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ADOLFO BIOY CASARES CUMPLE CIEN AÑOS

Por Harold Alvarado Tenorio


https://www.jornada.com.mx/2014/09/14/sem-harold.html

A La invención de Morel (1940) debe Adolfo Bioy Casares (Buenos


Aires, 1914-1999) parte de su prestigio. Es una suerte de diario llevado
por un fugitivo «venezolano», que evadiendo la persecución policial
encuentra refugio en una isla, aparentemente desierta, en medio del
océano. Pronto descubre unos extraños edificios (un museo de tres
pisos con una torre, donde hay una biblioteca; una capilla oblonga y
una piscina, de piedra sin pulir) habitados por gentes que ignoran su
presencia y bajo, inusuales circunstancias, parecen tomar parte en un
ritual de intrigas y convencionales rutinas sociales. El prófugo se
enamora de una de esas figuras pero finalmente descubre, luego de un
peregrinaje donde ve el fenómeno fantástico de dos soles y dos lunas,
que no son seres humanos sino imágenes proyectadas por la compleja
máquina de Morel, que regulada por la marea, suministra energía a los
motores para producir fluido eléctrico, y crea las figuras. La máquina
tiene tres partes: la primera registra, la segunda graba y la tercera
proyecta. Las personas desaparecen al desconectarse el aparato.
También descubre que Morel ha construido una suerte de paraíso
circular donde las acciones y los gestos de las figuras se repiten con la
inexorable periodicidad de los cambios lunares. Pero antes de llegar a
esta conclusión, la imaginación del protagonista se puebla de
sospechas y conjeturas que consigna en el diario que leemos tras su
muerte. Todo ello provee de suspenso y de una peculiar atmósfera
surrealista a la historia.
Esta novela fue durante la vida de Borges uno de los hitos
latinoamericanos de la literatura llamada de ciencia ficción. El tema de
la inmortalidad está en su origen. La fascinación de Bioy Casares por
los espejos y el recuerdo de La isla del Dr. Moreau de H. G. Wells y El
castillo en los Cárpatos de Julio Verne, donde un científico crea
«homunculi» y usa técnicas especiales para reproducir figuras
humanas, son otras de sus arqueologías.
Bioy pasó su infancia entre la estancia de su padre en la provincia de
Buenos Aires y la mansión de la familia en la capital. Durante los
estudios de bachillerato se interesó por las matemáticas pero nunca
abandonó su interés por la literatura. Terminó su primera obra en 1928,
un cuento fantástico y policial y al año siguiente publicó su primer
libro de cuentos. Fue para ese entonces cuando descubrió la novela
española del diecinueve, la Biblia, la Comedia de Dante, el Ulises de
Joyce y los clásicos argentinos, las novelas desechables y las tiras
cómicas. Como la mayoría de los jóvenes de clase alta de su tiempo, se
inscribió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires
pero al no encontrar éxito alguno en sus estudios se cambió a Filosofía
y Letras, pero no llevó a término carrera universitaria alguna y prefirió
administrar la estancia de su padre. En 1932, gracias a los buenos
oficios de Victoria Ocampo, conoció a Jorge Luis Borges, iniciando así
una de las amistades y alianzas literarias más ventajosas del siglo.

Bioy tutelado por Borges

Borges logró convencer a Bioy que la actividad literaria excluye a las


otras. Crearon una casa editorial y fracasaron. Durante estos años Bioy
leyó con avidez bajo la tutela de Borges todos aquellos autores que
este último consideró, entre otros, los más importantes para el
desarrollo de una personalidad literaria: Johnson, Gibbon, De Quincey,
Butler, Stevenson, Kipling, Wells, Conrad, Proust, Hawthorne, James y
Kafka.
Bioy rechazó siempre sus primeros libros pues para él su carrera
literaria comenzó con La invención de Morel que ganó el Premio
Municipal y fue inmediatamente traducida al italiano y el francés en
una época donde los libros latinoamericanos eran raramente tenidos en
cuenta en Europa. Ese mismo año publicó junto a Borges y Silvina la
prestigiosa Antología de la literatura fantástica y harían aparición H.
Bustos Domecq, autor de Seis problemas para Don Isidro Parodi (1942) y
Dos fantasías memorables (1946) y B. Suárez Lynch, autor de Un modelo
para la muerte (1946). En 1945 publicó Plan de evasión y aceptó codirigir
con Borges una colección de novelas policiacas inglesas. Al año
siguiente Silvina y Bioy entregaron al público una novela detectivesca,
Los que aman, odian, y en 1948 uno de los libros de cuentos de Bioy que
mejor suerte ha tenido, La trama celeste, en el cual el propio autor dice
haber encontrado por vez primera su real voz de narrador
Bioy publicó una media docena de novelas y otros tantos libros de
cuentos, pero es quizás, en un libro póstumo, titulado meramente
Borges, donde descansará su eternidad.

Un ciego de Baires
Como se sabe JLB murió en Ginebra el 14 de Junio de 1986. Veinte
años después, una editorial argentina puso en circulación un obeso
volumen de 1700 páginas, cuyo autor gastó los dos últimos años de su
vida en la puesta a punto del quizás, mejor retrato, íntimo, de uno de
los más grandes hombres que haya existido jamás. Un ciego de Buenos
Aires, la ciudad eterna como el agua y el aire.
El chisme da cuerpo a todo el volumen. Bioy no se cansa de anotar
que Borges viene a cenar, dejando por sentado que comía
prácticamente de su bolsillo. Es asombroso certificar la incansable
voluntad de Bioy por no dejar pasar detalle de lo que Borges le cuenta,
le comenta, le trasmite en llamadas telefónicas, sobre el extenso círculo
de amistades del rico heredero de La Martona, la más grande
procesadora de lácteos de Buenos Aires a mediados del siglo pasado.
Un círculo de amistades que presidía otra rica heredera, su cuñada,
Victoria Ocampo, otra de las argentinas más celebres, no por su belleza
sino por su inteligencia y sus contribuciones a la literatura de nuestra
lengua, directora de la revista y la editorial Sur, amiga de Ortega y
Gasset, Neruda, Lorca, Tagore, Camus, etc.
ABC hace del chisme la cicuta que va envenenado la lectura de sus
recuerdos de Borges. Ni la amistad, ni la prudencia y el respeto a las
damas e iguales impiden, que con pasmosa ingenuidad y propósito,
Bioy vaya registrando la frase ingeniosa o hiriente, la parcialidad de
juicio, la tozudez contra quien se malquiere o se odia, la misoginia, el
racismo, los complejos de superioridad argentinos, el anti peronismo,
el anti comunismo y el escepticismo tanto suyo como de Borges, a
medida que van creando una obra hecha de mutilaciones,
modificaciones, suplantaciones y falacias cuyo propósito es la creación,
tanto en carne como espíritu, -de eso es testimonio este libro-, de una
fábrica inmortal de palabras.
Porque nadie se salva en este extenso escrutinio y saqueo del mundo,
donde Borges y Bioy = Biorges, diseccionan pasajes, examinan estrofas
y rimas de un verso, impugnan locuciones, festejan sonoridades, ríen
de la aspereza y la ausencia de buen gusto de un autor, o rescriben
poemas por el mero gusto de ejercer el oficio que mejor conocen:
escribir.
El Fausto, de Goethe, “¿No te parece –dice Borges, es el mayor bluff de la
literatura?”. Shakespeare es “the divine amateur”, siempre usa el “mot
injuste”; el surrealismo, “contrariamente a otras ideologías invasoras de lo
literario, el catolicismo y el comunismo, prescinde del propósito de lograr
obras legibles”; los poemas de Alejandra Pizarnik son “absurdas
cacografías”; a Ezra Pound “lo consideran el il miglior fabbro, pero nadie lo
lee”; “Thomas Mann era un idiota”; “Le dieron el Premio Nobel a Juan
Ramón Jiménez… Primero Gabriela Mistral, ahora Juan Ramón. Son mejores
para inventar la dinamita, que para dar premios… Gabriela Mistral no ha
escrito un poema bastante bueno… Los premios no ayudan, en la posteridad a
nadie…”; “¿Qué puede saber de nada un bruto como Hegel?”; (Oliverio
Girando) “su obra no es nada”… “Fue un peronista inmundo”; “Neruda
gusta porque a veces es cursi sin asco”; “Lorca escribió poemas horribles”;
“Ya me habían dicho que los músicos no tenían oído. Piazzolla no sabe leer los
versos”; “Sábato también desaparecerá, sin dejar rastro, después de la
muerte”; “Si comparás la muerte de Sócrates y la de Cristo no hay duda de
que Sócrates era el más grande de los dos. Sócrates era un caballero y Cristo
un político, que buscaba la compasión [...]”.
Y si el chisme es el hueso, la maledicencia es la medula que amarra
esta amistad y la hace compadrazgo. Si Borges es un facón de hielo,
Bioy es la perfidia misma y ambos son tóxicos y mortíferos. Bioy, entre
líneas, va dejando sentado que Borges tiene una puritana antipatía por
los temas amorosos y la incomodidad que siente ante las alusiones
literarias a la vida sexual, justificando muchas veces que lo erótico es
inferior a lo épico. Pero la cúspide de las insidias se alcanza cuando
hacen referencia a las mujeres que les han interesado
sentimentalmente. De Haydee Lange, la bella pelirroja libertina que fue
una de sus (JLB) pasiones de madurez, quien le dejó por Oliverio
Girondo y con la complicidad de Lorca hizo el amor una noche en una
terraza con Neruda, dice que “vive idiotizada por el alcohol”; Estela
Canto, a quien dedicó El Aleph y regaló el manuscrito que luego ella
vendería en una subasta pública y que escribiera un libro sobre su
relación con Borges, la considera “este pilar de la rectitud”; Silvina
Bullrich es una “gorda raviolera del barrio de Flóres”; Susana Soca, una
mecenas uruguaya es “una opa” y otro tanto de colores locales por las
rivalidades y envidias entre las bellas y elegantísimas para Susana
Bombal, Carmen Gándara, las hermanas Grondona, Wally Zenner,
Marta Mosquera, Esther Zemboráin de Torres [con quien vino a
Colombia por vez primera] o Pipina Dile y Elvira de Alvear, a quien en
su postrer locura y pobreza, Borges visita infaltable cada fin de año.
Capítulo aparte merece el primer matrimonio de Borges, cuando a los
68 años, decide casarse, ante la posible desaparición de su madre, con
una vieja novia de juventud: Elsa Astete viuda de Albarracín, un ser de
otro mundo, menos del borgiano. “Pongo mi destino en manos de una
desconocida”, dice Borges. “No se parece a las que él nos tiene
acostumbrados –confía doña Leonor Acevedo a Bioy-. Y más adelante
los celos de Elsa con sus amigos, sus viajes, sus homenajes, mientras el
viejo y ciego poeta cada vez más rico va comprándole vestidos, abrigos
de piel, apartamentos, o zapatos de segunda mano.
Al final, por supuesto, llega el turno a María Kodama, con quien casó
por poder 45 días antes de morir. Bioy guarda la más estricta
prudencia sobre ella, quizás para no ofender la memoria de su amigo y
maestro.
Bioy Casares confesó que para él la vida y la literatura eran la misma
cosa, que adeudaba tanto a los libros como a su intensa existencia. Su
novela predilecta fue Dormir al sol. Creyó, además, que el cuento
terminará derrotando a la novela pues éste puede tener todas las
virtudes de aquella, sin sus defectos, principalmente, su extensión.
De ahí, que quizás sean sus cuentos de la vida sentimental de los
machos y las hembras de la clase alta argentina de mediados del siglo
pasado, lo mejor de su obra narrativa. Guirnalda con amores [1959] y El
héroe de las mujeres [1978] reúne una buena parte de ellos, contados a
partir de esa técnica recreada por el noveau roman de ofrecer al lector la
sensación de una conversación privada entre quien lee y quien narra,
partiendo sin duda de experiencias reales, nada ficcionadas. El macho
de Bioy devela sus miserias pero sigue oculto entre los clisés del
lenguaje, mientras las hembras son heroicas en su extensa frivolidad.
Bisoños románticos, asustadizos y fatuos que comprueban cada noche
su fracaso con “ellas”, para quienes la vida es una gran diversión y
nada saben de la muerte ni la fealdad o el envejecimiento.
El 14 de Junio de 1986, un desconocido, en un quiosco de periódicos,
cerca de La Biela, reveló a Bioy que Borges había muerto. “Seguí mi
camino, anota Bioy. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis
primeros pasos en un mundo sin Borges.” Antes de morir, apunta, alguien
grabó a Borges cantando tangos: “Dicen que en esa grabación Borges ríe
con la risa de siempre”.

El círculo del cielo mide mi gloria,


las bibliotecas de Oriente se disputan mis versos,
los emires me buscan para llenarme de oro la boca,
los ángeles ya saben de memoria mi último zéjel.
Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia,
ojalá yo hubiera nacido muerto.

Abulcásim el Hadramí.

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