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TERCERA CLASE

LAS NOCIONES DE “REVOLUCIÓN” E “INDEPENDENCIA” Y LA PRIMERA

REPÚBLICA EN LA NUEVA GRANADA

1. Las nociones:

REVOLUCIÓN: Según Gianfranco Pasquino: “La revolución es la tentativa acompañada


del uso de la violencia de derribar a las autoridades políticas existentes y de sustituirlas con
el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones jurídico-constitucional y en la esfera
socioeconómica”. “[…] La toma del poder por parte de los revolucionarios puede, además,
producirse por medio de un golpe de estado (tal puede ser considerada la toma del poder
formal de los bolcheviques el 25 de octubre de 1917), pero la revolución no se efectiviza
sino luego de los profundos cambios introducidos en los sistemas político, social y
económico”. “[…] Partiendo de la perspectiva de las intenciones de los insurrectos, se
tiene una revolución de masa o revolución en sentido estricto cuando los insurrectos
apuntan a trastornar de manera fundamental las esferas política, social y económica: en este
caso hay una elevada participación popular, la duración de la lucha es larga y la incidencia
de la violencia interna es muy considerable […] la definición de revolución como tentativa
de efectuar cambios políticos y socioeconómicos nos impide soslayar los fenómenos
revolucionarios no victoriosos. Pueden identificarse dos tipos de fracasos. El primero se
verifica cuando los revolucionarios no logran consolidar, y, después de un breve período de
gestión dualista del poder, junto con la clase dirigente del período prerrevolucionario, son
derrotados y eliminados (en este sentido, son probablemente r. fallidas la Comuna de París
de 1871 y la insurrección húngara de 1956). El otro tipo de fracaso ocurre cuando los
revolucionarios, que lograron conquistar el poder y lo administran por sí mismos, se
demuestran incapaces de proceder a una transformación radical del marco político
institucional y de las relaciones socioeconómicas, debido a su debilidad subjetiva o a causa
de condiciones objetivas desfavorables (es este el caso de la r. boliviana de 1952 y, en
menos medida, de la r. mexicana). […] La necesidad del empleo de la violencia como
elemento constitutivo de una r. puede ser teorizada en abstracto, pero no sin fundamentos
históricos, destacando cómo las clases dirigentes no ceden su poder espontáneamente y sin
oponer resistencia y cómo por lo tanto los revolucionarios están obligados a arrebatárselo
por la fuerza, y señalando además que los cambios introducidos por la r. no pueden se
aceptados pacíficamente, pues significan la pérdida de poder, estatus y riqueza para todas
las clases golpeadas. No hay duda, y está históricamente probado, que estas clases se
organizarán para defenderse y será inevitable en este punto que los revolucionarios recurran
a la violencia y al terror […] Parece por tanto correcto sostener que, en el momento en que
los revolucionarios se propongan cambios profundos en la estructura política y en la
estructura socioeconómica del sistema en el que operan, deberán recurrir a la más amplia
participación popular contra las autoridades políticas en el poder. Es indudable que las
autoridades harán entonces uso de los instrumentos de coerción a su disposición –ejército y
policía sobre todo– haciendo estallar así un conflicto civil de vastedad, intensidad y
duración proporcionales al número de individuos comprometidos y estrechamente
dependiente de la correlación de fuerzas que se establece entre los dos grupos
contendientes. […] Puesto que en la era contemporánea los instrumentos coercitivos a
disposición de las autoridades políticas son numerosos y cada vez más perfeccionados, los
revolucionarios deberán movilizar vastas secciones de población y recibir su sostén activo,
si quieren confiar en la victoria. En definitiva, no parece arriesgado sostener que en toda r.
victoriosa o derrotada, hay momentos más o menos prolongados de guerra civil.”1
REBELIÓN O REVUELTA: “La revolución se distingue de la rebelión o revuelta, pues
esta última está generalmente limitada a un área geográfica circunscrita, carece en general
de motivaciones ideológicas, no propugna una subversión total del orden constituido sino
un retorno a los principios originarios que regulaban las relaciones entre autoridades
políticas y ciudadanos, y apunta a una satisfacción inmediata de reivindicaciones políticas y
económicas. La rebelión puede por tanto ser aplacada tanto con la sustitución de algunas
personalidades políticas como por medio de concesiones económicas.” 2
GOLPE DE ESTADO: “La revolución se distingue del golpe de estado porque éste se
configura solamente como la tentativa de sustituir las autoridades políticas existentes en el
interior del marco institucional, sin cambiar en nada o casi nada mecanismos políticos o
socioeconómicos. Además, mientras que la rebelión o revuelta es esencialmente un
movimiento popular, el golpe de estado se caracteriza por ser efectuado por pocos hombres
que ya forman parte de la élite y es por lo tanto producido esencialmente en la cúspide […]
En el caso del golpe de estado reformista, los insurrectos se fijan previamente cambios más
o menos importantes en la estructura de la autoridad política y transformaciones
socioeconómicas limitadas, la participación popular será escasa, la duración de la lucha
breve y el nivel de violencia más bien bajo; finalmente en el golpe de estado palaciego, los
insurrectos apuntan únicamente a sustituir a los líderes políticos, la participación popular
será nula, la duración de la lucha muy breve y la violencia interna probablemente
limitadísima”. 3
INDEPENDENCIA: “Soberanía, facultad de una nación (etnia, patria, región, o como
quiera llamarse) para gobernarse a sí misma sin presiones de otra o de otras:
autodeterminación, autogobierno. No se presenta nunca en sentido absoluto. En nuestro
tiempo se considera legítimamente moderada o limitada por la interdependencia, sobre el
supuesto de que hay organismos supranacionales de toda índole, desde las Naciones Unidas
a las mancomunidades económicas, y situaciones especiales privadas, forzadas por pactos o
tratados que obliguen a las naciones a aceptar medidas generales que puedan hacer sufrir
momentáneamente sus intereses particulares en beneficio de un bien común superior, de la
misma manera que en la formación de las entidades nacionales las etnias o regiones que las

1
Gianfranco Pasquino, “Revolución”, en: Norberto Bobbio y otros, Diccionario de política, 14ª ed., México,
Siglo XXI, 2005, p. 1413
2
Gianfranco Pasquino, “Revolución”, en: Norberto Bobbio y otros, Diccionario de política, 14ª ed., México,
Siglo XXI, 2005, p. 1413
3
Gianfranco Pasquino, “Revolución”, en: Norberto Bobbio y otros, Diccionario de política, 14ª ed., México,
Siglo XXI, 2005, p. 1413
formaban quedaban subordinadas al todo. […] Desde el punto de vista histórico se habla en
general de independencias para señalar las concedidas o ganadas (por pactos o mediante
guerras, a veces durísimas) a los países colonizados de los tres continentes dominados en la
década de los años sesenta; por la división de fronteras, la dependencia de medios técnicos,
las sublevaciones económicas o incluso los retenes militares, las naciones dominantes
mantuvieron lazos de superioridad y pudieron situar al frente de esas naciones personas de
su dependencia […] podría decirse que la independencia es una etapa de lucha, conquista y
aparente predominio entre la colonización y la desorganización interior, con más o menos
fuerza según naciones y continentes. […] puede decirse que la independencia –de un grupo,
de una familia, de una persona, de una empresa– suele ser el cambio de dependencia.”4
Al respecto comenta Gianfranco Pasquino: “La revolución norteamericana nos permite
también individualizar algunas características de las que son definidas habitualmente como
guerras de liberación nacional. En efecto, la r. norteamericana es el primer ejemplo de
guerra de liberación anticolonial conducida por un pueblo para obtener su independencia,
guerra larga y sangrienta que sin embargo no produjo trastornos fundamentales en la esfera
socioeconómica, a pesar de que hayan sido muchos los ciudadanos norteamericanos que
permanecieron fieles súbditos del rey de Inglaterra y que por lo tanto debieron pagar esta
elección con la confiscación de sus bienes y con el abandono del país. Según nuestra
definición, a pesar del cambio político fundamental que culmina en la creación de la
federación norteamericana –pues las relaciones socioeconómicas permanecieron
sustancialmente invariadas y las élites políticas norteamericanas que emergieron
pertenecían ya al estrato superior de la sociedad colonial– la r. norteamericana es mejor
analizable sub specie guerra de liberación nacional.
No obstante, puede ser válido hablar de revolución política, en aquellos casos en que los
cambios sólo afecten este aspecto de la estructura, siguiendo a Hannah Arendt: “solamente
allí donde el cambio se verifica en la dirección de un nuevo inicio, donde se hace uso de la
violencia para constituir una nueva forma de gobierno totalmente nueva, para dar vida a la
formación de un nuevo ordenamiento político, donde la liberación de la opresión apunte al
menos a la instauración de la libertad, podemos hablar de revolución”.5

2. Discusión de lectura:

* Armando Martínez Garnica, “Del soberano a las naciones soberanas en el mundo


hispano”, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, (texto inédito facilitado por
el autor), 2010.

El problema del nacimiento del estado moderno no es otro que el del nacimiento y
afirmación del concepto de soberanía6, es decir, el de la erección de un poder supremo y
exclusivo regulado por el Derecho y al mismo tiempo creador de éste, independiente de
4
Eduardo Haro Tecglen, Diccionario político, Bogotá, Planeta, 1996, pp. 269-270
5
Arendt, 1963, citada en: Gianfranco Pasquino, “Revolución”, en: Norberto Bobbio y otros, Diccionario de
política, 14ª ed., México, Siglo XXI, 2005, p. 1415
otros poderes personales bajo cuya dependencia los hombres habían estado anteriormente.
En la circunstancia histórica de la crisis política introducida desde 1808 en los dominios
peninsulares y americanos de la monarquía de los Borbones españoles por las decisiones
del emperador de los franceses, los abogados fueron las personas mejor dotadas en la
jurisdicción del Virreinato de Santa Fe para formular el asunto de la “reasunción de las
soberanías provinciales” por “los pueblos”, y posteriormente el más grave asunto de la
cesión de dichas soberanías a corporaciones que afirmaban representar la soberanía de la
nueva nación de ciudadanos que se anunciaba.
Como el primer intento realizado en el primer congreso del Reino fracasó a comienzos de
1811 porque sus diputados no pudieron negociar un consenso que resolviera el problema de
“la representación nacional” en este cuerpo, y porque además no tenían facultades legales
para ceder la soberanías de sus comitentes, las provincias retuvieron en sí mismas las
soberanías reasumidas y recorrieron al menos tres caminos constitucionales divergentes que
terminaron por enfrentarlas en una guerra civil. Se trató de las opciones representadas por
el Estado de Cundinamarca, por los estados provinciales que adhirieron al Acta de
Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, y por la nación española que fue
erigida en las Cortes de Cádiz. Identifiquemos estas alternativas que dividieron a los
neogranadinos del tiempo de la Primera República (1810-1816) por el asunto de la mejor
soberanía posible.

La soberanía de Cundinamarca
La máxima autoridad del virreinato de Santa Fe era en el primer semestre de 1810 un
zaragozano, don Antonio Amar y Borbón, quien desde el 16 de septiembre de 1803 había
llegado a esta ciudad. Era en este sitio donde se concentraba la mayor parte de los altos
funcionarios del Estado de la monarquía de los Borbones en este reino (unos 125
funcionarios reales) más la guardia personal del virrey, un batallón de infantería Auxiliar y
el Resguardo unido de las rentas reales generales, todo este personal garantizaba el dominio
que ejercía imperio sobre los vasallos de Su Majestad real, obligándolos a obedecer sus
mandatos, que es lo que desde Maquiavelo define la palabra estado.
Existía entonces un Estado, pues el reino y las provincias neogranadinas eran
dominios personales de la dinastía familiar que desde 1701 había tenido “imperio” sobre
todos sus vasallos: la monarquía de los Borbones españoles.
Pero la crisis de esta familia en 1808, que condujo a la sucesión monárquica en
favor del príncipe de Asturias y la casi inmediata retención de toda la familia en Francia,
provocó una eclosión juntera en sus dominios peninsulares e indianos que resultó en un
hecho inesperado: la erección de la Junta de Gobierno “Suprema del Reino” en Santa Fe
durante la noche del 20 de julio de 1810. Aunque el virrey Amar y su secretario general la
encabezaron, seis días después un tumulto popular movilizado por los chisperos produjo
su apresamiento, la destitución de los oidores de la Audiencia y el desconocimiento de la
autoridad del Consejo de Regencia que gobernaba los reales dominios en ausencia del “rey
deseado”.
6
Alessandro Passerin D´Entrèves: La noción de Estado: Una introducción a la Teoría Política. Barcelona:
Ariel, 2001, p. 123.
La legitimidad del título de “suprema del Reino” que ostentó la junta erigida en
Santa Fe no fue reconocida por las otras juntas de gobierno que se formaron en otras
capitales de provincia, e incluso en las que no lo eran, tal como había ocurrido en la
península con respecto de la Junta de Sevilla. Los efectos de la disolución institucional del
Reino, un efecto no deseado por los santafereños, fue el principal debate político sostenido
por los abogados, clérigos y comerciantes durante el resto del año 1810 en las cabeceras de
las provincias que formaron juntas y reclamaron autonomía para resolver sus destinos.
Disuelto el fracasado primer congreso general del Reino que se instaló el 22 de
diciembre de 1810 en Santa Fe, se abrió el camino hacia la convocatoria del Colegio
Electoral y Constituyente del Estado de Cundinamarca. Las elecciones para la selección de
los diputados legítimos fueron realizadas en las cuatro parroquias de Santa Fe y en las
poblaciones de la antigua provincia de su nombre, y fue así como la primera Constitución
del Estado de Cundinamarca fue aprobada el 30 de marzo de 1811. Al determinar en el
artículo 15 de su título 12 que la soberanía residía esencialmente "en la universalidad
de los ciudadanos" consumó una revolución política. ¿Por qué? Porque la suma
potestad había pasado de un soberano de carne y hueso, Fernando VII, a un nuevo
soberano imaginario: la Nación, que es el nombre de esa “universalidad de los
ciudadanos”. Se trataba de la revolución hispana que estaba ocurriendo en los dos
hemisferios de la monarquía de los Borbones españoles. La independencia de los
reinos de Indias no era entonces más que una de tantas posibilidades de existencia
política que se abrieron.

La soberanía del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada


Tres de los abogados que habían actuado como diputados de las provincias de Pamplona,
Neiva y Tunja en el fallido congreso general del Reino, (Camilo Torres, José Manuel
Campos Cote y José Joaquín Camacho) aprobaron el 27 de noviembre de 1811 un Acta de
"asociación federativa" que erigió la confederación titulada Provincias Unidas de la Nueva
Granada. Dos abogados más, José Manuel Restrepo y Enrique José Rodríguez,
representantes de las provincias de Antioquia y Cartagena, se unieron a esta empresa
política. Redactada por Torres, el Acta de Federación fue el instrumento de asociación de
las provincias que no reconocieron la “pretensión soberana” de los santafereños y que se
reputaron mutuamente como "iguales, independientes y soberanas", hasta que llegase el
momento constituir una única nación dotada de un gobierno general y regida por una
constitución nacional.
Advirtieron que solamente admitirían a esta confederación las provincias que el 20 de julio
de 1810 "eran reputadas y consideradas por tales, y que, en continuación y en uso de este
derecho, reasumieron, desde aquella época, su gobierno y administración interior".
Pero en adelante quedarían obligadas a respetar los siguientes acuerdos políticos: conservar
la religión católica, desconocer la autoridad del Consejo de Regencia y de las Cortes de
Cádiz, respetar la integridad de los territorios provinciales, su administración interior y una
forma de gobierno republicana; darse gobiernos provinciales "populares y representativos”
mediante la división del poder público, cederle al Congreso de la Unión todas las
"facultades nacionales y las grandes relaciones y poderes de un estado, que no podrían
desempeñarse sin una representación general"; y auxiliarse mutuamente contra todo ataque
interior o exterior, contribuyendo a la formación de un ejército del Congreso.
Identificándose este Congreso de provincias unidas como "el gran representante de
la nación", prometió convocar una gran convención constituyente, preparada por los "sabios
de la Unión", para aprobar la Constitución del nuevo estado nacional que tendría “un
gobierno liberal". Este proyecto federativo hizo partir el proceso de construcción del
estado nacional desde la autonomía y soberanía de las provincias proclamada en 1810,
con lo cual el nuevo estado nacional sería el resultado de una renuncia voluntaria de
poderes de las provincias en favor de un gobierno general.
El Congreso se reservó el manejo de las relaciones exteriores, incluidas las que habría que
restablecer con el Vaticano para la resolución del asunto del Patronato sobre la Iglesia, la
resolución de las disputas entre provincias y de los ciudadanos de distintas provincias entre
sí, las declaraciones de guerra y la determinación de los contingentes de tropas que se
requerían para la defensa común.
Las leyes que regirían en los tribunales de la Unión serían las mismas del Estado anterior,
en cuanto no fuesen incompatibles con la nueva situación política de las provincias de la
Nueva Granada.
Para poner en acto los pactos del Acta de federación, el Congreso de las Provincias
Unidas trasladó su sede a Ibagué, tratando de ponerse a salvo de las presiones de los
santafereños. En su interpretación política, “Santa Fe no ha tenido ni tiene derecho alguno a
provincias tan libres e independientes como ella, reconocidas siempre por tales en el
antiguo gobierno...que reasumieron de hecho y de derecho su soberanía desde el 20 de
julio”. “La suprema ley de las provincias consistía “en no ser esclavas de nadie y en
procurar cada una en su seno la administración de sus propios negocios, sin ser feudatarias
dependientes y esclavas de otras que quieren darles lo que les acomoda para vivir a sus
expensas”.
El Estado de Cundinamarca, mediante negociación o fuerza armada, se había
incorporado las provincias de Mariquita, Los Llanos y El Socorro, apoyando también a las
ciudades unidas del Valle del Cauca en su esfuerzo por expulsar al gobernador de Popayán.
El celo del Congreso estaba entonces bien fundado. La disputa de estas dos nuevas
entidades políticas terminó en una guerra civil que se resolvió finalmente a favor del
Congreso.

La nación española soberana


En las Cortes de Cádiz, donde habían participado desde 1810 tres diputados suplentes del
Nuevo Reino de Granada, también se produjo una revolución en el poder soberano: en
adelante existiría la Nación española dotada de “potestad soberana” y definida como “la
reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. La Constitución que allí fue
aprobada entendió que la Nueva Granada, una parte de la América meridional, era una parte
del territorio de la nueva nación española. Los constituyentes gaditanos insistieron, como lo
hizo José Caro Sureda en su Catecismo político de 1812, que esta nación no tenía dueño
porque siendo libre e independiente “no es ni puede ser el patrimonio de ninguna familia, ni
persona”. El rey había dejado de ser soberano y había pasado a ser un ciudadano
como cualquier otro, “que recibe su autoridad de la nación”.
Pero lo que poco se cuenta en el Nuevo Reino es la gran cantidad de provincias
y poblaciones que juraron obediencia a la Constitución de Cádiz y se dispusieron a
erigir sus ayuntamientos constitucionales: Panamá, Veraguas, Santa Marta, Riohacha,
Valledupar, Pasto, Chiriguaná, Barbacoas y todos los pueblos indígenas del Darién del Sur.

La guerra civil
La crisis del Estado monárquico en 1808-1813, fue en esencia la experiencia de la
revolución hispana en la soberanía: la transición de la soberanía de una familia monárquica,
encarnada en una persona, al supremo poder de un cuerpo ciudadano definido como nación,
al cual se le hizo corresponder un gobierno representativo.
Buena parte de los reinos y provincias americanas adoptaron la opción de integrar la nación
española libre e independiente, pero los reinos que no acataron la autoridad del Consejo de
Regencia experimentaron procesos de creación de nuevos estados provinciales o nacionales
que, al definir cuerpos ciudadanos soberanos, tenían que pasar a declarar públicamente su
independencia respecto de la potestad de la monarquía.
El Congreso de Venezuela lo hizo antes de aprobar su Constitución, al igual que la Junta de
Cartagena de Indias antes de convocar a un colegio constituyente, pero Cundinamarca,
Antioquia, Tunja y los demás estados provinciales de la Confederación Granadina
esperarían hasta 1813 para expedir sus declaraciones públicas.
Las adhesiones a estos cuerpos ciudadanos soberanos y distintos, en ausencia del
rey “deseado” por todos, tenía que llevar a la guerra civil. Primero entre regentistas y no
regentistas, incluso entre éstos últimos por las pretensiones hegemónicas de las antiguas
capitales del Reino y de las provincias, y después entre gaditanos e independientes de la
nación española.
La caída de la Primera República venezolana y el consiguiente exilio de sus militares a
Cartagena de Indias, el inesperado asesinato de los implicados en la causa por la primera
junta quiteña y la violenta emergencia de las castas en varias provincias fueron llevando el
proceso a una “guerra a muerte”, antesala de los excesos de las autoridades realengas
restauradas por la intervención del ejército expedicionario que fue enviado en 1815 por
Fernando VII.
El resultado final fue decidido por la guerra y por la decisión del Libertador, una vez
producido el sorprendente resultado de Boyacá, de considerar que se había “restablecido
finalmente el gobierno liberal de la república”.
La convención constituyente de la villa del Rosario de Cúcuta vino entonces a consolidar la
nueva soberanía de la nación colombiana, una invención política de Bolívar, Gual y Zea
que hizo carrera apenas por una década.
Dos expresiones constitucionales –“la soberanía reside esencialmente en la nación” y “la
nación no será nunca patrimonio de una familia”– fueron consignadas desde entonces en
casi todas las cartas constitucionales aprobadas durante el siglo XIX en la Nueva Granada,
Venezuela y Ecuador. Aunque parezcan parte del legado gaditano, no hay que olvidar que
la Constitución de Cádiz fue obra tanto de los diputados peninsulares como de los
americanos, y que el legado constitucional de la Primera República en la Nueva Granada
fue sorprendentemente rico y extenso.

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