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Y JOYCE CREÓ DUBLÍN

Por Fernando R. LAFUENTE/ Actualizado:17/06/2004 10:03h Guardar

La memorable biografía de Richard Ellmann sobre Joyce se abre con estas palabras:
«Todavía estamos aprendiendo a ser contemporáneos de James Joyce, a comprender a
nuestro intérprete». El día 16 de junio de 1904 surgió Dublín para la historia de la
literatura contemporánea con la más precisa, delirante, apabullante, emocionada y
desasosegadora relación de la geografía interior de un individuo. Joyce vivió, mal, para
la literatura. Como Borges, dedicó su vida a la minuciosa construcción de una obra
portentosa cuyo fin no era otro sino el de mostrar que la realidad no existe si antes la
literatura no la ha inventado. Por eso, todavía aprendemos a ser sus contemporáneos.
Igual que siglos antes Cervantes había mostrado el mundo «de abajo» con la genial
incorporación de un personaje como Sancho, Joyce reúne en ese raro día de junio de
hace ahora cien años un desconcertante mosaico interior de paisajes, personajes, hechos
y sueños nunca así contados en una novela. Joyce describe lo microscópico de la vida
«con lupa en mano» (Ortega) sin fines morales ni prácticos. En «Ulises», la ética no
comporta un valor a la estética, pues ésta se fija otros horizontes. Como un río
tenebroso, la vida fluye sin volver hacia atrás, y las horas se alargan y desaparecen.
Creó Dublín como el dios que todos los novelistas quisieran llevar dentro. Pero pocos
escriben «Ulises». Hoy queda más Dublín en sus páginas que en todos los tratados de
Historia, hemerotecas y documentos que puedan consultarse. Porque al leer cada
capítulo de «Ulises» un mundo se pone en movimiento, algo vivo, tenso, melancólico,
anhelante y desesperado, un mundo que espera a cada lector para convertir el 16 de
junio de 1904 en un día que son todos los días, y en una ciudad que la literatura
convirtió en la metáfora de todas las ciudades. Sabía que no hay nada real más allá de
las palabras.

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