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En las instituciones afectadas por ese virus, se habla mucho y bien del pasado, poco y mal del
presente. En las aulas, pasillos y salas docentes se escucha decir con frecuencia: “antes había mas respeto”, “los
chicos de ahora no saben nada” “para esto quieren la libertad”, “déjalos a éstos con las nuevas teorías, al final es
mas de lo mismo”, “maestros eran los de antes, en las aulas había orden y disciplina”,etc. Resistentes al cambio
estas instituciones viven anhelando lo que han sido, con la consecuencia de “olvidarse” del hoy y del mañana. Se
“boicotea” todo intento de cambio o transformación ya que se le teme a lo nuevo o a lo que no pueda manejarse.
No pueden salir de sus esquemas tradicionales, son presas de sus estructuras ideológicas y, o bien se “esconden”
ante las problemáticas que les plantea el presente, o bien pretenden hacerles frente con viejas recetas totalmente
inadecuadas para los tiempos que corren.
Los síntomas de este padecimiento son: decisiones apresuradas, incoherencia, falta de objetivos
institucionales claros, ausencia de estrategias a nivel pedagógico, convivencial, económico. El proyecto educativo
pasa a ser una carpeta prolija que se guarda en un cajón del escritorio del director. A los que sufren este mal “los
consume”, los ocupa a tiempo completo. Todos atienden lo urgente y nadie se ocupa de lo necesario, el largo
plazo es una utopía inútil. El lema parece ser “hay que llegar a fin de mes” . Lo verdaderamente grave de este
“mal” es que produce un desgaste muy grande, lleva a que el ambiente se enrarezca y a que se produzca un
desánimo general. Se genera un clima de mediocridad e intrascendencia.
VIRUS: “Don Pirulero”. Esta enfermedad lleva como nombre científico el de “Incomunicus
aislados”.
Sus manifestaciones mas claras son: presencia de grupos cerrados y- o personas aisladas. Siempre se
ordena, nunca se pide, “falta de diálogo”, “bajada de línea” en vez de comunicación de pautas o consignas de
trabajo. La frase que se convierte en un verdadero dogma es la casi cotidiana “cada maestrito con su librito”. Los
canales de comunicación no sólo no son claros sino que son casi inexistentes. La articulación, el trabajo en
equipo, la búsqueda de consenso son expresiones casi desconocidas o bien caídas en desuso. Se maneja la
información con fines que nunca están claros, se desconfía de la “palabra hablada” y se hace un culto del “acta
debidamente rubricada”.
Las instituciones que lo padecen han convertido la oferta educativa en un producto de consumo. La escuela es un
negocio que vende un determinado servicio, por eso apelan a todo tipo de estrategias con tal de conseguir clientes.
Por supuesto que estarán a la vanguardia y serán promotores de una educación de “calidad superior” y dirán que
tienen lo último en tecnología, además de zoológico, jardín botánico y planetario. Pileta y hasta sauna. Bibliotecas
informatizadas y docentes mecánicas. Seguramente lo dirán pero no siempre lo tendrán. Los directivos y
propietarios son expertos publicistas. El proyecto educativo estará hermosísimamente impreso en folletos
multicolores diseñados por jerarquizados licenciados en comunicación y marketing.
Los docentes serán “los patos de boda” totalmente indefensos y a la merced de cargar siempre con todas las
culpas y todo se hace con el fin de dejar tranquilos a los padres, verdaderos sostenedores del negocio, perdón, de
la escuela. Los especialistas afirman que este síndrome ataca principalmente los pies de la Institución,
haciéndolos de barro, de manera tal que la estructura que pretende montarse sobre ellos no resiste demasiado
tiempo.
Una organización centrada en la convivencia y la alegría va a facilitar que la escuela goce de buena salud y se
aleje del peligro de la muerte y de la pérdida de sentido e identidad.