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La Creación

Gn 1:1 “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

EL DIOS DE LA CREACIÓN. (1) Dios es revelado en la Biblia como un Ser infinito, eterno, existente por sí mismo, sin comienzo
ni final, que es la Primera Causa (por ej., la Fuente original, Iniciador y Creador) de todo lo que existe. No hubo ni un solo
instante en el que Dios no existiera. Como testifica Moisés: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo,
desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Sal 90:2). En otras palabras, Dios existía de manera eterna e infinita, para siempre
y sin comienzo ni final, antes de crear el universo finito (por ej., limitado, temporal). Él está sobre y por encima de todo, inde-
pendiente de y anterior a todo lo que ha sido creado en el cielo y en la tierra (véase 1 Ti 6:16, nota; cf. Col 1:16).
(2) Dios es revelado como un Ser personal que creó a Adán y Eva “a su imagen” (Gn 1:27; véase 1:26, nota), lo que significa
que ellos podían responder y tener una relación personal con Dios que reflejaba su amor y otros rasgos del carácter de Dios
(véase Gn 1:26, nota).
(3) Dios también es revelado como un Ser moral que creó todo bueno y sin pecado. Cuando Dios había terminado de crear
y estaba mirando lo que había creado, vio que era “muy bueno” (Gn 1:31). Como Adán y Eva fueron creados a imagen de
Dios, también eran sin pecado (véase Gn 1:26, nota). El pecado entró en la existencia humana cuando Eva escogió ceder a la
tentación de la serpiente, o Satanás, y ella y Adán desobedecieron el mandato de Dios (Gn 3; cf. Ro 5:12; Ap 12:9).

LA ACTIVIDAD DE LA CREACIÓN. (1) Dios creó todas las cosas en “los cielos y la tierra” (Gn 1:1; cf. Is 40:28; 42:5; 45:18; Mr
13:19; Ef 3:9; Col 1:16; Heb 1:2; Ap 10:6). La palabra “creó” (heb bara) se usa para describir actividad que solo Dios puede
hacer. Significa que en un momento específico Dios llamó a existencia algo que no existía antes (véase Gn 1:3, nota).
(2)La Biblia describe la creación de Dios como desordenada, vacía y cubierta de oscuridad (Gn 1:2). En ese momento, el
universo y el mundo no estaban en la forma ordenada en que están ahora. La tierra estaba vacía, sin vida y completamente
oscura. Pero entonces Dios creó la luz (Gn 1:3-5), le dio una forma ordenada al universo (Gn 1:6-13) y llenó la tierra de cosas
vivientes (Gn 1:20-28).
(3) El método que Dios usó en la creación fue el poder de su palabra. Una y otra vez la Biblia dice: “Y dijo Dios…” (Gn 1:3,
6, 9, 11, 14, 20, 24, 26). En otras palabras, hasta que Dios hizo existir los cielos y la tierra, éstos no existían en forma alguna
(cf. Sal 33:6, 9; 148:5; Is 48:13; Ro 4:17; Heb 11:3).
(4) La Trinidad al completo (véase Mt 3:17, nota; Mr 1:11, nota, y el artículo sobre LOS ATRIBUTOS DE DIOS, p. 786),
Padre, Hijo y Espíritu Santo, tuvieron una función en la creación. (a) El Hijo es la Palabra poderosa mediante la que Dios creó
todas las cosas. El comienzo del Evangelio de Juan revela a Jesucristo como el Verbo eterno de Dios (Jn 1:1). “Todas las cosas
por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn 1:3). El apóstol Pablo escribe que mediante Cristo
“fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles … todo fue creado por me-
dio de él y para él” (Col 1:16). El autor de la carta a los Hebreos enfatiza que mediante su Hijo, Dios creó el universo (Heb 1:2).
(b) El Espíritu Santo también tuvo un papel activo en la creación. Se dice que “se movía” sobre la creación, preservándola y
preparándola para la actividad creativa de Dios que vendría. La palabra hebrea para “Espíritu” (ruaj) también se puede traducir
como “viento” y “aliento”. Así es como el escritor de uno de los salmos describe el papel del Espíritu cuando afirma: “Por la
palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento [ruaj] de su boca” (Sal 33:6). El Espíritu
Santo sigue estando involucrado en la función de sostener la creación (Job 33:4; Sal 104:30).

EL PROPÓSITO Y LA META DE LA CREACIÓN. Dios tenía razones concretas para crear el mundo. (1) Dios creó los cielos y
la tierra como una expresión visible de su gloria, magnificencia, belleza, majestad y poder. David dice: “Los cielos cuentan la
gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal 19:1; cf. Sal 8:1). Mirando todo el cosmos creado, desde
lo vasto del universo hasta la belleza y orden de la naturaleza, nos resulta imposible no tener un sentimiento de asombro de la
grandeza de Dios, nuestro Creador.
(2) Dios creó los cielos y la tierra para recibir la gloria y el honor que merece. Todos los elementos de la naturaleza, incluyen-
do el sol y la luna, montañas y árboles, lluvia y nieve, ríos y arroyos, colinas y montañas, animales y aves, muestran la maravilla
de Dios, honran sus capacidades creativas y expresan alabanza al Dios que los hizo (Sal 98:7-8; 148:1-10; Is 55:12). Pero Dios
desea y espera recibir aún más gloria y alabanza de los seres humanos.
(3) Dios creó la tierra para proveer un lugar donde su propósito y sus metas para la humanidad se pudieran cumplir. (a)
Dios creó a Adán y Eva a su imagen (ver Gn 1:26, nota) para poder tener una relación amorosa y personal con las personas
durante toda la eternidad. Dios diseñó a las personas como seres trinos, ej. seres con tres facetas (cuerpo, alma, espíritu).
Algunos han descrito el alma como la parte de una persona humana que resulta de la unión del cuerpo y el espíritu, incluyendo
mente, emociones y libre albedrío, con la cual pueden decidir adorar y servir a Dios con fe, amor, lealtad y gratitud. El espíritu
es la verdadera esencia dada por Dios, lo que sobrevive a la muerte para vivir eternamente o bien en el cielo o en el infierno.
En este sentido hay cierto solapamiento en las Escrituras con respecto al uso de los términos “alma” y “espíritu”. (Para más
detalles sobre estos asuntos ver el artículo sobre PERSONA HUMANA: QUÉ SIGNIFICA SER HUMANO, p. 860). (b) Dios deseó
tanto esta relación íntima con la gente que, cuando Satanás tuvo éxito en tentar a Adán y Eva para que desobedecieran el
mandato de Dios, Él prometió enviar un Salvador para redimir (por ej. restaurar o comprar de nuevo) a la humanidad de las
consecuencias del pecado (véase Gn 3:15, nota). De esta forma, Dios tendría un pueblo que disfrutaría y le honraría viviendo
vidas justas y santas como Él quiso (Is 60:21; 61:1-3; Ef 1:11-12; 1 P 2:9). (c) El libro de Apocalipsis narra la culminación, o
cumplimiento supremo, de los propósitos de Dios en la creación. En él, Juan describe el fin de la historia con estas palabras:
“Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap 21:3).
7 ARTÍCULO: La Creación
CREACIÓN Y EVOLUCIÓN. En gran parte de la comunidad científica y educativa actual, la evolución es la idea principal con
respecto al origen de la vida y del universo. Los cristianos que creen en la Biblia deberían considerar estas cuatro observaciones
acerca de la evolución.
(1) La evolución es un esfuerzo naturalista (sin ninguna actividad o elemento sobrenatural) para explicar el origen y de-
sarrollo del universo. Esta idea asume que no hay ningún Creador personal y divino que diseñó el mundo. Los evolucionistas
creen que todo llegó a existir mediante una serie de sucesos fortuitos, o eventos al azar, que se produjeron a lo largo de miles
de millones de años. Los defensores de la evolución afirman tener evidencia científica que apoya su hipótesis.
(2) La enseñanza de la evolución no es verdaderamente científica. Según el método científico, todas las conclusiones
deben estar basadas en la evidencia indisputable de experimentos que se puedan repetir. Sin embargo, ningún experimento
pudo probar y demostrar suposiciones como la teoría del “big bang” sobre cómo comenzó el presente universo. Ni se puede
demostrar que los seres vivos se desarrollaron gradualmente de las formas más simples a las más complejas (lo cual, de hecho,
desafía la segunda ley de la termodinámica que describe cómo la materia física tiende hacia el desorden, no hacia más orden,
a medida que cambia). La evolución es una hipótesis sin “evidencia” científica; aceptarla requiere fe en una teoría humana.
Por el contrario, el pueblo de Dios pone su fe en la Palabra inspirada de Dios y probada por el tiempo, la cual revela que Él es
quien creó todas las cosas de la nada (Heb 11:3).
(3) Es innegable que el cambio y el desarrollo se producen dentro de varias especies de cosas vivas. Por ejemplo, algunas
especies se están extinguiendo. Por otro lado, de vez en cuando vemos nuevos desarrollos o mutaciones dentro de las espe-
cies. Pero no hay evidencia alguna, ni siquiera en la historia de la tierra o de los registros fósiles, que apoye la teoría de que un
tipo de ser viviente evolucionó hasta convertirse en otra especie. La evidencia existente apoya la declaración de la Biblia acerca
de que Dios creó cada criatura viviente “según su especie” (Gn 1:21, 24-25).
(4) Los cristianos que creen en la Biblia también deben rechazar la teoría llamada evolución teísta. Esta creencia acepta la
mayoría de las conclusiones de la evolución naturalista, salvo que propone que Dios comenzó el proceso evolutivo. Esta teoría
contradice la revelación bíblica del papel activo de Dios en todos los aspectos de la creación. Por ejemplo, Dios es el sujeto de
cada acción verbal en Gn 1, salvo en Gn 1:12 (lo cual cumple el mandato de Dios del v. 11) y la repetida frase “y fue la tarde
y la mañana”. En otras palabras, Dios no es un supervisor pasivo de un proceso evolutivo. Es el Creador activo de todas las
cosas (cf. Col 1:16).
La Adoración
Neh 8:5-6 “Abrió, pues, Esdras el libro a ojos de todo el pueblo, porque estaba más alto que todo el pueblo;
y cuando lo abrió, todo el pueblo estuvo atento. Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo
el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados
a tierra.”

DEFINICIÓN DE ADORACIÓN AL DIOS VERDADERO. La palabra “worship” (“adoración” en inglés) viene de una palabra del
inglés antiguo: “worthship”. La palabra describe acciones y actitudes que estiman y honran la dignidad de Dios y expresan
asombro, respeto y adoración a Él. La verdadera adoración está centrada en Dios, no en el ser humano. Se enfoca en los
rasgos de carácter de Dios (véase el artículo sobre LOS ATRIBUTOS DE DIOS, p. 786). La adoración cristiana conlleva que los
seguidores de Jesús respondan apropiadamente al carácter y la presencia de Dios expresando gratitud por quién es Él y por lo
que ha hecho por nosotros. La adoración sincera exige un compromiso de fe y admitir que Dios es el Creador Todopoderoso del
cielo y de la tierra. Significa reconocer que Él es el Señor (el Líder y máxima autoridad) en nuestra vida. Fuimos creados para
honrar y adorar a Dios (Sal 100:3, 3; Is 43:6-7; Ro 12:1; Col 1:16, 17; Ap 4:11).

BREVE HISTORIA DE LA ADORACIÓN AL DIOS VERDADERO. Los seres humanos han adorado a Dios desde los comienzos de
la historia. Adán y Eva disfrutaron de una relación e interacción personal con Dios en el huerto del Edén (cf. Gn 3:8). Sus hijos,
Caín y Abel, ambos llevaron ofrendas (Heb minhab, también traducido como “tributo” o “regalo”) al Señor: Caín llevó vegetales
y Abel llevó fauna (Gn 4:3-4). Los descendientes de Set “invocaron el nombre de Jehová” (Gn 4:26). Noé construyó un altar
al Señor para un holocausto después del diluvio (Gn 8:20). Abraham construyó muchos altares por la región que después se
convertiría en la tierra prometida de Israel para poder presentar ofrendas a Dios (Gn 12:7-8; 13:4, 18; 22:9) y experimentar un
compañerismo personal cercano con Él (Gn 18:23-33; 22:11-18).
Sin embargo, no fue hasta después del éxodo (la salida masiva de Israel de la esclavitud en Egipto), cuando Israel cons-
truyó el tabernáculo (la estructura movible que servía como un centro de adoración y representaba la presencia de Dios),
cuando la adoración pública se formalizó entre el pueblo de Dios. Desde ese entonces se ofrecían sacrificios continuamente,
especialmente el Sabat (por ej., el día que Dios apartó para descansar y adorar; véase tabla de SACRIFICIOS DEL ANTIGUO
TESTAMENTO, p 163). Dios también estableció varias fiestas religiosas anuales como ocasiones para la adoración pública (Éx
23:14-17; Lv 1-7; 16; 23:4-44; Dt 12; 16; véase tabla de FIESTAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO, p. 161). Esta adoración des-
pués se centralizó alrededor del templo de Jerusalén (notemos los planos de David narrados en 1 Cr 22-26). Cuando el templo
fue destruido en el año 586 a. C., los judíos construyeron sinagogas como lugares locales de instrucción y adoración mientras
estaban en el exilio (véase introducción a Esdras para un breve resumen del “exilio”) y dondequiera que se asentaron. Estos
edificios continuaron usándose para la adoración incluso después de la construcción del segundo templo bajo el liderazgo de
Zorobabel (Esd 3—6). Había sinagogas por toda Judea y por todo el mundo romano durante los tiempos del NT (por ej., Lc
4:16; Jn 6:59; Hch 6:9; 13:14; 14:2; 17:1, 10; 18:4; 19:8; 22:19).
La adoración en los primeros tiempos de la iglesia del NT se producía tanto en el templo de Jerusalén como en los hogares
privados (Hch 2:46-47). Fuera de Jerusalén, los cristianos adoraban en las sinagogas mientras se lo permitieron. Cuando dejó
de estar permitido, se reunían en cualquier otro lugar para adorar, por lo general en las casas de personas (cf. Hch 18:7; Ro
16:5; Col 4:15; Fil 1:2), aunque a veces tenían acceso a otro edificio público (Hch 19:9-10).

EXPRESIONES DE ADORACIÓN CRISTIANA. La Biblia describe la adoración verdadera y sincera como algo que toma muchas
formas y posturas, incluyendo postrarse (Gn 24:52; 1 R 1:47, 48); ponerse en pie (Éx 33:10); danzar (2 S 6:14); aplaudir y
gritar (Sal 47:1); alzar las manos (Sal 134:2; 1 Ti 2:8); arrodillarse (Dn 6:10); caminar y saltar (Hch 3:8); y postrarse boca abajo
en el piso (Ap 5:14). Mientras estas expresiones sean apropiadas para las situaciones concretas y sean respuestas sinceras
ante una conciencia de la presencia de Dios, son aceptables ante Dios. Al margen de la postura de adoración, varios elementos
tienden a caracterizar la verdadera adoración.
(1) Dos principios clave nos ayudan a dirigir la adoración cristiana. (a) La adoración genuina se hace en espíritu y verdad
(véase Jn 4:23, nota). En otras palabras, la verdadera adoración no consiste solo en una actividad física o mental; es un ejer-
cicio espiritual, una respuesta apropiada a cómo Dios se nos ha revelado, particularmente a través de su Hijo Jesucristo (cf.
Jn 14:6). La adoración conlleva interacción sentida entre el espíritu humano y el Espíritu Santo de Dios (1 Co 12:7-12). (b)
La práctica de la adoración cristiana debe encajar en el patrón del NT para la iglesia (véase Hch 7:44, nota). Los seguidores
cristianos hoy deben desear, perseguir y esperar los mismos tipos de expresiones de adoración y experiencias descritas a lo
largo del NT (véase el párrafo sobre “Principio de interpretación” en la introducción al libro de los Hechos del NT).
(2) El elemento clave de la adoración del AT fue el sistema sacrificial (véase Nm 28—29). Como el sacrificio de Cristo en
la cruz finalmente cumplió este sistema, ya no hay necesidad de derramar sangre como parte de la adoración cristiana (véase
Heb 9:1-10-18). Mediante el sacramento, o ceremonia simbólica, de la cena del Señor (por ej., comunión), la iglesia del NT
conmemoró continuamente el sacrificio de Cristo realizado una sola vez y para siempre (1 Co 11:23-26). También se insta a la
iglesia: “ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”
(Heb 13:15) y a presentar nuestros cuerpos en “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Ro 12:1, nota).
(3) Alabar a Dios es esencial para la adoración cristiana. La alabanza fue un elemento clave en la adoración de Israel a Dios
(por ej., Sal 100:4; 106:1; 111:1; 113:1; 117), así como en la adoración de la iglesia primitiva (Hch 2:46-47; 16:25; Ro 15:10-
11; Heb 2:12; véase el artículo sobre ALABANZA, p. 690).
(4) Una manera importante de alabar a Dios es cantando salmos, himnos y cantos espirituales. El AT está lleno de expre-
siones de ánimo para cantar al Señor (por ej., 1 Cr 16:23; Sal 95:1; 96:1-2; 98:1, 5.6; 100:1-2). En los días del nacimiento
563 aRTíCULO: La adoración
de Jesús, toda la multitud celestial estalló en un canto de alabanza (Lc 2:13-14). La iglesia del NT era una comunidad que
cantaba (1 Co 14:15; Ef 5:19; Col 3:16; Stg 5:13). La Biblia describe a los cristianos del NT cantando con su mente (por ej.,
con un lenguaje humano conocido) o con el espíritu (por ej., en un lenguaje espiritual, o “lenguas”; véase 1 Co 14:15, nota).
Bajo ninguna circunstancia veían el canto como una forma de entretenimiento disfrazado de adoración. Aunque el canto y la
música son formas o expresiones importantes de adoración, debemos tener cuidado de no ver la música como el principal
medio de adoración, ni deberíamos permitir que ocupara el lugar de la verdadera adoración. La música ciertamente puede
inspirar y facilitar la verdadera adoración, pero a veces puede subyugar los sentidos y desviar nuestra atención de Dios. De esta
forma, la gente termina adorando una canción, un escritor o un sentimiento en vez de adorar a Dios.
(5) La oración es otro aspecto vital de la adoración. Los santos del AT se comunicaban constantemente con Dios a través de
la oración (por ej., Gn 20:17; Nm 11:2; 1 S 8:6; 2 S 7:27; Dn 9:3-19; cf. Stg 5:17-18). Los líderes de la iglesia del NT también
oraban continuamente después de la ascensión de Jesús al cielo (Hch 1:14), y la oración se convirtió en una parte regular de
la adoración cristiana (Hch 2:42; 20:36; 1 Ts 5:17; véase artículo sobre ORACIÓN EFICAZ, p. 446). Estas oraciones podían
ser personales (por ej., Hch 4:24-30), o podían ser oraciones de intercesión, como oraciones por otras personas (por ej., Ro
15:30-32; Ef 6:18). La oración cristiana debe también incluir dar gracias a Dios (Ef 5:20; Fil 4:6; Col 3:15, 17; 1Ts 5:18). Como
con el canto, la oración se podría hacer con un lenguaje humano conocido o en lenguas (1 Co 14:13-15).
(6) La confesión de pecado (por ej., admitir abiertamente nuestras ofensas hacia Dios) era claramente una parte importante
de la adoración del AT. Dios había establecido el Día de Expiación para los israelitas como un tiempo de confesión nacional de
sus ofensas contra Dios (Lv 16; véase el artículo EL DÍA DE EXPIACIÓN, p. 145). En su oración en la dedicación del templo,
Salomón reconoció la importancia de la confesión (1 R 8:30-39). Cuando Esdras y Nehemías se dieron cuenta de lo mucho
que el pueblo de Dios había quebrantado y descuidado su ley, guiaron a toda la nación de Judá en una intensa oración pública
de confesión (Neh 9). Cuando Jesús les dio a sus seguidores un ejemplo de cómo orar (a menudo conocido como el Padre-
nuestro), les enseñó a pedir perdón por los pecados (Mt 6:12). Santiago enseña a los creyentes a confesar sus pecados unos a
otros (Stg 5:16), porque admitir las faltas y fallos espirituales puede producir responsabilidad e inspirar la seguridad del perdón
misericordioso de Dios (1 Jn 1:9).
(7) La adoración también incluye la lectura pública de la Palabra de Dios y la predicación de su verdad. En los tiempos del
AT, Dios hizo que cada siete años, en la Fiesta de los Tabernáculos, todos los israelitas se congregaran para una lectura pública
de la Ley de Moisés (Dt 31:9-13). El ejemplo más claro de este elemento de la adoración del AT llegó durante los días de Esdras
y Nehemías (véase Neh 8:1-12). La lectura de las Escrituras se convirtió en una parte regular de la adoración de la sinagoga el
día de reposo (véase Lc 4:16.-19; Hch 13:15). De forma similar, cuando los creyentes del NT se reunían para adorar, también
oían la Palabra de Dios (1 Ti 4:13; cf. Col 4:16; 1 Ts 5:27) junto con enseñanza, predicación y desafíos prácticos basados en
la verdad de la Palabra (1 Ti 4:13; 2 Ti 4:2; cf. Hch 19:8-10; 20:7).
(8) Siempre que el pueblo de Dios en el AT se reunía en los atrios del Señor (por ej., lugares de adoración), se les mandaba
llevar sus diezmos (por ej., una décima parte del ingreso o producción de cada uno) y ofrendas (Sal 96:8; Mal 3:10). En el NT,
Pablo escribió a los cristianos corintios con respecto a la colecta para la iglesia de Jerusalén: “Cada primer día de la semana
cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado” (1 Co 16:2). Este es un ejemplo de cómo la verdadera
adoración de Dios debe proporcionar la oportunidad de presentar nuestros diezmos y ofrendas a Dios (véase el artículo sobre
DIEZMOS Y OFRENDAS, p. 1128).
(9) Un elemento único de la adoración del NT era y es el papel del Espíritu Santo y su expresión y varias obras a través de
los seguidores de Cristo. Entre estos “dones” espirituales y expresiones, todos ellos con la intención de honrar a Cristo y edificar
la iglesia, están el mensaje de sabiduría, el mensaje de conocimiento, fe extraordinaria, dones de sanidades, poderes milagro-
sos, profecía, discernir entre tipos de espíritus, hablar en lenguas y la interpretación de lenguas (1 Co 12:7-10). La naturaleza
carismática (guiada por el Espíritu, entusiasta) de la adoración cristiana primitiva se describe aún más en las instrucciones de
Pablo: “Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación”
(1 Co 14:26). En su carta a la iglesia corintia, Pablo dio principios para guiar y regular estos aspectos de la adoración (véase 1
Co 14:1-33, notas). El principio predominante era que cualquier ejercicio de los dones del Espíritu Santo durante la adoración
tenía que fortalecer y ayudar a toda la congregación (1 Co 12:7; 14:26; véase el artículo sobre LOS DONES ESPIRITUALES
PARA LOS CREYENTES, p. 1517).
(10) El otro elemento único de la adoración del NT era la celebración de los sacramentos, las ceremonias simbólicas del
bautismo y la Cena del Señor (por ej., comunión). La Cena del Señor (o el “partimiento del pan”, véase Hch 2:42) parece que
se llevaba a cabo entre los creyentes todos los días justo después de Pentecostés (el día en que Dios envió su Espíritu Santo
para llenar y empoderar a los seguidores de Cristo, Hch 2:46-47). Después, se convirtió al menos en una práctica semanal
(Hch 20:7, 11). El bautismo, como ordenó Cristo (Mt 28:19-20), ocurría tan frecuentemente como las personas se convertían
a la fe en Cristo y se añadían a la iglesia (Hch 2:41; 8:12; 9:18; 10:48; 16:30-33; 19:1-5).

BENDICIOENS DE DIOS PARA LOS VERDADEROS ADORADORES. Cuando se produce una verdadera adoración, Dios tiene
muchas bendiciones preparadas para su pueblo. Él promete: (1) estar con ellos (Mt 18:20) y tener una interacción personal
íntima (Ap 3:20); (2) guiarlos y rodearlos de su gloria (cf. Éx 40:35; 2 Cr 7:1; 1 P 4:14); (3) llenarlos de bendiciones (Ez 34:26),
especialmente de paz (Sal 29:11; véase el artículo sobre LA PAZ DE DIOS, p. 911); (4) darles un gozo incontenible (Sal 122:1;
Jn 15:11); (5) responder a sus oraciones cuando se ofrecen con fe sincera (Mr 11:24; Stg 5:15; véase el artículo sobre LA
ORACIÓN EFICAZ, p. 446); (6) llenarlos con su Espíritu Santo y con valentía para vivir para Cristo y hablarles a otros de Él
(Hch 4:31); (7) obrar entre ellos de formas especiales y obvias mediante el Espíritu Santo (1 Co 12:7-13); (8) guiarlos a toda
verdad mediante el Espíritu Santo (Jn 15:26; 16:13); (9) purificarlos, desarrollarlos y apartarlos para sus propósitos mediante
el poder y la instrucción de su Palabra y el Espíritu Santo (Jn 17:17-19); (10) consolarlos, animarlos y fortalecerlos (Is. 40:1;
1 Co 14:26; 2 Co 1:3-4; 1 Ts 5:11); (11) exponer la realidad del pecado, la justicia y el juicio (véase Jn 16:8, nota); y (12)
salvar espiritualmente a las personas cuya pecaminosidad se les muestra durante una reunión de adoración (1 Co 14:22-25).
aRTíCULO: La adoración 564
OBSTÁCULOS PARA LA VERDADERA ADORACIÓN. Solo porque quienes afirman ser el pueblo de Dios se hayan reunido
para adorar no es garantía de que se esté produciendo una verdadera adoración o que Dios esté aceptando su alabanza y
escuchando sus oraciones. (1) Si la adoración es simplemente una cuestión de palabras y formalidades y los corazones del
pueblo de Dios no están centrados en Él, entonces Dios no acepta su adoración. Cristo reprendió severamente a los fariseos
por su hipocresía porque estaban siguiendo religiosamente las estipulaciones de la ley de Dios mientras que sus corazones
estaban lejos de Él (Mt 15:7-9; 23:23-28; Mr 7:5-7). Notemos la crítica similar surgida contra la iglesia en Éfeso, que seguía
adorando al Señor aunque la gente había perdido su verdadero amor por Cristo (Ap 2:1-5). En su carta a la iglesia corintia,
Pablo advierte a los creyentes que quienes participan de la Cena del Señor sin arrepentirse de su pecado y sin pensar debi-
damente en sus compañeros cristianos, realmente están atrayendo sobre ellos juicio (1 Co 11:28-30; véase 11:27, nota). Lo
fundamental es que podemos esperar que Dios acepte nuestra adoración solo si nuestro corazón está en buena relación con
Él (Stg 4:8; cf. Sal 24:3-4).
(2) Otro obstáculo para la verdadera adoración es un estilo de vida de incoherencia espiritual, pecado e inmoralidad. Dios
rehusó aceptar los sacrificios del rey Saúl porque desobedeció el mandato de Dios (1 S 155:1-23). Isaías reprendió al pueblo de
Dios llamándolos “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados” (Is 1:4), aunque
aún estaban ofreciendo sacrificios y celebrando sus días santos. Por esta razón, el Señor declaró a través de Isaías: “Vuestras
lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuan-
do extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas
están de sangre vuestras manos” (Is 1:14-15). En el NT Jesús instó a los adoradores de Sardis a despertar porque “no he hal-
lado tus obras perfectas delante de Dios” (Ap 3:2). De forma similar, Santiago indica que Dios no oirá las oraciones egoístas de
quienes no se han apartado de las creencias y conductas paganas del mundo (Stg 4:1-5; véase el artículo sobre LA ORACIÓN
EFICAZ, p. 446). El pueblo de Dios puede esperar que Él revele su presencia poderosa y acepte su adoración solo si mantienen
sus vidas espiritualmente puras (Sal 24:3-4; Stg 4:8). La adoración debe ser algo más que un servicio o ceremonia; debe ser
una forma de vida que estima y honra a Dios, en palabras y acciones, en todas las situaciones (Ro 12:1; Heb 13:15, 16).
La Palabra de Dios
Is 55:10-11 “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la
tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra
que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello
para que la envié.”

LA NATURALEZA DE LA PALABRA DE DIOS. La frase “palabra de Dios” (también “palabra de Jehová”, o simplemente “la
Palabra”) se refiere a una variedad de situaciones en la Biblia. (1) Es evidente que se refiere, en primer lugar, a todo lo que Dios
ha hablado directamente. Cuando Dios les habló a Adán y Eva (e.g., Gn 2:16-17; Gn 3:9-19), lo que dijo era palabra de Dios. De
igual manera, les habló a Abraham (e.g., Gn 12:1-3), Isaac (e.g., Gn 26:1-5), Jacob (e.g., Gn 28:13-15) y Moisés (e.g., Éx 3-4).
Dios también le habló a todo Israel en el monte Sinaí cuando le dio los Diez Mandamientos (lee Éx 20:1-19). También cuando
Moisés le comunicó los mandamientos al pueblo, las palabras que este escuchó eran palabras de Dios.
(2) Además de hablar directamente, Dios también habló por medio de los profetas (lee el artículo EL PROFETA EN EL AN-
TIGUO TESTAMENTO, p. 807). Cuando estos le transmitían el mensaje de Dios a su pueblo, solían comenzar con una de estas
expresiones: “Esto dice el Señor” o “vino a mí palabra de Jehová”. Por tanto, cuando los israelitas escuchaban las palabras de
un profeta, estaban escuchando la Palabra de Dios.
(3) Lo mismo sucede con lo que los apóstoles (los líderes pioneros y mensajeros de la Iglesia naciente) dijeron en el NT.
Aunque ellos no comenzaban sus palabras diciendo: “Esto dice el Señor” cuando Él les indicaba que hablaran, lo que pro-
clamaban era realmente Palabra de Dios. Por ejemplo, el sermón de Pablo en Antioquía de Pisidia (Hch 13:16-41) creó tal
conmoción, que “el siguiente día de reposo se juntó casi toda la ciudad para oír la palabra de Dios” (Hch 13:44). En su carta
a los Tesalonicenses, Pablo dice: “Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios” (1 Ts 2:13; cf. Hch 8:25).
(4) Desde luego, todo lo que Jesús habló era Palabra de Dios, puesto que en Él está la plenitud de Dios (Jn 1:1, 18; 10:30;
1 Jn 5:20). Lucas, el escritor del tercer evangelio (i.e., las “buenas nuevas”, una de las cuatro narraciones escritas sobre la vida
de Cristo: Mateo, Marcos, Lucas, Juan) señala claramente que cuando la gente escuchaba a Jesús, oía la Palabra de Dios (Lc
5:1). Observa que mientras los profetas del AT solían comenzar sus mensajes diciendo una expresión como la de “Esto dice
Jehová”, Jesús iniciaba sus declaraciones afirmando: “Yo os digo…” (e.g., Mt 5:18, 20, 22, 32, 39; 11:22, 24, Mr 9:1; 10:15;
Lc 10:12; 12:4; Jn 5:19; 6:26; 8:34). Él tenía la autoridad divina en sí mismo para hablar Palabra de Dios. Es tan importante
oír las palabras de Jesús, que Él mismo dice: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá
a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn 5:24). Jesús está tan íntimamente identificado con la Palabra de Dios,
que es llamado “el Verbo” (del latín Verbum, traducción literal del original griego Lógos, “palabra”; Jn 1:1, 14: 1 Jn 1:1; Ap
19:13-16; lee Jn. 1:1, nota).
(5) La Palabra de Dios es el registro escrito de lo que los profetas, los apóstoles y Jesús hablaron; o sea, las Escrituras. En
el NT no se hace ninguna diferencia alguna si un escritor utiliza la frase “Moisés dijo”, “David dijo”, “El Espíritu Santo dice” o
“Dios dice” (lee Hch 3:22; Ro 10:5, 19; He 3:7; 4:7). Todo lo que está escrito en la Biblia es Palabra de Dios (lee el artículo LA
INSPIRACIÓN Y LA AUTORIDAD DE LA ESCRITURA, p. 1659).
(6) Aunque no al mismo nivel de autoridad que las Escrituras (i.e., los registros escritos de la Palabra de Dios que tenemos
en la forma de la Biblia), la proclamación hablada hecha por los predicadores o los profetas en la Iglesia actual puede ser
llamada palabra de Dios. (a) Pedro indicó que aquello que sus lectores recibían a través de la predicación de la Palabra (i.e., un
mensaje que se base en la Palabra de Dios escrita y en el verdadero mensaje de Jesús, y esté de acuerdo con ellos) era palabra
de Dios (1 P 1:25), y Pablo instruyó a Timoteo a “predicar la Palabra” (2 Ti 4:2). Sin embargo, esa predicación nunca debe
sustentarse en sí misma, ni considerarse independiente de la Palabra de Dios escrita. De hecho, la prueba para determinar si
se está proclamando realmente la Palabra de Dios en un sermón o mensaje, consiste en ver si este corresponde y concuerda
con la Palabra escrita de Dios (lee el artículo LOS FALSOS MAESTROS, p. 1242). (b) ¿Qué sucede cuando una persona recibe
una profecía (i.e., un mensaje de Dios para los demás) o una revelación especial dentro de una reunión de adoración? (1 Co
14:26-32). ¿Está recibiendo palabra de Dios? La respuesta a esta pregunta podría ser que sí, aunque con ciertas condiciones.
Pablo señala que estos mensajes están sujetos a la evaluación por parte de otros miembros de la iglesia o congregación, de
manera que es posible que se llegue a la conclusión de que esas profecías no son en realidad palabra procedente de Dios (lee
1 Co 14:29, nota). Solo en un sentido menor o secundario nos podemos referir a los profetas de hoy como personas que hablan
bajo la inspiración del Espíritu Santo. La revelación presentada por alguien que habla en la actualidad como profeta, o usando
el don de profecía, nunca se debe elevar hasta el punto de considerarla sin error alguno o perfectamente digna de confianza,
al nivel de las Escrituras (lee 1 Co 14:31, nota; también los artículos LOS DONES ESPIRITUALES PARA LOS CREYENTES, p.
1517, y LOS DONES DEL MINISTERIO DE LIDERAZGO PARA LA IGLESIA, p. 1582). Todo mensaje verdadero de Dios que
sea presentado en la actualidad se halla subordinado y dependiente de lo que Dios ya nos ha revelado a través de su Palabra
escrita (i.e., la Biblia).

EL PODER DE LA PALABRA DE DIOS. La Palabra de Dios “permanece para siempre en los cielos” (Sal 119:89; Is 40:8; 1 P
1:24-25). Sin embargo, no es una palabra estancada o inactiva, sino dinámica y poderosa (cf., Heb 4:12), y logra grandes
cosas (Is 55:11). (1) La Palabra de Dios es la palabra creadora. Según la narración de la creación, las cosas comenzaron a
existir cuando Dios habló su Palabra (e.g., Gn 1:3-4, 6-7, 9). El escritor del Salmo 33 resume el proceso cuando dice: “Por la
palabra de Jehová fueron hechos los cielos” (Sal 33:6; cf. v. 9) y el escritor de Hebreos dice: “Por la fe entendemos haber sido
constituido el universo por la palabra de Dios” (Heb 11:3; cf. 2 P 3:5). Nótese que según Juan, la Palabra de Dios usada para
crear todas las cosas fue Jesucristo mismo (Jn 1:1-3; lee el artículo LA CREACIÓN, p. 6).
aRTíCULO: La Palabra de Dios 858
(2) La Palabra de Dios también tiene el poder de sustentar a la creación. En palabras del escritor de Hebreos, Dios sustenta
“todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb 1:3; lee también Sal 147:15-18). Al igual que la palabra creadora, esta
palabra también está relacionada con Jesucristo; por eso Pablo insiste en que “todas las cosas en él [en Jesús] subsisten”
(Col 1:17).
(3) La Palabra de Dios tiene el poder de dar, revelar y comunicar nueva vida. Pedro testifica que somos nacidos de nuevo
“por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 P 1:23; cf. 2 Ti 3:15; Stg 1:18). Por esta razón, Jesús es llamado
“el Verbo de vida” (1 Jn 1:1).
(4) La Palabra de Dios también libera gracia (i.e., favor inmerecido, misericordia y ayuda de Dios), poder y revelación medio
de los cuales los seguidores de Cristo pueden crecer en su fe y consagrarse a Él. Isaías usa una ilustración poderosa: así como
el agua del cielo hace que las cosas crezcan físicamente, también la palabra que sale de la boca de Dios hace que nosotros
crezcamos espiritualmente (Is 55:10-11). Pedro se hace eco del mismo concepto cuando escribe que al tomar la “leche espi-
ritual no adulterada” de la palabra de Dios, crecemos en nuestra relación con Dios (1 P 2:2).
(5) La Palabra de Dios es “la espada del Espíritu” que Dios nos ha dado para luchar contra Satanás y sus malvadas maqui-
naciones (Ef 6:17; cf. Ap 19:13-15). Observa cómo en el relato de la victoria de Jesús sobre las tentaciones de Satanás, en cada
ocasión Él desafía a Satanás declarando: “Escrito está” (i.e., “se levanta como Palabra de Dios infalible, inerrante, perfecta y
totalmente digna de confianza”; cf. Lc 4:1-11; lee Mt 4:1-11 nota).
(6) Por último, la Palabra de Dios tiene poder para juzgarnos. Los profetas del AT y los apóstoles del NT decían con frecuen-
cia palabras de corrección, disciplina y juicio que recibían del Señor. Jesús mismo dijo que su palabra condenaría a aquellos
que lo rechazaran (Jn 12:48), y el autor de Hebreos escribe que la poderosa palabra de Dios juzga “los pensamientos y las
intenciones del corazón” (lee Heb 4:12, nota). En otras palabras, los que deciden ignorar la Palabra de Dios un día la experi-
mentarán como palabra definitiva de juicio y convicción.

NUESTRA RESPUESTA A LA PALABRA DE DIOS. La Biblia describe en un lenguaje claro e inequívoco la forma en que debe-
mos responder a la Palabra de Dios en todas sus maneras diferentes. Debemos escuchar y recibir la palabra de Dios con avidez
(Is 1:10; Jer 7:1-2; Hch 17:11) y confiar en que Él nos ayude a entenderla (Mt 13:23). Debemos alabar y honrar la Palabra de
Dios (Sal 56:4, 10), amarla (Sal 119:47, 113) y convertirla en nuestro gozo y deleite (Sal 119:16, 47). Debemos aceptar lo que
dice (Mr 4:20; Hch 2:41; 1 Ts 2:13), dejar que penetre en nuestro corazón (Sal 119:11), confiar en ella (Sal 119:42) y poner
nuestra esperanza en sus promesas (Sal 119:74, 81, 114; 130:5). Sobre todo, debemos aplicarla directamente a nuestra vida
diaria. Esto significa que debemos obedecer lo que nos ordena (Sal 119:17; 67; Stg 1:22-24) y vivir de acuerdo con sus prin-
cipios, instrucciones y dirección (Sal 119:9). Dios exige de aquellos que ministran y enseñan la Palabra (cf. 1 Ti 5:17) que la
usen correctamente (2 Ti 2:15) y la prediquen fielmente (2 Ti 4:2). De hecho, todos los seguidores de Jesús estamos llamados
a proclamar la Palabra de Dios; a difundir su mensaje de esperanza, perdón y vida nueva dondequiera que vayamos (Hch 8:4).
Fe y Gracia
Ro 5:21 “Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para
vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.”

La salvación espiritual se nos da como un don de la gracia divina (el favor inmerecido de Dios, su amor, bondad, socorro y ca-
pacitación espiritual), pero solo se la puede recibir y será eficaz en lo personal en la vida de cada uno mediante una respuesta
personal de fe. Para comprender el proceso de la salvación, necesitamos comprender los dos conceptos que se explican a
continuación: LA FE PARA SALVACIÓN y LA GRACIA DE DIOS. (Para un estudio más amplio sobre la salvación espiritual, lee
el artículo TÉRMINOS BÍBLICOS QUE SE REFIEREN A LA SALVACIÓN, p. 1449.)

LA FE PARA SALVACIÓN. La fe en Jesucristo es el único requisito para recibir el don gratuito de Dios que es la salvación
espiritual. La fe no es solo asunto de lo que crea la persona con respecto a Cristo; es también una respuesta activa desde el
corazón de la persona que indica que realmente desea aceptar a Cristo como Salvador (como el que la rescata de sus pecados)
y seguirlo como Señor (como el Soberano de su vida; cf. Mt 4:19; 16:24; Lc 9:23-25; Jn 10:4, 27; 12:26; Ap 14:4). En otras
palabras, la fe va más allá del conocimiento intelectual según el cual Jesucristo es el Hijo de Dios y murió para pagar el precio
por nuestros pecados. La fe verdaderamente bíblica, de la cual brota la salvación espiritual, supone una confianza activa me-
diante la cual la persona le entrega a Cristo el control total de su vida y se compromete a hacer su voluntad. (1) La descripción
y las formas que toma la fe en el Nuevo Testamento comprenden cuatro elementos principales:
(a) Creer firmemente que Cristo resucitó por nuestros pecados y se levantó de la muerte para darnos vida a nosotros, y
creer que Él es nuestro Señor y Salvador personal (lee Ro 1:17, nota). Esto exige que creamos con todo nuestro corazón en
Jesucristo (Ro 6:17; Ef 6:6; Heb 10:22), que le sometamos nuestra voluntad (nuestros deseos, decisiones, planes, propósitos
y motivaciones) y que dediquemos nuestro ser por completo a Él y a su voluntad tal como la revela la Biblia.
(b) Un arrepentimiento genuino (un admitir y expresar verdadero pesar por nuestros caminos pecaminosos, para alejarnos
de esos caminos; Hch 17:30; 2 Co 7:10) y un cambio total de dirección para caminar ahora hacia Dios, con el fin de seguir a
Cristo. La fe bíblica auténtica siempre supone humildad y arrepentimiento genuinos (Hch 2:37-38; lee Mt 3:2, nota sobre el
arrepentimiento).
(c) Obedecer a Jesucristo y a su Palabra. Esa obediencia debe convertirse en un estilo de vida inspirado por nuestra
gratitud a Dios y confianza en Él, y por la obra transformadora del Espíritu Santo (Jn 3:3-6; 14:15, 21-24; Heb 5:8-9).
Se trata de una “obediencia que proviene de la fe” (Ro 1:5). Por esta razón, la fe y la obediencia van de la mano. De
hecho, son inseparables cuando se trata de servir a Dios y seguir a Cristo (cf. Ro 16:26). La genuina fe para salvación
no es posible sin que nos comprometamos a ser santificados (entrar en el proceso continuo de la pureza espiritual, la
separación con respecto al mal, el crecimiento espiritual y la preparación para cumplir la voluntad de Dios; lee el artículo
LA SANTIFICACIÓN, p. 1719).
(d) Una entrega personal apasionada a Jesucristo, expresada por la confianza, el amor, la gratitud y una lealtad total y des-
interesada. En la relación personal con Cristo, la fe realmente consagrada no puede ser diferente del amor, ni estar separada de
él; ambos están entrelazados por completo. Tanto la fe como el amor manifiestan un acto personal de rendición y negación de
nosotros mismos para someternos a Cristo (cf. Mt 22:37; Jn 21:15-17; Hch 8:37; Ro 6:17; Gá 2:20; Ef 6:6; 1 P 1:8).
(2) La fe en Jesús como Señor y Salvador es a la vez el acto de un simple momento (en el cual la persona acepta por vez
primera el perdón de Dios y le encomienda su vida a Cristo) y al mismo tiempo, una actitud continua que nos lleva a una ac-
tuación que debe seguir creciendo y fortaleciéndose (lee Jn 1:12, nota). Puesto que tenemos fe en una persona concreta, que
nos ama y que dio su vida por nosotros (Ro 4:25; 8:32; 1 Ts 5:9-10), nuestra fe se debe ir fortaleciendo (Ro 4:20; 2 Ts 1:3; 1 P
1:3-9). La confianza y la obediencia, dos de los requisitos principales para la presencia de Dios en nuestra vida, se convierten
en lealtad y entrega (Ro 14:8; 2 Co 5:15). Después de esto, esa lealtad y esa entrega se transforman en un intenso sentido de
apego personal y amor hacia el Señor Jesucristo (Fil 1:21; 3:8-10; lee las notas de Jn 15:4 y Gá 2:20). Este tipo de fe en Cristo
nos lleva a una nueva relación con Dios y nos exime de su juicio decisivo contra el pecado (Ro 1:18; 8:1). Por medio de esa
nueva relación, somos “muertos al pecado” (libres de su control e insensibles a su influencia, Ro 6:1-18) y vivos en Cristo por
medio del poder del Espíritu Santo, quien vive en nosotros (Gá 3:5; 4:6).

LA GRACIA DE DIOS. En el Antiguo Testamento, Dios se reveló como un Dios de gracia y misericordia. Demostró su amor hacia
Israel, su pueblo, no porque este lo mereciera, sino por su propio deseo de tener una relación personal con él y de ser fiel a
las promesas que les había hecho a Abraham, Isaac y Jacob, sus padres (lee Éx 6:9, nota; lee los artículos EL PACTO DE DIOS
CON ABRAHAM, ISAAC Y JACOB, p. 37, LA PASCUA, p. 85, y EL DÍA DE EXPIACIÓN, p. 145). Podemos describir la justicia
como el hecho de recibir con exactitud lo que nos merecemos. La misericordia consiste entonces en un recibir el perdón divino
en cuanto a todas las consecuencias por nuestros actos y los juicios que merecemos. Después describiríamos la gracia como
el hecho de recibir de parte de Dios un favor y unos beneficios que no nos merecemos. El Nuevo Testamento insiste en el
tema de la gracia demostrada por Dios al darnos a su Hijo Jesús, el cual entregó voluntariamente su vida por nosotros, unos
pecadores que no la merecíamos. Los creyentes reciben hoy esta gracia por medio de la presencia y la dirección del Espíritu
Santo, quien nos transmite la misericordia, el perdón y la aceptación de Dios, y nos da el deseo y el poder de hacer su voluntad
(Jn 3:16; 1 Co 15:10; Fil 2:13; 1 Ti 1:15-16). Todo el proceso y el progreso de la vida cristiana, desde el principio hasta el final,
dependen de esa gracia.
(1) Dios les otorga como un don un cierto grado de gracia (1 Co 1:4) a los no creyentes (los que aún no conocen a Cristo o
no lo han aceptado) para que puedan responder a su mensaje y misericordia. Creer en Él y aceptarlo como Señor y Salvador
(Ef. 2:8-9; Tit 2:11; 3:4).
aRTÍCULO: Fe y Gracia 1462
(2) Dios nos da gracia a los creyentes (los que hemos decidido aceptar y seguir a Cristo) para que podamos ser “liberados
del pecado” (Ro 6:20, 22), teniendo como finalidad “el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:13; cf. Tit 2:11-12;
lee Mt 7:21, nota sobre la obediencia como don de la gracia divina). La gracia de Dios también nos ayuda a orar (Zac 12:10), a
crecer en nuestra relación con Cristo (2 P 3:18) y a comunicarles el mensaje de Cristo a los demás (Hch 4:33; 11:23).
(3) Es necesario que deseemos la gracia de Dios con diligencia, la busquemos y la aceptemos (Heb 4:16). Entre las mane-
ras de recibir la gracia de Dios se hallan las siguientes: el estudio y la obediencia de la Palabra de Dios (Jn 15:1-11; 20:31; 2
Ti 3:15); la aceptación positiva de la predicación del Evangelio, las Buenas Nuevas sobre Cristo (Lc 24:47; Hch 1:8; Ro 1:16;
1 Co 1:17-18); la oración (Heb 4:16; Jud 20); el ayuno, que consiste en abstenernos de alimentos por un período de tiempo
para centrarnos en los asuntos espirituales por medio de la oración (Mt 4:2; 6:16); la adoración de Cristo (Col 3:16); la plenitud
continua del Espíritu Santo (Ef 5:18) y la participación en la Santa Cena o Comunión (Hch 2:42; lee Ef 2:9, la nota relacionada
con la forma en que obra la gracia).
(4) Existe la posibilidad de que una persona que en un momento ha creído realmente en Cristo y lo ha aceptado, se resista
ante la gracia de Dios e incluso la rechace (Heb 12:15), la reciba en vano y sin efecto perdurable (2 Co 6:1), la deseche y olvide
(Gá 2:21) y también la abandone (Gá 5:4).
La Separación Espiritual de los Creyentes
2 Co 6:17-18 “Por lo cual, / Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, / Y no toquéis lo inmundo;
/ Y yo os recibiré, / Y seré para vosotros por Padre, / Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor
Todopoderoso.”

El concepto de la separación del mal y de todo lo que contradice, se opone y desafía la personalidad, las normas y los propósi-
tos de Dios, es fundamental para entender la relación de Dios con su pueblo. Según la Biblia, esta separación tiene dos dimen-
siones: una negativa (la relacionada con lo que evitamos o no hacemos) y la otra positiva (la relacionada con lo que hacemos
en realidad): (a) Nos debemos separar moral y espiritualmente de manera consciente del pecado (lee Ro 6:1, nota) y de todo lo
que sea contrario a la obra y persona de Jesucristo y a la Palabra de Dios. (b) Debemos buscar deliberadamente una relación
más profunda y más íntima con Dios por medio del tiempo invertido en la oración, la Palabra, la adoración y el servicio a Dios.
Al dedicar nuestros mejores esfuerzos a la búsqueda de una relación más profunda con Dios y al cumplimiento de su propósito
para nuestra vida, es natural que adquiramos rasgos personales semejantes a los de Cristo y nos separemos más de la maldad.
Esta separación doble tiene por consecuencia un sentido profundo de nuestra relación con Dios como Padre celestial nuestro,
que vive con nosotros por su Espíritu y cuida de nosotros porque somos sus hijos (2 Co 6:16-18).
(1) En el Antiguo Testamento la separación era un requisito constante para los que formaban el pueblo de Dios (lee Éx
23:24, nota; Lv 11:44, nota; Dt 7:3, nota; Esd 9:2, nota). Se esperaba de ellos que fuesen santos (moralmente puros, espiri-
tualmente íntegros, separados del mal y consagrados a los propósitos de Dios). Esto significaba vivir de una manera diferente
a los que no seguían a Dios. Aunque puede haber parecido una medida extrema, Dios le exigía a Israel que siguiera viviendo
separado de las personas de otras naciones cuyo estilo de vida y prácticas religiosas corruptas trataban de influir en el pueblo
de Israel para que se rebelara contra Dios y apostatara de su fe (lee el artículo LA DESTRUCCIÓN DE LOS CANANEOS, p.
254). Una de las razones clave por las cuales Dios castigó a su pueblo, permitiendo que fuera vencido y llevado al destierro
(deportados, sacado de sus tierras) en Asiria y Babilonia era su intención persistente de adorar dioses falsos e imitar los estilos
de vida perversos de las naciones que lo rodeaban (lee 2 R 17:7-8, notas; 24:3, nota; 2 Cr 36:14, nota; Jer 2:5, 13, notas; Eze
23:2, nota; Os 7:8, nota; consulta los mapas EL EXILIO DEL REINO DEL NORTE y EL EXILIO DEL REINO DEL SUR, p. 422).
(2) En el Nuevo Testamento, Dios nos ordenó a los seguidores de Cristo que permaneciéramos separados (a) del sistema
corrupto del mundo (las creencias, los estilos de vida y las maneras de hacer las cosas en rebeldía contra Dios) y de las formas
de conducta que quebrantan las normas divinas en cuanto a pureza e integridad (Jn 17:15-16; 2 Ti 3:1-5; Stg 1:27; 4:4; lee
el artículo LA RELACIÓN DEL CREYENTE CON EL MUNDO, p. 1748), (b) de aquellos que, a pesar de estar dentro de las
iglesias y de afirmar que siguen a Jesús, desobedecen y desafían a Dios y se niegan a dejar sus propios caminos para seguir
sinceramente a Cristo (Mt 18:15-17; 1 Co 5:9-11; 2 Ts 3:6-15) y (c) de los falsos maestros, las iglesias apóstatas o los sistemas
religiosos que fomentan creencias impías y niegan la veracidad de la Palabra de Dios revelada en la Biblia (lee Mt 7:15; Ro
16:17; Gá 1:9, nota; Tit 3:9-11; 2 P 2:17-22; 1 Jn 4:1; 2 Jn 10-11; Jud 12-13).
(3) Nuestra actitud de separación debe ser (a) de odio al pecado (todo lo que ofende, se opone y desafía a Dios y contra-
dice sus atributos y sus normas) y al sistema corrupto del mundo (Ro 12:9; Heb 1:9; 1 Jn 2:15), (b) de oposición a las falsas
enseñanzas religiosas (Gá 1:9), (c) de genuina compasión por aquellos de quienes necesitamos separarnos o distinguirnos en
nuestra conducta, lo cual incluye el que sintamos necesidad de orar por ellos y acercarnos a ellos con el amor y el mensaje de
Cristo (Jn 3:16; 1 Co 5:5; Gá 6:1; cf. Ro 9:1-3; 2 Co 2:1-8; 11:28-29; Jud 22; lee el artículo EL COMPROMISO DE ORAR EN
LAS MISIONES DE CAMPO, p. 1612) y (d) de un temor reverente hacia Dios (es decir, un temor intenso y respetuoso que nos
haga conscientes de nuestra responsabilidad ante el Dios Todopoderoso) y que hará que sigamos siendo puros y fieles a sus
propósitos (2 Co 7:1; lee el artículo EL TEMOR DEL SEÑOR, p. 213).
(4) El propósito de esta separación es que nosotros, como pueblo de Dios, podamos perseverar y crecer (a) en nuestra
salvación espiritual (1 Ti 4:16; Ap 2:14-17), en nuestra fe (1 Ti 1:19; 6:10, 20-21), en pureza y santidad personales (Jn 17:14-
21; 2 Co 7:1); (b) en nuestro servicio y entrega a Dios como Señor y Padre nuestro (Mt 22:37; 2 Co 6:16-18); y (c) en nuestra
capacidad para influir en otros y convencerlos con respecto a la veracidad del mensaje de Cristo y la bendición que significa
seguirlo (Jn 17:21; Fil 2:15).
(5) Si nos separamos adecuadamente, Dios mismo nos recompensa, llevándonos a una relación más profunda con Él.
Como resultado de todo esto, vamos a estar más conscientes de su protección, bendición y cuidado paternal. Él nos promete
que será todo lo que un buen padre debe ser. Será nuestro consejero y guía, nos amará y nos valorará como hijos suyos (2
Co 6:16-18).
(6) Cuando el pueblo de Dios se niega a alejarse del mal, el resultado inevitable es la pérdida de la comunión con Él (2 Co
6:16), la aceptación del Padre (6:17) y nuestros derechos como hijos (6:18; cf. Ro 8:15-16).
(7) Esta separación espiritual no significa que nos neguemos a comunicarnos con los pecadores (los que aún no tienen una
relación personal con Cristo) o acercarnos a ellos. Es cierto que necesitamos evitar las relaciones, actividades y formas de con-
ducta (incluso con personas que estén en la iglesia, lee 1 Co 5:9-11; 2 Ts 3:14) que nos pongan en peligro o hagan que nos re-
belemos contra los mandamientos, principios y normas de Dios. Sin embargo, siempre guiados por Dios, también necesitamos
encontrar la manera de llegar a esas personas con amor para comunicarles el mensaje del perdón y la vida nueva vida gracias
a la fe en Cristo. No obstante, al hacerlo, no nos debemos exponer ingenuamente a tentaciones y malas influencias que podrían
disminuir nuestra influencia para llevar a Dios a esas personas, o disminuir incluso nuestra propia relación con Dios (cf. 2 Ti
2:22; Tit 2:7). Muchos cristianos comprometidos han tomado decisiones lamentables y muy peligrosas con respecto a la rela-
ción con las personas impías. Como consecuencia, han descubierto que Dios tiene toda la razón al advertirnos continuamente
contra la participación en actividades espiritualmente dudosas y la asociación con personas de mala vida (cf. 1 Co 15:33).
Llegó la Biblia para
ayudar a los jóvenes a
compartir la verdad.
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