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Un ciego de Baires
Como se sabe JLB murió en Ginebra el 14 de Junio de 1986. Veinte
años después, una editorial argentina puso en circulación un obeso
volumen de 1700 páginas, cuyo autor gastó los dos últimos años de su
vida en la puesta a punto del quizás, mejor retrato, íntimo, de uno de
los más grandes hombres que haya existido jamás. Un ciego de Buenos
Aires, la ciudad eterna como el agua y el aire.
El chisme da cuerpo a todo el volumen. Bioy no se cansa de anotar
que Borges viene a cenar, dejando por sentado que comía
prácticamente de su bolsillo. Es asombroso certificar la incansable
voluntad de Bioy por no dejar pasar detalle de lo que Borges le cuenta,
le comenta, le trasmite en llamadas telefónicas, sobre el extenso círculo
de amistades del rico heredero de La Martona, la más grande
procesadora de lácteos de Buenos Aires a mediados del siglo pasado.
Un círculo de amistades que presidía otra rica heredera, su cuñada,
Victoria Ocampo, otra de las argentinas más celebres, no por su belleza
sino por su inteligencia y sus contribuciones a la literatura de nuestra
lengua, directora de la revista y la editorial Sur, amiga de Ortega y
Gasset, Neruda, Lorca, Tagore, Camus, etc.
ABC hace del chisme la cicuta que va envenenado la lectura de sus
recuerdos de Borges. Ni la amistad, ni la prudencia y el respeto a las
damas e iguales impiden, que con pasmosa ingenuidad y propósito,
Bioy vaya registrando la frase ingeniosa o hiriente, la parcialidad de
juicio, la tozudez contra quien se malquiere o se odia, la misoginia, el
racismo, los complejos de superioridad argentinos, el anti peronismo,
el anti comunismo y el escepticismo tanto suyo como de Borges, a
medida que van creando una obra hecha de mutilaciones,
modificaciones, suplantaciones y falacias cuyo propósito es la creación,
tanto en carne como espíritu, -de eso es testimonio este libro-, de una
fábrica inmortal de palabras.
Porque nadie se salva en este extenso escrutinio y saqueo del mundo,
donde Borges y Bioy = Biorges, diseccionan pasajes, examinan estrofas
y rimas de un verso, impugnan locuciones, festejan sonoridades, ríen
de la aspereza y la ausencia de buen gusto de un autor, o rescriben
poemas por el mero gusto de ejercer el oficio que mejor conocen:
escribir.
El Fausto, de Goethe, “¿No te parece –dice Borges, es el mayor bluff de la
literatura?”. Shakespeare es “the divine amateur”, siempre usa el “mot
injuste”; el surrealismo, “contrariamente a otras ideologías invasoras de lo
literario, el catolicismo y el comunismo, prescinde del propósito de lograr
obras legibles”; los poemas de Alejandra Pizarnik son “absurdas
cacografías”; a Ezra Pound “lo consideran el il miglior fabbro, pero nadie lo
lee”; “Thomas Mann era un idiota”; “Le dieron el Premio Nobel a Juan
Ramón Jiménez… Primero Gabriela Mistral, ahora Juan Ramón. Son mejores
para inventar la dinamita, que para dar premios… Gabriela Mistral no ha
escrito un poema bastante bueno… Los premios no ayudan, en la posteridad a
nadie…”; “¿Qué puede saber de nada un bruto como Hegel?”; (Oliverio
Girando) “su obra no es nada”… “Fue un peronista inmundo”; “Neruda
gusta porque a veces es cursi sin asco”; “Lorca escribió poemas horribles”;
“Ya me habían dicho que los músicos no tenían oído. Piazzolla no sabe leer los
versos”; “Sábato también desaparecerá, sin dejar rastro, después de la
muerte”; “Si comparás la muerte de Sócrates y la de Cristo no hay duda de
que Sócrates era el más grande de los dos. Sócrates era un caballero y Cristo
un político, que buscaba la compasión [...]”.
Y si el chisme es el hueso, la maledicencia es la medula que amarra
esta amistad y la hace compadrazgo. Si Borges es un facón de hielo,
Bioy es la perfidia misma y ambos son tóxicos y mortíferos. Bioy, entre
líneas, va dejando sentado que Borges tiene una puritana antipatía por
los temas amorosos y la incomodidad que siente ante las alusiones
literarias a la vida sexual, justificando muchas veces que lo erótico es
inferior a lo épico. Pero la cúspide de las insidias se alcanza cuando
hacen referencia a las mujeres que les han interesado
sentimentalmente. De Haydee Lange, la bella pelirroja libertina que fue
una de sus (JLB) pasiones de madurez, quien le dejó por Oliverio
Girondo y con la complicidad de Lorca hizo el amor una noche en una
terraza con Neruda, dice que “vive idiotizada por el alcohol”; Estela
Canto, a quien dedicó El Aleph y regaló el manuscrito que luego ella
vendería en una subasta pública y que escribiera un libro sobre su
relación con Borges, la considera “este pilar de la rectitud”; Silvina
Bullrich es una “gorda raviolera del barrio de Flóres”; Susana Soca, una
mecenas uruguaya es “una opa” y otro tanto de colores locales por las
rivalidades y envidias entre las bellas y elegantísimas para Susana
Bombal, Carmen Gándara, las hermanas Grondona, Wally Zenner,
Marta Mosquera, Esther Zemboráin de Torres [con quien vino a
Colombia por vez primera] o Pipina Dile y Elvira de Alvear, a quien en
su postrer locura y pobreza, Borges visita infaltable cada fin de año.
Capítulo aparte merece el primer matrimonio de Borges, cuando a los
68 años, decide casarse, ante la posible desaparición de su madre, con
una vieja novia de juventud: Elsa Astete viuda de Albarracín, un ser de
otro mundo, menos del borgiano. “Pongo mi destino en manos de una
desconocida”, dice Borges. “No se parece a las que él nos tiene
acostumbrados –confía doña Leonor Acevedo a Bioy-. Y más adelante
los celos de Elsa con sus amigos, sus viajes, sus homenajes, mientras el
viejo y ciego poeta cada vez más rico va comprándole vestidos, abrigos
de piel, apartamentos, o zapatos de segunda mano.
Al final, por supuesto, llega el turno a María Kodama, con quien casó
por poder 45 días antes de morir. Bioy guarda la más estricta
prudencia sobre ella, quizás para no ofender la memoria de su amigo y
maestro.
Bioy Casares confesó que para él la vida y la literatura eran la misma
cosa, que adeudaba tanto a los libros como a su intensa existencia. Su
novela predilecta fue Dormir al sol. Creyó, además, que el cuento
terminará derrotando a la novela pues éste puede tener todas las
virtudes de aquella, sin sus defectos, principalmente, su extensión.
De ahí, que quizás sean sus cuentos de la vida sentimental de los
machos y las hembras de la clase alta argentina de mediados del siglo
pasado, lo mejor de su obra narrativa. Guirnalda con amores [1959] y El
héroe de las mujeres [1978] reúne una buena parte de ellos, contados a
partir de esa técnica recreada por el noveau roman de ofrecer al lector la
sensación de una conversación privada entre quien lee y quien narra,
partiendo sin duda de experiencias reales, nada ficcionadas. El macho
de Bioy devela sus miserias pero sigue oculto entre los clisés del
lenguaje, mientras las hembras son heroicas en su extensa frivolidad.
Bisoños románticos, asustadizos y fatuos que comprueban cada noche
su fracaso con “ellas”, para quienes la vida es una gran diversión y
nada saben de la muerte ni la fealdad o el envejecimiento.
El 14 de Junio de 1986, un desconocido, en un quiosco de periódicos,
cerca de La Biela, reveló a Bioy que Borges había muerto. “Seguí mi
camino, anota Bioy. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis
primeros pasos en un mundo sin Borges.” Antes de morir, apunta, alguien
grabó a Borges cantando tangos: “Dicen que en esa grabación Borges ríe
con la risa de siempre”.
Abulcásim el Hadramí.