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«La economía argentina atraviesa por una de las épocas más difíciles de su historia.
Resulta incomprensible haber llegado al punto en que nos hallamos si tenemos en
cuenta que esta tierra ha sido dotada de excelentes recursos naturales y cuenta con una
población excepcionalmente apta para el trabajo y las empresas del espíritu.
«Un desaprensivo manejo de la cosa publica ha venido a acentuar un proceso que
arranca desde hace muchos años y contra el cual no se ha actuado con energía e
inteligencia, lo que ha provocado los resultados que están a la vista.
«No afirmamos nada nuevo al señalar que atravesamos una situación coyuntural de
paralización económica y desequilibrio financiero, independiente de la crisis estructural
que es menester superar por medio de la adecuación de los procesos productivos, de
cambio y distributivos»
La recesión se encontraba entonces en su segundo año consecutivo, con un nivel del
producto bruto inferior en 5,4 % al máximo alcanzado en 1961, una disminución en el
producto por habitante de 8,4 % y un índice de desocupación en la Capital Federal y en
el Gran Buenos Aires superior al 8 % de la fuerza de trabajo en el mes de julio de 1963.
El producto bruto por habitante fue en 1963 inferior al del año 1947.
Esta no era la primera vez que ocurría algo semejante, aunque no con tanta intensidad y
las repetidas recesiones habían tenido como grave resultado crear un desaliento general,
fundado en la convicción de que la economía argentina se encontraba estancada y sin
posibilidades de progreso.
Era pues necesario eliminar no solo la recesión, sino también crear las bases para
asegurar un crecimiento sostenido de la economía, que disminuyera la posibilidad de
nuevas crisis y aventara la sensación de frustración que se estaba haciendo carne en el
pueblo argentino.