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LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ

FAMILIA: CRUZ Y VIDA

Primera palabra

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."

(Lucas, 23, 34)

Jesús tenía motivos de sobra para guardar rencor, para odiar, para condenar, para maldecir.
Desde la altura Jesús nuevamente pudiera haberse lamentado, como una vez lo hizo de
Jerusalén que lo rechazó y no quiso entender sus signos y milagros.

A su alrededor, solo griterío, lamentos e insultos. El líder a quien tantos seguían estaba
solo, abandonado a su propia suerte, y de sus labios, como al estilo de Job, que nunca
renegó de Yahvé – Dios, sólo brotan unas breves palabras: “Padre, perdónalos”. De su
corazón lleno de amor no podía esperarse otra cosa sino la intercesión. Para eso vino al
mundo, para ser puente de vida entre los hombres y el Padre del cielo. Por eso hace esta
súplica que se vuelve luego justificación: “porque no saben lo que hacen”. La verdad es que
ellos sí sabían que era inocente, pues eran muchos los intereses que movían este juicio. Lo
único que no habían entendido es que era Hijo de Dios, y cuando lo dijo, los escandalizó.

Muchas de las crisis de nuestras familias tienen su origen en nimiedades, problemas


prácticamente insignificantes que tocan sobre todo “el ego” de las personas: que dijo, que
no dijo; que saludó, que no saludó; que dijo verdad, que dijo mentira; que no cumplió su
palabra; que me hizo quedar mal; en fin, asuntos sin mayor trascendencia que la que le
damos, fruto, generalmente de nuestra soberbia y orgullo. Y muchos se dejan de hablar y
ninguno quiere perdonar. ¡Y decimos que hay amor!

Oración: Cristo del perdón, enséñanos la virtud de perdonar. Danos la fuerza para erradicar
nuestros orgullos, y muéstranos el camino de la reconciliación en familia. Haz que
aprendamos de ti a perdonar de corazón, a descubrir la fuerza del amor que lleva, no a ser
ingenuos, sino a perdonar para así encontrar el camino de la felicidad plena y de la paz.
Amén.
Segunda palabra

"Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso"

(Lucas, 23, 43)

Tres condenados a muerte. Los tres saben que está todo por terminar. Sin embargo, cada
uno asume ese momento desde distintas posiciones:

Para uno, su vida ha perdido el norte. La dureza del corazón no le ha permitido descubrir la
grandeza de la dignidad de su vida. Justifica su historia con la soberbia, el reclamo y la
burla. Ha perdido la fe.

Por el contrario, el otro crucificado sabe que es importante. Con humildad reconoce sus
faltas y se encomienda al Rey de reyes. No sabía lo que le esperaba, sólo se puso en las
manos del Todopoderoso. Había recuperado la fe.

Y está Cristo, en medio de ellos. El Señor, que es la manifestación del amor del Padre,
quien desde la cruz no dejó nunca de buscar el bien para todos. Cuánto estaría esperando
que no sólo este ladrón, sino toda la humanidad, le dijera con esperanza: “Señor, acuérdate
de nosotros cuando estés en tu reino”. “Señor, sálvanos que perecemos”, y seguramente
también escucharíamos las mismas palabras dichas en el calvario: “Hoy estarán conmigo”.

En la familia, los padres tienen una grande responsabilidad que tiene su origen en la misma
naturaleza. Ellos, aun en medio de las penurias o de las bonanzas, buscan para sus hijos lo
mejor. Se sacrifican, trabajan arduamente, y en un lenguaje coloquial, hasta “se sacan el
pan de la boca para dárselos a sus hijos”.

Oración: Señor de la vida, haz que las familias cumplan a cabalidad su misión de
formadoras. Que sean capaces de reconocer sus falencias y dirigir a Dios el clamor del buen
ladrón. Que los hijos sientan el amor de sus padres y el cuidado de la toda la sociedad. Que
los hijos, también entiendan sus deberes y obligaciones. Acuérdate de todos Señor, cuando
llegues a tu Reino, y líbranos de caer en tentación. Amén.
Tercera palabra

Mujer, ahí tienes a tu hijo. [...] Ahí tienes a tu madre"

(Juan, 19, 26-27)

“Junto a la cruz de Jesús, estaban María y la hermana de su madre, María, mujer de


Cleofás, y María Magdalena” (Jn. 19, 25). No deja de ser llamativo que cuando el grupo de
discípulos de Jesús estaba conformado en su mayoría por hombres, en el momento de la
prueba, cuando él los necesita a todos, son mayoría las mujeres quienes lo acompañan. Sólo
Juan “el discípulo a quien amaba” (Jn., 19, 26) estaba con ellas. Toda una paradoja que a
nuestra lectura se vuelve lección. ¿Qué papel jugaban las mujeres en el plan de salvación
realizado por Cristo?

La Virgen madre no estaba sola. Otras mujeres estaban con ella padeciendo el mismo
suplicio, siendo solidarias con su pariente y amiga, viviendo en carne propia el dolor
indescriptible que padece una madre al ver morir a su hijo.

La actitud valiente de María y las otras mujeres al no dejar solo a Jesús, no es exclusiva de
ellas, pero nos han dado ejemplo de cómo en la mujer, reside una fuerza enorme, que le
permite darlo todo, y darse plenamente a sus hijos y su familia en general, para sean felices.

Y Jesús pensó en ella. No podía dejarla sola, por eso la encomienda a su fiel discípulo,
Juan, para que la acoja y cuide. Fue agradecido, supo lo que significa ser verdaderamente
hijo.

Oración: Madre del dolor, “dame ese llanto bendito para llorar mis pecados; dame esos
clavos clavados, esa corona, ese grito, ese puñal, ese escrito y esa cruz para loarte, para
urgirte y consolarte, Oh Virgen de los Dolores, para ir sembrando de flores tu viacrucis
parte a parte. Amén”.
Cuarta palabra

"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?"

(Mateo, 27, 46 y Marcos, 15, 34)

El lamento de Jesús en el madero santo no significaba pérdida de la confianza en su Padre


del cielo. Todo lo contrario, nos enseñó a recuperar la fuerza de la oración.

El Papa Juan Pablo II nos ha dicho que si amamos sinceramente debemos “dar a la familia
cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades
crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia,
en la misión que Dios le ha confiado”.

Es verdad. La familia está en el corazón de Dios y es capaz ella misma de salir adelante, de
superar sus dificultades. Pero la institución familiar en los actuales momentos se ve
amenazada por todas partes haciendo que muchos jóvenes opten por constituir otras formas
de uniones, porque no creen en la fuerza sacramental, otros porque no creen en el
significado del vínculo matrimonial, aunque sea solo de carácter civil; otros porque están
confundidos respecto del valor y significado del amor conyugal; muchos temen asumir
compromisos y muchos han perdido la fuerza de la palabra.

¡Cómo se olvida de rápido el contenido del consentimiento matrimonial!: “Yo me entrego a


ti como esposo y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la
enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.

Oración: Señor, tu grito en la cruz se convierta en la súplica confiada por las familias que
están crisis, por las que están debiendo luchar por superar dificultades, por las que la
pobreza y el desempleo las amenazan, por aquellas en las que la enfermedad o la
ancianidad en alguno de sus miembros les exigen sacrificios, por la pérdida del amor y el
respeto de los cónyuges. Fortalece los corazones desalentados ante los problemas de las
familias. Amén.
Quinta palabra

"Tengo sed."

(Juan, 19, 28)

El crucificado tiene sed. En una tierra cuasi desértica, ha tenido que sufrir el suplicio de
horas de interrogatorio; de padecer el dolor de los látigos; le tocó llevar sobre sus hombros
una pesada cruz, en las horas de más alto calor, y luego perdió mucha sangre por los clavos
que atravesaron sus manos y sus pies. Era normal que tuviera sed.

Cristo tiene sed física, pero también, tiene sed de esposos que responsablemente luchen por
construir familias sólidas, en las que Dios ocupe un lugar especial. Lo escuchamos hace
poco, que “los esposos son el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que 17 acaeció en
la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el
sacramento les hace partícipes”.

La familia cristiana, toda familia cristiana cuando asume plenamente los compromisos
bautismales, son sacramento, signos de Dios en el mundo. Son signo de contradicción, pero
a la vez, reflejan las esperanzas de los tiempos nuevos.

Oración: Padre Santo, que hagamos un acto solidario con el crucificado. Calmemos su sed
esforzándonos por hacerlo todo bien, por ser fieles a los mandamientos divinos, por ser
testigos del amor de Dios en cada familia, por calmar la sed de amor que muchas veces
tienen los hijos, que reciben tantas cosas materiales, pero poco amor. Que “como busca la
cierva corrientes de agua, así mi alma te busque a ti, Dios mío” (Sal. 41). Que las familias
te busquen, Señor de la vida, para calmar tu sed. Que tu sed sacie nuestra sed de ti, ahora y
por siempre. Amén.
Sexta palabra

"Todo está cumplido"

(Juan, 19, 30)

Cuando acompañamos al Cristo del madero, los padres de familia, en especial los papás,
podrían hacerse una pregunta: ¿cómo quieren ser recordados por sus hijos y demás
familiares? O mejor aún, cuando llegue el ocaso de sus vidas, podrán decir lo del
Evangelio, ¿Sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer?, o ¿cómo Jesús: “Todo está
cumplido”?

No se puede negar que son muchos los padres de familia, y muchos papás, que se han
esforzado y se esfuerzan hoy, para sacar adelante sus familias, para ofrecer una formación
adecuada, por constituir una verdadera comunidad de vida y de amor.

Pero tampoco se puede negar que son muchos, y más visibles, los padres irresponsables que
sólo traen hijos al mundo dejándolos solos y abandonados, constituyéndolos en huérfanos
con padres vivos.

El Hijo de Dios lo hizo todo bien, por eso pudo decir: “todo está cumplido”. Y ustedes los
papás, y ustedes las mamás, ¿podrán decir lo mismo?

Oración: Señor Jesús, has que los padres de familia tomen conciencia de sus obligaciones;
ayúdalos a cumplir a cabalidad la tarea de ser modelos de vida y de esperanza para sus
esposas y sus hijos. No los dejes desviar del camino del bien. Enséñales no sólo a ser
proveedores de cosas en el hogar, sino los que, al estilo de San José, el varón justo, protejan
su familia y la acompañen en el itinerario terreno. Que los padres de familia no pierdan
gracia de la ternura. Que un papá diga con orgullo a sus hijos que los aman y que ellos son
el centro de sus vidas. Que no dejen perder el amor primero a sus esposas. Amén.
Séptima palabra

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu."

(Lucas, 23, 46)

Ya Cristo cumplida su misión no tenía otra cosa que hacer sino volver a la casa del Padre
de la que había sido enviado. “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el
mundo y voy al Padre” (Jn. 16, 28), les decía Jesús a sus discípulos tristes y acongojados
ante el anuncio de su partida. Más aún les dijo con vehemencia: “En verdad, en verdad les
digo que llorarán y se lamentarán, y el mundo se alegrará. Estarán tristes, pero su tristeza se
convertirá en gozo” (Jn. 16, 20), en una alegría que nadie les podrá arrebatar.

¿Y de nuestras familias qué podemos decir? Que están en las manos de Dios. Que es
necesario reconocerlo presente en medio de todos. Dios no abandona a sus hijos, lo hemos
dicho, y en especial nunca se olvida de sus familias. Tal vez somos nosotros los que, por
nuestra ceguera y pecado, le damos la espalda, y pensamos que solos, sin su ayuda,
saldremos adelante, Y qué equivocados estamos. Y qué mal se hacen las familias
desconociendo la acción de Dios y del Espíritu Santo en cada uno de sus miembros.

Oración: Señor del patíbulo, llévanos contigo al Padre, así como lo hiciste con el buen
ladrón; lleva todas las familias a tu reino de vida y de felicidad. No te olvides de quienes
peregrinamos en este mundo plagado de injusticias, que quiere ser dominado por el diablo,
el mismo que derrotaste con tu muerte y resurrección. Perdona nuestras infidelidades y el
desamor de los esposos y padres; perdona a los hijos su egoísmo e ingratitud; perdona a
quienes insisten en caminar por caminos opuestos a los que nos mostraste en tu Evangelio.
Ayúdanos a cumplir tu voluntad. Amén.
Oración final

Que tu muerte, Señor Jesucristo, no sea en vano. Tu sangre derramada se convierta en un


torrente de salvación para todas las familias que necesitan de ti. Que la vida que entregas al
Padre, se convierta en el sol que ilumine el caminar de padres e hijos y les permita
reconocerte siempre presente en sus vidas.

Señor Jesús, que no tengamos que esperar a tu muerte para reconocerte como nuestro Dios
y Señor, como el centurión y los que custodiaban a Jesús, que sólo en ese instante pudieron
decir que “verdaderamente éste era hijo de Dios” (Mt., 27,55). Haz, Señor, que con tu
muerte renovemos confiados nuestra fe en ti, y nuestras familias sientan la fuerza de tu
amor redentor.

Ya está todo cumplido. Sólo nos quedan dos cosas: pedirte nuevamente perdón porque por
nosotros sufriste la muerte en cruz, y alabarte y darte gracias, porque por tu muerte hemos
sido salvados.

Muere en tu paz, y danos tu paz. Y “Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el
espíritu” (Mt., 27, 50). Amén.

Padre Nuestro… Dios te Salve… Gloria al Padre…

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