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Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689

Samuel E. Waldron

DE LA LEY DE DIOS

Bosquejo del capítulo

Pfos.
1 I. La dispensación original de la ley de Dios

A. Su sustancia
1. Una ley universal
2. Un precepto específico
B. Su obligación
C. Su ejecución
1. Vida por la obediencia
2. Muerte por la desobediencia
D. Su acompañamiento

2-4 II. La codificación mosaica de la ley de Dios

2 A. La repetición de la ley moral


1. El hecho de su reiteración
2. Las circunstancias de su reiteración
3 B. La adición de la ley ceremonial
1. El propósito de la leu ceremonial
2. La abrogación de la ley ceremonial
4 C. La adición de la ley judicial
1. Su antigua expiración
2. Su aplicación moderna
5 III. La obligación inherente de la ley de Dios

A. Su duración permanente
B. Su campo de aplicación
C. Su elevada fuerza

6 IV. Las funciones especiales de la ley de Dios para los cristianos

A. Las salvedades de estas funciones que se dan por supuesto


6(a) B. La enumeración específica de estas funciones
6(b) C. La operación armoniosa de estas funciones
7 1. El hecho de esta armonía
2. La explicación de esta armonía

El tema de este capítulo ha sido objeto de controversia entre los bautistas calvinistas. Algunos han
calificado la Confesión de “presbiteriana” o “legalista” en este punto, afirmando que sus autores
bautistas fueron arrastrados por las circunstancias históricas para adaptarse a sus hermanos
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presbiterianos o puritanos en esta cuestión. Tales juicios ignoran una realidad que ha sido ya
observada frecuentemente en esta exposición. Los autores de la Confesión no han temido diferir
de la Confesión de Westminster en muchos puntos significativos y han seguido en vez la Primera
Confesión de Londres. Si estuvieron satisfechos simplemente con recitar la doctrina de la
Confesión de Westminster en este capítulo, es porque no tenían nada en contra. La patente
unidad de la Confesión de Westminster, la Declaración de Saboya y la Confesión de 1689 en este
capítulo manifiesta abiertamente que no había una diferencia consciente entre los presbiterianos,
los congregacionalistas y los bautistas particulares en cuanto a esta cuestión. Todos sostenían con
igual tenacidad la doctrina puritana de la ley de Dios.

No se puede intentar una exposición detallada de este capítulo. Más bien se tratarán cuestiones
principales selectas suscitadas por el mismo.

I. La identidad sustancial de la ley escrita en el corazón de Adán y los diez


mandamientos

La principal afirmación de los párrafos 1 y 2 es que la misma ley escrita en el corazón de Adán fue
reiterada en los Diez Mandamientos. El texto clásico que debe examinarse aquí es Romanos 2:12,
14, 15. En la primera parte del versículo 12 Pablo afirma que los que están sin ley pecan y perecen.
Esto suscita la pregunta: “¿Cómo pueden pecar los hombres, y menos aún perecer, sin la ley?” La
cuestión general es, desde luego, la justificación de Dios para castigar a hombres que nunca
poseyeron una revelación especial. Esta cuestión apremiante la trata Pablo en los versículos 14 y
15.

Debe reconocerse que la cuestión suscitada anteriormente tiene una cierta validez. En Romanos el
mismo Pablo da por supuesto en varios lugares que el conocimiento de la ley es el requisito previo
necesario para pecar y ser castigado por el pecado (Ro. 4:15; 5:13). La respuesta básica de Pablo a
la pregunta está contenida en la oración “estos… *la+ ley para sí mismos”, que contiene el sujeto y
el predicado de la oración contenida en los versículos 14, 15. Esta afirmación habla de la realidad
de su confrontación con la ley de Dios. Los gentiles son a (o para) sí mismos la ley. Es suya “por
naturaleza” (v.14), “escrita en su conciencia” (v.15). John Murray observa: “La ley de Dios los
confronta y se graba ella misma en sus conciencias sobre la base de lo que ellos son nativa y
constitucionalmente”. La implicación de esto es obvia. Si los paganos son están en posesión de la
ley de Dios, esto sólo puede ser porque la ley fue escrita en el corazón de Adán en la creación y no
ha sido borrada ni aún por la Caída. También habla de la identidad de esa ley con la que se ven
confrontados. Es evidente por el versículo 12 que la ley de la que Pablo está hablando debe ser la
ley de Dios, pero el hecho de que la palabra “ley” en la frase que se está considerando carece del
artículo determinado ha confundido a algunos. Este hecho ha movido a algunos a hablar como si lo
que tiene Pablo en mente fuera solamente la ley en algún sentido abstracto. Esto, evidentemente,
no es el caso. El término “ley” sin el artículo determinado se refiere frecuentemente a la ley de
Dios en Romanos y así es como se traduce (Ro. 2:13,25; 7:25; 13:8,10). Además, cuando Pablo dice
en el versículo 14 que los gentiles no tienen “ley”, no quiere decir que estén sin ley en sentido
abstracto. Tenían mucha ley. De lo que carecían era precisamente de la ley escrita de Dios.
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Finalmente, los versículos 14, 15, dos veces afirman claramente que la ley con que los gentiles
estaban confrontados era la ley de Dios. El versículo 14 afirma que hacían por naturaleza “lo que
es de la ley”. El versículo 15 afirma que “la obra de la ley” está escrita en sus corazones.
La frase “la ley” en Romanos 2 indica claramente la ley de Dios entregada a Israel en el monte
Sinaí, específicamente los Diez Mandamientos (vv.13, 17-29). De hecho, en toda la Epístola a los
Romanos, el término “ley” se refiere específicamente a los Diez Mandamientos (Ro. 7:7-13; 13:8-
10). Así, al afirmar que los gentiles están en posesión de la ley, Pablo enseña que existe una
identidad sustancial entre los Diez Mandamientos y la ley de Dios escrita por creación en el
corazón de Adán y todos sus descendientes.
Se pueden obtener pruebas adicionales de los pasajes que apoyan la declaración
de la Confesión en cuanto a que la “ley que primeramente fue escrita en el corazón del hombre
continuó siendo una regla perfecta de justicia después de la Caída”. Para la autoridad de la ley
entre la Caída y el pacto mosaico, los siguientes pasajes son significativos: para el Cuarto
Mandamiento, Génesis 2:3; Éxodo 16; Génesis 7:4; 8:10,12; para el Quinto Mandamiento, Génesis
37:10; para el Sexto Mandamiento, Génesis 4:3-15; para el Séptimo Mandamiento, Génesis 12:17;
para el Octavo Mandamiento, Génesis 31:30; 44:8; para el Noveno Mandamiento, Génesis 27:12; y
para el Décimo Mandamiento, Génesis 6:2; 13:10,11.
La Confesión no enseña que los Diez Mandamientos sean un tratado exhaustivo y
detallado de la ley moral. Se los considera como un resumen general. El Catecismo Mayor de
Westminster núm. 98 y el Catecismo Menor núm. 41 indican ambos claramente el significado de la
Confesión de Westminster y la de 1689 que la siguió. Aun el hecho de que haya diez
mandamientos indica que es un resumen general. Hay otras leyes que son morales o tienen una
significación moral en el Antiguo Pacto (Lv. 18:1-30).

II. La triple clasificación de la ley de Moisés

La Confesión clasifica los diferentes tipos de leyes dadas a Israel en morales, ceremoniales y
judiciales; enseñando que, mientras que las leyes ceremoniales y judiciales han sido abolidas, la
ley moral continúa siendo obligatoria para todos los hombres. Quizá ninguna parte de la
enseñanza de la Confesión tocante a la ley de Dios es más controversial que ésta. Ha sido descrita
como artificial, porque la Escritura no divide claramente las leyes mosaicas en secciones
ceremoniales, morales y judiciales. Ha sido descrita como anacrónica, porque, se dice, las
distinciones entre leyes morales, judiciales y ceremoniales nunca habrían sido evidentes para los
judíos que vivían bajo el Antiguo Pacto.
Es conveniente admitir varias cosas. Ciertamente, en muchos lugares en la ley de Moisés se
pueden encontrar leyes morales, judiciales y ceremoniales mezcladas. Es también verdad que cada
clase de ley era igualmente obligatoria para los judíos y para nosotros. La clasificación de la
Confesión, sin embargo, viene exigida por las siguientes consideraciones bíblicas.
La Biblia distingue claramente entre los Diez Mandamientos y el resto de las leyes mosaicas. La
posición singular e importancia de los Diez Mandamientos vienen indicadas (porque está hablando
de la posición singular y la importancia) por el hecho de que sólo ellos fueron hablados por la voz
de Dios, sólo ellos fueron escritos por el dedo de Dios, sólo ellos fueron colocados en el arca de
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Dios (Ex. 25:16,21; Dt. 10:5; 1R. 8:9), sólo ellos fueron acompañados por el terror de Dios en el
monte Sinaí y sólo ellos fueron grabados en piedra. Se les distingue de los demás mandamientos,
estatutos y juicios de la ley mosaica (Dt. 4:12-14; 5:1-3; 5:30-36).

La estructura misma de Éxodo presta apoyo a esta clasificación.


En Éxodo 20 se da la ley moral; en Éxodo 21-23, las leyes civiles; en Éxodo 24 se ratifica el pacto; y
en Éxodo 25 y los siguientes capítulos se dan las leyes ceremoniales en cuanto a la construcción
del tabernáculo. Mientras que sólo los Diez Mandamientos están escritos en piedra por Dios
mismo, la ley judicial (y quizá también la ley moral y ceremonial) es escrita en un libro por Moisés
(Ex. 31:18; 32:15,16; 34:4,28; 24:4. Consecuentemente con distinciones tan claras, los creyentes
del Antiguo Testamento distinguían entre la ley moral y las ordenanzas civiles y ceremoniales (1 S.
15:22; Sal. 40:6-8; 51:16-17; Jer: 7:22,23).

III. La posición actual de la ley judicial

La Confesión hace dos observaciones equilibradas en cuanto a la ley judicial, hablando de su


experiencia en la antigüedad y de su aplicación moderna. Este párrafo (que es esencialmente el
mismo en la Confesión de Westminster) está claramente basado en el estudio que hace Calvino de
la ley judicial en la Institución. Este estudio es muy pertinente a la luz de la idea de la validez
permanente de la ley judicial que se propugna en nuestro tiempo.
La expiración de la ley judicial se da a entender por la destrucción de la teocracia del Antiguo
Testamento inicialmente por Babilonia y finalmente por Roma bajo el juicio de Dios. Cuando
expiró el Estado, es razonable, según la Confesión, sacar la conclusión de que su orden civil formal
expiró con él. La evidencia bíblica para esta deducción puede espigarse en Hebreos 9:19, que
habla del libro del pacto que contenía la ley judicial de Israel. Lo significativo acerca de esta
mención de la ley judicial de Israel es que aparece en un contexto que la equipara con el primer o
Antiguo Pacto (He. 9:18). El mismo contexto tiene como tema el pensamiento de que el Antiguo
Pacto está obsoleto y a punto de desaparecer porque fue impuesto sólo hasta un tiempo de
reforma (He. 8:7,13; 9:10; 10:1). Es imposible evitar la clara enseñanza de Hebreos 9:19 en cuanto
a que la ley judicial de Israel, al igual que la ceremonial, ha expirado.
Aunque la ley judicial ha expirado, sin embargo, como aplicación inspirada de la ley moral a las
circunstancias civiles de Israel, revela muchos principios permanentes de equidad, justicia, bondad
y rectitud en general. Como tal, sigue siendo pertinente no sólo para los Estados modernos, sino
también para las iglesias y cristianos modernos (1 Co. 5:1; 9:8-10).

IV. La obligación inherente de la ley de Dios

No existe una cuestión teológica o práctica más importante que la relación correcta entre el
Evangelio de la gracia y los requisitos de la ley. Se podría aun decir que la Reforma misma que en
gran medida una disputa sobre la gracia y la ley en la salvación del creyente. La posición de la
Reforma protestante era que los hombres eran justificados por la sola gracia y la sola fe sin las
obras de la ley. Esta posición suscitó la pregunta que Pablo tuvo que responder muchos siglos
antes: “¿Por qué entonces la ley?” (Ro. 3:31; 5:20,21; Gá. 3:19). La cuestión de la obligación y
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utilidad de la ley en la vida del creyente domina los párrafos 5-7 de este capítulo de la Confesión.
Algunos protestantes sacaron la conclusión de que puesto que los creyentes no eran justificados
por las obras de la ley, la ley era de poca utilidad en la vida del creyente. Otros decían que las
personas justificadas no estaban obligadas a obedecer la ley. Los maestros antinomianos
dedujeron esto de la doctrina de la justificación gratuita. Argüían que la justificación gratuita nos
liberaba completamente de la esclavitud de la ley y que sentirse obligado a obedecer la ley era
esclavitud. De esta manera, sentirse obligado a obedecer la ley era inconsecuente con la
justificación gratuita. Los no salvos y los no justificados estaban obligados por la ley, pero no los
cristianos. La Confesión rechaza tales posiciones, y en su lugar enseña tanto la obligación
inherente de la ley sobre todos los hombres y la utilidad positiva de la ley en la vida del creyente.

Al hacer esto, la Confesión afirma la verdad fundamental de que la obligación a obedecer la ley es
una parte inherente e inevitable de toda la existencia humana. En otras palabras, la ley obliga a los
hombres para siempre, tanto si son justificados como no justificados, simplemente porque, como
criaturas, deben tal obediencia al Creador. El Nuevo Testamento enseña muy claramente que la
ley obliga a las personas no salvas (Mt. 19:16-22; Ro. 2:14, 15; 3:19,20; 1Co. 7:19; Gá. 5:6; 6:15; Ef.
4:25-6:4; Stg. 2:11,12). En Efesios 4:25-6:4, cada uno de los últimos seis de los Diez Mandamientos
se aplica a la Iglesia. Nótese particularmente que se da por supuesto que el Quinto Mandamiento
es autoritativo al ser citado explícitamente en 6:4.

La Confesión amplía y aclara esta verdad de varias maneras en los párrafos 5-7. En primer lugar,
afirma la implicación evidente: “Tampoco Cristo, en el evangelio, en ninguna manera cancela esta
obligación sino que la refuerza considerablemente.” Parece ser que algunos decían que, si bien
debemos hacer lo que dice la ley en cuanto a su contenido o sustancia, no deberíamos hacerlo
porque lo dice la ley, sino simplemente por gratitud a Cristo. Se pueden indicar varios problemas
graves en tal sentir. Es antibíblico (Stg. 2:10,11; Mt 5:17-19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21). Esta es una
forma más sutil del error de que las personas justificadas no están obligadas a obedecer la ley,
puesto que, en última instancia, no es la autoridad de la ley que tienen en cuenta, sino sólo su
gratitud a Cristo. Su efecto práctico es comunicar a la mente popular una idea reducida de la
majestad de la ley de Dios y de la necesidad seria y absoluta de guardar la ley de Dios. Hace difícil
la exhortación fiel al deber, porque los que sostienen esta enseñanza siempre objetan que se les
está volviendo a llevar a la esclavitud. Si alguien habla a tales personas del deber y la obligación, su
respuesta es que tales exhortaciones son legalistas. Cristo fortalece la autoridad original de la ley.
No pone el contenido o la sustancia de la ley sobre un nuevo fundamento. No elimina la obligación
de obedecer a nuestro Creador, sino que añade la obligación de obedecer con gratitud a nuestro
Redentor.

Al comienzo del párrafo 6, la Confesión aclara cuidadosamente la obligación vinculante de la ley


declarando con cuidado que los verdaderos creyentes no están bajo la ley “como pacto de obras”,
sino “como regla de vida”. Los que piensan en la observación de la ley como legal, deben entender
que hay una diferencia práctica y experimental enorme entre estar bajo la ley como una regla de
vida y bajo ella como un pacto de obras, es decir un método para ganar la salvación. El creyente no
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está bajo la ley como un método de justificación (Ro. 6:14; 10:4). “Como pacto de obras”, es un
amo estricto que paga solo el salario del pecado (Ro. 7:1-6; 2Co. 3:7). Como una regla de vida, es
una ley en la que se deleita el cristiano (Stg. 2:12; Ro. 7:25). El sentir: “¡No dejes que la ley de Dios
entre en tu conciencia!” es el error que se refuta aquí. Desde luego, ¡no debemos dejar que la ley
entre en nuestra conciencia “como pacto de obras”! Pero a menos que la ley de Dios esté en
nuestra conciencia como una regla de vida (Jer. 31:33,34; Ro. 8:4,7,9), no tenemos parte en la
salvación que se halla en Cristo y el Nuevo Pacto.

Todo el párrafo 6 está dedicado a enumerar los usos de la ley en la vida del creyente. No podemos
ocupar el espacio en desarrollar cada uno de esos usos. La última frase del párrafo 6, debe sin
embargo, enfatizarse en nuestro contexto moderno. La idea clave de esta frase es que no es un
error obedecer la ley por temor a las consecuencias de la desobediencia, por una parte, o por el
deseo de la recompensa a la obediencia, por la otra. Se dice a menudo: “Si haces algo porque la
ley promete bendición y recompensa, entonces eso es una obediencia legal.” La Biblia utiliza en
todas partes tanto la amenaza como la recompensa para fomentar una respuesta adecuada a la
Palabra de Dios (v.g. el libro de Proverbios; Mt. 3:7; Lc. 13:3,5; Hch. 2:40; He. 11:26; 1P. 3:8-13).
El comentario final de la Confesión sobre la obligación inherente de la ley de Dios es que la ley y el
Evangelio no están en conflicto (Gá. 3:21). Por el contrario, la gracia del Evangelio y el Espíritu de
Cristo nos capacitan para hacer libre y gratuitamente lo que Dios ha revelado en la ley. ¿Cómo
podrían estar en conflicto la ley y el Evangelio? El propósito mismo del Evangelio es liberar a los
hombres de la iniquidad y hacerles obedecer la ley de Dios (Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro. 8:4; Tit. 2:14).

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