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Ulises.

James Joyce
José Luis Alvarado



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Hay tres tipos de literatura: la popular, la gran literatura y la literatura académica.


La dos primeras buscan fundamentalmente entretener al público, y la segunda,
además, aspira a convertirse en obra de arte. La literatura académica, en cambio,
tiene como última finalidad terminar en la morgue de las universidades y los
cenáculos críticos y literarios, para ser diseccionada hasta sus últimas costuras.
Acaso no haya otra novela en el siglo XX que haya sido tan comentada, interpretada
y destripada por todo tipo de estudiosos como Ulises (1922). No en vano, su autor,
James Joyce (1882-1941), aseguró que había escrito esta obra para tener ocupados
a los críticos durante trescientos años, cosa que por el momento está consiguiendo.
En cuanto al lector medio, Joyce no dictaminó nada, pero lo cierto es que no
escribió su gran novela con la idea de entretener al público, al menos en el sentido
actual del término. Otra cosa es que sea una novela de imprescindible lectura para
todos aquellos que quieran conocer una de las cumbres de la narrativa del siglo XX.
Como es sabido, la obra cuenta lo que les ocurre a dos personajes el día 16 de junio
de 1904, en Dublín. A las ocho de la mañana, Stephen Dedalus y Leopold Bloom se
levantan en sus respectivos domicilios de Torre Martello y el número 7 de Eccles
Street, dispuestos a desayunar. Durante el resto del día y hasta bien entrada la
noche, Leopold Bloom recorrerá diversos lugares de Dublín, y en ocasiones se
juntará con Stephen Dedalus, con el que acabará la jornada. Los personajes se
cruzan a cada instante en sus peregrinaciones, van y vienen, se encuentran y se
separan y se vuelven a encontrar como partículas en un laberinto de peripecias,
borracheras y largas conversaciones no siempre fáciles de seguir. El libro se cierra
en la oscura madrugada con Molly Bloom, la infiel esposa de Leopold, desvelada en
el domicilio conyugal de Eccles Street, dejándose arrastrar por la voz de sus
pensamientos. Durante las 19 horas en que se desarrolla la historia, Leopold hará
un recorrido tan exhaustivo por Dublín, contado con tal minuciosidad, que, como
Joyce aseguraba, si algún día la ciudad desapareciera de la faz de la tierra, podría
reconstruirse siguiendo la descripción que hace de ella en la novela.

En contra de lo que ocurre en las narraciones convencionales, los personajes no


serán esta vez el vehículo clave para entender la novela en todo su significado: el
protagonista de Ulises es la palabra, el lenguaje. Los personajes no realizan sólo una
serie de actos que retienen el interés del lector, sino que fundamentalmente son
seres que hablan, con los demás y, sobre todo, consigo mismos; son seres hechos de
palabras.
Los 18 capítulos del libro son, en realidad, 18 novelas distintas escritas cada una
con una estructura diferente, de modo que no sólo ofrece una visión caleidoscópica
de la realidad, sino también de la propia literatura. Joyce utilizará indistintamente
el flujo de conciencia, el diálogo objetivo, la descripción naturalista, el lenguaje
administrativo, la técnica de la novela rosa, la forma teatral, el apólogo literario, el
estilo del catecismo católico o la narración simbólica, hasta terminar en un
formidable monólogo interior de más de 50 páginas carentes de cualquier signo de
puntuación. Como afirmaba el crítico Ernst Robert Curtis, Ulises tiene rasgos de
crónica, de novela, de drama, de poema, de sátira, de parodia, de Summa. Quizá sea
el término Summa el que mejor caracterice la novela: como un compendio
medieval, complejo y oscuro, los 18 capítulos de Ulises aceptan múltiples
interpretaciones, tantas como críticos se han acercado a él: la judía, la
shakespeariana, la teológica, la psicoanalítica,…, hasta la más evidente, que es la
que compara la Odisea de Homero con el recorrido que hace Leopold Bloom por las
calles de Dublín.
Todas estas lecturas hacen de Ulises un laberinto donde no es difícil extraviarse.
Solapados entre sí, operan simultáneamente nueve sistemas de referencia que se
ajustan a un significado diferente: cada capítulo representa un arte o ciencia
determinados, un órgano del cuerpo, una técnica estilística distinta, un símbolo
específico, un color propio o un arquetipo que tiene relación con la obra de Homero
o de Shakespeare. No crean, sin embargo, que toda esta simbología es una mera
invención de los críticos: Joyce dejó suficientes pistas en vida, descubriendo a los
demás esta significación oculta, entre otras cosas porque él mismo se consideraba
un genio que sólo podía haber escrito un libro genial e infinito. Posiblemente
tuviera razón.
Pero cabe preguntarse, ¿no se pierde el lector normal entre tanto sentido
inescrutable? Depende del nivel de lectura que quiera utilizar en cada
momento. Ulises es, como pocos, un libro abierto. Generalmente las ediciones de la
novela vienen complementadas con un impresionante aparato de notas, esquemas
explicativos y decenas de páginas preliminares que tratan de dar la clave para una
completa comprensión de la novela.
El gran poder de Ulises es que sobrevive a la disección académica y al análisis
crítico a los que ha sido sometido durante décadas. Desde luego se trata de un libro
de complejísima lectura y poco complaciente con los lectores, tanto por su tamaño
como por su ambición; un libro, en definitiva, que exige un reto a la inteligencia de
quien se adentra en sus páginas. Pero sin duda no es un libro que deje indiferente.
Tal vez la mejor manera de acercarse a esta novela es hacerlo sin complejos, sin más
ayuda que saber, como se ha dicho, que se trata de 18 novelas en una, distintas
entre sí, con los mismos protagonistas y escritas sucesivamente en el tiempo. Una
vez asumido que su lectura es diferente, que no tediosa, se comprende que Ulises es
una obra capital del siglo XX, una prodigiosa ilustración narrativa de un tiempo, el
nuestro, antiheroico y complejo, un libro tan relevante que la historia de la
literatura no sería la misma sin su existencia.
Ulises. James Joyce. Cátedra.

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