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FORTUNAS DEL FEMINISMO
NANCY FRASER
TRADUCCIÓN:
CRISTINA PIÑA ALDAO
prácticas c0 nstituyentes
°
traficantes de sueños
ÍNDICE
Agradecimientos 11
Prefacio a esta edición. ¿Hacia dónde se dirige el feminismo? El destino
de la igualdad en la crisis neoliberal 13
Prólogo a un drama en tres actos 17
189
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1
El capítulo 9 («El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia») y el 10 («Entre la mer-
cantilización y la protección social») elaboran esta afirmación.
2
Un análisis más amplio de este tema se incluye en Nancy Fraser, «From Redistribution to
Recognition? Dilemmas of Justice in a “Postsocialist” Age», New Left Review 212, 1995, pp.
68-93 [ed. cast.: «¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas de la justicia en la era
“postsocialista”», NLR 0, enero-febrero de 2000, pp. 126-155]; reimpreso en N. Fraser, Justice
Interruptus: Critical Reflections on the «Postsocialist» Condition, Nueva York, Routledge, 1997
[ed. cast.: Iustitia Interrupta: reflexiones críticas desde la posición «postsocialista», Bogotá, Siglo
del Hombre Editores, 1997]. Véase también Nancy Fraser, «Social Justice in the Age of Identity
Politics: Redistribution, Recognition, and Participation», en Nancy Fraser y Axel Honneth,
Redistribution or Recognition? A Political-Philosophical Exchange, Londres, Verso Books, 2003.
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El género tampoco es inusual a este respecto. También la «raza» es una categoría bidimensional,
un compuesto de estatus y clase. También la clase puede entenderse mejor bidimensionalmente,
en contra de lo establecido por las teorías economicistas ortodoxas. E incluso la orientación sexual,
que a primera vista parece un caso paradigmático de reconocimiento puro, tiene una innegable
dimensión económica. Bien podría resultar, por lo tanto, que prácticamente todos los ejes de injus-
ticia del mundo real sean bidimensionales. Prácticamente todos perpetran desigualdad distributiva
y falta de reconocimiento en formas en las que ninguna de esas injusticias puede corregirse de
manera completamente indirecta, sino en las que cada una exige cierta atención concreta. A efectos
prácticos, por lo tanto, superar la injusticia exige en todos los casos tanto redistribución como
reconocimiento. Un análisis más pleno de este tema se efectúa en N. Fraser, «Social Justice in the
Age of Identity Politics: Redistribution, Recognition, and Participation», cit.
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Se puede encontrar una argumentación más amplia en N. Fraser, «Social Justice in the Age of
Identity Politics: Redistribution, Recognition, and Participation», cit.
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Rechazo, por lo tanto, interpretaciones esencialistas de la diferencia sexual invocadas por algu-
nas filósofas feministas francesas para justificar la parité.
6
Existe también una quinta diferencia, que concierne a la modalidad. La ley francesa establece la
parité de participación de hecho. Para mí, en cambio, la exigencia moral es que a los miembros
de la sociedad se les garantice la posibilidad de paridad, si deciden participar en una actividad o
interacción dada y cuando decidan hacerlo. No hay una exigencia de que todos participen de
hecho en dicha actividad. Por poner un ejemplo de Estados Unidos: grupos separatistas como los
amish tienen perfecto derecho a negarse a participar en la sociedad en general. Lo que no pueden
hacer, sin embargo, es privar a sus hijos de la oportunidad de adquirir las competencias sociales
que necesitarían para participar como iguales en caso de que más tarde decidiesen abandonar la
comunidad amish y unirse a la sociedad convencional.
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Respecto a una crítica más plena del modelo de identidad, véase N. Fraser, «Rethinking
Recognition: Overcoming Displacement and Reification in Cultural Politics», NLR 3, mayo-ju-
nio de 2000, pp. 107-120 [ed. cast.: «Nuevas reflexiones sobre el reconocimiento», NLR 4,
septiembre-octubre de 2000, pp. 55-68].
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Un análisis más completo del modelo de status es el efectuado en N. Fraser, «Social Justice in the
Age of Identity Politics: Redistribution, Recognition, and Participation», cit.
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Este criterio no puede aplicarse monológicamente, sin embargo, a modo de procedimiento de
decisión. Debe aplicarse dialógicamente, mediante procesos democráticos de debate público.
En tales debates, los participantes discuten acerca de si los existentes patrones de valor cultural
institucionalizados impiden la paridad de participación y si las alternativas propuestas la fomen-
tarían. La paridad participativa sirve, por lo tanto, como expresión de la protesta pública y para
deliberar acerca de las cuestiones de justicia. Más firmemente, representa la expresión principal de
la razón pública, el lenguaje preferido para conducir la argumentación política democrática sobre
cuestiones de distribución y reconocimiento. Analizo este tema en ibid.
10
Véase N. Fraser, «Clintonism, Welfare, and the Antisocial Wage: The Emergence of a Neoliberal
Political Imaginary, Rethinking Marxism, vol. 6, núm. 1, 1993, pp. 9-23.
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Éste era el caso de la Ayuda a Familias con Hijos Dependientes (AFDC), el principal programa
de asistencia social previa justificación de medios económicos en Estados Unidos. Solicitada
principalmente por las familias encabezadas solo por la madre que vivían por debajo de la línea
de la pobreza, la AFDC se convirtió en pararrayos de sentimientos racistas y sexistas contra
la asistencia social en la década de 1990. En 1997 fue «reformada» (es decir, abolida) de tal
modo que eliminó el reconocimiento de derechos federal que había garantizado ingresos (pocos
e inadecuados) para los pobres.
12
Lenore Weitzman, The Divorce Revolution: The Unexpected Social Consequences for Women and
Children in America, Nueva York, Free Press, 1985. La medida de las pérdidas de renta calculadas
por Weitzman han sido rebatidas, pero no cabe duda de que sí se han producido pérdidas.
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Véase, en especial, N. Fraser, «Social Justice in the Age of Identity Politics: Redistribution,
13