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3.2 Estar en Obra - L. Grandal
3.2 Estar en Obra - L. Grandal
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Errancias, extravíos y trayectos en la adolescencia.
Me dicen el desaparecido / Fantasma que nunca está /
Me dicen el desagradecido/Pero esa no es la verdad
Llevo en el cuerpo un dolor/Que no me deja respirar
Llevo en el cuerpo una condena/Que siempre me echa a caminar…
Manu Chao
En el sentido vulgar la palabra “movimiento” (1), quiere decir cambio de lugar de un cuerpo.
Sobre “motilidad” el diccionario (1`), nos dice que es una función que preside la realización de
los movimientos y de las actitudes, pudiendo distinguirse de una motilidad voluntaria, otra
automática que preside la ejecución y la regulación de todos los movimientos automáticos.
Otra acepción de motilidad agrega que es, una de las funciones de relación que refleja mejor,
el fenómeno de la vida.
La acepción filosófica de movimiento dice: “Todo cambio operado por un ser” (1). Los filósofos
anteriores a Aristóteles propusieron (2):
-unos se preocuparon por salvar la identidad del ser en la variedad de sus estados y cambios,
hasta el punto de llegar a negar la realidad de estos y reducirlos a puras apariencias
(Parménides de Elea). Sistema monista del Ser.
-Otros afirmaron la realidad del cambio y el ser se desvanece en su realidad por la falta de
identidad. (Heráclito de Efeso). Sistema monista del devenir.
Aristóteles, después de haber estado veinte años en la Academia de Atenas como discípulo de
Platón, funda la Escuela Peripatética del Liceo. Se llamaban peripatéticos a los seguidores de la
doctrina filosófica aristotélica. Estos tenían como hábito caminar, a lo largo del camino
porticado, perímetro exterior de Atenas y en el transcurso de ese andar, filosofaban y
transmitían la enseñanza. Recordemos la pintura de Rafael “La Escuela de Atenas”, donde
queda inmortalizado ese pasaje de la potencia al acto, en el andar del maestro, junto a su
discípulo: Platón y Aristóteles. Articulación psiquesomática, mente-cuerpo, pensamiento y
acción emplazada en la dimensión intersubjetiva maestro-discípulo, padre-hijo.
Que formas toman en la errancia , los movimientos subjetivantes, sus fracasos en los modos
de ser de ir siendo, de ir haciendo , transformar o extraviarse?
Gutton y Slama plantean que en algunos de los encuentros por nosotros denominados
terapéuticos pudiera el errante, construir una filosofía de vida que le resulte satisfactoria.
Quizá unos modos de ser o de ir siendo, que opere la diferencia entre crear derivas y estar a la
deriva.
-Una joven enurética hasta los 18 años, con serios trastornos alimentarios y de relación con el
otro sexo, también padecía de episodios bulímicos. En los primeros tiempos del análisis, había
en su rostro un clima entre esquizoide y paranoide, acompañado de sus baños enuréticos de
orina, una dificultad para pensar que le había hecho ganar entre sus amistades dichos como:
“…vos obedecés a la ley del embudo…la linda con el mas boludo”. Emborracharse en las
fiestas le servía como protección para llevar una falsa vida social. Todas envolturas para su
narcisismo poblado de trastornos. El padre tenía un lavadero automático, entonces todas las
mañanas ésta joven le entregaba también automáticamente sus sábanas y ropas empapada
con su orina, errancias que análisis mediante transmutaron en itinerarios subjetivantes.
Comenzó a irse a dormir a la casa deshabitada dónde habían vivido sus abuelos. En principio a
tratar de estudiar tranquila. Poco a poco, se fue poblando con la presencia de sus amigos y del
amor. Recuperó recuerdos como los del sabroso sabor de las comidas que le hacía su abuelo,
en contraposición con otra serie de recuerdos sentencias que se le imponían en su derrotada
imaginación, como: “…es tan inútil que no sirve ni para pelar papas”, uno de los dichos de su
padre. Sus idas y vueltas, comenzaron a armarle una nueva casa sostenida en algo que a la
comida le dio pretensión de sabor y no de relleno de una tubería extraña.
Los movimientos implicados en los trabajos de desinvestimiento de los espacios familiares, que
traen aparejado el investimiento de una espacialidad y una temporalidad vinculada a la
experiencia subjetivante de la exploración, la conquista de “lo propio no familiar”, constituyen
itinerarios, “hacen camino al andar”. Bien diferente es la acción errática que es un estar a la
deriva de la subjetividad.
El “ir siendo” y “haciendo” del itinerario, nos ubica en esa dimensión tan excitante como
angustiosa de la novedad del devenir Aristotélico, entre la potencia, aspecto que representa lo
que es necesario que permanezca y el acto, generador de la diferencia.
Ese es el punto dónde el uso del espacio potencial winnicottiano, por Ulises, se torna acción
maníaca, extraviada, que lleva al naufragio y a la confinación a Robinson, obedeciendo a su
voto de no querer ser hijo de nadie.
Ciertas problemáticas que estallan en la adolescencia, presentan un uso del espacio, en la que
el cuerpo parece andar demasiado desasido de su mente. Una joven relata sin demasiado
asombro, como en el baño de un edificio público le dieron un teléfono para hacerse masajes.
Apareció allí y sin oponerse terminó siendo abusada por la supuesta masajista y un hombre
que apareció en la escena. Tampoco sabe muy bien cómo llegó hasta allí. Relata también que
toma alcohol hasta no saber cómo se llama despertando en la cama de hombres desconocidos
que en algunas oportunidades la han dejado luego en ese estado, en la calle.
Otra joven comentaba, ésta otra con mayor convicción, que le encantaba andar por bares, en
los que terminaba alcoholizada hablando con vagabundos y pordioseros. También comentaba
que a veces en el extremo de la borrachera terminaba en la cama con algún hombre sin mucho
recuerdo después, de cómo había llegado allí. Esta joven compartía el lugar dónde vivía con un
amigo homosexual con el cual dormían en la misma cama, lo cual era natural y comentaba que
para ella era como un hermano.
Quedó embarazada nunca sabiendo de quién era hijo el bebé, sin preocuparla demasiado. En
otra oportunidad después de vivir algo molesto, se fue recorriendo kilómetros en tren, a visitar
a alguien sin saber si estaban en la casa, por lo cual se quedó durmiendo en una estación de
tren sin dinero, pues solo llevaba el pasaje de ida.
Fracturas de historia.
Esto impide un trabajo de elaboración, manteniendo una posición de engaño respecto del
dominio del ambiente vivido persecutoriamente y de un experienciarse mas real bajo la forma
artificial de lo que Winnicott describiera como falso-self (13). Estos jóvenes suelen huir hacia
adelante, bajo amenaza de un riesgo depresivo reactivado por los duelos puberales y
fundamentalmente por la imposibilidad de tramitarlos. El recurso maníaco a la acción, lo
desubjetiva, lo vacía por la vía evacuativa. La errancia se aproxima aquí a la categoría descripta
por Fenichel, respecto de ciertas actividades como una Toxicomanía sin Droga (14). El tóxico
aquí sería el movimiento produciendo una sensación de efecto calmante. La huida hacia
adelante evidencia el trabajo del mecanismo renegatorio, propio de la construcción fetichista.
Este es el origen del empuje a echarse a andar y a vagar en errancia.
Creo oportuno plantear la diferencia entre la tendencia antisocial (15), que emite un llamado ,
una apelación al otro, como defensa al sentimiento de estar vivo, apelación a un marco que
haga posible la experiencia y la adicción como intento de desembarazarse por completo, de
toda experiencia, precipitando al sujeto a la pura reacción. Esto lo plantea la Prof. Beatriz
Grego, en su artículo “Toxicomanía y Tendencia Antisocial” (16).
Criptoforías.
Sabemos desde Freud, que la renegación es un modo de defensa por la que el sujeto rehusa
reconocer la modalidad de una percepción traumatizante, mecanismo especialmente
construido para dar cuenta del fetichismo. ¿Qué percepción en nuestros errantes está
rehusada?
Creo pertinente pensar en éste aspecto traumático sobre los orígenes respecto de lo que se
esperaba y no sucedió. La categoría de “traumatismo negativo”, conceptualizado por A. Green
(10), a la inversa del traumatismo presente, en el significado de seducción sexual que Freud
nos legara, parece acompañarnos mejor para precisar los mecanismo psíquicos, que
estructuran estas errancias, tanto en el terreno de la conducta como en el de las
representaciones. Una espera decepcionada demasiado larga en la que el objeto muere. Ese
cadáver, la sombre de ese cadáver habita en el cuerpo de estos errantes. Esa percepción está a
mi parecer, particularmente rehusada. Sospecha melancolía presente en la transferencia. Un
elemento impensable dificulta la filiación. El inscribirse y quedar inscripto en el linaje, en el
territorio de las diferencias generacionales y el lugar en las generaciones. La transmisión del
nombre y ciertos pasajes de la historia, quedan rehusados, la adicción fetichista rehusaría no la
sensación, sino cierto aspecto del uso de la capacidad para tener sexo, que compromete al
factor sexual con la dimensión de ser deseado como hijo y ser reconocido como tal.
El mayor simulacro del espacio fetichizado y simultáneamente del movimiento que lo funda
estaría al servicio de rehusar tener que responder al porque de la muerte de ese objeto
decepcionante.
La renegación puesta en juego afecta tanto al tener o no tener de la castración como al nivel
ontológico del ser o no ser de la continuidad existencial. De ahí quizá la paradójica experiencia
del sexo como sexo-sensación, sexo-calmante, sexo-maquinal.
Todo esto llevaría a que se establezca una relación falsa con el deseo, una falsa
intersubjetividad , donde el encuentro con el otro tiene mucho de artificio.
Birraux (18), nos plantea dos paradojas sobre lo que se constituiría lo inasible de la errancia:
-crear utilizando el espacio de ilusión con la condición que el objeto sea un engaño. Guttón y
Slama (19), plantean que en ocasión de encuentros terapéuticos, fijar al errante tiene sus
dificultades y riesgos (depresión y despersonalización), lo cual implicaría una gran flexibilidad
en el estilo de intervención.
El proceso identificatorio, trabajo clave de la transición adolescente está regulado por éstos
principios citados. Construirse un pasado, tal como nombra P. Aulagnier a éstas operaciones,
requiere que en la producción de las modificaciones halla un número mínimo de anclajes,
puntos de permanencia que garantizarán y darán fiabilidad a la memoria de su memoria. En el
“tiempo de infancia”, el sujeto debió seleccionar y apropiarse de los elementos que
constituirán ese “fondo de memoria”, gracias al cual podrá ahora instituirse en su historiador
biógrafo. Este tejido avalará que, en su trayecto identificatorio el que va deviniendo en su
lúdica y cambiante experiencia de sí mismo, no se presente como extraño, a la manera de lo
siniestro. Este fondo de memoria le garantiza al yo en el registro identificatorio:
Así el pasado queda reconocido como fuente de su ser, en ese puente, ligadura, pasaje que se
erige desde el presente. El movimiento y el cambio propios de éstos trabajos, se presentan no
pocas veces en una pura apariencia, como sí, en simulacros adolescentes que quedan lejos de
ese territorio de ensayo transicional, indispensable.
En la primera parte de éste trabajo tomamos algunas formas de vagabundeo psiquesomático,
en cierta franja de formaciones clínicas en adolescentes erráticos, a veces frenéticos, a veces
taciturnos, enclavados en éste proceso identificatorio que mostraban aspectos de importante
fracaso en la constitución de ese pasaje-ligadura, entre el proyecto adolescente y el tiempo
infantil. Decíamos para presentarlas que eran problemáticas en donde el cuerpo andaba por
ahí, demasiado desasido de su mente, presentando empobrecimiento del pensamiento,
recurso a lo fáctico, con apariencia aburrida o eufórica, grandes dificultades para asociar y
fundamentalmente recurso a las actuaciones.
En el centro mismo de éstas actuaciones se nos presenta el rechazo por la elaboración, por la
digestión mental necesaria del tiempo de infancia, que ante todo impone la clausura de la
“zona de juego” (21), la cual se caracteriza porque en sus experiencias el tiempo se hace
ligadura y sentimiento de mismidad; continuidad existencial. En éste territorio de actuación el
sentimiento es de una extrañeza a veces eufórica y otras del vacío que nadifica. No hay
construirse un pasado posible, si esto no está inmerso en la “dimensión lúdica” (23), de la zona
de juego. El trabajo restitutivo de un historiar en ruinas, posible basamento de la dimensión
de lo vincular en estos casos, podría producirse capitalizando el potencial que habita en las
actuaciones, como formas de lenguajes expresivos que portan los restos de naufragios,
materiales fragmentarios de su “lenguaje fundamental” y su “fondo de memoria” hecho trizas.
Freud (1915) nos plantea en “Lo Inconsciente” que: “…la afectividad se manifiesta
esencialmente en descargas motoras (secretoras y vasoreguladoras) destinadas a transformar
(de manera interna) el propio cuerpo, sin relación con el mundo exterior; la motilidad en
acciones destinadas a transformar el mundo exterior”(24). Nos plantea en el mismo texto, que
un camino del afecto es la mímica.
Recordemos que también nos plantea dos formas de hacer retornar el pasado en el presente:
el poner en acto y el recordar. Estimamos que en éstos pacientes, esta tarea de construirse un
pasado a la que son convocados por la encrucijada del acontecimiento puberal produce una
respuesta que podríamos enunciar como construirse un pasado denegado, denegación
vehiculizada por un movimiento mental exoactuado que vacíe el pensamiento y como plantea
Bion (22), nos encontramos con un defecto en el aparato para pensar pensamientos, utilizando
en su lugar la evacuación permanente vía la identificación proyectiva. Esto se presenta tanto
en formaciones de hiperactividad o bajo la forma de la inhibición, versión si se quiere paradojal
del recurso a la actuación.
Fenichel (14), planteaba, por otra parte que la actuación anula la capacidad de dominio,
convirtiéndola en un acto de evitación. En el dominio hay una referencia a la capacidad del
jugar como hacer transformador, que encontramos profundamente perturbado y fracasado en
estos otros recursos, quedando más vinculado a un régimen primitivo de control y
excorporación evacuativa.
Centraré ahora éste desarrollo en algunas precisiones sobre ciertas precisiones clínicas
peculiares, en éste campo extensísimo de los recursos a la actuación, a partir en especial de
algunos trabajos de Claude Nachin (17), comprometido en las investigaciones sobre la
transmisión de la vida psíquica entre las generaciones.
Nachín relata que en una familia se instituye un secreto sobre un infanticidio cometido por una
mujer sobre un primer hijo que había tenido fuera del matrimonio. La paciente es la hermana
del homicida quien fallece de cáncer en las vías genitales. Un niño de la familia nacido después
del drama, va a los diez años a nadar al río dónde había sido arrojado el bebé asesinado que el
no había conocido; se zambulle, llega hasta el fondo del agua y permanece allí hasta el límite
máximo de sus posibilidades. Solo décadas después cuando la paciente de Nachín le revela el
antiguo drama obviamente a través de lo elaborado en su trabajo de análisis, él le revelará que
podía entender entonces ese comportamiento por el cual se ponía en peligro. Este autor
plantea que cuando no hay representación verbal del acontecimiento, las representaciones
sensorio-afectivo-motrices (categoría trabajado por Wallon), juegan un papel esencial en
forma de modos en el comportamiento. Estos objetos psíquicos del niño parcialmente
simbolizados, se transmiten mimogestualmente y se deniegan en otras modalidades del
símbolo. Nachín basándose en las investigaciones de Wallon sobre la modalidad de
pensamiento sensorio-afectivo-motor, ha precisado éste abordaje por la consideración de las
“formas no verbales” de simbolización. Plantea que el símbolo psíquico comprende cuatro
aspectos:
1-imágenes; 2-afectos ; 3-una participación del lado motor, que consiste en las
potencialidades de acción, es decir, en los actos que el sujeto se siente llevado a realizar, ya
sea que lo haga o no. Esto incluye lo mímico-gestual; 4-el lenguaje verbal
Estas cuatro series de particularidades constituyen un conjunto indisociable, dónde cada una
participa en la apropiación psíquica de su historia. Teorizaciones que aportan elementos
fundamentales al trabajo de “construirse un pasado”, puesto que el proceso de transmisión
psíquica, encuentra en la encrucijada adolescente, la cita que no se puede ignorar.
La serie 3 de elementos nos aporta los materiales dónde se aposenta el recurso a la actuación
en su condición de desligado por desmentido, por otra de las series de la simbolización. Por
ejemplo cuando lo gestual desmiente lo verbal.
Una paciente de unos 20 años, consultaba por no encontrarle sentido a la vida. Su sufrimiento
psíquico era tan intenso como su fragilidad. Su madre con un primer brote esquizofrénico
cuando ella nacía, materializó su muerte, luego de varias internaciones y varios intentos de
suicidio. La joven paciente solía traer a las sesiones, con cierto espanto en su relato, el impacto
que le producía mirar una foto dónde ella aparece en los brazos de su madre y dónde el rostro
de ésta, dice, “era el de un cadáver”.
En una oportunidad relata que estando con su esposo en un comercio, éste le dijo que
comprara las flores que tanto quería para adornar la ventana de su nueva y flamante casa de
recién casados y que en el momento en que se da vuelta para mirarla, la ve en una actitud
extraña caminando encorvada y pálida, sintiéndose inexplicablemente mal. Pasado un tiempo
considerable, ingresa al consultorio y algo en su forma de andar me impresiona extraño. Le
dirijo una pregunta: ¿a quién trae en el cuerpo?
Esto abrió una larga serie de sesiones en dónde una de las cuestiones que comenzó a pensar
era cuanto odiaba a su madre, recordando e historiando lo incomprensible que era ,cuando de
pequeña la llevaban de visita a ver a su madre internada y le hablaba inútilmente. Nombró eso
vivido diciendo que era su cuerpo pero que no estaba allí.
Comenzó bajo una forma mímica que vio en su madre, el espectro de la esquizofrenia y
comenzó a pensar que su madre se había muerto como tal mucho antes del fatal episodio.
Pero también se percató de la soledad que experimentó en su infancia respecto de lo
inexplicable de lo que sucedía. Su padre murió tiempo después alcohólico y depresivo de un
cancer de hígado. Luego de un tiempo trae a sesión un recuerdo. Pequeña con un vestido que
le agradaba mucho, llegaba del colegio y su madre dulcemente le daba la merienda, cuando
no estaba tomada por la locura, era una buena madre, “creo que estoy mejorando la relación
con mi madre”. Es entonces en el seno de la transferencia que se reabre la oportunidad del
tiempo psíquico de construirse un pasado, en dónde la instancia del análisis encarnada en el
analista como soporte, formará parte de la historia por construir. La dimensión vivencial de lo
vincular en el seno del trabajo de análisis, restituye la historia en ese tiempo que se habita solo
en el presente y en presencia, con el paciente.
La foto que trae la paciente se me figura como una foto a la que el análisis fue modificando.
Era una imagen de recién nacida al mundo. Una foto familiar dónde el análisis queda incluido,
en la posibilidad abierta a construir un pasado denegado, escindido y escindente. Dar lugar a u
ligaduras que le permitiesen vivir y confrontar las angustias, antes impensables, del deseo de
hijo, amenazado de muerte por un espectro. Transformación de lo espectral errante a los
soñable de un proyecto- itinirario. Hacer lugar a lo vivo y a al vivir.
En lo errático, el movimiento es ante todo un falso movimiento. Birraux nos señala que el
término errar condensa la raíz latina iterare con su connotación de marcha, viaje e itinerario
pero también la de error como creación de lo falso.
Lila Grandal.
Notas Bibliográficas
(2) Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora. Ed. Espasa Calpe. Madrid 1982.
(6) Refiero a la pintura “Saturno devorándose a sus hijos”, cuyo original se encuentra en el
Museo del Prado.
(7) Sobre “Espacio de ilusión”, remito a Winnicott. Realidad y Juego. Cap. I. Ed. Gedisa.
Bs.As. 1985.
(9) Gutton y Slama, en el artículo op. Cit. de nota( 3) dicen “…pensamos que el espacio
(disociado del tiempo historizado) es el objeto “fetichique”, su itinerario sin recorrido
objetivo, la actividad “fetichique...”
(11) D. Winnicott. “El temor al Derrumbe”. IRPA VI parts. 1 y2 págs. 103 – 107. 1974.
(12) T. Birraux. “ Errare humanum est…”. Rev. de psic. n/A op. cit. en nota (3).
(13)D. Winnicott. Escritos de pediatría y psicoanálisis. Cap. XIII. Ed. Laia. Barcelona. 1979.
(18) Op. cit. en nota (14). El autor desarrolla ésta idea mas específicamente en pág. 199 y
200.
(19)Op. cit. en nota (3) pág. 190.
(20)P. Aulagnier . Artículo “Construir(se) un pasado”. Rev. APdeBA. Vol XIII, nro.3
Adolescencia. Editada por ABdeBA. 1991.
(21)D. Winnicott. Realidad y Juego. Cap. 1, 3 y 4. Editorial Gedisa. Bs. As. 1985.
(22) L. Grinberg y otros. Introducción a las ideas de Bion. Cap. 3, pág. 65. Ed. Nueva Visión.
Bs. As. 1992.
(25) Nombre del artículo co-pensado con el Lic. Jorge Rodriguez a quién agradezco tan
delicada escucha y compromiso.