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Amiga de la ausencia

No pretendo iniciar este escrito sin antes manifestarte el vacío que siento cada vez que la tarde del
domingo se aposenta ante mis ojos. La vida me parece un deja vu cobijado con pedazos de
algodón, un recuerdo estancado en el pasado, una manifestación de ecos transversales al dolor.
Los domingos solían suceder las cosas más maravillosas y audaces, dejábamos el disfraz de la
semana y nos cobijamos al rumor del árbol de algún parque y abrazábamos historias que le
narrábamos al viento y a esta ciudad sobre cuyo suelo conferimos nuestro hechizo al amor al
estridente relampagueo de su cielo sobre nuestros ojos.

La lejanía de tu voz, confundida en el eco distante de tu imagen que se va perdiendo entre cortinas
psicodelicas, me depara un camino de olvido que he cultivado ante los ciegos rumores que de tu
voz descienden al laberinto de mi conciencia. Tu risa continúa significando para mí un faro que
persigo en los laberintos de mis sueños, tu risa es una estampa impresa en las nubes de cigarrillos
que consumo con desespero para desacerme de los daños que cause a la extensión de tus labios y
las carcajadas que de ahí brotaban.

La soledad es un lugar donde solo faltas tú. En mi dominio lexical, la soledad nunca pudo tener
otro significado ni otra apariencia. Recorro con mis ojos el vasto pasado que nos miró con cierto
celo de ver nuestras manos agolpadas al unísono de nuestras venas y arterias. Mi silencio de estos
días, es una congoja que solo consigo aliviar mediante el vino, la noche y los amigos. En estos
elementos sigo consagrando la lozanía de mi arte, un arte al que apunto y no sé si atino, en él
queda una estela de tu rumor, tu rumor como el arcano mayor de la femenil, la mujer que brota
con sentimiento de arraigo del barro, la mujer que es montaña sagrada, la mujer eres tú
descifrada en mil colores palpitantes.

En mi voluntad una llama de tu fuego sigue ardiendo, las palabras que me diste, ese testamento
insalvable que me profetizaste, ha sido esculpido por la palabra bondadosa de otras mujeres en
las que encuentro tu luz, tu olor, y el brillo incandescente de tu mirada. Eres el flejo de mi alma
que va rompiendo espejos por pasadizos que anuncian la repetición de los caminos comenzados.
La meta no es el final, la meta es el segundo que respiro y, muy a pesar de tu ausencia, tengo que
continuar esculpiendo mi vida y si acaso queda un poco de genialidad, también queda un poco de
arte.

Mi cuarto es una reliquia de tu sudor añejado en mi memoria, tu sudor que no alcanza a cubrir
todo el aroma cansado de mis pies y de mi visión que te busca en una distancia de colinas místicas
donde creo atrapar el tiempo y convertirlo en poema, para sentirte junto a mí. A veces no quiero
hacer nada, soñar nada, empezar nada, a veces me descifro entre el rigor de la tarde o el aullido
de la madrugada. Los cielos siguen siendo rojos, pero ahora, cuando no hay ventana complice que
junte nuestras cabezas y nos permita sentir el silencio mágico y glorioso de la creación. El
amanecer es un lugar frío al que no arrimo, si lo hago no dejaría de sentir un mareo, un vertigo
terrible que solo sucumbe en la aquiescencia de tu vacío. Cómo negar que eres o no eres, cómo
dejar de mentir esta cantidad de monosílabos que derrito en la alfombra mutante de la ciudad. Mi
vida me ha permitido rememorar la cromática situación de nuestros altibajos, fuimos como los
andes, en subidas y picadas, adivinamos el cielo y visionamos el infierno, triunfamos en la vanidad
de nosotros mismos, en la búsqueda de nuestro propio camino, yo creí perecer, creí sumergirme
en ese río que llaman olvido, deslizarme en los pantanos de la existencia, pero la voluntad infinita
del arte, de los amigos y del vino, me hicieron volver los ojos a mí, encontrarme en esa órbita
gigante donde se desahoga todo tiempo y todo espacio. Dejar lucir mi mirada calma y apreciar el
mundo desde la belleza de la Palabra atravesando hondamente el regurgitar sangriento de mi
corazón. Los amigos son, esa cobija que me ha abrigado, el aliento que me empujan a mirar con
calma los atardeceres, el vino que me permite mirar esta ciudad que como un vestido de
lentejuelas tiritantes van zigzagueando por la curva del universo; los amigos me han dado calor,
me han dado el abrigo que en estos días de desnudez del alma tanto preciso, no es solo cuestión
de un colchón, una frazada o un poco de alimento, es la nitidez de sus ojos, la fuerza de sus
abrazos o la armonía con la que me brindan su mano al saludarme, ellos tratan de no recordarte.
Pero a veces, se cae en lo sutil y tu imagen llega como un bala en la decrepitud agonizante de la
madrugada.

Mi poesía sigue siendo un recuento inútil de nuestro pasado, un pasado al que ambos fuimos
atados, hasta que un día salió de mí el ogro, la bestia, ese animal del que tus ojos huyen y por los
que clamas al cielo un poco de compasión por mi alma. No huyo, solo me interno en las fieras
zodiacales que la vida me puso como rigor para interpretar este holocausto donde circundo el
espectáculo sideral y me extasío de ver las estelas de tus palabras pasar por el techo del universo.

En tu desventura toda la esperanza del mundo queda, en tu regocijo de desencuentros taciturnos


toda mi fe pongo. En el rincón anestésico del mundo contrabandeo una oración, un impulso febril
con el que me escondo de la luz del universo, sigo profanando tu nombre en la calle, en los
poemas, en los recónditos pensamientos que usurpan los dioses de mi cabeza; en todos, un dibujo
de terror, una angustia o una agonía configuran la posible devastación que me acomete cuando
abro los ojos e intento descifrar los colores del nuevo día.

Mi vida es una batalla en campo extranjero sin regreso a la patria. Mi vida son la simultaneidad de
casualidades que le he esgrimido al destino para tenerte un poco más cerca, para sentir el alivio
que llega a mi cuerpo cuando escucha tu risa, el aliento que recubre mi alma al saberte amiga y
compañera de eternos pasadizos entre la locura y la paz. Eres pétrea como un árbol, inmarcesible
como el mar que sigue desatando su aliento sobre el continente. Somos este continente, amiga,
somos este lugar que se ha tejido desde África, Europa y Asia, esta condensación de fluidos
metafísicos, esta forma de sentirnos latinoamericanos, una mezcla estupenda entre el
racionalismo y el misticismo, una amalgama de contradicciones que envenenan la lógica y entre
paradigmas vamos confesando las deudas que tenemos con el pasado y con nosotros mismos.
Brindo por la borrachera en la que me embriaga la palabra, esto no es cuento ni poesía, este es el
poeta convertido en hombre, despojado de su capa y mascara para atreverse a mirar al mundo, el
mundo que está escondido en ese pozo callado desde donde contemplas la maravilla y el dolor. La
maravilla y el dolor que no se esconden, ni se camuflan, viven latentes en este bosque de adjetivos
donde no logramos consagrar la bondad de la oración y la nobleza de esperar. La poesía me ha
enseñado a esperar y a continuar de su mano, estableciendo entre nosotros un reino, en el cual
siempre serás bienvenida. Mi tragedia es la falta de palabras o tal vez la falta de actos, los actos
como la palabras mueven montañas e intensifican la siniestra racionalidad con que suspendemos
este enigma indescifrable que la vida va dando a palmetazos.

Hoy, rumorearte una canción es recorrer los lugares comunes por donde transitó nuestro fuego
metafísico, ese kundalini febril que nos rompió las vísceras y un día nos encontró desnudos y sin
complejos y nos permitimos volar para luego, yo, dejarte caer y detener tu vuelo que comenzaba
a existir sin el aliento fósil de mi arqueológica naturaleza. Vamos por un viaje que circunda las
esferas del arquetipo humano en el vestido de la hembra y del macho, somos un ritual de playas y
selvas que serpentean por nuestra voluntad condenada al delirio de lo efímero.

Hoy que el tiempo me enseña lo que es la ausencia, hoy que la amistad es una columna barroca
sobre la que edifico el carácter gótico de mi alma, hoy cuando creía que entre tú y yo por fin se
había puesto en medio el olvido, hoy, cuando el recuerdo es un trago de cerveza en el vaso, hoy
me atrevo a manifestar que nunca estuviste lejos de mí, incluso en el instante adverso que nos
separaba de pensar que nuestros pasos se iban a juntar. Por ello y por los juramento que hicimos,
solo procuro un oído, una escucha, un hombro en el cual ir colocando el alma por pedacitos, un
aroma tuyo que me recuerden que estás y me hagan creer ya no en mí, sino en el otro.

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