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El consejo de Franco que el presidente Johnson rechazó y le

habría ahorrado la humillación en Vietnam


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October 21,
2018

MADRID Actualizado:12/08/2019 11:35h Guardar

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canceló
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«No nos retiraremos, mantendremos la palabra dada. Evacuar ahora Vietnam nos obligaría
a acudir muy pronto a otro campo de batalla. Es un deber nacional, una promesa que yo,
como presidente, mantendré». Lo que Lyndon B. Johnson le estaba diciendo al mundo en
esta conferencia recogida por ABC de la universidad John Hopkins de Baltimore, en abril de
1965, es que Estados Unidos no iba a retirarse de aquella guerra. No le importaban los
reveses ni el coste político. Estaba tan convencido, que sacó pecho y aseguró: «No nos
derrotarán, no nos cansaremos».
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Más de 3.000 marines acababan de desembarcar en Da Nang y Estados Unidos buscaba
ahora el apoyo militar de diferentes países para lanzarse
con todo sobre Vietnam. Quería la guerra total. Su
secretario de Defensa, Robert McNamara, estaba
convencido de que solo así podrían cerrar aquel episodio
antes de las Navidades con una victoria aplastante. Para
ganarse a esos aliados, la Casa Blanca fingió un ataque
sobre su destructor «USS Maddox» que, años más tarde,
quedó demostrado por los «Papeles del Pentágono» que
no había existido. Pero no importó, porque en ese
momento le sirvió como pretexto para justificar la
intervención abierta con todo el potencial militar posible. Lyndon B. Johnson, en 1964
Una intervención que iba a suponer, con el envío de más
de 500.000 soldados, la mayor movilización militar del
país desde la Segunda Guerra Mundial.

Uno de los primeros países a los que pidió ayuda fue España, como buen enemigo del
comunismo que sabía que era. Además, Franco se había convertido en un aliado fiable con
la firma de los acuerdos con el presidente Dwight D. Eisenhower en 1959, por los que
Estados Unidos trajo sus primeras bases militares a la Península Ibérica. Jhonson le envió
una carta al jefe de Estados español, convencido de que no se encontraría un «no» por
respuesta.

La petición de Johnson
En esta misiva, fechada el 26 de julio de 1965, el presidente americano le dice cosas como:
«A lo largo de estos últimos días he estado revisando la situación a la luz de recientísimos
informes procedentes de mis colaboradores de mayor confianza. Aunque aún no se han
adoptado decisiones definitivas, puedo decirle que será necesario incrementar las Fuerzas
Armadas de los Estados Unidos en un número que podría igualar, o ser superior, al de los 80.000
hombres [...]. En esta situación debo expresarle mi profunda convicción personal de que las
perspectivas de paz en Vietnam aumentarán en la medida que los necesarios esfuerzos de
Estados Unidos sean apoyados y compartidos por otras naciones que comparten nuestros
propósitos y preocupaciones. Sé que su Gobierno ha mostrado ya su interés y preocupación
concediendo asistencia. Le pido ahora que considere seriamente la posibilidad de incrementar
dicha asistencia mediante métodos que indiquen claramente al mundo (y especialmente a Hanoi)
la solidaridad del apoyo internacional a la resistencia contra la agresión en Vietnam [...].
Sinceramente, Lyndon B. Johnson.»

El presidente demócrata estaba muy seguro de sí mismo, quizá motivado por el éxito que
estaban teniendo sus políticas internas. Ese mismo año había logrado que se aprobaran
muchos de sus programas sociales, algunos tan importantes como las viviendas de bajo
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coste, una ayuda federal para la educación, las artes y las humanidades, un seguro de salud
para los ancianos ( Medicare), otro para los más desfavorecidos (Medicaid) y, sobre todo, la
famosa La Ley de Derecho al Voto, por la que millones de afroamericanos pudieron, por fin,
acudir a las urnas. Su objetivo era construir una nación
donde todos los ciudadanos tuvieran las mismas
oportunidades y una buena calidad de vida.

Sin embargo, y como consecuencia de este creciente


intervencionismo, se comenzó a producir el divorcio
entre la clase dirigente y una sociedad americana cada
vez más antibelicista. Una concienciación que estuvo
influenciada por los horrores difundidos por los medios
de comunicación y alimentada por las manifestación
masivas contra la guerra.
Soldados estadounidenses, en
En esa situación, la respuesta de Franco, entregada por Vietnam, en 1968 - EPA
el embajador en Washington Merry del Val tres semanas
después, no fue la esperada. Y se podría decir que hasta
profética. En ella, el dictador le daba a Johnson en ella una serie de consejos para que
abandonara aquella guerra que, según él, le iba a llevar al más absoluto fracaso: «Mi
experiencia militar y política me permite apreciar –escribe Franco– las grandes dificultades de la
empresa en que os veis empeñados: la guerra de guerrillas en la selva ofrece ventajas a los
elementos indígenas subversivos que con muy pocos efectivos pueden mantener en jaque a
contingentes de tropas muy superiores. Las más potentes armas pierden su eficacia ante la
atomización de los objetivos. No existen puntos vitales que destruir para que la guerra termine.
Las comunicaciones se poseen en precario y su custodia exige cuantiosas fuerzas. Con las armas
convencionales se hace muy difícil acabar con la subversión. La guerra en la jungla constituye
una aventura sin límites».

«Las consecuencias inmediatas del conflicto»


Esta guerra de guerrilla a la que se refiere Franco ya le había causado numerosos estragos a
Johnson en Vietnam. El mismo dictador la había sufrió en Marruecos durante el primer
cuarto del siglo XX y sabía de lo que hablaba. El Ejército de Estados Unidos se encontró con
múltiples dificultades a la hora de combatir al Vietcong, que empleaba esta vieja táctica
para salvar la superioridad armamentística y numérica del enemigo, como apuntaba Franco.
«Por otra parte, aunque reconociendo la insoslayable cuestión de prestigio que el empeño pueda
presentar para vuestro país, no se puede prescindir de pensar las consecuencias inmediatas del
conflicto. Cuanto más se prolongue la guerra, más se empuja a Vietnam a ser fácil presa del
imperialismo chino, incluso suponiendo que se pueda quebrantar la fortaleza del Vietcong.
Subsistirá mucho tiempo la acción larvada de las guerrillas, que impondrá la ocupación
prolongada del país en que siempre seréis extranjeros. Los resultados, como veis, no parecen
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estar en relación con los sacrificios», insiste el dictador, en una serie de explicaciones tan
detalladas como cordiales, que recoge Javier Santamarta en «Siempre tuvimos héroes»
(EDAF, 2017).

Según la visión del caudillo español, no parecía que las


masacres producidas por el bombardeo indiscriminado
con napalm fueran a ser suficientes para vencer a estos
guerrilleros conocedores del terreno. Su líder, el
comunista Ho Chi Minh, merecía por ello el máximo
respeto para Franco: «No le conozco, pero por su historia y
sus empeños en expulsar a los japoneses, primero; a los
chinos, después, y a los franceses más tarde, hemos de
conferirle un crédito de patriota, al que no puede dejar
indiferente el aniquilamiento de su país. Y dejando a un lado
su reconocido carácter de duro adversario, podría ser, sin
duda, el hombre que necesita Vietnam». Franco, en un retrato de Juan
Gyenes - ABC
No contento con el análisis militar de la situación, el
gallego se atreve a ofrecerle toda una serie de razonamientos políticos que, según él,
Lyndon B. Johnson debería tener en cuenta: «La subversión en Vietnam, aunque a primera
vista se presenta como un problema militar, constituye un hondo problema político a mi juicio.
Está incluido en el destino de los pueblos nuevos. No es fácil para Occidente comprender la raíz
de sus cuestiones. Su lucha por la independencia ha estimulado sus sentimientos nacionalistas.
La falta de intereses que conservar y su estado de pobreza les empuja hacia el social-
comunismo, que les ofrece mayores posibilidades y esperanzas que el sistema liberal
patrocinado por Occidente, el cual les recuerda la gran humillación del colonialismo. Los países
se inclinan en general al comunismo porque, aparte de su poder de captación, es el único camino
eficaz que se les deja. El juego de las ayudas comunistas rusa y china viene siendo para ellos una
cuestión de oportunidad y provecho. Es preciso no perder de vista estos hechos. Las cosas son
como son y no como nosotros quisiéramos que fueran. Se necesita trabajar con las realidades
del mundo nuevo y no con quimeras. ¿No es Rusia una realidad con la que ha habido que
contar? ¿No estaremos en esta hora sacrificando el futuro a aparentes imperativos del presente?
A mi juicio hay que ayudar a estos pueblos a encontrar su camino político, lo mismo que
nosotros hemos encontrado el nuestro».

«El primer vencedor contra el comunismo»


Franco no daba su brazo a torcer y acababa la misiva sin soltar una sola palabra sobre de
apoyo militar solicitado. Tampoco se conoce la reacción del presidente estadounidense ante
la carta. No hay que olvidar que estaba escrita por el líder de un régimen autoritario que,

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además de militar, era calificado como «el primer vencedor contra el comunismo». Aún así,
la ayuda militar no llegó, pero España envió a cambio una delegación de médicos y
sanitarios. Fue la primera misión de paz de nuestras Fuerzas Armadas en el siglo XX.

De lo que no cabe duda es de que el líder del mundo libre no tuvo en consideración las
palabras del español y, diez años después, con Nixon ya en el poder, Estados Unidos se veía
obligado a abandonar la guerra derrotado y afectado por una profunda crisis moral.
Consciente de fracaso que estaba viviendo en Vietnam antes de abandonar la Casa Blanca,
el presidente Johnson renunció a presentarse a la reelección en 1968.

ABC

Carta íntegra de Franco a Lyndon B. Johnson el 18 de agosto de 1965


«Mi querido Presidente Johnson:

Mucho le agradezco el sincero enjuiciamiento que me envía de la situación en el Vietnam


del Sur y los esfuerzos políticos y diplomáticos que, paralelamente a los militares, los
Estados Unidos vienen desarrollando para abrir paso a un arreglo pacífico. Comprendo
vuestras responsabilidades como nación rectora en esta hora del mundo y comparto
vuestro interés y preocupación de los que los españoles nos sentimos solidarios en todos
los momentos. Comprendo que un abandono militar de Vietnam por parte de los Estados
Unidos afectaría a todo el sistema de seguridad del mundo libre.

Mi experiencia militar y política me permite apreciar las grandes dificultades de la empresa


en que os veis empeñados: la guerra de guerrillas en la selva ofrece ventajas a los
elementos indígenas subversivos que con muy pocos efectivos pueden mantener en jaque
a contingentes de tropas muy superiores. Las más potentes armas pierden su eficacia ante
la atomización de los objetivos. No existen puntos vitales que destruir para que la guerra
termine. Las comunicaciones se poseen en precario y su custodia exige cuantiosas fuerzas.
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Con las armas convencionales se hace muy difícil acabar con la subversión. La guerra en la
jungla constituye una aventura sin límites.

Por otra parte, aunque reconociendo la insoslayable cuestión de prestigio que el empeño
pueda presentar para vuestro país, no se puede prescindir de pensar las consecuencias
inmediatas del conflicto. Cuanto más se prolongue la guerra, más se empuja a Vietnam a ser
fácil presa del imperialismo chino, incluso suponiendo que se pueda quebrantar la fortaleza
del Vietcong. Subsistirá mucho tiempo la acción larvada de las guerrillas, que impondrá la
ocupación prolongada del país en que siempre seréis extranjeros. Los resultados, como
veis, no parecen estar en relación con los sacrificios

La subversión en Vietnam, aunque a primera vista se presenta como un problema militar,


constituye un hondo problema político a mi juicio. Está incluido en el destino de los pueblos
nuevos. No es fácil para Occidente comprender la raíz de sus cuestiones. Su lucha por la
independencia ha estimulado sus sentimientos nacionalistas. La falta de intereses que
conservar y su estado de pobreza les empuja hacia el social-comunismo, que les ofrece
mayores posibilidades y esperanzas que el sistema liberal patrocinado por Occidente, el
cual les recuerda la gran humillación del colonialismo. Los países se inclinan en general al
comunismo porque, aparte de su poder de captación, es el único camino eficaz que se les
deja. El juego de las ayudas comunistas rusa y china viene siendo para ellos una cuestión de
oportunidad y provecho.

Es preciso no perder de vista estos hechos. Las cosas son como son y no como nosotros
quisiéramos que fueran. Se necesita trabajar con las realidades del mundo nuevo y no con
quimeras. ¿No es Rusia una realidad con la que ha habido que contar? ¿No estaremos en
esta hora sacrificando el futuro a aparentes imperativos del presente? A mi juicio hay que
ayudar a estos pueblos a encontrar su camino político, lo mismo que nosotros hemos
encontrado el nuestro.

Ante estos hechos nuevos no es posible sostener la rigidez de las viejas posiciones. Una
cosa es lo que puedan acordar las grandes naciones en Ginebra y otra el que tales
decisiones agradan a los pueblos y se conformen con ellas. Es difícil de defender en el
futuro y ante los ojos del mundo esa división artificial de los países que sí fue conveniente
de momento dejará siempre abierta una aspiración a la unidad.

Comprendo que el problema es muy complejo y que está presidido por el interés
americano de defender a las naciones del Sudeste asiático de la amenaza comunista; pero
siendo ésta de carácter eminentemente político, no es sólo por la fuerza de las armas cómo
esta amenaza puede desaparecer.

Al observar, como hacemos, los sucesos desde esta área europea, cabe que nos
equivoquemos. Guardamos, sin embargo, la esperanza de que todo pueda solucionarse ya
que en el fondo los principales actores aspiran a lo mismo; los Estados Unidos a que el
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comunismo chino no invada los territorios del sudeste asiático; los estados del sudeste
asiático a mantener a China lo más alejada de sus fronteras; Rusia, a su vez, a que su futura
rival, China, no se extienda y crezca; Ho Chi Minh, por su parte, a unir el Vietnam en un
Estado fuerte y a que China no lo absorba.

No conozco a Ho Chi Minh, pero por su historia y sus empeños en expulsar a los japoneses,
primero; a los chinos, después, y a los franceses más tarde, hemos de conferirle un crédito
de patriota, al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Y dejando a un
lado su reconocido carácter de duro adversario, podría ser, sin duda, el hombre que
necesita Vietnam

En este interés superior de salvar al pueblo vietnamita y a los pueblos del sudeste asiático,
creo que vale la pena de que todos sacrifiquemos algo.

He deseado, mi querido Presidente, haceros estas reflexiones confidenciales en el lenguaje


directo de la amistad. Aunque sé que muchas están en vuestro ánimo, le expongo
lealmente mi juicio con el propósito de ayudar al mejor servicio de la paz y del futuro de los
pueblos asiáticos.

Suyo buen amigo.

Francisco Franco.

Jefe del Estado Español.»

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