orientada al bien común, y esto supone una apuesta por el bien más
universal. De esta racionalidad y de su intrínseca búsqueda del bien común, podríamos deducir, que
no se consideraría como una ley moral aquella que tutela solo los bienes particulares de un grupo,
porque pasaría, como dice san Isidoro, de ser una ley a ser un privilegio. Aunque es bueno aclarar que
en casos en que se hace necesaria la búsqueda de la equidad se ha de atender de manera especial a
grupos y personas que estén en una situación de vulnerabilidad y exclusión (Rawls 1971) que le haga
más difícil alcanzar las oportunidades y posibilidades que le hacen vivir dignamente. La tercera parte
de dicha definición refiere a la promulgación de las leyes por el Estado, es decir, la formulación de las
leyes positivas, luego de haber pasado por el cedazo de la razón y el bien común.
El concepto de ley que manejamos en la cotidianidad está referido, más bien, a la ley positiva. La ley
positiva supone un ejercicio de la voluntad que se manifiesta de forma expresa en un marco legal que
rige las relaciones y tutela los derechos. En la actualidad la ley positiva que rige los estados dada la
democracia, o al menos pseudodemocracia, que viven muchos países, tiende a ser vista como fruto del
consenso de las voluntades y orientada a la defensa de los derechos individuales. Este modo de
reflexionar sobre la ley conlleva un camino, si no contrario, al menos distinto, al propuesto por Santo
Tomás, porque evidentemente no todos los consensos ni derechos individuales buscan el bien común,
ni terminan facilitando el reconocimiento de la dignidad de la persona. Esto es fácilmente demostrable
con la sola pregunta por la relación entre la promulgación de leyes vigentes de una nación y los
grupos de poder que en ella interactúan. De lo anteriormente dicho se desprende que la categorización
de algo como bueno o malo tampoco podría pasar por el consenso o por el beneficio de un grupo en
particular, recordemos lo fácil que es caer por este camino en la injusticia y en la negación de la
dignidad del ser humano.
La concepción tomista de la ley natural nos refiere que la bondad o maldad de los actos no está
determinada por su aceptación o condena en las leyes positivas, sino que la bondad o maldad de los
actos se pueden reconocer como tal antes de que exista su explicitación legal y por esto se puede
producir un marco legal posterior a dicho reconocimiento. Es decir, según santo Tomás, la bondad o
la maldad preceden a las leyes (Flecha Andrés 2001).
Ahora bien, si la tendencia de la cultura actual es más bien legal-positivista a lo que nos estamos
abocando es a pensar que el ordenamiento legal diseñado por los legisladores de una nación es
suficiente fundamentación para el respeto a la dignidad del ser humano y sus derechos. Pero, tenemos
que mencionar acá la antiquísima discusión sobre la relación entre obligatoriedad moral del
cumplimiento de las leyes positivas de una nación que en términos valóricos y racionales nos resulta
adverso a nuestra idea de vida plena y de la dignidad humana. Evidentemente no tenemos
obligatoriedad moral a las leyes injustas y esa decisión ha de ser fraguada en la profundidad de
nuestra libre conciencia. Vale aquí citar el extraordinario número 16 de la Gaudium et spes:
“En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a
sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su
corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita
aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la
dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. [...] Es la conciencia la que de modo
admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La
fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y
resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad.
Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las
sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad
[GS 16].
GS 16: a) Llamado a la recta conciencia de nuestro actuar; b) Conciencia abierta a la trascendencia, de
ahí el binomio ley natural – ley divina; la tendencia cultural a la sobre-privatización de la conciencia,
y la extendida frase de «una decisión personal» se olvida que la conciencia individual, mirada desde
el cristianismo, nunca puede estar desligada del bien común; c) En otras palabras, mi conciencia, si es
recta, ha de examinar las decisiones y los actos en términos de la posibilidad de que dicha decisión o
acto tenga como consecuencia una mayor humanización del ser humano que la realiza y de toda la
humanidad.
José Flecha afirma: Cada ser humano ha de comportarse de acuerdo con el ser humano de que es
portador y ha de ser tratado de acuerdo con esa «humanidad» ontológica y objetiva que en él se
encuentra. Las acciones o las omisiones de los hombres son buenas o malas en la medida en que se
orientan al ser del hombre, que es al mismo tiempo su fin objetivo y su fin operativo. En la realización
de esa identificación y esa armonía está la felicidad (Flecha Andrés 2001).
Podemos decir entonces que, las racionalidades de la ley natural y de la ley positiva tienen sentidos
diferentes. En la ley natural la racionalidad está ligada a la percepción y actuación de su fundamento
y su obligatoriedad con relación a la dignidad del ser humano, sin importar sus condicionamientos
externos (sexo, raza, edad, etc.). Por el otro lado está la ley positiva cuya racionalidad circunda en
torno a su plausibilidad social o política. El peligro de esta última es que puede hacerse presa de
ideologías particulares o de grupos de presión (Flecha Andrés 2001). Podríamos parafrasear un refrán
diciendo: «dime quien presiona y te diré cuales han de ser tus leyes». En un país en el que hemos
experimentado momentos en que se aprueban proyectos de ley sin leer o que los legisladores dicen sin
ningún rubor que «están esperando la línea del partido», podemos suponer que la garantía de los
derechos y el reconocimiento de la dignidad humana pueden estar disminuidas.

3 Comprensiones de la ley natural


Para ser honestos, tampoco podemos pretender que nos guiemos puramente por la ley natural como
legislación estatal, porque la ley natural no es un mero conjunto de normas al estilo de un código
legislativo, sino que nos capacita para el discernimiento al momento de actuar.
Tenemos que admitir que la ley natural, en general, no tiene la mejor fama en nuestros días, de hecho,
documentos tan importantes como los contenidos en el Concilio Vaticano II, aunque utilizan la línea
argumentativa de la ley natural, prefieren obviar el concepto como tal en la búsqueda de entablar un
diálogo con el mundo desde categorías más neutrales. Parte de la mala fama de la ley natural se
fundamenta en algo que siempre he dicho, que la Iglesia tiene una fundamentación teológica y
filosófica muy rica y liberadora, pero a los que nos toca explicitarla y divulgarla la hacemos tan
inaccesible y tan rígida que le hacemos un flaco favor publicitario al anuncio de la fe. La rigidez no
es cristiana, y por lo tanto no ha de ser católica. La propia ley natural es una invitación a dar, de forma
creativa y profunda, razón de nuestra esperanza (1Pe 3,15) en medio de la diversidad de este mundo.
Si miramos a las raíces de la ley natural podremos encontrar los elementos de su fundamentación y no
nos quedaremos en los meros legalismos que le son ajenos. De hecho, la misma noción de la «ley
natural» proviene del mundo griego y supone un acercamiento del cristianismo a dicha cultura
dejándose impactar por ella acogiendo así que el horizonte de la moralidad humana está incluso más
allá de los límites del anuncio de la revelación. En este sentido, para poder comprender cómo
responder a la realidad que nos interpela en nuestra cultura actual debemos comprender los distintos
modelos y críticas en torno a la ley natural.

Dos modelos de comprensión de la ley natural


Podemos encontrar dos modelos históricamente preponderantes en la reflexión de la ley natural:
• Modelo estoico: la pretensión de los estoicos en su apelación a la ley de la naturaleza lo que buscaba
era la defensa de los individuos de las leyes y gobernantes impositivos y tiránicos. Es decir, para los
estoicos la physis era previa a la poli. Para ellos, la felicidad consistía en ser conforme a la naturaleza
y seguir su ley. Ahora bien, la naturaleza para el estoicismo se encuentra en la estructura misma de las
cosas. De ahí los caracteres que la definen en cuanto tal: a) la naturaleza es un todo unitario y
organizado; b) goza de su autonomía respecto a las leyes positivas; c) goza de una majestad sagrada:
«Deus sive Natura»; d) tiene carácter de necesidad y sus normas nunca pueden ser. Este modelo es el
que más se ha asumido por la Iglesia Católica, aunque esto no significa que se proclame
completamente el sistema estoico. A partir del concepto de naturaleza estoico el cristianismo asume el
concepto de naturaleza, que está en la base de la ley natural en estos términos: se trata de la naturaleza
de persona humana en la totalidad de su ser individual (ser en sí), creatural-trascendente (ser de Dios
y para Dios), relacional (ser con los demás) y solidario (ser en el mundo y en la historia).
• Modelo biologicista: Este modelo identifica la naturaleza humana con la naturaleza animal, o
mejor, con los procesos biológicos que son comunes al hombre con los animales. La moralidad
consistiría, en consecuencia, en identificarse o conformarse a esos procesos universales de tipo
biológico. El problema de este modelo biologicista es que corre el peligro de olvidar la especificidad
que la experiencia humana introduce incluso en las tendencias y actividades que le son comunes con
los animales.
El ser humano puede colocarse frente a ciertas necesidades biológicas con libertad, pensemos por
ejemplo en la huelga de hambre frente a la necesidad de comer o el celibato frente al irrenunciable
apetito sexual. No hay acciones «naturales» en el ser humano que no sean para él también acciones
«culturales». Sus necesidades biológicas interpelan toda su existencia y su postura libre ante ella. Pero
para el ser humano la satisfacción de tales necesidades tiene siempre carácter de signo y de lenguaje,
es decir, tienen carácter cultural, lo que supone una enorme cantidad de significados y calificaciones
éticas. Una moral meramente biologicista condenaría al ser humano a un determinismo biológico
irreconciliable con la racionalidad humana (Cf. VS 47). Una tentación constante en la puede caer la
argumentación a favor o en contra de la ideología de género es, por ejemplo, los que están a favor
argumentar que existen animales homosexuales o con la capacidad de transformar su sexualidad por
la sobrevivencia de la especie; pero por el otro a condenar la ideología de género por el simple hecho
de que la biología nos indica que sólo puede haber hombre o mujer. Es caer ambas partes en
simplezas impresionantes, olvidando la responsabilidad moral y la aceptabilidad social, es decir, el
peso cultural que conlleva todo acto humano.

4Críticas a la ley natural


Independientemente del modelo asumido, existen críticas a la ley natural, o a su aplicación, que es
importante mencionar:
• Crítica a la tendencia nominalista: En algunas ocasiones se ha asumido una tendencia de tipo
nominalista que ha tendido hacia una interpretación de la ley natural como legalista y juridicista y por
tanto con un marcado acento heterónomo. Este énfasis por lo legal tiende a olvidar el carácter racional
de la ley natural en cuanto supone un empoderamiento de la dignidad humana y su defensa que
propicia la posibilidad de toma de decisiones en los casos particulares que se presenten en la
cotidianidad.
• Otra crítica surgida en contra de la ley natural se debe a la interpretación neo-escolástica de la
misma que tiende a una ontologización de la ley natural. Este movimiento provoca que la
responsabilidad moral sea considerada en relación con una naturaleza abstracta, única e inmutable,
olvidándose así de las circunstancias concretas de las personas y así se han convertido las
formulaciones morales en principios abstractos, únicos, objetivados e inmutables. El subrayado de la
naturaleza parecía ignorar la diversidad y dignidad de la persona. Tendría más en cuenta la
abstracción de la realidad adoleciendo así de racionalismo. Una naturaleza desencarnada de la
realidad entonces sería una naturaleza deshumanizada y, por supuesto, pero siempre es bueno
especificarlo, sería anticristiana.
Santo Tomás siempre ha afirmado el pluralismo natural, y también la Iglesia, al menos en lo que
respecta a las orientaciones morales referidas al ámbito social. Este pluralismo urge una distinción
entre el mal o el bien moral objetivo, la responsabilidad o culpabilidad personal y la penalidad o
aceptabilidad social del comportamiento, en la distinción entre bien o mal moral objetivo la ley
natural puede ayudar más, pero en lo demás no tanto. El estudio de la historia nos dice que no
debemos ser demasiado apresurados en calificar como leyes de la naturaleza lo que posiblemente sea
fruto de las percepciones sociales del momento. Y, por otra parte, el mismo dinamismo histórico, y
aun la experiencia del Espíritu, que irá conduciendo a los discípulos del Señor hasta la verdad
completa (Jn 16, 135), los lleva a descubrir nuevas implicaciones y exigencias morales de la
responsabilidad hacia el hombre y su «naturaleza». Es decir, la ley natural es una invitación constante
al discernimiento, al ejercicio racional de la búsqueda de la verdad en la que la dignidad del ser
humano sea reconocida cada vez más en su verdad más honda en el contexto socio-cultural en que se
encuentre (Cf. VS 52b6).

5 Objeto de la ley natural


Santo Tomás considera que la ley natural tiene por objeto los «principios universales» como el que
reza «hay que hacer el bien y evitar el mal», del cual dice Santo Tomás, en el mismo lugar, que es el
primero de todos y ante el cual no cabe ignorancia (Flecha Andrés 2001). Si uno observa este
principio, que puede ser encontrado en el evangelio (Mt 7,12), no tiene un contenido particular, sino
que es universal porque supone el uso de la razón para el discernimiento de las decisiones en las
situaciones particulares en las que el ser humano se encuentre. Lo que el ser humano conoce mediante
su inteligencia es lo que posibilita y fundamenta la ética natural. La luz de la razón es el instrumento
válido que hace posible semejante conocimiento. Sólo los juicios que gocen de esta mayor evidencia
deberían ser catalogados como referentes a la ley natural, pues a ellos pertenecen también las
propiedades esenciales que la caracterizan, como la unidad, la inmutabilidad y la indefectibilidad
(López Azpitarte 2003).
Por otro lado, la ley natural comprende, además, los principios secundarios o conclusiones próximas,
como los que tutelan los valores éticos defendidos por el decálogo, que pueden ser ignorados durante
algún tiempo. Y orienta, en fin, hacia algunos preceptos más particulares, que se deducen por
raciocinio, como la inmoralidad de la venganza o de la esclavitud, aunque con frecuencia requieren
una aclaración positiva o un consenso social para que puedan entrar a formar parte de la conciencia
moral de los pueblos (Flecha Andrés 2001).
Escoger una estructura valórica que humanice no es fácil. El valor moral a diferencia de otros valores
(ej. técnicos) toca todos los elementos de la vida de la persona conduciéndoles a una mayor
humanización y el criterio fundamental para el bien y el mal se transforma en aquello que nos
conduce a un mayor o menor reconocimiento de la dignidad humana. López Azpitarte define el valor
moral como aquella cualidad inherente a la conducta que la hace auténticamente humana, conforme a
la dignidad de la persona, y de acuerdo, por tanto, con el sentido más profundo de su existencia.
Precisamente por este carácter integral y totalizador, el valor ético se halla siempre y en todas partes
presente, como una urgencia que nunca abandona, como una llamada constante que invita a seguir su
voz, como un testigo que recuerda los olvidos y estimula la decisión.
Pero debemos preguntarnos, ¿todo ser humano está capacitado para tomar decisiones autónomas que
lleven a un sistema de valores que conduzca a una mayor humanización y, por tanto, a una exaltación
de la dignidad humana? La ley natural afirma que las normas de conducta se hallan insertas en la
misma interioridad del ser humano (López Azpitarte, 2003). Por lo que, la ley natural afirma que, todo
ser humano tienen en sí la capacidad de discernir, aunque ignore los mandamientos revelados, cuándo
su conducta es honesta o merece una reprobación. Esta capacidad de discernir entre lo humanizador y
lo deshumanizante es lo que dimana de nuestra naturaleza humana. Ahora bien, esto no quita la
invitación de san Pablo a la vigilancia, que nos recuerda la Veritatis Splendor, advirtiéndonos que en
los juicios de nuestra conciencia anida siempre la posibilidad de error. Ella no es un juez infalible:
puede errar. No obstante, el error de la conciencia puede ser el fruto de una ignorancia invencible, es
decir, de una ignorancia de la que el sujeto no es consciente y de la que no puede salir por sí mismo.
En el caso de que tal ignorancia invencible no sea culpable —nos recuerda la encíclica— la
conciencia no pierde su dignidad porque ella, aunque de hecho nos orienta en modo no conforme al
orden moral objetivo, no cesa de hablar en nombre de la verdad sobre el bien, que el sujeto está
llamado a buscar sinceramente [VS 62].
La ley natural supone una ética como la exige una sociedad adulta, autónoma, responsable y secular,
ya que consiste en la capacidad de autogobernarse a través de la razón. La ley divina no anula la ley
natural, porque no es sometimiento impuesto a la voluntad de Dios, sino que la ley divina debe pasar
por la luz de la razón para que entrando en sus parámetros ésta pueda acceder dócilmente a la
voluntad divina, que siempre ha de ser razonable.

A modo de conclusión: dos propuestas para responder desde el magisterio de la iglesia a la


ideología de género
Uno de los textos que intenta reavivar en la teología moral la discusión a partir de la ley natural es la
encíclica de san Juan Pablo II Veritatis Splendor (1993), que ya he citado en varias ocasiones. Desde
la perspectiva de Veritatis Splendor y ayudado por la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI podemos
orientar nuestro esbozo de respuesta desde la ley natural a la ideología de género.

1. Evangelización de la cultura
Les invito a que retomemos este concepto ya enunciado por Pablo VI en la Evangelii Nuntiadi donde
afirma: para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez
más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del
Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste
con la palabra de Dios y con el designio de salvación [EN 19].
San Juan Pablo II afirma en Veritatis Splendor que: Ciertamente, es necesario buscar y encontrar la
formulación de las normas morales universales y permanentes más adecuada a los diversos contextos
culturales, más capaz de expresar incesantemente la actualidad histórica y de hacer comprender e
interpretar auténticamente la verdad. Esta verdad de la ley moral —igual que la del depósito de la fe
— se desarrolla a través de los siglos. Las normas que la expresan siguen siendo sustancialmente
válidas, pero deben ser precisadas y determinadas según las circunstancias históricas del Magisterio
de la Iglesia, cuya decisión está precedida y va acompañada por el esfuerzo de lectura y formulación
propio de la razón de los creyentes y de la reflexión teológica9 [VS 53]. Es decir, debemos hacer
comprensibles las normas morales en la cultura en la que nos encontramos. Muchas veces nos ocurre
que simplemente dictamos sentencias condenatorias sobre situaciones o actitudes particulares, pero no
comunicamos el principio fundamental al que intentamos ser fiel frente a un mandamiento positivo o
negativo de la ley moral. Supone, pues, que el proceso de evangelización conduce a una readecuación
del lenguaje y de la forma del anuncio sin que eso signifique una renuncia al valor intrínseco y
racional de una norma moral.
Nota: También se aplican a la doctrina moral las palabras pronunciadas por Juan XXIII con ocasión
de la inauguración del Concilio Vaticano II (11 octubre 1962): «Esta doctrina (la doctrina cristiana en
su integridad) es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que
investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa, en efecto, es el depósito de
la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se
enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y significado»: AAS 54 (1962);
cf. L'Osservatore Romano, 12 octubre 1962, p. 2.
Esto implica un reconocimiento a la naturaleza racional del ser humano. Muchas de las situaciones
adversas hacia la comprensión de la moralidad cristiana están determinadas por un uso poco
comprensible del lenguaje, por una pobre valoración de los aspectos positivos de la cultura y por una
obsesión por la forma en detrimento del fondo.
Es común, en el camino evolutivo de las culturas humanas, que se resignifiquen algunos conceptos y
normas que eran considerados como buenos y válidos en tiempos anteriores. Es misión de la Iglesia,
en su deseo de mantener el proceso de evangelización, sin renunciar a sus principios fundamentales,
adaptar la comprensión de la ley moral de tal manera que pueda hacerse comprensible y
racionalmente aceptable a los miembros de la sociedad. Este proceso de evangelización de la cultura
supone una formación sólida de los agentes de pastoral (clero, religiosos/as y laicos/as) para que
sabiendo entrar en diálogo con la cultura no proponga una pastoral desencarnada de la realidad y
lejana a los criterios fundamentales de la fe por miedo a reformular la propuesta evangélica en
lenguajes asequibles a sus contemporáneos. Este diálogo es lo que abre el camino a la formación de
una conciencia recta.
Ciertamente, afirma san Juan Pablo II, para tener una «conciencia recta» (1 Tm 1, 5), el hombre debe
buscar la verdad y debe juzgar según esta misma verdad. Para ayudar al ser humano a formarse una
conciencia recta debemos centrarnos en la enseñanza de la verdad revelada por Jesús, de forma
novedosa y atractiva, racional y madura. Pablo VI afirma: La ruptura entre Evangelio y cultura es
sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que
hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente
de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro
no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada [EN 20].
En este sentido, mi reflexión va en torno a la evangelización de la sexualidad. Hoy vemos como
vivimos en una cultura que idolatra la sexualidad y que ha desvinculado la vivencia de la fe con el
mundo afectivo-sexual. No podremos simplemente criticar la ideología de género, la promiscuidad
sexual, etc., sin realizar una propuesta evangelizadora de la sexualidad. No es a fuerza de rechazo de
la llamada diversidad sexual que se transformará dicha realidad en una más humana, es a fuerza de
diálogo evangélico, de una propuesta salvífica racionalmente comunicable, de invitaciones a la
libertad verdadera y humanizadora, del reconocimiento del ser creatural de todo individuo. Dice
Veritatis Splendor: La confrontación entre la posición de la Iglesia y la situación social y cultural
actual muestra inmediatamente la urgencia de que precisamente sobre tal cuestión fundamental se
desarrolle una intensa acción pastoral por parte de la Iglesia misma:
«La cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre Verdad-Bien-
Libertad y, por tanto, volver a conducir al hombre a redescubrirlo es hoy una de las exigencias propias
de la misión de la Iglesia, por la salvación del mundo [VS 84]. Este proceso de evangelización que la
cultura exige un conocimiento encarnado de la realidad socio-cultural, una apuesta por la
profundización teológica y una actitud de diálogo fraterno con aquellos que fuera o dentro de la fe
buscan incesantemente un sentido a su existencia.
Se hace necesaria la formación de los miembros de la Iglesia de tal manera que superen cualquier
resabio de infantilismo teológico y humano para dar paso a personas de fe madura, que buscan la
verdad, que luchan por la justicia, que toman como criterio el bien común. Es decir, personas de
conciencia recta, que, unidas a Dios, busquen y elijan aquello que les hace reconocer su dignidad. La
ley natural y la cultura actual tienen en común una exaltación de la razón humana, no podemos dejar
que la sexualidad sea discutida y enseñada al margen de la fe, o que la discusión de los criterios de su
vivencia sea dictada por las racionalidades que no alimentan la dignidad del ser humano. Continúa
Juan Pablo II: La obra de discernimiento de estas teorías éticas por parte de la Iglesia no se reduce a
su denuncia o a su rechazo, sino que trata de guiar con gran amor a todos los fieles en la formación de
una conciencia moral que juzgue y lleve a decisiones según verdad, como exhorta el apóstol Pablo:
«No se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente,
de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm
12, 2). Esta obra de la Iglesia encuentra su punto de apoyo —su secreto formativo— no tanto en los
enunciados doctrinales y en las exhortaciones pastorales a la vigilancia, cuanto en tener la «mirada»
fija en el Señor Jesús. La Iglesia cada día mira con incansable amor a Cristo, plenamente consciente
de que sólo en él está la respuesta verdadera y definitiva al problema moral [VS 85].
Es esta mirada a Cristo que nos anima a mirar toda realidad humana desde la experiencia de la
encarnación. Toda realidad humana fue asumida por Jesús para que, parafraseando a san Ireneo de
Lyon, ésta pueda ser redimida. La propuesta dicotómica de la vivencia de la sexualidad separada de la
fe que nos hace la cultura actual ha de tener una respuesta integradora desde la Iglesia. Pienso en los
jóvenes que me toca acompañar en distintas zonas del país y con realidades socio-económicas
diversas, son asediados por una cultura hipersexualidad, buscan ser escuchados en sus inquietudes,
porque muchos se han visto envueltos en experiencias que le roban su dignidad, y muchas veces
reciben cerrazón eclesial o condena fácil. La ley natural nos invita a asumir esta realidad humana
desde el diálogo fraterno que busca la verdad de aquellos que estando orientados por otros rumbos
pero que no pierden la esperanza de encontrar una propuesta vital que les haga levantar la mirada y
reconocerse como hijo de Dios. Debemos hablar de sexualidad, de forma madura y abierta,
escuchando las inquietudes y dando respuesta desde la fe. Como Iglesia es iluso pensar que el silencio
va a rendir frutos ante una cultura tan agresiva y que invita de manera atractiva a vivir una sexualidad
desde los impulsos y desligada del amor. Nuestra propuesta vale más que eso, pero a fuerza de
obviedades y temores los más débiles están asumiendo que nuestro silencio es mera afirmación de la
propuesta cultural actual y, por tanto, con dolor tenemos que admitir que nuestro silencio o nuestro
rechazo al diálogo maduro sobre el tema simplemente nos hace cómplices de la cultura.

2. Actitudes evangélicas
Por último, una de las respuestas que considero oportuna ante la ideología de género desde el
magisterio eclesial, en términos pastorales, es el asumir actitudes evangélicas ante esta problemática
que nos interpela. La propuesta de la Iglesia Católica supone un camino de humanización. Quiero
enfatizar en el elemento del camino. Ya no vivimos en la cristiandad, de hecho, la fe está
constantemente relegada al plano privado. La fragmentación de la vida en segmentos que no se
relacionan entre si nos hace cada día experimentarnos más rotos y desanimados. La cultura
postmoderna y líquida nos hace experimentarnos como un cuadro de Picasso o el endemoniado de
Gerasa que al pronunciar su nombre dice "me llamo Legión, porque somos muchos”, el ser humano
contemporáneo se experimenta internamente dividido. Hay mucho sufrimiento en el mundo actual,
incluso allí donde el halo de placer nos nubla la mirada. La propuesta de la fe en Jesús es una
invitación a la integración de toda nuestra realidad, pero esto no se da de la noche a la mañana, es un
camino, un proceso.
Es por esto, nos recuerda la Veritatis Splendor, que la presentación límpida y vigorosa de la verdad
moral no puede prescindir nunca de un respeto profundo y sincero —animado por el amor paciente y
confiado—, del que el hombre necesita siempre en su camino moral, frecuentemente trabajoso debido
a dificultades, debilidades y situaciones dolorosas. La Iglesia, que jamás podrá renunciar al «principio
de la verdad y de la coherencia, según el cual no acepta llamar bien al mal y mal al bien», ha de estar
siempre atenta a no quebrar la caña cascada ni apagar el pabilo vacilante (cf. Is 42, 3). El Papa Pablo
VI ha escrito: «No disminuir en nada la doctrina salvadora de Cristo es una forma eminente de
caridad hacia las almas. Pero ello ha de ir acompañado siempre con la paciencia y la bondad de la que
el Señor mismo ha dado ejemplo en su trato con los hombres. Al venir no para juzgar sino para salvar
(cf. Jn 3, 17), Él fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso hacia las personas»
[VS 95].
No quisiera concluir mi ponencia acá, sin antes recordar este criterio básico de la fe cristiana, básico
porque viene del modo de proceder de Jesús, es cierto que la ideología de género va en contra de los
principios morales que la Iglesia Católica propone, pero eso nunca, y lo repito, nunca, ha de hacernos
olvidar al ser humano que quizás por situaciones de la vida o incluso por nuestra propia negligencia
en la evangelización, se ha visto preso de esta ideología. Como dice el magisterio de la Iglesia, si bien
es cierto que no podemos renunciar a la verdad revelada por Jesús, también hemos de estar obligados
a vivir según el modo de proceder de Jesús. María Magdalena, el Hijo Pródigo, la mujer que lava los
pies de Jesús... todos llevaban una vida desordenada a nivel sexual, pero Jesús supo acogerlos con los
brazos abiertos con tal de que a fuerza de amor y misericordia reconocieran la verdad y eso los hiciera
libres. Cada vez que la Iglesia enmudece ante el abuso sobre alguien de la llamada comunidad
LGTB, que utiliza palabras ofensivas sobre personas que declaran una preferencia sexual distinta,
aleja a ese ser humano de la oportunidad de conocer la verdad de Jesús a través de la Iglesia y lo deja
a su suerte.
Estamos en el año de la misericordia, el Papa Francisco nos invita a ser una Iglesia en salida, un
hospital en medio de un campo de batalla, atendiendo los heridos de esta cultura. Jesús nos invita a
mirar con compasión y misericordia para así transmitir la verdad que viene de Él, siempre con la
verdad, pero nunca con la condena irreparable que arrebata toda posibilidad de conversión. La Buena
Nueva ha de ser proclamada, en especial en nuestra cultura actual, principalmente a través del
testimonio [EN 21]. Ese es el desafío, pero también la responsabilidad de la Iglesia que debe siempre
dar razón de la esperanza (1Pe 3,15) y por cuya transmisión de la esperanza y ejercicio de la caridad
será cuestionada al final de los tiempos.

Texto parcial de la conferencia de P. Cristian Peralta, SJ. Sacerdote jesuita. Director del Centro
Bonó.

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