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FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LAS EDUCACIÓN

Trabajo Fin de Grado

Técnicas
de intervención
en abuso sexual infantil:
estrategias cognitivo-conductuales,
aceptación y mindfulness

Alumno: Elena Feligreras Alcalá

Tutor: Prof. Dña. Mónica Hernández


Dpto: Psicología

Junio, 2014

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ÍNDICE

1. Resumen

2. Capítulo 1. Conceptualización del término abuso sexual infantil y consecuencias


derivadas de la experiencia de abuso

3. Capítulo 2. Intervención en abuso sexual infantil desde la perspectiva cognitivo-


conductual

4. Capítulo 3. Intervención en abuso sexual infantil desde la perspectiva de


aceptación y mindfulness

5. Conclusión

6. Referencias

7. Anexos

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Resumen

En el presente trabajo se expone la conceptualización del término de abuso sexual


infantil, así como la gravedad de las consecuencias psicológicas derivadas de tal
experiencia. Concretamente, nos centramos en uno de los síntomas cuya presencia es muy
frecuente en los casos de abuso sexual, el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT).
Para abordar tal problemática, se han propuesto dos tipos de intervenciones, cuyos
objetivos y estrategias terapéuticas difieren en gran medida.

En primer lugar, se describe una aproximación tradicional Cognitivo-Conductual. Desde


esta perspectiva, las actuaciones con víctimas de abuso irán dirigidas a romper las
asociaciones establecidas entre estímulos, así como a identificar y modificar las
cogniciones, acerca de aspectos relacionados con el trauma, que resulten desadaptativas
e irracionales a fin de que la persona pueda seguir adelante con su vida.

En segundo lugar, se describe la actuación desde una intervención, relativamente


novedosa, basada en la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) y Mindfulness, cuyo
objetivo, contrariamente a la idea propuesta desde la terapia cognitivo-conductual de
modificar el contenido de los eventos privados, es que la persona víctima de abuso perciba
y acepte, desde la conciencia plena, dichos pensamientos y sentimientos tal y como son,
actuando en dirección o de acuerdo a sus valores personales aún en presencia de dichos
eventos privados.

Palabras clave: Abuso sexual infantil, Trastorno de Estrés Postraumático, Terapia


cognitivo-conductual, Terapia de Aceptación y Compromiso y Mindfulness.

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Abstract
In this paper the definition of the term child sexual abuse is exposed, and the severity of
the psychological consequences of such an experience. Specifically, we focus on one of
the symptoms whose presence is very common in cases of sexual abuse, Post Traumatic
Stress Disorder (PTSD). To address this problem, we have proposed two types of
interventions, whose the objectives and therapeutic strategies differ greatly.

First, a traditional approach Cognitive Behavioral is described. From this perspective, the
performances will go to victims of abuse aimed at breaking the partnerships established
between stimuli and to identify and change cognitions about issues related to trauma,
resulting maladaptive and irrational so that the person can continue on with your life.

Second, the action is described from a relatively novel intervention based on Acceptance
and Commitment Therapy (ACT) and Mindfulness aimed contrary to the idea proposed
from cognitive behavioral therapy to modify the content of events private, is that the
abused person receives and accepts from full consciousness, these thoughts and feelings
as they are acting in either direction according to your personal values even in the
presence of these private events.

Key words: Childhood sexual abuse, Posttraumatic Stress Disorder, Cognitive Behavioral
Therapy, Acceptance and Commitment Therapy and Mindfulness.

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Capítulo 1
Conceptualización del término abuso sexual infantil y consecuencias
derivadas de la experiencia de abuso

No existe una definición única para el abuso o maltrato infantil. Sin embargo, la
más aceptada viene proporcionada por el National Center for Child Abuse and Neglect
(NCCAN, 1988), que define el abuso infantil como “todas aquellas acciones que van en
contra de un adecuado desarrollo físico, cognitivo y emocional del niño, cometidas por
personas, instituciones o la propia sociedad”. A su vez, esta definición engloba una serie
de comportamientos, que son considerados de abuso, como maltrato físico, negligencia,
maltrato psicológico o abuso sexual, tal y como señala el manual de psiquiatría DSM-IV-
TR (2001).

En esta revisión focalizaremos nuestra atención en uno de los tipos de abuso


infantil antes mencionados, el abuso sexual infantil. A lo largo de los años, se ha intentado
establecer una definición del abuso sexual, siendo la más difundida la que proporciona el
NCCAN (1988), que define el abuso sexual como “los contactos entre un niño y un adulto,
cuando el primero se utiliza para la estimulación sexual del segundo o de otra persona”.
Del mismo modo que el maltrato infantil incluía diferentes conductas, el abuso sexual
infantil comprende comportamientos como violación, contacto genital-oral, caricias,
voyeurismo, exhibicionismo y explotación sexual infantil (Redondo y Ortiz, 2005).

Teniendo en cuenta su impacto social, podemos afirmar que constituye un


problema de primera magnitud que, no siempre es percibido como tal, ya sea porque, en
algunos casos, las víctimas no muestran signos observables de abuso o porque no revelan
a otras personas dicho maltrato, por lo que, muchos casos se mantienen en secreto y no
salen a la luz. Este hecho ha supuesto una dificultad adicional a la hora de realizar
estudios epidemiológicos, ya que, debido a la escasez de casos denunciados no es posible
conocer la incidencia real del problema. No obstante, estudios como el que llevaron a
cabo Redondo y Ortiz, (2005) reflejan una incidencia anual (número de casos detectados
o denunciados en un periodo de tiempo determinado, en este caso un año) en torno a 0,5
casos por cada 1000 niños.

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En cuanto a la prevalencia del abuso, es decir, la proporción de individuos de la
población que sufrieron abuso sexual infantil en un momento o periodo determinado,
estos mismos autores la sitúan en el 14,5% para las mujeres y el 7,2% para los varones
(Redondo y Ortiz, 2005). Estas diferencias entre hombres y mujeres podrían deberse al
hecho de que verdaderamente haya más casos de mujeres que son víctimas de abusos
sexuales, o bien, a que en el caso de los varones, estas experiencias permanecen ocultas,
debido al miedo al estigma social de ser tachado de afeminado o de homosexual (Cantón
y Cortés, 2003) .

En cuanto a la experiencia de abuso en sí misma, deberíamos señalar que,


generalmente, los agentes del maltrato se encuentran muy cercanos al propio menor. Con
frecuencia se trata de los padres, aunque también aparecen otras personas con o sin
vinculación familiar con la víctima (López, 1994). Esta distinción respecto a la relación
entre víctima-agresor, da lugar a distintos tipos de dinámicas interrelacionales en las que,
cuanto más estrecha es la relación entre el agresor y la víctima, más probabilidades existen
de se repita y se prolongue la conducta de abuso. Diríamos que la familiaridad funciona
como un factor de riesgo, en la medida en que aumenta la probabilidad de se produzcan
los abusos sexuales.

Entre los factores de riesgo, además de la relación estrecha entre víctima-agresor,


encontramos aquellos relacionados con las características de la víctima. López,
Hernández y Carpintero, (1995) encontraron que la edad de la víctima era un factor
relevante y que los abusos sexuales se producían con más frecuencia entre los 12 y 13
años de edad. Del mismo modo, Saldaña, Jiménez y Oliva, (1995) informaron que la
frecuencia de los casos de abuso sexual infantil se iba incrementando con la edad de los
niños hasta llegar a la pubertad. Esto podría no ser necesariamente indicativo de que los
niños próximos a la pubertad sufran abusos con mayor frecuencia, sino explicarse
teniendo en cuenta que, conforme aumenta la edad de la víctima, es más probable que
revele lo sucedido o lleve a cabo comportamientos que reflejen la existencia de algún tipo
de problema, por ejemplo, escaparse de casa, intentos de suicidio, etc. (Cortés y Cantón,
1997). En este periodo de inestabilidad y cambio general, la pubertad y primera
adolescencia, es también cuando los efectos de los abusos son más graves (López, 1994).

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Todo lo anterior nos lleva a considerar que la experiencia de abuso sexual supone
un gran impacto a nivel individual, ocasionando graves consecuencias psicológicas en las
víctimas. Así, Pereda, (2009) llevó a cabo un estudio, cuya finalidad consistía en
identificar los problemas psicológicos derivados de la experiencia de abuso sexual. Entre
ellos encontró una serie de problemas que abarcaban distintas áreas:

• Problemas emocionales. Problemas de tipo internalizante, como miedos y fobias.


Así como, sentimientos de culpa y pérdida de autoestima.

• Problemas cognitivos. Alteraciones de atención y concentración.

• Problemas de relación. Problemas a la hora de establecer relaciones con grupos


de iguales, pertenecientes o no a la familia, dada la ruptura que la experiencia de
abuso sexual implica en la confianza de la víctima. Pueden llegar a producirse
problemas de aislamiento social en víctimas de este tipo de experiencias.

• Problemas funcionales. Alteraciones del sueño (pesadillas) y alteraciones de la


conducta alimentaria.

• Problemas conductuales. Conductas sexualizadas (masturbación compulsiva,


agresión sexual y conductas exhibicionistas), así como conductas disruptivas y
agresivas, las cuales incluyen hostilidad, agresividad, ira y rabia.

Tal y como hemos mencionado anteriormente, la presencia de factores de riesgo


podría llevar a incrementar el impacto de dicho problemas. De esta forma, conductas
frecuentes de coerción física por parte del agresor, junto con la presencia de sentimientos
de culpa por parte de la víctima, podrían llevar a maximizar la probabilidad de aparición
de determinados trastornos psicopatológicos (Pereda, 2009).
De hecho, en muchos casos, las víctimas de abuso sexual infantil son
diagnosticadas de Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), cuyas características se
describen a partir de una serie de criterios recogidos en el manual DSM-IV-TR (2001):
Criterio A: La persona ha estado expuesta a un suceso traumático en el que la
persona ha experimentado o ha sido testigo de un suceso que implica la muerte, la

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amenaza de muerte o algún riesgo para la integridad física. Ante estas situaciones el
individuo responde en forma de miedo, de indefensión o de horror.
Criterio B: El acontecimiento traumático se reexperimenta persistentemente en
forma de:

 Recuerdos desagradables, recurrentes e intrusivos del suceso.

 Sueños desagradables sobre el suceso.

 Conductas o sentimientos que aparecen como si el suceso estuviera


ocurriendo de nuevo.

 Malestar psicológico intenso cuando el individuo se expone a estímulos


internos o externos relacionados, de algún modo, con algún aspecto del
suceso traumático.

 Reactividad fisiológica cuando el individuo se expone a estímulos internos


o externos que simbolizan el evento traumático.

Criterio C: Evitación persistente de los estímulos (pensamientos,


sentimientos, lugares, actividades, personas, etc.) asociados al trauma.

Criterio D: Síntomas persistentes de hiperactivación (insomnio, explosiones


de ira dificultades de concentración, hipervigilancia y respuesta de alarma exagerada.).

Criterio E: La duración del trastorno es superior a un mes.

Criterio F: El trastorno ocasiona una alteración significativa en el


funcionamiento social, laboral o en otras áreas importantes de la vida.

Se trata, como podemos observar, de un trastorno de ansiedad cuyos síntomas


afectan, en mayor o menos medida, a cada una de las áreas vitales de la víctima,
ocasionándole grandes limitaciones a la hora de llevar a cabo ciertas conductas o
exponerse a determinadas situaciones que, previamente, podían realizarse con total
normalidad.

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Capítulo 2
Intervención en abuso sexual infantil desde una perspectiva cognitivo-
conductual

Dada la elevada prevalencia de casos de abuso sexual que han derivado en un


Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), en este apartado vamos a focalizar nuestra
atención en la forma en que se llevaría a cabo una intervención dirigida a atenuar la
sintomatología postraumática, desde una perspectiva cognitivo-conductual.

Desde una perspectiva cognitivo-conductual, (Bobes y cols, 2000), el origen del


trastorno y su mantenimiento se explican teniendo en cuenta el aprendizaje social y
atendiendo a los procesos de condicionamiento clásico y operante.

Así, los procesos de condicionamiento clásico permitirían explicar cómo los


estímulos relacionados con el trauma actúan como estímulos incondicionados que
provocan respuestas de miedo extremo. Al mismo tiempo, las señales cognitivas,
afectivas y fisiológicas que acompañan al suceso traumático se convierten en estímulos
que por sí solos son capaces de provocar una respuesta condicionada.

Del mismo modo, los procesos de condicionamiento operante permitirían explicar


cómo las conductas de evitación cognitiva y conductual se mantendrían en el tiempo. En
concreto, dichas conductas serían mantenidas por reforzamiento negativo, es decir, emitir
la conducta de evitación llevaría a la desaparición de consecuencias negativas (ansiedad,
malestar, tensión, etc) que provocan los recuerdos y estímulos (reales o simbólicos)
asociados evento traumático.

Teniendo en cuenta lo anterior, y relacionando las ideas básicas que componen el


modelo cognitivo-conductual con la sintomatología del trastorno de estrés postraumático,
podemos considerar que la reexperimentación del suceso traumático a través de
pensamientos y recuerdos desagradables serían respuestas involuntarias de ansiedad que
han sido asociadas a todo aquello relacionado con el suceso traumático, reflejando así un
proceso de condicionamiento clásico. Mientras que, las conductas evitativas hacia

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cualquier pensamiento, sentimiento o actividad que desencadene el malestar asociado al
suceso traumático, serían respuestas aprendidas mediante condicionamiento operante y,
las responsables del mantenimiento de la sintomatología postraumatica. Esto refleja una
sucesión de procesos, a través de los cuales se crea un “círculo vicioso” que, aunque a
corto plazo parecería eficaz, a la larga resulta realmente desadaptativo para las víctimas.
(Figura 1).

Condicionamiento
Estímulos relacionados Clásico
con el trauma
(pensamientos, recuerdos,
lugares, actividades, etc.)

Reducción de Respuesta de ansiedad


ansiedad (Malestar, miedo,
angustia, etc.)

Conducta de evitación
física y emocional

Condicionamiento
Operante
(Reforzamiento
Negativo)

Figura 1. Proceso mediante el que se mantiene la conducta de evitación en TEPT.

La sintomatología postraumática presenta algunas diferencias según la etapa vital


en la que nos situemos. Así, tal y como afirma el estudio de Bobes y cols. (2000), en la
etapa preescolar encontraremos síntomas relacionados con alteraciones del sueño,
recuerdos y pensamientos recurrentes relacionados con la experiencia traumática y
problemas de conducta. Mientras que, conforme van pasando los años, la sintomatología
va siendo similar a la de los adultos, encontrando frecuentes episodios de flashback
(sensación de estar reviviendo la experiencia traumática original), insomnio, irritabilidad

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y problemas de atención y concentración.

En general, conociendo las bases que sustentan al modelo cognitivo-conductual y,


tal y como podemos observar en trabajos como el de Pedreira, (1996) parece lógico pensar
que la intervención cognitivo-conductual en abuso sexual se centrará en los procesos que
llevan a la reexperimentación del suceso traumático (pensamientos y recuerdos
recurrentes en forma de flashbacks que desencadenan respuestas de ansiedad), en la
conducta de evitación física y emocional de aquellos pensamientos, emociones, lugares y
actividades asociados al evento traumático y en las propias reacciones de ansiedad
(insomnio, ira, hipervigilancia, dificultad para concentrarse, etc. ) derivadas del recuerdo
del suceso.

El consenso clínico sugiere que el tratamiento deberá implicar exposición directa


al trauma, entrenamiento en inoculación de estrés y reesctructuración cognitiva
(Sarmiento, Fernández, Barbacil y Gutiérrez, 2006).

La exposición prolongada (EP). Por cuestiones éticas, en estos casos suele


utilizarse en imaginación. Se trata de una técnica a través de la cual la víctima revive la
escena traumática en su imaginación del modo más vívido posible y la describe en voz
alta con detalle y hablando en tiempo presente. Cada cierto tiempo, se mide el grado de
ansiedad que presenta durante la exposición (con una escala de 0 a 10) y se identifican
aquellos momentos en los que el nivel de ansiedad es mayor así como las cogniciones
asociadas a él.

Algunos autores recomiendan aplicar, a continuación, una reestructuración


cognitiva, con el objetivo de modificar aquellas cogniciones erróneas asociadas al suceso
y, finalmente, se vuelve a revivir la escena utilizando argumentos alternativos más
ajustados. (Bados y García, 2011).

De este modo, se consigue una ruptura de la asociación previa entre el estímulo


incondicionado (suceso traumático) y la respuesta condicionada (miedo, agitación, etc.),
lo que promueve una disminución de la respuesta condicionada de evitación hasta llegar

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a la extinción completa. Esta ruptura se consigue a través de dos procesos, descritos a
través de la “teoría del procesamiento de la información” de Jaycox y Foa, (1996), la cual
muestra una gran consonancia con la teoría explicativa de Baguena (2001), según la cual,
dicha ruptura se conseguirá por habituación a la ansiedad derivada de la exposición
repetida a estímulos que recuerdan al trauma y el aprendizaje de que la exposición a
dichos estímulos no conlleva una amenaza posterior. .

La reesctructuración cognitiva (RC), también se ha aplicado de manera aislada. El


procedimiento se basa en la identificación y posterior modificación de aquellos
pensamientos y creencias desadaptativos, con el objetivo de sustituirlos por otros más
ajustados a la realidad. Como ya se ha comentado, esta técnica podría llevarse a cabo de
forma paralela a la técnica de exposición prolongada y conseguir, de esta forma, optimizar
los resultados. De hecho, se ha encontrado que, la reesctructuración cognitiva por sí sola,
no conlleva resultados más beneficiosos que la exposición prolongada, sin embargo,
cuando ambas se combinan, se obtienen los mejores resultados (Baguena, 2001).

A pesar de lo eficaz que han demostrado ser ambas técnicas (EP y RC) para reducir
la sintomatología postraumática, debemos tener en cuenta otra serie de aspectos
relacionados con la sintomatología de Trastorno de Estrés Postraumático.

Así, podrían resultar útiles otras estrategias de manejo de ansiedad, concretamente,


Entrenamiento en inoculación de estrés (EIE), un programa de tratamiento cuya finalidad
es que las personas adquirirán habilidades para el afrontamiento de la ansiedad en aquellas
situaciones en las que estén presentes estímulos o recuerdos relacionados con el trauma.
Entre las técnicas que conforman el EIE, podemos destacar las siguientes:

-Psicoeducación acerca de los síntomas de ansiedad. Se trata de una herramienta


útil en el abordaje del TEPT, ya que su objetivo es ayudar a las víctimas a comprender su
sintomatología y los elementos necesarios para superarla (Guerra y Plaza, 2009). Para
ello, se entrega información a la víctima sobre aquellos aspectos relacionados con su
problemática y se le enseña a desarrollar estrategias que le permitan afrontar situaciones
conflictivas. De esta forma, cuando el individuo se encuentre ante una situación que le
provoque ansiedad, contará con los recursos necesarios para identificar aquellas
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sensaciones y pensamientos responsables de tal estado y, posteriormente, actuar en
consecuencia, a través de la utilización de las estrategias de afrontamiento aprendidas.

- Relajación progresiva. Ante la reexperimentación del suceso o, el simple


recuerdo de este, muchas personas reaccionan mostrando elevados niveles de ansiedad,
tensión muscular, etc. Por ello, se considera necesario incluir entre las estrategias que
componen el EIE, la técnica de relajación progresiva, la cual permite a la víctima adquirir
una respuesta incompatible a la ansiedad al enfrentarse a estímulos relacionados con el
suceso.
Este procedimiento está basado en una serie de ejercicios en los que se tensan y
relajan aquellas zonas musculares que habitualmente se asocian al estrés.

-Control del pensamiento. Es una estrategia cognitiva cuya finalidad es detener,


de forma voluntaria, aquellos pensamientos intrusivos que provocan el estado de ansiedad.
Es decir, se trata de adquirir la habilidad para identificar y detener la cognición
desajustada y, posteriormente, exponerse a ella voluntariamente sin llevar a cabo la
conducta de evitación. (Guerra y Plaza, 2009).

- Auto-diálogo dirigido. Se trata de una técnica basada en la identificación de


aquellas autoafirmaciones irracionales y en la posterior adquisición de expresiones cuyo
fin es reemplazar el autodiálogo negativo. (Huici, 2013). De esta forma, ante una situación
que le provoque ansiedad (recuerdos, estímulos relacionados con el suceso, etc.) la
víctima pregunta y responde preguntas que le ayudan a analizar la situación de forma más
racional, llevándose a cabo, un autodiálogo interno.

- Role-playing. Esta es una de las técnicas más utilizadas a la hora de desarrollar


habilidades de afrontamiento. (Huici, 2013) .Consiste en llevar a cabo una recreación de
la situación problemática, en este caso, de aquellas situaciones en las que la víctima emite
la conducta de evitación al enfrentarse a estímulos asociados con el trauma. Por tanto, a
través de esta técnica, el individuo aprende nuevas formas de afrontar la ansiedad y el
malestar en dichas situaciones, en lugar de evitarlas.

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Cada una de las técnicas que componen el EIE posee una esencia común con las
demás, y es que su finalidad consiste en enseñar a la víctima del abuso sexual a reconocer
y a controlar sus emociones negativas, como la ansiedad y la ira, mediante la planificación
y emisión de conductas alternativas más adaptativas. (Mingote, Machón, Isal, Perris y
Nieto, 2003). No obstante, antes de llevar a cabo el entrenamiento en Inoculación de estrés
(EIE) debemos tener en cuenta la variabilidad de los síntomas que comprende cada caso,
ya que para una persona cuya reacción ante el recuerdo o la exposición a estímulos
asociados al trauma sea un elevado nivel de tensión muscular y ansiedad, sería útil el uso
de la estrategia de relajación progresiva, mientras que para una persona que no presente
tensión muscular pero sí otros síntomas, deberemos utilizar otro tipo de estrategias de
afrontamiento. (Baguena, 2001).

En general, dada la gran complejidad y multiplicidad de síntomas asociados al Trastorno


de Estrés Postraumático (TEPT) debido a la variabilidad de condiciones que pueden llegar
a darse para que se desarrolle, desde un perspectiva cognitivo-conductual, se asume que
no existe una única intervención que pueda resultar efectiva en todos los casos, sino que
esta deberá adaptarse a la sintomatología que presente cada paciente.

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Capítulo 3
Intervención en abuso sexual infantil desde la perspectiva de aceptación y
mindfulness

Todas las personas evitamos aquello que nos produce malestar, y esa evitación no
es necesariamente problemática. Pero en nuestro contexto histórico y cultural, sentirse
bien se ha convertido en un valor en sí mismo, identificándose con salud mental. Algunas
personas buscan sentirse bien a toda costa, evitando cualquier tipo de malestar aunque,
en muchas ocasiones, eso les genere problemas y les conduzca a una vida más limitada.
Es ahí cuando hablamos de Evitación Experiencial (Wilson, y Luciano, 2002).

La Evitación Experiencial es una dimensión funcional, que abarca problemas


formalmente muy diferentes, y que hace referencia a los intentos por acabar con los
eventos privados problemáticos. Aunque esos intentos puedan tener éxito a corto plazo, a
medio o largo plazo los pensamientos, emociones y sentimientos que generaban malestar
no desaparecen, incluso pueden incrementarse. Y la persona cada vez se aleja más de
aquello que quiere y valora en su vida (Hayes, Wilson, Gifford, Follette, y Strosahl, 1996).

En el caso de víctimas de abuso sexual el comportamiento de evitación se extiende


a pensamientos, emociones y recuerdos, además de a conductas, actividades, lugares, etc.,
que se relacionen con el evento traumático y evoquen dichos pensamientos, recuerdos o
emociones. Cuando esos comportamientos de evitación se hacen crónicos y limitando
considerablemente la vida de esas personas es cuando podemos hablar de Trastorno de
Evitación Experiencial (TEE). Este ocurre cuando una persona no está dispuesta a
establecer contacto con sus experiencias privadas, como los estados o sensaciones de su
cuerpo, sus pensamientos, sus recuerdos, sus predisposiciones conductuales, etc., y actúa
tratando de alterar la forma y frecuencia de tales experiencias, así como las condiciones
que las generan, obteniendo con ello una limitación en su vida. (Gutiérrez y García, 2001).

Como se ha indicado previamente, para abordar el tratamiento del Trastorno de


estrés postraumático, desde la perspectiva cognitivo-conductual, se emplean estrategias

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orientadas a modificar el contenido de los pensamientos intrusivos que resultan
irracionales, ya que se considera que tales pensamientos son la causa de que la persona
se comporte desadaptativamente y su modificación permitirá a la víctima volver a
alcanzar su estilo de vida previo al suceso traumático.
Contrariamente a tal perspectiva, surge un tipo de terapia cuya finalidad no se basa
en la modificación de los eventos privados, sino en el cambio de los contextos verbales
que se relacionan con tales eventos. Esta es la Terapia de Aceptación y Compromiso
(ACT), una aproximación basada en la idea de que el verdadero problema no son los
pensamientos, los miedos o la ansiedad desencadenados por el episodio de abuso sexual,
sino los intentos de la víctima por acabar con esos eventos privados. Por tanto, la
intervención se centraría en que la persona acepte los eventos privados fruto de su historia
y siga adelante con la vida que quiere tener, tratando de alterar las relaciones
desadaptativas que se han establecido entre sentirse mal y paralizar la vida.

En resumen, ante aquellos recuerdos, pensamientos, actividades, etc. que se


relacionen con el evento traumático, ACT propone que una alternativa a la conducta de
evitación sea estar dispuesto a aceptar la ansiedad y el malestar tal y como son,
estableciendo un compromiso para actuar en la dirección elegida pese a ellas. (Carrascoso,
1999).

Los métodos clínicos que componen ACT tratan de alcanzar un cambio de


carácter contextual, cambiando la función de los eventos privados, sin modificar su
contenido. Se trata de modalidades verbales inherentemente poco literales (Wilson y
Luciano, 2002) como metáforas, paradojas y ejercicios experienciales. Las metáforas, son
fórmulas verbales literalmente diferentes del problema pero, funcionalmente equivalentes;
las paradojas, son formulaciones que cuestionan la función de la literalidad y la eficacia
de las reglas de evitación; y, finalmente, los ejercicios experienciales, buscan generar
situaciones en las que la víctima entre en contacto con sus eventos privados y debilitar,
así, las reglas que le han llevado a intentar controlarlos (Luciano, Valdivia, Gutiérrez y
Páez, 2006).

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Aunque ACT es una terapia flexible, tradicionalmente se han definido una serie
de componentes que se podrían sintetizar en los: desesperanza creativa, el control de
eventos privados como problema, clarificación de valores, desliteralización o
distanciamiento, el “yo como contexto” y el compromiso con los valores personales.

Al inicio de la terapia y después de haber generado un contexto para la misma,


trataremos de hacer ver a la víctima que los intentos de evitar determinados pensamientos,
recuerdos, emociones, etc., aunque a corto plazo pueda resultar eficaces, a la larga supone
un alejamiento de aquello realmente importante en su vida. Se generan así las condiciones
para que el individuo experimente una desesperanza creativa, al comprobar que las
conductas de evitación en ciertas situaciones conlleva una serie de repercusiones en
numerosas facetas de su vida (Luciano, Valdivia, Gutiérrez y Páez, 2006). Para
ejemplificarlo, resulta muy útil la metáfora del jardín (ver Anexo1), en la que se le pide
al individuo que imagine que es un jardinero y su jardín es su vida. Las plantas representan
todo aquello que le resulta importante para él y regarlas, abonarlas, etc. es hacer cosas en
su relación de pareja, su vida familiar, trabajo o cualquier cosa importante. Las malas
hierbas, representan sus recuerdos y pensamientos sobre la experiencia de abuso, y
cortarlas es intentar que desaparezcan. No obstante si, únicamente, dedica su tiempo y
esfuerzo a eliminar esas “malas hierbas”, el resto de “plantas” (las áreas valiosas en su
vida) estarán abandonadas. El terapeuta no explicita estas conexiones entre los elementos
de la metáfora y los diferentes aspectos de su vida, sino que trata de que el paciente sea
el que establezca la conexión y caiga en la cuenta de que lo que está haciendo no funciona.
Despues de esforzarse tanto y tan duro, tiene abandonadas sus plantas y no ha conseguido
librarse de las malas hierbas. Si se hace bien, la experiencia de desesperanza será
impactante para el paciente y provocará un punto de inflexión.

Con esta metáfora además, se puede hacer consciente a la víctima de que, no


necesariamente, la presencia de eventos privados aversivos (malas hierbas), debería
implicar la ausencia de dedicación a las áreas importantes de su vida (plantas), sino que
forman parte y pueden coexistir en un mismo terreno. De esta forma se comienza a
plantear el concepto de aceptación de tales eventos privados, como alternativa a su
evitación (Páez, Gutiérrez, Valdivia y Luciano, 2006).

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Otro de los pasos esenciales en ACT, es hacer consciente al paciente de sus
intentos por controlar los pensamientos, emociones y recuerdos y el resultado de esos
intentos de control. El propósito es que, a través de metáforas, paradojas y ejercicios
experimentales, la víctima sea consciente de que, de acuerdo a su experiencia, en algunos
contextos, el control de eventos privados parece inviable y, en algunos casos,
paradójicamente, intentar controlarlos implica que surjan con más intensidad. Esto puede
ejemplificarse a través de diferentes metáforas como la metáfora del polígrafo (ver
Anexo1) (Wilson y Luciano, 2002). Por tanto, en primer lugar, el objetivo es que el
individuo detecte aquellas conductas que lleva a cabo para controlarlos y, a continuación,
las abandone, permitiendo así, la aceptación de tales estímulos.

En general, la intervención desde la perspectiva de la Terapia de Aceptación y


Compromiso (ACT) supone una reorientación de la persona hacia los valores, aquello que
de verdad importa en su vida. La clarificación de valores es un elemento esencial en la
terapia, ya que establece la dirección en la que hemos de orientar nuestra intervención
(Luciano, Valdivia, Gutiérrez, y Páez, M., 2006). En dicha clarificación se definen
trayectorias, pero también objetivos y acciones necesarias para alcanzar dichos objetivos,
a la vez que se analizan las barreras que el paciente encuentra para avanzar en la dirección
de sus valores. La clarificación de valores debería estar presente también desde los
primeros momentos de la terapia y retomarse siempre que sea necesario. Para este fin,
podría resultar útil un tipo de ejercicio como el “ejercicio del funeral”, en el que se le pide
al individuo que imagine que asiste a su funeral y que piense las cuestiones por las que le
gustaría ser recordado por sus seres queridos. (García, Luciano, Hernández y Zaldívar,
2004).

Para poder aceptar los eventos privados es necesario cierto grado de distanciamiento
respecto a ellos. A través de la desliteralización del lenguaje en ACT se busca romper la
literalidad de las palabras, además de romper las relaciones inhabilitantes entre pensar,
sentir y actuar. (Carrascoso, 1999). Para ello podría ser útil un tipo de ejercicio en el que,
mediante la continua repetición de una palabra (por ejemplo: leche) esta pierde
temporalmente parte de su significado y resultando, por tanto, menos dominante sobre el
individuo. (Wilson y Luciano, 2002).

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Un componente basado, del mismo modo, en la idea de distanciamiento, es el
proceso de defusión, cuyo objetivo implica notar las experiencias privadas sin intentar
controlarlas.

Otro de los componentes de ACT, “yo como contexto”, implica ser capaz de
contactar con sus pensamientos, recuerdos y emociones desde un lugar seguro, desde esa
parte del yo, que puede darse cuenta de que está pensando, recordando y sintiendo acerca
de aspectos relacionados con el evento traumático del mismo modo que puede pensar,
recordar y sentir de forma diferente en otras situaciones. Para ejemplificarlo, podría
resultar útil la metáfora del tablero de ajedrez (ver anexo1). Esta muestra, a través de un
tablero y fichas de ajedrez, cómo los eventos privados, tanto aversivos (fichas de un color)
como los deseables (fichas de otro color) coexisten en la persona, que sería el tablero.
Es importante que la persona entienda que, desde su posición como tablero (“yo
contexto”) la guerra entre piezas no importa. Y, desde ahí, puede moverse en las
direcciones que son valiosas en su vida, mientras observa cómo se mueven tales piezas.
(Wilson y Luciano, 2002).

Esta perspectiva del yo como contexto supone el distanciamiento respecto a los


eventos privados, lo que lleva a asumir una trascendencia del yo. De esta forma, cuando
la víctima llega a establecer un contacto experiencial con ese sentido trascendente del yo,
los pensamientos y recuerdos relacionados con el trauma se vuelven menos impactantes.

El concepto de trascendencia del yo, se encuentra relacionado con la esencia de


algunas de las tradiciones filosóficas (Wilson y Luciano, 2002), entre ellas el Budismo
Zen, cuya práctica se basa en la conciencia plena/meditación, recogidas a su vez, en el
concepto Mindfulness, “una forma de atención que no juzga, centrada en el presente, en
la que cada pensamiento, sentimiento o sensación que aparece en el campo atencional es
reconocida y aceptada tal y como es”. (Carmody, Segal, Abbey, Speca;Velling y Devis,
2004).

19
Una de sus prácticas se basa en el entrenamiento en relajación, orientado a
desarrolla la capacidad de evocar y aplicar la atención para mejorar el bienestar emocional.
Sin embargo, en ACT, la práctica de mindfulness trata de complementar los
procedimientos que aquí se llevan a cabo, a través de procesos del tipo: defusión,
distanciamiento, y dejar ir, de aquellos pensamientos, creencias y recuerdos irracionales
y desadaptativos; aceptación, hacer espacio para los sentimientos y sensaciones dolorosas,
dejándolos entrar y salir, sin llevar a cabo ningún tipo de control emocional interno y
contacto con el momento presente, un compromiso total con el aquí y ahora, con una
actitud de apertura y curiosidad frente a la experiencia. (Harris, 2013).

Por último, en ACT se trabaja el compromiso con los valores personales. Se trata
de que la persona camine en la dirección elegida haciendo hueco a los eventos privados
dolorosos. Esa precisamente es la esencia de esta terapia.

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Discusión

A lo largo de este trabajo se ha llevado a cabo una conceptualización de abuso


sexual infantil, un problema de índole mundial cuyas repercusiones afectan a la víctima
a nivel personal, social, familiar, etc. Aquí hemos centrado nuestra atención en las
consecuencias psicológicas derivadas de una experiencia de abuso, concretamente, en el
Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Para abordar la sintomatología de este
trastorno, hemos propuesto la intervención desde dos tipos de perspectivas: cognitivo-
conductual y aceptación y mindfulness.

La primera, hace referencia a un tipo de terapia tradicional, cuyo propósito es


identificar y modificar aquellos eventos privados (pensamientos, sensaciones, recuerdos,
etc.) que resultan desadaptativos, y así, conseguir que la víctima logre enfrentarse a las
situaciones temidas.

La segunda de las intervenciones está basada en la perspectiva de aceptación y


compromiso (ACT). Se trata de una aproximación orientada, en mayor medida, a aquellas
víctimas que sufren un Trastorno de evitación experiencial (TEE) crónico, derivado de la
experiencia de abuso y que, por tanto, conlleva una gran cantidad de limitaciones a la
hora de lograr un normal funcionamiento de las áreas importantes de su vida.

Así, mientras la perspectiva cognitivo-conductual dirige sus actuaciones a


modificar el contenido de los eventos privados de la víctima y así, conseguir que estos no
supongan una barrera a la hora de enfrentarse a determinadas situaciones, la aproximación
de aceptación y compromiso, está orientada a la aceptación de tales eventos privados, es
decir, a que la persona sea capaz de identificarlos, sentirlos y aceptarlos tal y como son,
sin llegar a realizar ningún esfuerzo por evitarlos.

Finalmente, la semejanza en algunos aspectos, que la perspectiva ACT posee con


tradiciones filosóficas como el Budismo Zen, ha llevado a acoger la posibilidad de utilizar
algunas técnicas basadas en esta corriente, a la hora de llevar a cabo una intervención
desde ACT. Así, se ha considerado que la práctica Mindfulness, basada en la atención
plena, resulta útil a la hora de complementar las actuaciones desde ACT, debido a lo

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esencial que resulta alcanzar un estado de atención plena hacia aquellos eventos privados
que tratamos de sentir y aceptar.

En general, se trata de dos perspectivas de intervención que han resultado muy


útiles a la hora de abordar un problema tan grave como lo es el abuso sexual. No obstante,
dada la eficacia que ha demostrado una aproximación más innovadora como es ACT,
debemos considerar la posibilidad de continuar investigando acerca de esta perspectiva y
así, lograr optimizar sus resultados a la hora de abordar otros tipos de trastornos. Respecto
a la incorporación de ejercicios mindfulness a la intervención desde ACT, es un largo
camino el que hay que recorrer para conseguir un perfeccionamiento de sus estrategias y
métodos, sin embargo, hasta el momento, los resultados parecen prometedores.

22
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Anexos

Anexo 1.
Metáfora del jardín
“Supongan que ustedes son un jardinero que ama su jardín, que le gusta cuidar de sus
plantas, y que nadie más que usted tiene responsabilidad sobre el cuidado de las plantas.
Supongan que las plantas son como las cosas que ustedes quieren en sus vidas…así,
¿cuáles son las plantas de su jardín? ¿Cómo ve las plantas como jardinero? ¿Tienen flores,
huelen bien, están frondosas? ¿Está cuidando las plantas que más quiere como usted las
quiere cuidar?...Claro que no siempre dan las flores en el lugar que usted quiere, en el
momento que lo desee; a veces, se marchitan a pesar del cuidado; la cuestión es cómo ve
que las está cuidando, ¿qué se interpone en su camino con las plantas, en su quehacer para
con ellas? Quizás esté gastando su vida en una planta del jardín. Ya sabe que en los
jardines crecen malas hierbas.

Imagine un jardinero que las corta tan pronto las ve, pero las malas hierbas vuelven a
aparecer y nuevamente el jardinero se afana en cortarlas y así, ¿es ésa su experiencia con
su problema? Surgen los pensamientos relacionados con la enfermedad y abandona el
cuidado del jardín para ocuparse de ese problema. No obstante, las malas hierbas, a veces,
favorecen el crecimiento de otras plantas, bien porque den despacio para que otras crezcan,
bien porque hagan surcos. Puede que esa planta tenga algún valor para que las otras
crezcan. A veces, las plantas tienen partes que no gustan, pero que sirven, como ocurre
con el rosal que para dar rosas ha de tener espinas. ¿Qué os sugiere? ¿Podéis ver sus
plantas y las áreas de su jardín donde aún no hay semillas? Algunas estará mustias y otras
frondosas. Habladme de vuestras plantas y de si las cuidas como queréis cuidarlas.
Decidme si estáis satisfechos con el cuidado que dais a vuestras plantas, si las cuidáis de
acuerdo con lo que valoráis en vuestra vida. El trabajo que se hará aquí es como plantar
una nueva semilla que tendremos que hacer crecer con el trabajo que todos hagamos. Esta
nueva planta la alimentaremos hasta que ustedes tengan habilidad cuidando las demás
plantas, las cosas importantes de su vida como usted quiera cuidarlas. Hay otra cosa
importante: cualquier jardinero sabe que el crecimiento de sus plantas no depende de su
estado de ánimo, sino que cada planta requiere un cuidado sistemático y apropiado y, a

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pesar de ello, nadie puede garantizar el resultado completo con cada planta…Quizá el
jardinero le gustase que el cuidado de una planta diese a luz una planta con un número de
flores blancas de un tamaño preciso, en un tiempo concreto. Pero el jardinero sabe muy
bien que la planta puede ofrecer otras flores distintas, en menor número y desprendiendo
un olor menos agradable que el deseado, o quizá más. No es algo que el jardinero pueda
controlar. La cuestión es si a pesar de ello valora el cuidado de esas plantas. Es más, las
cosas, personas…, que queremos en nuestra vida se parecen a las plantas del jardín. A
veces el jardinero quizá se impaciente si la planta tarda en crecer o lo que crece
inicialmente no le gusta. Si el jardinero arranca de “cuajo” lo plantado y pone otra semilla,
nunca verá crecer la planta, y su vida girará sólo en poner semillas sin llegar a vivir cada
momento del crecimiento. Otra opción es seguir cuidando las plantas, con lo que ofrezcan
cada momento.

Es importante que sepamos que yo nunca podré plantar semillas en su jardín, ni decirle
qué semillas plantar, y cómo crecerá mejor; que nunca podré cuidar de sus plantas. Sólo
usted podrá hacerlo. Y ahora, os pregunto si, por un minuto, ¿podríais dejar de centraros
en la planta que os molesta, la que os ha traído aquí? ¿Estaríais dispuestos aun con
cualquier pensamiento sobre esa planta que no quiere a hablar de las otras plantas de su
jardín, de cómo están, e incluso estaríais dispuestos a hacer algo con ellas, a cuidarlas
incluso sin ganas?...Dígame, ¿qué hay entre ustedes y el cuidado de sus plantas?
¿Qué le impide cuidarlas ya?” (Wilson y Luciano, 2002).

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Metáfora del polígrafo

“Imagínese enchufado al más moderno y sensible polígrafo del mundo. Es imposible estar
enchufado y sentir la más mínima activación o ansiedad sin que la máquina lo detecte. En
estas circunstancias le piden que haga una tarea muy simple. Que se quedes ahí, relajado.
La más mínima ansiedad será detectada. Para motivarle un poco más ponemos una pistola
Magnum 44 en su sien. Si permanece relajado no se disparará pero si se pone nervioso lo
más mínimo, la máquina lo detectará, y morirá. Así que, relájese… ¿Qué cree que
pasará? … La mínima gotita de ansiedad será terrorífica. Se dirá “Dios, me estoy
poniendo nervioso. Aquí viene” ¡BANG!” (Wilson y Luciano, 2002).

Metáfora del tablero de ajedrez

“Imagine un tablero que “se mueve” en todas las direcciones. Tiene piezas blancas y
negras que forman equipos como en el ajedrez: las blancas juegan contra las negras.
Imagine que sus pensamientos, sensaciones, son como piezas de este tablero que juegan
también en equipos. Por ejemplo, las sensaciones negativas (como ansiedad, ira, rabia
resentimiento…) se unen a los pensamientos y recuerdos negativos. Lo mismo ocurre con
las fichas buenas. Lo que hace en su vida se parece al juego de ajedrez: se pone del lado
de unas piezas, digamos que se pone del lado de las piezas blancas (esas piezas que usted
quiere que ganen serían, por ejemplo, los pensamientos de seguridad, seguridad en uno
mismo, sentimientos de control, de tener razón en lo que se hace, etc.) para luchar contras
las negras. Entonces, es como si nos subiéramos a lomos de un caballo blanco y nos
dispusiéramos a luchar contra las fichas negras, o sea, luchando contra la ansiedad, la
depresión, los pensamientos negativos, etc. para echarlos del tablero. En este juego de
guerra, lo que su experiencia le dice es que usted pelea, y lo que ocurre es que las fichas
se hacen cada vez más grandes, y cuánto más lucha, más grandes se hacen: parece como
si se multiplicasen con la lucha. Lo cierto es que, aunque no sea algo lógico, el resultado
que usted tiene es que cuanto menos está usted dispuesto a tener esas fichas negras y, por
tanto, pelea contra ellas, ocurre que esas piezas están cada vez más presentes en el centro
de su vida. La lógica es que si pelea con ellas, conseguirá echarlas del tablero, pero la
experiencia no dice eso, sino lo contrario. Las piezas que quiere echar permanecen en el
tablero y más activas y, entonces, la batalla continúa. No hay salida; es una zona de guerra,

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y lo peor es que esa zona comienza a estar invadida de sentimientos de que “no hay salida,
no tiene arreglo”; es más, que “no puede ganar” y que tampoco “puede dejar de luchar”.
La cuestión es que si usted está en guerra con sus pensamientos, eso significa que hay
algo en usted que está mal. Además, para luchar usted tiene que estar al mismo nivel que
sus fichas: tiene que ser la ficha que más pelea con las otras. De hecho, esas piezas están
en usted. La cuestión es que estando en el tablero, encima del caballo para luchar contra
las fichas negras, que cada vez son más amenazantes, lo único que usted puede hacer es
luchar, esa es una zona de guerra “. (Wilson y Luciano, 2002).

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