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Introducción
Permítaseme traer nuevamente a Aby Warburg (Hamburgo, 1866-1929)
al centro de la escena. Ruego que se me disculpe por el hecho de
escribir, en primera instancia, sobre mis propias obsesiones en torno a
la figura de ese gigantesco historiador del Renacimiento. Pero sucede
que el interés de la escuela de historiadores del arte, a la que
pertenezco, hacia la obra y el método de Warburg tiene más de veinte
años en nuestro país. El magisterio de Ángel Castellan y de Adolfo
Ribera nos llamó la atención, ya a comienzos de la década del setenta,
sobre los ensayos contenidos en La Rinascita del Paganesimo Antico
(Warburg, 1966).
Héctor Ciocchini, de regreso del exilio a la Argentina en 1982, volvía
precisamente de una larga estancia como investigador en el Instituto de
Woburn Square y confirmó entonces para todos nosotros la necesidad
de frecuentar aquellos escritos de las primeras décadas del siglo si
queríamos, en verdad, reescribir la historia cultural argentina. En 1989,
Ana María Telesca y yo procuramos aplicar algo semejante al método
warburguiano de acumulación de textos, ideas e imágenes en un
estudio acerca del impresionismo en la Argentina e hicimos bien
explícito tal propósito (Telesca y Burucúa, 1989: 67-112). Poco tiempo
después, en 1992, con otros colegas publicamos, gracias al Centro
Editor de América Latina, las primeras traducciones al castellano de dos
artículos centrales de Warburg, junto a varios capítulos de libros
escritos por los discípulos e investigadores del Instituto londinense entre
los cuales incluimos un aporte de Ciocchini (Burucúa et al., 1992). Los
alumnos de la materia Historiografía de las artes plásticas y de varios
seminarios de historia moderna, dictados en la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA en la última década, han de ser buenos testigos de
que el nombre y la producción de Aby Warburg circulan desde hace un
buen tiempo en nuestro medio académico.
Claro está, por supuesto, que el redescubrimiento de esa figura por
parte de la historiografía europea y norteamericana desde mediados de
los ochenta ha contribuido a reforzar el atractivo que ella venía
ejerciendo en la historiografía artística argentina durante el último cuarto