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Ficciones
LA
CONSPIRACIÓN
CHINA
CARLOS
CHERNOV
JL
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Para Diana
- I -
El hijo de la suicida
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-II-
Yo también tuve mi noche con Marilyn
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- III -
Marilyn & Los silenciosos
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to, fue uno de los momentos más felices de mi vida, estaba tan
enamorada... y bueno, ese tiempo terminó. Pero ya no estoy
triste: ahora estoy enamorada del Presidente. No te esperabas
semejante noticia, ¿no? Nadie lo sabe. Te pido la máxima dis
creción, por favor no se lo cuentes ni a tu mejor amigo; es co
mo un secreto de Estado. Hay gente que nos podría hacer
muchísimo daño si se enterara, sobre todo a John. ¡Al fin te
nemos un presidente joven y buen mozo! ¿No te parece que
John es terriblemente atractivo? Ah, ¡cómo amo a ese hombre!
”En el avión rumbo a Washington estaba preocupada;
tuve miedo de que Bobby me tomara por loca. Misteriosas le
siones en la piel, arrugas repentinas, merodeadores chinos de
pupilas rojas y fosforescentes. Yo estoy en tratamiento psi
quiátrico, ya una vez me internaron en una clínica. No que
ría estropear mi relación con John; no quería que Bobby le
dijera: ‘John, anteayer vino a verme Marilyn. Me contó una
historia delirante. Dice que la persiguen unos chinos, que la
tienen dominada. Pobre chica, cada día está más loca’. Pensé
en volver en el primer avión sin visitarlo. Comencé a dudar.
¿Realmente había visto las pupilas brillar en la oscuridad?
¿No habría sido mi imaginación? ¿No habría sido todo un
mal sueño?
”Bobby me atendió de inmediato. Me recibió en mangas
de camisa, corbata roja y radiante sonrisa Kennedy. Él tam
bién es muy buen mozo; somos amantes esporádicos. Trató de
besarme y lo rechacé. Bobby siempre está con ganas y yo to
da la vida pensé que el sexo no trae cáncer; pero, si algunas ve
ces me acosté con Bobby, fue para darle celos a John. Ahora
estoy arrepentida, me parece que fue contraproducente; desde
entonces John rara vez contesta mis llamadas telefónicas y
cuando hablamos me trata con una especie de cortesía distan
te. De todas formas, no sé si se alejó porque me acosté con
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Luego, de golpe se dio vuelta en la cama y, como los ni
ños cuando tienen sueño, se quedó con los ojos fijos en un
punto del espacio, lentamente fue cerrando los ojos y se dur
mió. Yo estaba atontado. Ya me resultaba muy difícil aceptar
que Marilyn fuera una persona real y estuviera durmiendo
desnuda a mi lado, lo de los chinos superaba por completo mi
posibilidad de comprensión. En realidad ni me interesaba, sin
detenerme a pensarlo demasiado lo consideré un disparate. Lo
que sí me interesaba eran los pechos, las nalgas y las piernas
blancas de Marilyn. Aunque estaba muy excitado me propuse
no tocarla, me alejé de su cuerpo todo lo que pude. En ver
dad, no me animaba a tocarla, todavía no había tenido mi pri
mera eyaculación. La espié levantando la sábana, ella estornu
dó y me apuré a cubrirla. Marilyn me tom ó por la muñeca y
se tapó con mi brazo. Comencé a acariciarle suavemente el
hombro con mi mano libre, entretanto pensaba: “No puede
ser, esta mujer es Marilyn Monroe”. Me quedé mirándola y
mirándola, mientras soportaba el suplicio de mi pene erecto
presionando contra la tela del pantalón. Al fin, absurdamen
te, yo también me quedé dormido.
-IV-
M i entra/la al mundo de la inteligencia
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en fotografía y apertura de cartas. Se había fracturado una
clavícula durante el entrenamiento y había aprovechado su
convalecencia para asistir a toda clase de cursos técnicos. H a
bía viajado a Lima en el ’58 con una pesadísima carga de
equipo que incluía cien kilos de llaves de encendido de auto,
correspondientes a cada modelo de Ford, General Motors y
Chrysler fabricado desde 1930 hasta ese momento.
Él me transmitió valiosa información sobre las activida
des de la CIA en Lima, entre el ’58 y el ’62; pero lo más im
portante para mí fue que Almada me reveló la existencia de
Christopher Toy, el creador del Proyecto Chimpansex. Poco
tiempo más tarde, por una afortunada coincidencia pudo pre
sentármelo. Christopher Toy era un joven poeta ciego y ho
mosexual, desde hacía años vivía en Camp Peary. Jamás hu
biera imaginado que el autor del Chimpansex estaba tan
cerca, más aún, me parecía increíble que ese hombre, que ni
siquiera era oficial de la CIA, lo hubiera planeado. Con el co
rrer del tiempo nos hicimos amigos, después de innumerables
charlas pude reconstruir la historia. La recibí tal como la
cuento, me limité a ordenarla cronológicamente. Siempre
pensé que en su relato existían claves que escapaban a mi com
prensión, por eso, para comunicar una figura lo más comple
ta posible de la verdad, decidí seguir las ramificaciones del
material sin omitir ningún detalle.
-V -
Encuentro en el Hybrid Monkey Cafe
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-VI-
Alucinados en el Amazonas peruano
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-VII-
Aljefe Jones le gustaba el *trabajo mojado”
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- V III -
Lima, “La horrible”
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-IX-
En las garras de la CIA
YANKIS GO HOME
y
P
LA ALIANZA A EL PROGRESO
R
A
-X -
Scheherazada
ginales por la piel del pene, las secreciones femeninas nos im
pregnan de elementos Ying. La salud se sustenta en el equili
brio energético entre el Yang y el Ying. Para mantener su Yang
intacto los silenciosos jamás copulan.
Según el médico, los silenciosos existían desde hacía mi
les de años. En la antigüedad los consideraban criminales co
munes y los condenaban al Tormento del Ojo de Pez: la ce
guera lenta por amputación de los párpados. (Extirpados los
párpados, el ojo se secaba y ulceraba, la ceguera sobrevenía en
tre dolores tan atroces como los que ellos les provocaban a las
mujeres.) El verdugo gozaba del derecho de posesión sobre los
párpados. En infusión de té verde eran muy apreciados como
remedio contra el decaimiento de la virilidad; del mismo mo
do que los testículos de tigre, la sangre de los criminales ajus
ticiados o, en la Roma imperial, los riñones de los gladiadores
vencidos en el Circo. En la C hina actual se los sentenciaba a
prisión, allí les ocluían los ojos con parches herméticos, los
vendaban y encapuchaban. A largo plazo se conseguía el mis
mo efecto: por falta de luz perdían la vista.
-E l método parece menos inhumano, tal vez lo sea, tal
vez no, pero sin duda no es tan espectacular como la venera
ble crueldad china —comentó el médico.
Cuando Toy le preguntó con ironía por qué nunca había
oído hablar de un mal tan curioso, el médico le respondió sin
titubear que como enfermedad no era verosímil para los occi
dentales, equivalía a creer en milagros; y con el mismo tono
irónico le retrucó: “aunque en Occidente creen en Dios”. En
1932, un dermatólogo inglés residente en Hong Kong había
publicado en el Eastem Medicine Journal, un artículo titulado
“The Eye-Needle Men”, una descripción bastante ajustada de
los silenciosos. Arriesgaba la hipótesis de que las arrugas pre
coces, las estrías, la piel de naranja y otros males de la estética
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-XI -
Un baile llamado "retorcer ”
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- X II -
En el reino de la China
El coolie,
sandalias y músculos de caucho,
- X III -
El gran salto
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- XI V-
La vieja de los “Lirios de oro”
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- XV-
Locos por Lis monas
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-X V I -
Por un pelo
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-X V II-
Eljardinero que injertaba testículos
-X V III-
Los silenciosos
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tos tu carne da como carne”. ¿Y todo esto para qué? Para ca
lentarle la cabeza a los hombres. Los hombres me desean de
masiado, eso no es bueno -con tin u ó M arilyn-. El deseo es
apetito, como si una fuera comida, ellos deben pensar:
“H m m m ... voy a clavarle el diente a esta cosita". Después di
cen que soy una rubia tonta y además mala actriz, liso es lo
que más me duele: si una es linda no puede ser buena actriz,
el público es m uy esquemático. Contestáme con sinceridad:
¿Te parezco tonta?
Yo debo haber negado vigorosamente con la cabeza, esta
ba tan pendiente de su cuerpo que no podía articular palabra.
En verdad no me parecía tonta, tal vez un poco atolondrada.
Se acercó a su escritorio, abrió un cajón y sacó unos pa
peles, mientras los leía se mordisqueaba las uñas, levantó los
ojos, me miró y lanzó una risita picara que me hizo enrojecer;
pensé que se reía de mi mirada fija en sus tetas. Por suerte su
risa era tan contagiosa, que yo también comencé a reírme,
aunque no sabía de qué.
-¡M ira lo que encontré! -gritó con voz de nena. Se acer
có a la cama bailando y agitando un papel en el aire-. Es una
carta que recibí el año pasado. Un hombre me escribió que mi
cuerpo es una obra de arte. “Q ue en nuestro m undo exista
una belleza como la suya hizo que volviera a creer en Dios.”
Quién hubiera dicho que justo yo iba a salvar a un pecador
-sonrió Marilyn.
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-XIX-
Los licenciosos
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vantó el teléfono y comenzó a dar rápidas órdenes. A través de
sus contactos en Pekín, organizó un convoy de camiones del
Ejército Rojo que los transportaría a Guangzhou, capital de
Guangdong, distante dos mil trescientos kilómetros. Después
se arrepintió y decidió que viajarían en avión. Mientras espe
raba una comunicación, tapó la bocina del teléfono con la
mano y le dijo al profesor Li como al pasar: “Los imbéciles de
Taiwán nos acusan de producir enfermos sexuales”. Le orde
nó por telégrafo al jefe de la guarnición de Guangzhou que
capturara con vida a todos los priápicos posibles y los m antu
viera bajo estricto control médico. Con el propósito de restau
rar sus fuerzas para una nueva batalla, el viejo Sin Yu se auto-
prescribió una poción doble de polvo de cuernos de ciervo en
celo; le dictó la receta al farmacéutico local.
El jardinero Sin Yu decidió que Christopher Toy partici
paría de la expedición. “Vamos a necesitar ciegos para que
atiendan a los colibríes en la oscuridad”, le guiñó un ojo al
profesor Li. A Christopher Toy la noticia del viaje lo alivió mu
chísimo, los silenciosos le destrozaban los nervios, estaba dis
puesto a ir a cualquier lado con tal de alejarse de ellos. El pro
fesor Li los presentó al día siguiente, poco antes de la partida.
El olor del viejo Sin Yu le recordó a Christopher la casa de sus
abuelos en Boston. Era un olor a polvo doméstico quemándo
se sobre la estufa de resistencias eléctricas, mezclado con ema
naciones de transpiración agria -q u e su abuela achacaba al su
dor de los albañiles que habían construido el edificio-. Decía
que el sudor se había mezclado para siempre con la argamasa
de las paredes. Se percibía con más intensidad en la cocina. El
padre de Christopher, de manera prosaica, situaba el olor en
las cañerías de desagüe de la pileta de lavar, tapadas de grasa
fermentada. “Pero papá no las destapaba, no se animaba a de
rramar soda caustica sobre los obreros de mi abuela.”
-XX-
La enfermedad china
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En el comienzo de la primavera,
la hoja del ciruelo ornamental
que soportó el otoño y el invierno,
cuelga floja entre las jóvenes hojas.
Afea el árbol.
Cuelga como una membrana negra,
como el pedazo roto de un ala de murciélago.
-XXI-
Chñstopher & Jones
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-X X II-
Jones en Washington
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CIA dijo, de manera desafiante, que quizá los chinos sabían al
go que los soberbios genetistas americanos ignoraban. La mi
lenaria reputación de los chinos por inventos como la pólvora,
la brújula, el papel, los fideos y tantos otros respaldaba vaga
mente lo fantástico de su argumentación. Uno de los genetis
tas aprovechó la mención a la sabiduría china, para contraata
car con un comentario capcioso: “ya nadie puede sostener
seriamente la hipótesis de que el mogolismo es una regresión
genética hacia una raza inferior, es decir, la china”. La señorita
Wu, presente en la reunión, se sintió muy ofendida.
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Por una cuestión de rutina, los oficiales del Air Forcé In-
telligence enviaron aviones de reconocimiento; estaban habí
tuados a espiar China desde el aire. Ya habían rtvibklo radio-
-X X III-
Los silenciosos en acción
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calicé en el ’69. Tuve que vencer explicables resistencias de
Christopher para que me acompañara a visitarlo. Necesitaba
un intérprete fiable en caso de que, ante mis preguntas, el
hombre decidiera refugiarse detrás de la barrera idiomática.
Christopher estaba enojado, no saludó al chino y durante la
entrevista mantuvo un mutismo absoluto. Pero no precisé su
ayuda, el inglés del hombre era fluido y se desvivía por hablar.
Al fin y al cabo yo pertenecía a la CIA y su permiso de residen
cia en los Estados Unidos siempre podía ser revocado. Saqué
en limpio que para los chinos el proyecto Gran Trabajador ha
bía perdido razón de ser. La salud de los mutantes era muy dé
bil, la mayoría no alcanzaba la adultez, pero lo que en reali
dad acabó con el Gran Trabajador fue la Revolución Cultural.
En el ’66, entre tantos líderes del Partido Comunista víctimas
de las purgas, cayó el protector del proyecto, el presidente Liu
Shao-chi. Cuando nos despedíamos, sin dejar de golpear la
placa de hierro, el hombre me informó de un hecho curioso:
varias de las chimpancés americanas que había transportado a
los Estados Unidos vía Hong Kong estaban preñadas de los
“colibríes”.
-XIV-
La violación de Sarah
celo. Sarah sólo sabe contar hasta los dedos de una mano —di
ce Virginia-. El animan empieza a perseguirlas, las monas co
rren y gritan aterradas. Me repite que las paredes del cuarto
son como camas paradas. Supongo que este detalle debe intri
garla...
”- 0 preocuparla; tal vez duda, no sabe si el lugar es una
cama y ella está soñando -dice el doctor Masters reflexionan
do para sí.
"Sarah tiembla y hace nuevos gestos: se abraza por los
hombros, gimotea con pena y señala su ano con el índice. Vir
ginia comenta:
"-H abía olor a miedo en el aire. Un triste olor a miedo,
seguramente defecaciones diarreicas.
”-Sí, y mechones de pelo y manchas de sangre en las pa
redes, un espectáculo pavoroso -agrega el doctor Smiles-. El
priápico las perseguía a una velocidad inconcebible, en segun
dos estaba arriba de cualquiera de ellas y ya no la soltaba. Las
monas, en su desesperación, arrancaban los capitones del ta
pizado de las paredes y se rompían las uñas tratando de rasgar
las lonas para salir. Nunca se aliaban para atacar al licencioso.
Él cubría durante un largo rato a cada una, mientras las otras
contemplaban la escena muy quietas, para no atraer la aten
ción del hombre. En un momento me fui, estaba asqueado, al
volver después de una hora, el priápico seguía con la misma
mona. Cuando los chinos suponían que una hembra ya esta
ba servida, apagaban la luz y la retiraban. Apenas volvían a en
cenderla el licencioso se abalanzaba sobre la próxima.
”-¿Es cierto que todas estaban en celo? -pregunta el doc
tor Masters con expresión de incredulidad.
”—Sí, es fantástico, nueve hembras en celo al mismo tiem
po, y eso que el contingente americano sólo sumaba un total
de doce. Los chinos recurrieron a un ardid muy astuto: les
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Tercera parte
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“...Únicamente Dios, querida mía,
podría amarte sólo por ti misma
y no por tu cabello rubio.”
W. B. Yeats
-XXV-
Marilyn renacida
-X X V I -
Marilyn, los silenciosos &yo
Noche de la noche,
por favor,
esconde mi cuerpo,
esconde mis pliegues entre tus pliegues.
Noche de la noche,
por favor,
ocúltame.
Primera parte
I. El hijo de la su icid a............................................ 15
II. Yo también tuve mi noche
con Marilyn M o n ro e.......................................... 21
III. Marilyn & Los silenciosos ................................ 33
IV. Mi entrada al mundo de la inteligencia 45
V. Encuentro en el Hybrid Monkey Cafe ............ 53
VI. Alucinados en el Amazonas peruano ............. 59
VIL Al jefe Jones le gustaba el “trabajo mojado” .... 65
VIII. Lima, “La horrible” ........................................... 71
IX. En las garras de la CIA ...................................... 79
Segunda parte
X. Scheherazada ...................................................... 89
XI. Un baile llamado “retorcer” ............................. 99
XII. En el reino de la China .................................... 105
XIII. El gran salto ....................................................... 115
XIV. La vieja de los “Lirios de oro” ......................... 123
XV. Locos por las monas .......................................... 131
XVI. Por un pelo ........................................................ 139
XVII. El jardinero que injertaba testículos ............... 143
Tercera parte
XXV. Marilyn renacida ............................................... 223
XXVI. Marilyn, los silenciosos& yo ........................... 235