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Vol. 8, No.

3, Spring 2011, 23-54


www.ncsu.edu/project/acontracorriente

La “depuración” interna del peronismo como parte del


proceso de construcción del terror de Estado en la
Argentina de la década del 70

Marina Franco
Universidad Nacional de San Martin/CONICET

En la Argentina, los años de gobierno peronista que van de 1973 a


1976 se recuerdan como un período de gran expectativa y movilización
social y política en sus primeros meses, y luego, como una larga etapa de
“caos”, vacío de poder y derrumbe de ese proyecto político, hasta el
anunciado golpe de Estado de 1976 que dio inicio a una feroz dictadura
militar. Esas dos etapas suelen estar enmarcadas por distintos momentos
institucionales: la primera incluye el breve gobierno de Héctor Cámpora—
presidente electo desde mayo de 1973 en delegación de Perón, por entonces
proscrito en las urnas—y la presidencia del propio Perón hasta su muerte
en julio de 1974; la segunda abarca el gobierno de la viuda y vicepresidenta
María Estela Martínez de Perón y sus sucesivas reorganizaciones internas
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hasta su derrumbe en marzo de 1976.1


El otro elemento que suele recordarse es que el regreso del
peronismo al poder hizo estallar la competencia y un feroz conflicto
intrapartidario entre los múltiples sectores internos que habían crecido
durante las décadas previas en los largos años de proscripción partidaria
que se extendieron entre 1955 y 1973 y al calor de la radicalización política
juvenil y de izquierda de los años 60. Hasta 1973, la amplitud del
movimiento, la situación de exclusión política institucional y las
necesidades de estrategia política de su máximo dirigente desde el exilio
habían permitido la convivencia de esos numerosos sectores internos
enfrentados. Cada uno de ellos postulaba su propia interpretación del
peronismo como la legítima y trataba de arrastrar al “líder” hacia esa
posición, además de invocar su lealtad absoluta a él. Pero con la llegada al
poder y sin que Perón hubiera previamente arbitrado entre los grupos en
pugna, la disputa por el control del gobierno, los espacios en el aparato
estatal y el partido alcanzó grados extremos (De Riz, 2000; Sigal y Verón,
2003). Ese conflicto dio lugar a un feroz proceso de “depuración” interna
que se extendió entre mediados de 1973 y 1974 y que incluyó diversos
mecanismos gubernamentales e intrapartidarios, algunos puestos en
marcha a través de la instrumentalización de las vías legales existentes y
otros a partir de la abierta coerción física.2
A nuestro juicio, y esa es la hipótesis de este trabajo, el elemento
menos recordado de ese proceso ha sido la compleja relación simbólica y
material entre esa “depuración” intrapartidaria y la represión que
caracterizó el ejercicio del terror estatal que fue gestándose durante esos
años y que se articuló de manera relativamente lineal con la dictadura
militar que poco después, el 24 de marzo de 1976, desplazó al peronismo
del poder. En la Argentina, la represión de los años setenta está casi
exclusivamente asociada a la Doctrina de la Seguridad Nacional, a la
corporación militar y a la práctica de la tortura y la desaparición forzada de

                                                                                                                         
Agradezco a los evaluadores y editores de A Contracorriente sus útiles y
1

generosos comentarios a este texto.


2 Entre la bibliografía específica sobre el período, que en términos

generales está muy poco estudiado, pueden mencionarse: De Riz, 2000; Di Tella,
1986; Itzcovitz, 1983; Kandel y Monteverde, 1976; Maceyra, 1983; Pucciarelli,
1999; Svampa 2003; Torre 2004.
La depuración interna del peronismo 25

personas cuyo inicio sistemático se suele datar en 1976.3 Sin embargo, ese
proceso de violencia estatal tiene fuertes vinculaciones con el andamiaje
ideológico, simbólico y material que sostuvo la “limpieza” interna del
peronismo desde 1973. Desde luego esas articulaciones no expresan
relaciones causales directas, por el contrario, contribuyen a arrojar nueva
luz sobre la trama tan compleja de la construcción progresiva del
terrorismo de Estado en la Argentina reciente. A elucidar algunas de esas
articulaciones dedicaremos las páginas que siguen.

El regreso del peronismo al poder


El 25 de mayo de 1973, al finalizar la larga dictadura militar de la
llamada “Revolución Argentina” (1966-1973), se inició un nuevo período
constitucional bajo hegemonía peronista. Como delegado de Perón, Héctor
Cámpora fue elegido presidente por casi el 50% de los votos, dado que el
viejo líder no era elegible por una serie de restricciones legales impuestas
por la dictadura saliente. Al asumir, Cámpora conformó un gabinete que
intentaba incluir la diversidad política que albergaba por entonces el
peronismo, incluyendo ministros cercanos a la Juventud Peronista (JP)—el
ala juvenil y más radicalizada hacia la izquierda del peronismo—como
Esteban Rigui (Interior), representantes del sindicalismo “ortodoxo” como
Ricardo Otero (Trabajo) y otras figuras del peronismo “histórico” como
José Gelbard (Economía) o Jorge Taiana (Educación), incluyendo a un
estrecho colaborador de Perón y representante del peronismo de raíz más
fascista, José López Rega (Bienestar Social).4
Esta diversidad provenía de la propia y turbulenta historia de la
principal fuerza política argentina y se había consolidado en los últimos
años de radicalización política de izquierda de números sectores juveniles,

                                                                                                                         
En la actualidad, suele insistirse en que la violencia paraestatal se inició
3

antes con la actuación de las bandas parapoliciales de la Triple A. Sin embargo, el


accionar de estos grupos suele considerarse como un elemento aislado y no como
parte de un contexto de creciente terror de Estado desde 1973, tal como aquí
consideramos adecuado plantear.
4 El peronismo se presentó como fuerza central de una coalición de

partidos, el FREJULI (Frente Justicialista de Liberación), que reunía al


Movimiento de Integración y Desarrollo (MID); el Partido Popular Cristiano
(escisión del Partido Demócrata Cristiano), una rama del socialismo y siete
partidos neoperonistas provinciales.
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profesionales y de clase media, bajo la influencia de las corrientes


regionales de liberación y especialmente bajo los efectos continentales de la
Revolución Cubana. En ese fenómeno general habían crecido las
organizaciones revolucionarias de izquierda, muchas de ellas favorables a
modelos de lucha armada y de transformación social radical (Tortti, 1999).
El crecimiento de la vertiente peronista de este proceso fue alentado por
Perón desde fines de los años 60, quien consideró a esas organizaciones
político-militares como “formaciones especiales” dentro del movimiento,
con significativas funciones de presión política extrainstitucional sobre la
dictadura militar y como forma de reunión creciente de energías juveniles
dentro del peronismo. Efectivamente, estas organizaciones estaban
integradas por los sectores juveniles del movimiento y grupos de izquierda
trasvasados al peronismo por considerar que se trataba de la opción
política hegemónica de las “masas argentinas”.
Las más conocidas de esas organizaciones fueron Montoneros, las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Fuerzas Armadas Peronistas
(FAP) y las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), pero el fenómeno de
radicalización trascendía muy ampliamente al peronismo y entre las
principales organizaciones se contaban otras de tendencia marxista y
guevarista: la principal fue el Partido Revolucionario de los Trabajadores-
Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP)—trotskista en sus inicios—y
otras más pequeñas como la Organización Comunista Poder Obrero
(OCPO). También desde fines de la década del 60, otras expresiones
obreras, sociales y culturales de la llamada “nueva izquierda” provenientes
de diversas tradiciones político-culturales—y algunas muy críticas de la vía
foquista—conformaban la cara menos espectacular pero más vasta del
proceso de radicalización política de la época (Tortti, 1999).
Desde inicios de los años 70, la actuación de las organizaciones
armadas, peronistas o de vertiente marxista y guevarista, se centró en la
toma de unidades militares, asaltos a bancos, secuestros y/o asesinatos
(“ajusticiamientos”) de militares, policías, empresarios y sindicalistas
considerados “burocratizados”. Estas acciones fueron duramente
reprimidas desde sus tempranos inicios y las guerrillas fueron consideradas
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parte del enemigo interno marxista por la dictadura militar desde 1966.5
Así, por ejemplo, el general Alejandro Lanusse, a cargo de la transición
política que daría fin a esa dictadura en 1973, en el momento del traspaso
del poder a Cámpora, no dejó de denunciar la “subversión” que “aspira al
caos, la destrucción y la violencia” (La Opinión [de aquí en más LO],
4/5/1973). En buena medida había sido esa violencia creciente y el clima
general de movilización popular y protesta social lo que empujó la decisión
militar de abrir paso a un nuevo período constitucional. En ese escenario, la
vuelta de Perón era vista como “el mal menor” o la “valla de contención”,
tanto de las acciones armadas como del conflicto social en ascenso, aun al
precio de aceptar la integración del peronismo al sistema político y
restituirle su legitimidad (Amaral 2004; de Amézola, 1999).
Lo cierto es que por las diversas razones mencionadas, el fermento
revolucionario de los años 60 y 70 abrevó fuertemente dentro del
peronismo y para cuando este volvió al poder en 1973, convivían allí la
llamada “Tendencia Revolucionaria”—conformada por los sectores
juveniles radicalizados de la JP, organizaciones armadas, un ala combativa
del sindicalismo, intelectuales y diversas fuerzas provenientes de la
izquierda—y el sector más de derecha conformado por la rama sindical
mayoritaria, sectores políticos peronistas tradicionales, incluyendo a
algunos de extrema derecha, nacionalistas y anticomunistas ligados a las
fuerzas de seguridad.6
Con la llegada de Cámpora, las acciones armadas de los
movimientos revolucionarios continuaron, lo cual ocasionó fuertísimas
reacciones de los sectores políticos dominantes—gobierno peronista
incluido—que consideraron que la restauración de la democracia cancelaba
las razones de la lucha armada de los movimientos revolucionarios (Franco,

                                                                                                                         
5 Según el diario La Nación [de aquí en más LN], entre abril de 1969 y abril

de 1971 se produjeron 252 asaltos a bancos o asociaciones financieras; 682 casos de


intimidación pública o sabotaje; 127 golpes de mano; 3 secuestros y 3 asesinatos
(en de Amézola, 1999: 88). La represión sistemática durante ese período tuvo como
hecho más significativo el fusilamiento militar en la localidad de Trelew de un
grupo de guerrilleros de diversas organizaciones que habían intentado fugarse de la
cárcel en agosto de 1972. El episodio suele considerarse un antecedente directo de
los métodos de eliminación que implementaría la dictadura militar de 1976.
6 En adelante, las denominaciones de “izquierda” y “derecha” peronista

serán utilizadas según los universos ideológicos de la época configurados por los
actores del conflicto.
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2008; 2009). Poco después, cuando Perón asumió el gobierno en octubre


de 1973, su propia autoridad y el verticalismo doctrinario tradicional del
peronismo tampoco resultaron efectivos para contener y disciplinar a las
“formaciones especiales”, cuya lógica política y lealtad al líder incluía
empujar el proyecto gubernativo hacia su propia definición del peronismo
revolucionario, incluyendo en ello la competencia y el control de los
espacios políticos. Para el peronismo tradicional, en cambio, la legitimación
electoral obtenida daba por concluido el rol de ese sector juvenil. Sin
embargo, el enfrentamiento trascendía ampliamente el repudio y la
eliminación de la “violencia organizada”, públicamente repudiada. Como
señalan Silvia Sigal y Eliseo Verón, en ese enfrentamiento cada sector
pretendía “apropiarse de la totalidad del ‘verdadero’ peronismo, cada uno
definía su ‘Nosotros’ como el único colectivo posible y calificaba al
adversario de traidor o infiltrado” (Sigal y Verón, 2003:150, resaltado en el
original).
Sin dudas, el episodio que indicó la gravedad del proceso que se
abría fue la “masacre de Ezeiza”. El 20 de junio de 1973, Perón regresaba al
país tras 18 años de exilio y era esperado en el Aeropuerto de Ezeiza por
una gran concentración popular—una de las más grandes que registra la
historia argentina—. Allí, los sectores de derecha del peronismo asociados a
patotas sindicales y fuerzas de seguridad, a cargo de la organización del
acto, desataron un enfrentamiento armado donde los asistentes en general
y las facciones de la JP, vinculadas a Montoneros y las FAR, fueron
duramente atacadas (Verbitsky, 1985; Varela 2009).
Horas después de los enfrentamientos, Perón, vistiendo su uniforme
militar, leyó un discurso que todos los sectores políticos de la época
destacaron por su voluntad de pacificación.7 Pero lo cierto es que en esa
ocasión, el líder peronista formuló aquello que serían los lineamientos
ideológicos de la política estatal e intraperonista de los meses siguientes:
llamó a la inclusión de “una sola clase de argentinos, los que luchan por la
salvación de la patria” y a la exclusión de “los enemigos”; a la tolerancia y la
pacificación como objetivos políticos y al “escarmiento” de quienes no lo
entendieran. Así, exhortando a volver “al orden legal y constitucional” y “de

                                                                                                                         
7 Cfr. repercusiones en LN, 22/6/1973.
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la casa al trabajo y del trabajo a casa” y denunciando a quienes deseaban


“copar nuestro movimiento” o “tomar el poder”, el viejo caudillo estableció
la línea entre el “orden” y el “desorden” que el peronismo en el poder
admitiría… o no.8 Como señalan Sigal y Verón (2003), estas palabras
mostraban, una vez más, la invariable reducción del adversario político a
un otro negativo que era característica del discurso peronista, o más
específicamente—como indica Sergio Bufano (2005)—el mensaje indicaba
que no habría “patria socialista” ni cambio de sistema tal como
propugnaban los sectores juveniles.
Desde Ezeiza, el complejo llamado a la pacificación de los
argentinos y el escarmiento de los enemigos infiltrados sería evocado
innumerables veces entre los bandos del conflicto intraperonista; de ambos
lados se acusarían mutuamente de estar al servicio del imperialismo o
infiltrados por la CIA o de ser adictos a ideologías ajenas a lo argentino.9
Sin duda, los datos del enfrentamiento entre la “derecha” y la
“izquierda” partidaria venían de más atrás, basta recordar que en 1972,
Rodolfo Galimberti—uno de los líderes juveniles del movimiento, en
reuniones masivas de la JP—había amenazado abiertamente a la
“burocracia sindical”: “los vamos a pisar como a cucarachas” y más tarde,
en abril de 1973 Perón había destituido a Rodolfo Galimberti de su cargo de
Delegado Juvenil del partido luego de que éste exhortara a la formación de
“milicias populares” para defender al “gobierno popular” con “violencia
organizada” (Gillespie, 1984: 154; LO, 21/4/1973). Como recuerda el ex
diputado Luis Sobrino Aranda, asesor de Perón en cuestiones de defensa en
la década del 70, ya ese mismo año el general le había manifestado en su
residencia madrileña su intención de “poner orden” dentro del peronismo—
en relación con la izquierda juvenil—, así como su seguridad de que podría
“controlar” tanto a López Rega como a los “muchachos”.10
Luego del episodio de Ezeiza, que indicó el pasaje del conflicto
interno al espacio público y nacional, el enfrentamiento físico y verbal
intraperonista creció y se manifestó cotidianamente en amenazas,
atentados y asesinatos de ambos sectores. La persecución desde la
                                                                                                                         
8 Véase su discurso en todos los medios del día 22/6/1973.
9 Cfr. por ejemplo, después de Ezeiza: LO, 23 y 26/6/1973.
10 Entrevista de la autora con Luis Sobrino Aranda, Rosario, 6/11/2009.
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ortodoxia partidaria se sustentó en el objetivo de “depurar” y “poner en


orden” el peronismo a través de la eliminación del “enemigo interno” y los
“infiltrados”, un espectro amplio que incluía a todos los sectores internos
radicalizados, militarizados o no, y en toda su heterogeneidad. Pero la
degradación y el agravamiento de la conflictividad interna se
retroalimentaron sistemáticamente con las acciones de la izquierda
peronista. Mientras el arbitraje de Perón no se produjera, cada sector podía
continuar acusándose de “traidor” o “infiltrado”—y arrastrando sus
respectivos crímenes—en “una especie de mecanismo circular de
repetición” (Sigal y Verón, 2003:155).
Mientras tanto, en el plano institucional, la primera manifestación
del nuevo orden vino con la renuncia de Cámpora. Tras menos de dos
meses de gobierno y bajo la presión del aparato peronista, Cámpora y su
vicepresidente renunciaron para dejar paso a nuevas elecciones en las que
Perón fue ungido presidente por el 62% de los votos. María Estela Martínez
de Perón, su esposa, completaba la fórmula como vicepresidenta. Entre la
renuncia de Cámpora y la nueva presidencia de Perón, hubo un corto
interinato presidencial a cargo de Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de
Diputados y en la línea de sucesión presidencial. Fue en ese breve gobierno
que comenzó a producirse la “limpieza” dentro del peronismo y el avance
de una serie de políticas de seguridad de nivel nacional. Según recuerda el
Ministro del Interior de entonces, el presidente interino asumió con dos
objetivos tendientes a preparar la llegada de Perón: uno de ellos era
“depurar” la administración de todo elemento peronista cercano a la
“Tendencia” y el otro garantizar las nuevas elecciones de manera rápida y
limpia (Llambí, 1997:315).
Poco después, un segundo punto de clivaje marcaría la agravación
del conflicto interno. El 22 de agosto, en la primera conmemoración por los
crímenes de Trelew,11 Firmenich cuestionó la política gubernamental y
exigió el protagonismo de la clase trabajadora y el desplazamiento de la
“burocracia sindical” (Baschetti, 1996: 166-177). Mientras hablaba, una
muchedumbre mayoritariamente juvenil exigía la cabeza de José Ignacio
Rucci, máximo líder sindical de la Confederación General del Trabajo

                                                                                                                         
11
Véase nota 4.
La depuración interna del peronismo 31

(CGT) y principal columna política del peronismo en el gobierno. Un mes


más tarde, y dos días después del masivo triunfo electoral de Perón, ese
dirigente era asesinado. El crimen marcó, sin duda, una nueva proyección
del conflicto sobre el espacio político nacional.
Durante las semanas siguientes, las versiones oficiales adjudicaron
el hecho al ERP, pero poco después el crimen fue atribuido a Montoneros y
la organización peronista lo utilizó como una forma de presionar a Perón en
la interna partidaria.12 El espiral continuó: sólo 26 horas después de Rucci,
fue asesinado un militante de la JP, Enrique Grynberg. Ambos crímenes
desataron una ola de acusaciones cruzadas entre diversos sectores del
peronismo. Bajo el impacto de estos hechos, el Consejo Superior del
Movimiento Nacional Justicialista inició oficialmente la “depuración
ideológica”.

La “depuración” oficial
El 1° de octubre de 1973, las autoridades nacionales y partidarias
dieron a conocer un documento interno firmado por Perón que reclamaba
“coherencia ideológica” y denunciaba la existencia de “una escalada de
agresiones al Movimiento Nacional Peronista que han venido cumpliendo
los grupos marxistas, terroristas y subversivos en forma sistemática y que
importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización
y nuestros dirigentes”.13
A partir de allí, el documento convocaba a la lucha contra el
marxismo a través de la movilización para enfrentar la guerra; la
reafirmación doctrinaria para esclarecer los diferencias entre marxismo y
peronismo; la necesidad de informar sobre la posición partidaria frente a
esa ideología ajena; la definición obligatoria contra ella de quienes
integraran el peronismo; la unidad sin disenso para acatar las directivas de
Perón y luchar contra el marxismo; las tareas de inteligencia en todas las
jurisdicciones; la prohibición de la propaganda para los grupos marxistas y
la participación popular y la acción estatal a través de “todos [los medios]

                                                                                                                         
12 Véase el debate sobre las razones del asesinato de Rucci en la revista

Lucha Armada, en particular Gaggero, 2008 y Larraquy, 2008.


13 “Documento Reservado”, Consejo Superior Peronista, LO, 2/10/1973: 1.
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que se consideren eficientes” para concretar la “depuración”. En términos


literales se establecía:
Los grupos o sectores que en cada lugar actúen invocando adhesión
al peronismo y al general Perón deberán definirse públicamente en
esta situación de guerra contra los grupos marxistas y deberán
participar activamente en las acciones que se planifiquen para llevar
adelante esta lucha.
(…) Las orientaciones y directivas que emanen del General Perón en
el orden partidario o en función de gobierno serán acatadas,
difundidas y sostenidas sin vacilaciones ni discusiones de ninguna
clase, y ello como auténtica expresión de la verticalidad que
aceptamos los peronistas. (“Documento Reservado”, Consejo
Superior Peronista, LO, 2/10/1973: 1.)

De la misma manera, el documento señalaba que en todos los niveles de


gobierno “las autoridades deberán participar en la lucha iniciada, haciendo
actuar todos los elementos de que dispone el Estado para impedir los
planes del enemigo y para reprimirlo con todo rigor”.14 Así, el tradicional
anticomunismo del peronismo—presente desde sus orígenes ideológicos en
la década del 40 (Plotkin, 1999)—se reactualizaba como argumento central
de una lucha ideológica interna proyectada sobre el aparato estatal y el
espacio político nacional, adquiriendo nuevos sentidos y una violencia
inédita.15 De esa manera, se configuraba dentro del peronismo un nuevo
enemigo, cuya proyección—ya presente en las Fuerzas Armadas desde al
menos una década atrás—tendría larga vida: el “marxismo subversivo”.
Lejos de ser un documento “reservado”, el texto fue publicado por el
diario La Opinión y por la edición de la tarde del masivo vespertino popular
Crónica del 2 de octubre de 1973. Los contenidos del documento y la
política de “depuración” fueron cubiertos in extenso por todos los diarios
nacionales. Ello se debió a que las nuevas directivas también dieron lugar a
reuniones oficiales en la “Casa Rosada” (la sede del gobierno argentino): los
lineamientos fueron presentados por el propio Perón y el documento fue
leído por el senador Humberto Martiarena en un encuentro con todos los
gobernadores, en el que, como presidente electo, el caudillo peronista instó

                                                                                                                         
Ibídem. Entre otros, el propio Rucci ya había llamado a la “purificación
14

ideológica contra la infiltración del movimiento”, poco antes de ser asesinado (De
Riz, 2000:142).
15 También Feinmann (2010, fascículo Nº 114) ha resaltado la importancia

de este “anticomunismo beligerante” de Perón entre 1973-1974.


La depuración interna del peronismo 33

a la cohesión interna, a luchar contra la “subversión” y a que todas las


autoridades provinciales reemplazaran a sus funcionarios y ministros
marxistas. De lo contrario—aseguró—las provincias que no pudieran
controlar la violencia serían intervenidas. En efecto, como veremos luego,
en los meses siguientes, varias provincias argentinas, cuyos gobernadores
tenían cierto apoyo de la JP fueron intervenidas por el gobierno nacional
través de los mecanismos institucionales previstos por la Constitución
Nacional.
Durante esas reuniones oficiales, al plantear el carácter
internacional del problema de la violencia armada que afectaba también a
su movimiento, Perón puntualizó: “Todos estamos bajo una amenaza
común y tenemos enemigos comunes”, aludiendo a los “imperialismos de
derecha e izquierda” que amenazaban al Tercer mundo, y en particular a las
guerrillas de izquierda cuyo epicentro ideológico estaba situado en París
pero estaban penetrando las fronteras nacionales. Mientras tanto, el
presidente interino y sus ministros exhortaban a combatir la “subversión
antiargentina” y los elementos “solapados” e “infiltrados” tras el lema del
“socialismo nacional” (Clarín y La Razón, 2/10/1973). Como venía
haciendo reiteradamente desde su vuelta al país, el mismo 2 de octubre, en
una reunión en la CGT, despejando todo tipo de dudas, Perón ratificó al
sindicalismo como “la columna vertebral” de su fuerza política; insistió
sobre la necesidad de “erradicar” la “infiltración” dentro del movimiento y
agregó intimidatoriamente: “Acá nos acompaña el Señor Jefe de la Policía
Federal que también puede saber cómo hacerlo, pero en esto no es
conveniente que entre la policía y mejor es resolverlo internamente en
nuestras propias organizaciones” (LN, 3/10/1973). Días después, Perón
volvió a denunciar a los “gérmenes patológicos” dentro del movimiento, y
en sucesivas ocasiones insistiría en las metáforas médicas y la necesidad de
“vivir vigilantes” y “desinfectar a tiempo” para evitar que la enfermedad y la
infección avanzaran sobre el cuerpo del movimiento peronista.16
El enfrentamiento dentro del peronismo y la política de
“depuración” contenían, además, la denuncia de otro componente que

                                                                                                                         
16 LO, 9/11/1973 y Discurso de Perón durante el congreso partidario, LO,

25/5/1974 y Las Bases, Nº 95, 21/5/1974 y Nº 96, 28/5/1974.


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luego encontraría su punto de confluencia con las denuncias contra la


guerrilla en general: la juventud como grupo débil y manipulable por los
agentes de la “subversión”. Esta señalización y acotamiento generacional
del problema estuvo acompañada de una constante política ofensiva sobre
espacios juveniles, particularmente las universidades y sus integrantes, que
fueron duramente reprimidos. Contra el ámbito universitario como
“semillero” de la “subversión” coincidirían desde la prensa conservadora
hasta la revista oficial del peronismo—Las Bases—al presentar la educación
superior como el ámbito natural del comunismo.
La explicitación final de la ruptura entre Perón y los sectores
juveniles del movimiento llegaría durante el acto del 1° de mayo de 1974,
cuando aquel, ejerciendo sus funciones presidenciales, expulsó a los
“estúpidos que gritan”, los “imberbes” Montoneros de la Plaza de Mayo
frente a la casa de gobierno.17 Los Montoneros y la JP se retiraron de la
plaza gritando: “Qué pasa, qué pasa, General, que está lleno de gorilas el
gobierno popular…”, con ello evocaban la tradicional figura del
antiperonismo argentino, el “gorila”, pero también subsumían en él y
dejaban fuera del peronismo a todos aquellos que no integraran la propia
corriente juvenil.
Más allá de aquella espectacular teatralización del conflicto entre
Perón y los sectores radicalizados, lo cierto es que la difusión de las
directivas de “depuración”, aunadas a la verticalidad del peronismo,
desataron una auténtica “caza de brujas” dentro del movimiento, que
terminó por expulsar a los sectores cercanos a la “Tendencia
Revolucionaria” de todos los espacios de poder político partidario y
gubernamental. Esta lucha se dio, en particular, en las estructuras
partidarias y de gobierno provinciales, donde la acusación de “infiltración
marxista” fue utilizada para dirimir las disputas entre sectores internos del
peronismo por espacios de poder en el Estado—especialmente entre el
sindicalismo ortodoxo y la “Tendencia”—, pujas sectoriales en los poderes
provinciales y hasta para resolver conflictos personales.

                                                                                                                         
17 Casi inmediatamente después Perón decidió la disolución de la Rama

Juvenil como parte de la estructura partidaria justicialista.


La depuración interna del peronismo 35

En el plano macropolítico, el conflicto se dirimió por la vía de


políticas nacionales a partir de los instrumentos previstos por la propia
legalidad constitucional—intervenciones federales, intervenciones en
universidades y sindicatos, leyes y decretos de endurecimiento represivo.
Otros conflictos se resolvieron con instrumentos intrapartidarios como la
decisión de colocar interventores normalizadores en todos los partidos
justicialistas provinciales y, por último, en otros casos se recurrió al empleo
abierto de la violencia parapolicial y paraestatal. Estas estrategias se
entrelazaron y superpusieron permanentemente.
Antes de ingresar en el análisis de estos mecanismos, vale la pena
detenerse en algunos efectos micropolíticos de la “depuración”. El
“Documento Reservado” exhortaba a la participación masiva y activa de
toda la “masa partidaria” en la lucha contra el enemigo interno y postulaba
la creación de un “sistema de inteligencia” al servicio de esa lucha en cada
distrito partidario (LO, 2/10/1973). De hecho, ya Lastiri—a cargo de la
presidencia en el momento del asesinato de Rucci—había exhortado a la
población a enfrentar la sedición e “informar a las fuerzas del orden sobre
toda actividad sospechosa de grupos o personas” (LN, 27/9/1973). En
efecto, de manera casi automática con la invocación desde la cumbre del
movimiento, la persecución instalada en torno a la “infiltración marxista”
permeó amplios espacios. Al menos eso sugiere alguna documentación
encontrada en los archivos del Ministerio del Interior, compuesta por un
cúmulo importante de denuncias sistemáticas de “infiltración marxista”
dirigidas a las autoridades desde ámbitos muy diversos—desde el sindical
hasta el educativo, desde pequeñas sedes locales del partido (“unidades
básicas”) hasta las universidades nacionales—y en dinámicas de la más
diversa escala social –desde gobernaciones hasta municipalidades de muy
pequeñas comunas a lo largo de todo el territorio nacional. Así, por
ejemplo, un sindicato de obreros y empleados municipales de una localidad
de la provincia de Río Negro, dirigió al Ministro del Interior un telegrama
denunciando la “peligrosa infiltración marxista en la unidad básica de
Cipolletti (…) [que] pretende [el] copamiento de esta organización”.18 Otro
                                                                                                                         
18 Telegrama del sindicato de obreros y empleados municipales de

Cipolletti, 7/11/1973, (Expte. 22-146326, Expedientes Generales, Ministerio del


Interior, Archivo Intermedio del Archivo General de la Nación) [en adelante EG-
Franco 36

sindicato, la filial de La Matanza de la Unión Obrera de la Construcción,


provincia de Buenos Aires, denunciaba la “parcialidad” de la policía
provincial que favorecía “elementos filomarxistas” de la Juventud
Trabajadora Peronista que querían conformar sindicatos paralelos a los
peronistas tomando por las armas los locales oficiales.19 De esta manera, la
construcción del enemigo interno se reflejó en denuncias y delaciones de
“marxistas” e “infiltrados” dentro del peronismo, que también a escala local
e interpersonal podían estar encubriendo conflictos de diversa naturaleza.
Por ejemplo, un ciudadano particular de la localidad de 25 de Mayo,
Provincia de Buenos Aires, en su condición de “peronista auténtico”,
denunciaba en 1975 la corrupción municipal que permitía carreras de
caballos, apuestas y juegos de dados, lo cual era posible—afirmaba—porque
detrás de la intendencia estaba el apoyo de la infiltración en el peronismo
provincial.20 Todo ello sugiere que la efectividad del “Documento
Reservado” dependía de la máxima publicidad de la política propuesta, y
que ello se logró en todo el entramado macro y micropolítico.

El proceso de las intervenciones provinciales


Luego de las amenazas de intervención contra las administraciones
provinciales que mantuvieran “elementos marxistas” en su seno, comenzó
una sistemática “limpieza” de esas jurisdicciones, lo cual implicó
abiertamente el quiebre de la legalidad constitucional de muchas provincias
por acción del gobierno nacional.21 Vale la pena detenerse en este
instrumento manipulado dentro del conflicto interno del peronismo pues
su uso revela el complejo engranaje entre las instancias gubernamentales,
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   
MI-AGN]. Dado el formato habitual de este tipo de comunicación, reintrodujimos
en el texto artículos y preposiciones faltantes para facilitar su comprensión y
lectura.
19 UOCRA, 30/10/1966, Expte. 111-1406066, EG-MI-AGN. La Juventud

Trabajadora Peronista era la organización creada por la JP en el ámbito laboral


para disputar poder al sindicalismo “ortodoxo”.
20 1/9/1975, Expte. 156-170783, EG-MI-AGN. El documento se inscribe en

el conflicto planteado entre el gobernador bonaerense Victorio Calabró, dispuesto a


oponerse a los sectores “verticalistas” que sostenían la continuidad de María Estela
Martínez de Perón y las organizaciones sindicales lideradas por Lorenzo Miguel
que finalmente lograron expulsarlo del partido.
21 La intervención de gobiernos provinciales para dirimir conflictos a favor

de intereses sectoriales es parte de la tradición política argentina y no fue exclusiva


del peronismo, aunque su uso sí fue particularmente arbitrario y sistemático en los
años estudiados.
La depuración interna del peronismo 37

partidarias, legales y extralegales y, una vez más, la profunda implantación


del conflicto político e ideológico en los planes macro y micropolíticos.
El ciclo de cuestionamiento a las autoridades provinciales se inició
en noviembre de 1973 con la intervención de los tres poderes de la
provincia de Formosa. Luego vinieron la renuncia forzada del gobernador
de Buenos Aires en enero de 1974; poco después fue la provincia de
Córdoba con la renuncia de su gobernador y la intervención federal
aprobada por el Congreso en marzo de 1974; en junio, la renuncia de
Alberto Martínez Baca, gobernador de Mendoza, a raíz de un pedido de
juicio político y, semanas después, la intervención federal; ese mismo mes,
la destitución de Jorge Cepernic, gobernador de la provincia de Santa Cruz
y la intervención federal; y, finalmente, en octubre de 1974, la destitución
del gobernador de Salta, Miguel Ragone y luego la intervención federal.22 A
esta lista se sumó el fallecimiento de los miembros del gobierno de
Misiones en un accidente aéreo que posteriormente llevó a la intervención
federal de los tres poderes por conflictos internos del peronismo y
diferencias con el nuevo gobierno interino.23 Otras provincias como Santa
Fe, San Luis, Tucumán y La Pampa atravesaron serias tensiones sin que
ello llegara a la intervención federal o la renuncia forzada de sus
autoridades. Desde mediados de 1973, estos métodos fueron empleados
reiteradas veces con una clara motivación ideológica dirigida a “depurar”
funcionarios cercanos a la izquierda peronista consolidando las luchas de
poder internas a través de mecanismos de persecución ideológica. Como
señala Alicia Servetto, estos conflictos emanaban del hecho de que las
fórmulas gubernamentales de muchas provincias estaban atravesadas por
las líneas divisorias del peronismo: de un lado, los vicegobernadores como
ápice visible de los sectores más ortodoxos y verticalistas del peronismo;
del otro, en la figura de los gobernadores confluían identidades peronistas
de centro, sectores radicalizados y el apoyo político de la JP. Todo ello se
                                                                                                                         
22 Córdoba: Ley 20.650, 8/3/74; Mendoza: Ley 20.718, 9/8/74; Santa

Cruz: Decreto 1.018, 7/10/1974 y Salta: Decreto 1.579, 22/11/1974. Algunos ataques
abiertos a gobernadores cercanos al peronismo de izquierda ya se habían planteado
en los meses anteriores al inicio de las intervenciones; por ejemplo, el ministro de
Trabajo, Ricardo Otero había acusado indirectamente a Oscar Bidegain,
gobernador de Buenos Aires, por el atentado a un dirigente sindical, debido a los
vínculos del gobernador con la JP (LO, 2/8/1973).
23 Decreto 109, 17/1/1975; Clarín, 19/1/1973.
Franco 38

combinaba, además, con conflictos sociales e intereses locales sobre los


cuales el conflicto nacional del peronismo imprimió su propia dinámica
(Servetto, 2002, 2009, 2010; Itzcovitz, 1983).
En forma paralela a estos procesos de intervención, el Consejo
Justicialista resolvió en septiembre de 1974 la intervención de todos los
partidos peronistas provinciales para evaluar el cumplimiento de las
directivas de “depuración” de gobiernos y funcionarios y exigir la renuncia,
ante los interventores partidarios, de aquellos que no hubieran cumplido
con lo ordenado. Esta situación, por ejemplo, produjo la renuncia de las
autoridades de la provincia de Salta, sobre cuya situación de acefalía se
fundamentó luego la intervención federal.24 Como es evidente, los planos
partidario y el institucional, completamente imbricados, llevaron al
avasallamiento de la legalidad constitucional de manera sistemática en
todos los niveles del poder y la administración. En ello, los conflictos
internos del peronismo, formulados en términos de pureza ideológica en
torno a la identidad peronista, encubrieron buena parte de una lucha por
los espacios de poder en el aparato estatal.25
Las intervenciones efectivas se concretaron en un breve lapso de
tiempo y en continuidad entre la presidencia de Perón y la de Martínez de
Perón. Para tomar algunos casos representativos, la provincia de Formosa
fue intervenida en sus tres poderes debido a un complejo enfrentamiento
entre el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el sindicalismo locales, frente a lo
cual el gobierno nacional consideró que la provincia estaba bajo una
situación de “evidente subversión institucional”. 26 El conflicto estalló
porque la legislatura provincial inició juicio político al gobernador Antenor
Gauna suspendiéndolo en sus funciones y designando en su lugar al
vicegobernador. Gauna desconoció la decisión del Poder Legislativo y
solicitó la intervención federal mientras ambos gobernadores reclamaban
su legitimidad en el cargo. Por detrás se cruzaban los enfrentamientos de
poder entre el gobernador y el vice, los sectores sindicales de la CGT que

                                                                                                                         
Clarín, 10/10/1974; 24/11/1974. 24

Sobre esta última interpretación de las intervenciones federales,


25

Servetto, 2009.
26 Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación

(DS-HCDN), noviembre 18/19 de 1973, tomo 5, p. 3652; Ley 20.564, 19/11/1973;


La Razón, 14/11/1973; Clarín, 25/10/1973.
La depuración interna del peronismo 39

apoyaban a este último y los apoyos con los cuales Gauna había accedido al
cargo, entre ellos, la JP y el sector de Ligas Agrarias formoseñas. De esta
manera, además de la dinámica intraperonista se involucraron aquí
procesos sociales y políticos locales ligados a los sectores agrarios y los
conflictos por la tenencia de la tierra (Servetto, 2002, 2010).
En el caso de la provincia de Buenos Aires, el detonante fue el ataque
a un cuartel militar en la localidad de Azul en enero de 1974, perpetrado
por la guerrilla del PRT-ERP. Si bien el asalto no había sido
responsabilidad de una organización armada peronista, el Poder Ejecutivo
conducido por Perón responsabilizó por el hecho al gobernador provincial,
cercano a la “Tendencia Revolucionaria” del peronismo, al que denunció
por “desaprensión”, “incapacidad” y “tolerancia culposa”. Al mismo tiempo,
Perón llamó a “aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal”
representado por la “agresión integral” de la “subversión” “en los campos
político, económico, psicológico y militar”27 (Clarín, 21 y 25/1/1974). Las
simpatías del gobernador Oscar Bidegain con los sectores juveniles y
revolucionarios del peronismo venían siendo fuente de conflictos
intrapartidarios desde hacía meses en la legislatura provincial, pero el
episodio de Azul aceleró los tiempos permitiendo superponer el conflicto
intraperonista con el ataque de la guerrilla del PRT-ERP—considerada
como máxima expresión de la “subversión” en el discurso de la época.28
Ante la amenaza de intervención federal, de un juicio político y frente a un
pedido de renuncia formulado por la mayoría de los bloques oficialistas
provinciales—que aducían que seguramente Perón tenía las pruebas para
sus acusaciones—, Bidegain renunció (Pozzoni y Ferrari, 2009). La JP
reaccionó diciendo que lo que no había podido lograr “la derecha
enquistada en el seno del peronismo” lo había logrado “la ultraizquierda al
favorecer el cuestionamiento del gobierno popular” de la provincia con su
asalto militar.29 Dos días después de Azul, Bidegain fue reemplazado por su
vicegobernador, Victorio Calabró. Con él se abrió una nueva etapa de
preeminencia del sector sindical bonaerense en el gobierno provincial.
                                                                                                                         
J.D. Perón, Clarín, 21/1/74 y 25/1/74, en un acto ante los cadetes
27

militares recién egresados.


28 Sobre el uso y circulación de las nociones de “subversión” y “terrorismo”

en la discursividad política de la época, véase Franco, 2008.


29 Clarín, 22/1/1974.
Franco 40

En el episodio más recordado dentro de los conflictos provinciales, el


gobernador de Córdoba, Ricardo Obregón Cano, había incorporado
representantes de la JP y de la “Tendencia Revolucionaria” a su gobierno y
a la conducción partidaria provincial. Él y su vicegobernador, Atilio López,
representante del sindicalismo de línea “legalista”, tuvieron que renunciar
ante una sublevación de Antonio Navarro, su propio jefe de la policía
provincial, episodio conocido como el “Navarrazo”, el 27 de febrero de
1974. El hecho contó con el apoyo activo del sindicalismo oficialista, la
Juventud Sindical Peronista y el suministro de armas y materiales enviados
desde el Ministerio de Bienestar Social de la Nación. El apoyo silencioso de
Perón, quien venía denunciando la provincia de Córdoba como un “foco de
infección”, culminó con la intervención provincial enviada al Congreso
Nacional el 1º de marzo.30 Mientras tanto, la revista oficial del peronismo,
Las Bases, formulaba los argumentos para entender el proceso provincial:
el levantamiento policial debía verse como un acto de defensa ante la
penetración del marxismo en el gobierno cordobés, y su objetivo era evitar
que la provincia fuera el caldo de cultivo de un nuevo “Cordobazo”.31 Según
Las Bases, militantes de la Internacional francesa agitaban los hilos de la
conspiración cordobesa.32
Por detrás de la intervención federal de la provincia mediterránea
existía un conflicto más profundo, cuyas raíces políticas y sociales se
remontaban al “Cordobazo” y tenían que ver con la existencia de un
movimiento sindical y obrero independiente y fuertemente “combativo” en
sus diversas líneas. La conflictividad entre esos gremios y el sindicalismo
peronista nacional de la CGT se incrementó a partir de la renuncia de
Cámpora y los intentos de la CGT nacional de intervenir la regional

                                                                                                                         
La voz del interior, 21/2/1974 (cit. en Servetto, 1998:92).
30

El “Cordobazo” fue un gran estallido y protesta popular que se inició en


31

mayo de 1969, en la ciudad mediterránea de Córdoba, provocando enfrentamientos


urbanos con las fuerzas de seguridad durante varios días. En él convergieron
protestas estudiantiles y obreras contra la dictadura de la “Revolución Argentina” y
reivindicaciones sociales y políticas antiautoritarias, democráticas y de cambio
social. El hecho es considerado como la marca más visible del proceso de
radicalización política de amplios sectores sociales, en particular de la emergencia
de un sindicalismo “combativo”, fuertemente confrontativo no alineado con el
sindicalismo peronista tradicional, y de los movimientos de lucha armada. El
hecho fue parte del derrumbe de Onganía en el gobierno.
32 Las Bases, N° 84, 5/3/1974.
La depuración interna del peronismo 41

cordobesa e incluso la provincia.33 De hecho, el día del “Navarrazo” debía


realizarse el plenario normalizador de la CGT local, que enfrentaba a los
sectores liderados por Atilio López y los sectores más “combativos”
representados por los dirigentes Agustín Tosco y René Salamanca contra el
sindicalismo peronista ortodoxo local (Clarín, 2/3/1974). La intervención
federal, a la que se opusieron todas las fuerzas políticas cordobesas, excepto
el sector del peronismo que había apoyado el “Navarrazo”, legitimó la
intervención de las fuerzas de seguridad policiales para derrumbar el
gobierno y resolver tanto la interna peronista como el desplazamiento de
los sectores gremiales más radicalizados (Servetto, 1998). Todo ello en
nombre de evitar la “infiltración marxista” en el gobierno y el peronismo
cordobés.
El proyecto de intervención elevado por el Ejecutivo al Parlamento
nacional no objetaba la actuación de la policía provincial sublevada; en
cambio, condenaba “la subversión, madre del caos y fuente de
inseguridades”, por cuya expansión responsabilizaba a las autoridades
provinciales que la habían “tolerado” y “fomentado”. Todos los argumentos
del proyecto encubrían el conflicto intrapartidario y sindical bajo la
existencia de “subversión” en los ámbitos gremial y estudiantil y
responsabilizaban a la provincia de ser el punto de irradiación de la “acción
subversiva” hacia el resto del país.34 Según el senador peronista Alberto
Fonrouge, encargado de presentar el proyecto por la comisión de Asuntos
Constitucionales del Congreso, si bien había habido sedición policial en su
origen, la situación previa de Córdoba ponía en peligro las instituciones y
esa amenaza podía rápidamente trascender las fronteras provinciales hacia
el resto del país. La mayoría de la oposición parlamentaria cuestionó la
intervención con tono escandalizado; solicitó el mantenimiento de las
autoridades legítimamente elegidas; denunció la falta de reacción e incluso
el aval del gobierno nacional ante el levantamiento policial y argumentó
que los conflictos internos del oficialismo eran la verdadera causa del
problema. Un senador de la Unión Cívica Radical (UCR), el principal
partido de la oposición, fue más allá del tono general del debate exigiendo
                                                                                                                         
LO, 9/8/1974. 33

Ley 20.650, 8/3/1974; Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de


34

Senadores de la Nación (DS-HCSN), marzo 4/5, 1974, tomo 1:3619.


Franco 42

una investigación para evaluar si existía el clima real que denunciaba el


gobierno nacional o si se trataba de algo “prefabricado para justificar la
deposición de los mandatarios”.35 Meses después, el vicegobernador de la
provincia de Córdoba fue asesinado por un comando parapolicial de la
extrema derecha peronista.
El caso de la provincia de Salta tuvo otras particularidades. Su
gobernador, Miguel Ragone, fue elegido con apoyo y participación en el
gobierno local de la “Tendencia”. Ello abrió un espacio de conflicto
permanente con su vicegobernador, Olivio Ríos, ligado a los sectores
sindicales ortodoxos de la provincia y las 62 organizaciones locales, quienes
acusaban a Ragone de “infiltración marxista”.36 A la vez, el interventor del
Partido Justicialista de Salta había presentado un informe negativo sobre el
gobernador y la Policía Federal había arrestado a ex funcionarios de
Ragone, entre ellos, al ex rector de la Universidad de Salta, por “actividades
subversivas”.37
Como casi todas las intervenciones provinciales durante el gobierno
de Martínez de Perón, la salteña se efectivizó por decreto y abarcó los tres
poderes provinciales debido a una situación insólita de renuncia simultánea
de las autoridades provinciales, los diputados y senadores del FREJULI y
una parte de la Corte Suprema local. El decreto atribuía la acefalía a una
consecuencia “lógica” del alejamiento del gobierno provincial de los
lineamientos del gobierno nacional, a su “ineficacia represiva” frente a
grupos “perturbadores” que dejaba a la población “abandonada e
indefensa”; a los problemas sindicales locales no resueltos adecuadamente
y al enfrentamiento del gobierno provincial con otros sectores populares en
discordancia con el gobierno nacional.38 Así, conflictos nacionales,
provinciales, intrapartidarios y sectoriales, junto con la superposición de
representaciones diferentes del enemigo—la “subversión” en general y el
marxismo “infiltrado” en el peronismo en particular—, sellaron la suerte del
gobierno salteño en noviembre de 1974. Pero la historia no terminaría allí,
pocos días antes del golpe de Estado de 1976 Ragone fue secuestrado por
                                                                                                                         
Senador Juan Carlos Pugliese, DS-HCSN, 1974: 3656.
35

Las “62 organizaciones” es la organización política que reúne al


36

sindicalismo peronista, tradicionalmente representado por la CGT nacional.


37 Expte. 12-151669, [EG-MI-AGN].
38 Decreto 1579, 22/11/74.
La depuración interna del peronismo 43

fuerzas de seguridad. Es hoy el único ex gobernador provincial


desaparecido. Al igual que el caso de Atilio López, este es otro ejemplo de la
articulación y la continuidad ideológica y material entre los conflictos
intrapartidarios y las lógicas represivas más visibles del terrorismo de
Estado.
Al margen de la dimensión nacional de estos procesos, un dato
altamente significativo fue su apropiación por amplios sectores políticos
provinciales de muy diversos niveles y espacios partidarios, tanto en
aquellas provincias que efectivamente fueron intervenidas como en otras
que no llegaron a esa instancia. En nombre de la verticalidad peronista,
sectores locales y de base hicieron uso material y simbólico de los
mecanismos más autoritarios y represivos gestados en la cumbre del
movimiento. Entre la evidencia encontrada, una innumerable cantidad de
telegramas y comunicaciones dirigidas al Ministerio del Interior entre 1973
y 1974 muestran los enfrentamientos en diversos espacios locales,
constituyendo auténticas batallas epistolares. Así, denuncias de
“infiltración marxista” contra las autoridades provinciales fueron enviadas
al gobierno nacional desde ámbitos tan populares o locales como unidades
básicas o escuelas de pequeños pueblos provinciales. Si bien se trata de
documentos que no tienen de representatividad sobre el fenómeno y solo
constituyen evidencia aleatoria, las denuncias por “infiltración” desde los
más bajos niveles de la organización política y social local alcanzan a un
vasto conjunto de provincias, entre ellas: Santa Cruz, Chubut, Río Negro,
Buenos Aires, Misiones, Santa Fe, Salta, Mendoza y Entre Ríos.
Por tomar un caso entre varios, a lo largo de los primeros meses de
1974, en diversos telegramas remitidos por unidades básicas, gremios y
actores políticos locales de la provincia de Santa Cruz se denunciaba la
“infiltración de elementos antinacionales en el ejecutivo provincial”, la falta
de acatamiento al “Documento Reservado” y se solicitaba la intervención
federal en apoyo de la CGT provincial. Algunos de ellos acusaban con
virulencia al gobernador Jorge Cepernic de querer transformarse en “líder
de la Tendencia y [de] grupos marxistas de toda la Patagonia argentina” y
de estar identificado “con los pregoneros de ideologías extrañas (...) que
Franco 44

tiene por objeto el caos en toda la nación”.39 Otros, por su parte, apoyaban a
Cepernic y pedían la renuncia de su vicegobernador por “divisionista”.40
Finalmente, Cepernic fue destituido y la provincia intervenida por decreto
en octubre de 1974.41
En San Luis, las denuncias contra el gobernador Elías Adre y el
pedido de intervención federal formulado por un sector del Consejo
Superior Justicialista y algunos diputados opositores tuvieron su pico en los
primeros meses de 1974—momento álgido tras la intervención en Córdoba
y la renuncia de las autoridades bonaerenses. Adre respondió defendiendo
la nueva política partidaria justicialista y denunciando el “intento de grupos
marxistas de crear el caos en la provincia” y generar la “violencia
organizada”. En lo árido del enfrentamiento, decenas de organizaciones
vecinales, cooperativas, escuelas y municipalidades, enviaron telegramas en
defensa del Ejecutivo provincial sosteniendo que estaba siendo hostigado
por diputados disidentes; otros denunciaban como “infiltrados” a quienes
querían mostrar a Adre como protector de la “tendencia guerrillera”.42 La
intervención no prosperó, pero las denuncias contra el gobernador se
renovarían en 1975, por su supuesto apoyo a la “subversión marxista”.43
Como último caso, en Entre Ríos, las acusaciones de “infiltración
marxista” en la gobernación se manifestaron incluso en el pedido de varios
sectores políticos peronistas para que el interventor del PJ provincial
tuviera atribuciones para fiscalizar al gobernador, quien era acusado de
estar aliado a la “subversión” y la “antipatria” representadas por la
presencia del PRT y Montoneros dentro de la casa de gobierno
entrerriana.44
Estos casos donde el proceso contra las autoridades provinciales no
                                                                                                                         
Expte. 94-152018, 8/5/1974 [EG-MI-AGN]. 39

Expte. 26-149094 (cita textual); véase además 94-149177, 100-149553;


40

94-152018 (EG-MI-AGN).
41 En esta provincia, al igual que en el caso formoseño, al conflicto

intraperonista se agregaba la tensión de varios sectores contra un proyecto de ley


de expropiación de grandes extensiones de tierras, contra el cual terminaron de
unirse los grupos sindicales locales opuestos al gobernador (Maceyra, 1983).
42 Véanse, entre otros, expedientes 149681 (cita); 148326; 149969; 156064,

etc. (EG-MI-AGN).
43 Exptes. 172105; 173654 (EG-MI-AGN).
44 Junta Coordinadora Justicialista de Concordia, 15/4/75, expte. 98-

164387; y Centro Peronista de Investigación Política, 21/1/75, Expte. 16-2181 (EG-


MI-AGN).
La depuración interna del peronismo 45

llegó a concretarse “por arriba”, pero hay evidencias de que fue reclamado
“por abajo”, son el mejor punto de observación para apreciar la
profundidad del impacto de la política de “depuración” del peronismo en la
cultura y el juego políticos de la época, en particular, de sus elementos
simbólicos: la construcción de enemigos internos a eliminar bajo la figura
del marxismo y la “subversión” y su utilización en conflictos que
rápidamente pasaron a alimentar el vertiginoso espiral de violencia.

La violencia paraestatal
De manera simultánea a este proceso intrapartidario, comenzaron a
producirse otros hechos de violencia sistemática: asesinatos, torturas,
amenazas y atentados de bomba, cuyo principal responsable desde fines de
1973 fue la Triple A, una organización paraestatal creada desde el
Ministerio de Bienestar Social de la Nación y liderada por el ministro del
área, José López Rega.
El avance más significativo de esta violencia desplegada desde el
aparato estatal de manera extralegal surgió de la propia interna del
peronismo. Incluso antes de Ezeiza ya actuaban “patotas” sindicales
vinculadas a la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y otros grupos peronistas
de extrema derecha como el Comando de Organización (C. de O.), la
Concentración Nacional Universitaria (CNU) o la Juventud Sindical
Peronista (JSP). A ellos se sumaron, luego, los varios grupos parapoliciales
que integraban la Triple A y diversos comandados parapoliciales actuantes
en diferentes provincias. Bajo el anuencia silenciosa de la falta de reacción
oficial, todos ellos comenzaron a actuar contra actores políticos vinculados
tanto a los sectores de izquierda del peronismo como del resto del espectro
político crítico, incluyendo funcionarios del gobierno, militantes sindicales
y obreros, políticos, parlamentarios de la oposición, abogados de presos
políticos, intelectuales, periodistas y otros sectores—no necesariamente
contestatarios ni ligados a las organizaciones armadas. Desde la revista El
Caudillo, la publicación “oficial” de la Triple A dirigida por Felipe Romeo,
se proclamaba: “el mejor enemigo es el enemigo muerto”. Desde su
columna “Oíme”, la revista sentenciaba a muerte a quienes luego morirían
bajo los ataques de las bandas organizadas desde el Ministerio de Bienestar
Franco 46

Social.45
A pesar de que inmediatamente después de Ezeiza comenzó el
asesinato sistemático de militantes y dirigentes sindicales vinculados a la
JP, la Triple A hizo públicas sus acciones recién en noviembre de 1973, en el
mismo momento en que salía el primer número de El Caudillo y semanas
después del anuncio oficial de la “depuración”. El primer ataque reconocido
por la organización parapolicial fue el atentado contra el senador radical
Hipólito Solari Yrigoyen, pocos días después de que éste impugnara
frontalmente un proyecto de ley de asociaciones profesionales que
privilegiaba fuertemente los intereses del sindicalismo nacional peronista
(LO, 24/11/1973). Se estima que entre 1973 y 1976, los grupos montados
desde el Ministerio de Bienestar Social asesinaron abiertamente a un
número considerable de opositores—calculado en 1000 personas según las
estimaciones más discretas—, además de innumerables atentados de
bombas, secuestros y “listas negras” que obligaron al exilio a políticos,
sindicalistas, artistas, intelectuales y científicos.46 Al menos dos de los jefes
de los comandos de la Triple A actuantes desde 1973, los comisarios Alberto
Villar y Luis Margaride fueron puestos a la cabeza de la Policía Federal y de
la Superintendencia de Seguridad, respectivamente, por el propio Perón en
1974, y otros dos, responsables operativos de la Triple A—Juan Ramón
Morales y Rodolfo Almirón—, fueron reincorporados al cuerpo policial y a
la custodia de López Rega durante el gobierno de Lastiri, un día antes de
que el nuevo presidente electo asumiera.47

                                                                                                                         
45 González Janzen (1983: 36) habla de una auténtica “federación de

grupos de derecha” de extracción nacionalista, católica y antisemita que


proporcionaron el capital humano para la Triple A y otras agencias estatales. La
presentación de la Triple A aquí hecha es somera, para más información, véase,
Andersen, 1993; García, 1995; González Janzen, 1983; 2007; Servetto, 2008.
46 Sobre las cifras, los datos de la época hablaban de 2000 asesinatos

(Crónica, febrero de 1976); por su parte, en los años ochenta, la CONADEP


estableció una cifra de 428 asesinatos vinculables a la Triple A (cit. en Svampa,
2007). Posteriormente han variado de un autor a otro, García (1995) habla de no
más de 900 asesinatos; Bufano (2005), menciona entre 1200 y 1500; González
Janzen (1983), unos 2000.
47 Respectivamente, Decreto 313, 28/1/1974 y Decretos 562, 29/1/1974 y

1858, 11/10/1973, no publicados; también en Bufano, 2005 y Larraquy, 2007.


Villar había sido parte de la brigada de custodia de Perón en los años 50 y estaba
formado en la doctrina militar francesa de la guerra contrarrevolucionaria que
abonó la Doctrina de la Seguridad Militar en la Argentina. Durante la dictadura de
La depuración interna del peronismo 47

Si bien la Triple A fue públicamente denunciada en numerosas


oportunidades, ninguna imputación ni pedido público de investigación o
interpelación a miembros del gobierno tuvo resultados significativos hasta
los primeros meses de 1976 cuando los avances de la comisión
investigadora establecieron con veracidad el armado de la organización en
la sede del Ministerio de Bienestar Social desde 1973.48 Aun en ese
entonces, aunque los vínculos de López Rega con la organización fueron
objeto de la denuncia pública, la vinculación con el gobierno de manera
más general o con el propio Perón fue obviada.
En efecto, el personaje de López Rega—proveniente del peronismo
de extrema derecha y rodeado de un halo de misterio debido a sus creencias
y prácticas paranormales—, en sus funciones de ministro, secretario
privado y mano derecha de Perón y luego de su viuda, llegó a adquirir una
enorme influencia sobre la pareja presidencial y en el control de los hilos
del poder político en este período.49 No obstante, nuestra hipótesis es que el
funcionamiento de la Triple A y la política represiva del gobierno peronista
del período no pueden ser explicados a través del “personaje” López Rega y
sus misterios, sino como parte de una estructura y una lógica política que
permitieron el crecimiento de tales individuos y el despliegue del terror de
Estado desde 1973 en adelante. Por eso mismo, consideramos que las
acciones de la Triple A funcionaron de manera articulada y solidaria con las
políticas partidarias y gubernamentales de persecución ideológica,
procediendo a la eliminación física de toda manifestación “rebelde”,
“revolucionaria” o de “izquierda” dentro del peronismo y fuera de él.

La legislación de excepción y la configuración de un Estado represivo


Entre 1973 y 1974, mientras se desenvolvía el feroz conflicto
intrapartidario y parcialmente en respuesta a él, fue creciendo el espiral de
las acciones armadas paraestatales y guerrilleras. Ello fue generando un
estado de normalidad y convivencia cotidiana con la violencia, que a la vez
se daba en el marco de un fuerte proceso de movilización social. La política
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   
Onganía y Lanusse había sido encargado de diversas acciones represivas y
antiguerilleras (Larraquy, 2007).
48 Sobre la investigación de la Triple A, véase LO y Crónica, enero-febrero

de 1976.
49 Sobre López Rega, véase Larraquy, 2007.
Franco 48

gubernamental respondió al clima de violencia con una legislación cada vez


más represiva fundada en la “necesidad” de preservar la Nación y las
instituciones amenazadas por la “subversión” y el “terrorismo marxista”.
Esa legislación permitió y justificó a la vez la implementación de una
política disciplinadora sobre sectores de trabajadores, estudiantes,
empleados estatales y profesionales, a los que progresivamente también
consideró una amenaza para la seguridad y el orden. Así, bajo el argumento
de la necesidad de Estado y a través de la constante recreación simbólica de
enemigos internos—intra y exprapartidarios—desde fines de 1973 se fue
implementando una normativa legal basada en el progresivo recorte
sistemático de las libertades democráticas y la suspensión progresiva del
Estado de derecho en nombre precisamente de su defensa. Tal como
planteó un diputado de la oposición, ello suponía la homologación entre la
preservación del orden interno entendido como seguridad nacional y la
defensa nacional.50
No es el objetivo de este trabajo analizar esta legislación de
excepción y su veloz progresión en el marco de la frágil democracia de los
años setenta—lo cual requeriría un análisis y exposición específicos-, sino
sólo indicar su articulación ideológica y práctica con las políticas
intraperonistas de persecución interna.51 En todo caso baste señalar que esa
escalada de medidas estuvo conformada por recortes a las libertades de los
trabajadores, leyes de “purga” en la administración pública, leyes de
intervención universitaria, clausuras de numerosas casas de estudios, leyes
de recorte de las libertades de expresión e información—con el cierre
sistemático de medios de prensa y prohibición de circulación de toda
literatura considerada “marxista”—y severas leyes de seguridad con penas
extremas orientadas a “erradicar definitivamente la subversión” que
llegaron a contemplar desde la militarización del territorio hasta la pena de
muerte y el juicio sumario.52 Finalmente, en noviembre de 1974 se impuso

                                                                                                                         
Diputado Horacio Sueldo, Partido Revolucionario Cristiano, DS-HCDN,
50

noviembre 20-21, 1975, tomo 7: 5277.


51 Hemos analizado esa legislación y su relación con los postulados de la

seguridad nacional y las ideologías del terrorismo de Estado en Franco, 2009.


52 Discurso de la presidenta María Estela Martínez de Perón, LN,

27/9/1974. La progresión de las leyes de seguridad incluye, por ejemplo, la reforma


del Código Penal en enero de 1974 y la Ley de seguridad 20.840 (septiembre de
La depuración interna del peronismo 49

el estado de sitio (que no se levantaría nunca hasta 1983 al terminar la


dictadura militar) y a partir de 1975 se autorizó la intervención sistemática
de las Fuerzas Armadas en acciones “antisubversivas” en todo el territorio
nacional. El conjunto de estas medidas, implementadas de manera
progresiva desde el gobierno de Perón, aunque con fuertes saltos
cualitativos después de su muerte, habilitaron la clausura ideológica, el
encarcelamiento y la persecución de toda oposición política considerada
amenazante, así como la represión policial y parapolicial que acompañó la
implementación de la legislación, y luego al habilitar el recurso a las
Fuerzas Armadas, la autonomización de estas a través de los más salvajes
métodos del terrorismo de Estado.
Si durante 1973 y 1974 la conflictividad del peronismo se instaló
como variable independiente del proceso político nacional y lo subordinó,
luego ello se articuló y retroalimentó con las reacciones políticas y estatales
ante otras formas de violencia y movilización social contra la izquierda
armada no peronista. Así, el proceso desatado desde la cima partidaria se
amalgamó y confundió con el discurso anticomunista propio del clima de
Guerra Fría de numerosos sectores políticos tradicionales y el discurso más
claramente contrainsurgente de las fuerzas de seguridad argentinas,
reconfirmando y coincidiendo en el marxismo como objeto de persecución
política y configuración automática del enemigo interno.

Algunas conclusiones con perspectiva histórica


En su conjunto, todo el período democrático peronista estuvo
precedido y sucedido por sendas dictaduras militares: la primera, entre
1966 y 1973, y la segunda entre 1976 a 1983. Ambas dictaduras tuvieron
como sostén y entramado político-ideológico proyectos represivos cuyos
fundamentos ideológicos partían del corpus conocido como Doctrina de la
Seguridad Nacional, de origen norteamericano y con fuertes influencias

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   
1974). A esta le siguieron, entre otros, los decretos de “aniquilamiento de la
subversión” (octubre de 1975); diversos decretos de centralización y concentración
del control de la “seguridad nacional” y en las Fuerzas Armadas bajo dirección del
Poder Ejecutivo, y el proyecto de ley de Defensa Nacional que incluía la creación de
“zonas de emergencia” bajo control militar y la aplicación de la pena de muerte
(este proyecto obtuvo sanción del Senado en noviembre de 1975, pero nunca se
discutió en Diputados porque se interrumpieron las sesiones). (Franco, 2009.)
Franco 50

francesas y del catolicismo intransigente en el caso argentino.53 Este cuerpo


de ideas suponía la presencia de un nuevo enemigo interno de tipo
marxista, que si bien provenía del exterior, estaba instalado dentro de las
fronteras nacionales. En este esquema, las Fuerzas Armadas eran las
responsables de salvar el cuerpo social enfermo—la Nación—eliminando la
amenaza subversiva marxista percibida como un cáncer. En el caso de la
dictadura impuesta por Onganía en 1966, esta concepción se plasmó en una
larga serie de disposiciones de gobierno que articulaban las nociones de
“seguridad” y “desarrollo” como pilares del proyecto militar e institucional.
En cambio, la Junta Militar que usurpó el poder en 1976 puso claramente el
acento en uno de los dos polos: la seguridad, entendida en términos
represivos extremos, es decir, la eliminación brutal de toda forma de
contestación y movilización social o política encarnada en la noción de la
“subversión apátrida”.
La historiografía sobre la historia argentina reciente suele escindir
el período democrático peronista de ambas dictaduras militares,
justamente por su carácter popular y democrático y porque el retorno del
peronismo al poder implicó la restauración de derechos electorales
largamente enajenados a amplios sectores populares a los cuales durante
años se les negó el derecho a votar a los candidatos de su preferencia.
Efectivamente, la legitimidad de origen y el sustento popular histórico del
peronismo ponen a ese gobierno fuera de toda analogía con regímenes de
facto o dictatoriales. Sin embargo, el punto específico a partir del cual no
interesa establecer algunas relaciones históricas es la continuidad de
políticas de carácter represivo que se implantaron durante el período de
Onganía y que lentamente reafloraron durante los sucesivos gobiernos
peronistas entre 1973 y 1976. El Decreto-Ley de Defensa Nacional (16.67o)
de la “Revolución Argentina”, que consagró la seguridad nacional como
principio de gobierno en 1966, fue seguido de una larga serie de
disposiciones oficiales de dureza progresiva en cuanto a “represión del
comunismo”, prohibición de materiales “subversivos”, creación de un
“fuero antisubversivo” en el ámbito judicial, la reforma y endurecimiento

                                                                                                                         
53 Sobre las influencias ideológicas en las Fuerzas Armadas argentinas y la

DSN, véase López, 1987; Mazzei, 2001; Ranalletti, 2010.


La depuración interna del peronismo 51

de las penas previstas por el Código Penal, creación de consejos de guerra,


leyes de control del “terrorismo”, leyes de censura y limitación de huelgas y
reorganización de las fuerzas de seguridad y de inteligencia. Desde luego,
esta normativa se articuló con la acción represiva clandestina,
especialmente a partir de 1970, a través de secuestros, asesinatos y
desapariciones.54 En mayo 1973, al asumir Cámpora, la mayoría de esta
legislación fue derogada, excepto la fundamental ley de “Defensa Nacional”
de 1966, la cual además fue invocada de manera recurrente como
basamento jurídico legítimo de diversas leyes de excepción aprobadas en
esos años democráticos. Desde fines de 1973, la escalada represiva comenzó
a plasmarse nuevamente en disposiciones oficiales y una normativa similar
en espíritu—e incluso, a veces, en su letra—a la derogada meses antes.
La primera manifestación de la continuidad de cierto clima
ideológico fueron las concepciones del enemigo interno y de la defensa del
orden que emergieron con el estallido de la conflictividad interna del
peronismo y el llamado a la “depuración” partidaria. Como se reveló en el
análisis, en aquel conflicto la política intrapartidaria del peronismo
obedeció a prácticas represivas y concepciones cercanas a las nociones
militares de la seguridad nacional, que luego se fueron plasmando en la
legislación del período y tendrían larga articulación con las prácticas
represivas estatales de la dictadura de 1976. De esta manera, las políticas
del peronismo en los años 70—y su conflicto interno fundamental—
formaron parte de un continuo represivo semilineal que se extiende entre
1966 y 1983. Sin embargo, de todo ello sabemos aún muy poco y los relatos
hegemónicos sobre el pasado reciente argentino aún deben ser repensados.

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