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 Contra el teoricismo y el metodologismo: la ciencia social total

Según Bourdieu, las flaquezas de la teoría social contemporánea no se originan en lo que Jeffrey
Alexander diagnostica como la «incapacidad» de alcanzar una «generalidad presuposicional» y una
«multidimensionalidad», sino en una división social del trabajo científico que divide, reifica y
compartimenta los momentos del proceso de construcción del objeto sociológico en especialidades
separadas, premiando de esa manera la «audacia sin rigor» de la filosofía social y el «rigor sin
imaginación» del positivismo hiperempirista

 Reflexividad epistémica

Si hay alguna característica que hace sobresalir a Bourdieu en el paisaje de la teoría social
contemporánea, es su obsesión por la reflexividad.

Sus análisis de los intelectuales y de la mirada objetivadora de la sociología, en particular, así como
su disección del lenguaje como instrumento y arena del poder social, implican muy directamente, y a
su vez descansan sobre, un autoanálisis del sociólogo como productor cultural y una reflexión sobre
las condiciones sociohistóricas de posibilidad de una ciencia de la sociedad (Wacquant 1990a).

¿Qué es la reflexividad para Bourdieu? Primero, su objetivo primario no es el analista individual sino
el inconsciente social e intelectual fijado a unas herramientas y operaciones analíticas ; segundo,
debe ser una empresa colectiva antes que la carga del académico solitario; y tercero, no busca atacar
sino afianzar la seguridad epistemológica de la sociología. Lejos de pretender minar la objetividad, la
reflexividad de Bourdieu apunta a aumentar el alcance y la solidez del conocimiento científico social.

Las concepciones de la reflexividad varían desde la autorreferencia, pasando por la autoconciencia,


hasta la circularidad constitutiva de las explicaciones o los textos.

En la opinión de Bennett Berger (1981, 1991), la reflexividad promueve la autoconciencia y sirve para
establecer una role distance entre el etnógrafo como miembro de la sociedad y el etnógrafo como
analista, así como para socavar cualquier cathexis no cognitiva del objeto.

porque su preocupación distintiva es la de problematizar esos dos procesos; intenta lidiar con la
propia conciencia de las consecuencias del redireccionamiento y la adopción de rol en uno mismo
[para] aproximarse a ese sueño: el observador completamente desprendido»

Giddens (1984, 1987, 1990b), a su vez, se refiere a la reflexividad en tres sentidos y con tres
referentes: agencia, ciencia y sociedad. Se dice que los sujetos son reflexivos en tanto «animales
portadores de conceptos» capaces de «volverse sobre sí» y monitorear sus propias acciones. La
ciencia social es reflexiva en el sentido de que el conocimiento que genera se «reintroduce» en la
realidad que ella describe.

Finalmente, puede decirse que la sociedad es reflexiva en la medida en que implica la capacidad de
controlar y programar su propio desarrollo (lo que Touraine coloca bajo la noción de historicidad).
[66] Lo que está faltando en todas estas concepciones es la idea de reflexividad como un requisito y
forma del trabajo sociológico, esto es, como un programa epistemológico de acción para la ciencia
social, y como corolario, una teoría de los intelectuales como ejecutores de una forma dominada de
dominación.

Bourdieu reconoce esta preocupación: descubrir las pulsiones sociales y personales con que el
analista inviste su trabajo de investigación es recomendable y necesario. Pero considera que se
queda corta en la tarea de identificar los filtros clave que alteran la percepción sociológica, pues
ignora aquellos límites del conocimiento específicamente asociados con la membresía y la posición
del analista en el campo intelectual.[69]

Siendo más precisos, Bourdieu sugiere que hay tres tipos de sesgo que pueden nublar la visión
sociológica. El primero es el señalado por otros defensores de la reflexividad: los orígenes y
coordenadas sociales (clase, género, pertenencia étnica) del investigador individual. Es el sesgo más
obvio y por tanto el más fácilmente controlable mediante la crítica mutua y la autocrítica. El segundo
sesgo es discernido y discutido con mucha menor frecuencia: aquel que se vincula con la posición
que el analista ocupa no en la estructura social más amplia, sino en el microcosmos del campo
académico, esto es, en el espacio objetivo de las posiciones intelectuales posibles que se le ofrecen
en determinado momento, y, más allá, en el campo del poder. El punto de vista de los sociólogos,
como el de cualquier otro productor cultural, siempre debe algo a su posición en un campo donde en
parte todos se definen a sí mismos en términos relacionales, mediante su diferencia y distancia de
ciertos otros con los que compiten.

Los científicos sociales se ubican, además, cerca del polo dominado del campo del poder, quedando
por ende bajo el influjo de las fuerzas de atracción y repulsión que soporta todo productor simbólico

Pero es el tercer sesgo el que corresponde de manera más original a la manera en que Bourdieu
entiende la reflexividad. El sesgo intelectualista que nos induce a construir el mundo como un
espectáculo, como un conjunto de significaciones a ser interpretadas en lugar de un haz de
problemas concretos de resolución práctica.

Siempre que omitamos someter a una crítica sistemática «los presupuestos inscriptos en el hecho de
pensar el mundo, de retirarse del mundo y de la acción en el mundo con el fin de pensar esa acción»
(Bourdieu 1990e: p. 382), nos arriesgamos a convertir la lógica práctica en lógica teórica.[70] Dado
que estas presuposiciones vienen solapadas en los conceptos, instrumentos de análisis (genealogía,
cuestionarios, técnicas estadísticas, etc.) y operaciones prácticas de investigación (como rutinas de
codificación, procedimientos de «limpieza de datos» o reglas rápidas para el trabajo de campo), la
reflexividad llama menos a la introspección intelectual que al permanente análisis sociológico y
control de la práctica sociológica (Champagne y otros 1989).

Para Bourdieu, por tanto, la reflexividad no involucra la reflexión del sujeto sobre el sujeto a la
manera del Selbsbewusstein hegeliano[71] o de la «perspectiva ecológica» (Sharrock y Anderson
1986: p. 35) defendida por la etnometodología, la sociología fenomenológica, y Gouldner. Implica,
más bien, la exploración sistemática de las «categorías impensadas del pensamiento que delimitan lo
pensable y predeterminan el pensamiento» (Bourdieu 1982a: p. 10), y guía asimismo la realización
de la indagación social.

El «retorno» por el que propugna se extiende más allá del asunto de la experiencia para abarcar la
estructura organizacional y cognitiva de la disciplina. Lo que debe ser sometido a un continuo
escrutinio, y neutralizado, en el acto mismo de la construcción del objeto, es el inconsciente
científico colectivo fijado a las teorías, problemas y categorías (especialmente las nacionales) del
juicio académico (Bourdieu 1990i).

Se sigue que el asunto de la reflexividad debe ser, en última instancia, el campo científico social en su
totalidad. Gracias a la dialógica del debate público y la crítica mutua, el trabajo de objetivación del
sujeto objetivante es realizado no solamente por su autor sino por los ocupantes de las posiciones
antagónicas y complementarias que constituyen el campo científico
«Más bien se realiza sometiendo la posición del observador al mismo análisis crítico al que se somete
el objeto construido que se tiene entre manos» (Barnard 1990: p. 75)

No es el inconsciente individual del investigador sino el inconsciente epistemológico de su disciplina


lo que debe ser exhumado

Si la reflexividad constituye una diferencia cognitiva tal, en tanto que opuesta a una diferencia
retórica o existencial en el comportamiento de la indagación social, ¿por qué su práctica no está más
difundida? Bourdieu sugiere que los verdaderos orígenes de la resistencia a ella no son tanto
epistemológicos como sociales. La reflexividad sociológica instantáneamente pone los pelos de punta
porque representa un ataque frontal al sacrosanto sentido de la individualidad que nos es tan caro a
todos los occidentales, y particularmente a la carismática autoconcepción de los intelectuales que
gustan de pensarse a sí mismos como seres indeterminados, «flotantes» y dotados de una suerte de
gracia simbólica.

Para Bourdieu, la reflexividad es precisamente aquello que nos permite escapar de dichos engaños,
al descubrir lo social en el corazón del individuo, lo impersonal por debajo de lo íntimo, lo universal
enterrado profundamente dentro de lo más particular

Bourdieu no ve ninguna necesidad de hacer impactantes revelaciones privadas para explicarse a sí


mismo sociológicamente, pues lo que le ha sucedido a él no es singular: está vinculado a una
trayectoria social.

Una vez más, todo nos inclina a creer que, como su propia teoría podría predecir, la preocupación de
Bourdieu por la reflexividad tiene sus raíces en su trayectoria social y académica, y expresa las
condiciones de constitución de sus primeros habitus científicos. Es antes que nada un producto de la
discrepancia estructural entre sus habitus primarios (de clase) y aquellos requeridos por una apacible
integración al campo académico francés de los años cincuenta.

Ingresar al mundo de los intelectuales como extranjero e inadaptado le dio a Bourdieu cierta
distancia respecto de las ilusiones de esos profesores para quienes la «visión regia» del mundo social
pasa desapercibida porque es la visión de su clase de origen.

Pero explicar el «gusto» de Bourdieu por la reflexividad haciendo referencia únicamente a su habitus
sería unilateral. Como su concepción de la teoría y la investigación, esta disposición socialmente
constituida a problematizar la mirada sociológica encontró en el campo intelectual francés de los
años cincuenta y sesenta un medio ambiente propicio en que actualizarse.

Múltiples factores son relevantes: la existencia de grandes modelos vivientes de la vocación


intelectual —de manera más prominente los encarnados por Lévi-Strauss y Sartre— y el sentido de
ambición intelectual y autoconfianza impartido por el pasaje por la École normal supérieure cuando
el prestigio de la institución estaba casi en su apogeo; la extraordinaria concentración de capital
científico en París durante un período de reconstrucción académica (después del colapso de la
guerra) y de la expansión sin precedentes de las ciencias sociales; y la precoz inserción de Bourdieu
en una institución única por su orientación multidisciplinaria.

 Razón, ética y política

La reflexividad epistémica tiene además otro beneficio: abre la posibilidad de superar la oposición
entre el relativismo nihilista de la «deconstrucción» posmoderna por la que aboga Derrida y el
absolutismo cientificista del racionalismo «modernista» defendido por Habermas.
Por otro lado, Bourdieu coincide con Derrida y Foucault en que el conocimiento debe ser
deconstruido, las categorías son derivaciones sociales contingentes e instrumentos de poder
(simbólico) que poseen una eficacia constitutiva, y las estructuras del discurso sobre el mundo social
a menudo son preconstrucciones sociales políticamente cargadas.

La ciencia es de hecho, como bien dijo Gramsci,[85] una actividad eminentemente política. Sin
embargo, no es por ello meramente una política, incapaz por ello de arrojar verdades universalmente
válidas.

Lejos de desafiar a la ciencia, su análisis de la génesis y funcionamiento de los campos de producción


cultural apunta a fundamentar la racionalidad científica en la historia, esto es, en las relaciones de
producción de conocimiento objetivadas en la red de posiciones y «subjetivadas» en las
disposiciones que conforman juntas el campo científico como una invención social históricamente
única.

Llevando la reducción historicista a su conclusión lógica, debemos buscar los orígenes de la razón no
en una «facultad» humana, esto es, en una naturaleza, sino en la historia misma de esos peculiares
microcosmos en que los agentes luchan, en nombre de lo universal

Por un lado, desde el punto de vista del individuo provee herramientas para distinguir zonas de
libertad y de necesidad, y por lo tanto para identificar espacios abiertos a la acción moral. Bourdieu
(1989a: p. 47) sostiene que, en la medida en que los agentes actúan sobre la base de una
subjetividad que es la internalización no mediada de la objetividad, no pueden sino persistir como los
«aparentes sujetos de acciones que tienen a la estructura como sujeto». Al contrario, cuanto más
conscientes se tornan de lo social dentro de ellos al dominar reflexivamente sus categorías de
pensamiento y acción, es menos probable que sean actuados por la externalidad que los habita.

A los ojos de Bourdieu, el trabajo del sociólogo es desnaturalizar y desfatalizar el mundo social, esto
es, destruir los mitos que ocultan el ejercicio del poder y la perpetuación de la dominación. Pero
demoler no es algo que se hace con el propósito de castigar a otros e inducir culpabilidad. todo lo
contrario: la misión de la sociología es «hacer necesarias las conductas, arrancarlas de la
arbitrariedad mediante la reconstitución del universo de obligaciones que las determina, sin
justificarlas» (Bourdieu 1989a: p. 143).

Para Bourdieu, la sociología puede decirnos bajo qué condiciones es posible la delegación moral y
cómo puede ser institucionalmente puesta en vigor, no cuál debiera ser su curso

Bourdieu concibe la sociología como una ciencia eminentemente política en tanto se halla
crucialmente involucrada y entrampada en estrategias y mecanismos de dominación simbólica.

Por la misma naturaleza de su objeto y la situación de sus practicantes en el sector dominado del
campo del poder, la ciencia social no puede ser neutral, desapegada, apolítica. Nunca alcanzará el
estatuto «no controvertido» de las ciencias naturales. Prueba de ello son los constantes encuentros
que tiene con formas de resistencia y de vigilancia (tanto internas como externas) que amenazan con
desintegrar su autonomía.

Para Bourdieu (1975) difícilmente podría ser de otra manera porque el asunto en juego en la lucha
interna por la autoridad científica en el campo de la ciencia social, esto es por el poder de producir,
impulsar e inculcar la representación legitimada del mundo social, es uno de los asuntos en juego en
la lucha entre clases en el campo político. De ello se sigue que las posiciones en la lucha interna no
pueden alcanzar el grado de independencia de las posiciones en la lucha externa que pueden
observarse en el campo de las ciencias naturales. La idea de una ciencia neutral es una ficción, y una
ficción interesada, que nos permite hacer pasar por científica una forma neutralizada y eufemística
de la representación dominante del mundo social

El dilema específico de la ciencia social es que el progreso hacia una mayor autonomía no implica un
progreso hacia la neutralidad política. Cuanto más científica se torna la sociología, tanto más
políticamente relevante se vuelve, aunque sólo sea como herramienta negativa (un escudo contra
formas de mistificación y dominación simbólica que nos previene rutinariamente de convertirnos en
agentes políticos genuinos)

Bourdieu no comparte la visión fatalista del mundo que le atribuyen aquellos que leen un
hiperfuncionalismo políticamente estéril en su obra.

Bourdieu no piensa, como lo han hecho Mosca y Pareto, los «teóricos de elite» de la escuela italiana,
que el universo social está inherentemente y para siempre dividido en bloques monolíticos de
regidores y regidos, elite y no elite. Primero que nada porque las sociedades avanzadas no son un
cosmos unificado sino entidades diferenciadas y parcialmente totalizadas conformadas por un
conjunto de campos que se cruzan pero se autorregulan de manera creciente, cada uno con sus
dominantes y sus dominados.

Además, en cada campo la jerarquía es continuamente disputada, pudiéndose desafiar y revocar los
principios mismos que ciñen la estructura del campo. Y la ubicuidad de la dominación no excluye la
posibilidad de la democratización relativa.

A medida que el campo del poder se torna más diferenciado, que la división del trabajo de
dominación se vuelve más compleja (Bourdieu 1989a: pp. 533-59), implicando más agentes, cada
uno con sus intereses específicos, que lo universal se invoca de manera mayor en los subcampos que
configuran el espacio de juego de la clase dominante.

Para él, las leyes sociales son regularidades temporal y espacialmente delimitadas que se mantienen
por tanto tiempo como perduren las condiciones institucionales que las hacen posibles.

Esas invariantes son, primero, un rechazo de cualquier exhibición compulsiva de «compromiso»[97]


que pueda llevar, paradójicamente, a un conformismo del inconformismo tendiente a socavar la
independencia y, segundo, la voluntad de poner una idoneidad propiamente científica a obrar por
causas políticas.

A comienzos de la década del 60, en Argelia, insatisfecho con las denuncias y exhortaciones morales,
condujo sondeos y trabajos de campo en el corazón de la zona de guerra, reportando con detalle
gráfico algunas de las formas más brutales de opresión colonial, como los «centros de
reagrupamiento» analizados en Argelia entra en la historia (Bourdieu y Sayad 1964)

Optó además por no participar de las demostraciones cuasi ritualizadas que movilizaron a una
cantidad de intelectuales prominentes alrededor de un entonces anciano Sartre, eligiendo en cambio
medios menos ostentosos de acción.

A lo largo de los años, Bourdieu se ha visto además envuelto intermitentemente en luchas


antirracistas con el grupo SOS-Racisme, una vez más sin unirse a él formalmente.

Pero las acciones políticas más implacables de Bourdieu, aunque acaso menos visibles, son aquellas
que ha emprendido contra lo que percibe como los vicios ocultos del mundo intelectual, en particular
la influencia creciente de los periodistas y académicos que utilizan el periodismo como medio para
adquirir en el campo intelectual una autonomía que de otro modo no podrían alcanzar (Bourdieu
1988a: especialmente pp. 256-70, y 1980b).
Para Bourdieu, el intelectual genuino se define por su independencia de los poderes temporales, de
la interferencia de la autoridad económica y política.

De manera similar, Actes de la recherche en sciences sociales, el periódico fundado y editado por
Bourdieu desde 1975, sigue una línea política y científica que puede describirse como una forma de
activismo científico a favor de la investigación interdisciplinaria, alerta a sus implicancias y
responsabilidades sociopolíticas, y no obstante completamente independiente de cualquier agenda
política.

Estas amenazas incluyen la creciente usurpación del Estado y la penetración de intereses económicos
en el mundo del arte y de la ciencia, la consolidación de las grandes burocracias que manejan las
industrias de la televisión, la prensa escrita y la radio, formando un establishment cultural
independiente que impone sus propios estándares de producción y consumo y la tendencia a
despojar a los intelectuales de su capacidad de evaluarse a sí mismos sustituyéndola por los criterios
periodísticos de actualidad tópica, legibilidad y novedad

Estas presiones empujan al productor cultural a una alternativa forzada entre convertirse en «un
experto, es decir, un intelectual al servicio de los dominantes» o seguir siendo «un pequeño
productor independiente a la vieja usanza, simbolizado por el profesor conferenciando en su torre de
marfil» (en Bourdieu y Wacquant 1991: p. 31).

Bourdieu llama a la creación de una nueva forma de intervención: el colectivo intelectual, que
permite a los productores de conocimiento influir en la política como sujetos autónomos
proclamando primero su independencia como grupo

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