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TRAS LAS HUELLAS DE UN PORVENIR INCIERTO: DEL ABORTO A LOS DERECHOS SEXUALES Y REPRODUCTIVOS 1

El presente trabajo analiza el desarrollo de las discusiones teóricas acerca del derecho a decidir sobre el propio cuerpo desde
el Women´s Lib (década del ´60) hasta la década del ´90. El eje del análisis estará en las diferentes interpretaciones discursivas
elaboradas por el feminismo acerca de la apropiación del cuerpo. En otras palabras, el trabajo se desarrollará entre el discurso
por las demandas del aborto legal y las demandas por el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos. Las décadas
analizadas significan la puesta en escena del tema de la sexualidad como eje sustantivo en la liberación de las mujeres, dentro
de procesos políticos, económicos y sociales.
La sexualidad, especialmente el aborto, fue crucial en la década del ´70 como visibilización de la problemática femenina,
donde en el derecho al cuerpo se jugarán las percepciones de la diferencia y la igualdad. En los ´80/90 las conferencias
internacionales, conjuntamente con la aparición de las ONGs como nuevas formas de participación de las mujeres, serán uno
de los elementos que imprimirán un cambio en la discursividad respecto de la sexualidad pero también de la idea de
ciudadanía y derechos de las mujeres. En estas dos últimas décadas surgen los derechos sexuales y reproductivos en una doble
dimensión: como caracterización teórica de las necesidades de las mujeres y como eje articulador de las demandas.
Los cambios en la discursividad sobre el derecho a decidir sobre el propio cuerpo a lo largo del devenir histórico pueden ser
visualizados como un emergente en la lucha de las mujeres por la autonomía y libertad de sus vidas.

II. LA LIBERTAD DE ELEGIR: LUCHAS POR EL ABORTO LEGAL EN LOS ´60/70 La década de los ´60 significó el esplendor del
Estado de Bienestar Keynessiano que permitió, a los EE.UU., entrar en la era del consumo de masas. Sin embargo, y con el
impacto de la Revolución Cubana que mostraba la utopía de un cambio radical del orden capitalista, convivían algunas
preocupaciones en el propio centro del desarrollo capitalista. Kenneth Galbraith en su libro “La sociedad opulenta” advertía
sobre los costos invisibles del crecimiento de los países ricos, los límites e inequidades sociales del desarrollo y las nuevas
señales de cuestionamiento al orden establecido que abarcaba no solo lo económico-político sino también las formas de
consumir, de vivir, de relacionarse y hasta de sentir.
Década de la creatividad, de la explosión del arte y los inventos, pero también de la violencia. Guerra de Vietnam, conflicto de
Medio Oriente, golpes de Estado en América Latina, los tanques rusos invadiendo Praga en el ´68, el “oscurantismo” español
de la mano de la dictadura franquista, e importantes enfrentamientos que culminaron con los asesinatos de John F. Kennedy,
Malcom X, Patricio Lumumba, el Che Guevara, Camilo Torres.

Sin embargo, y siguiendo a Eric Hobswan, el Mayo del 68 es la irrupción del cambio cultural tras dos décadas de
transformaciones sociales y económicas sin precedentes. Pone en escena varias cosas pero sobre todo el cambio en lo público
y lo privado, en la relación entre las generaciones y los sexos. Tanto la “revolución sexual”, que surge con el feminismo
conjuntamente con otros movimientos a favor de los derechos individuales, como el descubrimiento y la circulación de la
píldora anticonceptiva serán hitos cruciales en los cambios de aquellos años.

Las movilizaciones feministas de los sesenta y los setenta fueron en gran parte reflejo de los contextos políticos en que se
produjeron. En muchos casos, en los países del mundo occidental esos contextos se caracterizaron por una importante
movilización política y por el surgimiento de la llamada “nueva izquierda”, siendo las feministas un elemento importante y
crítico dentro de ellas.
La década del ´70 irrumpirá en el mundo desarrollado con la crisis energética, por un lado y con los problemas de la
gobernabilidad, por el otro. Un nuevo modelo económico estaba naciendo y con él nuevas formas de la política que se
expresarían en la demanda por derechos. El auge del feminismo luchando por sus demandas particulares intentará introducir
la perspectiva feminista en las “nuevas izquierdas”. En tanto, en América Latina, con el correr de la década se iba haciendo
carne en el conjunto de la ciudadanía la presencia de la violencia militar lo que mostraría que, en estas regiones, la conflictiva
social se resolvía de manera “menos civilizada”. Las luchas en Europa y EE.UU. por la legalización del aborto van a marcar un

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punto de inflexión en la capacidad de las mujeres para organizarse, hacer lobby, manifestar. El feminismo y el movimiento de
mujeres en su conjunto estuvieron mayoritariamente comprometidos con el proceso político global y será en los ´80 cuando la
lucha se concentrará, al calor de las nuevas democracias, en la demanda de los derechos de “segunda generación” atendiendo
a las especificidades del movimiento. Los grupos de autoconciencia, la importancia de descubrir y valorar el cuerpo pondrán
una vez más en el centro de la escena la problemática del aborto pero, ahora sí, en un lento y gradual pasaje hacia lo que se
denominará (sobre todo en las Conferencias Internacionales) derechos reproductivos.

La aparición del movimiento feminista, el más revulsivo y subvertidor del orden social del siglo XX según el politólogo español
Ludolfo Paramio, había renacido (la llamada “segunda ola”) en EE.UU. y se expandió por Europa en la década del ´70. Sin
embargo, reconstruir el sentido del feminismo es hacer un recorrido de la historia de las luchas de las mujeres en sus
demandas y reclamos por autonomía y emancipación. Podríamos referir a algunos hitos que jalonaron el largo proceso: las
sufragistas, las demandas por el aborto legal a lo largo del siglo, la demanda por el reconocimiento en el mercado laboral
antes, durante y después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, etc. Un importante impacto del mayo francés fue la
recuperación de un espacio propio de las mujeres que se desplegó en la década siguiente. Las mujeres hacen conciente que,
aunque lucharon en las jornadas de Mayo en condiciones de igualdad con los hombres, no serán ellas quienes puedan acceder
a los espacios de decisión.
A su vez, en el mismo año ´68 en EE.UU. un grupo de mujeres llevan a cabo un acto público paradigmático de lo que serán sus
luchas en adelante: representan el “entierro de la feminidad tradicional” con un desfile de antorchas en el cementerio
nacional de Arlington, otorgan la corona de Miss América a una oveja viva y arrojan corpiños, fajas y pestañas postizas a un
“basurero de libertad”. Dos años más tarde las mujeres francesas depositan en el Arco de Triunfo de París una corona de flores
en honor de la “esposa desconocida del soldado desconocido”, y junto a otra que lleva la siguiente inscripción: “De cada dos
hombres, uno es una mujer” (Duby y Perrot, 1993). A partir de esto son innumerables las acciones y movilizaciones que se
llevan a cabo en diferentes lugares del mundo demandando por condiciones de igualdad y mostrando cambios significativos
en el ámbito de lo social y de la vida cotidiana 2.

Entre tanto al interior del feminismo se suscitaron interesantes debates que, pondrán el eje, de acuerdo a cada etapa, en
diferentes problemáticas. En los ´60/70 los debates, que implicaban toma de posiciones políticas, giraban en torno a como se
construía el sujeto femenino. Las “feministas de la igualdad” y las “feministas de la diferencia” centraban el núcleo de sus
debates (y también de sus diferencias) en cómo se visualizaban las razones y la naturaleza de la opresión femenina y cuáles
serían las estrategias que permitirían acabar con la injusticia de género.

Las feministas de la igualdad consideraban la diferencia de género como un instrumento de la dominación masculina, por lo
tanto “sexista”. La tarea política, por consiguiente era clara: "el objetivo del feminismo era romper las cadenas de la
“diferencia” y establecer la igualdad, al hacer que hombres y mujeres fueran medidos con el mismo patrón. Ciertamente es
posible que las feministas liberales, radicales y socialistas se disputaran acerca de la mejor manera de lograrlo, sin embargo
compartían una concepción común de la equidad de género que implicaba minimizar la diferencia de género” (Frazer, 1997).
La corriente igualitaria del feminismo es heredera del pensamiento de la ilustración reformulado a través de las categorías del
marxismo. Así es como el contrato social roussoniano, excluirá a las mujeres como sujetas de derecho y esto marcará el
“destino” de la mujer en el mundo moderno, el ámbito de lo público para los varones, el ámbito de lo privado para las
mujeres: “el esquema igualitario lleva a deconstruir la mistificación que se hace de las mujeres como esencialmente más
buenas y generosas, más cercanas a la naturaleza. Simone de Bauvoir en su libro El Segundo Sexo abonará a esta corriente en

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Sin bien las luchas por la legalización del aborto, como un indicador sustancial de la liberación de las mujeres, ha sido muy
importante no lo fueron menos las que se desplegaron por la igualdad de oportunidades laborales, donde se demandaba a “igual
trabajo igual salario” y donde se discutía la importancia del espacio doméstico como reproductor de la fuerza de trabajo como
así también la demanda por un conjunto de derechos individuales y civiles que hacían a la autonomía de las mujeres (“tutelaje”
o la mayoría de edad, entre otros).
la idea de que “la mujer no nace: se hace” recordando que el lugar que las mujeres asumen socialmente es impuesto por el
poder patriarcal de la sociedad (Amorós, 1994).

El poder liberarse de ese destino de la anatomía es un acto individual pero también colectivo que se expresó en los
movimientos de liberación femenina de la década del ´70 y el ´80, donde las luchas por la legalización del aborto tuvieron un
papel central. El feminismo de la igualdad, al final de los años ´70, fue radicalmente controvertido por el feminismo de la
diferencia llamado también “feminismo cultural”. Las feministas de la diferencia propusieron una interpretación nueva de la
diferencia de género, en tanto consideraban que la concepción de la “igualdad” sólo llevaba a la posibilidad de que las mujeres
asumieran los mismos roles y funciones que los hombres. Este funcionamiento en “espejo” no resolvía las reales “diferencias”.
Lo que sí era necesario plantear era que “diferencia” no era sinónimo de inferioridad o subvaloración. En ese sentido,
consideraban que el feminismo de la igualdad reproducía el sexismo al seguir tomando como modelo valorado las actividades
y los roles de los hombres. La diferencia de género es real y profunda argumentaban, por ello, todas las mujeres comparten
una misma “identidad de género” -en tanto mujeres- apelando a la existencia de una “esencia” femenina. Todas son hermanas
bajo la piel, obviando las diferencias que existían entre las propias mujeres, como por ejemplo, las de raza o clase social. Esas
“diferencias” entre mujeres comenzarán a ser debatidas en la década del ´80.

Sin embargo, Celia Amorós (1994), partidaria del feminismo de la igualdad, refiere a la importancia del feminismo de la
diferencia, dado que crea una nueva “palabra de mujer”. La cuestión es que la diferencia sexual se ha traducido en
desigualdad social, y el tema de la igualdad (la gran “deuda pendiente de la modernidad’ al decir de Rossana Rosanda) es un
problema político a resolver. Sin lugar a dudas las posiciones que hemos planteado son esquemáticas: la realidad es más rica y
diversa. Tratándose del feminismo como un movimiento, también se trata de un pensamiento en movimiento. Olympe de
Gouges, se preguntaba durante la Revolución Francesa: “¿Estarán las mujeres siempre divididas entre si? ¿Nunca constituirán
un cuerpo único?". Este mensaje fue retomado por las feministas de la década del 60 y del 70 tratando de dar contenido, a
través de actividades conjuntas, a los principios de solidaridad y unidad con respeto por las diferencias. Intentando explicar la
naturaleza de las similitudes y las diferencias, transgrediendo la división capitalista de público y privado e invocando la idea de
que lo “personal es político” dieron forma no sólo a declaraciones sino a una manera particular de lucha política. Esto se
tradujo en prácticas concretas, entre ellas las campañas para la legalización del aborto.

En ese sentido, el aborto es la piedra angular del movimiento de liberación. Para Berer (1997b, p. 17), simboliza el derecho de
la mujer a ser más que una madre, a ser una persona con derecho propio, a rechazar el sacrificio de llevar adelante un
embarazo no buscado. "El derecho al aborto era integral al modo en que las mujeres jóvenes abrazaban las alternativas a la
maternidad, desafiaban la discriminación en la política y en los puestos de trabajo, rechazaban los límites a lo doméstico, al
matrimonio y a la feminidad, exploraban la sexualidad, posponían los hijos, desarrollaban vidas independientes".

Las feministas en aquel momento realizaban campañas específicamente sobre el derecho al aborto. Estas se encontraban
legitimadas políticamente y se suponía que era una estrategia efectiva. Lamas (1997) expresa que el discurso feminista se
centró en la demanda excluyente del derecho al aborto legal y por eso mismo fue criticado. Por el contrario, Berer (1997b)
expresa que en las campañas el derecho al aborto no era un tema aislado, era uno entre un variado rango de campañas
llevadas adelante por el movimiento feminista. Así, menciona las siete demandas del movimiento de liberación de las mujeres
para afirmar el derecho de la mujer a definir su propia sexualidad: 1) igual salario por igual trabajo, 2) igualdad de
oportunidades en el trabajo y la educación, 3) anticoncepción libre y aborto por demanda, 4) cuidado controlado de los/as
hijas veinticuatro horas al día gratuito y comunitario, 5) independencia legal y financiera para las mujeres, 6) fin de la
discriminación contra las lesbianas, 7) libertad para todas las mujeres de intimidación por la amenaza y uso de la violencia
masculina. Fin a las leyes, asunciones e instituciones que perpetúan el dominio masculino y la agresión masculina hacia las
mujeres.
En EE.UU. y en las democracias europeas, la lucha por la legalización del aborto asumió el carácter de defensa de la vida de las
mujeres, para las que -dadas las condiciones en que se lo practicaba- podía significar la muerte, la enfermedad crónica y la
sanción legal. El movimiento por la legalización del aborto estuvo asociado de manera permanente a la lucha por la
legalización de la anticoncepción, ya que era uno de los métodos más usados para regular la fecundidad. El control de la
fecundidad era considerado por las pioneras feministas un bien moral -la libertad y la responsabilidad de elegir- del que las
mujeres no pueden ser privadas y al que deberían tener acceso sin poner su vida y su salud en peligro. Desde el comienzo se
postuló que el Estado no sólo no podía interferir su libertad, sino que debía garantizar las condiciones para ejercerla. La idea
de las “políticas corporales” donde el aborto y la violencia ocuparon un lugar significativo se tradujeron en acciones políticas
concretas: lobbys, organizaciones, demandas por leyes, clínicas especiales, etc. Estas cuestiones también se expresan en una
rápida intervención de las mujeres en los organismos internacionales, quienes, al ritmo vertiginoso de la globalización,
inscribieron en las agendas (de Naciones Unidas, por ejemplo) las demandas tanto de los países desarrollados como de los
subdesarrollados. La década de la Mujer, 1975-1985, con conferencias celebradas en México y Nairobi claramente lo expresan.
En 1979, y como impacto de las dos conferencias anteriores, se firma la Convention on Elimination Of All Forms of
Discrimination Against Women (CEDAW) que fue una de las importantes batallas ganadas por las mujeres en términos de la
igualdad con los hombres reforzando el derecho a la integridad del cuerpo, implicando entre otras cosas acceso a servicios de
anticoncepción.

Así, Checa y Rosenberg (1996) dirán: "el resurgimiento del movimiento feminista en los años setentas en las democracias
occidentales más avanzadas, coincide con la aplicación de políticas poblacionales de control del crecimiento demográfico en
los países periféricos dependientes y en las comunidades étnicas y económicas discriminadas de los países centrales” 3. Las
feministas y los movimientos de mujeres libraron una dura lucha en los países centrales para lograr el derecho al aborto. En el
caso de EE.UU. la denuncia a la penalización del aborto fue uno de los aspectos abordados por las mujeres en la década del 60.
Un conjunto importante de la sociedad comenzó a investigar y denunciar las complicaciones y muertes que se registraban por
abortos hechos en condiciones de inseguridad. La demanda por aborto legal y seguro aparecía para los grupos feministas de la
segunda ola como un principio de libertad individual, argumentando que las mujeres tienen derecho a la autonomía de
decisiones sobre su propio cuerpo y más aún, que el control y la decisión sobre la reproducción era necesario para las mujeres
en el desenvolvimiento de un proceso de autodeterminación. En ese sentido, la reacción antiabortista de la mano de la
ofensiva de la Nueva Derecha se centró en tratar de desarticular, a partir de la formulación del “derecho a la vida”, el
desarrollo de la autonomía sexual y social de las mujeres. El recurso de las Cortes para debatir la legitimidad o no de las
acciones (Caso Roe vs Wade, en 1973, por ejemplo) y la posibilidad de ampararse en la organización federal de la Nación
permitió a las fuerzas antiabortistas articular un movimiento muy importante, como así también a las mujeres organizarse
para defender sus derechos. Sin embargo los movimientos antiabortistas han sido muy exitosos al lograr impedir la
"verdadera” realización del aborto sobre todo a las mujeres más desprotegidas: rurales, jóvenes, pobres, negras, dado el
recorte del presupuesto a los hospitales públicos. Es evidente la cuestión de la equidad social pues las mujeres de clase media
y alta continuaban realizándolo en condiciones legales y seguras.
En la década del ´80, la ofensiva tomará formas más violentas con incendio de clínicas, muerte a médicos/as que los practican,
etc. Esta reacción se articula en un proyecto ideológico y político neoconservador. En contraposición a las dos décadas
anteriores las organizaciones defensoras del aborto adoptaron una estrategia centrada en “el derecho a decidir”
abandonando, en muchos casos, la concepción del derecho al aborto como una condición de autodeterminación y libertad de
las mujeres. El surgimiento en los años ´70/80 de la cuestión de los “derechos reproductivos” intentó conectar el derecho de
las mujeres por el control de su propio cuerpo con un conjunto de demandas que permitirían darle poder económico y social.

En tanto en los primeros años de la década del ´60 en Francia la preocupación estaba centrada en poder desarrollar
consultorios de planificación familiar ya que estaba prohibido por una ley del año 1920. Las primeras mujeres trabajan en
planificación familiar en los años ´60/65 para evitar el aborto y los niños no deseados. Cécile Goldet expresará (Le Monde,

3
En el caso de América Latina tomará auge en la década del ´80 con la llegada de los procesos de democratización.
1998) “la lucha no estaba centrada en la liberación femenina”. Con el advenimiento de los acontecimientos de Mayo del ´68,
comenzará una larga lucha por la legalización del aborto que recién se transformará en ley en 1975. En este proceso jugará un
rol central el Movimiento de Liberación Femenina, que define su “año cero” en 1970. Michelle Perrot (La Nouvelle Donne,
1998) dirá que “el hecho más importante a fines de los ´60 y durante los ´70 es, evidentemente, la cuestión de la
anticoncepción. Una verdadera revolución que tiene las características de ser inacabada, dado que las mujeres han
conquistado la capacidad de decidir sobre su propio cuerpo pero no la igualdad en el trabajo y la profesión”. Se hace necesario
aclarar que dicha revolución lograda puede ser parcialmente para los países desarrollados, pero es aún una lejana realidad en
los países de la periferia.

La venta de anticonceptivos fue autorizada en Francia en 1967 por la Ley Neuwirth y en los años ´70 comienza la batalla por el
derecho al aborto como una gran reivindicación del movimiento de liberación de las mujeres, acompañada de importantes
movilizaciones y un petitorio donde 343 mujeres famosas y reconocidas de diferentes ámbitos de la vida cultural, social y
política francesa declaran haber abortado. Con el impulso de esa “ola” catalizadora que fue la movilización de los años 70 fue
posible lograr el derecho al aborto. Pero en los inicios de los años 80 el movimiento feminista sufre un reflujo como le ocurre a
todos los movimientos sociales y en esta fase las organizaciones intentan defender las posiciones conseguidas no sin un
significativo debate interno. Sin embargo, no ha sido fácil lograrlo: los centros de atención tienen sus presupuestos reducidos y
el suministro de anticonceptivos debe ser, en muchas oportunidades, pagado por las propias mujeres. “Todo esto en un
cuadro de retorno del “orden moral”, de restricciones y reformulaciones de las políticas de salud, de debilidad del movimiento
de mujeres, el aborto ha devenido una cuestión del orden de lo privado del cual no se habla transformándose en un secreto”,
concluirá Maya Surduts (Politics, 1998).

Sin lugar a dudas estos son sólo ejemplos de cómo se desarrolló el proceso en dos países del mundo desarrollado donde el
derecho al aborto implicaba una concepción holística acerca de la condición libertaria de las mujeres, contenido que, con el
avance de la cosmovisión neoconservadora del mundo fueron perdiendo parte de ese sentido. Entre tanto en América Latina,
excepto en Cuba y Puerto Rico, el aborto aún es ilegal. Las luchas que se llevaron a cabo en las décadas siguientes
desarrollaron (mayoritariamente) una estrategia en dos direcciones: por un lado, evitar los intentos de una mayor penalización
y, por el otro, discutir la posibilidad de ampliar los casos de excepción. Más bien y al amparo de las Conferencias
Internacionales, las luchas se centraron en tratar de lograr legislaciones que favorecieran el ejercicio de los derechos sexuales
y reproductivos.

III. LOS ´80/90: "ANTICONCEPTIVOS PARA NO ABORTAR" La crisis económica de los años ´70 en el mundo desarrollado se
expandirá hacia la periferia en los ´80. La reacción neoconservadora será la respuesta política a esta nueva fase. Huntington,
Watanuki y Crozier, en su Informe a la Comisión Trilateral en 1975, dirán que la ingobernabilidad que se comienza a atisbar en
las democracias consolidadas requiere de una operación de cirugía mayor: recorte de políticas sociales (con innumerables
prejuicios para las mujeres). Este proceso en los países desarrollados va a estar acompañado de una tarea de
“convencimiento” ideológico del “fin de la historia” y de las bondades del capitalismo. Margaret Thatcher, Ronald Reagan y el
papado de Juan Pablo II llevarán adelante una cruzada que culminará con el exitoso derrumbe del Muro de Berlín en 1989. El
Consenso de Washington había logrado hegemonizar el proceso.

La introducción de políticas neoliberales, tales como los programas de ajuste estructural, han producido una transformación
profunda en la estructura socioeconómica de la mayoría de los países. Las estrategias utilizadas en estos procesos de ajuste son,
entre otras, la privatización, el recorte de los gastos sociales, la flexibilización laboral, la racionalización del gasto público y su
aplicación a programas focalizados contra la pobreza. Como resultado directo de esta situación, se da un fuerte proceso de
empobrecimiento y una creciente polarización de la sociedad entre ricos y pobres, lo cual deriva en la exclusión de un segmento
cada vez mayor de la sociedad.
En los últimos años, la coyuntura política, social y económica ha restringido cada vez más la ciudadanía, obstruyendo la
universalización de los derechos sociales y cercenando la obligación del Estado de garantizar estos derechos en forma igualitaria y
gratuita. Las/os "excluidas/os" del sistema, que dependen de lo que les ofrece el Estado para cuidar y promover su calidad de vida,
sufren las consecuencias de la disminución de los presupuestos nacionales, provinciales y municipales. Las formas en que estas
políticas se expresaron, variará de acuerdo a los países y los contextos culturales en los que se desarrollen. El individualismo, el
retorno a la familia como núcleo de reaseguro del sujeto, serán elementos cruciales en un intento de retornar a las mujeres a
sus roles tradicionales.

Sin embargo, en el contexto político de democratización de la década del ‘80, los movimientos de mujeres latinoamericanos se
transformaron significativamente. Los nuevos estados democráticos incorporaron a activistas del movimiento de mujeres en
diferentes instancias públicas. Los espacios sociales y políticos de activismo de las feministas se expandieron considerablemente:
desde el Estado hasta los partidos políticos, pasando por las organizaciones no gubernamentales (ONGs) y los organismos
internacionales. Así, esta década ha sido testigo de la creciente profesionalización, articulación y transnacionalización de las
estrategias y objetivos de las feministas latinoamericanas.
El movimiento de mujeres latinoamericano irrumpe en la escena política como una fuerza que reclama el cumplimiento tanto de
nuevos derechos como de los de vieja data. En las nuevas democracias diversas temáticas se instalan en el debate público y
político: los derechos sexuales y reproductivos, la violencia sexual y doméstica, la participación de mujeres en cargos electivos, la
discriminación por género, etc. La re-democratización de la región en los ‘80 representó un marco de referencia fundamental para
las reivindicaciones y conquistas de los movimientos de mujeres.
Desde los ´70 hasta la actualidad, y aún con anterioridad, la idea de apropiación del propio cuerpo por parte de las mujeres
estuvo siempre presente en el discurso feminista. Es decir que aunque el término derechos reproductivos es reciente, sus
bases ideológicas se encuentran en los conceptos de integridad corporal y autodeterminación sexual, característicos del
feminismo de la segunda ola (Corrêa y Petchesky, 1994). Sin embargo, a través del concepto de derechos reproductivos esa
idea es formalizada con el objetivo de demandar no sólo el acceso a la libertad de decidir sobre la fecundidad sino también los
medios que posibiliten su cumplimiento. Más aún, este término incluye una categoría nueva para demandar antiguas
reivindicaciones feministas, se produce una modificación de las significaciones políticas de la reproducción, desplazándose
desde la demanda del “aborto legal” a la de “anticonceptivos para no abortar”. En palabras de Checa y Rosenberg (1996) se
ingresa en el ámbito del derecho y del ejercicio de la ciudadanía. "La novedad en relación a los derechos reproductivos es que
son una invención de las mujeres participando, como sujetos, de la construcción de principios democráticos" (Avila y Gouveia,
1996, p.163). Es así que este término surge de la acción de las mujeres militantes, que incluyen a la libertad de elección dentro
del campo más amplio de ejercicio de la ciudadanía, entendiéndola no sólo como garantías legales y beneficios del Estado,
sino también como espacio de transformación de las relaciones sociales y de género.

El terreno de los derechos sexuales y reproductivos puede ser definido teniendo en cuenta dos elementos claves (Corrêa y
Petchesky, 1994): poder y recursos. Poder para tomar decisiones informadas acerca de la propia fecundidad, crianza de los/as
hijas, salud ginecológica y sexualidad. Recursos para llevar adelante estas decisiones en condiciones seguras y efectivas.
Además, este concepto remite a la legitimación social de una sexualidad desprovista de fines (concientes) reproductivos
(Checa y Rosenberg, 1996). Se refiere a poseer y ejercer el derecho a abortos seguros, métodos anticonceptivos seguros y
eficaces, embarazo y parto seguros, prevención y tratamiento de enfermedades de transmisión sexual y SIDA, de infertilidad y
de cáncer genito-mamario, servicios de salud integrales y de calidad, libertad de elecciones o decisiones sexuales y
reproductivas, libres de coacción y violencia.

En los ´80 el concepto de derechos reproductivos es asumido por un gran número de feministas en el mundo, ya sea en el
discurso académico o en las campañas y demandas internacionales. La historia reseña que este término fue utilizado por
primera vez en 1984, en la Campaña Internacional sobre Anticoncepción, Aborto y Esterilización (International Contraception,
Abortion and Sterilisation Campaign-ICASC), fundada en 1980, que organizó el Cuarto Encuentro Internacional de Mujeres y
Salud en Amsterdam, denominado "Tribunal Internacional y Encuentro sobre Derechos Reproductivos”. Es en este encuentro
que la ICASC se transformó en la Red Internacional de Mujeres por los Derechos Reproductivos (Women´s Global Network for
Reproductive Rights-WG. Así, el lenguaje de los derechos reproductivos ingresó en el movimiento internacional de mujeres.
Desde ese año, los conceptos, las temáticas y las estrategias acerca de los derechos sexuales y reproductivos se expandieron
internacionalmente hacia los escenarios culturales y políticos más diversos. Esta exposición abrió camino a diferentes
interpretaciones, revisiones y posiciones dentro del movimiento de mujeres. Este ha discutido, y sigue discutiendo, las
diferentes argumentaciones que surgen en torno a la conceptualización y la demanda por los derechos reproductivos. De esta
manera, y corriendo el riesgo de simplificar las miradas, las posiciones frente a esta temática se dividen en dos. Por un lado,
Corrêa (1997) explica que la conceptualización de los derechos reproductivos estaba directamente relacionada con el derecho
al aborto seguro y legal y a la anticoncepción. Petchesky (1997, p. 27) concluye que las feministas transformaron el discurso
del aborto en "un concepto mucho más amplio que denota el derecho humano de las mujeres a la autodeterminación sobre
su propia fertilidad, maternidad, y los usos de sus cuerpos; métodos seguros y servicios de buena calidad; y libertad de
coerción y abuso -sea de los médicos, las agencias de control de población, o las prácticas tradicionales y peligrosas algunas
veces administradas por sus propias madres y abuelas".

Siguiendo en esta corriente, este concepto adquiere importancia, en parte, porque involucra problemas específicos y centrales
en la vida de las mujeres: embarazo y nacimiento, anticoncepción y aborto, menstruación y menopausia, infección y
enfermedad, maternidad y no maternidad. Lamas (1997, p. 61) expresa que el discurso relativo al aborto, a pesar de la
modernización política, se centraba en el aborto como crimen. "Por eso, fue necesario desarrollar un nuevo discurso, basado
en el derecho a elegir, que pudiera reflejar una perspectiva democrática sobre el conflicto y transmitirla a la opinión pública
(...) era necesario transformar el concepto profundamente subversivo de la re-posesión por parte de las mujeres de sus
propios cuerpos en argumentos que son más cercanamente ligados a las preocupaciones democráticas".

Por otro lado, otra es la posición de Bellucci (1997, p. 102) que expresa que en Argentina en los ´80 con la incorporación del
concepto de derechos reproductivos el "aborto como un sujeto del discurso político comenzó a desaparecer y a ser
reemplazado (o algunos podrían decir desplazado) por el de derechos reproductivos: el aborto como un imperativo categórico
y un slogan manejable fue de alguna manera perdido, comparado con el modo "clásico" feminista de las décadas anteriores".
Esta autora concluye que al posicionar al aborto bajo la etiqueta de derechos reproductivos fue des-politizado. De esta
manera, otras voces disonantes se hacen oír para marcar la existencia del desacuerdo basado en distintos argumentos. Entre
estos se encuentran aquellos que temen que el discurso del movimiento por los derechos reproductivos sea cooptado por el
discurso hegemónico del poder político en general, y del poder de las políticas de población en particular. También están
quienes proponen que los Estados tengan en cuenta las necesidades de las mujeres en sus políticas de población, y, por el
contrario, quienes consideran que esta posición es opuesta a los derechos de las mujeres (Palomino, 1993). Finalmente,
algunos/as esgrimen el argumento que demandar por el derecho al aborto es más “subversivo” que demandar por los
derechos reproductivos.

Paralelamente, desde mediados de los ´80, la crítica a la noción occidental de individualismo, ligada a menudo al concepto de
derechos, ha aportado nuevos aires al debate feminista. Algunas críticas con respecto a este término son: su lenguaje
indeterminado, su sesgo individualista, su presunción de universalidad y su dicotomización de los espacios públicos y
privados4. Los defensores/as del término "derecho" sostienen, por su parte, su significación en la capacidad de tomar

4
Corrêa y Petchesky (1994) sugieren transformar esta conceptualización clásica con el objetivo de: a) enfatizar la naturaleza
social, no sólo la individual, de los derechos. Así, se modifican los actores claves: de los individuos a las agencias públicas; b)
reconocer los contextos comunitarios y relacionales en donde los individuos ejercen o buscan ejercer sus derechos; c) destacar
las bases substantivas de los derechos en las necesidades humanas y una redistribución de los recursos; y d) reconocer a los
sujetos de derechos en su propia definición, múltiples identidades, incluyendo su género, clase, orientación sexual, raza y
etnicidad.
decisiones autónomas, de asumir responsabilidades y de cubrir necesidades colectivas e individuales. El ejercicio de un
derecho no es exclusivamente una decisión individual aislada, sino que existen ciertos factores que condicionan dicho
ejercicio, tales como la situación socioeconómica, las legitimaciones sociales, culturales e institucionales acerca de la
reproducción y la sexualidad, y las formas legales y jurídicas relativas a estos temas. A pesar de las perspectivas críticas de los
derechos, y de los derechos reproductivos en particular, Corrêa y Petchesky (1994, p. 107) expresan que estos deben ser
reconstruidos a la luz de sus especificidades de género, clase, cultura y necesidades sociales reconocidas. "Los derechos
sexuales y reproductivos (o cualquier otro) entendidos como "libertades" o "elecciones" privadas no tienen significado,
especialmente para las más pobres y las más privadas de los derechos civiles, sin las condiciones habilitantes a través de las
cuales estos pueden ser ejercidos".
Desde el momento en que se conceptualizaron los derechos reproductivos, estos fueron vinculados con los derechos sociales
o con "condiciones habilitantes" (enabling conditions). De esta manera, diferentes autoras/es han mencionado la existencia de
ciertas condiciones socio-culturales y económicas para su pleno ejercicio. Específicamente, Corrêa y Petchesky (1994, p. 112)
expresan que las "condiciones habilitantes" implican factores materiales y de infraestructura, servicios de salud accesibles,
humanos y con personal bien capacitado, y factores culturales y políticos (educación, empleo, autoestima). "Los derechos
implican no sólo libertades personales (dominios donde los gobiernos deberían dejar a las personas solas), sino también
"entitlements" sociales (dominios donde la acción pública afirmativa es requerida para asegurar que los derechos sean
ejercidos por cada uno/a)".

Los derechos reproductivos no pueden analizarse aisladamente de los llamados derechos humanos de segunda generación,
vinculados con las dimensiones sociales, económicas, culturales y políticas. "Las mujeres se encuentran inhabilitadas de
ejercer completamente sus derechos humanos cuando sus vidas no están garantizadas, cuando los sistemas de salud y de
educación son inadecuados, y cuando la diversidad cultural no es respetada. Estas dimensiones de los derechos son
particularmente cruciales y sensibles cuando las desigualdades de clase, raza y etnia son tenidas en cuenta" (Corrêa, 1993).
Estas reflexiones nos remiten a la caracterización que realiza Fraser (1997) en relación a las teorizaciones sobre las “diferencias
entre mujeres” que se desarrollaron a mediados de la década del ´80.”. Así, la represión de las diferencias intergénero típica
de la década del ´70 impedía visualizar otros ejes de subordinación diferentes a los de género como los de clase, raza, etnia,
sexualidad y nacionalidad. El movimiento feminista de los Estados Unidos “reconoció que para muchas mujeres el factor
género era sólo uno de los varios ejes de opresión o discriminación: etnia, raza, edad, orientación sexual y nivel económico
fueron reconocidos más ampliamente como factores que, en diversas combinaciones, co-determinan las experiencias e
identidades de las mujeres” (Schutte, 1994:12). De esta manera, se reconoce que el género se intersecta con diferentes
formas de identidades relativas a la raza, clase, etnia, sexo y religión. El resultado es la imposibilidad de separar el género de
sus condicionantes políticas, culturales y económicas en las cuales él mismo es invariablemente producido y mantenido. La
noción de género atraviesa la histórica discriminación de la mujer del espacio de lo público donde los derechos sexuales y
reproductivos son ejercidos.
Por otra parte, aunque las dimensiones socioeconómicas y culturales deben estar presentes siempre que se piense en el
ejercicio de cualquier derecho, éstas no pueden ser excluidas al analizar la ausencia de demanda por el cumplimiento de los
derechos. Si las mujeres no demandan por sus derechos reproductivos ¿será que estos no son vistos como “derechos”?, ¿será
que el movimiento de mujeres no ha sabido transmitir que los derechos reproductivos son “derechos”? ¿Será que la sociedad
aún no ha asumido estos derechos como inalienables del ejercicio de los derechos humanos? ¿Será que demandar por
“anticonceptivos para no abortar” es menos eficaz que hacerlo por “aborto legal para no morir”?. En la teoría y la discursividad
feminista la indivisibilidad de los derechos reproductivos con los sociales es perfecta, la reflexión es: ¿cuánto de este
“matrimonio” es puesto en práctica a la hora de hacer las tareas domésticas? Es decir, en que medida la “sanción” de los
derechos reproductivos modifica las condiciones “habilitantes”, cuando estas son inequitativamente distribuidas en una
sociedad. Más aún, qué espacio legitimado socialmente existe para la demanda de los derechos reproductivos si pareciera que
la práctica democrática de demandar todo tipo de derecho se encuentra obturada u obstaculizada.
A pesar de ello en los ´90 el feminismo se presenta como un movimiento social, que permite a las mujeres convertirse en sujetos
políticos activos, reivindicando y legitimando sus demandas y denunciando la situación de subordinación y desigualdad en la que
viven. Así, surgen conceptos claves dentro del feminismo como empowerment y entitlement. El primero tiene como objetivos: el
desafío a la dominación masculina y la subordinación femenina, la transformación de las estructuras y de las instituciones que
refuerzan y perpetúan las discriminaciones de género y las desigualdades sociales, y posibilitar que las mujeres tengan acceso y
control sobre los recursos materiales y la información. Por su parte, entitlement remite a la definición de titularidad de los
derechos.

En este marco, se presenta una revisión conceptual de un tema clave para cualquier política y lenguaje de los derechos, donde el
movimiento de mujeres no queda excluido: la ciudadanía. “El actual debate sobre ciudadanía (...) muestra la tensión entre la
racionalidad técnica, financiera, militar y de mercado y la voluntad de sujetos colectivos de plantear su autonomía frente a la lógica
sistémica, entre la racionalidad instrumental que mantiene un orden represivo y excluyente y la racionalidad orientada a
desenmascarar los procesos que la perpetúan” (Hola, 1997, p. 9). Esta perspectiva conlleva una revalorización de los movimientos
sociales y una posibilidad de implementar nuevas formas de hacer política y de “generar bases para el ejercicio de una ciudadanía
con menos mediaciones de los actores sociales y políticos colectivos, léase partidos, sindicatos, etc.” (Ibid:9).
El movimiento de mujeres -como cualquier otro movimiento social en esta década- tiene como objetivo ampliar los límites de la
ciudadanía, reivindicando al mismo tiempo su especificidad y reconocimiento social. Entonces, el feminismo avanzó desde las
“diferencias entre mujeres” hacia las “diferencias múltiples que se intersectan”: “(...) las luchas de género tenían lugar en el
terreno más amplio de la sociedad civil, donde múltiples ejes de diferencia estaban siendo controvertidos simultáneamente y
donde múltiples movimientos sociales se entrecruzaban” (Fraser, 1997, p. 239). Es decir, el movimiento de mujeres comparte el
espacio político con otros movimientos sociales (por ejemplo, el movimiento gay-lésbico, el movimiento de derechos humanos,
etc.). La “democracia radical” se propone como mediadora de las demandas acerca de las “diferencias múltiples que se
intersectan” y vincula así diversos movimientos sociales. Así, la democracia radical sostiene que la democracia actual requiere
tanto la redistribución económica como el reconocimiento multicultural (Ibid.). Quizás sea este el camino a una democracia más
“amplia” que elimine los dos obstáculos principales de la participación democrática: la desigualdad social y la intolerancia con las
diferencias. Son movimientos heterogéneos y diversos, al decir de Jelin (1998), en los que la lógica de la afirmación de la identidad
colectiva en el plano simbólico se combina de manera diversa con los intereses y demandas específicos. Por eso, el reconocimiento
y la demanda de los derechos están ligados a la condición de ciudadanía. El accionar de los movimientos de mujeres en las esferas
socioeconómica, civil, política y cultural, mediante la ocupación sistemática de los espacios públicos en los últimos diez años,
puede ser visto como una de las conquistas más efectivas de participación ciudadana. Es así, que el concepto de ciudadanía debe
ser también incluido cuando se habla de derechos reproductivos. El ejercicio de la ciudadanía involucra cuestionar la situación
de injusticia a la que se ven sometidas las mujeres por las desigualdades de género y por las construcciones simbólicas en
torno a la reproducción y la sexualidad.

En los ´90 se producen dos eventos con profundas implicancias para el movimiento de mujeres a nivel local, regional e
internacional: la Conferencia sobre Población y Desarrollo (El Cairo, Egipto, 1994) y la IV Conferencia Internacional sobre la Mujer
(Beijing, China, 1995). En ambos casos, la participación de las ONG’s del movimiento de mujeres fue una clave fundamental para la
incorporación de diversos artículos, de suma importancia para el mejoramiento de la vida cotidiana de las mujeres, en las
Plataformas de Acción emanadas de esas Conferencias. De hecho, el éxito de estos eventos internacionales se debe al largo y
amplio proceso preparatorio que las precedieron. Con mayor o menor intensidad en cada país, la participación del movimiento de
mujeres en las conferencias preparatorias marcó la diferencia con respecto a anteriores cumbres internacionales. En el proceso
actual de transnacionalización, la globalización juega un papel central en las reivindicaciones por los derechos reproductivos, ya
que “los grandes actos en escala mundial (...) sólo cobran sentido cuando articulan (casi siempre de manera contradictoria y
conflictiva) las situaciones locales con los temas globales” (Jelin, 1998, p. 13). Por ejemplo, las Conferencias de Naciones Unidas de
la última década han amplificado el debate de los derechos reproductivos, que surgieron en los ´80 en el mundo “desarrollado”, a
los mundos no tan “desarrollados” en la década del ´90. En este marco, el lenguaje de los derechos sexuales y reproductivos
obtuvo una legitimación internacional. Fue un proceso que implicó la adopción de estos términos, primero, en el espacio
académico y el movimiento de mujeres, después en los documentos internacionales de Naciones Unidas, en las leyes
nacionales y en el discurso público de los que toman las decisiones.

Es interesante destacar que para algunas militantes la legitimación de este lenguaje ofrece una herramienta fundamental para
reforzar las demandas relativas a los mecanismos y recursos necesarios para el ejercicio pleno de estos derechos. Según
Corrêa (1997) las conferencias de El Cairo y Beijing legitimaron e incorporaron la noción de salud reproductiva y de derechos
sexuales y reproductivos. De esta manera, el peso de este nuevo discurso ha sido decisivo en los debates internacionales,
forzando a los gobiernos a re-pensar y re-definir sus posiciones. Aunque este re-posicionamiento no ha sido llevado adelante
en todos los países por igual5. La existencia de las conferencias y el compromiso de los países al firmar las Plataformas de
Acción no parecen haber producido modificaciones ni en las políticas y programas públicos ni en la vida cotidiana de las
mujeres.
Hasta aquí pareciera que la legitimación de los derechos reproductivos ha sido exitosa y sin conflictos. De hecho, algunas
feministas opinan que los derechos reproductivos ya han sido “adquiridos” por las mujeres. Berer (1990) expresa que las
feministas han demandado por la incorporación de los derechos reproductivos en los discursos y prácticas de diversas
instituciones nacionales e internacionales y han logrado que esto sea así. Este "éxito", continúa, no puede ser detenido por
temor a la cooptación del discurso feminista por parte de las organizaciones internacionales, ya que el feminismo ha luchado
durante décadas para este cambio. Según esta autora, el movimiento internacional de mujeres se ha hecho escuchar y ha
ganado importantes victorias especialmente entre el establishment de control de la población. Checa y Rosenberg (1996)
expresan que el concepto de derechos reproductivos sintetiza los movimientos de autonomía de las mujeres frente a las
coerciones natalistas como antinatalistas.

Sin embargo, las corporaciones internacionales de control de la natalidad han incluido el lenguaje de los derechos sexuales y
reproductivos con objetivos diferentes a los del movimiento de mujeres. Aunque han consentido en incorporar en sus
documentos el derecho de las mujeres a controlar su cuerpo, no mencionan la inequidad de género en la distribución de
bienes y recursos. A través de los años su meta ha sido clara: el control del crecimiento poblacional, sea por escasez de
alimentos en los ´70, desempleo y crisis económica en los ´80 y degradación ambiental en los ´90. En síntesis y coincidiendo
con la posición de Cháneton (1994, p. 2) "para el caso de las políticas de población, las mujeres, en virtud de su específica
capacidad reproductiva cumplen un papel de objeto clave en la economía transnacional: se pretende combatir la pobreza del
sur por el control de la natalidad y no por la justa distribución de la riqueza". De hecho, en la última década algunas políticas
públicas con el nombre de salud reproductiva, no han implicado otra cosa que una modificación semántica y una redefinición
de sus objetivos anteriores vinculados a la salud materno-infantil, la planificación familiar o la paternidad responsable.
Ninguna política pública relativa a esta temática -bajo cualquier nombre- cuestiona que los recursos y el poder que implican
los derechos reproductivos persisten inequitativamente distribuidos y que la capacidad requerida para su pleno ejercicio
depende de ciertas condiciones aún no disponibles. ¿Esto significa que los Estados tienen la obligación de proveer los caminos
habilitantes para el ejercicio de los derechos reproductivos? ¿O significa que los Estados deben en primer lugar modificar las
condiciones que permitan el ejercicio de una ciudadanía plena? Es, una vez más, la ausencia de la práctica democrática de
demandar derechos la que no permite reclamar por condiciones básicas de vida, es decir por una ciudadanía “plena” y
“democrática”. Condiciones tan básicas como la libertad a decidir sobre el propio cuerpo, pero no únicamente sobre cuerpos
“reproductores” sino, fundamentalmente, sobre cuerpos “sexualizados”. Libertad básica oculta tras la fórmula “disfrutar de
una sexualidad libre de coerción y/o violencia”. ¿O los derechos sexuales aparecen como “el eslabón perdido” de las
reivindicaciones feministas? Los derechos sexuales han quedado en una enunciación generalmente vaciada de contenido.

Entonces, nos preguntamos ¿qué ha sucedido con los derechos sexuales? Es verdad que el concepto de derechos sexuales ha

5?
Tal es el caso de Argentina que ha realizado sistemáticamente reservas sobre esta temática en las dos conferencias mencionadas ut supra.
sido introducido en los debates internacionales sobre derechos humanos y en la propia práctica y pensamiento feminista. Pero
sólo eso: han sido "presentados" a la comunidad internacional, siendo "el último bastión" que queda por tomar (Berer, 1997a).
El desarrollo discursivo y político de los derechos sexuales es producto de formulaciones provenientes de dos fuentes. Por un
lado, las reflexiones feministas que han re-unido la sexualidad, la reproducción y las inequidades entre los géneros y que han
llevado a la formulación del concepto de autodeterminación. Por el otro, las luchas políticas en contra de la discriminación
realizadas por las comunidades gay y lesbiana.

En la discursividad los derechos reproductivos y sexuales se presentan unidos en una misma proposición que posibilita la
articulación de la reproducción y la sexualidad. Y es justamente contra esa vinculación que el feminismo ha desarrollado gran
parte de su historia. "En realidad, se buscaba -y se busca todavía- dar visibilidad a estas diversas dimensiones, ya que la
vivencia cotidiana de las mujeres permite conocer que sus cuerpos posibilitan mucho más que lo que el mundo de la
reproducción les da" (Avila y Gouveia, 1996, p. 166). Las dimensiones de la reproducción y la sexualidad exigen una
rearticulación y reelaboración, no pueden ser vistos como dos campos separados y autónomos sino como la redefinición de la
bipolaridad "público-privado". Otra es la opinión de Akhter (1990) que sugiere que mediante la utilización de estos conceptos
el cuerpo de la mujer es visto únicamente como un cuerpo biológicamente reproductor. De esta forma, refleja una aceptación
acrítica de la imagen social de la mujer, olvidando que, al igual que los varones, el cuerpo de la mujer es socialmente
productor. Esta mirada limitada a la reproducción y, determinada por la cultura patriarcal, impide reconocer los derechos
políticos y económicos de las mujeres. Por ejemplo, una ciudadanía y una política de derechos que no reconoce la igualdad del
sujeto político ni la diferencia del sujeto sexual en las travestis y profesionales del sexo porteñas. Los límites de las
democracias conservadoras se hacen “carne” en el no reconocimiento del derecho a la libre opción sexual, y en el no ejercicio
de este derecho, entendido como elemento clave del desarrollo de una conciencia y práctica ciudadana que se despliega sobre
la base del respeto, la tolerancia y el reconocimiento del otro como diferente e igual al mismo tiempo. Históricamente, las
culturas han construido conceptualizaciones y clasificaciones basadas en una polaridad: un “nosotros/as” y un “otros/as”. La
diferencia de este fin de siglo es que estas distinciones o el derecho a ser diferente conlleva intolerancia, racismo, xenofobia,
segregación y discriminación basadas en la etnia, la raza, el género, la edad, la clase social y la sexualidad. Es en definitiva “no
reconocer a los otros como seres humanos plenos con los mismos derechos que los propios” (Jelin, 1998, p.16). Es en
definitiva no reconocer el derecho humano a elegir libremente y a vivir sin discriminaciones ni segregaciones la sexualidad que
se ha optado. Retomando la definición de Palma (1998, p. 96) los derechos sexuales son "el conjunto de derechos humanos
inalienables que tienen las personas de tomar decisiones libres y sin coacción ni discriminación de ningún tipo, sobre su propia
sexualidad, tanto en sus aspectos corporales y relacionales como en sus aspectos reproductivos". Consideramos esta
conceptualización como un intento de zanjar las diferencias que se plantean entre los derechos reproductivos y sexuales, y entre
la reproducción y la sexualidad.
IV. ALGUNAS PREGUNTAS SIN RESPUESTA
Hemos recorrido algunas “huellas” de la lucha del feminismo y del movimiento de mujeres en su búsqueda por la
autodeterminación y el reconocimiento del derecho de las mujeres de apropiarse de su cuerpo. Ha sido, y sigue siendo, un desafío
que los feminismos tomen conciencia que tanto sus carencias y fracasos, como sus logros y triunfos se inscriben en el cuerpo de las
mujeres. Si en los ´60 aparecieron demandas más radicales, como la libertad sexual, que remataron en los ´70 con el aborto legal,
fue en coincidencia con el proceso de politización y participación de una parte considerable de la sociedad. Bajo el amparo de un
estado de bienestar exitoso en los países centrales y de cierta estabilidad y crecimiento en la "periferia", avanzaron las
reivindicaciones de los distintos sujetos sociales: obreros, mujeres, jóvenes, etc. Son las décadas en que desde el arte hasta la
política partidaria se “innovaba”, “recreaba" y "reinventaba". En una palabra, se seguía la ola de las grandes utopías. El mundo era
pensado como un mundo posible de ser transformado en otro más justo e igualitario.

Es en este marco que se inscriben las revulsivas demandas por la igualdad de género, los grandes debates sobre la igualdad y la
diferencia y las luchas por soltar las amarras de la agobiante “sociedad patriarcal”. La demanda por el aborto legal fue
paradigmática en esa lucha en tanto rompía (o creía romper) las cadenas con las tradicionales concepciones acerca del lugar de la
mujer en el mundo y con la reproducción como su única posibilidad de realización. O sea, rompía con el estigma de un destino
ineluctable.
A un período de luchas radicales sobrevino un período de retrocesos que adoptó diferentes formas de acuerdo a cada sociedad.
Los argumentos conservadores expresaban que el mundo desarrollado se había visto compelido a “ajustarse”, no sólo en términos
económicos sino también políticos para que la “gobernabilidad” fuera un horizonte posible. Con ello había que poner fin a las
demandas de la sociedad hacia el Estado, pues lo único que provocaban era “sobrecargar” y jaquear la estabilidad de las
democracias. El proceso neoconservador, cuyo liderazgo, entre otros, promovió el papado de Juan Pablo II, implicó un fuerte
quiebre con el pasado: nuevos aires traían formas renovadas en la política, la economía y también en la cultura, los usos y las
costumbres. Así, no desaparecieron las demandas ni las luchas pero, en el mundo globalizado, adquirieron un nuevo significado.
Fue precisamente la búsqueda de este “nuevo sentido” lo que desvivió a teóricos como Francis Fukuyama (el fin de la historia) o
Michael Novak (el capitalismo humanizado) que dieron la bienvenida a los nuevos tiempos. Paradojalmente, a la vez que el mundo
se globalizaba, se reforzaba y retornaba -casi como una necesidad vital- a las identidades nacionales versus la
regionalización/transnacionalización y a la redefinición de los estados-naciones hacia los cuales reorientar las demandas de nuevo
tipo.

Entre estas nuevas demandas se encontraban los reclamos por los derechos sexuales y reproductivos. Los llamados derechos de
segunda generación (quizás un eufemismo acuñado para no llamar a las cosas por su nombre, o sea, derechos humanos)
aparecieron en esta oleada “democratizadora”. El discurso sobre los derechos sexuales y reproductivos tuvo un papel protagónico
en las Conferencias Internacionales de los últimos años, espacios en los que se logró “globalizar” esas demandas. Sin lugar a dudas
implicaron (en un período de pérdida de derechos, como por ejemplo el del trabajo) la posibilidad de demandar por mejores
condiciones en el proceso reproductivo, entre otras cosas. Pareciera que esta referencia a la demanda por derechos en el proceso
de reproducción de las mujeres las reinstala, al menos en el terreno discursivo, en su lugar tradicional: la maternidad.
Por otro lado, a la demanda por los derechos reproductivos se le adiciona el derecho a una sexualidad libre de coerción y violencia.
Esto implica que hombres y mujeres, en tanto sujetos sexuados, demanden por condiciones habilitantes para ejercer la sexualidad
en contextos donde se respeten y protejan los derechos sociales, políticos y económicos. Ser gay, lesbiana, travesti o transexual en
un contexto represivo, autoritario, discriminatorio e inequitativo es de una implicancia sustantivamente diferente a serlo en un
espacio de tolerancia, libertad y equidad.
Para terminar, es nuestro interés plantear algunas reflexiones que, adelantamos, no nos han producido certezas y seguridades sino
más dudas y preguntas:
 Si hablamos de derechos reproductivos parece una contradicción en sus propios términos plantear que incluye el derecho al
aborto, en tanto que la interrupción de un embarazo es una negación de aquellos. El aborto "deshace" lo hecho, elimina la
concepción; los métodos anticonceptivos la evitan. El aborto es el derecho a decidir sobre el propio cuerpo en total libertad
implicando mucho más que el solo hecho de interrumpir un proceso de gestación: más bien refiere al ejercicio de un acto de
libertad. Este planteo no se debate en el marco de los derechos reproductivos de las décadas de los ´80/90, en tanto que si era
parte de la lucha de los ´60/70. En el marco de la libertad sexual y las luchas por la autonomía de las mujeres el derecho al
aborto era una pieza clave. ¿El derecho al acceso a los métodos para regular la fecundidad, piedra angular de los derechos
reproductivos, tiene la misma implicancia para la emancipación de las mujeres?
 Hablar de derechos reproductivos ¿no estaría implicando, en tanto mujeres feministas, movernos en el terreno de lo posible
pero no de lo deseable, dado el particular entorno en el que nos encontramos? ¿La inclusión del derecho al aborto dentro del
gran paraguas de los derechos reproductivos no significaría resignar las banderas que en los ´60/70 implicaron en el
movimiento feminista “la” verdadera razón de su emancipación dado que revertía, poniendo el poder de decidir en las mujeres,
la lógica de opresión del patriarcado?
A pesar de nuestras preguntas sin respuesta, a pesar de nuestro porvenir incierto, algunas ideas nos parecen claras: consideramos
que los derechos reproductivos conllevan posibilidades y límites. En nuestra sociedad, debido a las políticas neoliberales, los
derechos "públicos" son cada día más "privados". Por ello, consideramos importante que las mujeres demandemos leyes,
políticas y programas porque al demandar por el acceso y ejercicio de derechos lo estamos haciendo por la autonomía y, en
ese proceso a través de la construcción ciudadana, por la emancipación. También consideramos necesario abrir el debate que
nos permita, como feministas, traspasar los límites y ampliar las posibilidades que los propios derechos reproductivos nos
plantean. La demanda por el aborto legal podría ir reabriendo un canal en esa dirección, dado que, a nuestro entender,
conlleva esa capacidad de subvertir el orden patriarcal estableciendo nuevas reglas de juego en el ejercicio del poder. Se trata
de retomar las huellas de la utopía en la esperanza de caminar hacia una sociedad más justa e igualitaria.

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