Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
7 Isabel Clua
7 Isabel Clua
Y PERFORMATIVIDAD
V
Las gramáticas
del cuerpo
Resumen
El sujeto moderno 181
El cuerpo artificial ha sido, en los últimos siglos, un motivo recu- y el cuerpo como
rrente de la tradición occidental. El presente capítulo pretende máquina: las fisuras
recorrer los vínculos entre ese motivo y la subjetividad moderna: de la subjetividad
en primer lugar, describe la centralidad de los conceptos de disci- El cuerpo artificial 186
plina y cuidado de sí como ejes de la subjetividad moderna que (I): las autómatas o
sostienen, a su vez, las ideas de cuerpo dócil y manipulable; en cómo construir al
Otro
segundo término, se detiene en dos motivos tradicionales sobre
la artificialización del cuerpo para mostrar las implicaciones po- El cuerpo artificial 195
líticas que tal imaginario genera a propósito de la identidad y el (II): los dandies o la
política del artificio
poder; finalmente, se muestra el vínculo entre ciertas prácticas y
figuras posmodernas con el imaginario sobre el cuerpo artificial Artificialidad 203
de la modernidad. En definitiva, se preten de mostrar cómo el obligatoria: cuerpos
políticos en la época
cuerpo constituye un lugar ambiguo, sujeto a manipulación, cu- posmoderna
yos resultados son también ambiguos y pueden tanto sostener un
discurso hegemónico que naturalice la identidad y vectores fun- Conclusión 206
damentales como el género, como socavar ese discurso, haciendo Ejercicios 208
explícito el carácter construido y performativo de la propia iden-
tidad. Bibliografía 214
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 183
Tecnologías del yo. El con- la modernidad. Lo visual deja de concebirse como un es-
cepto, tal y como es acuñado
pacio limpio en el que las representaciones se disponen
por Foucault, se refiere a to-
das las operaciones que per-
ordenadamente, sino que se transforma en una superfi-
miten a los individuos efec- cie de inscripción en la que pueden producirse una can-
tuar, por cuenta propia o tidad infinita de efectos.
con la ayuda de otros, cierto El sujeto cartesiano, pues, no puede enfrentarse al ra-
número de operaciones so-
ciocinio y al ser como un proceso de discriminación en-
bre su cuerpo y su alma,
pensamientos, conducta o tre lo real y lo ilusorio a partir de la observación y del
cualquier forma de ser, obte- despliegue tecnológico; por el contrario, la dualidad entre
niendo así una transforma- realidad e ilusión queda rota durante la transformación
ción de sí mismos con el fin cultural de la Edad Moderna. El resultado no es la susti-
de alcanzar ciertos estados
de felicidad, pureza, sabidu-
tución de la apariencia por el ser sino la fijación de una
ría o inmortalidad. (Fou- continuidad entre ambos aspectos: el ser se convierte en
cault, 1990: 48) la apariencia construida, observada y consensuada a tra-
vés de las tecnologías,5 sean materiales o discursivas.
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 185
Autómata. Ingenio mecáni- también figuraciones en las que el cuerpo no-natural,
co que imita la forma y los
manipulable, se convierte en la figura que erosiona pre-
gestos de un ser animado.
cisamente el ideal normativo de sujeto y que consigue
2 Como señala Pedraza en escapar de la presión del poder.
su comentario del mito, lo
importante «no es la pasión
del hombre hacia la estatua EL CUERPO ARTIFICIAL (I): LAS AUTÓMATAS O
sino el hecho de que la esta- CÓMO CONSTRUIR AL OTRO
tua sea de su propia mano,
espejo de la mujer ideal que
lleva dentro de sí» (Pedraza, CUERPOS ARTIFICIALES: BREVE GENEALOGÍA
1999: 36). La misoginia de
Pigmalión y la materializa- La figura que responde con mayor claridad a los requisi-
ción de una fantasía sobre tos del cuerpo mecánico, dócil y regulado por la propia
la feminidad que resulta su-
perior a la naturaleza son,
mirada que lo ha manipulado es, sin duda, la del cons-
pues, los dos grandes vecto- tructo. Aunque las fábulas sobre la creación de vida arti-
res del mito. ficial se remontan a los orígenes de la tradición, siendo la
fábula de Galatea y Pigmalión el ejemplo clásico de ma-
yor vitalidad, es en la Edad Moderna cuando la cons-
trucción de figuras se convierte en un elemento cultural
conspicuo, en especial la construcción de autómatas,5
que empieza a brillar en el siglo XVIII y alcanza su máxi-
mo esplendor en la segunda mitad del XIX.
Pero los peligros del ser artificial son todavía más os-
curos, y su faceta más siniestra proviene de su capacidad
de poner en duda los límites de la propia existencia hu-
mana, convirtiéndose en una figura abyecta.5 Es el rela-
to El hombre de la arena, de E.T.A Hoffmann, el clásico
que muestra con mayor claridad esa vertiente siniestra
del autómata. En el relato, la inquietud proviene de la
continuidad entre el cuerpo femenino natural y el cuer-
po femenino artificial, encarnados respectivamente por
Clara y Olimpia, mujer y muñeca, que se convierten en
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 187
los polos de deseo del protagonista, Nathaniel. La incli-
nación de éste por la muñeca será la clave de su catastró-
fico final.
Al articularse en esas dicotomías, el cuento de Hoff-
mann revela un factor esencial en las fantasías sobre los
constructos y la dominación: su habitual focalización en
lo femenino. El ser artificial femenino es doblemente ab-
yecto, encarna la alteridad por su condición de mujer y
de constructo y ello lo convierte en un ser inquietante a
la par que tentador en la medida en que llena el deseo de
controlar y someter a la otredad. No es extraño pues que
las narrativas sobre cuerpos artificiales se desarrollen ha-
bitualmente sobre cuerpos femeninos, como ocurre en la
antigua fábula de Galatea y Pigmalión, y como ocurre en
los textos modernos más célebres, incluyendo en la lista
los clásicos La Eva futura (1886) de Villiers de l’Isle-
Adam o La mandrágora (1911) de H.H. Ewers, o en los
relatos de Thea Von Harbou y Philip K. Dick, famosos
por su traslación al cine, en las películas Metrópolis
(1926), de Fritz Lang, y Blade Runner (1982). Son estos
unos pocos ejemplos, los más conocidos, que ilustran esa
relación entre feminidad y artificio; no obstante, el catá-
logo de fabulaciones sobre el tema es extenso, como han
mostrado, entre otros, los trabajos de Pilar Pedraza (véase
bibliografía).
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 189
Feminidad y discurso científico: Si bien es el arte finisecular
el que populariza determinadas imágenes de la mujer, buena
parte de las fantasías sobre su naturaleza parten del estudio
científico, alimentado por un ideal positivista, que acabó ani-
quilando la visión romántica de la mujer como un ser de per-
fección moral o ángel del hogar. Las aportaciones científicas
sobre este particular fueron muy diversas pero ocupó un lugar
central el darwinismo y sus derivaciones: en la escala evolutiva
trazada por Darwin la mujer pronto ocupó un lugar más próxi-
mo al niño o al animal que al varón, una posición inferior, en
definitiva. La inferioridad de la mujer fue abordada con insis-
tencia por una infinitud de autores, desde Lombroso hasta Wei-
ninger pasando por Nordau o Moebius, cuyas aportaciones
coincidieron en utilizar la «verdad científica» como base de su
argumentación.
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 191
formación del discurso sobre la histeria. Como han des-
tacado los trabajos de Didi-Huberman o Beizer (véase
bibliografía), la histeria es una patología que parece sur-
gir de la propia fisiología femenina, como el propio
nombre evoca, pero cuyos síntomas desafían cualquier
localización orgánica. La sintomatología de la histérica
no se ubica en ningún órgano ni revela ninguna disfun-
ción, al contrario, se caracteriza por imitar síntomas de
otras enfermedades. Es ese carácter imitativo de la histe-
ria el que suscita toda una gama de procedimientos (hip-
nosis, dermatografía, etc.) que buscan provocar los sín-
tomas. Bajo el pretexto de la investigación científica, las
prácticas con las histéricas acaban poniendo en escena la
misma fantasía del constructo femenino: la histérica se
convierte así en un cuerpo presuntamente programable
y los documentos científicos, como la Iconographie Grap-
hique de la Salpêtrière y las exhibiciones médicas llevadas
a término en esta misma institución, pueden ser leídas
en paralelo a las exhibiciones de autómatas, es decir, co-
mo una muestra del poder de la técnica sobre un cuerpo
teóricamente bajo control. Pero es la novela La enferma,
de Eduardo Zamacois, el texto que muestra con mayor
claridad la voluntad de control y dominación del cuerpo
femenino a través del discurso científico de la histeria.
En ella, las prácticas terapéuticas que utiliza el médico
para curar a la paciente se revelan paulatinamente como
procesos de manipulación dirigidos a someter a ésta a la
voluntad de aquél, de modo que tanto la hipnosis como
el resto de prescripciones que se aplican a la protagonista
no tienen otro cometido que sugestionarla para que ac-
ceda a las pretensiones eróticas del psiquiatra.
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 193
sión de la división de espacios sociales y géneros. Por una
parte, la novela puede entenderse tanto como una histo-
ria de amor como una crónica científica, en la que la
amante construye a su propio objeto de deseo: Jacques, el
elemento masculino de la historia es la materia a la que
Raoule, la protagonista, da forma; en ese sentido, la nove-
la no pasaría de ser una simple inversión genérica de las
fantasías sobre la vida artificial si no fuera porque esa si-
tuación anómala es reconducida a través de una nueva
anomalía, la ritualización de los hábitos y prácticas de la
pareja que feminizan a Jacques y convierten a Raoule en
el «hombre» de la relación. Así pues, la relación desarrolla
la normativa de género –como el dimorfismo ideal y
complementariedad heterosexual de los cuerpos– pero
aplicándola sobre los cuerpos «inapropiados», lo que, a la
postre, muestra la arbitrariedad de esa normativa.
El caso de Monsieur Vénus es uno de los pocos textos
que ponen en funcionamiento de forma clara la mani-
pulación de otro cuerpo por parte de una figura femeni-
na. Otra de esas honrosas excepciones es la doble novela
de Gaston Leroux La muñeca sangrienta y La máquina de
asesinar, en la que aparece un autómata masculino crea-
do por mano de mujer. Pese a que la novela se desliza
por el territorio del folletín y posee una densidad temáti-
ca mucho menor que otros ejemplos citados, la relación
entre creadora y criatura no deja de ser significativa en
tanto que el componente erótico en ella aflora con clari-
dad. Si bien al final de la novela Christine ha destruido al
autómata y está felizmente casada con su eterno preten-
diente, la joven conserva los restos de la criatura. O eso
cree, pues el irónico final desvela que su esposo ha toma-
do las precauciones correspondientes y se ha deshecho
de ellos. Ese gesto del esposo no sólo elimina la tentación
erótica que el contructo representa para su esposa, supone
también la eliminación del genio creativo de Christine,
despojándola de su obra maestra. Y este aspecto es funda-
mental: la idea de una mujer creadora contraviene los dis-
cursos normativos sobre la feminidad, que equiparan a la
mujer con un ser sin genio cuya única creatividad, en sen-
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 195
malidad exhiben su carga significativa. Los instrumentos
que intervienen en ese ejercicio son, por excelencia, todo
aquello considerado supletorio y externo a la identidad
de modo que al ser utilizados en la construcción de una
identidad pública, generan la ruptura del binomio esen-
cia y apariencia.
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 197
Imágenes clásicas y contemporáneas del dandysmo. La caricatura de James
Whistler dibujada por Aubrey Beardsley y la fotografía de Cecil Beaton mues-
tran la imagen típica del dandy clásico (arriba), imagen que persiste en la ac-
tualidad en usos diversos (abajo).
GÉNERO Y DANDYSMO
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 199
mujer fatal, diabólica, que está al margen de esos cauces
y cuya sexualidad está, por tanto, fuera de control. La
importancia de esos grandes estereotipos ha pesado
enormemente a la hora de leer a ciertas mujeres como
dandies: con frecuencia, su actitud de desafío a la norma
y su oposición a las normativas de género las han reduci-
do a la etiqueta de mujeres fatales. Así ha ocurrido, por
ejemplo, con Raoule, la protagonista de la ya citada no-
vela Monsieur Vénus, de Rachilde. Obviamente, la joven
se pliega a las características básicas de la mujer fatal,
pues lleva a la muerte a la persona que la desea y su se-
xualidad está fuera de control, al menos durante buena
parte de la novela. Ahora bien, el propio texto muestra el
parentesco de la joven con reconocidos dandies: así, ella
es el último vástago de una familia aristocrática que se
extingue, como ocurre con el Duque Des Esseintes, y su
comportamiento se altera definitivamente al leer un li-
bro, como en el caso de Dorian Gray. Más allá de esos
detalles puntuales, Raoule despliega en paralelo a la
construcción de su amante una cuidada construcción de
sí misma; desde el inicio de la novela la vemos sumergi-
da en unas redes de refinamiento y exhibiendo una po-
tente conciencia de su propia identidad como un espec-
táculo, y a lo largo de sus páginas tal construcción la
llevará a prácticas extremas como el continuo travestis-
mo, de mujer a hombre y de hombre a mujer, que acaba
manifestando cómo su identidad no existe fuera de las
apariencias que muestra, o en los términos usados por
Barbey d’Aurevilly, cómo su ser es su parecer.
Otro caso evidente en el que la etiqueta de mujer fatal
ha eclipsado el tema del dandysmo es el de la protago-
nista de La Quimera, de Emilia Pardo Bazán. Espina Por-
cel actúa en efecto como una mujer fatal, y el texto remi-
te a ese hecho, desde el propio nombre de la protagonista
hasta su oposición al tipo angélico encarnado por otro
de los personajes femeninos. Ahora bien, su caracteriza-
ción pasa por elementos ya conocidos: Espina es vista, li-
teralmente, como una obra de arte, y como una obra de
arte es su existencia, a la que se califica de inimitable y
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 201
espectáculo fue común entre muchas de las escritoras
que frecuentaron los salones del momento, como Natalie
Barney o Djuna Barnes, ya entrado el siglo XX.
Pero quizás fueron las actrices y las damas del espectá-
culo quienes mejor amortizaron el juego de identidades,
géneros y normativas que puso en escena el dandysmo.
No parece casual que el fenómeno de las divas surgiera
en el mismo contexto que el dandysmo, ni que las más
renombradas actrices y bailarinas mantuvieran estrechos
contactos con teóricos del dandysmo y dandies avant-la-
lettre. Ida Rubinstein, Eleanora Dusse, Louie Fuller o
Adah Menken garantizaron su actuación en los escena-
rios a través de una compleja actuación fuera de ellos,
construyendo unos personajes públicos refinados y desa-
fiantes. Pero es sin lugar a dudas Sarah Bernhardt el
ejemplo más completo de diva y de dandy, siendo ambas
facetas dos caras de la misma moneda: Bernhardt se con-
virtió en el icono de la decadencia parisina y en el centro
del escándalo permanente, cultivando su propia imagen
de mujer excéntrica y refinada, materializando la escritu-
ra de su vida en unas memorias que muestran la com-
pleja creación que llevó a cabo de su propio personaje.
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 203
Ciberfeminismo. Se trata hecho inconcebible la idea del cuerpo natural, así, por
de una corriente teórica re-
ejemplo, el ciberfeminismo 5 ha hecho hincapié en la
ciente dentro de los femi-
nismos que asume las nue-
construcción de la subjetividad a través de la prótesis, lo
vas tecnologías de forma inorgánico y los flujos de información que miles de per-
optimista, de modo que son sonas desarrollan cotidianamente a través de internet.
consideradas medios para Prácticas como el uso de la mensajería instantánea o la
redefinir la realidad de gé-
escritura de blogs hacen colisionar conceptos como la
nero y romper determina-
das formas de sumisión ge- intimidad, la privacidad y la sinceridad con la exhibi-
nérica. ción, lo público y lo artificial. En esta coyuntura tecnoló-
gica ha sido el ciberarte, y particularmente el ciberarte
de raíz feminista, la práctica que ha trabajado con mayor
agudeza la condición siempre híbrida del cuerpo, el suje-
to y las marcas que lo configuran como tal. Trabajos co-
mo Involuntary Reception, de Kristin Lucas o Dollspace,
de Francesca da Rimini presentan figuraciones de lo fe-
menino que enfatizan ese carácter híbrido del sujeto,
asumiendo políticamente el rechazo de los esencialismos
de género propios del posfeminismo. Pero es sin duda
Shelley Jackson –como las anteriores, una de las ciberar-
tistas más comprometidas con las reivindicaciones de
género y con una concepción posmoderna de la identi-
dad– quien mejor engarza esa vertiente política en la tra-
dición precedente, en trabajos como My Body, Patchwork
Girl o The Doll Games, que se centran en la exploración
del carácter textual del cuerpo. En muchos casos, los tra-
bajos se remontan a la clásica figura del constructo: ya
sea en la forma de las muñecas anónimas cuya vida y pa-
rafernalia es expuesta en The Doll Games, ya sea median-
te guiños a constructos tan famosos como Pinocho (en
el relato «Musée Mecànique») o la criatura de Frankens-
tein en la ya citada Patchwork Girl. Por otra parte, My
Body utiliza, en parte, el discurso de la intimidad que
proporciona el soporte autobiográfico para mostrar la
artificiosidad de toda identidad, entretejida siempre con
los discursos, artefactos y relatos que la rodean. El cuer-
po hipertextual que organiza el trabajo es presentado
fragmentariamente, de modo que la construcción de la
identidad total es invariablemente el resultado del reco-
rrido determinado por el propio lector, lo que evidencia
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 205
consumo, es decir, de las implicaciones económicas que
rodean la tecnología.
En este aspecto, Anne Balsamo es especialmente lúcida
al relacionar diversas prácticas tecnológicas típicamente
posmodernas (desde el uso de internet hasta las innova-
ciones en materia reproductiva pasando por la cirugía es-
tética o el body-building) y mostrar la ambivalencia de és-
tas respecto al poder. De todas ellas es quizás la cirugía
estética el fenómeno que muestra de forma más aguda
esa ambivalencia: por una parte, ha sido criticada por
buena parte de la crítica feminista, que la ha considerado
una tecnología opresiva que interviene invasivamente so-
bre el cuerpo femenino para acercarlo a unos ideales de
feminidad hegemónicos; por otra parte, la propia Balsa-
mo afirma, la modificación del cuerpo muestra clarísi-
mamente la noción construida de belleza, y rompe con la
idea de un cuerpo natural (Balsamo, 1996). Si bien Balsa-
mo y otras especialistas en la materia asumen el riesgo
que genera la banalización de esta tecnología por parte
del discurso hegemónico, también advierten que no sólo
es una práctica que erosiona esta idea de cuerpo/sujeto
natural sino que incluso puede concretarse en prácticas
subversivas, cuyas consecuencias traspasan la epidermis.
Como Judith Butler señala, las disrupciones en los con-
tornos corporales, supuestamente estables, se convierten
en un elemento fundamental para socavar los construc-
tos represivos genéricos e identitarios, tal y como se evi-
dencia en la aportación de artistas como Orlan, que han
puesto la cirugía estética al servicio de acciones artísticas
cuyo cometido es exactamente ese. La cirugía estética, por
tanto, se configura como una práctica ambivalente que
entronca tanto con las fantasías de creación de cuerpos y
sujetos conformes a la norma, como con las fantasías
subversivas de autocreación.
CONCLUSIÓN
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 207
EJERCICIOS
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 209
truir por sí mismo un ser animado y artificial que, desde el punto
de vista de la belleza plástica, podría ser claramente equivalente?
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 211
culturales usuales y serias fallan, cuando no lograrnos interpretar
con certeza el cuerpo que estamos viendo, es precisamente el mo-
mento en que ya no estamos seguros de que el cuerpo encontrado
sea de un hombre o de una mujer. La vacilación misma entre las
categorías constituye la experiencia del cuerpo en cuestión.
Cuando tales categorías se ponen en duda, también se pone en
crisis la realidad del género: se vuelve confuso cómo distinguir lo
real de lo irreal. Y es cuando llegamos a entender que lo que con-
sideramos «real», lo que invocamos como el conocimiento natu-
ralizado del género, es, de hecho, una realidad que puede cambiar
y que es posible replantear, llámese subversiva o llámese de otra
forma. Aunque esta idea no constituye de suyo una revolución
política, ninguna revolución política es posible sin un cambio ra-
dical en nuestra propia noción de lo posible y lo real. A veces este
cambio llega como resultado de ciertos tipos de prácticas que an-
teceden a su teorización explícita y que provocan un replantea-
miento de nuestras categorías básicas: ¿qué es el género, cómo se
produce y reproduce, y cuáles son sus posibilidades? En este pun-
to, el campo sedimentado y reificado de la «realidad» de género se
entiende como un ámbito que podría hacerse de otra forma; de
hecho, menos violento.
El objetivo de este libro no es celebrar el travestismo como la
expresión de un género modelo y verdadero (aunque es impor-
tante resistirse a la denigración del travestismo que a veces se da),
sino mostrar que el conocimiento naturalizado del género funcio-
na como una circunscripción con derecho preferente y violenta de
la realidad. En la medida en que las normas de género (dimorfis-
mo ideal, complementariedad heterosexual de los cuerpos, ideales
y dominio de la masculinidad y la feminidad apropiadas e inapro-
piadas, muchos de los cuales están avalados por códigos raciales de
pureza y tabúes en contra del mestizaje) establecen lo que será in-
teligiblemente humano y lo que no, lo que se considerará «real» y
lo que no, establecen el campo ontológico en el que se puede con-
ferir a los cuerpos expresión legítima. Si hay una tarea normativa
positiva en El género en disputa, es insistir en la extensión de esta
legitimidad a los cuerpos que han sido vistos como falsos, irreales
e ininteligibles. El travestismo es un ejemplo que tiene por objeto
establecer que la «realidad» no es tan fija como solemos suponer-
lo; el propósito del ejemplo es exponer lo tenue de la «realidad»
del género a fin de contrarrestar la violencia que ejercen las nor-
mas de género.
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 213
BIBLIOGRAFÍA
LECTURAS RECOMENDADAS
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 215
DIDI-HUBERMAN, GEORGE, Invention of Hysteria: Charcot
and the Photographic Iconography of the Salpêtrière.
Cambridge Mass: The MIT Press, 2004.
DIJKSTRA, BRAM, Idols of Perversity. Nueva York, Oxford:
Oxford University Press, 1986.
GILBERT, SANDRA y SUSAN GUBAR, The Madwoman in the
Attic: the Woman Writer and the Nineteenth-century
Literary Imagination. New Haven: Yale University
Press, 1979.
H USTVEDT, A STI , «Science Fictions: The Future Eves of
Villiers de l’Isle-Adam and Jean Martin Charcot». En
A. Hustvedt: The Decadent Reader. Nueva York: Zone
Books, 1998.
MCCARREN, FELICIA, «The “Symptomatic Act” circa 1900:
Hysteria, Hypnosis, Electricity, Dance». Critical In-
quiry. Vol. 21, No. 4 (Summer, 1995): 748-774.
PEDRAZA, PILAR, Máquinas de amar. Secretos del cuerpo
artificial. Madrid: Valdemar, 1999.
SHOWALTER, ELAINE, Daughters of Decadence: Women Wri-
ters of the Fin-de-Siècle. Londres: Virago Press, 1993.
GÉNERO, C U E R P O Y P E R F O R M AT I V I D A D 217