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Pentecostés

Hch 2, 1-11
Jn 20, 19-23

1. Anotaciones al texto

a. Hch 2, 1-11

Pentecostés era, en el oriente antiguo, una fiesta de acción de gracias por la recolección de
la cosecha. Eran siete semanas (50 días), después que se recogía la primera gavilla o
manojo de trigo. Hasta que se terminaba la cosecha se ofrecía la primicia. Israel historizó
esta fiesta dándole el sentido de aniversario de la Alianza que hizo Dios con su pueblo en el
monte Sinaí. Esta fiesta se celebraba cincuenta días después de la pascua judía. En esta
festividad, los israelitas renovaban la alianza. El movimiento de Jesús hizo suya esta fiesta
para hablar de Pentecostés.

Hch 2, 1-11 comienza con la frase “al llegar el día”, es decir, “cuando se cumplieron los
días (los cincuenta días)” (Hch 2, 1). En la obra de Lucas, dicha frase significa plenitud y
cumplimiento de la promesa expresada en Lc 24, 49. Este texto constituye una historia
teológica que tiene como trasfondo tanto la fiesta judía de la cosecha o fiesta de las
semanas (Ex 23, 16; 34, 22; Lv 23, 15), como el cumplimiento de la profecía de Jl 3, 1-5.

Lucas interpreta un hecho real. Este fue cuando aquellos seguidores de Jesús se dirigieron
por primera vez a los peregrinos en Jerusalén, durante la fiesta de las semanas. Estos
discípulos comunicaron que ellos representaban el pueblo de Dios. Este pueblo fue fruto del
rechazo y asesinato que las autoridades judías dieron a Jesús. Lucas dramatiza este hecho y
le concede un carácter fundante. El autor historiza, en esta fiesta, el acontecimiento de la
infusión del Espíritu Santo a los doce, para subrayar que de hoy en adelante estos serán los
hombres del Espíritu de Dios. Ellos comunicarán a todas las naciones el Evangelio de Jesús
de Nazaret, bajo la guía y actuación de un mismo Espíritu.

El texto de los Hechos no es crónica de historia, sino que es la interpretación de cómo hay
que entender Pentecostés en la vida de la comunidad lucana. Por ello, es importante
puntualizar los signos que dirigen la narración y los resultados que provocan. Se trata del
viento, el fuego y las lenguas.

“De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento que llenó toda la
casa en la que se encontraban” (v.2). El viento constituye un signo para el oído y está
asociado a la acción del Espíritu de Dios (Gn 1, 1; 2, 7; Ez 36, 26; Jl 3, 1-2). Esta tradición
también es contada por el evangelio de hoy: “Dicho esto sopló y les dijo: Recibid el
Espíritu Santo” (Jn 20, 22).

Lo que llama la atención es el “ruido”, un aspecto que recuerda a la narración del Sinaí (Ex
19, 16-18). El texto defiende que este ruido es “como” una impetuosa ráfaga de viento.
Dicho “como” explicita que se trata de una comparación no de una realidad palpable. En
este caso lo compara con la impetuosa ráfaga de viento. El hecho que venga del cielo quiere
decir que se trata de regalo de Dios. En este caso, Pentecostés es iniciativa de Dios.
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Igualmente, este “ruido” que viene de arriba es Dios mismo que se vacía en el hombre,
moviéndolo internamente para que se abra amorosamente al Padre.

“Se les aparecieron una lenguas como de fuego y se posaron sobre cada uno de ellos” (v.
3). El fuego constituye un signo para la vista. En la Biblia, al igual que el viento, está
asociado a la acción de Dios en la historia (Ex 19, 18). Este indica la presencia del Espíritu
de Dios. Nuevamente, el texto puntualiza que no se trata de llamas de fuego sino de lenguas
“como” de fuego. Lo importante no es lo visible, sino lo invisible que está detrás del signo.

Las lenguas como de fuego producen un resultado: “se llenaron todos de Espíritu Santo”
(v.4a). Esto constituye la realidad de esta comunidad de Pentecostés. Después de los signos
iniciales, de referente externo, Lucas invita a entrar en lo esencial de Pentecostés. Después
de los signos emerge la realidad que se describe con esta frase: “Y todos quedaron llenos
del Espíritu Santo”. Este fuego es el mismo Espíritu, es la vida que Dios ha dado cada ser
humano, y, es la palabra de Dios que debe quemar el interior de la persona.

“Y se pusieron a hablar diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (v.
4b). En la obra lucana, este versículo constituye cumplimiento de Lc 3, 16, y en el texto la
expresión “lenguas” está asociada a la del v. 3, “lenguas como de fuego”. El texto griego
utiliza en uno y otro la misma palabra (glosssai, lenguas). Sin embargo el v. 4 emplea el
verbo hablar y expresarse. Estos dos verbos tienen la acepción de hablar claro, sin
encubiertos y para todos (Hch 2, 14). Cuando Lucas escribe este texto, la mayoría de
habitantes del imperio romano, en esta época, tenían conocimientos básicos de los tres
idiomas del imperio: latín, griego y hebreo.

Lo que se narra aquí es cercano a 1Cor 14, 21, citando a Is 28, 11-12. En este caso, lo que
el Espíritu Santo pone en la boca de los discípulos, es la proclamación del evangelio, algo
que se miraba el domingo anterior: “vayan por todo el mundo y proclamen la buena nueva
a toda la creación” (Mc 16, 15). Este hablar en lenguas corresponde a “proclamar en
nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hch 2, 11).

Esta capacidad de entenderse (Hch 2, 6.11) va más allá del simple hablar. Se trata del
lenguaje de Jesús, el de su amor. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del
amor de Dios. Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”, generará el mayor
espacio de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. El motor de la
comunidad es el amor. Por ello la única lengua de Jesús es amar hasta el extremo. Esta
lengua es la que deben hablar todos los pueblos.

b. Jn 20, 19-23

Este texto forma parte de la secuencia de testimonios de la resurrección que inició María
Magdalena en Jn 20, 1.18. La secuencia sigue el siguiente orden: aparición a María (20, 16)
– María anuncia a los discípulos: “he visto al Señor” (20, 18) – aparición a los discípulos
(20, 19) – los discípulos anuncian a Tomás: “hemos visto al Señor” (20, 24) – aparición a
Tomás quien estaba con los discípulos (20, 26) – confesión de fe de Tomás: “Señor mío y
Dios mío” (20, 28). El esquema que dirige esta secuencia es de aparición de Jesús y anuncio
de la resurrección de Jesús.
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El relato es la aparición de Jesús a sus discípulos (20, 19-23). La situación es que los
discípulos están con las puertas cerradas y tiene miedo a los judíos (20, 19). Este contexto
da “paso” a la alegría. El “paso” se realiza gracias al saludo de Jesús: “la paz sea con
ustedes” (vv. 20.21). “Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (v. 20). A continuación
Jesús sopló sobre ellos. Este gesto cumple la promesa más repetida de Jesús en su
despedida: el don del Espíritu Santo. La expresión utilizada por el evangelio (v.22) evoca a
Gn 2, 7. Dicho soplo es el inicio de la vida nueva. La comunidad de discípulos es
transformada en comunidad del Espíritu Santo. Esta será de hoy en adelante la que
continuará la obra de Jesús. Para el evangelio de Juan, la recepción del Espíritu Santo es
primicia de Jesús Resucitado.

La segunda parte es la aparición de Jesús a Tomás (20, 24-29). La situación de este


discípulo es que no cree si no ve y si no mete el dedo en el agujero (20, 25). Esta situación
de incredulidad da “paso” a una confesión de fe, tras encontrarse con Jesús (20, 28). Estas
dos partes están caracterizadas por este “paso” del miedo a la alegría y de la duda a la
confesión de fe en Jesús. Dos maneras concretas de resucitar al Resucitado. A su vez, estas
dos partes están unidas por el saludo de Jesús: “la paz con ustedes”. Frase que se repite en
tres ocasiones (vv. 20. 2126). La paz es el primer regalo de Jesús Resucitado. Vivir en paz,
en el Espíritu Santo y en perdón permanente constituyen los estilos de vida de cómo la
comunidad de discípulos hace presente al Resucitado. El regalo de la paz refiere también a
las promesas de Jesús en el momento de su despedida: “…les dejo mi paz…me verán de
nuevo y se alegrará el corazón de ustedes” (Jn 14, 27; 16, 22).

Por último la conclusión del evangelio (20, 30-31), similar a la de 21, 24-25. Dicho cierre
es obra de la comunidad joánica, quien aclara que el evangelio está al servicio de este
itinerario de fe: se ha escrito para suscitar la fe en aquellos que no han visto a Jesús, como
nosotros. Su redacción establece el “paso” de lo visto a lo creído y de estos a lo escrito. En
este caso el evangelio que ha llegado hasta nosotros.

2. Sugerencias para la homilía

Mons. Romero decía: “No tiene sentido si no descubrimos lo que ha pasado este domingo
cuando, bajo esos signos del soplo de Cristo y del viento huracanado y de las llamas, se
esconde algo invisible, muy grande. Lo voy a reducir a estas cuatro cosas, que son como el
mensaje de Pentecostés: primero, el don del Espíritu; segundo, el perdón de los pecados y
la vida de Dios que se retorna a los hombres; tercero, la fe; y cuarto, la capacidad de ir
por el mundo a predicar en todas las lenguas el mensaje único que salva”1.

“¡Hacia la unidad! No nos dividamos. Si yo no comprendo al otro cristiano, respételo,


porque él, si de veras ama a la Iglesia, está sirviendo a la unidad que yo también sirvo
desde mi perspectiva con tal que sea sincero mi amor a la Iglesia y no sea criticarla
porque no se acomoda a mis caprichos. Yo tengo que acomodarme a la voluntad del
Espíritu Santo que es unidad y vida de esa Iglesia”2.

1
Cfr. Óscar A. Romero. Homilías, tomo IV, 3 de junio de 1979, San Salvador 2007, 499.
2
Ibid. 504.

3
Invocación al Espíritu

“Sopló y les dijo: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 19, 22)

Ven Espíritu Santo. Despierta nuestra fe débil, pequeña y vacilante. Enséñanos a vivir
confiando en el amor de Dios nuestro Padre, a todos sus hijos e hijas, estén dentro o fuera
de tu Iglesia.

Ven Espíritu Santo. Haz que Jesús ocupe el centro de tu Iglesia. Que nada ni nadie, lo
suplante y oscurezca. No vivas entre nosotros sin incomodarnos y sin convertirnos al
seguimiento de tu Hijo Jesús. Que no huyamos de su palabra. Ni nos desviemos de su
mandato del amor.

Ven Espíritu Santo. Abre nuestros oídos para escuchar tus llamadas, las que nos llegan hoy
desde los sufrimientos de los pobres, desde la violencia fratricida, desde las víctimas de la
pandemia de covid 19 y desde la manipulación política. Haznos vivir abiertos a tu Palabra.

Ven Espíritu Santo y purifica el corazón de los cristianos y cristianas. Enséñanos a


reconocer nuestras limitaciones. Recuérdanos que somos frágiles, mediocres y pecadores.
Libéranos de nuestra arrogancia y falsa humildad. Haz que aprendamos a caminar en la
verdad de Jesucristo

Ven Espíritu Santo. Haz de nosotros una Iglesia de puertas abiertas. Que nada ni nadie nos
desvíe del proyecto hermano de Jesús. Que siempre estemos al servicio del reino de Dios.

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