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Universidad de Buenos Aires - Facultad de Ciencias Económicas

Maestría en Historia Económica

METODOLOGÍA HISTÓRICA. MÓDULO II. Curso 2020.

Profesora responsable: Teresita Gómez

Alumno: Silvio Martín Graffigna


Consigna Elegida

Reseña bibliográfica de cuatro textos considerados en las clases.

Introducción

Nos proponemos aquí realizar una reseña de cuatro de los textos considerados en el
curso de Metodología Histórica – Módulo II, desarrollado durante el 1er cuatrimestre de
2020. Como hilo conductor utilizaremos textos que hablan acerca de temas como: a que
se dedica la ciencia histórica, el historiador y también sobre las corrientes o escuelas
denominadas Historia Serial, Cuantitativa y Nueva Escuela Histórica.

Reseña sobre el capítulo 1 “La evolución reciente de la ciencia histórica” –


Apartado C “La historia cuantificada y sus corrientes”, perteneciente al libro “Los
métodos de la historia” de Ciro F. S. Cardoso y Héctor Perez Brignoli.

El apartado se presenta dividido en cuatro partes. En la primera de ellas, “Una mutación


fundamental: la cuantificación sistemática”, se introduce que la incorporación de cifras
en textos de tipo histórico data de gran antigüedad. Pero a partir de la década de 1930,
los historiadores influenciados por los trabajos de ciertos economistas empezaron a
introducir la cuantificación sistemática, produciendo un cambio o mutación de carácter
fundamental. Al respecto, se señala que dicho cambio implicó para el historiador la
insoslayable tarea de hacer explícita sus hipótesis de trabajo.

En lo que respecta a la metodología, cobra importancia la serie de datos en el desarrollo


del tiempo y no cada dato en forma individual, es decir que la antigua búsqueda de la
veracidad de los hechos es reemplazada por la coherencia interna de la serie y de la
correspondencia de la misma con la hipótesis planteada por el historiador. En definitiva,
hablamos aquí de la introducción de la técnica económica basada en las matemáticas y
en una de sus ramas, la estadística, al campo de la historia.

Se agrega en esta sección que la historia cuantificada se abrió en dos posturas, una de la
“escuela francesa de los Annales”, rechazando la separación entre historia económica e
historia global, vinculada al contacto con la documentación o archivos, respetando la

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especificidad de las distintas sociedades y épocas, y planteando la necesidad de
construir teorías que den cuenta de dicha especificidad, con historiadores con cierta falta
de manejo de conceptos de la técnica económica. Por otro lado, la historia económica,
que sostiene una especie de aplicación retrospectiva de la teoría económica sin más,
realizada por investigadores del campo de la economía y no de la historia, y con dos
vertientes, la que nace en los EE.UU. en los comienzos de la década de 1940, luego
denominada como historia cuantitativa en Francia y la que se dio en llamar New
Economic History (EE.UU., 1957). Para resumir, tenemos tres escuelas: la historia
serial (escuela de los Annales) desarrollada por historiadores economistas y la historia
económica desarrolladas por economistas historiadores, en su primera versión
denominada historia cuantitativa y en su segunda aparición llamada New Economic
History.

En la segunda sección, los autores hablan de la historia serial. Comienzan por señalar
que esta escuela ha sido desarrollada por historiadores formados como tales o que se
transformaron a dicha profesión, como por ejemplo E. Labrousse, siempre atentos a
evitar los anacronismos que suponen la aplicación de series de datos que no contemplen
la diferenciación de cada sociedad y época. Es decir, consideran que las leyes pueden
encontrarse al interior de los sistemas y no desde la teoría económica actual, como si
supone la escuela de Chicago, quién sostiene una idea de universalidad de las leyes de
dicha economía actual. Asimismo, sostienen que el proceso de construcción teórica se
realiza en forma lenta y a través de múltiples estudios como son por ejemplo los
estudios regionales, monografías y análisis de empresas.

Se plantea aquí, la idea de que los elementos evolucionan de manera disímil y por lo
tanto no simultánea., por ejemplo entre la evolución económica y las estructuras
sociales se puede dar un desfasaje.

Prosiguen los autores señalando que la historia serial analiza los fenómenos económicos
a través de indicadores, pero en forma diacrónica en el marco de cierto período. Utilizan
de forma medida los instrumentos de la economía basados en la estadística. De nuevo
surge aquí la idea de preservar los períodos y tener un espíritu crítico frente a la
documentación.

Por último, se menciona los grupos de fuentes utilizadas por la escuela serial:

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1. Fuentes estructuralmente numéricas, reunidas como tales, y utilizadas para
contestar directamente las preguntas ligadas al campo original del historiador
Ej: registros parroquiales para la historia demográfica.
2. Fuentes estructuralmente numéricas, utilizadas en forma sustitutivas para
contestar preguntas del campo no original del historiador. Ej: precios
indicadores del crecimiento económico.
3. Fuentes no estructuralmente no numéricas, pero que el historiador intenta aplicar
de manera cuantitativa, a través de procedimientos que establecen una relación
unívoca con la cuestión planteada y construyendo series. Ej: fuentes notariales o
relativas a la justicia.

En la tercera sección, el texto habla de la historia cuantitativa. Fija su inicio a partir de


1950 en los EE.UU. con los trabajos de Kuznets, continuando luego en Francia.

Se señala que la historia cuantitativa de Jean Marczewski se centra en la aplicación


retroactiva de la contabilidad nacional, persiguiendo el propósito de problematizar
acerca del crecimiento económico. Esto lo hace a partir analizar año por año los flujos y
stocks para resumir la actividad económica total. Se marca aquí el problema de la falta
de datos cuantitativos de ciertos períodos pasados para poder aplicar modelos de
contabilidad nacional actuales. Entonces, por ejemplo, para Marczewski hacen falta
veintidós ecuaciones para determinar el ingreso nacional de un país en cualquier
momento y se desarrollan cinco igualdades básicas de contabilidad nacional a partir de
esas ecuaciones:

1. la demanda de bienes y servicios


2. la producción interna
3. el ingreso total de las familias
4. el ingreso total de las administraciones
5. el ahorro nacional bruto

Se habla de una historia económica hecha por economistas, en donde las cifras importan
y los actores (los hombres, empresas) desaparecen.

Finalmente, y en la sección cuarta del apartado, se mencionan los rasgos fundamentales


de la New Economic History.

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En primer lugar, se sitúa su origen en el año 1957 y se afirma la coherencia y unidad de
la escuela, manteniendo reuniones periódicas (Purdue meetings). Asimismo, se trata
como en el caso de la escuela cuantitativa de una historia hecha por economistas y
aplica metodología retrospectiva.

Posteriormente se enuncian tres rasgos característicos de la escuela, a saber:

1. Utiliza el método hipotético-deductivo, buscando una integración global de la


historia a la teoría económica actual, con la convicción de superar la mera
descripción de los fenómenos económicos.
2. Se utilizan hipótesis alternativas que implican una simulación de la historia. Se
plantean entonces, caminos alternativos en la evolución de ciertas variables, con
el objetivo de observar si realmente ciertas cuestiones fueron o no esenciales en
el desarrollo de los hechos. Por ejemplo, autores como Fishlow y Fogel,
desarrollaron estudios econométricos a partir de la hipótesis de la no
construcción de ferrocarriles.
3. Finalmente, la escuela en cuestión rechaza las explicaciones de tipo global,
argumentando la tendencia ecléctica de las mismas, pero se señala también que
sus teóricos no han propuesto explicaciones alternativas que puedan reemplazar
a las criticadas.

Reseña sobre el capítulo I – apartado “Para una mejor comprensión entre


economistas e historiadores: ¿historia cuantitativa o econometría retrospectiva?,
perteneciente al libro “Economía, Derecho, Historia” de Pierre Vilar.

El capítulo comienza mencionando que en un primer momento el anuncio de la escuela


de historia cuantitativa implicó un entusiasmo o al menos un interés forzado por parte
de los historiadores, para ver de qué se trataba esto de hacer estudios econométricos de
la historia. Pero a la vez implicó ciertas reservas, ya que desconocer las advertencias de
las historia clásica sobre la utilización de variables en forma anacrónica, es por lo
menos imprudente.

Luego, se señala las palabras de P. Chaunu, acerca de debates ya zanjados que imponen
lo absurdo de ser historiadores imitadores de economistas o bien, economistas

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improvisados de historiadores. Se marca aquí la necesidad de teoría e historia como
condiciones complementarias para comprender los hechos del pasado.

Posteriormente, Vilar marca una cuestión de tiempos, es decir la ciencia histórica se


toma sus tiempos para estudiar los hechos y quizá esto entra en conflicto con las
ciencias económicas, matemáticas o naturales que van aceleradamente haciendo
conocimiento. Dice entonces, que la historia es diacronía y totalidad, en vez de
sincronía y análisis, y que ve bastante juvenil estas ideas de cuantificaciones que
intentan imponerse desde afuera.

Se avanza entonces en una mirada crítica de la postura de J. Marczewski, marcando que


sólo piensa en los historiadores de la economía al señalar sus cuestionamientos de los
instrumentos, y entonces ofrece como disparador la pregunta acerca de que quizá dicho
autor confunde los fines, definiciones y posibilidades de la historia económica.
Seguidamente, Vilar asevera que el tema en cuestión es epistemológico, es decir se trata
de saber que buscan los historiadores. Esta pregunta se busca responder con los
postulados de Chaunu, señalando a la historia en una primera de ellas como auxiliar de
la ciencia económica y en una segunda como auxiliar de la ciencia del hombre. Es aquí
que Vilar reemplaza la palabra auxiliar por fundamental, dado su carácter de método de
análisis de la materia social y humana desde el origen.

Por otro lado, el autor añade que la ciencia histórica está de camino entre la biología y el
cálculo, definida por un método de pensamiento y no simplemente por una técnica de
investigación. Señala Vilar, que la historia debe evitar la tentación de caer en modelos
prestados de otras ciencias (biología o física), buscando estructuras sincrónicas. Pero,
acto seguido rescata de la historia cuantitativa la aplicación de la contabilidad nacional,
como un modelo que debería ser captado por la historia.

En otro sentido, y seguidamente se pone en relieve la confusión que hace la historia


cuantitativa al plantear que un acontecimiento localizado puede ser objeto de
explicación y de estudio a la vez. Entonces, se habla de un postulado positivista, que
mezcla objeto con técnica. Acto seguido, el autor analiza una frase de Marczewski, en
donde se sostiene a la historia aplicada como la búsqueda de estructuras y apreciar
resultados.

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Sobre esto último, Vilar toma la primera parte como un buen desafío y sobre los
resultados, dice que la historia cuantitativa prefiere observar los niveles alcanzados,
pero agrega que un historiador debe criticar, debe desconfiar.

Se marca posteriormente y partir de otra frase de Marczewski, una idea principal acerca
de si la historia debe ser un estudio total o parcial (circunscripto a un período o
universo). Se pregunta Vilar que pasaría si pensáramos que todos los hechos tienen algo
de económico, si los hechos económicos no están formados por otros hechos que no lo
son. Pero también reconoce el autor que es necesario realizar la operación de delimitar
un campo de estudio, para que este no sea un caos. Pero no admite la fragmentación
planteada en términos de espacio histórico “compuesto por magnitudes aditivas y ligado
a los de más por igualdades contables”. El universo del historiador es estructura y éste
espera hacerlo “pensable”.

Luego, el autor analiza una serie de supuestos de la historia cuantitativa acerca del
relacionamiento entre la historia y la economía. Entre ellos, se encuentra la idea de una
intersección entre el campo específico de la historia y el general de la economía. Plantea
Vilar, que la economía debe servir de ayuda a la historia para cubrir la insuficiencia del
análisis económico de la segunda. Seguidamente, se enuncia la idea de una econometría
retrospectiva al servicio del análisis económico y de la que la historia es auxiliar, en
cuanto a la crítica de las fuentes. Es necesario, según palabras del autor, una historia
económica que se sirva de la ciencia económica y que este al servicio de la historia.

Ahora bien, Vilar continúa intentando puntualizar los aportes de la escuela cuantitativa,
según su modelo de contabilidad nacional Este pretende aportar series objetivas, pero
para ello sus resultados no deben ser opiniones y deben garantizar homogeneidad, sin
haber sido modificadas en cuanto a la definición ni a la medida del hecho observable.
Pero esta objetividad debe superar el terreno económico, reconociendo que
acontecimientos se transforman en signos de un fenómeno histórico.

Acto seguido, el autor introduce la dificultad de los datos en función de la antigüedad de


los períodos analizados, es decir cuanto más nos remontamos al pasado resulta más
complicado conseguir datos y aumenta la porción de deducción, por lo tanto, aumenta la
probabilidad en que la realidad se salga del modelo. Un ejemplo claro de esto lo brinda
Vilar cuando se pregunta si es lo mismo la formación de capital en 1700 que en 1900.
En definitiva, desconocer la narración histórica o no preocuparse por ella genera esta

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clase de peligros, es decir que para el autor la historia cuantitativa no aporta la
objetividad que cree.

Posteriormente, el autor señala la imprudencia de comprar cifras de épocas distintas,


señalando lo difícil que es mensurar la producción de 1700 en la actualidad. Asimismo,
Vilar cita la evolución histórica de la economía francesa en cuanto a su relación con
crisis y guerras implicadas, señalando que no hace falta realizar grandes cálculos para
realizar dicha apreciación.

Yendo hacia lo concreto, el autor enuncia que puede tomar el historiador de la escuela
cuantitativa de la historia. En primer lugar, las definiciones (por ejemplo: renta nacional
y su estructura, renta disponible y su cálculo). El historiador busca a través de estas
magnitudes la clasificación de los documentos, un lenguaje preciso que debe ser
interrogado permanentemente. Con eso basta para que la contabilidad nacional sea un
modelo utilizable por la historia. Pero a su vez el historiador le puede aportar al
economista o a la teoría económica, los límites de la retrospección y las conclusiones
sólidas ya existentes. Es fundamental entender para los economistas las limitaciones de
la época pre-estadística con respecto a la época estadística y la importancia de los ciclos
cortos.

Luego Vilar enuncia una serie de incongruencias reconocidas por la escuela cuantitativa
que se desprenden de esto último, surgidas por el afán de aplicar a períodos antiguos la
metodología de la contabilidad nacional, sumado a cierto desprecio por el trabajo ya
realizado por historiadores de la economía.

En definitiva, el autor finaliza el capítulo mencionando que es importante para un


disciplina o escuela conocer sus limitaciones y respetar la originalidad de sus vecinas.
En definitiva, el historiador debe captar la interdependencia del conjunto histórico
entero, donde el hombre se desenvuelve, es decir algo mucho más grande que la
contabilidad nacional.

Reseña sobre el capítulo 1 “Historia e Historiografía: Los Fundamentos,


perteneciente al libro “La Investigación Histórica: Teoría y Método” de Julio
Aróstegui

El autor comienza reflexionando acerca de una frase de Henri Berr con respecto a que la
crisis de la historia se debe a que una gran cantidad de historiadores nunca se

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preguntaron sobre la naturaleza de la ciencia. Al respecto, sostiene Aróstegui que dicha
frase, habiendo transcurrido noventa años, cobra un sentido actual dado que todavía
muchos siguen sin reflexionar sobre este punto crucial. La falta de definición sobre la
profesión de hacer historia que proviene de los propios círculos de historiadores y la
falta de renovación del lenguaje hace complicada esta tarea, como si el historiador sólo
se encargara de narrar hechos como efectivamente sucedieron.

Entonces, el autor va más allá y plantea que el historiador debe teorizar, acción
fundamental para avanzar en el conocimiento, en definitiva, debe escribir la historia a
través de reflexión y no limitarse a ser un narrador de los supuestos hechos
efectivamente acontecidos.

Acto seguido, comienza el apartado denominado “La historia, la historiografía el


historiador”, en donde se comienza a develar que implica este teorizar antes
mencionado.

En primer lugar, el autor va a hablar del término y del concepto de historiografía. La


precisión del vocabulario en la investigación de la Historia implica un tema relevante,
ya que se señala que muchas veces la ciencia es un lenguaje. Este problema
terminológico, comienza con la definición del nombre de la disciplina. También debe
definirse su objeto, campo y su ámbito, así como su método. Dice el autor que los
nombres de las ciencias se crean y que muchas veces estos se toman como una parte
descriptiva de la materia que estudian seguido de un sufijo tomado del griego (v.g.
Psicología, Sociología). En otros casos, la denominación de la ciencia viene dada por
una antigua denominación griega, con nombres particulares (v.g. Física). Hay un tercer
fenómeno, que es que la denominación de la ciencia haya generado un adjetivo para
designar lo que estudia (v.g. psicológico).

Seguidamente, Aróstegui avanza sobre el término Historia. Comienza por reconocer dos
sentidos de utilización de la palabra, uno como realidad en la que el hombre está inserto
y otro como conocimiento y registro de las situaciones en las que el hombre se inserta.
La historia como res gestae (cosas sucedidas) y como rerum gestarum (relación de las
cosas sucedidas). Relacionado con esto, el autor cita la concepción de Hegel sobre el
sentido objetivo y subjetivo de la palabra Historia o la visión de Hayden White acerca
de la aplicación a una triple temporalidad, a los hechos del pasado, presente y futuro.

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Entonces, el autor afirma que la idea que la ciencia debe tener un nombre propio distinto
de su campo de estudio, obedece a una concepción positivista de las ciencias, en donde
primero ocurre un hecho que justifique luego la creación de una ciencia.

Por otro lado, el autor cita ejemplos en donde el nombre de la disciplina coincide con el
campo de estudio (v.g: Economía). Igualmente, sostiene que no hace falta mantener la
polisemia en el caso de la Historia, introduciendo el término Historiografía.

Más adelante, Aróstegui toma tres significados que le da Jerzy Topolsky a la Historia,
ellos son: los hechos pasados, las operaciones de investigación realizados por el
investigador y el resultado de dichas operaciones de investigación. Dice Topolsky que
el conocimiento de los hechos del pasado debe llamarse Historiografía.

Pero ¿por qué historiografía y no historiología?, es la siguiente cuestión que plantea


Aróstegui. Se plantea entonces, que la historiología daría cuenta de que la investigación
histórica es una ciencia. Asimismo, se repasa el uso del término por parte de Ortega y
Gasset y que él término también fue utilizado por filósofos pero sólo como
investigación, por lo que el autor arriba a la conclusión de descartarlo, por los
conflictos que aporta.

Seguidamente el autor toma a Jean Walh, según quién debería permitirse la ambigüedad
de los términos, es decir que historia designe a los hechos y a los eventos de los que
hablan los historiadores e historiografía cuando sean escritos. Así se señala la diferencia
que implican los hechos y escribir sobre los hechos. También se señala el uso incorrecto
de la palabra historiografía por parte de algunos historiadores franceses, tanto como
reflexión de la historia como sinónimo de historia de la historiografía o historia de la
historia.

El punto quizá más interesante que marca Aróstegui, es que no se trata de una discusión
terminológica trivial, por supuesto no crucial, pero que sí define errores en las corrientes
o escuelas, es decir esto de confundir la historiografía con la reflexión teórico-
metodológica o con historias de modos de investigar, trae consecuencias.

El autor, se inclina más bien por la definición de historiografía como aquello que
implica la escritura de los temas históricos y por ende de la investigación de la historia.

Posteriormente, Aróstegui empieza a reflexionar acerca del lenguaje de la historiografía.


Se indica en primer lugar, la falta de una construcción de dicho lenguaje, ubicando

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algunos términos como larga duración o coyuntura y algunos para calificar momentos
determinados como Renacimiento, Capitalismo, etc. Asimismo, se plantea de la falta de
unanimidad acerca de la necesidad de un lenguaje especializado para la historiografía.
También, el autor realiza dos preguntas, una acerca del lenguaje que emplea la
historiografía y si es importante tener un lenguaje propio para la investigación de la
historia. Sobre el primer interrogante la respuesta se encuentra en que los historiadores
han empleado un lenguaje común, que en ciertas situaciones han enriquecido con el
lenguaje literario. Es decir que se emplea un lenguaje, pero que no específico, no
constituyendo esto último un problema. Respecto a la segunda pregunta, en parte
contestada, el autor dice que el problema radica más bien en las teorizaciones y
metodologías, que es lo que hará cambiar el lenguaje en definitiva. Igualmente, deja el
tema como una cuestión abierta.

Continuando en su desarrollo, Aróstegui se toma el tema de las insuficiencias teórico-


metodológicas de la historiografía. En primer término, sostiene el autor, este es un punto
crucial. Asimismo, dice que hay una carencia de una fundamentación de la
historiografía. Acto seguido, comienza a enunciar cuestiones de la historia, y por
ejemplo cita el mito de historiar de Heródoto de Halicarnaso, en el siglo v A.C. ,
aportando que tal vez la misma antigüedad de los escritos sobre historia son generadores
de la carencia mencionada. También, la actividad de historiar no ha abandonado nunca
el aire de cronística que la envolvió desde un principio, ni siquiera luego de la
profesionalización ocurrida en el siglo XIX.

Otro problema que plantea el autor, a partir de las palabras de Raphael Samuel, es la
falta de explicitación de sus objetivos o inclusive la falta de teorización y reflexión
sobre el método científico, sin perjuicio de los avances de la historiografía de la segunda
mitad del siglo XX.

Por otro lado, se plantea que la falta de fundamentación no es sólo responsabilidad de


los historiadores, también es fruto del desarrollo de la historia de la historiografía, ya
que por ejemplo esta disciplina tardó más que otras en convertirse en una ciencia
positiva y sus resultados no fueron del todo claro.

En resumen, el autor sostiene tres motivos para explicar el retraso teórico-metodológico


de la historiografía. Ellos son: la naturaleza de su objeto, la función social e ideológica
desempeñada desde la antigüedad y la actitud de los historiadores.

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Prosigue el autor, marcando que la historia es un fenómeno complejo e inmaterial de
carácter puramente cultural y que desde un principio fue utilizada al servicio del poder y
concebida como una expresión de identidad y subordinación.

Es entonces aquí, en donde Aróstegui enumera los dos supuestos básicos de los que se
debe partir para realizar una introducción teórico-metodológica:

1- El esfuerzo del historiador debe dirigirse hacia el análisis de los histórico,


vinculando esto con el de que conocimiento es posible de la historia, en
definitiva sería repensar la idea de la historia.
2- La importancia del método, es decir la buena práctica de la historiografía
implica la reflexión sobre este aspecto.

Por último, Aróstegui se propone hablar de la formación científica del historiador. Al


respecto, el autor habla de que a pesar de la profesionalización de la historiografía
ocurrida desde mediados de siglo XIX la formación científica del historiador ha sufrido
pocos cambios. Dice entonces, que quizá esto último justifica la visión sobre el
historiador como un ser poco preparado para la investigación científica.

Ahora bien, sólo para concluir esta reseña queremos introducir un breve análisis del
concepto de evento o acontecimiento para la historia que realiza el autor. El
acontecimiento en palabras de Aróstegui, es el productor de la historia, aclarando algo
muy importante, que la historiografía no es la historia de los acontecimientos, debe
haber un significado del acontecimiento.

El acontecimiento, sostiene el autor, es cualquier cambio de estado, pero no cualquier


movimiento, distinguiendo aquí los recurrentes o rutinarios de aquellos otros que si
implican algo nuevo. Siguiendo a Nisbet, Aróstegui, afirma que el acontecimiento
histórico implica una interrupción de lo normal. Asimismo, se indica que el
acontecimiento sólo tiene sentido en cuanto a su relación con la estructura, es decir con
la realidad sobre la que actúa.

Posteriormente, se incorpora la idea de sucesos como aquel elemento indivisible de la


social, es decir la sociedad está marcada por los sucesos, que son aquellos que
construyen las estructuras.

Por último, cabe mencionar la naturaleza doble del movimiento social que explica el
autor. Por un lado, la producción social, relación del hombre con la naturaleza y con los

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otros hombres, es decir el movimiento constante y “normal” de las sociedades. Por otro
lado, como productor de acontecimientos, es decir modificaciones la estructura de la
realidad social y por ende extraordinaria.

Reseña sobre el artículo “Historia cuantitativa, serial y cliométrica: una


apreciación general y su impacto en la historiografía mexicanista reciente” de
Antonio Ibarra

El texto comienza con una introducción, en donde el autor menciona que la historia ha
cambiado de ser sólo narración a ser reconstrucción total del pasado, alimentándose de
las ciencias sociales de la modernidad y tomando instrumentos de ellas. Entonces, ha
tomado por ejemplo las matemáticas para aplicarlas al análisis de dicho pasado.
Algunas ciencias sociales como la economía han desarrollado desde fines siglo XIX un
lenguaje cercano al modelo dominante de las matemáticas. Modelo impuesto en función
de la posibilidad de representación de variables relacionadas y la formalización de
modelos.

Acto seguido, el autor plantea la necesidad de debatir acerca de los aportes concretos de
la cuantificación a la ciencia histórica, debate dice, que ha sido silenciado por cierta
imposición de la postura dominante en la aplicación de dicha cuantificación.

Ibarra se propone ahora avanzar acerca de las implicancias epistemológicas de la


interacción entre matemáticas e historia. Al respecto, comienza ubicando a la historia
como conocimiento científico, sosteniendo que ella conlleva un presente histórico que
construye el pasado en forma permanente. Pero también afirma que es menester
incorporar los conocimientos de las otras ciencias, haciendo un doble juego conceptual
y empírico a la vez.

Por otro lado, señala Ibarra, un doble peligro. Por un lado, el anacronismo y por otro
lado el formalismo. Aquí se señala el intento de la cliometría y de la historia cuantitativa
de aplicar la contabilidad nacional, basada en un modelo matemático, al pasado de una
forma directa. Con el riesgo claramente de cometer reduccionismo y de enfrentar ciclos
cortos a ciclos largos en términos económicos.

Posteriormente, el autor marca que si bien la historia cuantitativa estuvo de moda en la


década de 1970 (F Fouret), dos décadas siguientes ya no estaba (B Le Petit). Pero Ibarra
se pregunta qué es la historia cuantitativa y para ello debe responderse yendo hacía los

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conceptos básicos de la misma. Señala que en primer lugar hubo un planteo de
relacionamiento entre historiadores y economistas, los primeros veían la economía del
pasado y los segundos una economía retrospectiva. También, el autor indica que fueron
los economistas quienes en primer lugar intentaron ver los ciclos a través de la historia
(tres corrientes: la historia cuantitativa, la serial y la econométrica), que tuvo una
respuesta de los historiadores en cuanto a identificar las dificultades de los instrumentos
y modelos utilizados para ver el pasado, sosteniendo la peculiaridad del ciclo
económico del pasado.

Luego y ya en plena crisis capitalista, posguerra y surgimiento del keynesianismo, los


economistas (norteamericanos) plantearon las hipótesis contrafactuales para demostrar
la inconsistencia de ciertos postulados de los historiadores. La respuesta de los
historiadores fue señalar la crítica al anacronismo utilizado. Entonces, Ibarra dice que,
al no poder penetrar en el campo de los historiadores, ese grupo de economistas opto
por crear su propia disciplina, la cliometría económica.

Prosigue el autor, yendo a la década de 1960 en Francia, diciendo que se vuelve a


aplicar una técnica económica aplicada para medir el producto nacional y a la
distribución de dicho ingreso, a través de la escuela de historia cuantitativa de
Marczewski y la escuela de econometría retrospectiva en respuesta a la primera (Vilar).
Asimismo, los historiadores respondieron con la escuela serial, intentando realizar una
visión integral de las mediciones.

Entonces, Ibarra señala una diferencia muy importante entre la medición y la


cuantificación, entre el dato económico y la estructura económica. Agrega el autor, que
hay actitudes epistemológicas diferentes entre los economistas y los historiadores, a los
primeros buscan coherencia entre el modelo y los registros, mientras que los
historiadores procuran enfatizar la calidad histórica del dato. En ambos casos, continua
Ibarra, el dato histórico es construido y lleva a reconocer la hipótesis contrafactual del
modelo explicativo.

Finalmente dice el autor, el efecto de la cuantificación en la historia económica tiene


mucho que ver con los interrogantes que se hacen los historiadores y los economistas
sobre el pasado y con los instrumentos cuantitativos adecuados para contestarlas y
señala que para los econometristas serían la evaluación macroeconómica del
crecimiento de larga duración y su inflexión industrial, para los cliómetras la oferta de

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factores económicos en el crecimiento o los transportes en los costes de transacción, y
para la escuela de los Annales, la evolución coyuntural de los elementos económicos y
sociodemográficos de los sistemas de civilización por ejemplo. En suma, concluye
Ibarra, los instrumentos cuantitativos se han cuestionado para dar una respuesta mejor y
el desarrollo de las ciencias de la computación han contribuido a ello.

Seguidamente, el autor introduce el tema de la cuantificación en la historiografía


mexicanista, tema del que no nos ocuparemos aquí.

Conclusiones

A modo de cierre retomaremos nuestro planteo de la introducción, es decir como se


entrecruzan los textos reseñados con la tarea del historiador, a que se dedica la historia y
las corrientes historiográficas que se dieron en llamar Historia Serial, Cuantitativa y
Nueva Escuela Histórica.

Al hablar de la tarea del historiador es importante recuperar las palabras de Aróstegui,


para quién el historiador debe teorizar para producir conocimiento y propender así al
avance de la ciencia histórica. Para ello, es decir para generar conocimiento, el
historiador debe hacer historia, debe reflexionar y no circunscribirse sólo a narrar los
hechos. Si fuera sólo un narrador no estaría escribiendo historia, sino relatando
acontecimientos que en muchos casos hasta podrían estar sin conexión alguna. Es decir,
se necesita de un historiador activo que de sentido a los hechos y acontecimientos,
generando así un salto en dichos elementos y transformándolos en conocimiento.

Por otro lado, la historia como ciencia tal cual lo afirma Aróstegui debe tener una
terminología específica y para tal fin necesita definir claramente un método y objetivos.
Se requiere una historiografía que implique la acción del historiador enunciada en el
párrafo anterior, es decir la acción de escribir. Esta acción implica investigación y
terminología precisa a la vez, pero también requiere reflexionar sobre la acción misma
del historiador, que sin ser un mero narrador debe comprometerse con su tarea dando
sentido a los hechos. En definitiva, para ser una ciencia es menester hacer teorías y las
teorías surgen de la investigación que implica la acción del historiador.

Ahora bien, cuando aquí nos proponemos relacionar este accionar del historiador con
las corrientes historiográficas denominadas cuantitativas o serial o nueva escuela
histórica, vemos que la incorporación de las cifras en forma sistemática ofrece una

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tentación a considerar los resultados de dichas escuelas como de una objetividad
superior. Pero aquí y como dice Vilar se puede caer en anacronismos peligrosos. En
primer lugar, sobre ciertos períodos históricos no existe información que posibilite la
construcción de series consistentes. En segundo lugar, aún con series consistentes se
puede cometer el pecado de ver procesos cortos y perder de vista ciclos largos, tal como
lo señala Ibarra. Por último, y a partir de una supuesta objetividad marcada por las
series se intenta muchas veces llegar a conclusiones que tienen más que ver como
formas para legitimar procesos actuales que para explicar el pasado.

Por todo lo expuesto, consideramos que las cifras son necesarias pero no suficientes.
Como señalan Cardoso y Perez Brignoli, la incorporación de cifras no es un invento de
las escuelas cuantitativas, pero lo que logró su incorporación en forma sistemática es la
imperiosa e insoslayable tarea en donde el historiador debe hacer explicita su hipótesis.
Esto permite de alguna manera avanzar en el sentido de la teorización, pero de ninguna
manera alcanza para generar un conocimiento.

En nuestro caso, preferimos una historia que utilice las cifras, las matemáticas, la
estadística, pero sabiendo que todas ellas son herramientas, que no reemplazan la labor
del historiador acerca de la observación, reflexión y comprensión de procesos históricos
que de ninguna manera pueden ser reducidos a series o a métodos de econometría. De
realizarse dicha reducción, no estaríamos en el campo de la historia, sino más bien en
una aplicación de la ciencia económica fuera de tiempo, con los peligros que ello
conllevaría.

Como última cuestión, nos interesa señalar que tanto al hablar de historia serial hecha
por historiadores, como de corrientes cuantitativas y nueva escuela histórica hecha por
economistas, no debe perderse de vista que todas representan una parte de un fenómeno
complejo, lo histórico. Dicho fenómeno, compuesto por hechos y acontecimientos debe
ser abordado de todas las formas posibles, pero entendiendo siempre los peligros de
anacronismos señalados y sobre todo las consecuencias sobre la legitimación del
presente que pueden generarse. Concretamente, al llegar a conclusiones sobre procesos
históricos con series retrospectivas para legitimar la diferencia de fuerzas de los países
en la actualidad, pero poniendo un velo sobre los poderes que cada nación ejerce, y
haciendo parecer que la fortaleza es fruto de la aplicación de una buena técnica
económica.

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BIBLIOGRAFÍA

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