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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
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LOS PROCESOS DE MODERN I ZACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
adquirieron más velocidad en la segunda mitad del siglo xx. Sus sig-
nos: la caída de las tasas de natalidad JI mortalidad, el aumento de la
espera11za de vida.JI de la a({a/JetizaáóII, la expansión geográfica de
los servicios financieros.JI admi11istrativos y de la red de transportes JI
telecomunicaciones, el crecimiento acelerado de la producción y distri-
bución de electricidad, a más del 8% anual desde c. 1950, y en las gml1-
des ciudades a más del 10% anual. También se amplió la dotación de
agua potable y alcantarillados, aumentaron las c~fi'as de la vivienda
propia de los sectores populares urbanos y en muchas regiones rurales
mejoraron las condiciones de vivienda.
Pero se hicieron más ostensibles las brechas económicas y sociales
entre las clases, entre las ciudades y el mundo campesino, .JI entre las
regiones periféricas al capitalismo .JI las que se tran~forl11aban por el
ímpetu de las inversiones. Fuerte concentración del ingl'eso, consumo
conspicuo de los grupos de ingresos medios.JI altos, bajas tasas de in-
versión.JI ahorro, íl1dices bajísimos de fiscalidad, fuga de capila les, han
sido las características económicas de dicho modelo. Prueba de estos
desequilibrios es que Colombia se convirtió en país de emigración. Los
contingentes de trabajadores colombianos en el exterior están aumm-
tanda; se calcula que en 1994 llegaron a dos millones y por lo menos a
cuatro en 1999.
En las grandes ciudades, ruralizadas por elflujo masi'vo de inmi-
grantes, .JI en el contexto de creciente monopolización de los medios de
comunicación social, en particular la radio y la televisión, emel'gió una
nueva cultura de masas que colonizó el resto del país. La cultura de la
violencia 110 sólo 110 desapm'eció sino que se ramificaron sus manifesta-
ciones. Tal cultura haría una combinación explosiva con la pujanza del
crimen organizado, cuya cristalización más evidente.JI amenazante ha
sido, y es, el narcotráfico.
La población
Después de Brasil y México, Colombia es el país más poblado
de América Latina. De 1951 a 1993 la población pasó de T 1,6 mi-
llones a 35,9 millones. El aumento fue más acelerado de 1950 a
1970; de ahí en adelante comenzó a descender gradualmente, aun-
que en el período intercensal J985-93 el crecimiento todavía fue
del 2.2% anual.
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La educación
Aunq ue descendió la vergonzosa tasa de analfabetismo de 1951,
(del 39% al 12% en 1993) es dificil medir el nivel y calidad de la
educación colombiana. Según los resultados de pruebas de lenguaje
y matemáticas aplicadas por el Ministerio de Educación en 1992 a
los estudiantes de tercero y quinto grado de primaria, la «mayoría
de los alumnos no muestran logros que reflejen el nivel educativo
en que están ubicados». Resultados similares se han encontrado en
el rendimiento académico de los egresados de secundaria, donde
es aún más ignominiosa la diferencia de calidad entre colegios pri-
vados bilingües y los demás, públicos y privados, según los puntajes
de las pruebas del ¡eFES.
Al concluir el siglo xx no se ha construido en Colombia un sis-
tema escolar masivo. Pese al incremento de la oferta educativa en
todos los niveles, los porcentajes de la población que terminan los
ciclos primario y secundario son demasiado bajos. En 1985-90 so-
lamente el 86% de la población en edad escolar ingresó al sistema.
De este conjunto, apenas el 49% llegó al quinto grado y un 3 ¡%
aprobó el noveno grado.
Los aumentos de cobertura escolar suelen atribuirse exclusiva-
mente al papel del Estado y a la gestión de los políticos. Pero algu-
nas investigaciones muestran que buena parte del impulso viene
de la presión de las madres de los sectores populares. De su pacien-
cia y tenacidad ante las puertas de los establecimientos para con-
seguir que sus hijos ingresen a las aulas y más tarde puedan abrirse
paso en la vida.
Como en otras naciones, en Colombia también se advierte el
incremento acelerado de las magnitudes de estudiantes, maestros,
administradores y edificaciones escolares. Incremento en el que son
ostensibles la mala distribución geográfica de la cobertura, y el
deterioro creciente de la calidad. En el plano de la desigualdad
regional es patético, por ejemplo, el rezago de la Costa Atlántica,
aunque las islas de San Andrés y Providencia registran, como a
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La pobreza
Cómo está distribuida la riqueza y el ingreso de los colombianos
es una cuestión que, por sus implicaciones políticas e ideológicas,
suscita crispados debates. Poco se sabe de los patrimonios y, en
cuanto a la distribución del ingreso, los cálculos no toman en cuen-
ta, por ejemplo, las migraciones internacionales. Aún así, Colom-
bia ofrece uno de los peores cuadros de América Latina y, por ende,
del mundo. En 1989 el Banco Mundial estimó que el ingreso pro-
medio por habitante del 10% más rico de la población era 37 ve-
ces el del 10% más pobre. Medir la distribución del ingreso a lo
largo del tiempo no pasa de ser un ejercicio estadístico insatisfac-
torio y conjetural, debido a la mala calidad de las fuentes, a su he-
terogeneidad y discontinuidad. Las cifras se ofrecen en deciles y
no en centiles. Por ejemplo, hoyes imposible saber cuánto concen-
tran el 1% o el 2% más ricos de la población .
Empleando una metodología diferente a las de distribución del
ingreso, la de las líneas de pobreza, CEPAL asegura que ha descendi-
do el porcentaje de colombianos pobres e indigentes. Según esto,
en J970 el 45% de los colombianos no disponía del ingreso requeri-
do para comprar dos canastas de alimentos «cpobres'» ) y el 18% no
alcanzaba a comprar una canasta de alimentos «cindigentes)). En
1986 esas magnitudes eran del 38% y del 17% respectivamente en
el total nacional pero en el sector rural mostraban una evolución
mejor: los pobres del campo bajaron del 54% de la población en
1970 al 42% en 1986. Sin embargo, el debilitamiento de las políti-
cas sociales después de aquel año puede arrojar resultados desalen-
tadores en las actuales magnitudes de pobres e indigentes.
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Caso bien distinto fue el del trigo que, desde la Colonia, estu-
vo amenazado por la importación de harinas norteamericanas. Las
haciendas de los altiplanos, más orientadas a la ganadería de leche,
dejaron de producirlo y se convirtió en cultivo típico del pequeño
y mediano cultivador. Para abaratar el costo de la vida de los gru-
pos urbanos de bajos ingresos, que, salvo en la región antioqueña
consumen pan de trigo, el cereal fue importado bajo los programas
de la «Ley 480) de los Estados Unidos. Vendido a precios artificial-
mente bajos, en quince años (1960-1975) sacó del mercado al pro-
ductor nacional.
Las propiedades agrarias que surgen de la expansión capitalista
de 1950-70 no se formaron a costa de baldíos ni de tierras campesi-
nas. Ocuparon hatos y latifundios subexplotados y de baja produc-
tividad que empezaron a fraccionarse por el impulso del mercado
de compraventa. Sin embargo, en el Tolima, Huila, Meta y en el
Magdalena, hubo capitanes de industria que limpiaron la tierra de
colonos y campesinos arrendatarios, y emplearon redes de gamo-
nales y bandas armadas, en muchos casos levantadas en el ambiente
de la Violencia. También se beneficiaron de un subproletariado de
cosecheros itinerantes al que pagaron salarios bajísimos. La situa-
ción cambió a partir de [970. Desde entonces las estadísticas re-
gistran una disminución de la brecha entre los salarios urbanos y
rurales. En las regiones de agricultura capitalista, yen las de la zona
cafetera modernizada, aparecieron vecindarios populares en las
periferias de las ciudades, centro de reclutamiento de cosecheros
estacionales.
El ahorro de mano de obra en la agricultura capitalista, excepto
en el café tecnificado, el banano o las flores, aceleró los flujos mi-
gratorios hacia los departamentos más dinámicos, a las ciudades y
a las fronteras agrarias. Estas migraciones se acentuaron en la ama-
zonia, cuyos suelos no pueden soportar los sistemas agrícolas
andinos.
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País de ciudades
El tránsito de la sociedad rural a la urbana es e! cambio social
por antonomasia de la segunda mitad de! siglo xx colombiano. En
dos generaciones la población urbana pasó de! 40% (1951) al 74%
(1993). Si en 1950 Colombia todavía podía definirse como un mo-
saico de regiones, en 1970 ya era e! país de ciudades, más integra-
das entre sí que con el hinterland rural. Las migraciones han sido
el principal factor de! crecimiento urbano. Adelante esbozaremos
los problemas urbanos vistos desde las ciudades. Por ahora bástenos
apuntar algunos problemas de la urbanización desde e! punto de
vista del país en conjunto.
En 1950, una misión de! Banco Mundial, presidida por e! eco-
nomista Lauchlin Currie, concluyó que en Colombia aún no se
había formado un mercado interno. El país estaba fraccionado en
«cuatro zonas o entidades económicas y comerciales, claramente
separadas y distintivas»: la costa Atlántica, la región de Antioquia,
e! sur occidente y e! centro-oriente. Estas cuatro regiones, distinti-
vas desde e! siglo XVIII, disponían de recursos agropecuarios para
ser autosuficientes y de materias primas para desarrollar autóno-
mamente sus fuentes energéticas e industriales. El comercio inter
regional sólo se verificaba con productos capaces de pagar altos
costos de transporte como la sal, el azúcar, e! petróleo y sus deri-
vados.
Las migraciones y la industrialización transformaron este pa-
norama. Las primeras revolvieron los rígidos patrones de identi-
dad cultural regional y contribuyeron a forjar en los colombianos
la idea de un país más nacional. La industria se benefició y reforzó
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La ciudad ilegal
Al igual que las colonizaciones agrarias, la ocupación del suelo
urbano es diversa de acuerdo con la geografia y la cultura particu-
lar de cada región y ciudad . Pero sigue una secuencia parecida. De
1920 a 1945 se formaron en las principales ciudades áreas elegan-
tes y exclusivas. Señal de que las nuevas generaciones de ricos re-
sidían donde querían y no cerca de la plaza colonial, donde les
exigía la tradición. Así, pues, subdividieron más los caserones ubi-
cados en los cascos coloniales o republicanos, convirtiéndolos en
inquilinatos, divididos en piezas, como las tiendas bogotanas de me-
dio siglo atrás. Según el Banco Mundial, en 1950 por lo menos
200 .000 familias colombianas vivían hacinadas en habitaciones de
12 metros cuadrados en promedio.
Saturados estos espacios, la gente se movió hacia zonas y sola-
res vacíos y creó asentamientos precarios y dispersos que, con los
años, formarían nuevos barrios. Allí no se gestaron comunidades
con una identidad de clase al estilo de los centros industriales o
mineros de Europa o los Estados Unidos. Prevalecieron los crite-
rios de movilidad y estratificación tradicionales que hacían convivir
(Iobreros), «empleados» y quienes, como dicen los censos y encues-
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La cultura urbana
La ciudad, más ruralizada y heterogénea, creó una cultura de
masas que colonizó las culturas regionales. Se esfumó la hegemo-
nía de la cultura letrada y elitista, laica o religiosa. A la formación
cultural urbana concurrieron otros factores como el menor aisla-
miento del país a partir de la posguerra, el aumento de las tasas de
escolaridad y la integración de los colombianos a una matriz de
comunicaciones centrada en la radio y la televisión.
En un país demográficamente rejuvenecido, las cohortes de
niños y adolescentes parecieron más dúctiles a los lenguajes y sím-
bolos de la radionovela, la telenovela, el cine, el deporte y la músi-
ca. Allí se fraguaron nuevos significados culturales, creencias y
modos de expresar los afectos, que rompieron con la estrechez y
rigidez del catolicismo entonces prevaleciente, como se vio, por
ejemplo, en el campo de la sexualidad y de la formación de la vida
de pareja.
Las transmisiones radiales de fútbol profesional desde 1947, de
la Vuelta a Colombia en bicicleta que empezó en 1951, de los pro-
gramas musicales y humorísticos y de festivales folclóricos, empe-
zaban a fabricar en serie encarnaciones de orgullo regional y local
en la forma de futbolistas, ciclistas, boxeadores, cantantes y reinas
de belleza. Cada ciudad importante debía ofrecer al menos una
docena de reinas y uno o dos equipos de fútbol. Los de Bogotá
tomaron los colores simbólicos azul y rojo, por fuera de una con-
notación partidista.
Al tiempo que amplios segmentos de la población empezaban
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Vamos a la carga,
vamos a la carga,
vamos a la carga con Gaitán.
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El derrumbe
El «derrumbe.) tiene que ver con la conjugación de la corrup-
ción por arriba, la anomia de los pobres, el desencanto político de
las clases medias, y la expansión vertiginosa del delito violento y
callejero. Sobre la corrupción bastan los ejemplos de los «zarpazos.)
financieros de los años ochenta, a través del sistema bancario, o la
enmarañada red de complicidades entre los narcos y algunos polí-
ticos bien conocidos. Poco sabemos de la anomia. Ignoramos las
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