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1. Narrativas de origen
Karagabí y Tutruicá crean el mundo
Les voy a contar una historia muy importante, la de Karagabí; así
sabemos cómo se creó el mundo y cómo fue el comienzo del pueblo
embera. Resulta que Karagabí se encontró con otra persona, la saludó
amigablemente para conocerla, y le preguntó:
–¿De dónde viene usted?
–De la tierra de abajo –le contestó el otro.
–¿Cuántos territorios hay hacia abajo?
–Cuatro.
–¿Y cómo se llama usted?
–Yo me llamo Tutruicá.
–¿Y cómo se llaman su papá y su mamá?
–Yo no tengo papá ni mamá, porque yo aparecí en el viento. ¿Y
usted cómo se llama?
–Yo me llamo Karagabí y tampoco tengo mamá ni papá, yo he
salido de la saliva, del agua.
–Yo quiero acompañarlo a usted.
Karagabí trabajaba en sueño, él soñaba y analizaba todas las cosas.
Las luchas de Caragabí y Tutruicá
Sobre nuestro mundo hay cuatro mundos, y debajo de él otros
cuatro, el primero de los cuales es el mundo de Tutruicá. Otro mun-
I Literatura embera katío
El diluvio en el Darién
En el Darién hubo un diluvio. Para salvarse de las aguas, los indí-
genas catíos y los chiricanos de Panamá construyeron un barco grande
y entraron a él con todos los animales que pudieron recoger.
Los chiricanos, pensando en el desembarco, llevaron muchos la-
zos, pero los otros indígenas no llevaban nada.
Cuando llegó el momento de bajar, los chiricanos con sus lazos
I Literatura embera katío
. Casi textualmente hemos tomado esta tradición de la obra del padre Pinto
quien dice haberla escuchado de un indígena de apellido Carupia, de la
región de Juan José (Departamento de Córdoba). Al decir del autor, su
informante era un hombre instruido, de cerca de cuarenta años de edad
e interesado por las tradiciones de su grupo. (Nota del original).
3. Más historias sobre los orígenes
El agua
Carabí no tenía plátano, ni candela, ni agua.
Entonces el pájaro cuéndola tenía su tallo de plátano, pero no daba
la semilla. Carabí mandaba a su gente y la cuéndola le mandaba un
poquito de plátano.
El zorro tenía la caña y no daba la semilla. Carabí mandaba a la
gente:
–Vayan traigan un atadito de caña.
Entonces el zorro le mandaba un poquito.
Un lagarto eslabonero tenía su eslabón y no le faltaba la candela.
Carabí mandaba a su gente a que le pidieran candela al eslabonero.
Él le mandaba un tizón pero todas las mañanas llegaban y entonces el
eslabonero los regañaba:
–¿Cómo yo no dejo apagar mi fogón? Lo que pasa es que ustedes
dejan apagar la candela.
La hormiga conga tenía el agua y nunca le faltaba. Carabí mandaba
a su gente para que le trajeran agua y la conga le mandaba un poquito.
I Literatura embera katío
⋅⋅
Carabí mando a una gente a que espiara al zorro a ver dónde tenía
El pájaro luna
Carabí hizo su casa, él vivía ahí. Hizo a un hermano y luego hizo
una mujer para que lo acompañaran. Más arriba había otra gente en
un tambo. Entonces él se enfermó y cogió una buba y también le salió
un cocó que le estaba trozando los dedos; también le pegó lazarino y le
pego tiña. Y le salió lepra; estaba lleno de granos y ya hedía. Entonces
la mujer ya no lo quería porque estaba feo.
Él estaba criando una muchachita y ya no había quien hiciera el
plátano. La mujer se lo pasaba bebiendo en las fiestas y ya se estaba
acostando con el hermano. La niñita metía a asar plátano negro. Él se
lo mandaba a asar con cáscara y en un momentico estaba. Ahí llegaba
la mujer de la chupata con la barriga toda arañada y él no le decía
nada.
I Literatura embera katío
–¿Cómo le fue?
–Bien. Yo estaba chupando no más.
–¿Estaba buena la bebida?
–Sí.
Un día ella le dijo:
–Voy para la chupata.
–Vaya pues, yo así enfermo cómo voy a ir.
Él quedó solo y se quitó como una camisa con todo ese granerío
y quedó limpio. Ese día el hermano no fue a la fiesta porque ya sabía.
Carabí se vistió con sus chaquiras y se fue a la chupata. Cuando él
llegó ella ya estaba ahí. Ella creía que era el hermano y se le arrimaba,
y le decía él:
. Los pretendientes se arañan el vientre como parte del cortejo. (Nota del original).
. Amburá: faja de chaquiras que se ponían los hombres en las caderas.
Cruzadilla: tiras de chaquiras cruzadas sobre el pecho. Bajapelo:
diadema de plata. Manillas: pulseras de plata. (Nota del original).
–Porqué no, yo la cojo, yo lo publico.
–Bueno, está bien.
Entonces ya quedaron viviendo; bueno, así estuvo siempre, todas
las noches iba él allá, a veces no iba, en otras noches se iba.
Y así había estado, hasta que la mujer cogió barriga. Entonces ya
sintió que tenía un hijo adentro, y ya dijo la mujer:
–Usted… bueno, ¿por qué no sale pues por el día para que nos
casemos?
–No, más tarde.
Siempre decía él así. Así que ella una noche, cuando ya venía la no-
che dizque cogió una fruta de jagua y ahí rayó y la puso, porque esa fruta
se negrea. Bueno entonces la guardó ahí junto de ella. Entonces, cuando
ya de noche, cuando él llegó siempre como llegaba él, lo dejó llegar. Pero
entonces luego se puso a comer él a la mujer y cuando estaba en eso…
y… cogió la jagua despacito y ahí mismo le untó la cara con el agua de esa
jagua, y se fue al rato. Cuando ya salió se fue, no volvió más.
Bueno, al otro día amaneció. No amaneció el hermano en su cama
y ahí fue que conoció ella que era su hermano. Entonces ya estaba con
barriga ya para dar a luz. Y entonces como él no estaba ahí, «Se fue,
I Literatura embera katío
se huyó», pensó la mujer. «Yo ahora, ¿qué hago? Yo ya perdí con él,
tengo que casarme con él. Voy hasta donde está él».
Entonces arregló su canasto y se fue detrás, cogió su machetico y
se fue. A andar, a caminar por el camino. Y así caminaba, caminaba:
donde le cogió la noche ahí se quedaba, dormía en el camino por ahí y
así se fue siguiendo. Y a los dos días le hablaron los niños de la barri-
ga, del vientre de ella, porque eran gemelos.
–Mamá, por aquí fue él, mi papá.
–Bueno, bien. ¿Ustedes saben muy bien?
–Sí, por aquí se fue él.
Entonces cuando encontraban por ahí unas flores decían:
–Cojámoslas, mamá, esas flores.
Y así dizque las cogía y las echaba en su motete (canasto). Y así
iba caminando, y se iba caminando, cuando al otro día dizque dijeron:
–Hoy vamos a encontrar un tipo bien parecido a mi papá. ¡Cuidado!
aquí hoy.
Entonces la mujer le creyó.
–¿Verdad? ¿Usted era?
–Sí, yo era.
Así estuvieron hablando, estuvieron hablando, hasta que él le pi-
dió que le diera a él.
Bueno, le dio. Ya vivió; estuvieron comiendo, estuvieron comien-
do. Cuando después salió de eso se fue él por su camino.
Bueno, ahora sí. Cuando ya llegaron allá, adonde comparten dos
caminos, ella preguntó a los muchachos, pero ya quedaron locos y no
hablaron.
Entonces cogió por otro camino. El otro quedaba por el otro lado.
Y se fueron yendo, se fueron yendo más para allá. Ya se quedaron
locos, no dijeron más.
dijeron:
–Bueno, mamá. ¿Usted se comió nuestro maíz?
–¿Por qué no nos guardó siquiera un bollo? ¿Un envuelto por ahí?
–¿Qué? No, hijos. Yo no he ido para allá.
–Bueno, ¿quién fue el que [se] lo comió? ¡Usted fue!
–No fui yo… yo no fui.
–Bueno, ¡vamos a abrirle la boca!
Y la agarraron y le abrieron la boca… ahí tenía el afrecho.
–Vea, ¿este no es afrecho de maíz choclo? Entonces se lo comió,
¿no?
Y ¡paaaa! ¡Carajo! ¡Le abrió la boca así!
–¡Volvete sapo!
La tiraron al agua y ahí brincó como sapo, se volvió sapo.
Bueno ya tenían, pues; les dio pues el papá, les dio el poder. Así de
que entonces se fueron para allá, adonde ellos sembraron las palmas
de don pedrito.
–Bueno, ahora sí. Vamos a montarnos, vamos a anegar este mundo.
Y se montaron ellos en esas don pedrito. Y ahora sí se pusieron a
tocar esa flauta ueeooo, ueeooo, ueeooo… Cuando, al poquito, dizque
venía roncando el agua. ¡Tauuuuuu!
¡Ajo! ¡La mar! Y viene ese para encima y ahora sí, fue anegan-
do, fue anegando, fue anegando, fue anegando, cuando ya venía cerca
así… entonces tocaban, e iba subiendo la palma, iba para encima.
Ahí quedaba tranquilo. Y entonces viene subiendo el agua, viene
subiendo el agua para encima. Y había veces cuando subía alto, bas-
tante; venía la noche. Ya por la noche oscura no daba cuenta pues,
para mirarlo para abajo. No podían.
Ahí entonces cargaron las palmas de frutas, la palma de don pe-
drito, carga como palma de trupa.
Se ponían a tocar; entonces subía alto. Hasta que llegaron allá al
cielo. A la altura del cogollo. Bueno, ahora sí.
–Hasta ahí no más –dizque dijeron–. Como mi papá dijo, así: has-
ta ahí nomás.
Bueno, se paró.
–Bájenos ahora sí. Ya queremos bajar a la tierra.
Y así fue bajando poco a poco también. Y ahí estaba otra guadua
larga, por eso la guadua crece así larga. Ahí estaba encaramada una
tas cometidas por los catíos, Caragabí les echó agua de coco en sus
cabezas para que envejecieran y pasó con sus manos una especie de
velo sobre los ojos de los hombres, como sobándoselos para que no
pudieran ver el cielo o lo vieran más alto.
Además, hay quienes dicen que al cielo se subía por una escalera
construida por un indio de la aristocracia de los Domicó, pero otros
afirman que la construcción de la escalera fue un mero intento que
hicieron para llegar hasta el cielo, atraídos por los cantos que escucha-
ban. Caragabí se opuso, derribó la escalera y subió más el cielo para
que no se oyera la música celestial.
(Vélez, 1990 [1982]: 47-48)
Jinu Poto
Este es un cuento que a mi entender lo saben todos los cholos. Lo
contaba mi papá. Nosotros, que éramos muy pocos, nos sentábamos
daba a comer cascajo, fingiendo que era maíz tostado. Los niños llora-
ban ante la idea de comerse aquello y entonces la antomiá se iba a los
bohíos indígenas y robaba de las ollas comida para ellos.
Los bohíos que escogía para robar eran aquellos en que vivía una
persona que habría de morir después de tres o cuatro meses.
Desde entonces los indígenas saben cuándo morirá alguno de
los habitantes de un bohío, pues con anticipación se pierde de la olla
[una] porción de carne o de pescado, porque el diablo todavía roba,
dando esto como señal de muerte.
. Dice la madre María de Betania que jaiba-ni significa doctor, médico, y que
la palabra deriva de jai, enfermedad y baná que es a su turno derivación de
capani que significa manada, o de paná, que sería conjunto. El padre Severino
dice que jaibaná se deriva de jai, achaque, daño, reunión o conjunto y que
podría traducirse por conjunto o reunión de achaques o enfermedades.
La doctora Reina Torres de Arauz identifica jaibanismo con chamanismo
y dice que la palabra deriva de iris que significa espíritus, y jaibaná sería
quien puede entrar en convicto con los espíritus. El padre Pinto hace
algunas precisiones que básicamente concuerdan con lo que hemos podido
constatar entre los catíos de distintas regiones. (Nota del original).
La antomiá llevaba a los niños a lo más alto de las peñas y desfila-
deros y los arrojaba desde lo alto, recibiéndoles con sus brazos en el
aire, a fin de hacerles perder toda clase de miedo.
Durante todo este tiempo les soplaba con frecuencia por la cabeza
y las extremidades, para irles infundiendo los poderes propios de los
jaibanás. Una vez les dijo la diabla que ese día vendría su marido, que
se escondieran porque seguramente que él no los querría. Los niños
se escondieron. Al rato vino antomiá a estar con su mujer y por el olor
notó que habla indígenas en las cercanías y ordenó a la diabla que se
deshiciera de ellos. Cuando se fue el diablo, la antomiá pensó matar
a los niños, pero el jovencito ya era jaibaná, por obra y gracia de los
soplos y de las enseñanzas de la diabla.
El nuevo jaibaná soñó que la diabla los enviaría a cortar leña todo
el día para, cuando llegaran cansados al regreso, cocerlos en agua y
comérselos. Fue advertido además de que cuando ellos volvieran con
la leña, la antomiá tendría tres ollas enormes en el fuego y que cuando
estuviesen hirviendo les ordenaría que se asomasen a los bordes para
ver si efectivamente ya hervían, y entonces los empujaría para que
cayeran en las ollas. Igualmente en el sueño se le advirtió que dijese
Los bibidigomia
Les voy a contar una historia que se relaciona mucho con la parte
del mito y la creencia. Me gustaría contar un cuento nada más y de ahí
usted relaciona cómo eran los que existían antes de Cristóbal Colón.
Se trata de la pelea de embera-catío con Bibidigomia, que me la contó
Sinforoso en Togoridó, en Dabeiba.
Los indígenas vivían en su casa, con su familia, y se empezaron
a desaparecer los niños. Cuando dejaban a los niños en la casa ya no
los encontraban cuando regresaban, pues comenzaron a perderse y
desaparecieron varios niños en ese momento. Ni los adultos podían
salir solos, ya se perdían también, salían a pasear y no volvían. En ese
momento llega un jaibaná. Un señor salió y dijo:
–¿Usted cómo salió solito?
–Yo me vine y no me pasó nada, no encontré nada en el camino.
¿Qué está pasando por aquí?
–Está pasando que se desaparece mucho la familia de nosotros.
–Mañana les voy a decir qué está pasando –dijo el jaibaná.
4. Otras narrativas
Y comenzó a dormirse, y al otro día dijo:
–Para poder saludar al tipo que los está haciendo desaparecer ten-
go que bañarme con caca de nosotros. Ese tipo es una fiera que se
llama Bibidigomia y para poderlo acabar y vencer yo tengo que hacer
eso, y usted me colabora.
Él se fue a cazar… Empezó a buscar un pájaro con la cerbatana, y
la fiera volvió otra vez hablando:
–¿Cómo está, primito?
–Estoy cazando.
–Qué bien, ¿sabe que yo tengo mucha hambre? ¿Por qué no me
mata el pájaro más grandecito que encuentre?
–Sí –dijo el jaibaná, y comenzó a perseguir y mató un pajarito
grande y se lo dio, y la fiera lo desplumó y se lo comió así, crudo.
Después el jaibaná preguntó:
–¿Dónde vives tú?
–Yo vivo detrás de esta cordillera, si quiere vamos a pasear por
allá.
–Listo, vamos.
Se fueron, llegaron donde había unos árboles grandes, y había una
puertecita ahí y entraron. Le dieron vueltas, vueltas, y más arribita
había un tigre, más arribita había un oso, más arribita había un oso
caballo, y en el cuarto piso vivía él con toda su familia; eran bastantes,
como diez personas. Allá había mucho cadáver de indígena. Entonces
el jaibaná preguntó:
–¿Usted dónde consigue esta carne? ¿Dónde caza?
–Una persona cualquiera es carne para mí, pero a usted lo he res-
petado como a un hermano porque lo vi bañado en caca, como noso-
tros.
Entonces el jaibaná regresó y contó todo a su familia:
–El tipo vive así, en un árbol grande, pero para nosotros vencerlo
tenemos que corretearlo y atacarlo, pero con ají.
Entonces consiguieron mucho ají y dijeron:
–Vamos a hacer como un fogoncito en su puerta y lo prendemos
para que él vaya bajando.
Y verdad: prendieron ese fogón y empezaron a caer los pichonci-
tos de Bibidigomia como loquitos, y los mataban. Y mataron ocho y
cogieron dos vivos. El papá vino de último, borracho con ese olor de
I Literatura embera katío
4. Otras narrativas
que esos animales ya quedaron mansitos.
Al otro día se fue y ahí sí mató más. Los tiró en la playa y al otro
día ya estaban ahí, ya estaban mansos. Hacia el medio día pasaron para
el lado de la playa grande y él se subió al tambo. Cuando al rato venía
subiendo un hombre joven, un emberá; subió a la casa y entonces
saludó.
–Ay, hombre. A nosotros nos da lástima verlo a usted ahí solito,
tanta comida que usted nos da. Nosotros somos gente. Esas plumas
que tenemos son camisa. Ese pico es como navaja para cortar carne.
Ahí estuvieron charlando. El cholo era bonito, blanco, ojizarco.
–Así como usted nos da de comer a nosotros, le vamos a entregar
un arma, si usted quiere, pero hoy ya no porque ya se terminó la co-
mida, a la otra vuelta.
Y se fue. A lo que se fueron cogió su lanza y ahí sí mató un pocote
de puercos y a todos los cargó para no dejarlos perder. Al otro día
4. Otras narrativas
Entonces él se la puso y ya quedó gallinazo.
–Pruebe a ver si puede volar.
Ahí se arrancó, pum, pum, pum, levantó. Estaba balsudito (liviano).
–¡Sí puede! ¡Sí puede volar!
Cuando acabaron de comer, él se encapachó su carnecita asada. Y
se fueron y el hombre sí pudo volar. Le decían:
–Cuando vayamos por el aire no mire para abajo, mire para arriba.
Y la mujer le dijo:
–Cuando vaya volando, vuele juntico a mí. Si se cae yo le echo mano.
Fueron volando hasta un árbol grandísimo, un malambo, ahí se
sentaron en las ramas. Luego de ahí se elevaron y ahí fueron subiendo
dando vueltas, y ella le dijo:
–Por aquí es una corriente, mucho cuidado, no vaya a mirar para
abajo.
4. Otras narrativas
el hombre regresó del trabajo, se la quitó y la escondió otra vez. Un
día ella volvió a encontrar la camisa y se voló. Como ya llevaban tanto
tiempo viviendo juntos, el hombre la quería mucho y se quedó lloran-
do. El cuñado gallinazo le dijo:
–¿Qué le pasó a usted? Como no me obedeció, no puedo hacer
nada más, pero si quiere yo lo llevo al cielo.
El tipo aceptó la propuesta y cuando llegó al cielo vio que allí no
vivía ningún gallinazo, todos eran personas. Su mujer estaba allí, pero
no lo miró. Había también un gallo que miraba mucho hacia arriba.
Después de comer se fue a bañar al río, y el gallo se acercó para pre-
guntarle:
–¿Usted por qué no me dio comidita si yo tenía mucha hambre?
–¿Y yo cómo iba a saber que usted tenía hambre?
–Yo por eso miraba para arriba. Pero, ¿sabe qué? Su papá y su
mamá viven aquí, cerquitica. Si me da desayuno lo llevo mañana.
Los papás del tipo se habían muerto hacía mucho tiempo y él que-
ría verlos, por eso aceptó.
–Y además le voy a mostrar la casa de Dios –agregó el gallo.
Desayunaron y por ahí a las nueve el gallo lo llevó a un sitio bo-
nito, donde había una torre grande, como un tambo indígena donde
estaban viviendo su papá y su mamá. El papá le dijo:
–Usted está muy sanito, pero no demora en venir aquí.
Y fue así, porque ocho días después de bajar a la tierra el hombre
se murió.
(Domicó et ál., 2002: 287-289)
La india embijada
Una indígena, viuda desde hacía mucho tiempo, vivía con su hijo
único. El muchacho era muy trabajador y no les faltaba nada.
Un día estaba el joven pescando en el río cuando vio acercarse un
puerco de agua y al mismo tiempo empezó a oír una voz de mujer que
decía:
–¡Corre! ¡Corre!
El muchacho, muerto de miedo, salió corriendo y se metió en su casa.
Cuando oyó a la mujer cogió un palo y empezó a cavar la tierra
por el sitio por donde le pareció que había salido la voz. Al momento
I Literatura embera katío
4. Otras narrativas
mera esposa y la echó diciéndole que ya tenía otra mujer.
La suegra, que se había encariñado con su nuera, trató de defen-
derla y ella la invitó a conocer a su gente. Se fueron juntas y a la
orilla del río la joven le mostró a la suegra los tambos. La mujer se
sorprendió mucho porque ella conocía muy bien el río y nunca había
visto esas casas. Entonces para poder volver hizo una señal en el suelo.
Cuando regresó a su casa el hijo le preguntó que dónde habla es-
tado, y ella le dijo:
–En casa de mi nuera.
El hombre le rogó que le dijera dónde quedaba, porque quería ir
a traerla otra vez. Decía que la amaba y que no podía vivir sin ella.
Entonces se fueron a buscar a la mujer embijada, pero por más
que anduvieron y dieron vueltas no encontraron nada. Solo encontra-
ron la señal que había hecho la madre en el suelo. Ella se la mostró a
su hijo diciéndole:
–Aquí estaba la casa.
Al día siguiente el joven volvió al lugar en que su madre había
hecho la señal, pero tampoco encontró nada. Se sentó en una piedra
y rompió a llorar amargamente. Entonces escuchó la voz de su mujer
que le decía que se fuera, que no la esperara, porque su familia estaba
muy brava y no le perdonaba que la hubiera echado.
(Vélez, 1990 [1982]: 138-139)
La hormiga arriera
Ahora hay mucha hormiga arriera, acabaron con la yuca, con la
fruta del borojó, con la papaya, y se están comiendo las matas de plá-
tano. En la selva hay bastantes hormigas, pero no hacen daño; por-
que ellas se suben a la copa de los árboles más grandes y se demoran
mucho tiempo comiéndose las hojas, hasta un año pueden pasar allí,
por eso no van más lejos. Pero desde que los madereros tumbaron los
árboles de chajeradó las hormigas no encuentran comida en la selva y
andan metidas en los cultivos sin que podamos controlarlas. La arrie-
ra también tiene su historia.
Mi tío Eugenio, hermano de mi papá, me contó que un muchacho
escuchaba a un pájaro que cantaba muy bonito cuando estaba rozando
en la montaña. Un día decidió cazarlo con una cerbatana. Lo buscó
I Literatura embera katío
4. Otras narrativas
metros de profundidad una señora gritó:
–¡Yerno, no me dañe el caballete!
Él siguió cavando, pero no la pudo encontrar. La mujer se quedó
en el hormiguero y él se quedó con la niña. Por eso hay una etnia
embera que es mona, de la raza de la hormiga: hasta en mi familia, en
Urrao, hay unos que son monos, monos.
(Domicó et ál., 2002: 284-286).
La culebra birrí
Cuando Dios hizo el mundo, los indios tenían pueblos y sabían
mucho, pero una india joven fue engañada por una culebra birrí y se
Menebé cuento
En una quebrada había una joven que no le gustaba hablar con
ningún joven, por eso vivía en la cabecera de un río. De vez en cuando
iban jóvenes para donde ella y la gateaban, pero ella no los aceptaba.
Entonces los jóvenes comenzaron a espiarla para saber por qué no le
gustaban los hombres.
Así vivían espiándola. En una de esas, uno de ellos vio que ella co-
gió un machete, se bajó para el patio y se metió por una rastrojera. Él
comenzó a seguirla. Ella llegó hasta donde estaba una mata de iraca,
cortó un manojo y siguió para adelante. Más allá cortó unas hojas, se
. Forma como los emberá se enamoran de una joven. (Nota del original).
. Fibra utilizada en la cestería. (Nota del original).
desnudó y se sentó, luego se puso a tejer tranquila; después de un largo
rato medio se levantó. El joven vio que de la vagina de ella colgaba un
menebé. Ella se puso a ver quién la observaba y se sentó nuevamente.
Así estuvo él viendo hasta que se cansó y, como ya era muy tarde, se
vino para la casa. Él le contó a todos sus compañeros lo que había visto,
entonces los otros iban y confirmaban lo que habían escuchado. Como
se dieron cuenta [de] que vivía haciendo el amor con un menebé, todos
los jóvenes le cogieron odio y no la voltearon a ver más.
Un día de esos ella se fue a una fiesta y los muchachos vieron que
le estaba comenzando el embarazo, por eso entre ellos murmuraron
que estaba embarazada de ese menebé.
Como la vieron así no le hicieron caso, porque los viejos antiguos
eran jodidos. Como la mujer estaba en embarazo se le fue notando el
estómago y estuvo así hasta que dio a luz a una niña. La niña era muy
linda, de color blanco y de ojos zarcos. Ella comenzó a crecer hasta
que entró a la edad de la pubertad. La mamá desde pequeña no la de-
jaba hacer nada ni comer nada caliente. De esto vivían pendientes los
familiares, pero como la mamá no la mandaba ellos tampoco podían
decirle algo. Cuando la niña era una joven madura se pusieron a hacer
4. Otras narrativas
chicha. Ese día la mamá de la joven se descuidó y se fue para el río;
como no había quién revolviera la chicha, la tía le dijo:
–Usted que está sentada ahí, ¿por qué no revuelve la chicha, que
se va a quemar?
Ella se levantó y se puso a revolver, y al rato gritó:
–¡Ay!
Cuando voltearon a ver se le cayó al suelo el dedo más pequeño.
Gritó nuevamente y así se fueron cayendo todos los dedos. La mamá,
que venía subiendo para la casa, le gritó:
–¿Qué estás haciendo?
Se vino corriendo para la casa y la haló de la manos, pero como
ella había recibido mucho calor, se le fueron cayendo todas las partes
del cuerpo. Así murió la joven, era por eso que la mamá nunca la
mandaba a hacer nada.
(Moya, 1998: 11-12)
4. Otras narrativas
muy poblado de emberá. La mayor parte del tiempo lo dedicaban a
la pesca. Se iban por la mañana y al regreso, en la hora de la tarde,
solo traían de cuatro a cinco pescados los que estaban de buenas. Los
pescados eran muy pequeños, por eso para que alcanzaran para toda
la familia preparaban ca.
En la comunidad había un emberá con su mujer y una hija aún
niña. Estando así, la mujer murió. El hombre quedó solo, pero este te-
nía mamá, papá, hermanos. Como antiguamente toda la familia vivía
en una sola casa, el emberá se incorporó de nuevo a su familia.
Un día el emberá, muy por la madrugada, cogió su anzuelo y
se fue a pescar para arriba. Estuvo pescando y como no mató nada
se regresó para la casa en la hora de la tarde. A su regreso, cuando
ya estaba próximo a llegar, vio en el charco del lado de arriba a un
[señor] emberá sentado en una roca que se encontraba en la mitad
del río. Entonces entre sí dijo: «¿Quién será el que está sentado?». Se
4. Otras narrativas
canoa estaba llena de sábalos grandes. La niña, que estaba en la coci-
na, se levantó cantando y se fue para el río; el perro también se fue,
pero la niña llegó primero al lugar. Luego fueron llegando los otros
familiares. Después de dividirse el trabajo para preparar los pescados
y de comer, la gente le preguntó:
–¿Dónde mató tanto sábalo, sabiendo que este río no tiene pes-
cado?
El emberá contestó:
–Esta mañana me fui a la cabecera de este río, donde encontré
un charco grande y hondo. Allí me puse a pescar. Cada que tiraba el
anzuelo al agua antes de que cayera engarzaba los sábalos.
Los que estaban en la casa creyeron lo que decía. Como era mucha
cantidad de sábalos los ahumaron. Al día siguiente nuevamente las
gentes comenzaron a preguntarle:
–¿Dónde cogió tantos pescados?
Y siguió:
–¿Hace mucho rato que llegó?
–No, apenas estoy recién llegado.
Luego arrimó la canoa al seco. La niña se quedó en la canoa. Ellos se
fueron al rincón de la playa y comenzaron a hablar. Al rato la niña dijo:
–Papá, vámonos. Usted me trajo a pescar y ¿qué es lo que está
haciendo?
El sol estaba alto. El viejo le contestó:
–Ahora nos vamos hija.
La niña se quedó tranquila. Ellos comenzaron a hablar nuevamen-
te. Al rato la niña le dijo otra vez:
–Papá, afánese que ya casi es mediodía.
Él le dijo:
–Hija, hasta aquí nada más vamos a llegar.
Y nuevamente se pusieron a conversar. Cuando llegó el mediodía
la niña otra vez le dijo:
–Papá, vámonos para la casa.
Él le dijo:
–Ahora nos vamos.
Y así la estuvo engañando hasta que la niña se acercó a donde ellos
estaban hablando. Cuando llegó ellos se quedaron callados.
Cuando ya eran más o menos las cuatro de la tarde, el emberá se
acercó a la canoa, cogió la palanca y el anzuelo y lo colocó en el seco.
El Amparrá zeze cogió la canoa, la volteó y comenzó a brincar encima
de ella. Al voltearla nuevamente la canoa blanqueó de sábalos. El em-
berá y la niña comenzaron a sacarlos para el seco. Luego el Amparrá
zeze le preguntó:
–¿Quiere más?
El emberá le dijo:
–Écheme otro poco.
Entonces volteó nuevamente la canoa y comenzó a brincar encima
de ella y a darle golpecitos. Cuando volteó la canoa esta estaba llena
de sábalos. El emberá cogió la canoa, le sacó el agua y comenzó a echar
los pescados dentro. Cuando terminó empujó la canoa para afuera sin
que la niña tuviese oportunidad de embarcarse. Entonces ella comen-
zó a gritar:
–¡Ay, papá! ¿Usted me trajo para dejarme acá? ¡No me deje! Usted
4. Otras narrativas
me vivía engañando diciéndome que mataba pescados en la cabecera
de este río. ¡Papá, no me deje! ¡Lléveme! Papá, ¿usted es que no me
quiere, que me está regalando a una persona que no conoce?
Pero el emberá no le hizo caso y siguió para abajo. Cuando estaba
al lado de arriba fingió que estaba llorando:
–¡Ay hija! Cuando yo te llevé esta mañana estabas alentada. ¡Si me
hubiera dado cuenta [de] que iba a suceder esto no te habría llevado!
¡Tu cara está patente todavía! ¿Cuándo te voy a volver a ver? ¡Ay hija,
yo no te olvidaré nunca!
En la casa oyeron los lamentos y se preguntaron entre ellos:
–¿Quién será el que viene llorando?
Cuando miraron para el río vieron al emberá que venía solo llo-
rando, llorando. Las gentes se pusieron pensativas. La abuela, que
estaba pendiente, se fue corriendo para el río y le preguntó:
–¿Qué le pasó?
–¡Ay, mamá! Yo estaba pescando y la niña, que estaba detrás de
mí, desapareció misteriosamente. Creo que se la llevó algún animal.
La vieja y el resto de familiares se pusieron a llorar. Él se vino a
la casa y, como fingía que estaba llorando, se quedó tranquilo. Luego
cogieron los sábalos y le sacaron las tripas, hicieron de comer y se
acostaron a dormir.
Mientras todo esto sucedía, el Amparrá zeze, a como el emberá
volteó la calle, cogió a la niña y se tiró al charco. Fueron a salir al
Mundo de Abajo, donde él tenía casa.
El emberá estuvo así, así, y cuando ya se iba acabando el sábalo,
muy por la mañana, se arregló y se fue para arriba. Cuando miró des-
de abajo vio al Amparrá zeze sentado en la misma parte de la roca. Al
llegar cerca lo primero que hizo fue preguntarle por la hija:
–¿Por qué no vino?
Y él contestó:
–Yo me cansé de decirle. Ella lo que hizo fue enojarse conmigo,
después me dijo: «Mi papá me regaló porque no me quería ver más,
¿ahora qué voy a hacer allá? Para qué me va a pensar, sabiendo que yo
me puse a gritar y no fue capaz de ayudarme. Yo a mi papá no lo quiero
ver más».
El viejo pensó en su hija y luego comenzaron a echar cuentos.
Cuando ya era la hora de la tarde el Amparrá zeze le dio el sábalo. El
I Literatura embera katío
emberá se vino para la casa y llegó en la hora de la tarde, por eso las
gentes creían que verdaderamente él se iba muy arriba. A como llegó
las gentes comenzaron a preguntarle:
–¿Dónde mató tanto sábalo?
Él siempre les contestaba la misma cosa:
–En ese charco que hay en la cabecera de este río.
Cuando los compañeros oían eso se iban bien por la mañana y
en la hora de la tarde llegaban vacíos. El emberá se iba para arriba y
siempre encontraba al Amparrá zeze en la misma parte, comenzaban
a charlar y en la hora de la tarde le mataba el pescado. Así estuvieron
hasta que un día él vio desde abajo que estaban los dos. La hija estaba
sentada en las piernas de Amparrá zeze. Cuando él estaba cerca ella se
tiró al charco. Él se acercó, saludó, y le preguntó al Amparrá:
–¿Por qué se fue mi hija?
. Es uno de los tres mundos. Allí habitan los chaabera, los onamuneara
y los mamás [sic] de los piló; de donde se trajeron todas las variedades
de albahaca, chontaduro, jagua y el quidabe. (Nota del original).
El Amparrá zeze contestó:
–Usted la regaló porque no la quería, por eso ella solo quería que
usted la viera desde lejos.
Luego se pusieron a charlar y cuando llegó la hora de la tarde le
mató pescado y el emberá se regresó para la casa.
Días después el emberá nuevamente fue. En esa oportunidad la
hija se dejó ver: estaba embarazada. El papá, muy contento, la saludó
y comenzaron a hablar, cuando ya llegó la hora de la tarde ella le dijo:
–Papá, con esta vista usted no me volverá a ver más nunca. Cuan-
do yo era niña yo lo quería mucho, ahora no porque usted me regaló a
este animal; porque ese no es gente sino animal.
El Amparrá zeze estaba escuchando toda la conversación de la hija
con el papá. La hija continuó:
–Con esta venida ya no regreso más. Cuando llegue a la casa le da
muchas saludes a mi abuela y a mis familiares y les dice la verdad: que
usted me regaló a un animal a cambio de sábalos. No les oculte más
la verdad.
Al llegar la tarde, Amparrá zeze le mató una cantidad de peces y el
viejo se despidió de la hija y se regresó para la casa. Cuando él venía
4. Otras narrativas
dando la vuelta, ellos se tiraron al agua y se fueron para donde vivían.
El emberá llegó a la casa y no le contó nada a los familiares.
Después de esa ocasión ya no lo veía como antes. Cuando subía
no lo encontraba y solo salía después de insistirle. Ese día le mataba
pescado y el emberá se regresaba para la casa. Amparrá zeze estuvo así
hasta que no regresó más.
(Moya, 1998: 36-45)
La nutria
Dizque salió un cholo de cabecera, adonde estaba un cholo que
tenía hijos e hijas. Venía él a pasear; y de ahí se iba, entonces buscaba
a las muchachas. Como era cholo entonces él buscó una muchacha.
Bueno, él llegaba a su cama, estuvieron ahí, o sea que vivía pues con
ella. Ya entonces publicó él a la mujer.
Ahí que él se iba para arriba a pescar. Se iba embarcado. Cuando
Yoeyoe cuento
En la cabecera de un río vivía un emberá con su mujer. Un día,
muy por la mañana, el emberá se fue a cazar. Como no encontró nada
para cazar, se regresó en las horas de la tarde. A su regreso encontró
al borde del río, en un lugar limpio, un huevo de pavona. Al emberá
se le hizo extraño, por eso comenzó a mirar para arriba y luego dijo:
4. Otras narrativas
Yoeyoe-saque. Cuando querían darle de comer cogían una concha de
balso y comenzaban a gritar: Orré, orré, orré.
Y Yoeyoe-saque, después de un buen rato, venía a salir cerca de
ellos. Como era una culebra se subía para la casa, entonces ellos pre-
paraban el po en forma de bolas y se lo tiraban a la boca. Después de
comer se iba nuevamente para su sitio. Así lo tuvieron por mucho
tiempo.
Esa misma familia tenía un karé (loro) criado, el cual hablaba per-
fectamente el idioma emberá y sabía los nombres de todos los que
vivían en la casa y el lugar. Cuando dejaban la casa sola y alguien
llegaba, este le contaba a los dueños todo lo que había visto.
En uno de esos días la hija menor estaba en un toldillo porque es-
taba jovenciando, [y] los viejos se fueron a coger maíz. Antes de salir,
los viejos les dijeron a sus hijos:
–Cuidado van a llamar al Yoeyoe-saque si no le van a dar nada.
El ñeque y el tigre
El ñeque andaba por el monte y el tigre lo vio. Entonces le dijo:
–Si usted quiere, sobrino ñeque, cuide mis hijos; nosotros esta-
mos montiando con mi mujer; si usted cuida traemos comidita por
la tarde.
–Tranquilo, tío tigre. Ay, yo soy bueno. Yo los cuido.
Pero el tigre se iba era a tirar con la mujer al monte y no traía car-
ne. Entonces el ñeque pensó: «Yo no voy a cuidar más».
Otra vez, otro día así mismo pasó: el ñeque se quedó cuidando los
hijos del tigre y cuando llegaron por la tarde no trajeron comida. El
tigre le decía:
–Sobrino ñeque, de noche cuando lloren los muchachos los lleva
a mamar donde la mamá.
Cuando se volvieron a ir el ñeque mató a uno de los hijos del tigre
e hizo una mazamorra. Cuando volvió el tigre, el ñeque le dijo:
–Ay, tío, hoy [tenemos] suerte. Encontramos un ñeque en el río,
aquí está la comida.
5. Cuento de animales
Por la noche, cuando lloraron, el ñeque llevó solo tres adonde la
mamá.
–¿Dónde está el otro muchacho?
–Es que le acabo de dar comida y está lleno.
Al otro día otra vez los tigres se volvieron a ir dizque a trabajar. El
ñeque mató a otro de los muchachos y lo cocinó. Cuando los tigres vol-
vieron el ñeque les dijo que había matado otro ñeque y que ahí estaba
la comida. Cuando le preguntaron por los dos tigres que faltaban dijo:
–Ahora mismo les acabo de dar mazamorra y se quedaron dormi-
dos porque ya están llenos. Cuando amaneció, los tigres dijeron que
se iban a trabajar.
–Sobrino ñeque, cuide mis hijos que nosotros vamos a buscar la
comida.
Como el ñeque sabía que los tigres se iban era a tirar y no traían
comida, mató otro hijo, y cuando volvieron los tigres del monte ahí
les tenía la comida.
5. Cuento de animales
El tigre se estaba quedando sin resuello y se puso a romper el bejuco
que amarraba las piedras hasta que se reventó y ahí salió a la playa
medio ahogado y ya sin fuerza en el cuerpo. Entonces el ñeque se fue
tranquilo.
Después, otro día, andando por el monte encontró el tigre al ñe-
que y le dijo:
–Hoy sí te voy a comer. Ya no se puede escapar por ninguna parte.
–No hable tan duro, tío tigre, que estoy aquí esperando una danta.
–¿Una danta?
–Tío tigre, yo ya sé cuál es [el] camino de ella. Si usted me mata
no se va a llenar bien, pero si espera va a poder comer de esa danta.
–Bueno, sobrino ñeque, vamos a comer ese animal.
–Usted espere aquí, tío tigre, para que no se espante. Yo lo hago
bajar por esta loma y usted lo agarra aquí abajo, pero cuando yo le
grite cierre los ojos… tiene que agarrar la danta con los ojos cerrados
porque si no se asusta y se va.
El ñeque se subió y al rato gritó:
–¡Allá va, tío tigre! Cierre los ojos y agárrela.
El tigre cerró los ojos y lo que agarró fue una piedra grandísima
que había rodado el ñeque y casi lo mata del totazo. Entonces el ñeque
se fue riendo.
(Dogiramá y Pardo, 1984: 253-260)
I Literatura embera katío
6. Escritores embera
6. Escritores embera
y que en el centro todavía hay un punto que lleva
todo un balance, se delibera pensando en la presencia
incondicional.
ayer,
y los ratos vividos han sido de prisa, que no nos permite volver
atrás.
Se trata entonces de ondear que el día, la mañana y la noche
canten sin cesar a lo intrínseco de la historia y con la sonrisa
de la sierva, a flor de piel rebusquen la vida como atributo pedernal.
¡Y esa es la historia!
6. Escritores embera
Aún me falta anclar algunas palabras en vuestro ser, estoy soñan-
do.
No sé si son las nubes que veo en sus ojos, estoy pérdida buscando
el nido de la verdad.
¡Acérquense un poco más al lecho del amor! ¡No tengan miedo!
Que la vida continúa y a ella hay que contribuirle hasta el último
suspiro,
¡y hasta cuando el sol se oculte!
(Obispo, 2010: s/p)
II Literatura embera chamí
1. Historias sobre el fríjol y el maíz
Betata [t.c.]
Betata es figura de una muchacha que llegaba en la noche. Man-
daba [a] todos los animales –ardilla, gurre, guagua, todos– que tra-
bajaran haciendo rocería; es decir, regando el maíz al voleo y luego
tumbando el monte encima.
Trabajaban toda la noche. Al otro día la gente se levantaba y veía
esas rocerías tan inmensas.
Por la noche, terminada la rocería, los animales en figura como
de gente venían y hacían fiesta y tomaban chicha de maíz fuertiada
en los chokó.
Por la noche Betata venía a la casa y trabajaba. Las mujeres no te-
nían que trabajar, solamente tenían que dormir con el marido. Betata
hacía todo el trabajo del maíz. Hacía canastos y cantaritos. Tostaba y
molía el maíz en la piedra. Al otro día amanecían los jabaras llenos de
harina para toda la familia.
Una vez llegó un muchacho (un indio dice que es Carabí, la Luna)
y le ofreció muchas cosas buenas. Le dijo que tenía buena finca, le dio
El maíz y el chontaduro
Murió una indígena y su familia quedó muy triste y lloraba mu-
cho.
Dos de sus hermanas subieron a una montaña y mirando al sol
querían morir ellas también. De pronto se les apareció Ancastor, una
enorme ave blanca que se volvió hombre, y les preguntó que por qué
lloraban tanto. Ellas le respondieron que por la muerte de su herma-
na. Ancastor les dijo que no lloraran, que ella estaba en el cielo, en el
bajía. Las mujeres exclamaron que querían ir a verla y Ancastor les
ofreció llevarlas. Ellas, incrédulas preguntaron:
–Pero, ¿cómo?
Ancastor les ordenó cerrar los ojos y abrió las alas y las hizo mon-
tar, una a cada lado. Y advirtiéndoles que no abrieran los ojos, las
llevó por el aire hasta que llegaron al bajía.
II Literatura embera chamí
. Milcíades Chaves (citado por el padre Constancio Pinto), recogió este relato
entre los indígenas del Chamí y de él lo tomamos casi textualmente ante la
imposibilidad de confrontarlo con otras versiones. (Nota del original).
cuando la gente se muere se encuentra en el bajía. También les mos-
traron las semillas, la del maíz y la del chontaduro y luego las sem-
braron.
Cuando estuvo la cosecha, sacaron nuevas semillas y comieron el
resto. A todos les parecieron muy buenos los frutos y siguieron sem-
brando y cosechando.
(Vélez, 1990 [1982]: 88)
Jinopotabar
Antiguamente la Luna brillaba mucho y no dejaba dormir. Alum-
braba como si estuviera de día y la gente se aburría mucho.
Jinopotabar era un indio joven que había nacido de la pierna de
una mujer. Él aborrecía la Luna porque brillaba como el Sol y no
dejaba dormir a la gente. Un día amenazó a la Luna diciéndole que si
no dejaba de brillar tanto la tumbaba, pero ella no le hizo caso y siguió
brillando.
Entonces Jinopotabar cortó una guadua y la puso en una olla. Se
subió a la guadua y le ordenó:
–¡Súbase hasta el cielo, súbase!
Y la guadua creció mucho. Creció hasta el cielo. Llegó a la Luna
y el indio, en la punta de la guadua, se puso a pelear con la Luna. La
cogió y le dijo que la iba a tirar a la tierra para que no brillara tanto.
La Luna era como una mujer gruesa, casi tan grande como la Tie-
rra y no se dejó tumbar, aunque lucharon mucho.
Al fin, el hombre, viendo que no podía tumbarla, le cogió la cara
II Literatura embera chamí
con las uñas de las manos y le dañó los ojos. Por eso ya no brilla tanto
como antes.
Entonces la gente de la Tierra tuvo envidia de Jinopotabar porque
había subido a la Luna y propusieron tumbar la guadua para que no
pudiera volver a bajar. Él, sin comprender las intenciones de los de
abajo, les gritó que esperaran, que cuando él bajara se encargaría de
cortarla. Pero no esperaron y la cortaron. El indio se quedó sentado en
la Luna y como no había llevado comida sintió mucha hambre.
Se puso a pensar cómo iría a bajar. Primero pensó bajar ayudado
por la lana de balso, que es muy liviana, y la invocó:
⋅⋅
⋅⋅
La cacería
A un niño le gustaba mucho la cacería, y un día se dio cuenta
[de] que la mamita (abuela) se había muerto. Algunos le decían que
se había ido para el cielo en cuerpo y alma y se había formado el Sol.
Un día el niño le dijo a la mamá que preparara el fiambre, que
moliera maíz, preparara boya y carne de monte, que se iba a madrugar
a las cinco de la mañana.
Antes de partir para el monte, el niño le dijo a la mamá que le
tuviera preparada una bebida de achiote para [él] tomársela cuando
regresara, porque eso le iba a servir para que le salieran plumas en los
brazos y en todo el cuerpo, para poder volar; ya que le había dicho
que la abuela se había convertido en Sol y él quería comprobar si era
verdad o no.
Cuando el niño regresó de la cacería, la mamá le dio la bebida. El
II Literatura embera chamí
La población de Zaragoza
Zaragoza era un pueblo de indígenas; ahora le pertenece a los li-
El hombre violador
Había un señor casado que tenía su familia pero se enamoraba de
todas las jovencitas que veía. Tan pronto enamoraba a las mujeres,
por las noches llegaba hasta la casa de ellas y las violaba. El señor
II Literatura embera chamí
utilizaba una «contra» para hacer dormir a todas las personas que se
encontraban en el tambo de la jovencita que iba a violar, para poder
dormir con ella sin que nadie se diera cuenta.
En una ocasión le prepararon una trampa cuando se dieron cuen-
ta [de] que esa noche iba a violar a una jovencita. La que preparó la
trampa fue una anciana, y para evitar que hiciera efecto la contra del
violador comenzó a lavar la casa con agua antes de dormirse.
La anciana esa noche se acostó cerca del fogón y consiguió una
brea y con ella construyó un velón y lo puso a calentar en el fogón y se
puso a esperar a que llegara el señor donde la muchacha para violarla
como era su costumbre.
Cuando ella menos pensó, llegó el señor al tambo y se fue encima
de la muchacha y la anciana dejó que él estuviera encima y entonces
sacó la brea caliente y se la restregó por la espalda al señor. El hombre
pegó un grito y se fue rápido para su casa.
Y la señora le dijo:
–Usté es un bobo, en sueño pasa tanta cosa, ¿qué va a mirar entre
rastrojo, hombre?
Él dijo:
–Sí, mijita, que vamos a encontrar hoy, ¡ah! Vamos encontrar al-
guna cosa.
Por ai a las doce del día le dijo:
–Coja canasto, mijita. Vamos por la leña, a cortar –y se fue el vie-
jito allá.
Le cortó un trozo de leña, arrajando. Y verdaderamente ai mismo,
entre el rastrojo, cerquita, estaba chillando como un animalito. Y el
hombre dijo:
–¿No le digo? Vea, oiga… ¿qué va a pasar ahora? Después de aca-
bar de rajar to’a leña vamos a buscar ai.
–¡Qué va! –dijo la mujer, dijo la señora–. Qué va. Usté es un bobo,
¿qué va a encontrar ai?
Entonces acabó de rajar; se trozó con un machetico a buscarlo.
Verdaderamente algo estaba chillando ai; encontró un gusanito así,
pintaíto, bien pintaíto. Dijo:
–Mijita, aquí encontré un animalito. ¿No le dije, mija, de noche,
que el sueño sí es verdad? Aquí lo encontré.
Y lo cogió en mano; se volteaba, se chillaba, se enroscaba ese ani-
malito. Era como de una cuarta, bien pintaíto [de] azules y rojos. Le
llevó para la casa a las cinco de la tarde.
La señora dijo:
–Qué es esa cosa, ese animalito… ¿por qué no lo mata?
Él dijo:
–¡Eh! Qué lo voy a matar, hombre; voy a ensayar a ver qué va a
pasar. Vea, mijita, traiga un cantarito con agua, ponemos ensayo: si se
ahoga es gusanito. Vamos a ver si es Jepá.
Trajo un cantarito así, echó un poquito [de] agua, echó el anima-
lito ai, en la tarde.
Por la mañana, cuando amaneció, a [las] tres de la mañana, lo en-
contró lleno de agua; se llenó el cántaro, lleno, lleno.
–Vea, se llenó de agua; ¿qué animal será este?
Volvieron a guardar el cántaro. Al segundo día amaneció otra vez
3. Otras narraciones
lleno de agua y el gusano más grande. Y el jaibaná dijo:
–Esto no va a ser otra cosa: va a crecer Jepá, creo que es Jepá.
En tres días ensayó. Echó un poquito de agua y por la mañana se
llenó, todo se derramó. La señora dijo:
–¿Qué va a pasar con ese animal? ¿Por qué no lo mata?
Y él dijo:
–Qué matarlo; vamos a ver cómo pasa este ensayo. [Lo] voy a lle-
var a aquel planito que tiene un charquito, poner en ese hoyo a ver
–era en llanito como una batea que hay en Jeguadas; usté conoce, ¿no?
Lo echó en ese charquito; echó el animalito, sin ver nada ai.
A los tres días se fue a verle allá; lleno de agua se creció. Lleno, se
llenó de agua.
Echaba comida para poder cuidarlo. Llevaba litrico de harina mo-
lida, echaba ai pa’que pueda comer animalito; le daba plátano, maíz,
cualquier cosita.
A los seis meses tenía como una vara de largo y el agua subía mu-
cho. Se creció, se creció, se creció. Movía la cola como un pescado;
con ese movimiento la tierra de la orilla se fue comiendo. Voliando así
la cola quitó toda la tierra; el charco se creció.
En cuatro años creció mucho y había un charco grande en ese
llano.
Creció muchos años. A los diez años, cuentan ellos, creció como
quince metros; más largo quedó. Y un charco grande quedó; esa batea
todavía está en Jeguadas, ai.
El viejo hizo un tamborcito de cuero de guatín; cada que lo iba a
cuidar tocaba el tamborcito: Tam, tam, tam. Entonces venía a la orilla,
sacaba la cabeza y él le daba la comida. Entonces él lo cuidaba: echaba
piedras, troncos de palo echaba ai, todo harinas, todo plátanos cortaba
y echaba ai. Así lo cuidaba.
Al viejo le dio ya pereza ir al llanito a cuidarlo y dijo:
–Más bien vamos a llamarlo con tambor pa’que venga al patio.
Apenas tocaba el tamborcito cuando lo iba a cuidar, se levantaba
el animal con el agua, venía hasta la casa y abría la boca. Entonces el
jaibaná echaba troncos de palo, carga, todo echando ai, ollas, cántaros.
Cuando se llenaba ese animal se iba al charco, entonces el agua bajaba,
se mermaba, se emparejaba todo. El animal quedaba allá, callado, así.
II Literatura embera chamí
3. Otras narraciones
matar ese animal yo? Qué tan bueno [sería] yo coger el cuchillo y me
lo tragara yo también y le tumbara el corazón de ese animal». Iba y se
metía en el charco y decía:
–Jepá, que coma yo también.
Pero el animal estaba resabiao, como dormido, no se movía…
Cada rato decía:
–Jepá, que coma yo también.
Tampoco, ni abría la boca, siempre como dormido.
A lo último dijo:
–¿Cómo hiciera yo?
Se fue a la casa y cogió el tambor. Tocó así: Tam, tam, tam. Nada.
Otro toque: Tam, tam, tam. ¡Qué va! Otro toque: Tam, tam, tam.
Ahora sí llegó con agua. Y dizque el jaibaná le dijo:
–Abrase su boca, ábrase, ábrase boca.
Y poquito la abría. A lo que abría un poquito un muchachito venía
así, por entre el animal, y se asomaba. Él bregaba por cogerle la mano
y ai mismo se lo tragaba otra vez y no lo dejaba salir. Entonces, ¿cómo
[los] iba a sacar?
Como a los diez días el viejo pensó así: «¿Cómo voy a dejar yo ese
animal tan peligroso que he criao? No pude sacar mi familia. Aun
cuando pierda mi familia yo voy a trabajar, voy a echarlo al mar más
bien. Si se queda aquí nos traga a todos. Mejor más bien le voy a
cantar».
Dicen que era gente sabia, que era un doctor de indios muy gran-
de, era de antigua… parece, uno no sabe, yo no sé cómo pasaba eso,
cuentan mucho así.
Compró una olla de aguardiente y le puso banco de noche y le
cantó. Cogió sus tragos, chichas fuertes, hecho en banquete y tomó;
quedó borracho cantando.
Y lo llamó. Cantando como a las doce en punto de la noche. Lla-
mó… yo no sé, que… que… que llamó a todos; que a Antumiá, pa-
rece (que anteriormente decían), llamó al diablo, a Antumiá. Y habló
con él:
–Que echen más bien a ese animal que me tragó mi familia.
Entonces llegaron como diez hombres silbando, que no eran como
el cuerpo de uno, sino como de animal. Yo no sé cómo eran esas cosas.
Como silbando llegaron a ese charco.
II Literatura embera chamí
3. Otras narraciones
desnúo cayó el viejo ai. Tenían dos hijos. Y no tapó bien, pobre viejito
estaba caído, se burlaron por papá. Y de la mañana le contó mucha-
cho:
–Vea papá, usté me respetó, este se burló mucho vusté.
–¿Usté también burló?
–No, papá, yo junto siempre por vusté, apena yo tapé.
Este no se burló. Y después ai mismo dio rabia; le dijo:
–Maldita, usté no era hijo mío, ¿por qué tú no respetó nada?, ¿por
qué quedó así? Entonces usté tienen que no… no van a quedar aquí,
váyasen otra parte, tienen que en vivir por allá.
Y después se tuvieron… ai mismo se fueron para allá. Por que…
tú no sabe nosotro por qué tenemos tan pobre, porque el papá por
de… de maldición como de Noé era, era papá, pues, ¿no?, entonces
por esa raza que estamos tan pobre nosotro vive en este mundo.
Porque ahora también el papá propio puede hablar maldición al
hijo propio; decir: «Maldito, vusté no era hijo mío; ¿por qué quedas-
3. Otras narraciones
III Literatura wounán
1. Historias de origen
1. Historias de origen
Indígenas, negros y blancos
Ewandama, el Sol, se casó con la Luna y tuvieron muchos hijos.
1. Historias de origen
rían esperarlo. Pero la gente estaba trabajando en sus tambos y no se
dieron cuenta de que él estaba allí y continuaron trabajando.
Aproximadamente dos meses después, Dios regresó en un barco
muy grande. Cuando este se pudo divisar, el hijo gritó:
–Ahí viene mi padre.
Pero la gente contestó:
–No. Son los cuna, que vienen a matarnos.
El barco se acercó, y ellos se acercaron para recibirlo y comenza-
ron a dispararle a Dios, a quien mataron con sus flechas. Una vez que
lo habían matado, dejaron el barco en la orilla del río. El hijo les dijo
entonces:
–Entierren decentemente a mi padre bajo la casa.
Así lo hicieron, pero a los tres años lo desenterraron, lo lavaron
muy bien, [y] lo colocaron en una gran caja para que se secara al sol.
Cuando se secaron los huesos de Dios, el hijo llamó a la gente para
que viniera a ver. La gente se aglomeró en cuatro hileras. Sacaron el
esqueleto, y cada uno cogió para sí un pedazo de hueso y comenzó a
soplarlo. Aún no había pájaros, no había nada en el mar, el mundo
estaba vacío. Pero si a media noche se escucha un pájaro produciendo
una música dulce, es uno de los que sopló por los huesos de Dios, ya
que toda esa gente se convirtió en pájaros. Dios partió hacia el cielo y
nunca más regresará.
(Wassén, 1988: 92-93)
El diluvio
Cuéntase que el mundo cambió una vez. Había un gran río cuya
cabecera estaba en el mar, y la boca arriba en la costa. Para cambiar
esto Dios hizo caer una lluvia torrencial y el mundo empezó a hun-
dirse con la creciente. Un hombre se fue hacia donde estaba Dios
para avisarle que con la creciente el mundo se estaba yendo a pique,
y entonces él dijo a los chocós que se salvaran en balsas de madera.
El hombre que había ido donde estaba dios, arregló su casa y dijo
a los demás que pusieran balsas de madera debajo de sus chozas para
que pudieran así flotar sobre el agua. Los demás no le creyeron. Para
no tener hambre, el tal hombre cortó sus plátanos, su caña, y los puso
en su casa. Los demás dijeron que era mentira lo que decía el hombre
III Literatura wounán
1. Historias de origen
2. Cuento sobre los Hijos de la pierna
⋅⋅
Rana
Un viejo vivía con sus dos jóvenes hijos, un día los muchachos
dijeron al papá:
–Papá nosotros nos vamos del caserío, vamos a buscar carne de
monte, aves y pescado, nos vamos con todo y cama.
Se fueron los dos muchachos y llegaron al sitio donde querían
llegar. Pasados tres días estando ellos los dos solitos, uno de ellos dice
a su hermano:
–Ahora que estamos solos los dos, en caso que llegue a aparecer
una mujer donde no hay gente, yo si la perdono.
Y el hermanito le contestó al mayor:
–No hable así, hermano, que es malo decir eso en una cabecera
de río, porque mi papá dice que por aquí en el monte hay animales
malos.
III Literatura wounán
La mujer y el sábalo
Un indígena con su mujer tenían una jovencita que por mucho
andar el tiempo le cogió la madurez. Le gustaba mucho el trabajo y se
5. Un cuento de animales
el hilo se reventó, el sapo cayó al suelo y se aplastó. Desde entonces
todos los sapos son aplastados.
(Wassén, 1988: 99)
El jaguar y el conejo
El jaguar estaba paseando por un caminito en la selva y se encon-
tró con una tortuga. Inmediatamente agarró la tortuga con el fin de
devorarla, pero la tortuga le dijo:
–No tío, no puedes comerme de esta manera. Te voy a mostrar cómo
debes hacerlo. Debes conseguir un palo y me golpeas en la espalda.
El jaguar procedió a hacerlo, pero tuvo que soltar la tortuga mien-
tras cortaba un palo. Inmediatamente la tortuga se deslizó en el agua
y se salvó.
Después de eso el jaguar se encontró con un conejo en la selva. El
conejo estaba mordiendo un queso.
–¿Que estás comiendo? –preguntó el jaguar–. ¿Está bueno?
–Sí, prueba un poco.
El jaguar probó y, cuando se dio cuenta [de] que sí estaba bueno,
le preguntó dónde se conseguía.
–En un pozo cerca del río. Me até un bejuco alrededor del cuerpo,
salté, y pesqué uno –contestó el conejo.
III Literatura wounán
III Literatura wounán