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La Librería Argeni
Aira / Siluetas I
Bianco / Bioy / El corte
argentino / La revista
Martín Fierro / Borges /
Cambaceres / Infierno
Albino / Copi / Dabove /
El canon / Fogwill /
Guebel / El Salón de
1837 / Osvaldo Lamborghini /
Formas locales de leer /
Macedonio /
La generación del 80 / El
viaje de Cozarinsky / María
Moreno o la trans
biografía / Piglia /
Pizarnik / £ /frasquito /
Quiroga / La revista /
£7 entenado / Néstor Sánchez /
Los “roaring sixties” /
Lunáticos / Wilcock / La
prosa que vendrá
Q q £, ^Alción Editora
A lción Editora
dirección
Juan C arlos M aldonado
Impreso en Argentina
Printed in Argentina
L a L ib r e r ía Arg e n t in a
A l d ó n E d ito ra
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La Argentina no es ninguna
raza ni nacionalidad sino puro
estilo y lengua.
O s v a l d o L a m b o r g h in i
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I
L u n á t ic o s
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No v e o el mar por el ojo ciego de buey pero sí los diferen
tes pisos de esta Librería. En la cubierta superior la teoría;
cerca del cabrestante, la crítica; en el primer subsuelo, jun
to a las calderas, la ficción. Y así y así: las salas de lectura,
los dos anfiteatros para Congresos, la trastienda o desván
donde ningún libro está clasificado, los beques que alguna
vez fueron retretes pero ahora son cubículos de encuader
nación. Y el scriptorium de los copistas.
Es un enorme galeón lleno de gente a la deriva, y en
algún lugar está la bodega propiamente dicha: la cueva
de resonancia, ahí donde se almacenan todas las voces y
se pierden todos los dominios y jerarquías de cada dis
ciplina. Esas voces están, según veo, atrapadas en lo
más profundo de las escalas de madera que se bifurcan
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a babor, a estribor. Salvo que la escalera no es jerárquica:
se trata de un tirabuzón donde en cualquier momento to
dos terminan cantando en la terraza que es esa arboladura
llena de velas del ensayo literario. Y porque ese canto con
cilla el trabajo de ficción con la actividad crítica y la in
vestigación, acá será posible ver a varios de muchos nave
gantes abrazándose bajo el Palo Mayor. Es noche de fies
ta y canje en altamar.
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samos muchos papeles, sí, pero siempre los leimos en el
más natural “intercambio de roles”, sin tocar un punto ni
una coma al Enigma Familiar de la Literatura Argentina.
Ese libro podría llamarse París-Londres-New York-Berlín-
Roma, la leyenda internacional de una fantasía de lugares
importantes que siempre aparece al pie de una marca de
perfume argentino barato. Aunque también podría llamar
se Quequén-Buenos Aires-Mar del Plata-Bareelona, esos
pocos puertos adonde él se detuvo para comprar Todo en
librerías (y leer todo como barato).
' Osvaldo Lam borghini, Sebregondi retrocede, Buenos Aires, Noé, 1973.
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4 Josefina Ludm er, “L iteratura experim ental", C larín, Suplem ento Cultura
y Nación, Buenos Aires, 25 de octubre de 1973.
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de Irene de S ilvina Ocam po. C erca del fondo busco, y
por fin encuentro, Ley de juego, de Briante, encima de
Grot de Antonio di Benedetto y Las armas secretas de
Cortázar. (Ya mismo releo “Las babas del diablo”.) Y sé
que en algún lugar está Eisejuaz, de Sara Gallardo, y has
ta el Adán Buenosayres, que en versión abreviada no ocu
pa mucho espacio.
(Este neceser es, en realidad, mi botiquín de primeros
auxilios. Y tanto se irá cargando de libros que tendré que
reemplazarlo por un baúl.)
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deslizarse de una generación en los clásicos. Pensado de
otro modo: sus libros que leí eran de mucha narrativa por
que querían serlo -no habrá discusión posible sobre estas
determinaciones del deseo-. El relato continuo entraba a
saco por la lenta biografía de las pasiones de cada cual. Co
mo si en conjunto ellos fueran aquel robot o golem, el Ar
tefacto armado de las letras de otros, y por allí se filtrara el
espectro de una literatura que a todos los tomaba de cuer
po entero. Ahí donde todos quedaban retratados en la luz
de un mismo flash, un estilo, su manera de leer las cosas;
esa patología. Y esa filología, que al fin y al cabo no es si
no ver los modos como la lengua encama en cada región.
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2 Op. cit.
5 Juan José Saer, E l entenado, Buenos Aires, Folios, 1983.
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7 Qué curioso que el régimen del cuento o de la historia siem pre haya veni
do am arrado al sentido, desde la fábula y la parábola en adelante. Incluso los
sueños se reconstruyen a veces, muchas y excesivas veces, com o un relato.
¿Será que desprenderse de la historia siempre da un poco de m iedo?
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¿Cómo vender lo Intimo, infantil,
familiar y maternal? ¿Por qué
otro valor cambiarlo?
J o r g e P a n e s i,
F e lis b e r to H e r n á n d e z
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Cacique, Editor, Emperador- viene a dar con otra forma de
escribir totalmente ignorante de las ansiedades que gene
ra el mercado, ésas que obligan a muchos escritores a
comportarse como shvitzers. 7 O, para decir lo mismo de
una manera un poco más deliberadamente simple: en las
formas retóricas en las que se aloja Guebel se podrían des
cubrir, por su disposición táctica, las fronteras de guerra
de la posición sintáctica entre una fantasía de sobreviven
cia, una voluntad de poder, una necesidad de identifica
ción personal en el mercado y un deseo de diferencia. En
el tumulto de voces, personajes, aventuras y cuerpos, esta
obra dirá todas esas cosas tan de cerca como lo permita el
molde cerrado de la frase perfecta en el caracol de una
oreja.
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Tal vez esto que quería decir fuera: a las fuentes eternas de
la narración (la fábula cervantina misma).
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pleja que generan un valor agregado. Hacerlas, a Guebel
no le cuesta nada. Esa espontaneidad gratuita, esa gratui-
dad de su estilo devuelve a la literatura a su instancia de
máxima verdad: leer y escribir no admiten costo alguno;
allí nadie paga un precio. (A Guebel, sencillamente, tóma
lo o déjalo.)
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A Laura Estrin
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su pequeño establecimiento, donde una placa de bronce
dice: Librería (calle Reconquista n° 72) y, poco des
pués, un poco más allá en esa misma calle: LIBRERÍA
ARGENTINA.
A continuación se me produce el desliz. Noventa
años adelante todos aparecen posando, otra vez, pero
para mi foto siguiente. Al pie, esta leyenda: R e v is ta
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en papel de arroz, un busto de mármol de María Luisa
de Austria o una pesada espada que perteneció a un
mandarín de la China. Y todos los demás objetos que
también vinieron en la bodega de este barco, y que la
casa de Tomás Gowland puso en remate cuando el Sa
lón cerró sus puertas. Cosas exóticas, en fin, práctica de
lo ajeno; extravagancia... ¿Quién podría adivinar, con
Echeverría, Gutiérrez, el mismo Sastre, Alberdi, cuán
tos de esos elementos fueron o no echando, desde aquel
entonces, las Bases y Puntos de Partida Inconscientes
para la Constitución Nacional de una Literatura?
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A quí se lee de la siguiente manera: un libro al azar, encon
trado en un estante cualquiera, supone toda la biblioteca,
de modo que en él yo podría leer dos, tres o más obras si
multáneamente. De un anaquel a otro clasifico como un
polizón algunos volúmenes y leo de pronto el título de una
novela, Infierno y Albino,1 allí donde se localiza lo más
blanco del fuego, el punto incandescente del blanco de
nuestro propio ojo al rojo vivo. Y antes de pasar a la pri
mera página de ese libro me inclino ciego sobre algunas
viejas lecturas en tomo al fuego del hogar.
Encuentro esto de Charles Nodier: ‘Toda descripción
de un descenso a los infiernos tiene la estructura de un
sueño”. 2 Pienso a continuación que, por más cotidianas
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se hace fiebre y lo envía directamente a la cama.4
¿Y cuál será la experiencia sexual de Albino si no la de
la culpa y el miedo o el horror de la infidelidad? Inflamar
un palo destilándolo p or una ranura en la madera seca;
la ancestral técnica de producción del fuego ahora vuelta
en él la práctica del robot sexual de un muerto
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7A dolfo Bioy C asares, E l sueño de los héroes, Buenos Aires, Losada, 1954.
*Enrique Pezzoni, E l texto y sus voces, Buenos A ires, Sudam ericana, 1986,
p. 243.
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'T h . Sfez, Walking on the edge, New York, Surplus, 1996, p. 112.
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que tal vez no sabrá manejar. Y en ese reto a duelo lleno
de miedo cambia la dirección de su prosa para llegar al
destino personal de Ficciones y El aleph.
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X
L O S RUIDOSOS SESENTA
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NATURALEZA
ES
LA
LETRA
REAL
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1Porque es un hom enaje, vale cada vez más nom brar a los ‘60. Uno por uno
-y en el riguroso orden alfabético del Congreso- a todos esos narradores.
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En fin, yo, que soy uno de ellos, en el sueño me hago
profesor viejo para poder leerlos. Y en cuanto a ellos, ¿por
qué sus estéticas siguen discutiendo en mi aula después de
tanto tiempo? ¿Acaso los preservo en una imagen conge
lada en esta bodega que es mi aula? (Ellos son cinco do
cenas de tipógrafos encorvados todavía en las mesas, con
la cerviz inclinada para picotear mejor sus letras.)
¿Qué habrá cambiado desde entonces? Si no se lo su
po hasta ahora, es posible que ya nadie sepa qué asocia
ciones podrían establecerse entre comunidad, mercado, li-
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Q ué representación haré acá arriba, cuando desde la sen
tina o el sótano de este barco Luis Chitarroni mueva mis
hilos de lector...
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Digitized by G ck »gle U N IV E R S IT Y O F M IC H IG A N
ponen casi los pelos de punta. Sólo aparece una playa
blanquísima y angelical y, caminando sobre ella, una figu
ra de muerte toda vestida de negro. Del negativo al positi
vo va y viene alguien igual pero diverso. ¿En cuál de los
dos está, si es que alguien está? ¿De qué lado leo yo esas
siluetas?
Otra vez Macedonio: “Aquel que por el camino que la
siesta hace blanco aléjase moviendo ante sí las manos co
mo se camina en la noche, en las contraluces interiores a
la mucha luz es visto sin Figura, transparente”.
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moderno una vieja novela de la señora Murasaki y com
pone en japonés moderno una novela equivalente a ésa.
¿Cuál se viste de negro y cuál de blanco en las fotos pa
ralelas que tengo de Pierre Menard y Cervantes? La calí-
grafa japonesa Izumi escribe un Diario que tiende a cero,
con muy poco aporte de recuerdos y, además, extrañada
de sí en una 3* persona (del singular; para colmo, la tra
dición atribuirá a otra persona ese Diario). La breve vida
de Büchner sólo es capturable en un relato que funciona
como sustituto de su inexistente autobiografía. Y Sousán-
drade está, casi, a punto de ser una invención de sus dis
cípulos.
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visible, Joseph Cornell fabrica bellos objetos sin nin
gún uso ni valor. Hacer de la m entira una cosa creíble
es, en el caso de Ford Madox Ford, una verdad propia
de la literatura. Y de esa verdad se apropiará Ford pa
ra disimular su vida de gran embustero. A William Ger-
hardie Chitarroni lo descubre gracias a las enseñanzas de
un buen amigo, Víctor Eiralis, quien le da pruebas feha
cientes de la existencia de ese improbable escritor ruso.
Pero al final el único improbable será el propio Eiralis.
(Aquí el que estaba se fue.) Y otro ruso, Andrei Bieli,
practica a tal punto el arte de la fuga que se parece a un
arquitecto. Él, por ejemplo, respondiendo a la extraña
nomenclatura de Moscú, llama a una Avenida una Pers
pectiva. Es decir, un trazado puro por el que no camina
rán los rusos sino sus maquetas (siluetas).
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orientada al vacío. En su voracidad de lectura mucho le
está permitido. Desde aquel discurrir de un imaginario si
niestro en Gustavo Nielsen3 a esta forma de escribir la fie
bre y el delirio en Wasabi* (Alan Pauls). De ese tipo de re
lato emblemático, el antiquísimo ¿definitivo? dibujo que
una memoria de niña traza en los libros de Cristina Sisear,5
o bien de la ignota presencia de un cuerpo de lengua muer
ta -el latín-, verdadero cuerpo del delito de una novela po
licial quién sabe si en clave sajona o rioplatense y “blan
da”, a la latina (C.E. Feiling)6 a la delicada operación que
en Esther Cross7saca al Naturalismo de su cárcel artificial
para hacerlo pura naturalidad del narrar. O bien puro si
mulacro de naturalidad en ese fraseo un poco distante y
extrañado de sí de Matilde Sánchez8 que, vuelta y vuelta
de tuerca, al narrar hace de sus cosas un artificio creíble.
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ellos se tratara del impensado arte de inventar ruinas. Pa
sa la vida reciente, sí (los años del horror privado y el
crimen de Estado, algún eco de la guerra de Malvinas),
pero siempre que choque contra el muro ancestral de la
fabricación literaria. Ese efecto de rebote que lo transfor
ma todo y lo devuelve con una imperceptible cirugía
plástica, un lifting que mientras le da nuevo rostro al re
lato parece, incluso, que va cambiándole su figura a la
propia realidad.
Y la tradición, ¿adónde quedó? Sólo en una operación
de amor que transmigra. Aunque ahora ese acto de amor
no es sangriento, porque nadie aplicará en los demás, pa
ra perpetuarse, el colmillo doloroso de un Drácula o la
curiosidad de vampiro de un Cronista de Indias.
En el caso de ellos, sólo hablaremos del sistema del
indolente flujo de ciertos procedimientos comunes, fra
seos, prosodia: maneras grupales de entonar. Apoyos
mutuos, en fin. Costumbres de un país donde el escritor
siempre se vio sometido a los vientos salvajes y a la in
temperie de la pampa, a la desprotección feroz del Esta
do (el lobo feroz). Alguien que, para sobrevivir, tuvo en
tonces que hacerse solidario en su oficio; así como el ri
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co y el pobre iban a intercambiarse papeles, enseres, ¿pa
pas? en los ghettos de Lodz o de Varsovia.9
9 Nos rem itim os a un escritor que, porque jam ás recibió dineros del Estado,
jam ás se pudo pensar concesivo y deferente sino diferente del Estado. ¿Un
escritor vs, un estad o ...? Para retom ar a Scalabrini O rtiz, “no sé cuál de los
dos sale ganando”.
10 C arlos C hem ov, A m ores brutales, Buenos A ires, Sudam ericana, 1993;
F ederico Jeanm aire, Prólogo anotado, Buenos A ires, Sudam ericana,
1993.
11 B uenos A ires m e m ata, Bs. A s., S udam ericana, 1993.
11E l fu tu ro de los artistas, B uenos Aires, de la Flor, 1997. (A propósito de
im aginario, nervio, m ontaje y ju eg o , ver el relato “M i vida en el teatro”).
15 O xi Bithue, m anuscrito. (A partir de iguales personajes, G uaraglia pre
figura una B uenos A ires del año 2020 rescatada de los desechos del pre
sente.)
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Epílogo
A lred ed o r d e la
M ESA PATERNA
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Vengo por última vez de aquel congreso de narradores,
¿en qué lugar era?, muy cerca de las playas de Mar del
Plata adonde el barco encalló esta vez. Y entresacando al
go de todo lo mucho que escuché vuelvo a confirmar que
las cosas de la literatura no se pueden despegar del proble
ma de la traducción, ni éste de aquéllas ni ésas de éste, en
una especie de simbiosis que es el más clásico escenario
para angustiarse tratando de recuperar el eterno asunto de
la identidad. ¿De qué padre y de qué madre viene la lite
ratura rioplatense? El barroco cubano, es claro, podría
prescindir de este debate nuestro para asumirse indiferen
te en una pregunta apenas metafórica: ¿qué origen? “Por
que escribimos aquí, somos tan original y copia de Euro
pa como ella es nuestra propia traducción.” Ese carácter
-lo llamaríamos: transexual- de cierta literatura del Caribe
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No sobrevive nada de ese Congreso, salvo la imagen de
una perdida Librería contra cuyo fondo de polvo todos
quedamos retratados. Para teñir por última vez de rojo esa
imagen: todos los hijos o nietos de Drácula que están dur
miendo de día en los nichos de aquellos anaqueles y se
despiertan y continúan, de noche, la historia de amor de la
literatura argentina. Una pesada biblioteca que se identi
fica en lo infinito con su propio proyecto. Algo tan ances
tral que sigue y sigue programando a los escritores en su
inacabable deseo. Dicho esto en la forma más simple de
una pregunta ritual, ¿cómo emergerá cada uno de entre los
restos o desechos del sistema narrativo para cumplir, si
multáneamente, la triple utopía: 1) organizar ese sistema
de otra manera; 2) contarse mejor a sí mismo; 3) darle al
relato otro giro de loca verdad?
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Ín d ic e
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I
Lunáticos, 11
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Somos la rabia, 15
m
El corte, 25
IV
Modernos, 33
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Cuánto cuesta la letra, 39
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La Librería Argentina, 51
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vn
Antología, 57
vra
Formaciones discursivas, 63
IX
Borges por Macedonio, 73
X
Los ruidosos sesenta, 83
XI
El fantasma de la obra, 91
XE
¡Quién vive! ¿Hay alguien
en la Biblioteca de Babel?, 99
Epílogo
Alrededor de la
mesa paterna, 107
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La librería argentina
de
Héctor Libertella
se terminó de imprimir
en
marzo de 2003
Córdoba - Argentina