En la antigua Grecia, la medida del tiempo estuvo condicionada por
prácticas primitivas, de carácter ritual. La base del problema reside en la falta de adecuación en el tiempo de los ciclos de la luna y del sol. La medida inmediata del tiempo, la más perceptible para el hombre primitivo era la representada por la luna, por la que se fijaron las actividades de la comunidad. A pesar de algunos cambios, ciertos rituales siguieron rigiéndose por imperativos lunares y se integraron de un modo artificioso en los calendarios solares. Pero el desarrollo de la agricultura, por depender de las estaciones anuales, puso de manifiesto la necesidad de organizar la vida comunitaria de acuerdo con el ciclo solar. Nacen así las tensiones solucionadas con base en la introducción de intercalaciones para conseguir el ajuste, al cabo de un período determinado de tiempo, “de modo que, sin perder su vinculación inmediata con la luna, la organización del calendario permitiera la estructuración de las actividades de modo adecuado a las necesidades estacionales”. Los conocimientos astronómicos contribuyeron a ello, pero la marca religiosa seguiría presente. Por otro lado, el ciclo solar, en número de horas, minutos y segundos, no es exactamente múltiplo del número de días del año hasta que se alcanza un período muy largo. “César consiguió, gracias la establecimiento del día bisiesto, bis Sextum Kalendas Martias, que duplicaba el sexto antes de las Kalendas de Marzo, es decir, el 24 de febrero, adecuar la multiplicidad de manera provisional, hasta que, en 1582, con la reforma gregoriana del calendario, para corregir el error subsistente de tres días cada cuatrocientos años, se suprimieron diez para los acumulados y se estableció el carácter no bisiesto de los múltiplos de cuatrocientos. De este modo, al parecer, sólo se llegará al desajuste de un día en el año 3323.” (p. 77) LO importante es tener en cuenta que un año, desde el punto de vista griego tiene poco que ver con nuestro calendario, porque en la actualidad se ha prescindido de la luna. Los años griegos, de base lunar, con intercalaciones para adecuarlos al ciclo solar y sin tener en cuenta los remanentes de horas al cabo del año solar mismo, responde a períodos difíciles de encajar en nuestros esquemas. La aplicación de los conocimientos astronómicos a la vida cotidiana, se vio obstaculizada por las prácticas religiosas y el apego a las tradiciones. A ello se suma el hecho, resultado de las estructuras políticas de la ciudad griega de que cada polis tuviera su propio calendario, vinculado a su tradiciones particulares. “Las fechas que pudieran tener interés panhelénico, desde el punto de vista religioso, eran proclamadas en cada ocasión a lo largo de las ciudades, como en el caso de las Olimpíadas. No hay coincidencias de meses ni, desde luego, de años. En Atenas subsistió un calendario de doce meses, de base lunar, por el que se regían las fiestas religiosas, de las que los meses recibían sus nombres. A éste, con las reformas de Clístenes, se superpuso un calendario de diez pritanías, cada uno de 35 ó 36 días, en que una de las diez tribus dirigía el funcionamiento de las instituciones públicas. El cambio de año se producía hacia el solsticio de verano, de modo que, cuando un año ateniense está identificado, para nosotros puede corresponder a dos mitades. EL acontecimiento sólo es datable en el año preciso si se conoce el mes, o, al menos, la estación en que tuvo lugar.” (p. 78) Más complicado es integrar los años según la denominación antigua en los cómputos de la era cristiana, establecida en la Edad Media por Dionisio el Exiguo. la ciudades griegas identificaban sus años a través de algunos de los magistrado en ejercicio, que recibían por ello el nombre de epónimos. “Uno de los arcontes de Atenas, el epónimo, servía para identificar el año, como el del arcontado de..., lo mismo que ocurre en Esparta con los éforos, magistrados igualmente de designación anual, de modo que se requiere una labor de investigación para identificar cada una de estas indicaciones con años referidos a la era cristiana, antes o después de Cristo. Tal es el sistema utilizado todavía por historiadores como Apolodoro de Atenas o Diodoro de Sicilia. Éste último seguía ese sistema en el siglo I a. C., en paralelo con el de los cónsules romanos, lo que no deja de crear problemas de ajuste dado que, si el año de los arcontes empieza en el verano, el de los cónsules daba comienzo en el mes de enero. La lista de arcontes y de cónsules es conocida en gran medida.” (p. 79) En tiempos de Alejandro al menos se estableció un único criterio para toda Grecia. Antes, cada narración lleva el año propio de la ciudad de origen. No obstante, la unificación no siempre se basó en Atenas. “Helánico de Lesbos, autor de crónicas y relatos semihistóricos, del siglo V a. C., seguía los años de las sacerdotisas de Argos. Tucídides se limitaba, en cambio, a datar los años de la guerra del Peloponeso por veranos e inviernos y, fuera de ella, a partir de la guerra de Troya. El acontecimiento que más éxito tuvo como punto de arranque de una datación continua fue la fundación de las Olimpíadas, en el año 776. El sofista Hipias elaboró la lista de los vencedores. A partir de ahí se citaba el año de la Olimpíada seguido de otro número que indicaba a cuál de los años interolímpicos se refería: el año X de la Olimpíada X, o bien, simplemente, 01.X,X, donde el primer número corresponde a la Olimpíada y el segundo al año. Éste fue el sistema seguido, entre otros, por Timeo, historiador siciliano del siglo IV a. C., sólo conservado en fragmentos, y Polibio, historiador griego trasladado a Roma, cuya obra explica y exalta la gloria de su aristocracia. Sólo en 311, los Seleúcidas establecieron el inicio de una primera era política, sistema que luego proliferó en épocas helenística y romana: era augusta.., pero sobre todo ab urbe condita, a partir de la fundación de la ciudad (de Roma).” (p. 80) Las fuentes de la historia de Grecia
“La actitud histórica, crítica y positiva, hay que buscarla en el
esfuerzo por comprender, a través de la historiografía, la historiografía misma y su propio proceso de elaboración...” (p. 80) “El camino que comunica las fuentes con la historiografía debe ser constantemente transitado por el historiador en ambas direcciones.” “Las fuentes no pueden ser tratadas como algo aséptico e inocente. La realidad jamás se refleja en ellas de modo completo, ni siquiera directo. Normalmente, es preciso un constante esfuerzo de interpretación, para el que se requiere la modernización de las técnicas que se orientan en ese sentido. Para la historia de Grecia, en ocasiones, se requiere una cierta especialización. SE trata de la filología, la paleografía, la arqueología, la epigrafía, la numismática, para las que, junto a las técnicas de lectura, hay que utilizar mecanismos reflexivos que ayuden a comprender qué tipo de relación existió entre su objeto y la sociedad de la antigua Grecia.” (p. 81-82) Puede admitirse que la Historia de Grecia, en general, se apoya en la arqueología y en el estudio de los textos, en la filología, lo que desde el punto de vista científico requiere el manejo de técnicas lingüísticas, para conocer movimientos y en el espacio de las lenguas clásicas y, para una investigación más profunda de las técnicas de la paleografía y la epigrafía como modo de conocimiento material a esos textos, transmitidos en papiros originarios o en pergaminos medievales, o bien directamente en los materiales duros en que fueron inscritos. (p. 82) La fuente literaria, por otro lado, está sometida a diferentes técnicas interpretativas de acuerdo con la época y el género. Los de los historiadores deben ser sometidos a un estudio interpretativo que aclare sus propias intenciones. Y, en caso de textos mitográficos, líricos o cómicos, analizar las circunstancias históricas. (p. 82) “Para la Edad de Bronce en el Egeo, como período que toca el terreno de la prehistoria y la protohistoria, las fuentes son predominantemente arqueológicas, aunque, desde el principio, los conocimientos hayan estado vinculados a una interpretación de los textos literarios. Fue Schliemann, comerciante aficionado a la lectura de Homero, quien, por su cuenta, se puso a buscar en los lugares adecuados los grandes centro s de civilización mencionados en los poemas: Troya y Micenas. Por su parte, Evans, en Creta, también sacaba a la luz los restos de una brillante civilización a los que daba, a través de la reconstrucción, un llamativo aspecto, objeto de la admiración de los turistas y de críticas por una parte de sus colegas. Con todo, de este modo la civilización minoica deja una imagen bastante característica en los ojos de quienes se acercan a ella incluso a través de libros o reproducciones. Imagen penetrante o autenticidad son dos polos de una disyuntiva donde siempre se verá inmerso el arqueólogo monumental, y para el mundo minoico y micénico los aspectos monumentales marcan sin duda las líneas de trabajo de los estudios y de las investigaciones.” (p. 83) Casi siempre los lugares de estudio arqueológicos son los centros palaciegos. “Muchos asentamientos de la Hélade o de Creta, incluso difíciles de identificar con nombres antiguos conocidos, han cobrado un especial interés gracias a los hallazgos de tablillas con escritura lineal A o B. La primera, al no haber sido interpretada, no ha proporcionado los mismos avances que la segunda, que, desde que puede leerse gracias al desciframiento de Ventris y Chadwick, en la década de los cincuenta, ha dado lugar, a un conocimiento cada vez más completo de la historia micénica en sus aspectos económicos, institucionales, religiosos y en general, de las estructuras de la sociedad. Por otro lado, la profundización en la lengua misma y en sus relaciones con los restantes dialectos griegos permite una mayor claridad en la evolución de los movimientos de pueblos en el tránsito desde este período a la edad oscura, pero también en el mapa dialectal de la misma época micénica. (p. 83) La micenología se constituye así en una rama de la lingüística griega válida como instrumento de lectura de tablillas y, además, como reflejo del panorama étnico general de la época misma y de la posterior dispersión.” “A pesar de que, según se sabe, los poemas homéricos representan en gran medida el reflejo de tiempos posteriores de la historia de Grecia, en que fueron reelaborados y hacia el siglo VIII, redactados por escrito, es difícil negar, de todos modos, que ciertos elementos básicos responden a un núcleo original de donde nace la tradición y que está situado en la cultura de los palacios. ES labor ardua, que requiere técnicas filológicas y habilidades historiográficas, comprender a través de los poemas homéricos cuál es la verdadera estructura palacial, a lo que sin duda ayuda la arqueología y la lectura de las tablillas. Los mitos constituyen tambien una fuente de difícil utilización, dada la vitalidad de que gozaron a lo largo de casi toda la historia de Grecia. Ciertos aspectos en ellos reflejados responde a los problemas derivados de determinados procesos identificables con la formación de los estados palaciales o de su crisis. En este plano, antes del conocimientos del mundo micénicos y de las tablillas, historiadores como Grote sólo podían usar las genealogías legendarias como síntoma de los movimientos de pueblos y de sus transformaciones internas más o menos conflictivas. Todavía Thompson a mediados de este siglo, en estudios sobre las sociedades prehistóricas del Egeo, podía emprender así la formación de las estructuras estatales a partir de organizaciones comunitarias de carácter primitivo. Las prácticas rituales, conservadas a lo largo del tiempo, con rasgos ya no bien comprendidos por sus propios practicantes, sirven también en ocasiones para conocer un remoto pasado que se vincularía a los procesos que pudieron tener lugar a lo largo del período protohistórico.” (p. 84) “Algunos de estos aspectos de las fuentes tiene validez igualmente para la época oscura, en relación compleja con la anterior, pues en ellas se recrea el pasado de modo artificioso. Rituales del período oscuro, vinculados a santuarios, indican la conservación de prácticas antiguas, pero también la reconstitución artificial, en algunos casos sobre restos antiguos, difíciles de discernir, sobre los que se elaboran los montajes ideológicos del final del período. Es también el caso de los poemas homéricos, que se elaboran con mecanismos parecidos, sobre realidades a las que se da actualidad sin dejar de atribuirles una solemnidad propia de tiempos remotos cargados de prestigio. El período oscuro en su conjunto es la época en que los poema se difunden, se elaboran constantemente bajo múltiples influencias y van adoptando la forma final que ya resulta como consecuencia de la nueva situación en que desemboca el mismo período. El estudio del desarrollo épico va unido al de los dialectos que, en todo el proceso migratorio a Asia Menor, van configurando un mapa final, sintomático de las mismas vicisitudes del proceso que pueden estar presentes en los poemas homéricos. Paralelamente, los estudios arqueológicos de la época oscura tiene la necesidad de ser espaciales. No existen claros restos de asentamientos importantes. La dispersión se ve reflejada en esa realidad que precisa un estudio extensivo para detectar núcleos pequeños y esporádicos. Los resultados complementarios se hallan en el hecho de que la evolución cerámica produce prácticamente el único instrumental que puede reflejar los modos de desarrollo histórico del período. Los historiadores antiguos se refieren a estos momentos como difíciles de conocer en su realidad histórica, sólo accesibles por el mito. Para ellos, existen graves dificultades para atravesar las leyendas y llegar a realidades dignas de crédito. DE todos modos, Tucídides, en los capítulos del libro I que se conocen como Arqueología, y Heródoto, en las parenthekai con que frecuentemente interrumpe la narración principal dedicada a las Guerras Médicas, proporcionan indicaciones interesantes que se unen a las de los poetas líricos o épicos. (p. 85) Además de Homero, la épica hesiódica ofrece un valioso cuadro del momento final de la edad oscura, cuando se forma la unidad ideológica respaldada por el panteón olímpico retratado en su Teogonía, y cuando la crisis agraria, provocada por la concentración aristocrática, crea problemas que llevan al campesino pobre a la ruina o a la emigración. Algunos líricos también recurren a ese pasado oscuro de manera ocasional. La Esmirneida de Mimnermo cuenta una historia de ciudades en el momento de producirse los asentamientos en Asia Menor, cargada de elementos legendarios, pero reveladora del proceso de reparto del territorio a partir de las migraciones, con sus conflictos de distribución en el momento de arranque de la nueva polis, consecuencia de los movimientos de pueblos y de la crisis que caracteriza a la edad oscura. Los himnos homéricos, cantos anónimos dedicados a los dioses y tradicionalmente atribuidos al poeta de Quíos, narran historias referidas a las divinidades que reflejan tanto procesos simbólicos de adaptación y difusión de los cultos, imaginados en forma de aventuras divinas, como ciertas luchas por el poder que, en los momentos finales de la época oscura, se manifiestan como disputas por el control de los cultos de mayor prestigio, que están buscando su lugar entre las nuevas estructuras religiosas panhelénicas. En relación con la época arcaica, aunque todos sus aspectos formen una unidad, sin embargo, en el plano metodológico, conviene distinguir dos de ellos, el del proceso de expansión colonial y el del desarrollo de la ciudad estado como institución. La superposición de ambas realidades es, desde luego, clara, con lo que también, en algunos casos, las fuentes resultan bivalentes. Tucídides, en el libro VI, cuando se dispone a narrar la expedición ateniense a Sicilia en plena Guerra del Peloponeso, realiza una disgresión para contar la historia de la isla, que es, en definitiva, una parte importante de la historia de la colonizaciones hacia el Mediterráneo occidental. Su esquema sirve para encuadrar, de forma prácticamente definitiva, todos los desarrollos narrativos posteriores, e incluso para establecer historias (?) que se han utilizado, entre otras cosas, para datar los restos cerámicos posteriormente hallados. También Heródoto dedica buena parte de su parenthekai a narrar viajes y aventuras pasadas, relacionadas con la expansión colonial, entre ellos al suroeste de a península ibérica. (p. 86) Desde la época arcaica, se desarrolló, además, una importante literatura de viajes que, por una parte, continuaba la épica legendaria, en historias como la reflejada en la Odisea o en los viajes de Jasón y los argonautas hacia el mar Negro, y por otro lado tiende a afirmarse como literatura descriptiva, incitadora e informadora para los viajes arcaicos, que, aunque perdida, sirvió de fundamento a geógrafos posteriores, que describieron la tierra sobre la base de esos antiguos períodos. Estrabón, Pausanias, Plinio, entre otros, todos ellos de época imperial romana, son autores transmisores de datos que generalmente emplean las tradiciones pasadas para profundizar en los conocimientos sobre lo que veían los viajeros de sus propios tiempos. También algunos poetas líricos adaptan a sus intereses particulares las vicisitudes de los antiguos periplos, en un plano mitológico, revelador, sin embargo, de las perspectivas viajeras que se ofrecían a los griegos en el Mediterráneo. Las narraciones referidas a los trabajos de Hércules se prestaban como vehículo para ofrecer una descripción del mundo recorrido por el héroe que, a la vez que proporcionaba información, resultaba exótico como tema de recitación en los círculos aristocráticos. En lo que respecta a este mundo de las colonizaciones, la arqueología procura dos tipos fundamentales de información, la que ofrece la cerámica, que sirve para definir los recorridos, los asentamientos mismos, los contactos y los niveles que marcan los procesos de ocupación, y la que proporciona la excavación del asentamiento mismo, donde, junto al lugar exacto en que habitaban los colonos, el centro urbano, y la necrópolis que frecuentemente conserva mejor los materiales para proporcionar cierto tipo de datos, resulta de gran interés el estudio de los territorios circundantes, las formas de ocupación del suelo y de su explotación, dato revelador para poder penetrar en los sistemas económicos y en la estructura social. Las transformaciones de la polis, en todo el espacio geográfico habitado por los griegos, pueden ser objeto del mismo tipo de estudio, pues se van señalando los reflejos del proceso histórico en las formas de ocupación económica del suelo, así como en la configuración de los espacios públicos de la ciudad, donde se marca de manera simbólica la idea de la misma que resulta de su propia estructura. EL ágora de Atenas se convierte en un lugar privilegiado para el conocimiento de la polis en este aspecto. Por otra parte, las fuentes literarias se muestran cada vez más explícitas. Hay casos en que desde los tiempos subsiguientes los autores de las teorías políticas se sirven, como ejemplo, de los distintos modelos de formación y desarrollo de la polis para asentar sus propias conclusiones. La Política de Aristóteles, el gran filósofo, creador de los sistemas de pensamiento que más han perdurado a lo largo de la Historia, autor igualmente de textos sobre el saber completo de su época, constituye en este sentido, una fuente inagotable, aunque se hayan periodo las constituciones de ciudades elaboradas en el Liceo como base fundamental para estructurar la teoría. Este objetivo, el de sistematizas todo el saber, condiciona, por otra parte, la selección misma de los datos y la orientación que se les da. Heródoto se extiende por la historia de casi todas las ciudades que menciona en relación más o menos directa con las guerras púnicas. A él se debe la mayoría de las narraciones que conocemos referentes a los distintos ejemplos de tiranía. También Tucídides cuenta alguna historia interesante. El resto está recogido en anecdotarios, o por escritores misceláneos, autores de biografía de tiempos posteriores, que recopilan datos y circunstancias que habían expuesto otros autores, perdidos en la actualidad. DE manera directa, la poesía lírica se convierte en la fuente principal, como género que corresponde al ambiente aristocrático dominante, protagonista privilegiado de los cambios internos de la ciudad. De manera activa o pasiva, muchos aristócratas reflejan en su obra, cantada en círculos cerrados donde se transmitían las ideas del grupo, las que sustentaban su solidaridad de clase, los procesos de transformación social que tan directamente les afectaban. Solón, como legislador que trata de mediar para evitar la gravedad del conflicto, Alceo, como representante de la oposición al tirano de Mitilene, en la isla de Lesbos, Teognis, como aristócrata sensible a la recomposición de la clase dominante, en que su círculo pierde el protagonismo principal en la ciudad de Mégara, resultan auténticos espejos de la historia del arcaísmo griego en sus aspectos internos. También la literatura científica, relacionada con la escuela de Mileto en primer lugar, pero también con la formación de otras escuelas, como el pitagorismo, nacidas en otras ciudades y que se trasladaron al sur de Italia, a la Magna Grecia, o que nacieron allí como el eleatismo, fundado por Parménides de Elea, colonia griega situada al sur de Nápoles, se convierte en una importante fuente si se considera cuáles pueden ser las condiciones, en el proceso de tales formas de conocimiento y de planteamiento de ciertos problemas, dirigidos a la solución de cuestiones nacidas en la época, pero también impulsados por preocupaciones que, a su vez, facilitan el desarrollo de determinadas habilidades intelectuales.” (p. 88) El desarrollo de la cultura material, objeto de la arqueología, se ve ahora complicado por dos tipos de huellas que amplían el campo de esta ciencia en interferencia con otros tipos de conocimiento y de técnicas interpretativas. Escritura y moneda no sólo alteran las mentalidades al tiempo que reflejan los cambios de estructura, sino que permiten el conocimiento directo de la legislación y de las prácticas funerarias, pues éstos suelen ser los objetivos primeros de la escritura epigráfica, y el de la redistribución económica, el intercambio y la propaganda que se desprenden del estudio numismático. El hecho de que Atenas y Esparta se destaquen en su evolución histórica, bajo distintos aspectos y con diferentes direcciones, se nota consecuentemente en las fuentes y en la misma diversificación que adoptan las formas de manifestarse para la posteridad la una y la otra. Ya decía Tucídides que el visitante futuro no iba a comprender, a través de lo que veía, cuál era la realidad del poder de Esparta frente al de Atenas, pues no habría en la primera restos arqueológicos de importancia. Otro aspecto que también repercute en el conocimiento de la Esparta arcaica es el haberse convertido en modelo de las aspiraciones oligárquicas de los ateniense. La imagen de Esparta queda idealizada en Platón y Jenofonte, en Aristóteles y Plutarco. DE manera más directa y menos condicionada por este factor, Heródoto y Tucídides se refieren a Esparta como modelo de eunomia, de buen gobierno, aunque también reflejan las contradicciones. El poeta Tirteo, en cambio, da a conocer, desde dentro en época arcaica, las aspiraciones conquistadoras de los espartanos, la mentalidad creada a partir de ellas y la propia utilización de las guerras pasadas para incitar a las del momento y para fomentar la solidaridad. Atenas resulta una ciudad privilegiada gracias al interés de Heródoto y Tucídides por el pasado de la misma y al hecho de que, de las constituciones que sirvieron de base para la redacción de la Política de Aristóteles, sólo se haya conservado la de Atenas, aparte de que esta ciudad se menciona con mucha frecuencia en la Política misma. También Plutarco, moralista de época imperial romana, que escribió biografías modélicas, dedica una de sus Vidas a unos de los personajes protagonistas de las transformaciones arcaicas de Atenas, a Solón, y otra a Temístocles, representante cualificado del momento final del período en la ciudad. Las guerras médicas representan el punto crucial por el que se pasa a la épica clásica. El hilo conductor de la obra de Heródoto era precisamente la narración de la misma, aunque se encuentra con frecuencia interrumpida, por las mencionadas parenthekai. La época de la Pentecontecia fue objeto de una especie de prólogo en la obra de Tucídides, para explicar el crecimiento del imperio ateniense, fenómeno que desde su punto de vista llevó al tema de su atención, la guerra del Peloponeso, para la que el propio Tucídides resulta una fuente de primer orden, no sólo por los datos transmitidos, sino también por la peculiar visión de la realidad del momento que la guerra misma lo lleva a concebir. El historiador Diodoro, en su Biblioteca Histórica, redactada en los momentos finales de la república romana y en los iniciales de la constitución del imperio, recoge las narraciones de autores variados, entre los que algunos, como Éforo y Teopompo, dedican su atención a los acontecimientos de los siglos V y IV. La época es, por otra parte, muy rica en fuentes epigráficas especialmente gracias a las inscripciones referentes a los tributos impuestos por Atenas sobre las ciudades de la Liga de Delos al irse transformando en Imperio. Son las listas de tributo recogidas por Merrit, Wade-Gery y McGregor, conocidas por las siglas ATL. La numismática revela ahora también las relaciones políticas entre ciudades. Fenómeno especialmente característico del siglo V fue el teatro, centro de reunión de los ciudadanos para transformarse, a través de las formas literariamente renovadas de la tradición heroica, las preocupaciones de la comunidad. La tragedia eleva los problemas a niveles intelectuales que permiten a los miembros de la colectividad observarlos con lejanía para sentirse integrados entre sus conciudadanos. Lo mismo, a través de una visión invertida del mundo, ocurre con la comedia, que, además, se refiere constantemente a la actualidad. Así se conocen aspectos, de otro modo inasibles, de las personas y de las circunstancias de la Atenas del momento. Toda la literatura clásica se transmite en manuscritos acompañados de escolios o glosas interpretativas que permiten comprender ciertas alusiones que ya en la misma antigüedad empezaban a hacerse oscuras. Su conservación, especialmente en el caso de la comedia, permite aclarar muchas dudas y conocer las vicisitudes concretas de algunos personajes. (p. 91) En el siglo IV el teórico continuador de Tucídides es Jenofonte, valido como transmisor de datos y como reflejo de múltiples caras de la realidad del siglo, aunque carezca de la capacidad profundizadora de su antecesor. Al mismo tiempo, las ansias por refundar en el pasado la imagen de Atenas, derrotada en la guerra, crear un género lleno de afanes anticuarios y propagandísticos conocido como Atidografía, conservado sólo en fragmentos y en algunos autores, no historiadores, de la época, como Aristóteles en su “Constitución de Atenas”, o biógrafos posteriores como Plutarco. La abundancia de los discursos conservados entre los pronunciados por autores como Isócrates, Demóstenes, Lisias, y otros, permite conocer la vida pública y privada del siglo IV, desde una perspectiva parcial, pero, en definitiva, como reflejo directo e interno de la realidad, con todos los inconvenientes y las ventajas que aporta la utilización de un género como el de la oratoria. Los historiadores que escribieron sobre Alejandro de modo directo o en los momentos de las repercusiones inmediatas de su hazaña se han perdido. Sólo quedan los textos de segunda mano, de autores como Diodoro, Plutarco, Arriano, autor de una Anábasis de Alejandro Magno, en época del emperador Trajano que, en la guerra contra los partos, pretendía emular las hazañas del gran macedonio, y Quinto Curcio, escritor latino de época imperial no precisada, que además, usan, consciente o inconscientemente, la figura del macedonio en relación con los intereses particulares de los habitantes de la propia época. Las fuentes de este tipo, utilizadas críticamente, no sirven sólo para conocer la figura, mediada, de Alejandro, sino también su imagen a lo largo de los tiempos antiguos, como productos históricos ella misma, que a su vez ha modelado algunos aspectos del proceso. Para el helenismo se cuenta con Polibio y Diodoro, además de algunas de las biografías de Plutarco. Autores como Posidonio, Jerónimo de Cardia o Duris de Samos sólo se conservan en fragmentos. La gran cantera de fuentes para el conocimiento de la vida económica, social y política de la época helenística se halla, en general, en la epigrafía y, de modo específico para Egipto, en los textos transmitidos en papiros, conservados gracias a la sequedad del desierto. Esta especial circunstancia permite, por una vez en la historia antigua y, desde luego, de manera imperfecta, el acercamiento a la historia económica en su aspecto cuantitativo.” (p. 92)