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HOMILÍA DEL 30-04-1992

En el remolino de páginas que he tenido que dar vuelta porque estaba perdida
esta homilía, también hay un remolino de ideas que confío que el Espíritu las va a
ordenar a las que deban expresarse.
Hay una cosa central que me parece que Dios pide que reflexionemos, desde
nuestra real condición, que es referida al hecho que estamos iniciando una nueva Obra,
una nueva Fundación. Y que por ser nueva va a presentar cosas que no se están
viviendo. No porque sean tan nuevas que nunca se conocieron: normalmente son las
cosas viejas que se dejaron de vivir y hay que renovarlas y hacerlas nuevas. Pero sea
como fuere va a encontrar oposición.
La gente que por mucho tiempo se instala, se siente muy molesta cuando alguien
le mueve el piso, le cuestiona el hecho de estar instalados. Viene a molestar esa
posesión pacífica de espacios de poder o de mensajes, de los cuales terminan por
apropiarse.
Creo que le pasaba eso a los sumos sacerdotes: “nosotros les habíamos prohibido
expresamente predicar en ese nombre”. Claro, “nosotros éramos la autoridad y les
hemos dicho que se callen y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina, y así quieren
hacer caer sobre nosotros la sangre de ese hombre”. Los mismos que unas semanas
antes incitaban al pueblo a gritar “¡crucifícale!” y que cuando Pilatos le dijo: “yo no
encuentro razón para la muerte de este hombre” ellos mismos dijeron “que su sangre
caiga sobre nosotros”.
Entonces Pedro, junto con los apóstoles respondió: “hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres”. Y la Iglesia tiene la misión siempre de obedecer a Dios antes
que a los hombres. Lamentablemente hay tiempos en la Iglesia en que no obedece a
Dios antes que a los hombres, sino a los hombres antes que a Dios. Por las mil razones,
por los miles planteos que se hacen para autoengañarse y simular, porque en el fondo se
simula creer en conciencia que hay que callarse, que hay que ver…
Y entonces Dios suscita a personas o suscita obras que vienen a rescatar ese
espíritu que pierde cada tanto la Iglesia o los hombres de Iglesia –no lo pierde la Iglesia,
porque un miembro de la Iglesia que lo tenga, lo tiene la Iglesia, cada miembro es la
Iglesia-. Pero viene a rescatar espíritu, o actitudes, o modos, o pensares evangélicos que
mucha gente de Iglesia puede haber perdido. Ésa que se instala, esa que está disfrutando
de una posesión pacífica. Pacífica porque abusan de su autoridad para hacer callar.
Y en estos casos lo que normalmente se pierde es el don de profecía. Profecía,
que tenemos que tener claro, no es primeramente adivinar el futuro, esos serán adivinos.
Los profetas no son profetas porque adivinen el futuro. Son profetas porque “profieren”
–de ahí su nombre- palabras, mensajes, de parte de otro. Ellos por ellos no lo dirían,
porque no sabrían, pero el que los envía les hace decir cosas.
Entonces ellos son profetas porque vienen a decir de parte del Señor lo que el
Señor manda decir. Lo que Cristo decía recién: “el que vino del Cielo da testimonio de
lo que ha visto y oído”. El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da
el Espíritu sin medida. Por eso Cristo decía: “no se preocupen qué han de decir y qué
han de hablar porque el Espíritu hablará por su boca”.
Entonces, nosotros desde nuestra real condición –como decía al comienzo-
llamados a iniciar una nueva obra que es para rescatar lo viejo –en general se ha dejado
de vivir la fuerza del Evangelio, el ……………..del Evangelio-, remarcar la realidad de
que nuestro Dios es un Dios totalitario, en el buen sentido, porque lo exige todo :”el que
no esté conmigo está contra mí, el que no recoge conmigo, desparrama, no se puede
servir a dos señores porque o se sirve a uno y se desprecia al otro o viceversa”. Es un
Dios totalitario. Y cuando se pierde el espíritu se lo trata de conciliar a Dios con lo
inconciliable, siempre bajo razones: ”mirá que tal vez es conveniente…”. Lo estamos
viendo todos estos los días en que el Espíritu ha logrado que los obispos ejerzan su
misión de profetas y digan más allá de que le caigan a retirar el subsidio de los
seminarios…
De modo que debemos pensar nosotros que no podemos perder aquella misión
primera que es la de rescatar el don de profecía, de hablar en nombre del Señor. Para lo
cual, como siempre, hay que estar en esa relación profunda con Dios, con el que nos
envió, para dar testimonio de “lo que hemos visto y oído”, más allá de que nadie reciba
nuestros testimonios, etc. Ahora, el que recibe ese testimonio certificará que Dios es
veraz.
Unión con Dios que le permitirá a Dios realmente darnos el Espíritu sin medida,
para con el Espíritu, movernos a impulsos del Espíritu, por los dones del Espíritu, que
nos permite escapar a todas las tentaciones. Porque, por ejemplo, el don fundamental de
la sabiduría, para ver las cosas como las ve Dios, el don de ciencia, el don de
entendimiento, el don de fortaleza para aceptar que se rechacen sus testimonios o los
persigan, -o sea, amenaza de muerte, porque a los apóstoles querían matarlos, no se
vengaron por temor al pueblo-. O todos esos dones, que vengan en el fondo a forjar en
nosotros la virtud de la prudencia, pero la prudencia del Espíritu, no la prudencia de la
carne. Porque en estos tiempos o en los tiempos en que la gente de Iglesia se
mediocriza, se entroniza una virtud de la prudencia que no es cristiana, no es teológica.
Es la prudencia carnal, que está hecha de temores, cobardías, de borradas, del cuidado
de la propia imagen, del cuidado del propio yo, siempre bajo el título de que “sé
prudente”...
No, la prudencia del Espíritu es distinta. Es prudencia, pero no es cobarde. Es
prudencia pero no busca acomodarse. Es prudencia pero no está mirando a derecha e
izquierda para medir a éste, medir a aquél. Es prudencia porque evita las cosas que se
deben evitar y que el Espíritu sabe muy bien cuáles son. O hace decir mañana lo mismo
que hubiera tenido ganas de decir hoy. O hace decir de otra forma lo que quisiera decir
hoy, o mejor lo que quisiera decir hoy. En una palabra, borra las oposiciones, las
barreras que nosotros mismos desde nuestra naturaleza, nuestro yo, pecador, orgulloso,
temeroso, cobarde, lo que fuere, querría acomodar de otra manera, para llevar a actuar
como actuaba Pedro o los apóstoles. Porque hay que dejar de pensar: “claro, una cosa
era Pedro, los apóstoles, y otra nosotros”. Somos la misma cosa, somos la misma cosa.
Que ellos hubieran tenido unos dones, otros dones, eso pasa siempre, cada uno tiene sus
talentos, pero tenemos la misma misión, estamos llamados a predicar con la misma
fuerza la verdad, para que la gente descubra que Dios es veraz, que lo que dice es cierto,
que sus promesas se cumplen, que su Palabra es verdad, y que por lo tanto el hombre se
guíe por la Palabra de Dios que es verdad, etc., etc., etc.
Entonces, dejar de considerarnos a dos mil años de aquello que ha sido………
algo distinto y rescatar lo que se tiene que rescatar para vivir ahora lo que se vivió hace
dos mil años. Todo lo cual solamente el Espíritu lo puede hacer ver y el Espíritu lo
puede hacer mostrar, hacer presentar, hacer hablar.
Por eso hermanos, cuidado con el don de profecía, que no debemos confundir
con la exacerbación, con un atrevimiento que no es evangélico, con un gritar las cosas
que no es de Cristo, sino expresar con la Palabra de Dios, la palabra de Él.
Que así sea, en el nombre del Padre, y del hijo y del Espíritu Santo. Amén

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