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El Mito del paraíso

A partir de esta lectura haremos un análisis partiendo del Discurso Religioso, la finalidad
es que nosotros lleguemos a entender cómo aparece desde la época histórica lo bueno, lo
malo.
Para esto nos haremos unas preguntas:
¿Soy creyente?, ¿Soy ateo?, ¿Soy agnóstico? ¿En qué creo yo? ¿En qué me enseñaron a
creer?
Las respuestas nos llevarán a un análisis reflexivo sobre cómo es que yo me inicio en el
camino de la ética.

Dios crea el mundo (Génesis 1:1-2:3)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Lo primero que nos dice la Biblia es que Dios es creador. “En el principio creó Dios los cielos y
la tierra” (Gn 1:1). Dios habla, y las cosas que no existían antes surgen, comenzando con el
universo mismo. La creación es un acto exclusivo de Dios. No es un accidente, ni un error, ni el
producto de una deidad inferior, sino que es Dios en Su expresión de Sí mismo.

Dios trabaja para crear el mundo (Génesis 1:1-25)


Dios crea el mundo material (Génesis 1:2)
Génesis prosigue dando énfasis a la materialidad del mundo. “La tierra no tenía forma y estaba
vacía, y la oscuridad cubría las aguas profundas; y el Espíritu de Dios se movía en el aire sobre la
superficie de las aguas.” (Gn 1:2 NTV). La creación emergente, aunque todavía “no tenía forma”,
tenía las dimensiones concretas de materia (“las aguas”) y espacio (“profundas”), y Dios se
involucra con esta materialidad (“el Espíritu de Dios se movía en el aire sobre la superficie de las
aguas”). Después, en el capítulo 2, vemos a Dios trabajando con la misma tierra que Él creó.
“Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra” (Gn 2:7). En los capítulos 1 y 2,
vemos a Dios involucrado en la propiedad física de Su creación.

Cualquier teología del trabajo debe comenzar con una teología de la creación. ¿Consideramos el
mundo material, las cosas con las que trabajamos, como cosas de primera categoría creadas por
Dios, teñidas con un valor duradero? O las desestimamos tomándolas como un sitio de trabajo
temporal, un lugar de prueba, un barco que se hunde del cual debemos escapar para llegar al
verdadero lugar de Dios en un “cielo” inmaterial. Génesis argumenta contra cualquier noción de
que el mundo material es de cierta forma menos importante para Dios que el mundo espiritual.
Para decirlo de una manera más precisa, en Génesis no hay una distinción exacta entre lo material
y lo espiritual. El ruah de Dios en Génesis 1:2 es al mismo tiempo “soplo”, “viento” y “espíritu”
(ver la nota a en la NVI o comparar con BLP). “Los cielos y la tierra” (Gn 1:1; 2:1) no son dos
campos separados, sino que son una figura hebrea del lenguaje que significa “el universo” [1], de
la misma manera en que la frase “carne y hueso” representa a un ser humano.

De forma significativa, la Biblia termina donde comienza: en la tierra. La humanidad no abandona


la tierra para reunirse con Dios en el cielo. En vez de esto, Dios perfecciona Su reino en la tierra
y crea “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios” (Ap 21:2). Aquí,
Dios habita con los seres humanos, en la creación renovada. “He aquí, el tabernáculo de Dios está
entre los hombres” (Ap 21:3). Es por esto que Jesús les dijo a Sus discípulos que oraran de la
siguiente manera: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt
6:10).

En el periodo entre Génesis 2 y Apocalipsis 21, la tierra se corrompe, se destruye, se desordena y


se llena de personas y fuerzas que trabajan contra los propósitos de Dios (esto está desde Génesis
3 en adelante). No todo en el mundo está de acuerdo con el diseño de Dios, pero el mundo sigue
siendo Su creación, y a eso lo llama “bueno”. (Más información acerca del cielo nuevo y la tierra
nueva en “Apocalipsis 17–22”, en Apocalipsis y el trabajo).
La creación de Dios toma trabajo (Génesis 1:3-25; 2:7)

Crear un mundo requiere trabajo. En Génesis 1, el poder del trabajo de Dios es indiscutible. Dios
habla y el mundo es creado, y paso a paso vemos el ejemplo original del uso correcto del poder.
Fijémonos en el orden de la creación. Los tres primeros actos creadores de Dios separan el caos
sin forma y lo convierten en cielos, agua y tierra. El primer día, Dios crea la luz y la separa de la
oscuridad, formando el día y la noche (Gn 1:3–5). El segundo día, separa las aguas y crea el cielo
(Gn 1:6–8). En la primera parte del tercer día, separa la tierra seca del mar (Gn 1:9–10). Todo
esto es esencial para la supervivencia de los seres que serán creados. A continuación, Dios
comienza a llenar las áreas que había creado. Más tarde en el día tres, crea la vida vegetal (Gn
1:11–13). El cuarto día crea el sol, la luna y las estrellas en el cielo (Gn 1:14–19). Se usan los
términos “lumbrera mayor” y “lumbrera menor” en vez de los nombres “sol” y “luna”,
desalentando de esta forma la adoración de estos objetos creados y recordándonos que todavía
estamos en peligro de adorar la creación en vez del Creador. Las lumbreras son hermosas en sí y
también son esenciales para la vida vegetal, ya que necesita del día y la noche y las estaciones. El
quinto día, Dios llenó las aguas y los cielos con peces y aves que no habrían podido sobrevivir
sin la vida vegetal que fue creada anteriormente (Gn 1:20–23). Finalmente, el sexto día, Él creó
los animales (Gn 1:24–25) y al ser humano, la obra cumbre de la creación, para que poblara la
tierra (Gn 1:26–31).[2]

En el capítulo 1, Dios completa el trabajo por Su palabra. “Dijo Dios…” y todo ocurrió. Esto
significa que el poder de Dios es más que suficiente para crear y sustentar la creación. No debemos
preocuparnos porque a Dios se le acabe el combustible o que la creación esté en un estado precario
de existencia. La creación de Dios es resistente, su existencia está segura. Dios no necesita ayuda
de nadie ni de nada para crear o sustentar el mundo. No hay batalla con las fuerzas del caos que
amenace con deshacer la creación. Después, vemos que es una decisión de Dios compartir la
responsabilidad creativa con los seres humanos, no una necesidad. Las personas pueden intentar
estropear la creación o hacer que la tierra no sea apta para la abundancia de vida, pero Dios tiene
un poder infinitamente más grande para redimir y restaurar.

La muestra del infinito poder de Dios en el texto no implica que la creación de Dios no sea un
trabajo, así como crear un programa de computadora o actuar en una obra de teatro. Si a pesar de
esto, la majestad trascendental del trabajo de Dios en Génesis 1 nos tienta a pensar que no es un
trabajo real, Génesis 2 despeja las dudas. Dios trabaja de forma inmanente con Sus manos para
formar el cuerpo humano (Gn 2:7,21), plantar un jardín (Gn 2:8), plantar un huerto (Gn 2:9) y,
tiempo después, hacer “vestiduras de piel” (Gn 3:21). Este es solo el comienzo del trabajo físico
de Dios en la Biblia, donde abunda el trabajo divino.[3]

La creación es de Dios, pero no es idéntica a Dios (Génesis 1:11)

Dios es la fuente de toda la creación. Sin embargo, la creación no es idéntica a Dios. Dios le da a
Su creación lo que Colin Gunton llama Selbständigkeit o una “independencia propia”. Esta no es
la independencia absoluta que imaginan los ateos o los deístas, sino que es la existencia
comprensible de la creación al ser algo distinto a Dios mismo. Esto se refleja mejor en la
descripción de la creación de las plantas. “Y dijo Dios: Produzca la tierra vegetación: hierbas que
den semilla, y árboles frutales que den fruto sobre la tierra según su género, con su semilla en él.
Y fue así.” (Gn 1:11). Dios lo crea todo, pero además, siembra literalmente la semilla para la
perpetuación de la creación a través de los tiempos. La creación depende de Dios por siempre —
“porque en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17:28)— y aun así, sigue siendo un ente
distinto. Esto le da hermosura y valor a nuestro trabajo, mayor que el de un reloj o un títere que
brinca. La fuente de nuestro trabajo es Dios, pero también tiene su propia importancia y dignidad.

Dios ve que su trabajo es bueno (Génesis 1:4, 10, 12, 18, 21, 25, 31)

En contra de cualquier noción dualista de que el cielo es bueno y la tierra es mala, Génesis declara
que cada día de la creación “Dios vio que era bueno” (Gn 1:4, 10, 12, 18, 21, 25, 31). El sexto
día, cuando creó la raza humana, Dios vio que era “bueno en gran manera” (Gn 1:31). Con todo,
y a pesar de que por medio de ellos entraría el pecado a la creación de Dios, son “buenos en gran
manera”. Simplemente, Génesis no respalda la idea de que el mundo es irremediablemente malo
y que la única salvación es escapar al mundo espiritual inmaterial, lo que de alguna manera entró
a la imaginación de los cristianos. Mucho menos defiende la idea de que mientras estemos en la
tierra, debemos pasar el tiempo en tareas “espirituales” en vez de “materiales”. No existe una
separación entre lo espiritual y lo material en el mundo bueno de Dios.

Dios trabaja en forma relacional (Génesis 1:26a)

Dios habla en plural incluso antes de crear al hombre, “Hagamos al hombre a Nuestra imagen”
(Gn 1:26, énfasis agregado). Los académicos difieren en si “hagamos” se refiere al resto de la
asamblea divina de seres angelicales o a una pluralidad en unidad exclusiva de Dios, pero
cualquiera de las dos percepciones implica que Dios es relacional en Su esencia.[4] Es difícil
saber con exactitud qué entendían los israelitas antiguos en cuanto al plural aquí. Para nuestro
estudio, seguiremos la interpretación cristiana tradicional que se refiere a la Trinidad. En cualquier
caso, sabemos por el Nuevo Testamento que en realidad Dios está en relación consigo mismo (y
con Su creación) en una Trinidad de amor. En el Evangelio de Juan, vemos que el Hijo —“el
Verbo [que] se hizo carne” (Juan 1:14)— está presente y activo en la creación desde el comienzo.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el
principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha
sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. (Juan 1:1–4)

Así, los cristianos reconocemos nuestro Dios Trinitario, el único Ser que es uno en tres personas,
Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios Espíritu Santo, todos activos personalmente en la creación.

Dios delimita Su trabajo (Génesis 2:1-3)

Al final de los seis días, Dios termina la creación del mundo, pero esto no significa que Dios deja
de trabajar, ya que Jesús dijo, “hasta ahora mi Padre trabaja, y yo también trabajo” (Jn 5:17). Eso
tampoco significa que la creación está completa ya que, como veremos, Dios deja bastante trabajo
para que las personas contribuyan en la creación. Sin embargo, el caos se había convertido en un
ambiente habitable, que ahora daba lugar a las plantas, los peces, las aves, los animales y los seres
humanos.

Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y fue
la mañana: el sexto día. Así fueron acabados los cielos y la tierra y todas sus huestes. Y en el
séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra
que había hecho. (Gn 1:31–2:2; énfasis agregado)

Dios finaliza Su obra maestra de seis días de trabajo con un día de descanso. La creación del
hombre fue el clímax del trabajo creador de Dios y descansar el séptimo día fue el clímax de la
semana creadora de Dios. ¿Por qué descansa Dios? La majestad de la creación de Dios con Su
sola palabra en el capítulo 1 deja claro que Dios no está cansado. Él no necesita descansar, pero
decide delimitar Su creación en tiempo y también en espacio. El universo no es infinito; tiene un
comienzo, testificado por Génesis, el cual la ciencia ha aprendido a observar a la luz de la teoría
del Big Bang. Ni la Biblia ni la ciencia establecen con claridad si tiene un final en el tiempo, pero
Dios delimita el tiempo dentro del mundo tal como lo conocemos. Mientras sigue corriendo el
tiempo, Dios bendice seis días para el trabajo y uno para el descanso. Este es un límite que el
mismo Dios guarda y más adelante también se convierte en Su mandato para las personas (Éx
20:8–11).

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