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MUJERES, SED SUMISAS A VUESTROS MARIDOS 919

MUJERES, SED SUMISAS sus pensamientos, se fundaban siempre en la naturaleza.


Esta lectura le hacía revivir la historia de sus sentimien­
A VUESTROS MARIDOS tos y la imagen de su vida.
Le hicieron leer a Montaigne: quedó encantada de
un hombre que conversaba con ella y que dudaba de todo.
Luego le dieron Los grandes hombres de Plutarco 1; ella
preguntó por qué el autor no había escrito la historia
de las grandes mujeres.
El abate de Cháteauneuf la encontró un día roja de
cólera.
-¿Qué os sucede, señora?-le preguntó.
-He abierto por casualidad - respondió-un libro
que rodaba por mi gabinete; me parece que es una reco­
pilación de cartas; y he leído esta frase: Mujeres, sed su­
misas a vuestros maridos. Y he tirado el libro.
El abate de Cháteauneuf me contaba cierto día que - ¡Pero, cómo, señora! ¿No sabéis que son las Epísto­
la señora mariscala de Grancey era muy imperiosa; las de san Pablo? 2
tenía, por otra parte, grandes cualidades. Su mayor orgullo - Me importa poco de quién sean; el autor es un gro­
consistía en respetarse a sí misma, en no hacer nada de sero. El señor mariscal jamás me ha escrito en semejantes
lo que pudiese avergonzarse en secreto; nunca se rebajó términos; estoy convencida de que vuestro san Pablo era
a decir una mentira: prefería confesar una verdad peli­ un hombre de trato muy difícil. ¿Estaba casado?
grosa que recurrir a un disimulo útil; decía que el disimu­ -Sí, señora.
lo es siempre un indicio de timidez. Mil acciones genero­ - Pues su mujer debía de haber sido un alma de cán-
sas jalonaron su vida; pero cuando la elogiaban, ella se taro; si yo hubiese sido la mujer de un hombre así le hu­
creía despreciada; decía: «Pero, ¿creéis que estas acciones biese puesto las peras a cuarto. ¡ Sed sumisas a vuestros
me han costado esfuerzos?» Sus amantes la adoraban, sus maridos! Aún si se hubiese contentado con decir: Sed dul­
amigos la mimaban y su marido la respetaba. ces, complacientes, ajables, ahorrativas, yo hubiera dicho:
Cuarenta años de su vida transcurrieron en esta disi­ Este es un hombre que sabe vivir; pero, ¿por qué sumisas,
pación y en este círculo de diversiones que ocupan seria­ queréis decírmelo? Cuando me casé con el señor de Grancey
mente a las mujeres; sin haber leído nada más que las nos prometimos fidelidad mutua; ni de mí ni de él puede
cartas que le escribían, sin haber albergado en su cabeza decirse que hayamos mantenido muy bien nuestra palabra;
más que las noticias del día, las ridiculeces del prójimo y pero ni él ni yo prometimos obedecer. ¿Acaso somos es­
los intereses de su corazón. Por fin, cuando llegó a esa clavas? ¿No basta con que un hombre, después de haber­
edad en la que se dice que , las mujeres hermosas que se casado conmigo, tenga derecho a darme una enfermedad
tienen talento pasan de un trono a otro, quiso leer. Em­ de nueve meses que a veces es mortal? ¿No basta con
pezó por las tragedias de Racine y quedó muy sorprendida que dé a luz entre grandísimos dolores a un niño que
al comprobar que el placer que sentía al leerlas era aún podrá abogar por mí cuando sea mayor? ¿No basta con
mayor que el que había experimentado viéndolas repre­ que esté sujeta todos los meses a incomodidades muy des­
sentar: el buen gusto que se desplegaba en ella le hacía agradables para una mujer de calidad, y que, para colmo,
advertir que aquel hombre no decía más que cosas verda­ la supresión de una de esas doce enfermedades por año
deras e interesantes, que todas estaban en su lugar, que
era sencillo y noble, sin declamación, sin nada forzado, 1 Las Vidas Paralelas.
sin perseguir el ingenio; que svs intrigas, al igual que • Ef. 5, 22; Col. 3, 18.
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sea capaz de darme la muerte, para encima · que vengan volos, nos han engañado completamente, como afirma mi
a decirme: Obedeced? hermano, que durante doce años ha sido embajador ante
»Ciertamente que la naturaleza no ha dicho eso· ella la Sublime Puerta 1
nos dio órganos diferentes de los de los hombres· p�ro al - ¿Qué decís? ¿O sea que no es cierto que Mahoma
hacer�?s neces�rios los unos a los otros no pret:ndía que haya inventado la pluralidad de mujeres para atraerse me­
la umon constituyese una esclavitud. Recuerdo muy bien jor a los hombres? ¿No es cierto que en Turquía somos
que Moliere dijo: esclavas y que se nos prohíbe rezar a Dios en una mez­
quita?
Todo el poder está del lado de la barba 1 - Nada de todo eso, señora; Mahoma no sólo no ideó
iPero ésta no es una razón para que yo tenga un amo! la poligamia, sino que la limitó y la restringió. El sabio
Vamos a ver, porque un hombre tiene la barbilla cubierta Salomón poseía setecientas esposas. Mahoma redujo este
de unos pelos feos y duros, que se ve obligado a cortar número solamente a cuatro. Las damas entrarán en el pa­
de raíz, y porque mi mentón nació rasurado, ¿tengo que raíso igual que los caballeros, y sin duda allí se harán
obedecerle con toda humildad? Ya sé que en general los el amor, pero de otra manera distinta a la de aquí; pues,
hombres tienen músculos más poderosos que los nuestros como bien sabéis, en este mundo 5ólo conocemos el amor
Y que pueden dar un puñetazo mejor aplicado: mucho me de un modo imperfecto.
temo que no sea éste el origen de su superioridad. - ¡Ay! ¡Qué razón tenéis! - dijo la mariscala-. ¡Qué
poca cosa es el hombre! Pero, decidme; ¿ordenó Mahoma
. »Afirman también que tienen una cabeza mejor orga­ que las mujeres estuvieran sometidas a sus maridos?
mzada, Y en consecuencia se jactan de ser más capaces de
gobernar; pero yo les señalaré reinas que valen tanto - No, señora; el Corán nada dice de eso.
como reyes. Hace unos días me hablaban de una princesa - ¿Por qué, pues, son esclavas en Turquía?
alem�na que se leva!1ta a las cinco de la mañana para - No son esclavas, tienen sus bienes, pueden hacer
trabaiar en hacer felices a sus súbditos, que dirige todos testamento, pueden pedir el divorcio si la ocasión se
los asuntos de estado, contesta todas las cartas, impulsa presenta; van a la mezquita a sus horas y a sus citas amo­
todas las ª:tes y esparce tantos beneficios como luces posee. rosas a otras; por las calles andan con los velos sobre
Su valor iguala a sus conocimientos; claro está que no la nariz, como entre nosotros las damas llevaban la más­
cara hace algunos años. Es cierto que no aparecen ni en
�ue educada en un convento por imbéciles que nos ense­ la ópera ni en la comedia; pero es porque no hay tales
nan lo que hay que ignorar y que nos dejan ignorar lo
q:1e hay que aprender. Por lo que a mí se refiere, si tu­ cosas. ¿Acaso dudáis de que si en Constantinopla, que
viese que gobernar un estado, me siento con ánimos para es la patria de Orfeo 2, hubiese una ópera, las damas
atreverme a seguir este modelo. turcas no llenarían los primeros palcos?
El abate de Chateauneuf, que era muy cortés, se guar­ - ¡Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos! - repetía
do, mucho de contradecir a la señor-a mariscala. la mariscala entre dientes-. Ese Pablo debía de ser un
- A propósito - dijo ella-, ¿es cierto que Mahoma bruto.
- Era un hombre un poco duro- replicó el abate -
�entía ta�to desprecio por nosotras que aseguraba que no y le gustaba mucho mandar; trataba con aires de supe­
eramos dignas de entrar en el paraíso y que sólo se nos
admitiría en la entrada? rioridad a san Pedro, que era un buen hombre. Por otra
parte, no hay que tomar al pie de la letra todo lo que
- En este caso- dijo el abate- todos los hombres
se aglomerarían en la puerta; pero consolaos, no hay ni 1 El imperio otomano; este embajador en Turquía no es otro
un? -�alabra de verdad en todo lo que se dice aquí de la que el marqués de Cháteauneuf, a quien en 1713 el joven Arouet
rehg10n mahometana. Nuestros monjes, ignorantes y malé- acompañó a La Haya en calidad de secretario.
2 El mítico Orfeo era de Tracia, antigua región que en el si­
1 Escuela de las mujeres, m, 2. glo XVIII pertenecía al imperio turco.
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dice. Se le reprocha el haber tenido una gran inclinación


hacia el jansenismo.
- Ya suponía yo que tenía que ser un hereje - dijo
la mariscala.
Y volvió a ocuparse del adorno de su persona.

Fuente: Voltaire. Obras, cuentos, novelas, miscelánea.

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