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Esta sería nuestra semana de estudio en comunidad. No queremos desaprovechar la oportunidad para
enviarles un material con un tema muy sensible y polémico ligado a nuestro quehacer pastoral-teológico, o
sencillamente de dirección espiritual, para que sea estudiado y compartido en la pequeña comunidad en la
que usted vive. Dejando aparte convencionalismos personales tratemos de entrar sin prejuicios en esta
realidad, que guste o no nos guste, los poderes de este mundo nos quieren imponer (ideología de género) a
través de todos los medios de comunicación, en la conversación diaria, o en caso extremo, a través de leyes
nacionales.
¿Nuestra respuesta?... tiene que nacer de las orientaciones de nuestra Iglesia y desde el Corazón
Misericordioso de Dios. Como MSC somos el Corazón de Dios en el mundo.
¿COMO PROCEDER?
1. Los numerales 1 al 5, lectura personal para compartir cada uno sus impresiones en la pequeña comunidad.
La cantidad de números que tocaría sería proporcional a la cantidad de MSC que conformen la comunidad
2. Luego, cada MSC, podrá reaccionar en un segundo momento, sobre los temas de A modo de conclusión,
del autor. A saber: 1. Evangelización de la cultura y 2. Actitudes evangélicas.
3. Estos dos numerales de la conclusión suponen reflexionarlos desde nuestros servicios pastorales, ambiente
cultural donde nos movemos, sensibilización de los agentes de pastoral para tomar posición en el tema,
poder argumentar, acompañar...
Y quedan cuestionantes, que tal vez sean también de ustedes: ¿Son suficientes o suficientemente válidas las
propuestas del autor o todavía quedan muy aéreas? ¿Podríamos abrir un camino más concreto para dialogar
estas cuestiones en los espacios eclesiales que habitamos?. Que el pequeño grupo elija uno para que organice
el momento en se reunirán para compartir juntos esta temática. Tenemos hasta el jueves pues el viernes es la
asamblea en el Centro Vocacional. Agradecemos al P. Miguel José que encontró este material y lo puso a
nuestra disposición.
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Ideología de Género:
Respuesta desde la Ley natural y el Magisterio de la Iglesia
«Por tanto, todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganlo
también ustedes a ellos; porque esta es la ley y los profetas» Mt 7,12.
1.Introducción
Una de las dificultades más frecuentes al dialogar sobre «ley natural» es que dicho concepto no tiene
un sentido unívoco y, por tanto, puede ser asumido desde diferentes perspectivas que desembocarán
en distintos modos de comprensión y aplicación de la misma. Es por esto que partiré desde una
reflexión sobre el concepto mismo de ley natural, sus comprensiones y críticas.
El ser humano es un ser en búsqueda de sentido, por lo que se ha reconocer su carácter dinámico [GS
5c]. Esta afirmación supone que no somos seres predeterminados, ni meramente guiados por los
impulsos biológicos o sensibles. Esto nos hace diferentes de los animales, que están más determinados
por las leyes de la naturaleza. El ser humano posee entre sus atributos el uso de la razón y la libertad,
por lo que le es propio optar según su capacidad de discernimiento. Ahora bien, la orientación más
fundamental de las opciones del ser humano está guiada por el deseo profundo de una mayor
humanización de su ser sin que esto signifique que deja de experimentar en sí los impulsos y
exigencias de su composición biológica. Todo ser humano experimenta la tensión entre sus impulsos
biológicos y las exigencias de la razón, tensión que debe dilucidarse en opciones que orienten la vida
hacia un horizonte de sentido. Es decir, el ser humano en su búsqueda de sentido ha de elegir un estilo
de vida que le lleve a considerar su existencia como orientada hacia un fin último que le de plenitud o,
en palabras más cotidianas, que le conduzca a la felicidad. En términos más específicos, el ser
humano al preguntarse por su sentido último, por la razón de su existencia, necesariamente se verá
internamente invitado a optar por un estilo de vida que se corresponda con dicho sentido. Ahora bien,
el estilo de vida por el cual debe optar para que sea coherente con el sentido de su existencia y sea
propiamente humano ha de ser un estilo "razonable", es decir, conforme a lo razón.
Por otro lado, la intuición básica de todo ser humano, es que todo proyecto vital le ha de conducir
hacia el reconocimiento de su dignidad humana, en otros términos, un proyecto de vida guiado por la
razón ha de transformarse en un proyecto de humanización personal y universal. En definitiva, el ser
humano en la búsqueda libre y racional de su proyecto vital, determina el ethos de su existencia que
se traduce en la adecuación de su proyecto personal a la dignidad humana, para que su vida sea cada
vez más humana y así sus acciones reflejen la humanidad que posee. Hasta ahora, lo dicho supone un
ejercicio de introspección del ser humano, un camino interior, pero que tiene vocación de
universalidad dado que mi elección de vida, en cuanto humana, me ha de llevar a decidir también por
los demás seres humanos en ese deseo profundo de ser tratado como tal por los demás.
1. Evangelización de la cultura
Les invito a que retomemos este concepto ya enunciado por Pablo VI en la Evangelii Nuntiadi donde
afirma: para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez
más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del
Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste
con la palabra de Dios y con el designio de salvación [EN 19].
San Juan Pablo II afirma en Veritatis Splendor que: Ciertamente, es necesario buscar y encontrar la
formulación de las normas morales universales y permanentes más adecuada a los diversos contextos
culturales, más capaz de expresar incesantemente la actualidad histórica y de hacer comprender e
interpretar auténticamente la verdad. Esta verdad de la ley moral —igual que la del depósito de la fe
— se desarrolla a través de los siglos. Las normas que la expresan siguen siendo sustancialmente
válidas, pero deben ser precisadas y determinadas según las circunstancias históricas del Magisterio
de la Iglesia, cuya decisión está precedida y va acompañada por el esfuerzo de lectura y formulación
propio de la razón de los creyentes y de la reflexión teológica9 [VS 53]. Es decir, debemos hacer
comprensibles las normas morales en la cultura en la que nos encontramos. Muchas veces nos ocurre
que simplemente dictamos sentencias condenatorias sobre situaciones o actitudes particulares, pero no
comunicamos el principio fundamental al que intentamos ser fiel frente a un mandamiento positivo o
negativo de la ley moral. Supone, pues, que el proceso de evangelización conduce a una readecuación
del lenguaje y de la forma del anuncio sin que eso signifique una renuncia al valor intrínseco y
racional de una norma moral.
Nota: También se aplican a la doctrina moral las palabras pronunciadas por Juan XXIII con ocasión
de la inauguración del Concilio Vaticano II (11 octubre 1962): «Esta doctrina (la doctrina cristiana en
su integridad) es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que
investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa, en efecto, es el depósito de
la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se
enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y significado»: AAS 54 (1962);
cf. L'Osservatore Romano, 12 octubre 1962, p. 2.
Esto implica un reconocimiento a la naturaleza racional del ser humano. Muchas de las situaciones
adversas hacia la comprensión de la moralidad cristiana están determinadas por un uso poco
comprensible del lenguaje, por una pobre valoración de los aspectos positivos de la cultura y por una
obsesión por la forma en detrimento del fondo.
Es común, en el camino evolutivo de las culturas humanas, que se resignifiquen algunos conceptos y
normas que eran considerados como buenos y válidos en tiempos anteriores. Es misión de la Iglesia,
en su deseo de mantener el proceso de evangelización, sin renunciar a sus principios fundamentales,
adaptar la comprensión de la ley moral de tal manera que pueda hacerse comprensible y
racionalmente aceptable a los miembros de la sociedad. Este proceso de evangelización de la cultura
supone una formación sólida de los agentes de pastoral (clero, religiosos/as y laicos/as) para que
sabiendo entrar en diálogo con la cultura no proponga una pastoral desencarnada de la realidad y
lejana a los criterios fundamentales de la fe por miedo a reformular la propuesta evangélica en
lenguajes asequibles a sus contemporáneos. Este diálogo es lo que abre el camino a la formación de
una conciencia recta.
Ciertamente, afirma san Juan Pablo II, para tener una «conciencia recta» (1 Tm 1, 5), el hombre debe
buscar la verdad y debe juzgar según esta misma verdad. Para ayudar al ser humano a formarse una
conciencia recta debemos centrarnos en la enseñanza de la verdad revelada por Jesús, de forma
novedosa y atractiva, racional y madura. Pablo VI afirma: La ruptura entre Evangelio y cultura es
sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que
hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente
de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro
no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada [EN 20].
En este sentido, mi reflexión va en torno a la evangelización de la sexualidad. Hoy vemos como
vivimos en una cultura que idolatra la sexualidad y que ha desvinculado la vivencia de la fe con el
mundo afectivo-sexual. No podremos simplemente criticar la ideología de género, la promiscuidad
sexual, etc., sin realizar una propuesta evangelizadora de la sexualidad. No es a fuerza de rechazo de
la llamada diversidad sexual que se transformará dicha realidad en una más humana, es a fuerza de
diálogo evangélico, de una propuesta salvífica racionalmente comunicable, de invitaciones a la
libertad verdadera y humanizadora, del reconocimiento del ser creatural de todo individuo. Dice
Veritatis Splendor: La confrontación entre la posición de la Iglesia y la situación social y cultural
actual muestra inmediatamente la urgencia de que precisamente sobre tal cuestión fundamental se
desarrolle una intensa acción pastoral por parte de la Iglesia misma:
«La cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre Verdad-Bien-
Libertad y, por tanto, volver a conducir al hombre a redescubrirlo es hoy una de las exigencias propias
de la misión de la Iglesia, por la salvación del mundo [VS 84]. Este proceso de evangelización que la
cultura exige un conocimiento encarnado de la realidad socio-cultural, una apuesta por la
profundización teológica y una actitud de diálogo fraterno con aquellos que fuera o dentro de la fe
buscan incesantemente un sentido a su existencia.
Se hace necesaria la formación de los miembros de la Iglesia de tal manera que superen cualquier
resabio de infantilismo teológico y humano para dar paso a personas de fe madura, que buscan la
verdad, que luchan por la justicia, que toman como criterio el bien común. Es decir, personas de
conciencia recta, que, unidas a Dios, busquen y elijan aquello que les hace reconocer su dignidad. La
ley natural y la cultura actual tienen en común una exaltación de la razón humana, no podemos dejar
que la sexualidad sea discutida y enseñada al margen de la fe, o que la discusión de los criterios de su
vivencia sea dictada por las racionalidades que no alimentan la dignidad del ser humano. Continúa
Juan Pablo II: La obra de discernimiento de estas teorías éticas por parte de la Iglesia no se reduce a
su denuncia o a su rechazo, sino que trata de guiar con gran amor a todos los fieles en la formación de
una conciencia moral que juzgue y lleve a decisiones según verdad, como exhorta el apóstol Pablo:
«No se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente,
de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm
12, 2). Esta obra de la Iglesia encuentra su punto de apoyo —su secreto formativo— no tanto en los
enunciados doctrinales y en las exhortaciones pastorales a la vigilancia, cuanto en tener la «mirada»
fija en el Señor Jesús. La Iglesia cada día mira con incansable amor a Cristo, plenamente consciente
de que sólo en él está la respuesta verdadera y definitiva al problema moral [VS 85].
Es esta mirada a Cristo que nos anima a mirar toda realidad humana desde la experiencia de la
encarnación. Toda realidad humana fue asumida por Jesús para que, parafraseando a san Ireneo de
Lyon, ésta pueda ser redimida. La propuesta dicotómica de la vivencia de la sexualidad separada de la
fe que nos hace la cultura actual ha de tener una respuesta integradora desde la Iglesia. Pienso en los
jóvenes que me toca acompañar en distintas zonas del país y con realidades socio-económicas
diversas, son asediados por una cultura hipersexualidad, buscan ser escuchados en sus inquietudes,
porque muchos se han visto envueltos en experiencias que le roban su dignidad, y muchas veces
reciben cerrazón eclesial o condena fácil. La ley natural nos invita a asumir esta realidad humana
desde el diálogo fraterno que busca la verdad de aquellos que estando orientados por otros rumbos
pero que no pierden la esperanza de encontrar una propuesta vital que les haga levantar la mirada y
reconocerse como hijo de Dios. Debemos hablar de sexualidad, de forma madura y abierta,
escuchando las inquietudes y dando respuesta desde la fe. Como Iglesia es iluso pensar que el silencio
va a rendir frutos ante una cultura tan agresiva y que invita de manera atractiva a vivir una sexualidad
desde los impulsos y desligada del amor. Nuestra propuesta vale más que eso, pero a fuerza de
obviedades y temores los más débiles están asumiendo que nuestro silencio es mera afirmación de la
propuesta cultural actual y, por tanto, con dolor tenemos que admitir que nuestro silencio o nuestro
rechazo al diálogo maduro sobre el tema simplemente nos hace cómplices de la cultura.
2. Actitudes evangélicas
Por último, una de las respuestas que considero oportuna ante la ideología de género desde el
magisterio eclesial, en términos pastorales, es el asumir actitudes evangélicas ante esta problemática
que nos interpela. La propuesta de la Iglesia Católica supone un camino de humanización. Quiero
enfatizar en el elemento del camino. Ya no vivimos en la cristiandad, de hecho, la fe está
constantemente relegada al plano privado. La fragmentación de la vida en segmentos que no se
relacionan entre si nos hace cada día experimentarnos más rotos y desanimados. La cultura
postmoderna y líquida nos hace experimentarnos como un cuadro de Picasso o el endemoniado de
Gerasa que al pronunciar su nombre dice "me llamo Legión, porque somos muchos”, el ser humano
contemporáneo se experimenta internamente dividido. Hay mucho sufrimiento en el mundo actual,
incluso allí donde el halo de placer nos nubla la mirada. La propuesta de la fe en Jesús es una
invitación a la integración de toda nuestra realidad, pero esto no se da de la noche a la mañana, es un
camino, un proceso.
Es por esto, nos recuerda la Veritatis Splendor, que la presentación límpida y vigorosa de la verdad
moral no puede prescindir nunca de un respeto profundo y sincero —animado por el amor paciente y
confiado—, del que el hombre necesita siempre en su camino moral, frecuentemente trabajoso debido
a dificultades, debilidades y situaciones dolorosas. La Iglesia, que jamás podrá renunciar al «principio
de la verdad y de la coherencia, según el cual no acepta llamar bien al mal y mal al bien», ha de estar
siempre atenta a no quebrar la caña cascada ni apagar el pabilo vacilante (cf. Is 42, 3). El Papa Pablo
VI ha escrito: «No disminuir en nada la doctrina salvadora de Cristo es una forma eminente de
caridad hacia las almas. Pero ello ha de ir acompañado siempre con la paciencia y la bondad de la que
el Señor mismo ha dado ejemplo en su trato con los hombres. Al venir no para juzgar sino para salvar
(cf. Jn 3, 17), Él fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso hacia las personas»
[VS 95].
No quisiera concluir mi ponencia acá, sin antes recordar este criterio básico de la fe cristiana, básico
porque viene del modo de proceder de Jesús, es cierto que la ideología de género va en contra de los
principios morales que la Iglesia Católica propone, pero eso nunca, y lo repito, nunca, ha de hacernos
olvidar al ser humano que quizás por situaciones de la vida o incluso por nuestra propia negligencia
en la evangelización, se ha visto preso de esta ideología. Como dice el magisterio de la Iglesia, si bien
es cierto que no podemos renunciar a la verdad revelada por Jesús, también hemos de estar obligados
a vivir según el modo de proceder de Jesús. María Magdalena, el Hijo Pródigo, la mujer que lava los
pies de Jesús... todos llevaban una vida desordenada a nivel sexual, pero Jesús supo acogerlos con los
brazos abiertos con tal de que a fuerza de amor y misericordia reconocieran la verdad y eso los hiciera
libres. Cada vez que la Iglesia enmudece ante el abuso sobre alguien de la llamada comunidad
LGTB, que utiliza palabras ofensivas sobre personas que declaran una preferencia sexual distinta,
aleja a ese ser humano de la oportunidad de conocer la verdad de Jesús a través de la Iglesia y lo deja
a su suerte.
Estamos en el año de la misericordia, el Papa Francisco nos invita a ser una Iglesia en salida, un
hospital en medio de un campo de batalla, atendiendo los heridos de esta cultura. Jesús nos invita a
mirar con compasión y misericordia para así transmitir la verdad que viene de Él, siempre con la
verdad, pero nunca con la condena irreparable que arrebata toda posibilidad de conversión. La Buena
Nueva ha de ser proclamada, en especial en nuestra cultura actual, principalmente a través del
testimonio [EN 21]. Ese es el desafío, pero también la responsabilidad de la Iglesia que debe siempre
dar razón de la esperanza (1Pe 3,15) y por cuya transmisión de la esperanza y ejercicio de la caridad
será cuestionada al final de los tiempos.
Texto parcial de la conferencia de P. Cristian Peralta, SJ. Sacerdote jesuita. Director del Centro
Bonó.