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In recent years, a new cinematic environment has been taking shape, where the act of
watching a film in a cinema had already been articulated as a minor commercial element
within the film industry. But this trend, with the arrival of covid-19 and the ban on
commercial cinemas, was accelerated, generating the new multi-screen cinema: which
has dominated the international scene in 2020, the first quarter of 2021, and which has
introduced changes that will no longer be reversible. This may lead us to question whether
we are still talking about cinema, in the sense it has been given since its invention.
Keywords: Transdiscursive semiotics, cinema, Netflix, covid-19, multiscreen.
Introducción
La semiótica y el cine.
Principios teóricos y estado de la cuestión
Entre los autores que contemporáneamente han tratado el tema del estilo se
cuenta, en distintas etapas de su obra, Roland Barthes. A partir de sus textos
de juventud –como “El mundo objeto”, referido a la pintura flamenca del
siglo xvii– Barthes va incorporando en algunos de sus trabajos las perspec-
tivas semióticas y psicoanalíticas contemporáneas a la determinación de
estilos individuales y de época (Steimberg, 1998/2013, p. 63).
Estas zonas de interferencias que se han ido creando en los últimos años
significan la apertura de nuevos paradigmas en la forma y función de
los discursos de la imagen, así como de nuevos modelos de representa-
ción que sugieren un gran impulso de nuevas prácticas (Sucari, 2012,
p. 16)
Las tic generan un nuevo espacio social (el espacio electrónico, o tercer
entorno) en el que puede llegar a formarse y desarrollarse una nueva mo-
dalidad de sociedad, la sociedad de la información y, para algunos, de la
información y del conocimiento (p. 163).
El espectador queda así, por tanto, emplazado en una suerte de en-
tramado mediático en que el tercer entorno va a tamizarlo todo. Ese
mensaje filtrado a través del medio es el que provoca la interpretación
en clave personal del receptor, siempre de acuerdo con su propio apara-
taje de análisis crítico e iconográfico.
Sin duda, el espectador es capaz de captar mensajes que ni el propio
autor del film ha pensado. Será uno de los resortes operativos semióticos
que, a modo de máquina de desencriptar iconografía, funciona en cada
espectador y que está manchada de la vida de este: no asimila la infor-
mación de manera unívoca, sino que, por el contrario, la completa y la
enriquece con lecturas múltiples de una misma obra fílmica que no hacen
sino actualizar y encajar en la propia gramática histórica del tiempo ac-
tual una narración atemporal. Del mismo modo que cada capítulo de El
Quijote tiene una rabiosa actualidad, cada film, a su vez, con el concurso
del receptor juega un nuevo proceso de actualización. Eco dirá de mane-
ra recurrente: “ci sono tanti libri come lettori”.3
El cine establece una unión del receptor con la obra que, por su
intensidad y brevedad, apenas dura una o dos horas (o más si se trata
de una serie), tras las cuales el receptor destilará y aprehenderá lo visto,
pero cuya duración –en tanto obra expuesta– ya ha terminado per se.
Morin (1972) hablaba del cine como un “sistema que tiende a integrar
al espectador en el flujo del film” (p. 101). El propio Murch (2003)
conectaría ese razonamiento de la experiencia cinematográfica con el
substrato sociocultural de la misma, en lo que él define como:
resurgido. Ellos consideran los dispositivos móviles una nueva vida del
cine (no en vano, cada vez surgen más festivales internacionales de cine
grabado y editado únicamente con smartphones). El acto de la “expe-
riencia cinematográfica”, según esta teoría, no solo no va a morir con la
caída de las salas generalistas, sino que se amplificará con una multitud
de pequeñas pantallas digitales insertas en todo tipo de dispositivos, en
la práctica haciéndolo compatible con cualquier actividad de la vida.
También lo hará el pacto de veridición: ponemos en manos del di-
rector del film (último responsable del discurso de dicha película) la ca-
pacidad de decidir por nosotros los estímulos auditivos y visuales. Hay
también una dimensión sonora del acto cinematográfico: si se usan los
auriculares se dan muchas semejanzas auditivas de aislamiento y capa-
cidad del detalle con respecto al cine en sala. Pero la diferencia radical,
en cambio, será la pantalla, que ya no es una ventana de tamaños colo-
sales donde se despliega una trama que percibimos, además, en plena
oscuridad y con dedicación plena. Ahora, la pantalla se vuelve pequeña,
versátil, cabe en la palma de la mano y se desplaza en nuestros bolsillos.
Cohabita con las diferencias luminosas de los vagones del metro, los
autobuses, las estaciones o las diferentes dependencias de los edificios.
Además, ni siquiera esa pequeña pantalla es exclusiva, ya que, a menu-
do, la propia pantalla se interrumpe en su transcurso con las llamadas o
con cada mensaje instantáneo que nos envían desde las redes sociales.
Por tanto, el emplazamiento primero pasa de ser característicamente ex-
clusivo a ser de dedicación compartida, cuando no subyacente o como
actividad paralela a otras.
Hay un segundo nivel pléctico, que viene dado por la propia natu-
raleza del film en tanto tejido audiovisual que narra una historia: los
actantes. Al fin y al cabo, el cine es algo parecido a probarse otras vidas,
y el receptor inevitablemente fantasea con el hecho de ser quien no es.
Este desvío y extrañamiento de lo cotidiano es lo que proporciona al re-
ceptor el que encuentre “a cada momento del relato su lugar adecuado”
(Zunzunegui, 1995, p. 151). Se establece una unión mucho más pro-
funda que la meramente contemplativa, ya que, en última instancia, la
relación que se establece es de tipo psicológico, por ello ese personaje
puede no ser siquiera humano. A menudo sucede que en algunos films
el decorado mismo o un pueblo son el personaje principal: no se trata
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tanto del protagonismo coral como del vínculo sentimental entre el es-
pectador y lo que la mente de este sea capaz de proyectar evocado por el
propio film. Será lo que Zumalde Arregui (2006) llame “transnotación”
(p. 24), que él vincula a las diferentes dimensiones de la materialidad
fílmica y que, a su vez, va relacionado con el manejo de los tiempos de
la obra:
de los Brady), y siguió todos estos años, con más o menos regularidad,
siendo utilizado en la pantalla grande por directores actuales de cine
mainstream como Steven Soderbergh (Ocean’s Eleven, 2001) o John
McTiernan (The Thomas Crown Affair, 1999), entre otros.
Pero en la realidad actual, la multipantalla de la era covid-19 es
el nuevo no-lugar (tiempo y espacio) de la generación de imaginarios.
El mito orwelliano de la pantalla como elemento de control, incluso de
control horizontal entre los propios vecinos, y cómo estos vierten esa
información en redes en la era covid-19 (Blanco Pérez & Sánchez-
Saus Laserna, 2020), es bien conocido en el cine, pero el elemento di-
ferenciador estriba en que la pantalla será, a partir de ahora también,
el factor de liberación mismo. A la pantalla, en calidad de artefacto,
se vincularán tanto los contenidos audiovisuales generados por cada
usuario (sus fotografías personales, sus videos), como la elaboración
de contenidos que las plataformas de cine han producido. El artilugio
de recepción es, en ambos casos, el mismo. Pero la imposibilidad de
vivencia personal en el confinamiento ha cambiando el disfrute y los
placeres de la vida por el mero consumo de la representación que, del
disfrute y los placeres de la vida, hace el cine multipantalla de la era
Netflix.
También a través de la pantalla, en las redes sociales y, como
reflejo cáustico de comunicación espontánea viral, han proliferado
los memes, a menudo vinculados al mundo del cine, pues se extraen
también de ahí capturas con cuyo texto se generará el humor (Salgado
Andrade, 2021). Para bien o para mal, parece a todas luces innegable
que las multipantallas han impuesto, en era de la covid-19, una nue-
va relación con la vida y la representación de esta. Bailenson (2021)
reflexiona, desde la psicología cognitiva, sobre el impacto que la
presencia constante de la multipantalla está suponiendo en los indivi-
duos, lo que él llama “la fatiga de zoom”, fruto de la codificación de
las expresiones de comunicación no verbal y proxémica al lenguaje
visual de las pantallas en exclusiva. Todo ello, el vincular nuestras
emociones y expresiones de forma exclusiva a la pantalla, genera, se-
gún concluye Bailenson, un estrés y fatiga adicional que se manifiesta
en nuestra nueva relación con el medio: reuniones, clases, incluso
nuevas concepciones de amor o relaciones familiares siempre a través
de la pantalla.
16 Manuel Blanco Pérez
misma. Es a través del tacto como cargamos de memoria los objetos: los
libros, nuestras ropas. Buena parte de la experiencia fílmica, del disfrute
del cine tradicional, se pierde con el nuevo emplazamiento de la multi-
pantalla. Sobre un viejo cine de barrio, el Roxy, cantará Joan Manuel
Serrat: “era un típico local de medio pelo…, con bancos de madera,
oliendo a zotal”. El tacto de la moqueta al caminar sobre ella, el olor de
los ambigús e incluso la superviviente tela de los asientos, dotaban
de significación el emplazamiento físico. Pero, en cambio, los smartpho-
nes desde donde se consume el cine multipantalla dicen poco o nada
de sus usuarios (todos los móviles son, en la práctica, iguales). O, si se
quiere, en todo caso podría convenirse en matizar que la personalización
de estos terminales vendrá, también, de una lógica virtualizada (persona-
lización de la fotografía de pantalla de inicio, sonidos de politonos, etc.).
Sostiene Alba Rico (2017) que “el 90% de las mercancías que se
están produciendo hoy día estarán dentro de seis meses en la basura”
(p. 66). Por tanto, al nivel de obsolescencia programada se suma la ob-
solescencia simbólica que, principalmente a través de la nueva publici-
dad, mostrada y consumida por los smartphones, te obliga a renovar de
forma perpetua el terminal, la televisión, la tableta. Del mismo modo, el
consumo de contenidos viene, a modo de causa-efecto inevitable, con-
dicionado por este nuevo tipo de consumidor medio, de cuyo sistema
todos integramos inevitablemente al menos una parte.
Conclusiones
Referencias bibliográficas
Alba Rico, S. (2017). Ser o no ser (un cuerpo). Seix Barral.
Altman, R. (2000). Los géneros cinematográficos. Paidós.
Bailenson, J. N. (2021). Nonverbal Overload: A Theoretical Argument
for the Causes of Zoom Fatigue. Technology, Mind, and Behavior,
2(1). https://doi.org/10.1037/tmb0000030
Cine y semiótica transdiscursiva... 19