Está en la página 1de 85

Orlando Geler

Sea un buen orador

EDITORIAL PAX MEXICO, Librería Carlos Césarman, S.A.


Primera edición en español: Septiembre de 1974
Tiraje de esta edición: 2,000 ejemplares
© Derechos reservados por la Editorial
Pax-México, Librería Carlos Césarman, S.A.

Primera reimpresión: Noviembre de 1983


Segunda reimpresión: Febrero de 1986
Tercera reimpresión: Enero de 1988
Cuarta reimpresión: Septiembre de 1990
3,000 ejemplares

ISBN 968-860-199-3
Primer Capítulo

SEA UN BUEN ORADOR

Como es bien sabido, existen en la vida muchas situaciones en las


que la gente se comunica oralmente, es decir, por medio de la palabra.
Cotidianamente ejercitamos el arte de la conversación, las más de las
veces informal, y en ocasiones incurrimos en discusiones que pueden
tomar diversas formas. Con frecuencia, tenemos ocasión de leer
artículos literarios, en los que apreciamos un aspecto más elaborado
gramaticalmente, y, de vez en cuando, podemos participar en lo que se
llaman debates, los cuales se suscitan cuando se propone algo que
provoca opiniones divergentes.
Hay ocasiones en las que es necesario dirigir algunas palabras a un
auditorio, grande o pequeño, sobre un determinado tema. Esto es lo que
se califica como oratoria.
Esta obra trata principalmente de este tipo de discurso oral,
aunque no por ello queramos establecer que la oratoria sea superior a
ninguna de las demás formas de comunicación, ya que todas cumplen su
cometido en un mundo comunicante por excelencia.
Con respecto al orador, hay que señalar que éste se enfrenta a
cuatro factores elementales:

1. La ocasión en que la oratoria es necesaria o importante.


2. El auditorio, la gente que deseamos que piense, sienta o actúe de
determinada manera.
3. El tema que tendremos que desarrollar.
4. El orador, cuya tarea específica es la de discutir el tema elegido
ante un auditorio específico.

Estos factores elementales y sus interrelaciones constituyen el


meollo de la oratoria.
Como ya lo hemos señalado, la oratoria es solamente una de las
innumerables facetas de nuestra diaria vida comunicante.
Todos desempeñamos en la vida de nuestra comunidad, estado o
país, un papel más o menos relevante. Toda nuestra sociedad está basada
en los principios de libertad en el intercambio de ideas, opiniones y
experiencias; la libertad de expresión es uno de nuestros derechos más
celosamente defendidos. No obstante, más que un derecho, es una
responsabilidad. La efectividad de una sociedad democrática es
determinada por la efectividad con que sus miembros participan en todas
sus actividades. La mayor amenaza a sus instituciones proviene no tanto
de los elementos definidamente subversivos, cuanto de la participación
indiferente o inefectiva, o bien de una falta de participación de sus
miembros.
Los cursos de acción tomados por una sociedad democrática
resultan del libre intercambio de información, de actitudes, opiniones y
experiencias, elementos que afloran preferentemente en la oratoria.
El hacernos hacia atrás y doblar la cerviz ante los puntos de vista
de nuestros contrincantes, válidos o no, nos convierte en miembros
perfectamente inútiles de semejante sociedad.
Hay muchas personas que tienen algo importante que decir y que se
interesan en mejorar su capacidad de expresión. Al aumentar dicha
capacidad, aumentan asimismo sus ideas y su voluntad para imponerlas a
sus oyentes. La verdad es que hoy en día hay tanta necesidad de oradores
como siempre, y quizá más, en parte porque hay más ideologías en
conflicto que analizar, discutir y llevar a cabo. Cuando la humanidad deje
de hablar en público o en privado, ya no será tal, sino que consistirá en
un rebaño de ovejas.

Medios de difusión

Aunque el uso cada vez mayor de los medios de difusión


proporciona más oportunidades para hablar en público, algunas
autoridades en la materia exponen que dichas invenciones han debilitado
la costumbre de utilizar formas más directas e íntimas de comunicación
interpersonal. Cualesquiera que sean sus errores y limitaciones, estos
medios de difusión todavía estarán entre nosotros por mucho tiempo.
Gran parte de nuestros problemas consistirá en la cuestión de
utilizarlos de forma más eficaz para el bien común, ya que atravesamos
por una época de confusión en todo lo que concierne a nuestra herencia
cultural, política, económica, religiosa y filosófica. Existe una gran
necesidad de hombres y mujeres con capacidad de pensar, de hacer
fructificar ideas en pro del mejoramiento de la humanidad.
La libertad de expresión se ha conceptuado siempre como un
derecho o privilegio. No obstante, el privilegio o derecho de hacer uso de
esta libertad, tiene poco valor práctico a menos que poseamos la
habilidad requerida. Dicha participación depende en gran parte de dos
cosas: tener ideas que contribuyan a los objetivos de nuestros
congéneres, y poseer la habilidad de presentar dichas ideas de forma
clara y convincente. Como dice Thomas Mann: “El que sabe cómo
acomodar bien sus palabras y tiene el don de la expresión, tanto los
dioses como los hombres le abruman con aplausos y siempre encuentra
oídos dispuestos a escucharle.”
El instinto y el discurso

El discurso no es un don innato, de la misma forma en que no lo es


leer, tocar el piano o resolver una ecuación. Se trata de una disciplina
aprendida.
El niño adquiere en dos o tres años lo que sus ancestros del tiempo
de las cavernas debieron digerir en milenios. Mientras que el hombre
primitivo, al aprender su lenguaje desde el principio, no contaba con
nada más que con gritos y vocalizaciones que expresaban sus
sentimientos y emociones, el niño moderno nace en un ambiente en el que
los patrones del lenguaje ya han sido fijados. Aprende a hablar
principalmente al imitar dichos patrones de las personas que lo rodean.
Al principio, son sus padres quienes le proporcionan sus modelos; más
tarde lo son sus compañeros de juego y sus maestros. La forma en que el
niño aprende a hablar depende sobre todo de los modelos de que dispone
en sus primeros años de formación. Independientemente del lenguaje de
sus ancestros, aprenderá el idioma y la forma de expresión de su
ambiente nativo. Hay personas que parecen tener una cierta disposición
por un tipo u otro de discurso, pero es poco probable que dicha aptitud
innata constituya una base segura sobre la que se pueda constituir una
sólida estructura de comprensión.
Así pues, el desarrollo del lenguaje requiere estudio y práctica, ya
que no se deriva del instinto de hablar, aun cuando puede haber impulsos
innatos a vocalizar o emitir sonidos por una u otra razón.

Las ideas surgen sobre todo


de poder expresarlas

El estudio y la práctica del lenguaje son esenciales por varias


otras razones.
“Orator fit, non nascitur”. Los romanos decían que “el orador se
hace, no nace”. No hay que esperar que todo el mundo se convierta en un
Demóstenes o en un Cicerón. Hay que admitir que existen ciertas
predisposiciones naturales que hacen de un ser humano algo especial. No
todos podemos llegar a ser un Toscanini o un Debussy, por más que
estudiemos. Así pues, las diferencias individuales, en conjunción con una
cantidad prodigiosa de trabajo, producen luminarias en todos los campos
de las actividades humanas.
Sin embargo, aunque pocos podemos alcanzar las alturas de la
eminencia oratoria, a todos nos es dado, por medio del estudio
concienzudo y de la práctica, aprender a hablar de forma más eficaz de
lo que hablamos ahora.
Asimismo, pocos nos veremos en necesidad de recurrir a este tipo
de discurso exaltado que comúnmente etiquetamos con el nombre de
oratoria; con todo, nadie puede escapar completamente a la oportunidad,
e incluso a la responsabilidad de decir con fuerza y claridad lo que
tengamos que expresar si participamos activamente en los asuntos de la
sociedad en que vivimos, a cualquier nivel.
Es hacia este tipo de oratoria al que van dirigidos nuestros
esfuerzos en este pequeño tratado sobre cómo hablar bien en público.
Posteriormente, si deseamos perfeccionarnos, podemos llegar tan lejos
como nuestras ambiciones, capacidad individual y persistencia nos
lleven. No se puede llegar a ser un buen orador de la noche a la mañana.
No obstante, hay que tener presente que cualquiera que desee dedicar el
tiempo y el esfuerzo necesarios al arte del bien hablar, mejorará en
forma notable su capacidad de expresarse ante un grupo de oyentes.
La vieja creencia de que la práctica lleve a la perfección, no
siempre es cierta, ya que incluso puede desorientar por completo. La
práctica lo único que hace es fijar los hábitos, buenos o malos. Por ende,
es necesario desarrollar una práctica inteligente, basada en el
entendimiento de lo que tratamos de hacer, del porqué lo hacemos. Un
esfuerzo consciente y concienzudo en aplicar los principios del bien
hablar, ciertamente nos llevará a un mejoramiento, cuya intensidad sólo
nosotros podemos decidir.

Entrenamiento oratorio

Constantemente nos vemos bombardeados con discursos públicos,


ya sea directamente o a través de los medios de difusión, como la radio
y la televisión. Es un fenómeno cotidiano del que es difícil escapar.
No siempre es fácil dar oídos a lo que vale la pena, ni diferenciar
entre verdades totales y verdades a medias, o ejercitar un juicio
racional en cuanto a lo que constituye un razonamiento sano.
Primeramente, es menester descubrir e identificar la propaganda
perniciosa (no toda propaganda es perniciosa), el uso excesivo de
clichés, slogan y estereotipos.
Al leer los anuncios o al escuchar los comerciales por la radio o la
televisión, advertimos cómo se utilizan términos impresionantes, pero
que muchas veces no significan absolutamente nada, ya que van dirigidos
a suscitar actitudes en vez de proporcionar información correcta sobre
los productos anunciados.
Así pues, uno de los requisitos determinantes del entrenamiento
oratorio es el de expresar conceptos coherentes y perfectamente
analizables.
Por otra parte, la esencia de un régimen democrático reside en la
participación abierta y libre de sus miembros, en los asuntos de la
sociedad.
En el grado en que tal participación no existe, ya sea por el letargo
de sus miembros, o debido a las presiones existentes para impedir dicha
participación libérrima, a ese grado la sociedad deja de ser democrática.
El entrenamiento y la experiencia en la oratoria pública nos
capacitará a elegir nuestros temas de discurso en relación con nosotros
mismos, con nuestro auditorio y con la ocasión; nos enseñará a escoger
material para los discursos, que sea interesante, informativo, apropiado
y convincente, de acuerdo a lo que exija la ocasión. Nos enseñará a
organizar el material, de tal manera que sea lógicamente dispuesto,
comprendido y retenido; nos facilitará la elección de un lenguaje que
contribuya a la comprensión, que estimule las imágenes y que despierte
o intensifique actitudes deseadas. Finalmente, nos revelará la
importancia de una presentación efectiva, uso adecuado de la voz y de la
acción corporal, que refuerce y haga específicos el lenguaje y las ideas
que trata de exponer.
Todo esto es muy importante en el entrenamiento para una
participación más ética y efectiva en una sociedad democrática. Esta
participación es tan vital que, sin ella, no puede existir semejante
sociedad.
Segundo Capítulo

PRIMEROS DISCURSOS

Primeramente, hay que elegir un tema que dominemos, y que esté


de acuerdo con nuestro caudal de experiencias y convicciones personales.
Preguntémonos: ¿Qué es lo que conozco más? Es probable que
tengamos alguna especialidad, un pasatiempo, preferencia o experiencias
insólitas. ¿Podemos hablar con autoridad de alguna de ellas?
Consideremos las actividades a las que hemos dedicado gran parte de
nuestro tiempo, o ACERCA de las cuales tenemos una oportunidad poco
usual de recabar información.
Los oradores, como regla general, se muestran más elocuentes,
dinámicos y persuasivos cuando tratan de temas con los que están
completamente familiarizados, y en los que creen intensamente. Aun el
orador sin experiencia, cuando se ve conminado a defender lo que él
considera como importante o sagrado, a menudo se olvida de sí mismo y
se vuelve fuerte y convincente, con el resultado de que lo que dice es
efectivo, impresionante e incluso elocuente. Es probable que nos
desempeñemos mejor en temas que estamos ansiosos de tratar con un
presunto auditorio.
En segundo lugar, elijamos un tema en el que se interesen nuestros
oyentes, o al menos, uno en el que podamos interesarlos.
Hay que recordar que la gente inteligente desprecia los lugares
comunes y la rutina; por lo tanto, si somos prudentes hay que evitar
escrupulosamente estas particularidades aburridas.
Por último, elijamos un tópico que sea específico en naturaleza,
limitado en alcance (no hay que explayarse demasiado en un tema, so
pena de no decir nada preciso) y que encaje dentro de las experiencias de
nuestro auditorio. Evitemos los temas teóricos, filosóficos o subjetivos.
Para nuestro primer discurso, discutamos objetos familiares o
actividades susceptibles de ser realizadas por quienes nos escuchan.
A continuación ilustramos la diferencia que existe entre temas
abstractos y temas concretos:

Temas abstractos Temas concretos


La lucha por la libertad Cómo tocar el piano en tres
El significado de la democracia lecciones
El valor del patriotismo Cómo conducir un automóvil
Mejoramiento de la personalidad La vida de las colmenas
La importancia de la agricultura Cómo construir un palomar
La ingeniería como profesión Refinamiento del azúcar
Los mil usos de un martillo
Proposición o pensamiento central del discurso

Como punto inicial en la preparación de un discurso informativo,


primeramente hay que establecer un tema central alrededor del cual se
puede dar forma al discurso. El único requisito es hacer entender al
oyente el modo particular de tocar el tema.
El tema central a que aludimos puede tomar la forma de una frase.
Por ejemplo:

1. Puede hacerse en forma de pregunta, a la cual se irá respondiendo en


el curso de la plática.
2. Puede consistir en una breve definición del tema.
3. Puede revelar nuestras intenciones, el porqué del discurso.

Cuando el tema central se introduce en forma de pregunta, lo que


hacemos es formular una pregunta para luego contestarla durante el
discurso. Dicha pregunta se puede iniciar con un cómo, cuándo, por qué,
qué, dónde. Cuando el tema central constituye una breve definición del
tema, ya responde por sí mismo a la pregunta ¿Qué es? El discurso va
dirigido a la expansión de la definición dada al principio, por medio del
uso de hechos, ilustraciones, diagramas, comparaciones o cualquier otro
elemento que sea necesario para hacer comprender al oyente.
El pensamiento o tema central puede dividirse en cuatro facetas o
puntos de apoyo.
Por ejemplo:

Tema central: La organización social de las abejas.

1. La reina pone los huevos.

2. Las hembras son las obreras.

3. Los machos con los zánganos.

El uso de más de cuatro o cinco puntos de apoyo, puede complicar


las cosas en detrimento de la claridad del discurso. Es por ello que
muchos oradores sólo echan mano de dos o tres puntos de apoyo.

Desarrollo del discurso

El desarrollo del discurso se determina en gran parte por la forma


y la oportunidad en que el orador presenta el tema central o proposición.
En el discurso informativo, la ubicación del tema central se determina
sobre la base de lo enterado que esté el auditorio acerca de dicho tema.
Básicamente, un discurso debe dividirse en las siguientes etapas:

Introducción

1. Obtener la atención del público y despertarle el interés.

2. Establecer y acelerar el tema central.

Desarrollo

Desarrollar el tema central.

1. Punto de apoyo N° 1.

2. Punto de apoyo N° 2.

3. Punto de apoyo N° 3.

Conclusión

1. Reexposición del tema central y resumen de los puntos.

Esbozo de los puntos

Otra fase de la organización del discurso, se relaciona con el


esbozo y arreglo de los puntos de apoyo.

1. ¿Merece la atención e interés del público?

2. ¿Cumple con los requisitos peculiares del tema?

3. ¿Se ha ideado este esbozo para facilitar la comprensión y

retención?

4. ¿Mantiene el discurso en la dirección apropiada?

Los puntos pueden arreglarse de acuerdo con varios órdenes.

1. Orden cronológico.

2. Orden de operación.

3. Orden de desarrollo y proceso.


4. Orden espacial o geográfico.

Esbozo modelo

Cómo usar una brocha

Introducción

1. El hacer las cosas por nosotros mismos se ha convertido en una

necesidad en estos tiempos en que la mano de obra es tan cara.

2. Una de las primeras tareas a las que habremos de enfrentarnos es a

la de la decoración y mantenimiento de nuestras casas.

3. Déjeme enterarles de cómo se utiliza una brocha con eficacia.

Pensamiento central: Hay tres pasos que deben recordarse al usar


una brocha.

Desarrollo

1. El primer paso es empapar la brocha en pintura.

A. Sumerja en la pintura solamente la mitad de las cerdas.


B. Quítese el exceso de pintura apoyando la brocha en la orilla del
recipiente.
2. Cójase la brocha por el mango.

A. Aplíquese la pintura solamente con la orilla de las cerdas.

3. El tercer paso es la aplicación de la pintura sobre una superficie.

A. Aplíquese la pintura sobre la superficie con brochazos ligeros y


breves.
B. Levántese la brocha gradualmente al final de cada brochazo. Esta
precaución evita que queden brochazos espesos.

Conclusión

Reexposición de todos los pasos.


Aglutinación del discurso

El discurso informativo se puede resumir en los siguientes cuatro


pasos:

1. Obtener la atención del público y relacionar el tema con las

necesidades de los oyentes.

2. Prever lo que intentamos decir enumerando los puntos principales.

3. Desarrollar cada uno de los puntos en torno al siguiente patrón:

a) Establecer el punto.

b) Dar evidencia.

c) Reestablecer el punto.

4. Resumir: repetir los puntos principales.

Si el orador tiene en mente todos estos pasos, logrará infundir sus


ideas en el auditorio.
Tercer Capítulo

PRACTICA DEL DISCURSO

Aunque a veces es muy útil apuntar y memorizar las frases


introductorias de un discurso, no hay que tratar de confiar todo a la
memoria. Para el principiante, especialmente, la memorización de un
discurso tiene dos riesgos: primero, durante el discurso el orador teme
olvidar lo que ha preparado, y a veces, el no poder recordar alguna
palabra puede echar a perder toda su presentación o exposición; segundo,
es probable que suene artificial y mecánico en su discurso, perdiendo la
espontaneidad que acompaña a la exposición de una idea. A menudo,
aunque no siempre, la memorización obliga más bien a recordar, lo que
perjudica a la comunicación de las ideas.

Práctica oral

Al ensayar un discurso, hay que utilizar lo que se llama método


extemporáneo. Una vez que hemos preparado el esbozo y reunido material
de apoyo, practiquemos el discurso “hablándolo”, es decir, repasando en
voz alta las ideas que queremos exponer, hasta que seamos capaces de
cristalizar nuestro pensamiento y lenguaje. Como primer paso,
memoricemos el pensamiento central, así como los puntos principales.
No hay que desalentarse si nuestros primeros intentos oratorios
son vacilantes y tímidos, ya que con una práctica continua, la fluidez y
la confianza deberán aumentar. Dos o tres ensayos bien espaciados son
de más utilidad que uno solo, por más largo que éste sea.

Preparación mental

La preocupación que suele asaltar a un orador impreparado puede


verdaderamente arruinarlo todo. En el lapso que media entre la
preparación del discurso y su presentación, la angustia constante acerca
del éxito que podamos tener, la insatisfacción, la duda sobre nuestra
capacidad y la anticipación de consecuencias desastrozas, sólo sirve
para aumentar la tensión y el nerviosismo. Por lo tanto, hay que evitar
todas estas cosas negativas.
Por medio de una disciplina mental es posible evitar pensar en los
aspectos desagradables. Lo mejor es adoptar actitudes positivas.
Pensemos en cómo hacer más atractiva nuestra exposición; cultivemos
la ansiedad de hablar de nuestro tema, la “urgencia de comunicarnos”.
Cuando llegue el momento del discurso, subamos a la plataforma o
podio que para el efecto se haya instalado, con calma y dignidad, y
coloquémonos en el centro, teniendo cuidado de mantenernos alejados de
la orilla, pues nada sería más trágico que, en el arrebato de nuestra
elocuencia, cayéramos al suelo, echando por tierra todos nuestros
esfuerzos. Es importante que no nos apoyemos en ningún mueble, silla o
mesa, pues esto sugeriría una informalidad fuera de contexto. Así pues,
una vez que hayamos tomado posición, hagamos una pausa breve antes de
empezar a hablar, para brindar a nuestro auditorio la oportunidad de
prepararse a escuchar. No empecemos el discurso cuando todavía
estamos caminando.

Postura y acción corporal

Como regla general, si nuestra postura y movimientos corporales


no son demasiado llamativos, lo más probable es que sean
satisfactorios. Un buen orador demuestra su entusiasmo y conciencia en
lo que está haciendo a través de su postura; adopta una postura derecha y
airosa, pero no tiesa, con las piernas no demasiado separadas, las manos
a los costados, la cabeza erecta. No trata de esconderse ni de apoyarse
en algo. Si está nervioso e incómodo, probablemente introduzca una mano
a la bolsa del pantalón o por detrás del cuerpo. Mientras estos
movimientos no interfieran con nuestra capacidad de comunicación, no
hay por qué condenarlos. Afrontemos a nuestro auditorio y hagámosle
sentir que le estamos hablando, que esperamos que nos escuche y que
tenemos algo importante que comunicarle.
Así pues, hay que mirar todo el tiempo a nuestro auditorio, y, en
ocasiones, fijar la vista en algunos de nuestros oyentes.

Voz

En una ocasión, un filósofo dijo: “El alma del hombre es audible, no


visible”. Indudablemente, nuestros oyentes basarán muchas de sus
impresiones acerca de nosotros, en cómo nos escuchen. Si contamos con
una voz rica y llena de tonalidades, es seguro que arrobaremos a nuestro
auditorio. Sin embargo, pocos son los oradores con este tipo de voz.
Independientemente de la riqueza o pobreza de nuestro equipo vocal, hay
algunos mínimos esenciales que con toda probabilidad están a nuestro
alcance.

1. Se nos puede escuchar si nos esforzamos lo suficiente. También


se nos puede entender si atendemos cuidadosamente a nuestra
articulación. En todo momento hay que cuidar la claridad y la audibilidad.
En la oratoria existen muy pocas reglas inviolables; dos de ellas son muy
sencillas: ¡Hay que hacerse escuchar y entender !
2. Podemos adoptar un tono y manera de conversación. No es
necesario predicar, ni adoptar un tono de arenga, incurriendo con ello en
el ridículo y dando impresión de insinceridad. Por supuesto que debemos
ampliar nuestro estilo de conversación lo suficiente como para exponer
claramente lo que queremos decir, pero, al mismo tiempo, hay que
esforzarnos por dar la impresión de que conversamos sinceramente con
cada uno de los miembros del auditorio.

3. Podemos acomodar la voz a la ocasión y al tema. Una plática


regida por cierto humor puede requerir viveza y jovialidad, mientras que
una conferencia sobre mercadotecnia exige otro matiz. Lo que si hay que
evitar siempre es la monotonía.

4. Hay que hablar con ritmo normal, ni demasiado rápido ni


demasiado lento, con claridad y asegurándonos de que nos comprenden.
Si hablamos con demasiada lentitud, hacemos que los oyentes se
duerman, y si lo hacemos con rapidez, los agotamos porque tratan de
ponerse al parejo.

5. Hay que evitar a toda costa vocalizaciones o palabras


incoherentes como “eh”, “este”, etc. Normalmente, estos vicios se
pueden eliminar si nos lo proponemos.
Estos cinco requisitos son esenciales mínimos. Si no somos
capaces de satisfacerlos, probablemente necesitemos la orientación
especial de una clínica del lenguaje. Por otra parte, en caso de que no
pudiéramos satisfacerlos al inicio de nuestro estudio de oratoria, hay
que esperar el mejoramiento gradual en el uso de la voz.

Vicios y manerismos del orador

Los manerismos individuales revelan el nerviosismo y otras


actitudes estorbosas. Hay que esforzarse en eliminar aquellos que nos
impidan una comunicación libre y fácil con nuestro auditorio, o que nos
hagan parecer ridículos. He aquí algunos de dichos manerismos:

1. Retorcerse las manos.

2. Doblar y desdoblar papeles.

3. Abotonar y desabotonar la chaqueta.

4. Poner los brazos en jarras.

5. Colocar los dedos pulgares bajo el cinturón.


6. Mirar constantemente el suelo.

7. Cruzar los brazos.

8. Risas nerviosas o tontas.

9. Tronarse los dedos.

10. Tirarse de las orejas o de la nariz.

11. Balancearse.

12. Pasearse con exceso.

13. Asegurarse constantemente el sujetacorbatas.

14. Hacer sonar las llaves o las monedas.

15. Rascarse.

16. Humedecerse los labios con demasiada frecuencia.

17. Cambiar la mirada constantemente sin detenerla en ningún

sitio.

18. Juguetear con un lápiz.

19. Mantener las piernas demasiado separadas o demasiado juntas.

20. Mesarse los cabellos repetidamente.

Una de las fases esenciales de un curso de oratoria es la crítica.


Indudablemente, se puede aprender mucho al estudiar los principios de la
oratoria y al esforzarnos en ponerlos en práctica, pero habrá más
progreso si contamos con alguien que valorice nuestra actuación, nos
advierta nuestros puntos débiles y nos sugiera cómo podemos mejorar.
Asimismo, una persona así, nos puede señalar nuestros aspectos
inmejorables, de tal manera que podamos prestar atención a las
carencias que manifestamos. El hacer dichas evaluaciones y críticas es
una de las responsabilidades fundamentales del maestro de oratoria.
Muchas personas, con sólo pensar en la posibilidad de que alguien
presencie sus ensayos, creen que la crítica resultante será adversa, y,
por lo tanto, desagradable. No obstante, no necesariamente es
destructiva. La crítica constructiva es una evaluación en la que el
crítico observa tanto las características favorables como las
desfavorables. Sus objetivos son: 1) reforzar los puntos positivos, 2)
corregir los puntos débiles y 3) eliminar los errores.
1. Es muy importante comprender lo que es crítica. La crítica debe
ser definida e inteligible para que podamos entenderla. Si no
comprendemos los comentarios del crítico, debemos buscar otro tipo de
información; si no lo hacemos, entonces no avanzaremos.

2. Necesitamos cultivar, si todavía no la tenemos, una actitud sana


acerca de la crítica. En vez de temer, o incluso resentir, lo que nos
señalen acerca de nuestra actuación, debemos recibir con avidez toda
crítica.

3.Evitemos la autodefensa emocional cuando se nos señala un


error. Muchos estudiantes de oratoria no pueden mejorar porque
continuamente se disculpan de sus errores. Racionalizan excesivamente
con las siguientes excusas:

1. No tuve tiempo de prepararme.

2. Le soy antipático al maestro.

3. No todos podemos ser igualmente listos.

4. Si quisiera, mejoraría.

5. El maestro no sabe apreciar un buen discurso.

6. No vale la pena esforzarse.

4. Hay que evitar albergar sentimientos de desaliento. Muchos


estudiantes creen que después de haber asistido a clases de oratoria
durante dos o tres semanas, ya deben haber aprendido todo lo referente
al arte de la oratoria, y cuando descubren que todavía no poseen la
fluidez y la finura necesarias, se rinden desesperanzados. No se dan
cuenta de que la preparación, la práctica y la presentación de los
discursos, no es algo que se pueda aprender de inmediato. Por lo tanto,
cuando advierten que aprender a hablar en público es difícil, se
desalientan.
El dominio de la oratoria es generalmente lento; se necesitan
meses para hacer de una persona un buen orador.
Cuarto Capítulo

UN BUEN ORADOR NECESITA SER CULTO

En la antigua Grecia, cuando se empezaba el estudio de la oratoria,


se esperaba que el orador dominara todo el conocimiento humano.
Hippias, por ejemplo, uno de los maestros de oratoria más famosos de
aquel tiempo, hombre de memoria prodigiosa, se jactaba de que podía
pronunciar un discurso sobre cualquier tema que se le presentara.
Hoy en día, empero, con el gran acervo de conocimientos, tal proeza
sería de todo punto imposible. Al mismo tiempo, en el desarrollo de
nuestra máxima efectividad como oradores, es menester que ampliemos
nuestra cultura en todo lo que sea posible. Aquel que conoce solamente
un campo, aun cuando lo conozca exhaustivamente, se ve limitado en su
capacidad de dirigir la palabra a toda clase de auditorios.
La historia de la literatura, por ejemplo, es indescifrable sin el
concurso de la historia; la física no se puede comprender sin el
conocimiento de las matemáticas. Un ingeniero que construye un puente,
debe considerar dicha estructura, tanto como un logro de ingeniería,
como un medio de comunicación e integración sociales.
De forma similar, el orador que se dirige a un auditorio compuesto
de campesinos, a la vez que les indica sus puntos de vista sobre la forma
en que se aumentan las cosechas, asimismo debe entender qué tipo de
ventajas económicas y sociales reportaría dicho aumento.
Las alusiones literarias son a menudo efectivas, pero, para
utilizarlas, debemos conocer nuestra literatura, así como su aplicación
en diversos aspectos de la vida real.
En muchas ocasiones, hay que echar mano de sucesos históricos.
Más de un abogado ha podido ganar un pleito por su conocimiento de la
medicina o de la química.

La elocuencia sin sabiduría es un gran peligro.


Cicerón

La preparación de un buen orador lleva toda una vida. Los grandes


oradores siempre han sido grandes lectores, y siempre se han mostrado
ávidos de aprender cosas nuevas y de familiarizarse con gente de la cual
podrían aprovecharse intelectualmente.
Como ya lo expusimos con anterioridad, la cultura en un orador es
un elemento sine qua non. Huelga decir que el orador debe ser asimismo
sincero en lo que expone. Sin embargo, con todo y lo importante que es la
sinceridad, por sí sola no basta, ya que un tonto sincero dice tonterías
sinceras. Hace veinticuatro siglos, Platón escribió: “Nunca será sólido el
arte de la oratoria, si no se apoya en la verdad.” Ahora bien,
conocimiento es verdad. Solamente una persona ampliamente educada
puede apoyarse en la verdad de que habla Platón.

Los discursos específicos requieren


de una preparación específica

En una preparación específica tenemos que reunir todo el material


pertinente, eligiendo aquel que contribuya mejor a la realización de
nuestro propósito, teniendo siempre en cuenta el tipo de auditorio al que
nos vamos a dirigir y el tema del que vamos a hablar. Se puede decir con
justicia que, en cualquier situación oratoria, existen dos factores
básicos: lo que se dice y la gente que recibe lo dicho. El propósito
inmediato de un orador es el de imbuir en sus oyentes una idea
específica. Como consecuencia inmediata o remota de lo que el orador
expone, los oyentes pueden 1) adquirir nueva información, nuevas ideas;
2) reforzar sus creencias y actitudes ya aceptadas; 3) cambiar dichas
creencias y actitudes; 4) especular acerca de una nueva actitud,
diferente de la que hasta entonces han tenido, o 5) simplemente obtener
diversión y entretenimiento como resultado de una idea que el orador ha
evocado o estimulado.
Quinto Capítulo

TEMOR AL PUBLICO

Si somos como la mayoría de los estudiantes de oratoria, cuando


comparezcamos ante un auditorio lo más probable es que nos asalte una
aprensión nerviosa que ataca de varias formas. Aun cuando hayamos
tenido una experiencia anterior, estos sentimientos nos pueden asaltar
lo mismo.
Los ataques más benignos de este temor dan lugar a una
incomodidad momentánea que desaparece cuando el orador se encarrila.
Por lo general, no se les presta mucha atención, ya que no interfieren
gran cosa en el discurso, y no duran mucho. Con todo, hay casos más
serios que parecen forzarnos a renunciar a todo discurso. Es a estos
casos a los que se aplica la etiqueta de “temor al público”.

Qué hacer

Algunos maestros de oratoria tratan de luchar con el problema del


temor al público, simplemente restándole importancia, omitiendo su
discusión. Algunas autoridades en la materia creen que el miedo al
público se debe a una personalidad perturbada o mal ajustada originada a
veces por una falta de aplomo. “Cuando no se tiene aplomo, toda la
personalidad oratoria se perturba y pierde eficiencia.” Al corregir esta
perturbación o desajuste de la personalidad, o al obtener aplomo, se
supone que este temor debe desaparecer.
Otro medio de tratar este asunto es el de discutirlo libremente,
como un fenómeno común y corriente. La idea en este tipo de alternativa,
es que una vez que se comprende la naturaleza de la experiencia, al
menos se tiene conocimiento de lo que se trata. Incluso se puede llegar a
aceptar el hecho de que nunca se le llega a dominar por completo. Es
probable que incluso nos convenga no desembarazarnos de este temor
totalmente.
Ciertamente, nos interesamos en saber qué tiene que ver todo esto
con la oratoria, particularmente cuando hacemos un discurso. También
nos interesa saber qué podemos hacer al respecto. Es obvio que el
nerviosismo tiene definitivamente un efecto inhibidor en la presentación
de un discurso. Sólo cuando nos encontramos cómodos y calmados
podemos hablar con un máximo de efectividad. Los remedios deben seguir
dos líneas definidas, ambas esenciales y dependientes por completo de
nuestros esfuerzos.
Cultivo de una actitud positiva

En primer lugar, debemos desarrollar una actitud diferente hacia el


fenómeno del nerviosismo y la hipertensión, de la que indudablemente
tenemos ahora. Cambiemos nuestro usual punto de vista acerca del miedo
al público.

El nerviosismo es importante cuando interfiere en nuestro


discurso.

El nerviosismo en sí puede ser o no importante. Lo que importa es


el grado en que permitamos que nos evite realizar lo que nos hemos
propuesto. Una vez que nos abstraemos en lo que estamos haciendo, el
nerviosismo tiende a desaparecer.
El nerviosismo no es algo patológico. Hay que darnos cuenta de que
el nerviosismo ante la idea de aparecer en público, no es evidencia de
una personalidad patológica, sino que se trata de una reacción
perfectamente normal. Casi sin excepción, los oradores más grandes del
mundo se han sentido exactamente igual que el orador más bisoño, y lo
que es más, nunca han podido desterrar del todo esa tensión.
Seguridad en una preparación adecuada. El miedo al público se
suscita, en parte, de una falta de autoconfianza, o de la sospecha de que
los oyentes puedan pensar que no estamos bien preparados.
Probablemente, nada nos ayudará tanto a vencer ese temor como la
seguridad en nuestra preparación.
El saber exhaustivamente lo que vamos a decir, la secuencia de las
ideas, el material de apoyo, son nuestros mejores aliados. En nuestros
primeros discursos podemos echar mano de algunos apuntes. Inclusive,
hay que pensar con detenimiento en el lenguaje específico que vamos a
usar para dar forma a nuestras ideas, siempre y cuando no tratemos de
memorizar todo el texto del discurso.
Una preparación completa también presupone una cierta
consideración de la forma en que vamos a presentar nuestro material.
Implica el ensayo en voz alta. Asimismo nos ayudará conocer de
antemano la naturaleza de la ocasión, el auditorio y el ambiente físico, e
incluso la acústica de la sala. ¿Qué tan formal o informal va a ser? ¿Que
va a haber antes y después? ¿De cuánto tiempo dispondremos?
No hay que tratar de ocultar el nerviosismo. El tratar
conscientemente de ocultar nuestro nerviosismo, el cual se traduce en el
temblor de manos y piernas, provoca efectos contraproducentes, ya que
al esforzarnos por dominar los músculos correspondientes, ponemos en
movimiento otros músculos, lo que da por resultado una mayor tensión
nerviosa, y por ende, más obvia. El relajamiento es la clave. Cuando la
situación es completamente informal, algunos oradores hacen alguna
referencia jocosa a su nerviosismo, pero si utilizamos esta salida para
dominarnos, hay que hacerlo sólo de pasada, pues si aludimos a ello con
frecuencia, corremos el riesgo de concentrarnos, aparentemente en
broma, en lo que tratamos de eliminar.
Un músculo accionado suavemente es poco probable que se ponga
rígido. Ante cualquier reacción de temor, la corriente sanguínea recibe
un exceso de adrenalina y de tiroxina, el cual debe encontrar salida. Si
este exceso no se consume, crea una hipertensión. Sin embargo, el
movimiento que lleve como finalidad consumir este excedente de
energía, debe ser moderado, ya que si es demasiado vigoroso, sólo
servirá para aumentar en vez de disminuir dicho exceso. Una cantidad
moderada de movimiento nos ayudará a consumir el exceso de energía y a
eliminar la tendencia a ponernos rígidos.
Es importante evitar el pasearse como león enjaulado, así como
juguetear con algún objeto. Aunque en muchas actividades artísticas o
intelectuales el ritmo ocupa un lugar preponderante, en la oratoria, si
bien hay un ritmo en el discurso y en la enunciación de las palabras, hay
que evitar un ritmo en el cuerpo, ya que enajena tanto al público como al
orador. Paseemos la mirada de un lado a otro del auditorio,
asegurándonos de que todo el mundo recibe atención durante el discurso.
Utilicemos las manos, los brazos, las expresiones faciales y todo el
cuerpo para dar énfasis a lo que decimos, y a la vez para aliviar las
tensiones excesivas que interfieren en nuestro discurso.

Elección de temas

En una ocasión, una persona que estudiaba oratoria, eligió un tema


sobre geología. Al preguntársele el porqué de su interés en este campo,
tuvo que admitir que había elegido este tema porque “había que hablar de
algo”. La familiaridad con el tema es muy importante para darnos
confianza, especialmente si sabemos más al respecto que nuestros
oyentes. En un caso semejante, mantenemos una posición de
superioridad, tenemos status.
Huelga decir que estamos mucho más interesados en temas que nos
son familiares que en tópicos de los cuales sabemos muy poco o nada.
De vez en cuando nos interesamos en algún tema que empezamos a
estudiar. Aunque todavía no sabemos cosa al respecto, lo poco que
conocemos nos basta para sustentar una plática interesante. Incluso
podemos desarrollar toda la ponencia en torno a la curiosidad que dicha
disciplina nos produce. En un caso similar, contamos cuando menos con
una cierta dosis de inspiración e interés, misma cosa que no ocurre
cuando tratamos de analizar un tema del que nuestros oyentes pueden
saber tanto como nosotros, o quizá más.
A veces hay temas que nos son familiares, pero que no creemos que
puedan constituir un buen modelo para un discurso. En una ocasión, un
estudiante de oratoria se quejaba de lo imposible que le resultaba elegir
temas para un discurso. Ante semejante aseveración, el director del
curso de oratoria, le dijo: “Si no tiene un tema, hable de su pueblo.”
“¿Donde nació Ud?” “En París”, fue la increíble respuesta. “¿Cuánto
tiempo ha vivido allí?” “Toda mi vida.” “¿Quiere Ud. decir que habiendo
nacido y vivido toda su vida en París, no tiene de qué hablar?”
Al elegir un tema con el que estamos familiarizados, y en el que
nos interesamos sobremanera, tendremos un buen principio para
interesar en él a nuestro público. Además, lo que es más importante,
gozaremos tanto hablando acerca de ello que olvidaremos las tensiones y
dejaremos de sentir un vacío en el estómago, así como casi todos los
demás síntomas del temor al público.
Sexto Capítulo

PRINCIPIOS GENERALES DEL DISCURSO

Gran parte de la teoría de la oratoria se centra en las cinco artes


que debe poseer el orador si quiere triunfar: 1) debe tener algo que decir
(requisito mucho más importante de lo que uno cree); 2) debe organizar
su material dentro de cierto orden; 3) debe dar forma a su discurso en un
lenguaje claro, vívido y elegante; 4) debe inventar o seguir un método
para retener en la mente lo que tiene que decir hasta que termine, y 5)
debe decir su discurso al público, de tal manera que lo que diga sea de la
máxima eficacia.
El modo de decir un discurso es importante a causa de que el
significado, las ideas que queremos exponer a nuestros oyentes, son
determinados tanto por la forma en que utilizamos la voz, las manos, los
dedos y las expresiones faciales como por las palabras y la manera en
que enlazamos éstas. Al cambiar la expresión, podemos alterar por
completo el sentido de cualquier cosa. A nuestros amigos podemos
llamarlos con los nombres más insultantes o molestos, siempre y cuando
lo hagamos con la sonrisa en la boca. Es bien sabido, por ejemplo, que las
mujeres suelen decirse las cosas más horribles y nefastas, en los
términos más acariciantes. Así pues, lo que queremos decir no depende
tanto de las palabras que utilizamos cuanto de la manera en que las
decimos...
Cuando nos dirigimos a un público, grande o pequeño, tenemos en
mente ciertas ideas que deseamos imbuirle. Si escribiéramos dichas
ideas, nuestra expresión se vería limitada a las solas palabras, a más de
un subrayado o bastardillas. Es cierto que se puede expresar mucho
solamente con palabras, y prueba es de ello el gran acervo de la
literatura mundial a través de los siglos. Sin embargo, la gente que lee
obras literarias en voz alta, a menudo difiere enormemente de lo que el
autor trató de decir, y diferentes lectores dan diferentes
interpretaciones -diferentes significados- a esa literatura, por la forma
diferente en que la leen.
Cuando se escribe, ningún lector puede darse cuenta de las
inflexiones de la voz del escritor, los énfasis puestos en ciertas
palabras, el fraseo exacto de las oraciones. Si las ideas tienen un fuerte
contenido emocional, es probable que quien las escriba recargue un poco
la pluma o golpee con más fuerza las teclas de la máquina de escribir.
Todas estas cosas son invisibles al lector, especialmente si lo que
escribe es impreso posteriormente.
En otras palabras, la expresión no significa agregar algo a nuestro
lenguaje, con la única intención de dar una buena apariencia, sino que es
una parte integral de la comunicación oral. Es precisamente nuestra
forma de hablar la que hace que nuestras palabras sean totalmente
iteligibles, y si no lo logramos, nuestro auditorio no se dará cuenta ni
siquiera de que somos inteligentes, y lo que sepamos no nos servirá de
nada. Por medio de la expresión, hay que dar énfasis a las palabras y
frases que son especialmente importantes, y dar a las oraciones mismas
el fraseo que permita a nuestros oyentes seguirnos con más facilidad.
La expresión ayuda a hacer el lenguaje más claro, ya que hace que
los significados sean más completos y específicos. Contribuye a la
vivacidad con imágenes más reales y añade substancia al revelar las
actitudes y sentimientos que provoca el tema en discusión.

Aspectos de la expresión

El discurso consiste en un sistema doble de símbolos, los que


escuchamos y los que vemos. Los primeros, superficialmente, pueden ser
más obvios. En el sistema audible se incluyen tanto las palabras que
utilizamos cuanto la forma en que las expresamos.
El sistema visible consiste en todo lo que vemos que hace el
orador, lo cual contribuye u obstaculiza la comunicación de las ideas que
trate de exponer. Este código visible es importante también.
Para que un discurso sea totalmente efectivo, hay que establecer
un rapport (palabra francesa que significa relación), entre orador y
auditorio. Oliver ha explicado este concepto de la manera siguiente:
“Debe existir un lazo de simpatía que una al orador y su auditorio. Debe
haber una corriente de entendimiento, cordial y cálida que fluya
recíprocamente. Para que haya una comunicación genuina, el orador y su
auditorio deben fundirse. Es posible que este último no siempre esté de
acuerdo con él, pero con todo, debe emocionarse con los sentimientos de
aquél, y el orador debe corresponder rápidamente a los sentimientos del
público. Este, creo, es el significado general del término rapport. Un
orador sin rapport puede ser todo lo claro, fluido, intelectual y hasta
convincente que quiera, pero nunca puede alcanzar las alturas de un gran
orador. Para emocionar a sus oyentes, debe existir un fuerte nexo
sentimental entre éste y su público.
Esta relación con el auditorio, este “nexo de simpatía”, esta
“corriente de entendimiento, cordial y cálida”, es el resultado de una
expresión eficaz, la cual, a su vez, se basa, primeramente en la actitud
inicial del orador hacia su público, y en segundo lugar, en la “urgencia”
que aquél sienta por comunicarse.
Expresión sencilla y “natural”

Muchos sostienen la creencia de que todo lo que tiene que hacer el


orador para expresar un discurso de forma eficaz, es ser “natural”. Sin
embargo, como medida de expresión, la naturalidad es un concepto
equívoco. Lo que muy a menudo es calificado como natural, muchas veces
no es más que lo habitual. Estamos tan acostumbrados a hacer algo de
cierto modo -atarnos las cintas de los zapatos, por ejemplo- que nos
parece perfectamente natural, y cualquier otro método o manera de
realizar tan simple tarea, nos parecería absurdo. Toda costumbre se
siente como algo natural, porque se ejecuta casi automáticamente, con
cierta inconsciencia. Pero cualquier costumbre nueva que se adopta para
reemplazar a una vieja, viene a ser tan natural como aquélla, cuando se
ejecuta inconscientemente. Así pues, decir que hay que ser “natural”,
usualmente equivale a proponer hacer las cosas como de costumbre. Lo
“natural” en un discurso, puede o no ser eficaz, según lo eficaces que
hayan sido nuestros primeros hábitos de discurso.
Resumiendo, el modo natural de hablar se caracteriza con toda
probabilidad, por muchos hábitos ineficaces.
No obstante, hay un sentido en el que se puede recomendar la
“naturalidad”, y se divide en varios puntos que hay que observar:

1. No actuar afectadamente; usar un mínimo de exhibición; lucirnos


solamente lo necesario para revelar fuerza.
2. Ser normalmente vigoroso; hablar como lo hacemos cuando
hablamos en serio en cualquier otra ocasión, con seriedad suficiente
para convencer a la gente de que creemos lo que decimos.
3. Sentirse en casa; hablar como lo haríamos entre quienes
conocemos.
4. Hablar con sencillez y evitar las exageraciones, la insuflación,
las actitudes pomposas.
5. Ser directos; conectarnos directamente con nuestros oyentes,
haciéndonos de cuenta que somos uno de ellos.
Séptimo Capítulo

ANALISIS DEL MOMENTO Y LUGAR


DE UN DISCURSO

El éxito de nuestra oratoria residirá muchas veces en nuestra


capacidad para entender la situación del discurso y en la astucia que
mostramos para adaptar el material a los requisitos peculiares. Un
discurso efectivo debe ser oportuno y adecuado a la ocasión. Además,
debe interesar a los oyentes y satisfacer sus deseos, humores,
tendencias y preferencias. Por lo tanto, el estudio de la ocasión y del
auditorio es un paso imprescindible cuando se plantea un discurso.
Basándonos en lo que descubrimos con respecto a nuestro auditorio y a la
ocasión, podemos determinar las metas, dar cuerpo a la tesis o
pensamiento central, elegir el patrón de desarrollo, pesar el material de
apoyo y escoger el lenguaje.

Ocasión

Las ocasiones para hablar en público son abundantes, y se suscitan


a la menor provocación. Inauguraciones, despedidas, campañas políticas,
banquetes, fiestas, funerales, etc. Cada uno de estos eventos requiere de
un tratamiento diferente, así como de diferente tema y expresión. Al
escoger la estrategia para un discurso determinado, hay que pesar los
siguientes elementos de la ocasión: hora de la reunión, lugar, costumbres
que prevalecen en la localidad y propósito del discurso.

Hora de la reunión

La hora de nuestra aparición puede contribuir en mucho a nuestro


éxito. Asimismo, hay que medir cuidadosamente todo aquello que preceda
o que suceda a nuestra intervención.
Al estudiar la cuestión relativa al tiempo, debemos considerar lo
siguiente:

1. Cuáles son los antecedentes históricos del discurso?


a. ¿Políticos?
b. ¿Económicos?
c. ¿Religiosos?

2. ¿Qué sucesos pasados inmediatos originaron el discurso?


a. ¿Son conocidos por el auditorio?
b. ¿Está enterado de ellos el comité organizador?
3. ¿De qué forma afecta al orador y al auditorio la hora en que se
va a celebrar la reunión con el consiguiente discurso?
a. ¿Es una hora conveniente?
b. ¿De qué forma afecta la hora al orador?
c. ¿Cómo afecta a los oyentes? ¿Están alertas, soñolientos,
cansados, aburridos, neutrales o pasivos?

Lugar de la reunión

Nunca se insistirá lo suficiente en la importancia que tiene el


lugar donde vamos a hablar. El ambiente físico puede constituir una
ventaja o un obstáculo. Mientras que un sitio puede sugerir solemnidad y
decoro, otro se presta más para la frivolidad y la alegría. Una iglesia,
sitio histórico, cementerio, inspiran a menudo un silencio
contemplativo. Por otra parte, un estadio o un teatro puede estimular la
charla y la risa. Un ambiente viciado puede contribuir al malestar e
incomodidad. El orador debe estudiar cuidadosamente el tamaño de la
sala, sus propiedades acústicas y la comodidad del auditorio.
Como oradores, debemos decidir lo que exige de nosotros el sitio
donde vamos a hablar. En una sala pequeña, debemos ejercitar la
moderación y la finura, manteniendo la voz en un tono quedo de
conversación, con pocos gestos y movimientos suaves. Por otra parte,
desde el momento en que en una sala pequeña se producen menos
influencias distrayentes que en otro sitio, podemos presentar el
material de forma más concisa. Para poder lograr un discurso efectivo
en una gran sala o a la intemperie, debemos ser más vigorosos y
enérgicos, especialmente si no contamos con aparatos de amplificación.
Hay que hacer gala de más movimientos, de gestos más rotundos y de un
tono de voz mucho más fuerte.
Estudiemos minuciosamente el sitio donde se va a celebrar
nuestros discurso, haciendo una especie de inventario de lo siguiente:

1. ¿Dónde se va a celebrar el discurso?

a. ¿Se va a realizar bajo techo o a la intemperie?

b. ¿Es famoso el sitio de reunión o de mala fama?


I. ¿Han ocurrido eventos importantes en ese sitio?
II. ¿Qué oradores importantes han disertado allí?
III. ¿Qué tan familiarizado está el público con este sitio?

c. ¿En qué tipo de comunidad está ubicado el sitio de reunión?


I. ¿Rural o urbano?
II. ¿Industrial o residencial?
III. ¿Clase media o alta?

d. ¿Cuáles son los tabúes que imperan en esa localidad?

e. ¿Se trata de una sala alquilada, de un sitio de reuniones


permanente o de un centro comunitario?

2. ¿De qué comodidades dispondrán los asistentes?

a. ¿Se sentarán, permanecerán de pie?

b. ¿Estarán aglomerados?

c. ¿Se les confinará a una parte pequeña de la sala?

d. ¿Habrá ventilación adecuada?


I. ¿Aire acondicionado?
II. ¿Ventiladores?

e. ¿De qué manera influirá el ambiente en los oyentes?


I. ¿Hay distracciones con las cuales competir?
II. ¿Es agradable o desagradable el ambiente?
III. ¿Pueden todos los asistentes ver al orador con facilidad?

3. ¿Cuáles son las condiciones del alumbrado?

a. ¿Podrá el orador ver las reacciones faciales de los oyentes?

b. ¿Se apagarán las luces al empezar la conferencia?

c. ¿Se dispondrá de luz natural o artificial?

d. ¿Estará bien iluminado el orador?

4. ¿A qué problemas de acústica se enfrenta el orador?

a. ¿Dispondrá de aparatos de amplificación del sonido?

b. ¿Se radioemitirá el discurso o se grabará?

c. ¿Está la sala acústicamente acondicionada?


5. ¿De qué comodidades dispone el orador?

a. ¿Va a disponer de un atril?

b. ¿Va a quedar el orador por encima o por debajo del auditorio?

c. ¿Los asistentes quedarán directamente en frente del orador o


lo rodearán?

Las costumbres y el orador

Las costumbres que el orador debe observar son aquellas que


dictan lo que debe y lo que no debe hacer como orador público. Pensemos,
por ejemplo, en el abismo que existe entre diferentes grupos religiosos.
En Hispanoamérica, esto no constituye ningún problema, ya que la
inmensa mayoría profesa la religión católica, la cual no ofrece muchas
ocasiones a los fieles para que digan discursos dentro de las iglesias.
Por lo tanto, cuando un orador va a decir un discurso en algún lugar
con el que no esté familiarizado, debe observar al pie de la letra aquel
antiguo proverbio que reza: “Adonde fueres, haz lo que vieres.”
Así pues, deben formularse las siguientes preguntas:

1. ¿qué es lo que se considera apropiado en ese lugar?

2. ¿Cómo debe vestirse?

3. ¿Qué tipo de expresión debe utilizar?

4. ¿Qué debe hacer con respecto al lenguaje y a la dicción?

5. ¿Cuáles son las costumbres del auditorio local?

6. ¿Qué es lo que se acostumbra en cuanto a los honorarios?

7. ¿Se va a cobrar la entrada?

8. ¿Cuánto va a recibir de honorarios?


Octavo Capítulo

TIPOS DE PUBLICO

La regla fundamental que debe observar todo orador es: tener en


mente a su auditorio. Qué decir y cómo decirlo, está íntimamente
relacionado con las cuestiones de dónde, cuándo y a quién decirlo.
Por auditorio se entiende, obviamente, las personas que
constituyen nuestros oyentes. También hay lo que se conoce con el
nombre de gran público, o sea el que propician la prensa, la radio y la
televisión. Asimismo recibe el nombre de auditorio ausente.

Tipos de público

Como regla general, ningún grupo de personas se congrega por mera


casualidad o accidente. Existe una fuerza motivadora que las atrae y las
reúne, haciendo de ellas lo que se conoce con el substantivo colectivo de
auditorio o público. Mucha gente asiste a un discurso sólo por
curiosidad, por conocer al orador. Las figuras públicas a menudo exigen
honorarios elevados, no porque hablen muy bien, sino por el solo hecho de
atraer público.
El otras ocasiones, la gente se reúne porque pertenece a un club o
asociación cívica o social, tales como Rotarios, Leones, etc. Para tener
éxito como oradores, debemos considerar cuidadosamente las fuerzas
que entran en juego, el grado de organización que ha tenido lugar y cosas
por el estilo. Hemos de decidir por qué los oyentes han asistido a la
reunión, y por qué permanecen en ella.
Los grupos espontáneos poseen un grado menor de cohesión, de
integración y de organización, ya que los miembros que los integran
tienen pocos nexos en común. Se reúnen de manera fortuita. Como
ejemplo de estos grupos, podemos mencionar las aglomeraciones
callejeras, frente a un escaparate u otro tipo de atracción, las personas
que esperan en una estación, etc. Todos éstos pertenecen a grupos
espontáneos.
El transformar estos grupos en un verdadero auditorio, compete al
orador, y para ella necesita ejercitar sus dotes de elocuencia o de
psicología de las masas, ya que no cuenta con aliados externos para
unificarlos. Debe ganárselos por su propio valor e interesarlos en un
tema determinado, antes de que pueda pretender exponer sus
pensamientos.
El grupo de conversación o de discusión tampoco puede
considerarse como un auditorio, en el sentido usual de la palabra, ya que
cada uno de sus miembros se considera a sí mismo como participante u
orador con el mismo derecho a hablar cuando le venga en gana. Cuando no
habla, obviamente se convierte en oyente, pero no deja que el orador en
turno se extienda mucho. Cualquier intento que uno de ellos haga por
monopolizar la conversación, se considera como una violación de la
etiqueta. Para transformar a un grupo de discusión en un auditorio, el
orador debe obtener primeramente el consentimiento de los demás.
Al contrario de los dos primeros tipos de auditorio que se acaban
de describir, el auditorio inactivo se reúne por la voluntad de sus
miembros en reconocer y prestar su atención a algo, llámese orador,
cantante, obra teatral, etc. Los miembros de este tipo de público se
consideran como oyentes o espectadores, no como oradores ni
participantes. De ordinario, asisten con la intención de ser espectadores,
de permanecer inactivos, a veces incluso inertes. Una vez que vienen y
pagan su admisión, esperan que los entretengan o diviertan.
Con un grupo inactivo, el orador cuando menos está seguro de que
lo escucharán al principio; por consiguiente, el mantener la atención
constituye un problema menor que con el grupo espontáneo, por ejemplo.
Si aspira a más, debe esforzarse por conseguirlo. Algo en el orador, en la
ocasión o en el tema, ha atraído a los oyentes. El descubrimiento de este
algo es la clave para llegar a este tipo de grupo.

Fuentes de información acerca del auditorio

Nunca antes, el orador había dispuesto de tanta información,


tantas técnicas o tanta ayuda. Entre sus aliados valiosísimos se cuentan
el psicólogo social, el sociólogo y el geógrafo, con sus estudios sobre la
conducta colectiva, las tendencias demográficas, actitudes y prejuicios.
La opinión pública produce mucha información que podemos utilizar con
frecuencia. Aunque es probable que no contemos con dichas fuentes o con
el tiempo necesario para hacer estudios elaborados, podemos aprender
mucho de todo esto. La opinión pública, a través de la prensa, puede
proporcionar muchos datos acerca de las tendencias del pensamiento
popular en una gran variedad de temas.
Los informes estatales o federales proporcionan estadísticas
detalladas acerca de la edad, sexo, educación, ocupación, afiliación
religiosa, alfabetización, grado académico y demás, de las personas
integrantes de un pueblo, ciudad, estado, e incluso de todo el país.
En ciertos casos, los periódicos o revistas locales dan información
muy conveniente para el análisis de los auditorios. Antes de formular
opiniones, empero, hay que asegurarse de las tendencias políticas del
editor, y tener en mente que las publicaciones de este tipo, no sólo
reflejan las actitudes locales, sino que también las moldean. En las
páginas editoriales de los periódicos se pueden encontrar muchos
indicios sobre la naturaleza y política de un editor. La opinión o punto de
vista de un periódico se debe comparar con otros periódicos, fuentes de
observación y observadores. En todas las comunidades existen personas
clave cuyo juicio, en cuanto a la comunidad en que viven, es de tomar en
cuenta.
En muchas ocasiones, tales personas constituirán nuestra fuente
de información principal acerca de lo que se espera de nosotros y acerca
de lo que es apropiado. Por lo general, el mantenedor de un programa, o el
ciudadano más destacado, nos dará la tónica de lo que acontece. Mientras
más gente consultemos, más probable es que nos formemos un juicio
exacto sobre nuestro auditorio.
Todo esto, indudablemente, nos da la impresión de que el análisis
de un auditorio es una tarea tediosa. De ser así, nuestra conclusión es
correcta. Naturalmente, no es necesario meternos en semejante
embrollo, si el discurso que vamos a dar es muy breve o intrascendente.
Sin embargo, hay muchas situaciones de oratoria en las que
necesitaremos consultar muchas fuentes.

¿Qué sabe nuestro público acerca del tema elegido?

El incursionar en un campo muy conocido del auditorio, sin darnos


cuenta de que lo es, significa perder tiempo y correr el riesgo de
aburrirlos. De igual modo, el asumir que están mejor informados de lo
que realmente están, es idénticamente desastroso. El orador sensato
empieza en el punto en que se encuentran sus oyentes, y de ahí se mueve
hacia adelante. De esta forma, lo que saben sirve de base.
En estos tiempos de rápida comunicación, es muy posible que el
público disponga de un resumen, o incluso del texto completo de lo que el
orador va a decir. En este caso, el orador debe esforzarse especialmente
para adaptar su presentación cuidadosamente a la situación local.
Lo que el público sepa acerca de nuestro tema se convertirá en una
importante determinante de nuestra estrategia. Por ello, hay que
investigar las siguientes cosas:

1. ¿Cuál es la actitud de la mayoría de los oyentes hacia el


discurso?

a. ¿Ha despertado su curiosidad el título?

b. ¿Es desorientador?

c. ¿Necesita aclararse?
2. ¿Qué publicidad se ha dado al discurso?

a. ¿Cuánta? ¿De qué tipo? ¿Quién la hizo? ¿Con qué propósito?

3. ¿Qué tanto conoce la mayoría acerca del tema?

a. ¿Por qué fuente de información? ¿Estudio? ¿De oídas?

4. ¿Ha tenido oportunidad el público de leer el discurso o un


resumen de éste?

5. De no ser así, ¿podrá hacerlo posteriormente?

¿Cuáles son las actitudes y opiniones


que pueden ser favorables al orador?

Suponiendo que ya nos hemos enterado de qué información general


disponen nuestros oyentes acerca de nuestro discurso, necesitamos
información más específica acerca de sus opiniones y actitudes con
referencia a la posición que ostentamos y a los argumentos que
pensamos exponer. G. W. Allport define una actitud como: “un estado
mental y neutral de conciencia, organizado a través de la experiencia,
que ejerce una influencia directriz o dinámica sobre la respuesta del
individuo a todos los objetos y situaciones con que se relaciona”.
Las opiniones y las creencias se consideran usualmente como la
expresión o la verbalización de las actitudes. La experiencia, el medio
ambiente y el condicionamiento hacen que las personas adopten ciertas
inclinaciones, predisposiciones y estados de conciencia para actuar con
respecto a instituciones, actividades, grupos y procesos. Cuando
estamos conscientes de ello, y podemos capitalizarlo en un estado de
conciencia para actuar, tenemos más probabilidades de imponer nuestro
punto de vista y llegar a nuestra meta. Por ejemplo, si participamos en
una campaña para recabar fondos para la lucha contra el cáncer,
encontraremos una gran respuesta en aquellos que ya han tenido cáncer,
o que han tenido parientes con esa enfermedad. Como están bien
conscientes de la amenaza que representa esa enfermedad, se encuentran
en un estado de conciencia indicado para actuar, por lo que nuestra
apelación causará la respuesta deseada. Nuestra tarea como oradores es
la de decidir cómo, por medio de las opiniones y actitudes favorables,
podemos atraernos a los oyentes. Por lo general, el orador dirige sus
proposiciones, basándose en actitudes y opiniones favorables.
¿Cuáles son las actitudes y opiniones
que nos son desfavorables?

Según lo que ha sido dicho anteriormente, no es necesario efectuar


un desarrollo extenso acerca de cómo enfrentarse a las actitudes y
opiniones desfavorables de nuestros oyentes. Como oradores, es
igualmente importante que sepamos cuáles son las actitudes y opiniones
que nos obstaculizan, y cuáles nos ayudan.
Noveno Capítulo

FUNCION DE LA ATENCION

Junto al aspecto de la motivación en la oratoria, está el doble


problema de la atención y del interés. Generalmente, la gente presta
atención a aquello que promete cierta satisfacción de sus deseos y
necesidades, en otras palabras, de sus motivos. Se ha dicho que para que
los argumentos sean efectivos, debe apelar a los deseos humanos. A
esto, habría que añadir que cualquier discurso informativo, o cualquier
plática, deben apelar a algún aspecto de la naturaleza humana que
atraiga y retenga la atención, que influyan en los oyentes al menos en
que deseen escuchar. Obviamente, a menos que dispongamos de un
auditorio, no podemos hacer ningún discurso. Se ha observado en muchas
ocasiones que todos tenemos derecho a hablar, pero nadie puede obligar a
nadie a ser escuchado. Sin embargo, los auditorios generalmente
escuchan al orador que tiene algo importante que decir.
Por lo tanto, uno de los problemas fundamentales a que se enfrenta
el orador, es el de ganar y mantener la atención y el interés de un
público. Esta aseveración se aplica a cualquier tipo de situación
oratoria, ya sea conversación, conferencia, discusión, ensayo,
presentación de una obra o discurso.
La atención se puede definir desde dos puntos de vista. En primer
lugar, se puede decir que se trata de un fenómeno fisiológico, una
función corporal en la que el aparato de respuesta se vuelve más
sensible a ciertos estímulos, mientras que es menos sensible a otros
que momentáneamente son menos importantes.
Así pues, en una multitud, a menudo observamos algún rostro
conocido, mientras que las demás caras se desvanecen, por decirlo así.
Entre los sonidos que salen de una orquesta, con frecuencia podemos
aislar el sonido de un solo violín u otro tipo de instrumento. En el barullo
de una conversación, muchas veces podemos distinguir alguna voz en
particular. Estas selecciones se llevan a cabo por medio de un proceso
que agudiza nuestra sensibilidad para algún estímulo en particular que
en el momento puede tener un significado peculiar. Se trata de un acto
sensorio-neuromuscular.
La atención también puede definirse como un fenómeno
psicológico, esto es, como un elemento de la conciencia. Desde este
segundo punto de vista, la atención es un proceso por medio del cual
aumenta nuestra conciencia de un determinado estímulo o tipo de
estímulo, el cual entra de forma más directa en lo que el psicólogo
James llamó “foco de la conciencia”, mientras que todos los demás
estímulos quedan relegados, indudablemente, en el “margen” de la
conciencia.
Realmente, no es posible hacer una distinción entre los aspectos
fisiológicos y psicológicos de la atención; cualquier diferenciación
posible es esencialmente asunto de cómo se considera el fenómeno.
Ambos están presentes en cualquier acto que implique atención.
Por lo tanto, nuestro problema como oradores es el de poner
nuestro tema en el “foco de la conciencia” de nuestros oyentes, haciendo
que todo lo que sea ajeno a dicho tema, se quede o se relegue en el
“margen” de la conciencia. Si somos capaces de mantener la atención e
interés de nuestro público en el problema que tratamos, evitando que se
distraiga con otras cosas o ideas, tenemos seguro el éxito como
oradores. Es probable que el público no acepte nuestras ideas, pero
cuando menos nos habrá escuchado. A veces eso es todo lo que podemos
esperar.

Adaptación

Nadie puede atender a un estímulo más que unos cuantos segundos.


Estamos tan acostumbrados a los ruidos, vistas y otras sensaciones que
existen en nuestro alrededor, que apenas los advertimos. Los miles de
estímulos de todos tipos que nos asaltan han perdido su poder de
atención a causa de su constancia. Nos hemos adaptado a ellos. Esta
adaptación es tan completa que cualquier respuesta que provoquen
permanece al margen de la conciencia, e incluso más allá.
Este mismo fenómeno de adaptación tiene lugar tanto en la
oratoria pública como en una simple conversación. Por ejemplo, no
escuchamos a un orador que dice cosas que ya conocemos; y mientras que
sigue con su perorata, apenas si nos damos cuenta del hecho de que
hable, y no tenemos idea de lo que está diciendo. La sola monotonía en la
expresión de algunos oradores, desprovista de vida y de interés, tanto en
el desarrollo del pensamiento, o en la pérdida de la atención y del
interés de parte de los oyentes. De hecho, ya no son oyentes; se han
adaptado tanto a esos estímulos en particular, que ya no responden a
ellos, de tal manera que aunque los estímulos fisiológicos se mantienen,
los psicológicos dejan de existir.
Una vez que hemos perdido la atención de nuestro auditorio, es
extremadamente difícil volverla a obtener. La continuidad de
pensamiento se ha roto, y a nuestros oyentes no les será fácil
comprender un argumento o explicación a medias.
Relación entre atención e interés

Como señalamos al principio de este capítulo, generalmente se


piensa en la atención y el interés como dos entidades perfectamente
unidas e identificadas. No obstante, probablemente es mejor hacer cierta
diferenciación entre ellas, aunque admitamos que se trata de fenómenos
íntimamente relacionados entre sí. La atención es un acto definido,
aunque no siempre voluntario, por medio del cual, los estímulos
adquieren mayor relieve. El interés, por su parte, tiende a ser de más
duración, y se puede decir que es una actitud suscitada por los motivos,
a través de la cual obtenemos satisfacción.
Cada uno de estos actos es esperado, pero el interés de alguien en
un tema determinado puede persistir a través de cualquier número de
tales actos. Por ejemplo, uno se puede interesar continuamente en un
mejoramiento cívico sin menoscabo de la atención prestada a los
negocios. Un estadista puede disfrutar de las novelas de misterio,
prestándoles toda su atención al leerlas, sin que ello interfiera para
nada en el bienestar nacional al cual dedica su vida. Su interés es
simplemente temporal. Atendemos con más explicitud a las cosas que
nos interesan, pero de la misma forma en que nuestro interés activo
fluctúa de vez en cuando, así también fluctúa nuestra atención. Podemos
interesarnos en muchas cosas y mantener dicho interés durante años. Por
lo tanto, el problema del orador es el de elegir aquellos intereses que en
el momento puedan tener el valor más grande de atención e implicar los
problemas más urgentes.

Atención involuntaria

Con frecuencia, ciertos aspecto del estímulo, o del organismo del


oyente -el impulso de estornudar, por ejemplo-, pueden suscitar una
atención inmediata sin ningún esfuerzo de parte del oyente. Los cambios
repentinos o grandes, poseen un gran valor de atención dentro del patrón
de los estímulos: ruidos fuertes, como el del rayo durante una tormenta;
destellos repentinos, como el del relámpago; el cesar del tic-tac de un
reloj en una habitación silenciosa; el énfasis que de pronto hace un
orador en medio de un discurso monótono. Desde el momento en que, de
ordinario, no podemos evitar este tipo de estímulos repentinos y
fuertes, la atención así suscitada recibe el nombre de atención
involuntaria o primaria.
Dentro de nosotros, como oyentes, existen ciertos factores que dan
efectividad a este tipo de estímulos. Entre ellos, podemos citar nuestros
propios hábitos de atención, el estado emocional del momento, el interés
que prevalezca. Un director de orquesta, por ejemplo, ha entrenado de tal
manera sus hábitos auditivos que, puede detectar, entre todos los
sonidos que producen los instrumentos de su orquesta, una nota falsa
emitida por algún instrumento, y usualmente puede incluso identificarlo.
A veces nos volvemos ultrasensibles a ciertos estímulos a los que de
ordinario estamos completamente adaptados. Una madre de familia no
repara durante el día en los ruidos producidos por sus hijos, pero al fin
de la jornada, se vuelve completamente sensible a sus voces y
comportamiento. Así pues, por estas observaciones, podemos deducir que
vemos y escuchamos aquello que nos interesa.
Aunque el orador puede tener ciertos límites en el uso que haga de
los aspectos externos de los estímulos que pueden suscitar una atención
involuntaria, su uso de los factores que residen dentro del organismo, es
ilimitado. La atención de sus oyentes, el estado emocional de éstos y su
interés del momento, proporcionan vías para una inmediata atención. A
través de estas vías puede dirigir la atención de su público al tema que
discute o también al que desea discutir.

Atención voluntaria o secundaria

Cuando el individuo concentra su atención en algún tema o


actividad, usualmente con algo de esfuerzo o tensión, hace uso de una
atención voluntaria o secundaria. Mientras la atención sea prestada a
través de una aplicación directa o consciente, se trata de atención
voluntaria, por lo que el sentido de esfuerzo persiste. El prestar
atención voluntaria durante un determinado período de tiempo, cansa,
porque implica actividad muscular. Si asistimos a una conferencia, no
porque nos interesa, sino porque creemos que debemos hacerlo, y nos
forzamos a escuchar cuidadosamente a todo lo que se expone en ella, al
final de la misma nos encontraremos agotados.
Es difícil escuchar a algunos oradores sin esfuerzo, poco o mucho,
de nuestra parte. Hablan indistintamente o en voz tan baja, que ni se les
escucha ni se les entiende. El mismo tema que tratan puede ser árido,
desprovisto de toda animación. Su lenguaje es obscuro y las ideas
abstractas. Agotan al público al tratar de que éste les escuche. Mucha
gente, simplemente no pone el esfuerzo necesario para seguirlo en su
exposición, ya que ello depende por completo de una atención voluntaria,
o sea forzada de su parte. Hay profesores universitarios que nunca logran
otro tipo de atención.

Observaciones respecto al problema del orador

No se puede mantener la atención involuntaria de un público


durante mucho tiempo. Se necesita variedad, tanto en el uso del lenguaje
como en la expresión. Sin embargo, la variedad misma puede ser
monótona, ya que si utilizamos los mismos patrones una y otra vez,
llevan a la adaptación, y por ende, a la pérdida de la atención. Hay que
evitar escrupulosamente el exceso en nuestros patrones habituales de
variedad: las inflexiones, las pausas, los énfasis, etc., porque pueden
hacerse muy monótonos. Este tipo de recursos tiende a distraer la
atención de lo que estamos tratando de decir, especialmente cuando se
les utiliza por sí mismos y no contribuyen al significado de lo que
decimos.
De forma similar, el comportamiento extraño o estrambótico del
orador contribuye a distraer al público del tema que se está tratando. En
una ocasión se observó a un orador que utilizaba el elemento de
movimiento sobre la plataforma, de forma muy definida. Primeramente,
se colocaba a un lado del atril, y en seguida se movía hacia el otro lado,
con tres pasos precisos. Veintiocho segundos después (¡hubo quien le
tomara el tiempo con reloj en mano!) repetía la operación, a la inversa, y
así durante media hora. Huelga decir que lo que dijo se perdió en el vacío
hace mucho tiempo.
De esto, vemos que hay que evitar el uso de recursos o patrones
externos que acaparen la atención por sí mismos o que se vuelvan
monótonos.
No obstante, deben ser parte del proceso comunicativo, siempre y
cuando contribuyan a lo que tratamos de estimular.

Cómo mantener la atención

El ganarse la atención inicial del auditorio y el mantenerla durante


todo el discurso, son cosas distintas. El hecho de que contemos con una
gran atención al principio, no garantiza que sigamos gozando de ella
conforme avanza nuestra exposición. Usualmente, el público nos presta
atención porque está interesado en lo que tenemos que decir,
cualesquiera que sea el tópico, o porque quiere escuchar lo que nosotros
o cualquiera tenga que decir acerca de un tema que le interesa
vitalmente. De cualquier manera, los oyentes han asistido en un estado
de atención anticipada. Quizá esperan salir de allí con sus creencias
reforzadas o renovadas; o es probable que simplemente hayan venido
porque oyeron que alguien va a hablar de algo y tienen curiosidad.
Asimismo es posible que hayan asistido meramente por espíritu de
imitación. De todos modos, hay que decirlo, contamos con su atención
inicial. Nuestro problema, pues, no consiste en atraer la atención, sino
en mantenerla. Es en esto en lo que el factor interés juega un papel
preponderante.
El público no es pasivo

El público puede estar relajado e inactivo, de lo que se puede


observar, pero no es pasivo. Desde el momento en que se ha reunido con
algún propósito, usualmente bastante definido, aun cuando exteriormente
puede no revelar una ansiedad intensa, asume una actitud mental o
corporal que obra el efecto de dirigir su atención al orador en cuanto
éste aparece en escena. La atención anticipada ahora se vuelve activa. Si
con la ayuda de su ineptitud, el orador pierde dicha atención, si fracasa
en la satisfacción de la mencionada anticipación, lo más probable es que
sea su culpa.
En primer lugar, si los asistentes no tuvieran interés, no habrían
asistido. Con todo, hay ocasiones en que las circunstancias exteriores
quedan completamente fuera de control, ya sea del orador o del público,
destruyendo toda oportunidad de que se establezca un rapport entre
ellos.
No obstante, a veces se presenta una situación en la que la
atención inicial de que tanto hemos hablado, no es segura -la alocución
después de un banquete, por ejemplo-. Los comensales se han reunido
sobre todo para disfrutar de la camaradería producida por el simple
hecho de comer juntos. Es cierto que pueden estar interesados de que
habrá alguien que les dirija unas palabras al final del ágape (o
probablemente al principio); y si el orador o el tema a tratar son de
relevancia, puede ser una de las razones por las que están ahí. Con todo,
su interés inmediato y, por ende, su atención, están dirigidos a la
conversación entre su pequeño círculo, y por lo general no prestan
ninguna atención a la mesa de honor. No tienen ninguna prisa por romper
su atmósfera, y a menudo es necesario reclamar su atención.
Esta tarea pertenece por lo general al maestro de ceremonias o
mantenedor del programa. A veces, todo lo que necesita es ponerse de pie
y quedarse quieto. De este modo, se realiza un cambio en el patrón de
estímulos, lo cual es uno de los factores básicos de la atención.
De vez en cuando, el orador necesita llevar a cabo algún cambio
más obvio, como instalar o hacer instalar una pantalla para la
proyección de una película o de diapositivas. Esta actividad también
servirá como factor de atención.

Humor

Ciertamente no se puede decir que todo discurso debe contar con su


parte humorística. No obstante, algo de humor ayuda a desarmar a un
público hostil; e incluso con un público amigable, puede ser útil para
ilustrar un punto.
Para lograr su mejor efecto, el humor debe tener ciertas
características:

1. Debe ser apropiado.

2. Debe contribuir al punto que tratamos.

3. Por regla, debe ser genial.

4. Debe ser breve.

5. Siempre debe ser de buen gusto.

6. Debe ser espontáneo.

7. No se debe usar continuamente, so pena de dar al orador una

reputación de humorista, a menos que sea esta la reputación que

desee crearse.

Un humor adecuado puede servir para revivir una situación difícil y


aburrida. A menos que deliberadamente queramos retratarnos como
humoristas, hay que utilizarlo con parquedad. De esta forma, cuando
echemos mano de él, el efecto será elocuente. La estimulación y el
mantenimiento de la atención e interés constituyen por regla general un
medio para alcanzar un fin determinado, y no un fin por sí mismo. El
propósito básico de estos recursos o métodos es el de obligar, por
decirlo así, al público a que nos escuche, de tal manera que podamos
llevar a cabo nuestro verdadero propósito, que es el de despertar la
respuesta deseada.
Décimo Capítulo

COMPOSICION DEL DISCURSO

Los lugares exóticos, los sucesos de otros tiempos y la vida de


civilizaciones extrañas, siempre parecen tener más encanto que lo que
nos es familiar. El orador bisoño de ordinario juzga su propia experiencia
como algo completamente desprovisto de interés. Con frecuencia se
queja de que nunca le ha sucedido nada emocionante, de que “su pueblo es
como tantos otros pueblos pequeños”, de que “no ha vivido mucho como
para haber tenido experiencias insólitas”, etc.
Como resultado de todo esto, el principiante elige temas como “La
vida en el Artico”, “Las hormigas gigantes del Amazonas”, o “Las
costumbres tribales de los senegaleses.”
Cuando estos temas no se convierten en buenos discursos, el
aprendiz de orador se siente frustrado y desalentado. ¿No fue insólito el
tema? ¿No fue emocionante? ¿No leyó, pues, todo un artículo al
respecto? ¿No memorizó todo lo que el autor escribió? ¿Por qué,
después de toda esta preparación, no sonó convincente?
Hay que admitir, en principio, que este principiante no llenó los
requisitos de una preparación específica. Desde el momento en que
estaba exponiendo la experiencia de otra persona, se vio limitado por el
número de detalles que el autor había presentado. Desgraciadamente, no
podía utilizar nada de su propia experiencia personal para enriquecer su
alocución. Lógicamente, lo que dijo no sonó cierto, ni fue convincente, ni
era parte de él mismo. Quizá fracasó porque se concentró en recordar
ideas, en vez de presentar ideas.
La técnica oratoria no basta para cubrir un pensamiento mediocre,
ni para disimular lugares comunes y verdades mal digeridas. Tampoco
puede proporcionar al orador la seguridad, el aplomo y la persuasividad
que acompañan a una experiencia substanciosa.
El breve, el orador prudente es aquel que elige un tema que le
permita extenderse en su propia preparación cultural e intelectual.

Preparación general

Anteriormente ya hemos aludido a la importancia que tiene la


preparación general del individuo en la oratoria efectiva. Podemos
aumentar nuestra eficacia como oradores a través de la experiencia
directa, de la conversación, del cine y de la lectura. Cicerón, el ingente
orador romano, decía: “...nadie puede sobresalir ni alcanzar las alturas de
la elocuencia sin aprender, no sólo el arte de la oratoria, sino todas las
ramas del conocimiento”.
El estudio de los grandes oradores nos revela que el conocimiento
es uno de los principales fundamentos de la elocuencia en la oratoria.
Todos ellos estaban familiarizados con Virgilio, Horacio, Lucrecio,
Dante, Cervantes, Lope de Vega, Racine, Molière, etc., y eran más que
maestros de la técnica; perpetuos estudiantes y pensadores. A causa de
la riqueza de su preparación, llevaban a la plataforma una persuasividad
que trascendía a la volubilidad de muchos de sus contemporáneos. La
gente estaba atenta en estos oradores porque tenían algo importante que
decir, mensajes demasiado importantes como para no escucharlos.
Una preparación cultural amplia no se puede adquirir en un día ni
en un año. Si el orador en ciernes tiene un discernimiento estrecho, si
sus actitudes son débiles o si sus poderes de percepción son mediocres,
seguramente tendrán dificultad en alcanzar la elocuencia. Su esterilidad
intelectual será un factor de su ineficacia.
¿Cuáles son las señales de la esterilidad intelectual? El
estudiante de oratoria que constantemente se queja de que no tiene nada
que decir, se obstaculiza con esta dificultad. Probablemente no sabe
cómo utilizar su experiencia previa. Lo que debería hacer es pensar
seriamente en las necesidades de su comunidad y en las de sus oyentes.
¿Qué es lo que tiene que subrayar como importante? Su dificultad, por
supuesto, puede estribar en que no tiene conciencia o sensibilidad para
dirimir los problemas culturales, políticos, sociales y económicos que
existen a su alrededor; o quizá la esfera en que vive es tan limitada que
no posee la confianza suficiente para expresarse fuera de su pequeño
círculo.
Toda persona que sospeche que necesita ampliar su cultura -que
somos la gran mayoría- debe trazarse un programa de lectura definido.
Encabezando la lista, debe colocar las grandes obras de la literatura
universal en todos los tiempos: los clásicos griegos y latinos, Cervantes,
Lope de Vega, Calderón de la Barca, Boccacio, Molière, Racine, Alfonso el
Sabio, Schiller, Goethe, Ortega y Gasset, Thomas Mann, D’Annunzio,
Benavente, Pérez Galdós, Sartre, Moravia, Borges, Neruda, Blasco Ibánez,
Jean Cocteau, Stefan Zweig, etc. La lista es tan enorme, que estos
nombres representan solamente la base de la sabiduría humana, de la
sensibilidad y belleza de todos los tiempos. Existe lo que se llama
lectura creativa, así como escritura creativa. Cuando la mente está
apoyada por la invención, la página de cualquier libro que leamos se
vuelve luminosa y preñada de alusiones ocultas. Toda frase es
doblemente importante, y el sentido del autor se vuelve tan amplio como
el mundo.
Acotaciones del autor

Digerir y recordar todo lo importante es, por supuesto, imposible.


Lo más que podemos recordar, cuando vamos a decir un discurso, es el
tema general, alguna idea pertinente, o quizá una acotación. Por lo tanto,
la necesidad de hacer algunos apuntes es evidente.
Es conveniente tener una libreta de apuntes, en la cual podemos
acumular material para nuestros discursos.

1. Una parte de dicha libreta hay que dedicarla a los temas. Cuando
al leer, o meditar, nos asalta una idea que se puede extender en
un discurso, hay que anotarla inmediatamente. De esta forma,
podremos llegar a disponer de una larga lista de temas
excelentes.
2. Otra parte de la libreta hay que consagrarla a las acotaciones,
anécdotas, bromas e ilustraciones singulares.
3. También nos puede ayudar la colección de críticas de discursos,
o de esbozos.

Preparación de un discurso

La preparación de un discurso se puede dividir en ocho pasos:

1. Elegir un tema.
2. Hacer un inventario de lo que ya sabemos al respecto.
3. Adquirir elementos adicionales.
4. Cristalizar, estructurar y aglutinar el tema.
5. Formular una tesis apropiada.
6. Preparar una bibliografía.
7. Elegir el material que se va a utilizar.
8. Lectura, síntesis y observaciones.

Elegir un tema

La elección de un tema de discurso es ciertamente tarea


individual, que depende de muchos factores variables. Así pues, parece
innecesario elaborar toda una lista de temas específicos que pudieran
cautivar la fantasía del orador bisoño. Una lista completa, por supuesto,
sería tan grande como la vida misma, ya que los discursos se hacen de
todas las fases de la conducta humana.
Tomando una sugerencia de los antiguos retóricos, hacemos una
lista de los siguientes campos de actividad para estimular el
pensamiento. Los temas no son de ninguna manera exclusivos, ni
precisos, ya que es difícil delimitar los campos de la sabiduría humana.
De cada uno de ellos se pueden sacar miles de temas, y lo que se obtenga
depende, en gran parte, de la inventiva de cada quien.

Temas para discursos informativos

1. Crítica
a. Cine.
b. Teatro.
c. Discursos.
d. Literatura.

2. Sucesos cotidianos.

3. Definiciones.

4. Descripciones.

5. Explicaciones y demostraciones.
a. Aparatos.
b. Máquinas.
c. Herramientas.
d. Procesos.
e. Procedimientos

6. Revistas.

7. Interpretaciones.
a. Costumbres sociales.
b. Religión.
c. Asuntos políticos.
d. Gobierno.
e. Historia.

Temas para discursos de entretenimiento

1. Historias verdaderas acerca de nosotros mismos.


a. Acerca de otras personas.
2. Relatos de viaje.

3. Estudios de carácter.

4. Cuentos fantásticos o verosímiles.

5. Informes sobre:
a. Libros.
b. Obras de teatro.
c. Películas.

6. Situaciones humorísticas.

7. Sucesos triviales pero espectaculares.

8. Exageración.

9. Paradoja.

10. Parodia.

11. Sátira.

Temas para discursos estimulantes

1. Actos heroicos.

2. Héroes y grandes personalidades.

3. Eventos memorables.

4. Instituciones y organizaciones importantes.

5. Temas patrióticos.

6. Temas religiosos.

Temas para discursos de convicción y actuación

1. Problemas políticos.
a. Internacionales.
b. Regionales.
c. Nacionales.
d. Estatales.
e. Personales.

2. Problemas agrícolas.

3. Problemas industriales.

4. Problemas de negocios.

5. Problemas laborales.

6. Problemas educativos.

7. Problemas familiares.

8. Problemas religiosos.

9. Problemas filosóficos y étnicos.

10. Problemas sociales.

11. Problemas científicos.

12. Asuntos personales.


Decimoprimer Capítulo

UTILIZACION DE UN LENGUAJE CLARO

Una vez que hayamos hecho un análisis de la ocasión y del


auditorio, determinado nuestro propósito y reunido y organizado el
material, el siguiente problema al que nos enfrentamos es el lenguaje
que vamos a utilizar en nuestro discurso. Gran parte del éxito de la
oratoria depende del uso que hagamos de nuestro idioma.
El castellano, una de las lenguas más hermosas del grupo
romántico o romance, se presta, por su sonoridad y prosopopeya a
cualquier propósito oratorio. Su claridad, sus vocales redondas y llenas
de fuerza, sus consonantes vitales y determinantes, dieron origen a lo
que el Emperador Carlos I de España y V de Alemania decía: “El francés
es para hablarle a las mujeres, el italiano para hablar de amor, el
alemán para hablarle a mi caballo y el castellano para hablar con Dios.”
Ahora bien, su complejidad como lengua latina, es de todo el mundo
conocida. Al compararse con idiomas dialectales tales como el inglés,
por ejemplo, resulta un prodigio de perfección filológica, e incluso se
destaca por encima de sus demás hermanas romances. Así pues, una vez
hecha la natural apología de lengua tan perfecta, la cual, el orador debe
conocer mejor que nadie, adentrándose en todos sus giros y elegancias,
proseguimos en lo que se refiere a su uso.
Cuando hablamos de comunicación de las ideas o del imbuimiento
de pensamientos en los demás, hablamos de forma figurativa, ya que en
realidad no es posible imbuir pensamientos de una persona a otra, y las
ideas no pueden ser comunicadas, de forma real, a nadie.
A pesar de que ocasionalmente se sabe de casos de telepatía o de
percepción extrasensorial, hasta el momento no existe forma de
transmitir los pensamientos a otra persona de manera segura y
consistente. En una situación oratoria normal, del orador al oyente no
pasa nada más que ondas sonoras y luminosas. Las ondas sonoras no
transmiten un pensamiento, sino que solamente provocan pensamientos
en quien las recibe.

Base del significado de las palabras

Al escuchar repetidamente ciertos sonidos vocales en asociación


íntima con cosas, acciones, sucesos o cualidades, cuando estamos
aprendiendo a hablar de pequeños, aprendemos a usar dichos sonidos
como substitutos de ocurrencias no verbales. Cuando alguien los usaba y
nosotros los escuchábamos, traían a nuestra mente las cosas que
representaban, y así aprendimos a utilizarlos con el mismo propósito.
Toda la estructura de nuestro lenguaje está compuesta de tales sonidos
o palabras, dispuestos de tal manera, y con una sistematización tal que
llega a tener significados muy complejos.
Para exponerlo brevemente, el lenguaje tiene un significado para
nosotros únicamente sobre una base de asociaciones que se ha
construido entre los sonidos y las cosas que representan. Así pues, el
significado se basa exclusivamente en nuestra propia experiencia de
asociar el símbolo, esto es, la palabra o frase, con el objeto.
Para nuestros oyentes, el significado de las cosas se basa, de
forma similar, en sus experiencias individuales. Desde el momento en
que dichas experiencias no pueden ser las mismas para diferentes
personas, ninguna palabra puede tener el mismo significado para dos o
más individuos, y como nuestras experiencias y asociaciones cambian
constantemente, por lo que el significado está en continuo desarrollo,
ninguna palabra puede tener el mismo significado para la misma persona
en un cierto período de tiempo; asimismo, las palabras tampoco tienen
significados idénticos de una generación a otra.
La comunicación entre los individuos es posible sólo porque dichas
asociaciones son suficientemente parecidas, y esto tanto para
individuos distintos como también para el mismo individuo en ocasiones
diferentes.
Al estudiar diferentes temas, descubrimos que las palabras y la
combinación de éstas no constituyen el único tipo de símbolo que se
puede usar para comunicarnos. Cuando somos muy pequeños, aprendemos
en la escuela los símbolos que indican las operaciones fundamentales de
la aritmética, expresados con las palabras más, menos, por, entre.
Posteriormente aprendemos la importancia y el uso de los símbolos en
proceso y relaciones más complicados. Estos símbolos constituyen
también un lenguaje, al igual que las palabras.
Desde el momento en que las ideas que otras personas obtienen de
nosotros a través de los símbolos que usamos y las formas en que los
usamos -ya sea que demos un discurso o que expongamos un plano de
arquitectura- es evidente que su comprensión depende en gran parte del
uso de dichos símbolos. Como nuestro interés fundamental es el hablar,
concentremos nuestra atención en las simbolizaciones del discurso, del
lenguaje hablado. Obviamente, si en verdad nos sentimos impulsados por
el deseo de comunicarnos, debemos escoger nuestro lenguaje con mucho
cuidado. El uso erróneo de una palabra, o el uso de una palabra
equivocada, o de una oración mal hecha, puede destruir por completo el
significado que deseamos dar. Primeramente, hay que asegurarnos de que
entendemos de forma clara y definida el lenguaje que estamos
utilizando; en seguida, debemos ver si dicho lenguaje es claro y definido
para nuestros oyentes, de tal manera que tanto ellos como nosotros
podamos obtener aproximadamente los mismos significados.

Objetivos en el uso del lenguaje

Cuando estamos preparando un discurso, debemos aplicarnos en los


siguientes objetivos específicos: claridad, vividez e impresión.
Claridad es un atributo en nuestro lenguaje que suscita
significados definidos y específicos. La claridad proporciona
comprensión. Nuestras ideas a menudo pueden carecer de claridad porque
nunca nos hemos esforzado en ponerlas en un lenguaje definido y
específico. Mientras no expresemos nuestros pensamientos en un
lenguaje claro y definido, independientemente del simbolismo que
utilicemos, no podremos aclarar dichos pensamientos.
La vividez se basa fundamentalmente en las imágenes, la cual, a
su vez, proviene de experiencias concretas. Estas imágenes pueden ser
visuales, auditivas, motrices, térmicas, etc., o bien una combinación de
todas. Mientras nuestro lenguaje suscite con más fuerza estas imágenes,
más vívido será.
La impresión se refiere a la coloración emocional, que es un
aspecto integral del significado de gran parte del lenguaje que
utilizamos. No basta que el orador use un tipo de expresión con un
significado lógico, sino que también debe mostrar al público lo que él
siente al respecto. No sólo debe comunicar al oyente lo que es la idea,
sino lo bien o mal que le parece.
Estos tres objetivos no son de ninguna manera incompatibles. No
sólo es posible, sino muy ventajoso, elegir una forma de lenguaje que los
tenga en cuenta al mismo tiempo. No siempre podremos hacer esto, pero,
con mucha frecuencia, una sola frase u oración tendrán de inmediato una
gran claridad que conlleve un significado lógico, vívidas en cuanto a
experiencias personales e impresionantes en el estímulo de actitudes
emocionales. Cuando podamos lograr todo esto, tendremos más
posibilidad de éxito como oradores.

Cómo obtener claridad

En su Arte de la retórica, Aristóteles dice mucho acerca del estilo,


término que se refiere al uso que uno hace del lenguaje que nos es
peculiar, y por medio del cual se nos puede distinguir entre otros
escritores u oradores. El filósofo griego decía a la letra: “... un buen
estilo es, antes que nada, claro”. Si deseamos que nuestras ideas sean
claras para el público, primeramente deben serlo para nosotros. El
pensamiento desempeña un papel determinante en el uso del lenguaje. Si
nuestros conceptos son vagos y confusos, no sólo nos será imposible
hacerlos comprensibles a nuestro auditorio, sino que nosotros mismos
nos quedaremos sumidos en una confusión perpetua. Por lo tanto, la
aclaración de los conceptos es un esencial absoluto del pensamiento
claro, así como de un discurso igualmente claro. Un término
malentendido, es un término falsificado.
Por todas estas razones, hay que estar seguros de que
comprendemos con claridad nuestras propias palabras. Aun cuando
tengamos que buscar los hechos concretos de la experiencia a la que
nuestro lenguaje abstracto se refiere, nuestro uso de las palabras debe
ajustarse a esos hechos, y las relaciones expresadas en ese lenguaje
deben corresponder a las relaciones que existen entre los hechos mismos
de la experiencia. El decir que la nieve es blanca, es cierto sólo si en
realidad lo es.

Significado de las palabras

En muchas de las palabras, casi no tenemos dificultad para saber


con exactitud suficiente, lo que significan cuando las usamos.
Escuchamos y decimos palabras tales como mesa, casa, vaso, crédito,
fútbol (barbarismo por desgracia ya aceptado por todas nuestras
academias), caminar, paseo, estudiar, escribir, hablar, rojo, frío, duro,
etc., las cuales, con algunas variaciones individuales, significan lo
mismo para todos los hispanohablantes. Como se refieren a cosas o
experiencias perfectamente bien definidas, y como su significado
representa hechos, podemos utilizarlas dentro de un contexto
inteligente, sin temer que alguien las malentienda. Se les llama a
menudo términos concretos. Sin embargo, aunque el significado de tales
términos sea bastante definido, a veces hay confusión a causa de su uso
descuidado.
Por otra parte, hay muchas palabras que tienen un significado que
no se determina tan fácilmente. Generalmente se las clasifica como
términos abstractos, porque no se refieren a cosas específicas y
definidas, sino a conceptos generalizados basados en una gran variedad
de experiencias. Al formar dichos conceptos, abstraemos algún rasgo
importante de un gran número de experiencias en las que este rasgo en
particular es importante.
Aunque el proceso de abstracción no es simple, es probable que
podamos ilustrarlo con bastante sencillez. El vehículo en que nos
transportamos a la ciudad es un objeto individual y específico; pero hay
otros miles de vehículos conducidos por miles de personas. Todos ellos
tienen ciertos rasgos en común, y desempeñan funciones lo
suficientemente similares como para agruparlos en una sola
clasificación a la que podemos dar el nombre de automóvil o coche. Sin
embargo, existen muchos tipos de vehículos esencialmente similares que
no transportan personas sino mercancías de todo tipo. Además, como si
fuera poco, también hay otro tipo de vehículos similares que circulan por
el agua y el aire, e incluso por debajo de la tierra, como es el caso de los
trenes subterráneos. Al extraer los rasgos comunes de estos vehículos,
podemos llegar finalmente a un concepto que podemos llamar tráfico o
transporte. Todavía podemos ir más allá de estas abstracciones y
agruparlas con otras actividades, tales como producción, y por último,
llegamos a un nivel todavía más alto de abstracción, que designamos con
el nombre de comercio.
No necesitamos detenernos aquí en nuestro proceso de abstracción,
ya que podemos tomar otros elementos de otros renglones, para llegar
finalmente al concepto de negocio, e incluso podemos considerar tales
cosas como parte integrante de la economía del país o del mundo.
Palabras de este tipo pueden dar lugar a una gran indefinición y
confusión. Por lo tanto, cuando utilicemos estas palabras, hay que tener
cuidado de que nuestro propio entendimiento sea claro, si queremos que
el significado que les damos sea asimismo claro para nuestro público.
Supongamos que queramos usar el término “grandes negocios” en
un discurso. ¿Qué significa precisamente para nosotros? ¿A qué hechos
de la experiencia corresponde este término? ¿Qué tan grande debe ser
un negocio para dársele este adjetivo? ¿Es su calidad de grande el único
criterio, o implica el término algún tipo de organización en particular?
De forma similar, a veces queremos hablar acerca de la “libre empresa”,
del “seguro social”, de la “soberanía estatal” o de cualquier otro
término de los miles que se han puesto tan en boga. ¿Qué significan para
nosotros exactamente, estos términos? ¿A qué hechos de la experiencia
se refieren? Si no tienen para nosotros un significado claro, ¿cómo
vamos a utilizarlos de forma inteligente en un discurso? De hecho,
¿cómo vamos a poder incluso pensar inteligentemente acerca de lo que
representan, a menos que nuestras propias ideas al respecto sean
claras? La claridad y honestidad de nuestro pensamiento se revela en
gran parte a través de lo definido en el significado de las palabras con
las que expresamos nuestras ideas.
Mientras no tengamos, por ejemplo, una idea bastante precisa de lo
que es el comunismo, no podremos hablar con sensatez de él.
Podríamos enumerar cientos de palabras que usamos diariamente
sin tener una noción clara de lo que significan. Nunca nos hemos tomado
la molestia de comprobar su correspondencia con los hechos de la
experiencia o las relaciones que hay entre esos hechos. Por lo
consiguiente, nuestro pensamiento no sólo es obscuro e indefinido, sino
que, desde el momento en que no entendemos, nos es imposible hacer que
los demás entiendan.
El uso deliberado de un lenguaje que no es claro para nosotros ni
para nuestros oyentes, no satisface la exigencia de un pensamiento
honesto, ya que para esto se requiere pensar con claridad. Cuando
semejante lenguaje se utiliza para ocultar nuestra manera de pensar o
para confundir al público, traicionamos el requerimiento de
responsabilidad social que caracteriza a toda acción oratoria.

Uso de las abstracciones en la oratoria

Es imposible evitar el uso de términos abstractos. Mientras que las


palabras que comúnmente designamos como concretas, son muy útiles,
de hecho, indispensables, por otra parte, tenemos que condensar cuando
menos los aspectos importantes de nuestras experiencias específicas.
Tenemos que contar con términos convenientes que cubran toda la gama
de experiencias que incluyan el rasgo particular que queremos
mencionar. Una de las características de la comunicación simbólica es
que por medio de su uso somos capaces de condensar esa amplia gama en
una expresión abstracta.
Por ejemplo, ¿qué significa la “crisis del tercer mundo”,
abstracción en la que cotidianamente incurrimos cuando hablamos de los
países subdesarrollados? El término crisis se ha utilizado durante
muchos años en varios contextos. Se aplica frecuentemente a la
situación económica, la situación laboral, la situación militar. La
educación, de vez en cuando, afronta una crisis. Lo mismo puede decirse
con referencia a la moral, a las costumbres, a la religión. Una fiebre o
una enfermedad grave también llegan a una crisis. ¿Cuál es el común
denominador? ¿Se trata de un término lo suficientemente común que no
requiere una definición cada vez que tenemos que usarlo?
De la misma forma, hablamos acerca de conceptos morales y éticos
tales como la verdad, la honestidad, la integridad; de conceptos
religiosos como fe y creencia; de conceptos estéticos como la belleza;
de conceptos políticos como democracia, comunismo; de relaciones
matemáticas como ecuaciones, números, vectores, etc. No tenemos que
analizar estos términos con referencia a experiencias humanas
específicas, cada vez que los utilizamos.
No obstante, hay que tener presente que las experiencias de
diferentes personas, al aludir a tales conceptos, están muy lejos de ser
idénticas.
Varían de generación en generación, de una localidad geográfica a
otra, de un nivel educativo a otro, de una religión a otra. El costo de la
vida en el nivel económico de una clase social “significa” algo
completamente diferente del costo de la vida de una clase social mucho
más elevada.
A menos de que estemos seguros de que el status económico-
social de un auditorio es esencialmente similar al nuestro, es
conveniente traducir cada nuevo concepto que introduzcamos en
términos que le sean familiares. La claridad en la comunicación, implica
algo más que la selección de palabras aisladas. Es la manera en que
formamos nuestras frases y oraciones, convirtiendo éstas en párrafos, y
los párrafos en una pieza oratoria. Es muy fácil acumular palabras cuyo
significado aislado es perfectamente comprensible, pero que en conjunto
no tienen sentido.

Cómo revelar lo que queremos decir


a nuestro público

Hay muchos métodos por medio de los cuales podemos revelar el


significado de nuestras palabras. Todos ellos tienen que ver con la
aplicación de las determinantes fundamentales del significado.

Explicación

Lo que es una explicación se ilustra con la definición típica que al


respecto se encuentra en cualquier diccionario. Consiste esencialmente
en encontrar una palabra o conjunto de palabras para explicar el
significado de otra palabra. Sin embargo, también hay que entender las
palabras que definen. Por ejemplo, la definición de la palabra metal en
un diccionario, sería completamente ininteligible para quien no conoce
el significado de todas las palabras de definición: “Cualquier tipo de
sustancia elemental, como el oro, la plata, el cobre, etc., todos los
cuales se caracterizan por su opacidad, conductividad, y por un brillo
peculiar que presentan cuando están recién fracturados.”
A veces, estas definiciones verbales son las únicas disponibles. El
diccionario es un recurso valiosísimo, cuyo uso debe recomendarse, pero
si buscamos las definiciones en los diccionarios, hay que asegurarnos de
que entendemos todos los términos utilizados en dichas definiciones. De
igual modo, si tratamos de explicar a nuestro auditorio el significado de
algún término, hay que estar seguros de que nuestra explicación misma
es comprensible.

Clasificación

El significado de las palabras se puede aclarar a menudo por medio


de un proceso de clasificación y diferenciación. Este proceso usualmente
se combina con la explicación. Primeramente, se indica que la cosa
(objeto, acción, cualidad, relación, etc.) pertenece a una gran clase de
objetos más o menos similares, y en seguida se demuestra que difiere en
ciertos respectos de otros objetos del mismo tipo. Un automóvil, por
ejemplo, se clasifica como un vehículo, pero se diferencia de otros
vehículos en 1) que está hecho especialmente para transportar
pasajeros, 2) que cuenta con un mecanismo propio de fuerza, y que 3)
sirve para transitar por carreteras normales.

Sinónimos

Con frecuencia se puede definir satisfactoriamente una palabra,


utilizando otra palabra o frase, conocida como sinónimo, que está tan
cercana de la palabra definida, que se obtiene una clara comprensión. Así
alterar es igual a cambiar ; ilícito es igual a ilegal.
El estudio cuidadoso de los sinónimos sirve para indicar algunos
matices de diferencia en el significado de las palabras. Por ejemplo, si
consideramos sinónimos tales como mandar, ordenar, dictar, regular,
instruir, nos daremos cuenta de que, en términos amplios, todos tienen
un significado similar. Pero, en términos más precisos o rigurosos,
ninguno de ellos se puede intercambiar. De esta forma, hay que tener
cuidado al usar los sinónimos para explicar el significado de nuestras
palabras.

Etimología

El conocer la derivación o etimología de una palabra, nos ayuda a


comprender su significado. La palabra salario, por ejemplo, proviene del
vocablo latino salarium, y originalmente se refería al dinero que se daba
a los soldados romanos para que compraran sal. Y siguiendo en esta
línea, el adjetivo salado, por ejemplo, tiene varias acepciones. La
primera de ellas, es la que hace referencia a algún alimento con sal; la
segunda, dícese de una persona con salero, esto es, con gracia; la
tercera, y más pesimista de todas, de alguien con mala suerte habitual.

Malentendimientos

Se producen malentendimientos cuando utilizamos palabras con


múltiples acepciones, a menos que abundemos en el sentido particular
que deseamos darles. La palabra integración, por ejemplo, es un término
indispensable en la teoría sociológica, pero ha llegado a tener una
connotación mucho más específica, incluso una denotación, dentro de la
discusión de las relaciones interraciales, en países que, como los
Estados Unidos, son problemáticos al respecto. En una ocasión, un
destacado sociólogo daba una conferencia en una ciudad del sur de los
Estados Unidos, famosa por su racismo. En cierta parte de su discurso,
introdujo el principio “integración del currículum”, a lo cual, un
miembro del auditorio se puso de pie y dijo: “Me gustaría decirle al
orador que esa palabra no la usamos por acá.” Este malentendido, debido
en parte a la incultura de aquel sureño, y en parte a la coloración
emocional que una palabra puede tener en determinado contexto, es un
ejemplo clásico de lo que sucede cuando se emplean términos de
significado múltiple.

Términos técnicos

Cualquier campo del pensamiento posee su propio vocabulario o


conjunto de términos, o bien terminología, que se usa exclusivamente en
cada disciplina u ocupación. Muchos de esos términos también se utilizan
en las conversaciones de todos los días. Por ejemplo, cuando decimos
que alguien está neurótico, no lo decimos en el sentido en que un
psiquiatra lo aplicaría, sino como parte de un lenguaje vernáculo, es
decir, popular.
Los especialistas, por regla general, no son buenos oradores. Al
estar familiarizados con el vocabulario especializado de su profesión, se
olvidan de que gran parte de ese lenguaje no tiene ningún significado
para los no iniciados. Así pues, si estamos empapados en una
terminología propia de nuestra profesión, al dirigirnos a un público,
debemos saber traducir dicho lenguaje en términos llanos, accesibles al
hombre común y corriente.

Estereotipos o frases hechas

Nuestra conversación, al igual que gran parte del lenguaje hablado


de los demás, contiene muchos términos o expresiones cuyo significado
tiene una gran carga emocional, pero poco lógica. Estos términos
suscitan alguna imagen, agradable o desagradable, según la connotación
del término, que no nos hace pensar, sino sólo sentir. De hecho, como la
mayoría de los seres humanos creemos que sabemos lo que significan,
sin haber aclarado jamás nuestros conceptos, también pueden usarse
para dar la impresión de que razonamos, sin que en realidad estimulemos
en nada el proceso racional.
El uso de tales términos no es censurable del todo; a veces
estimulan actitudes loables, las cuales, a su vez, se traducen en actos
admirables. En el discurso estimulante, por ejemplo, en el que el
objetivo es intensificar las actitudes, el uso ocasional de expresiones
con gran carga emocional, puede ser enteramente permisible. No
obstante, tales términos no deben usarse como substituto del
pensamiento. Estas expresiones reciben el nombre de estereotipos,
frases hechas o clichés.
Muchos de nuestros estereotipos provienen de las creencias
resultantes de sobresimplificar las soluciones a diversos problemas que
pueden ser un poco más difíciles de lo que queremos admitir. Muchas
veces generalizamos antes de haber observado los problemas de forma
adecuada, para hacer que dicha generalización sea válida. Oímos decir,
por ejemplo, que los norteamericanos son pueriles, que los franceses son
fríos y mal educados, que los españoles con glotones y que los italianos
son embrollosos, y por ello, colocamos el correspondiente sambenito a
todos sus compatriotas.
Si queremos basar nuestros argumentos en un razonamiento
honesto, evitemos los estereotipos. Muchos locutores de la radio y la
televisión, aparentemente creen que si repiten algo con la suficiente
frecuencia y estentoreidad, llegará a creerse. Hitler sostenía esta
creencia, y en su Mein Kampf podemos darnos cuenta de ello. Al deplorar
su estereotipo de “Asia para los asiáticos”, el difunto presidente de las
Filipinas, Magsaysay, señaló que “no debemos tratar de acomodar las
innumerables y cambiantes necesidades del bienestar nacional a la
camisa de fuerza de un estereotipo”.

Brevedad

Como regla, hay que evitar las oraciones largas, dando preferencia
a las aseveraciones breves y concisas. Aristóteles dice que los
discursos se vuelven obscuros con la verborrea. La riqueza superficial de
la verbosidad no substituye a la claridad; si podemos decir lo que hay
que decir con cinco palabras, no utilicemos quince. Descubriremos a
menudo que la brevedad por sí misma no sólo contiene claridad, sino que
asimismo impresiona a causa de lo directo de su naturaleza.
Sin embargo, hay ocasiones en que la brevedad es
contraproducente. Por ejemplo, un político que se dirige a las multitudes
diciendo parcamente “quiero que me elijan”, tiene todas las de perder.
Si por el contrario, arguye razones de peso y se muestra gentil
hacia sus posible partidarios, es probable que venza en su campaña.
Así pues, una forma sensata de exteriorizar sus ambiciones
políticas, sería la siguiente:
“Aunque no soy, ni jamás he sido tan ambicioso como para aspirar
a tan alto puesto, estoy profundamente consciente de la necesidad, deber
y obligación de acceder a los deseos del pueblo, de ocupar semejante
cargo. Por lo tanto, no opondré ningún obstáculo a la consumación de este
deseo.”
Decimosegundo Capítulo

Como se explicó en el capítulo anterior, para que se nos


comprenda, debemos usar un lenguaje claro; para suscitar y mantener el
interés y la atención, hay que utilizar un lenguaje vívido. La fuente
fundamental de la vividez reside en las imágenes que seamos capaces de
despertar en la mente de nuestro público. La vividez es el sine qua non
del estilo hablado. Esto no implica que la vividez y la claridad estén
necesariamente divorciadas. Por el contrario, para poder lograr la
vividez necesaria en un discurso, primeramente debemos ser claros, ya
que la claridad es el primer paso dado hacia la vividez.

Imagen

Aunque no se conoce con exactitud la naturaleza de las imágenes,


el fenómeno nos es familiar. En cierto sentido, la imagen es una forma
de recuerdo. Como no podemos volver a vivir experiencias reales del
pasado, sólo las podemos revivir en la conciencia a través de alguna
forma de imagen. Para los propósitos de este libro, no es muy importante
que comprendamos exactamente lo que sucede en el individuo cuando
produce una imagen, pero sí debemos entender algo de la importancia que
tiene en el pensamiento.
Gran parte de nuestro pensamiento se desarrolla en forma de
recuerdo de experiencias pasadas y de organización de dichas
experiencias en nuevas combinaciones. Es el volver a vivir esas
experiencias, su recuerdo de forma sensorial, por medio del cual, la
experiencia se nos hace conocida, de forma primaria, lo que constituye
la imagen. Si, por ejemplo, hemos asistido a un concierto sinfónico,
podemos revivir ese acontecimiento al recordar la manera en que estaba
dispuesta la orquesta en el escenario, los movimientos graciosos del
director, el ataque al unísono de los primeros violines, los movimientos
de las manos de la arpista al acariciar las cuerdas de su instrumento.
Este renovamiento de nuestra experiencia visual constituye nuestra
imagen visual.
Al mismo tiempo, también podemos recordar los sonidos que
escuchamos, el mezclarse de la melodía con la armonía, el desarrollo del
tema central de la pieza, el estruendo de los címbalos o de los metales,
la necesidad de los oboes o el tintineo de la celesta. El revivir esa
experiencia auditiva constituye nuestra imagen auditiva.
¿Hemos paseado alguna vez en una lancha embestida por el
movimiento de las olas? Después de desembarcar, ¿cuáles eran nuestras
sensaciones? ¿No seguimos sintiendo el balanceo durante algún tiempo?
Imagen verbal

Hay personas que manifiestan una gran dificultad para evocar una
imagen sensorial; sin embargo, pueden recordar muy bien la imagen
producida por las palabras. Hay muchas abstracciones de las que no se
puede recordar ninguna experiencia directa, y para las que no existe una
imagen inmediata de los sentidos. Al oír y utilizar términos tales como
justicia, verdad, belleza, honor, caridad, y cientos de otras ideas
abstractas, nos parece difícil visualizar dichas generalizaciones. No hay
nada que ver, oír o sentir, de forma directa. No obstante, las palabras se
revisten de una máxima importancia en el proceso del pensamiento, ya
que podemos usarlas, y de hecho, las usamos en la formulación de las
ideas. Primeramente, las utilizamos al referirnos directa y
específicamente a las cosas de los sentidos, recordando por lo tanto la
imagen directa de esas cosas; en segundo lugar, las utilizamos para
aquellas abstracciones en las que es difícil evocar una experiencia
directa. Mezclamos las palabras en combinaciones nuevas, con nuevas
relaciones y nuevas ideas. Pero en estas nuevas relaciones e ideas,
debemos asegurarnos de que las palabras que representan a las cosas,
aun de forma abstracta, puedan combinarse por sí mismas en las nuevas
relaciones indicadas por las nuevas combinaciones de palabras. Las
relaciones de palabras que no tienen correspondencia con las relaciones
de los hechos, simplemente no tienen sentido más que en los cuentos de
hadas y en el campo de la fantasía.

Formas de imágenes verbales

La imagen verbal puede adoptar varias formas. Las palabras en que


pensamos nos pueden venir a través del sentido auditivo, como si las
oyéramos; por medio del sentido visual, como si estuvieran escritas en
una página, o con ayuda de algún otro mecanismo. La imagen verbal del
sordo, puede suscitarse con ayuda de símbolos de las manos, pero
también puede ser visual. En cualquier forma que ocurra, la verbalización
proporciona la imagen en la que se desarrolla gran parte de nuestro
pensamiento, principalmente porque gran parte del proceso de pensar
implica conceptos abstractos, para los que, el único método que tenemos
de evocación, es la imagen verbal. Estos conceptos son tan generales,
que una imagen clara y vívida de la generalización misma, es imposible.
La imagen es específica: no recordamos la belleza abstracta, sino
las cosas bellas. No tenemos experiencia de la verdad como tal, sino que
sólo conocemos directamente las cosas que son verdaderas. Todo lo que
tenemos de dichas generalizaciones es un concepto de belleza, de
armonía, de verdad, en cuya formulación la palabra es el paso final, y
ésta, por sí misma, es concreta. La única manera en que podemos
recordar los conceptos es a través de la imagen de las palabras que
representan a las generalizaciones. Los conceptos mismos, están
compuestos de innumerables ejemplos específicos de experiencias
directas, por medio de los cuales podemos evocar una serie de imágenes.
Así pues, las imágenes desempeñan un papel principal en la memoria.
Como las abstracciones son tan difíciles de interpretar en
términos de experiencia real, nuestros oyentes se cansarán pronto de
una sucesión interminable de tales ideas generalizadas. Su interés y
atención flaqueará, a menos que podamos encontrar una manera de dar
vida a dichas abstracciones y ponerlas en un lenguaje que esté más
directamente relacionado con sus experiencias. La vividez en el lenguaje
exige imágenes, las cuales se suscitan con términos concretos. Aunque
nos será imposible eliminar del todo los términos abstractos, la
comprensión que nuestro público tenga de tales términos será más clara,
las ideas más vívidas, si expresamos las abstracciones en términos que
susciten imágenes específicas.

Imágenes e imaginación

La imagen simple es un acto de evocación, un acto de memoria.


Cuando las imágenes sensoriales se combinan en formas novedosas, a
veces completamente lógicas, pero a menudo fantásticas, el proceso
recibe el nombre de imaginación. Toda invención es resultado de una
imaginación activa. Toda nueva relación es producto de imágenes viejas
dispuestas en nuevas combinaciones. Son estas nuevas combinaciones de
viejos elementos las que el orador describe cuando propone algo
diferente de lo que ya se conoce.

Tipos de imágenes

Hablando en forma general, los enterados en la materia reconocen


la existencia de siete tipos de imagen, cada uno de ellos correspondiente
a cada uno de los sentidos.

1. Visual: evocación de cosas y eventos que llegan a nuestra


conciencia a través del sentido de la vista, como es el caso de escenas
familiares, rostros, sucesos, localidades.

2. Auditiva: evocación de impresiones que han llegado a nuestra


experiencia a través del sentido del oído, como lo son las voces de
amigos, melodías o armonías musicales, rumor de las multitudes, ruido
de las olas, de la lluvia, etc.

3. Gustativa: evocación de impresiones llegadas a nuestra


conciencia a través del sentido del gusto, tales como la acidez del
limón, la exquisitez de un platillo, la amargura de la quinina, lo salado
del agua de mar, el sabor de un filete, etc.

4. Olfativa: evocación de impresiones llegadas a nosotros a través


del sentido del olfato, tales como la fragancia de una rosa, el aroma del
café, la frescura del ambiente después de la lluvia, el fuerte olor de los
ajos, etc.

5. Cinestética: memoria de las sensaciones de movimiento, tales


como correr, patear una pelota, remar, nadar, arrojar una piedra en un
estanque tranquilo, conducir un automóvil en medio de un denso tráfico,
etc.

6. Táctil: recuerdo de cosas sentidas a través del sentido del


tacto, tales como la suavidad de la seda, la aspereza de una barba sin
afeitar, el viento en la cabeza descubierta, la morbidez de una piel de
visón, etc.

7. Térmica: evocación de impresiones de temperatura, tales como


el frío o el calor extremo, la brisa fresca después de una tarde
agobiante, el café caliente por la mañana o el refresco frío en el calor
del mediodía.

Estos, no son todos los caminos por los que las impresiones pueden
penetrar en nuestra conciencia. Los psicólogos reconocen varios otros
sentidos, cada uno de los cuales suscita un tipo de imagen. Entre ellos
podemos mencionar el hambre, la sed, la náusea, el cansancio, el
equilibrio, y todos ellos pueden despertar una imagen tan vívida como
las de los sentidos antes descritos.
Cuando el público nos escucha hacer una descripción o usar una
palabra o frase que impliquen uno o más de dichos tipos de imágenes,
basa sus propias imágenes suscitadas de esta forma, en experiencias
pasadas que involucran impresiones sensoriales similares a las que son
representadas oralmente. Basándose en dichas experiencias, construye
en su propia conciencia un patrón de imágenes a través del cual tiende a
revivir mentalmente, aunque sea por un instante, su experiencia original.
En ese proceso, crea para sí mismo una reconstrucción vívida de
sus propias experiencias, y materialmente nos ayuda a lograr vividez en
nuestras descripciones. De esta manera, escuchar se convierte en un
proceso creativo.
Aunque casi todos los tipos de imagen pueden ser fuertes, se cree
que para la mayoría de la gente, la imagen visual es más viva que
cualquier otro tipo de imagen. Así pues, las imágenes suscitadas por la
palabra, que evocan experiencias e imágenes visuales, son las que tienen
más probabilidades de llegar al mayor público de oyentes.
La imagen visual, obviamente, no es el único tipo de imagen de que
podemos echar mano. Aunque parece ser que es la que produce mayor
impresión en la mayoría de la gente, muchas de estas imágenes visuales
tienen un gran contenido de imagen auditiva. A algunas personas se les
facilita la evocación de imágenes vívidas de muchos tipos; mientras que
otras insisten en que su capacidad de crear imágenes es muy débil, que
sólo puede hacerlo con gran dificultad, y que aun este esfuerzo tiende a
ser muy desvaído e impreciso. Este tipo de personas responde, como ya
lo dijimos, a imágenes verbales, las cuales substituyen a las imágenes
basadas en los sentidos. Sin embargo, como ya se señaló, incluso la
imagen verbal depende de otros tipos de imágenes, tales como auditivas,
visuales, cinestéticas, etc. Casi se puede asegurar que la gente que
carece de un tipo u otro de imágenes, es muy rara.

Concreción

Ya hemos visto que mientras que las palabras abstractas son


remotas en cuanto a su referencia a la experiencia, los términos
concretos, por otra parte, llevan mucho más directamente a las
asociaciones reales que dieron significado original a los términos
mismos. Por lo tanto, el significado de esos términos, es mucho más
definido y claro que el de los términos abstractos. Desde el momento en
que es más probable que susciten imágenes específicas, contribuyen
mucho más a la vividez de la expresión. De esta forma, el término
procedimiento parlamentario, con el cual, mucha gente ha tenido una
experiencia directa y concreta, puede tener un significado más
específico que democracia, aunque ambos estén basados en filosofías
idénticas y se pongan en práctica a través de principios asimismo
idénticos.
La elocuencia es el poder de traducir una verdad a un lenguaje
perfectamente inteligible para la persona a quien hablamos. El ideal es
lograr una inteligibilidad inmediata. Así pues, en vez de utilizar
términos generales, utilicemos, cada vez que ello no sea posible,
palabras y expresiones que estimulen imágenes sensoriales definidas.
Hay que tener en mente que nuestro auditorio no puede tener una imagen
de belleza abstracta, y que solamente puede evocar cosas bellas. Por lo
tanto, no digamos que cierta escena fue bella, sino especifiquemos sus
elementos de belleza: los cerros, el cielo infinito, el mar, etc. Todos
estos son detalles descriptivos que requieren de un mínimo de
traducción a pensamientos, para poder establecer cierta vividez.
Las fábulas de Esopo son un buen ejemplo de lo específico y
concreto, en comparación con lo generalizado o abstracto. Todas ellas
son coherentes y reales, porque fueron tomadas directamente de la vida
y experiencia reales.

Familiaridad

Otro atributo de las palabras que pueden contribuir a la vividez es


la familiaridad. Cada vez que nos sea posible, utilicemos palabras que
existan dentro del vocabulario de nuestro público. Si utilizamos
términos nuevos y extraños, primeramente hay que traducirlos para
nosotros. Cuanto más tiempo y atención sean necesarios para
comprender una frase, menos tiempo y atención se puede dar a la idea
que contiene y, por ende, se concebirá con menos vividez.

Matices

Gran parte de la claridad y vividez de nuestro lenguaje dependen


del uso minucioso que hagamos de los matices del significado. Ninguna
palabra es exactamente lo mismo, y entre dos términos aparentemente
idénticos, siempre existe alguna distinción ligerísima.
Hace 2,400 años, en la antigua Grecia, un hombre llamado Prodicus,
intentó señalar los matices entre palabras como bravura, osadía, valor,
coraje; adversario, oponente, antagonista, enemigo; estimación y
aprecio; agradar y gustar; voluntad y deseo, etc. En esa época reconoció
la importancia de elegir la palabra justa para dar el matiz exacto del
significado deseado.
Comparemos los siguientes grupos y tratemos de establecer la
diferencia que exista entre las palabras, aparentemente sinónimas:

detrimento, daño, perjuicio


tener, poseer
pequeño, chico, diminuto, minúsculo
derretir, fundir, revenir, licuificar, disolver
rehusar, declinar, rechazar
completo, intacto, entero, total
firme, duro, turgente, sólido, tieso, rígido, erecto
insinuar, sugerir, aconsejar
rectificar, corregir, remediar, aliviar, enmendar, enderezar, reformar
competir, concursar, contender
bravo, valiente, intrépido
significado, significancia, sentido
ironía, sátira, sarcasmo

¿Tienen nuestras ventanas cortinas, persianas, postillos ? Nuestro


modo de hacer las cosas, ¿es cuestión de costumbre, hábito o práctica ?
En nuestras relaciones sociales, ¿somos meramente civilizados, o bien,
afables, corteses, amigables, atentos? El crimen que vimos en la prensa,
¿se cometió premeditada, voluntaria, intencional o deliberadamente?
Los fabricantes de textiles y de tintes, continuamente lanzan al
mercado nuevos matices o tonos de colores conocidos, a los cuales dan
nuevos nombres. Los comerciantes en telas aprenden dichos nombres y
pueden discutir al respecto con conocimiento de causa. Hay un gran
número de rojos, azules, verdes y amarillos. Para quien se interesa en
estas cosas, estas diferencias son importantes. Las diferencias sutiles
que existen en las relaciones humanas, por ejemplo, son tan importantes
como las diferencias entre los colores, y quizá más.
En el campo de la oratoria, que es el que nos interesa, trataremos
no sólo de cosas materiales, sino también de relaciones humanas. En
estas relaciones existen muchos matices. La percepción y respuesta a
ellos, puede decirse que constituye una parte de esa cualidad humana
conocida como refinamiento. “Ser refinado, consiste en ser capaz de
hacer distinciones sutiles.” Fue Oscar Wilde el que dijo que había gente
que sabía el precio de todo, pero que no conocía el valor de nada.

Palabras sencillas

Las palabras sencillas y breves ordinariamente se prestan más que


las largas a su traducción en imágenes, por ende, a la vividez de la
expresión.
A menudo, nuestra elección no se debatirá tanto entre palabras
breves y largas, cuanto entre conceptos sencillos, de fraseo fácil, y
conceptos complejos difíciles de traducir. Las palabras, no sólo se deben
usar bien, sino que deben ser familiares a quien las escucha, para que
faciliten en vez de retardar su traducción a imágenes concretas. Su
extensión, a menudo tiene menos importancia que su inteligibilidad.
Hay mucha diferencia entre un lenguaje simple y un lenguaje
florido. Este último, se refiere, por lo general, a un tipo de lenguaje, a un
estilo exaltado por encima del auditorio, del tema, de la ocasión, y del
orador mismo. Un orador experto, que ofrece un discurso sobre un tema
muy elevado, en una gran ocasión, con toda la formalidad de rigor, haría
mal en imitar a un joven cuanto desconocido orador, que habla sobre un
tema sencillo, en una ocasión informal. Un estilo ampuloso y exaltado,
que consiste, al menos parcialmente, en el uso de palabras que
raramente se utilizarían en una conversación, es apropiado en tales y
cuales ocasiones, ya que son éstas las que imponen el estilo. Aun así, se
puede incurrir en ampulosidades innecesarias.

Metáfora y símiles

Probablemente, las dos figuras más útiles para el orador son el


símil y la metáfora. Se parecen en que ambas son comparaciones de
cosas esencialmente desiguales, y difieren en que la primera establece
que existe una igualdad o parecido, mientras que la última simplemente
lo implica.
En el párrafo siguiente hay varios ejemplos de símiles y de
metáforas.
“Una monarquía es un guerrero, armado y cubierto de cota de malla,
al que un escollo escondido puede hacer naufragar. La república, por su
parte, es un navío difícil de maniobrar, en el que los marinos siempre
están con los pies húmedos, pero al cual nadie puede hacer zozobrar.”
Otra figura del lenguaje es la personificación, en la que, las cosas
o las ideas son tratadas como seres vivos, dotados de los atributos o
características de personas o animales. He aquí un ejemplo de
personificación: “La principal responsabilidad de la ciencia es la de
protestar cuando ve que la ciencia y la tecnología se utilizan en la forma
peligrosa en que se han venido utilizando en años pasados.” “La segunda
gran mentira del comunismo camina de la mano con la primera, y es que
no hay Dios.”

Uso de las figuras del lenguaje

El uso prudente de las figuras del lenguaje contribuye a la vividez


de la expresión, así como a la claridad. Sin embargo, hay que tomar
algunas precauciones al respecto, para no incurrir en frases poco
felices.

1. Cuando utilicemos símiles, metáforas, personificaciones y otras


figuras, no hay que llevarlas demasiado lejos. Las imágenes suscitadas
por su uso, no deben ser grotescas, a menos que nos lo propongamos.
Ocasionalmente, se puede adoptar un efecto humorístico, pero hay que
tener cuidado de que no destruya la tónica de seriedad que debe
prevalecer.
2. Las figuras no deben ofender; deben ser de buen gusto. Al igual
que con la claridad, evitemos los lugares comunes, lo vulgar, lo
repulsivo.

3. Las figuras deben ser consistentes. Las metáforas incongruentes


usualmente aparecen a causa de la incapacidad del orador para visualizar
las cosas particulares que está utilizando como base para la
comparación. Por ejemplo, un candidato prometió recientemente a sus
partidarios, “limpiar de corrupción este albañal, aunque para ello deba
vestir las ropas del fontanero”.

4. Las figuras deben mantenerse a tono con el contexto. Si el tema


y su tratamiento son llanos y sencillos, las figuras asimismo deben
serlo.

5. No hay que exagerar el uso de las figuras. Hay ocasiones en as


que el lenguaje directo es más eficaz que el lenguaje indirecto de las
figuras. El público, a veces querrá y exigirá hechos mondos y lirondos sin
embellecer. En esas circunstancias, es mejor utilizar con parquedad las
figuras del lenguaje, o no utilizarlas en absoluto. El lenguaje florido, que
se compone de figuras inapropiadamente exaltadas, a menudo peca de un
exceso de figuras, y las emplea sobre todo para adornar y no para aclarar
los conceptos.
Decimotercer Capítulo

EXPRESION: ASPECTOS VOCALES

Aunque el decir un discurso es una actividad total, como ya lo


hemos señalado, y su expresión involucra a todo el mecanismo del
cuerpo, es posible separar los dos aspectos principales de la expresión:
voz y acción. En este capítulo consideremos la voz en sus distintos
aspectos en relación con dicha expresión.
Hay que tener siempre presente que el modo en que utilizamos la
voz es parte integral de nuestro discurso, tan importante como las
palabras mismas. La palabra hablada es un fenómeno diferente a la
palabra escrita. Ambas tienen que ver con la comunicación de las ideas;
en realidad la voz y la palabra no se pueden separar en un discurso más
de lo que se pueden separar la melodía y la armonía de la música.
Podemos considerar los aspectos vocales o auditivos del discurso,
de la misma forma en que consideramos la producción y la modificación
de cualquier sonido: siempre debe de haber alguna fuente de energía que
inicie una vibración en un cuerpo elástico. Esta vibración produce el
sonido, el cual, cuando se modifica y se amplifica, crea todos los
efectos de los que la voz es capaz. La investigación intensiva de estos
aspectos de la voz es todo un estudio que requiere muchos años de labor.

Respiración

Se ha sostenido durante mucho tiempo que para que la voz alcance


su mayor eficacia, volumen y calidad es necesario respirar de cierta
manera definida, con una máxima expansión del torso. Este método de
respiración recibe ordinariamente el nombre de diafragmático o
abdominal, basándose en la teoría de que se produce por un movimiento
descendente el diafragma durante la inhalación, y por la acción de los
músculos abdominales durante la exhalación. Se ha sugerido que el
diafragma produce un impulso ascendente para enviar el aire fuera de los
pulmones durante la exhalación. Por desgracia para esta teoría, el
aparato respiratorio está tan íntimamente ligado a los nervios que
funciona más bien como una unidad, y su control por separado no resulta
fácil. Además, no se puede inhalar sin usar el diafragma, y tampoco
podemos exhalar sin usar los músculos abdominales, ya que, en último
análisis, no disponemos de otra manera de hacerlo.
Entre los diversos tipos de respiración, el llamado abdominal o
diafragmático es el menos indicado para un control consciente, y aun si
se pudiera controlar, no se obtendría ninguna ventaja evidente en cuanto
a la producción de la voz.
¿Significa esto que no hay que dar atención a la cuestión de la
respiración? No. El propósito de la respiración, en lo que a la emisión de
la voz respecta, es 1) mantener en vibración las cuerdas vocales, 2)
producir sonidos de voz, y 3) dirigir una corriente de aire a través de la
garganta y de los conductos orales donde se produzcan estos sonidos de
voz.

1. El aliento debe tener la presión adecuada como para que los


sonidos sean audibles a la distancia que sea necesaria. Es posible que se
nos escuche un susurro a una distancia sorprendente, si los sonidos
tienen suficiente presión. Una presión adecuada obrará el efecto de que
nuestras consonantes sean más claras y precisas, y que nuestras vocales
sean escuchadas con más facilidad a más distancia. Desafortunadamente,
el uso vigente del micrófono, parece haber disminuido la importancia de
cultivar voces fuertes.

2. Hay que mantener en todo momento una reserva adecuada de


aliento, para que la voz no desfallezca y sea audible. No se debe hablar
con los pulmones completamente llenos ni vacíos del todo.
En el discurso ordinario, esto es, en la manera en que hablamos
cotidianamente, no necesitamos más que un aliento breve en cada pausa
corta, y un aliento completo, esto es, una inhalación plena, en las pausas
finales. Con estas pequeñas “refacciones” de aliento, se puede hablar o
leer una frase de cualquier tamaño, sin ahogarnos. Si las divisiones o
pausas de nuestro discurso, están bien planeadas (puntuación), y
hacemos acopio de aire en cada pausa pequeña, no hay por qué tener
dificultades en mantener una reserva adecuada de aire en los pulmones.

3. Controlemos el aliento para que produzca una presión regular de


aire al pasar por las cuerdas vocales, lengua, dientes y labios. Éstos son
los productores y modificadores de la voz que nos permiten producir
todos los sonidos y efectos tonales del discurso. Regularidad no
significa uniformidad constante de presión, ya que habrá que variarla
para producir cambios en el volumen, así como en el acento y en el
énfasis.

Producción de la voz

Si nos pasamos los dedos por la garganta, nos daremos cuenta que
en su parte media existe una pequeña eminencia, la cual recibe
vulgarmente el nombre de manzana de Adán, y es algo más prominente en
los hombres que en las mujeres. Esta eminencia es una parte de la
laringe, la cual es el órgano más importante en la producción de la voz.
También tiene otras funciones, las cuales no nos interesan en este
contexto.
La laringe contiene dos estrechos tendones llamados cuerdas
vocales. A través de la operación de un cierto número de músculos de la
laringe, estas cuerdas vocales se puede unir o separar en uno de sus
extremos, formando una V cuyo vértice apunta hacia la manzana de Adán.
Las cuerdas vocales también se pueden tensar y relajar e incluso
pueden vibrar parcialmente. Obviamente, ni estamos conscientes de
estos movimientos ni podemos controlarlos de forma consciente, pero sí
podemos sentir y escuchar los efectos, y a través del control de éstos,
controlamos asimismo los mecanismos que los producen.
Cuando las dos cuerdas vocales se unen lo suficiente para formar
la resistencia adecuada al paso del aliento proveniente de los pulmones,
pero no tanto como para impedir totalmente dicho paso, se les puede
hacer vibrar de la misma manera en que un trompetista hace vibrar sus
labios sobre la boquilla del instrumento. Esta oscilación de las cuerdas
vocales establece, a su vez, una vibración en las cavidades que quedan
entre ellas y los labios del orador, y con esto, de forma que todavía no se
entiende de modo total, se produce un sonido.
Por medio de la tensión y relajamiento de las cuerdas vocales, y
variando la presión del aliento y los movimientos de los diversos
órganos de la boca y de la garganta (lengua, labios, paladar, mandíbula
inferior, dientes), este sonido se puede modificar, cambiar, aumentar o
disminuir, y transformar en cualquiera de los diferentes sonidos que
modulamos diariamente. En la formación de las palabras, estos sonidos
se combinan en multitud de maneras, dándonos un vocabulario de cientos
de miles de palabras, sin agotar todas las posibles combinaciones.
Además, estas palabras pueden ser dichas de infinitas maneras, por
medio de cambios en el tono de voz, produciendo una gran variedad de
efectos que son sumamente importantes para el significado que
deseamos expresar.
Por medio de estas variaciones podemos producir cambios sutiles
que estimulen en nuestros oyentes cambios igualmente sutiles en cuanto
al significado, sin que en realidad se den cuenta de lo que sucede.
Los tonos producidos de esta forma (independientemente de las
palabras), se pueden describir en términos de cuatro atributos básicos a
los que se han dado diversos nombres, pero que ordinariamente se llaman
calidad, fuerza, tiempo y volumen.

Calidad

Calidad es el término que usualmente se da a aquella


característica del sonido que nos permite identificarlo en cuanto a su
origen. Otro término, que se usa a menudo en el mismo sentido, es
timbre. De esta manera, reconocemos la voz de un amigo por el teléfono,
a causa de su calidad o timbre individual. De forma similar, podemos
escuchar el tono de algún instrumento que forma parte de una orquesta,
el oboe, por ejemplo, a causa del peculiar timbre nasal de su tono. Un
piano puede tener un tono suave, mientras que otro puede contar con un
tono brillante y duro.
El término calidad se usa a menudo para aludir a la evaluación
subjetiva de un sonido, ya sea agradable, malo o bueno. Decimos que el
tono de un violín barato tiene una calidad pobre, mientras que el de un
Stradivarius o un Amati se caracteriza por una calidad rica, pero ambas
calidades se reconocen como tonos de violín por su timbre
característico. Nuestro propia voz tiene un timbre individual que la
distingue de otras voces, pero eso no quiere decir necesariamente que su
calidad sea agradable o desagradable.
Una buena calidad, si no la poseemos de forma innata, no se
adquiere de la noche a la mañana. Si nuestro voz es definitivamente
desagradable, hay que tomar un curso para corregir su modulación y su
emisión.

Principales defectos en la calidad de su voz

Nasalidad. La nasalidad se origina generalmente, al permitir que


gran parte del tono pase por los conductos nasales. Teóricamente, sólo
existen tres consonantes nasales, que son la m, la n y la ñ. Al producir
los sonidos de estas letras, observamos que el aliento pasa por la nariz.
En realidad, también las vocales que preceden a estas letras, se
nasalizan un poco. El defecto de la nasalidad consiste en dar dicha
calidad a letras que no lo ameritan.

Estridencia

En cierto sentido, la estridencia no se puede considerar como una


falta de calidad, sino más bien un volumen exagerado. Obra el efecto de
abrumar al oyente. Las personas con este tipo de voz la imponen en toda
ocasión, venga o no al caso. En ocasiones, la estridencia sólo puede ser
un intento de sobrecompensación, y, por ende, algún desajuste de la
personalidad. También puede deberse a un exagerado sentimiento de
superioridad.
Calidad y personalidad

Una voz agradable es una ventaja en cualquier forma de hablar, ya


sea en oratoria, en la lectura, en la actuación o en la conversación. Gran
parte de la impresión que la gente recibe de nosotros, se debe a la
calidad de nuestra voz, ya que ésta crea una de las primeras impresiones
que, posteriormente, puede ser difícil borrar. De hecho, gran parte de la
personalidad que se nos atribuye se origina en las impresiones que
creamos a través de la calidad y otros atributos de la voz.
La personalidad es básicamente aquello que de nosotros afecta a
los demás, ya sea que reaccionen favorablemente o desfavorablemente.
No existe ninguna esencia misteriosa que emane de nuestro organismo a
la cual se pueda colgar el rótulo de personalidad. El único modo de
impresionar a los demás de alguna manera, es a través de lo que ven o
escuchan de nosotros. Si deseamos crear una impresión favorable, esto
es, si queremos exhibir una personalidad agradable, debemos llevar a
cabo cosas ante las que los demás reaccionen favorablemente.
Ciertamente, una voz extremadamente nasal, chillona, opaca o
estridente, no contribuye para nada a la formación de una impresión
favorable. Una de las maneras en que la fricción social se puede aliviar,
es cultivando una voz que a los demás guste, aunque sea por su sonido.

Fuerza

El término fuerza no es muy afortunado, ya que puede


interpretarse de muchas formas. Con respecto a la voz y su producción,
se refiere al volumen, el cual se correlaciona con lo que en física se
llama intensidad. Para nuestro leal saber y entender, y en lo que nos
concierne, la fuerza se compone de tres cualidades: acento, énfasis y
volumen.

Acento

El acento se refiere a la ligera tensión o volumen que se da a


ciertas sílabas de una palabra.

Énfasis

De la misma manera en que ponemos de relieve una sílaba de una


palabra, para hacerla resaltar y dar a la palabra su correcto patrón
rítmico y, por ende, su justa pronunciación, asimismo podemos dar
énfasis a una o más palabras en una oración para hacerlas sobresalir y
dar a dicha oración su significado. Este relieve que se da a las palabras
de una oración, se conoce como énfasis. El énfasis señala el significado
de una oración, demuestra de qué manera se conecta con otra, marca las
diversas cláusulas de una oración, da a cada parte su sonido propio.
Tomemos por ejemplo la siguiente oración:

Este es (no otro) el regalo que me dio mi hermana.

Este es (créanlo o no) el regalo que me dio mi hermana.

Este es el regalo (no un préstamo ni una venta) que me dio mi


hermana.

Este es el regalo que me dio mi (la mía y de nadie más) hermana.

Este es el regalo que me dio mi hermana (no mi madre ni mi


hermano).

Este es el regalo que me dio (no me lo vendió) mi hermana.

Observemos que al dar énfasis a diferentes palabras de esta


oración, no sólo les dimos más fuerza, sino también una inflexión
diferente.

Volumen

Ocasiones diferentes exigen diferentes grados de volumen. En una


sala pequeña, por ejemplo, no sólo es innecesario hablar con la misma
fuerza con que lo haríamos en un gran auditorio, sino incorrecto. El grado
de volumen necesario es determinado sobre todo por la distancia a que
necesitamos proyectar la voz, modificado por las interferencias (ruidos,
murmullos, peculiaridades acústicas, etc.) Es un error creer que siempre
debemos hablar por encima del ruido que hace el público. A veces, el
utilizar una voz menos estentórea, pero que el público pudiera oír si
estuviera callado, nos permitirá disfrutar de su atención e inducirlo a
que se calle para poder escuchar. En general, los oradores animados, los
que se interesan profundamente en su tema, tienden más a hablar en voz
alta que los que no son tan entusiastas. Un cierto grado de fuerza
espontánea en la voz, es indicio del interés y sinceridad del orador. Sin
embargo, hay que evitar los gritos, a los que los oradores superficiales
recurren tan a menudo como substituto de su falta de capacidad.
Tiempo

El factor tiempo es un atributo del tono vocal, y se manifiesta de


tres formas principales: cantidad, duración de la frase y duración de las
pausas entre las frases.

Cantidad

El término cantidad se refiere a la cantidad de tiempo en que se


mantiene un sonido o palabra. Hay mucha diferencia, por ejemplo, entre
decir: “España es heredera directa de Grecia” y “Espaaaña es
heredeeeera directa de Greeeeecia”. El alargar un sonido o toda una
palabra puede hacerlos impresionantes, ya que intensifica el significado
que de otra manera parecería demasiado casual. Por otra parte, al
imprimir brevedad en una palabra, se le puede dar una cualidad definida y
final que no tendría de otro forma.

Duración de la frase

El sentido de todo discurso, ya sea oratorio o simplemente


coloquial, consiste en hablar en frases y no en palabras aisladas, ya que
es necesario contar con una unidad de sentido. Por ejemplo, en la
siguiente oración: “Es de lamentarse, el abandono en que se tienen los
estudios clásicos en México”, un orador capaz propondría:
“Esdelamentarse, elabandonoenquesetienenlosestudiosclásicosenMéxico”
y no: “Es/de/lamentarse/el/abandono/en/que/se/tienen/los/estudios
/clásicos/en/México/.”
Obviamente, este modelo no es fijo, y pueden hacerse varias
combinaciones en pro de mayor elocuencia y claridad. Las unidades de
sentido no son rigurosas, y en cualquier pasaje se pueden abreviar o
extender. Se pueden combinar dos o más de ellas para formar una unidad
más larga, y, asimismo, una larga se puede descomponer en dos o tres.
Todo depende del efecto que queramos crear. Con todo, hay que
asegurarse de que nuestras frases, breves o largas, consistan en una
unidad de sentido y no se quite una palabra a una unidad que la necesita,
para darla a otra que no la necesita. Hay diferencia entre “El profesor
insiste/ en que el estudiante es perezoso”, y “El profesor/ insiste en
que el estudiante/ es perezoso”.
Al variar la duración de la frase, obviamente, también variamos el
número de pausas o períodos de silencio entre frase y frase. Como regla
general, en un discurso parejo, las frases cortas son acompañadas de
pausas relativamente largas, dando una impresión de peso, importancia y
dignidad.

Pausa dramática

En ocasiones, al terminar algún pasaje particularmente


impresionante y haber llegado a un clímax de pensamiento y de
expresión, se puede aumentar de forma significativa la impresión al
parar por completo y permanecer en silencio unos cuantos segundos,
mientras que todo lo que hemos dicho acaba de asentarse en el público.

Articulación

Experimentos realizados por entendidos en la materia, demuestran


que gran parte del poder de nuestra voz reside en el sonido de las
vocales, mientras que la inteligibilidad del discurso recae en la claridad
de las consonantes. Para un discurso que se pueda entender a cualquier
distancia hay que cuidar tanto las vocales como las consonantes, en
otras palabras, hay que atender a toda la emisión de sonidos.

Pronunciación

¿Qué es una buena pronunciación? ¿Cómo se puede determinar la


pronunciación que hay que observar para tener cierta seguridad de que
nuestro discurso está aceptable? He aquí algunas de las preguntas que se
hace forzosamente el orador que quiere mejorar su modo de hablar.
Aunque las respuestas no siempre son fáciles, algunas sugerencias
pueden ser útiles.
Primeramente, una buena pronunciación consiste grosso modo en
un conjunto de criterios por los que se puede determinar
aproximadamente si una pronunciación es aceptable o no. Dichos
criterios son determinados, por lo general, por los dictados del uso y por
el prestigio de aquellos oradores cuya pronunciación se considera buena,
y, por lo tanto, se toma como base para una comparación. No es difícil
entender por qué las autoridades en la materia, al tratar de valorizar
dichos criterios, y de pesar el prestigio de diversos oradores, todos
igualmente eminentes, desisten ocasionalmente, sobre la pronunciación
predominante de cierta palabra. El simple hecho es que, en nuestro bello
idioma, no existen reglas fijas de pronunciación. Es bien sabido que la
única diferencia substancial que existe entre el castellano que se habla
en España y el que se habla en Hispanoamérica, es la pronunciación de la
c, la s y la z. Si bien es cierto que en la Argentina se da un énfasis a la
pronunciación de la y, y de la ll, esto no pasa de ser un regionalismo que
se extiende al Uruguay y a otros países del cono sur. Según el erudito don
Salvador de Madariaga, el romance más puro, fuera de España, se habla en
México, y esto, no sólo en lo que se refiere a construcción gramatical,
sino también a pronunciación. En España misma existen ciertos abismos
fonéticos en el uso de las consonantes antes mencionadas, y en Galicia,
llegan incluso a transformar la o castellana, profunda e inconfundible,
en una u más o menos suave.
Así pues, en la pronunciación de la lengua castellana, sonora y
rotundamente latina, no existen más reglas que las de la inteligibilidad.
En contraposición con el inglés, lengua rudimentaria y de dudosa
pronunciación, tanto que George Bernard Shaw hacía irrisión de su
inexactitud, al cuestionar la pronunciación de muchos de sus vocablos, el
castellano, puede decirse sin ambages, es la más perfecta y clara de las
lenguas romances o románicas, ya que sus vocales no adoptan medios
tonos como el francés y el portugués, sino que se enuncian siempre de la
misma forma, y una a es siempre una a en todo el ámbito
hispanoparlante. Otra cosa muy distinta son los diversos acentos con que
se habla nuestra lengua, mas, en éstos, no se puede hablar de corrección
ni de incorrección, sino de modos y usos, por lo que un erudito cubano
que pronuncia un discurso ante la Real Academia de la Lengua Española,
lo hace con la misma fluidez y corrección con que pudiera pronunciarlo
un letrado de Salamanca, dándole las inflexiones y matices del país
donde nació, pero dentro de un estilo igualmente castellano.
Así pues, en una lengua tan universal como la nuestra, con todos
los atributos de perfección y resonancia que tiene, el único criterio para
su pronunciación consiste en la articulación inteligible de las palabras,
ya que al ser universal, forzosamente tiene sus diferencias fonéticas, y
eso solamente en las pocas consonantes a que hemos aludido con
anterioridad.

Fluidez

La fluidez es otro aspecto que hay que considerar en el uso de la


voz. El lenguaje fluido hace precisamente eso: fluye. Se mueve y avanza
sin vacilación, sin mostrar incertidumbre en las ideas ni en las palabras.
No hay que confundir fluidez con rapidez. Se puede ser igualmente fluido
emitiendo 130 palabras por minuto que 200. Aunque el lenguaje debe
moverse resueltamente, esto no significa que lo haga de forma continua,
sin interrupciones ni pausas. Hay que dividir el discurso en frases,
separándolas por medio de las pausas.
Los requisitos esenciales para obtener fluidez son los siguientes:
1) conocimiento total de los puntos que tratamos de presentar, y del
orden en que intentamos hacerlo, 2) conocimiento igualmente total del
material de apoyo con ayuda del cual vamos a desarrollar esas ideas, 3)
dominio suficiente del idioma para evitar las lagunas innecesarias, 4)
eliminación absoluta de expresiones incoherentes como, este, eh, etc.,
vocalizaciones superfluas que se originan cuando estamos dando forma
al siguiente pensamiento o idea, 5) confianza en nuestro conocimiento
como para no dejarnos vencer o intimidar por la ocasión, y 6) práctica y
experiencia para dirigirse al público.
Decimocuarto Capítulo

ASPECTOS VISIBLES DEL DISCURSO

Los aspectos visibles en el discurso revisten tal importancia que,


cualquiera prefiere ver las noticias por la televisión, que escucharlas
solamente por la radio. Si el lenguaje que uno usa es de la máxima
importancia en la comunicación, lo que se ve de ese lenguaje es todavía
más importante.

Confrontación

Hace casi 5,000 años, los egipcios solían decir a sus hijos: “Si
quieres juzgar el carácter de un amigo, no te atengas al juicio de los
demás, procura tratarlo en alguna ocasión mutuamente agradable y
conversa con él, prueba su corazón a través de lo que dice. Escúchalo
hasta el final sin interrumpirlo, si desea abrirte su corazón, y no te
burles ni lo eludas. Te dará la oportunidad de formarte un buen juicio
acerca de él.”
Lo que hace que el discurso sea algo preeminente como medio de
comunicación es precisamente este factor de confrontación, la situación
cara a cara que permite la concesión y recepción simultáneas de
estímulos: esto es, el orador recibe estímulos de sus oyentes al mismo
tiempo que les concede estímulos auditivos y visibles. Nuestras
conversaciones cotidianas constituyen ejemplo el ejemplo que nos es
más familiar en cuanto a la operación del principio de la confrontación.
Éste es el factor que impulsa a las compañías a tener conferencias con
frecuencia, y a las organizaciones profesionales a reunirse en
convenciones periódicas, y a las naciones, a asignar misiones
diplomáticas en otros países.
Como en cualquier forma de comunicación que no sea el discurso
directo, se carece de confrontación, ninguna puede reemplazarlo. La
radio, la televisión y el cine, con todo lo excelente que puedan ser
técnicamente, no pueden permitir la recepción y concesión simultáneas
de estímulos que es el ingrediente del discurso directo. Cuando un
candidato político desea llevar a cabo una campaña efectiva, no sólo se
hace escuchar y ver por la radio y la televisión, sino que va hacia sus
partidarios para verlos y para que lo puedan ver, ya que de esta forma
puede observar sus reacciones aun cuando está hablando, lo cual resulta
imposible en cualquier otro tipo de situación hablada.
El orador es algo más que una persona a la que hay que oír. En una
situación oratoria normal y eficaz, es alguien a quien hay que ver. A
pesar de la tendencia cada vez mayor a hablar con micrófono, todavía hay
casos en los que el orador se dirige al público de cerca, con su propio
volumen de voz, en los que el aspecto visible del discurso contribuye a la
efectividad de la comunicación. Por lo tanto, es importante que
examinemos el aspecto de la acción corporal visible para determinar
cuáles son los principios que debemos seguir para hacer que dicha
contribución sea todavía más significante.

No hay oratoria sin acción

Cuando nos enfrentamos directamente a un público, no se puede


practicar una oratoria sin acción. Incluso es improbable que este tipo de
oratoria se produzca ante un micrófono. Las acciones visibles de un
discurso naturalmente no contribuyen cuando dicho discurso se realiza
por la radio, aunque sí puede obrar una cierta influencia sobre la voz del
orador. Pero, mientras estemos a la vista de un público, lo que nos ve
hacer tiene interés y significancia para él. Todo movimiento, por
pequeño que sea, tiene un significado propio. Esto es especialmente
cierto cuando se trata de una situación oratoria en la que la
confrontación es uno de los factores.
Así pues, no hay solución al problema de lo que hay que hacer con
las manos, los brazos o los pies, ya que incluso el no hacer nada con las
extremidades, tiene asimismo su significado. Y si nuestra inactividad es
tan evidente que nuestros músculos se ponen tensos, eso significa para
nuestros oyentes que somos oradores nerviosos y asustados. Al
colocarnos frente a un público, obviamente no nos podemos esconder de
sus miradas. Mientras más tratemos de ocultarle nuestros movimientos,
más evidentes se vuelven.
La gente es afectada por impresiones de las que es absolutamente
inconsciente. Responde, de forma bastante peculiar a estímulos
demasiado débiles para concientizarlos. En un cierto momento, nos ha
sucedido que nos damos cuenta de un ruido muy suave que hemos estado
escuchando durante algún tiempo, pero que hasta entonces no había
penetrado en nuestra conciencia. A veces podemos decir si cierto
elemento está presente en algún estímulo o no, aun cuando dicho
elemento sea demasiado débil para sentirlo si se presentara por sí solo.
De forma similar hay ciertas cosas pequeñísimas que vemos y
oímos que hace la gente, aunque en realidad no estemos conscientes de
qué es lo que nos hace pensar así. Puede tratarse de una tensión
imperceptible de un músculo facial, de una ligerísima inflexión en la
voz, del movimiento de un dedo.
Estos aspectos de un estímulo del cual no estamos conscientes,
porque se encuentran por debajo del limen o límite de la percepción,
pero a los que, con todo, respondemos, se conocen con el nombre de
estímulos subliminales. Aquellos de los que estamos conscientes, porque
son lo suficientemente fuertes como para rebasar el límite o limen de
la percepción, se llaman supraliminales. El individuo es totalmente
inconsciente de los ligeros movimientos de sus músculos faciales, de
las inflexiones de la voz, etc. En otras palabras, constantemente
presentamos patrones de estímulos que contienen elementos por encima
del límite de percepción tanto para nosotros como para quienes nos
rodean. Sin embargo, también presentamos patrones que contienen
elementos por debajo de nuestro propio límite de percepción y del de
ellos, pero que, con todo, influyen considerablemente para crear las
impresiones que los demás se forman a nuestro respecto.
En una persona bien motivada, cuyas actividades exteriores
correspondan a sus impulsos y actitudes fundamentales, no hay conflicto
entre los estímulos subliminales y los supraliminales que presenta a sus
oyentes. No obstante, cuando se han cultivado costumbres opuestas a
esta naturaleza básica, entonces hay conflicto, y los oyentes se
enfrentan a la necesidad de determinar qué grupo de patrones es más
auténtico. Es significativo que, independientemente de lo pulida que
pueda ser la forma exterior, las impresiones más fuertes y profundas
provienen de patrones de actividad más profundos. Lo que hacemos
cuando estamos “en guardia”, tiene a menudo una gran significancia en
los juicios que otros se forman de nuestro carácter.
Si, por lo tanto, hemos de proporcionar a nuestros oyentes lo que
Aristóteles llamó prueba ética de lo que decimos, hay que asegurarnos
de que esos movimientos imperceptibles, de los que tanto nosotros como
ellos estamos completamente inconscientes, y contra los cuales no
podemos protegernos con una coraza adecuada, no nos traicionen. El viejo
principio de que un orador es un hombre bueno con habilidad para hablar,
es válido tanto desde el punto de vista ético como desde el psicológico.
Nada de lo que se ha dicho hasta ahora va en detrimento de la
importancia de una buena expresión, consciente e intencionalmente
desarrollada y que, en verdad, consista en actitudes y movimientos
físicos que son totalmente obvios tanto para el orador como para el
auditorio. Lo que importa es considerar, con referencia a los aspectos
subliminales de nuestra conducta, si deseamos que nuestra oratoria
tenga una máxima eficacia, es que no debe haber, de ninguna forma,
conflicto entre esos aspectos inconscientes e inintencionados y las
fases conscientes y controlables de la expresión.
“A menos que nuestra expresión pública y nuestro carácter moral
estén de acuerdo”, dijo Filóstrato, “seremos como flautas que hablan
con una lengua que no es la suya.” Vale la pena considerar esos aspectos
de la expresión sobre los que ejercemos algo de control.
La actividad corporal visible usualmente se divide en cuatro partes
o aspectos: postura, movimiento, gestos y expresión facial.

Postura

Lo primero que un público observa cuando aparecemos frente a él,


después de advertir nuestra apariencia general, estatura y proporciones,
es nuestro porte: Desde el momento en que esto es lo que da al público
una primera impresión, y partiendo de que es muy difícil cambiar la
primera impresión, debemos esforzarnos por que ésta sea favorable. La
postura, como otros aspectos de la conducta corporal, es algo que crea
un impresión total. Implica la posición de los pies, la distribución del
peso, la posición de los hombros y de la cabeza, el modo de colgar los
brazos cuando no se utilizan. Todas las partes del cuerpo deben funcionar
como una unidad. El público no aprecia estas partes por separado, ni la
contribución que aportan a una impresión total, sino que nos ven de una
sola pieza. No obstante, para propósito de análisis y de estudio, es
conveniente considerar separadamente las diferentes partes del cuerpo y
el efecto que obran sobre el patrón total.

Posición de los pies

Antes que nada, hay que aclarar que no existe lo que pudiera
llamarse una “posición de orador”. Muchos buenos oradores son tan
activos que cuando se encuentran en la plataforma de un escenario no
guardan ninguna posición más de unos cuantos segundos. Por lo tanto, no
se puede hablar de una posición específica de los pies. En el pasado se
hicieron muchos esfuerzos por describir tales posiciones,
prescribiéndolas para ciertas actitudes del orador, pero las reglas eran
tan rígidas que se volvieron completamente mecánicas y hubo que
descartarlas.
Esto no significa que cualquier posición en que queramos poner los
pies, sea aceptable. Hay algunos principios elementales al respecto:

La posición más flexible que podemos adoptar con los pies es


colocar un pie un poco más adelante que el otro, con el talón de aquél
puesto en algún ángulo cómodo con respecto al otro. Desde esta posición
básica podemos avanzar, retroceder, cambiar el peso del cuerpo de un pie
a otro. Al recomendar esta posición, no queremos decir que al aparecer
en el escenario coloquemos los pies de esta forma, deliberada y
mecánicamente, ya que eso será peor que cualquier otra cosa que
tratáramos de hacer con los pies.
Distribución del peso

Cuando mantenemos una actitud animada y nos movemos por la


plataforma con soltura, el problema de la distribución del peso se
resuelve por sí mismo.
Sin embargo, habrá ocasiones en las que no podamos cambiar de
posición.
En estas ocasiones, la cuestión de la distribución del peso del
cuerpo, puede adquirir importancia.
En realidad, hay solamente unas cuantas posibilidades de colocar
el peso del cuerpo:

Sobre la planta de cualquiera de los pies.


Sobre el talón de cualquiera de los pies.
Sobre el talón y la planta de alguno de los pies.
Sobre las plantas de ambos pies.
Sobre los talones de ambos pies.

En los referente a la distribución del peso, se pueden hacer algunas


sugerencias al respecto.

1. Evitemos la posición de rigidez militar.

2. Hay que evitar colocar los pies en un ángulo preciso, o con los
talones muy juntos.

3. No permitamos que la posición de los pies y la distribución del


peso del cuerpo se estorben mutuamente.

4. Evitemos colocar todo el peso del cuerpo en una sola pierna,


manteniendo la otra echada hacia adelante por completo. Es mejor
mantener los pies bastante juntos; se ve mejor y nos da más
flexibilidad.

5. Evitemos el constante cambio del peso, de atrás hacia adelante,


de un lado para otro. Mantengamos una posición, hasta que tengamos
razón para cambiarla.

6. Evitemos el uso constante de una sola posición, ya que resultará


fatigoso tanto para nosotros como para el público.
Cuerpo y hombros

Nuestro porte, que se revela sobre todo por la manera en que


colocamos los hombros, indica a nuestro público gran parte de nuestra
actitud hacia nosotros mismos y hacia ellos. Mantengamos una postura
erecta, con el estómago metido, lo cual dará a nuestros oyentes una
muestra de respeto hacia nosotros mismos. Como regla general, podemos
esperar del público, la misma dosis de respeto que manifestamos a
nuestro respecto. Así, pues, nuestro porte ante ellos debe ser motivado
por una confianza razonable en nuestro conocimiento y habilidad, así
como en nuestra integridad, esto es nuestra prueba ética.
Evitemos la exageración en el porte, ya que crearíamos una
impresión de fatuidad, de desprecio y condescendimiento, actitudes que
ciertamente despiertan reacciones desfavorables o adversas. Es
igualmente importante que evitemos la actitud de disculpa cuando no hay
nada de qué disculparnos.
Hay ocasiones en las que debemos disculparnos ante nuestro
público; en esas ocasiones, hagámoslo abiertamente.

Brazos y manos

Siempre es un problema qué hacer con las manos y los brazos.


Probablemente, lo mejor sea dejarlos colgar, cuando no los utilizamos.
En una ocasión informal, podemos meternos las manos a los bolsillos del
pantalón, teniendo cuidado de no dejarlas allí indefinidamente.
Asimismo, podemos colocarlas por detrás. Si contamos con un atril,
podemos recargarnos hacia adelante, apoyando las manos en las orillas,
siempre y cuando sea momentáneamente, pero si no estamos utilizando
algún apunte, no nos enclaustremos detrás del atril para siempre.

Gestos

Cuando se habla de gestos, hay que aclarar que existen cuatro tipos
de ellos: gestos de locación, gestos de énfasis y gestos de simbolismo.
En los gestos de locación, señalamos la locación aproximada de las cosas
de las que estamos hablando. Colocamos varios objetos en relación
espacial unos con otros. Indicamos direcciones, tamaños y áreas.
Visualizamos al público esas relaciones espaciales. En los gestos
descriptivos, tratamos de describir el aspecto de cosas que no tenemos
a nuestro lado. Son parecidos a los gestos de locación. Los gestos
enfáticos, consisten la mayoría de las veces, en abrir las manos con
cierta fuerza, levantar el dedo índice, etc. Los gestos de simbolismo son
poco más o menos como los descriptivos, ya que tratamos de describir
cosas, objetos y situaciones.

Expresión facial

Es probable que tengamos la impresión de que, con todo lo que se


ha dicho acerca de la importancia de la postura, del movimiento y de los
gestos, nuestros oyentes van a observar minuciosamente todo
movimiento o gesto que hagamos, y que estarán conscientes de cada paso
que damos, de cada cambio de posición.
La verdad es que, si esas acciones son lo que deben ser, esto es,
parte del proceso total de comunicación, nuestros oyentes no observarán
específica y conscientemente lo que hagamos.
Toda nuestra cara debe reflejar el humor o actitud general. Si el
ambiente es propicio a una expresión de alegría, hay que adoptar una
actitud alegre. En ocasiones habrá que estar muy serios. En otras, muy
solemnes. Por regla general, no tratemos de adoptar una expresión que no
podemos sentir. Esencialmente, esto significa que nuestra expresión
debe ser un reflejo sincero de nuestro humor. Habrá ocasiones en las que
nos veamos obligados a improvisar un discurso, aun cuando no tengamos
deseos de hacerlo.
“... aunque el mismo Demóstenes no triunfó en sus primeros
intentos, posteriormente llegó a tener una facultad tal que, cuando el
pueblo de Rodas expresó en elevados conceptos, su admiración por su
famosa oración para Ctesiphon, al oírla leer en la voz dulce y potente de
Aesquines, aquel juez bueno y grandioso les dijo: ‘¡Cómo se hubieran
conmovido si lo hubieran visto hablar! Porque, el que solamente escucha
a Demóstenes, pierde la mejor parte de la oración.’ ”

También podría gustarte