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El punto final para el principio

de razonabilidad
Por Juan Cianciardo 
Para LA NACION.
El principio de razonabilidad es una herramienta del control de la
constitucionalidad de las leyes que hunde sus raíces en la Carta
Magna impuesta por los nobles ingleses al rey Juan Sin Tierra en
1215.

Su actual perfil es el resultado de una larga jurisprudencia de


diversísimos tribunales con jurisdicción constitucional: se lo aplica en
Estados Unidos, Alemania, España, Italia y, en la práctica, en la
totalidad de los países occidentales.

El principio prescribe, básicamente, que los jueces deben declarar la


inconstitucionalidad de aquellas leyes que regulen de un modo
irrazonable los derechos constitucionales. Se trata de un "concepto
jurídico indeterminado", es decir, de un concepto amplio cuyo
significado preciso se determina caso por caso, en el momento de
su utilización.

Nuestra Corte Suprema ha hecho un uso generoso del principio de


razonabilidad a lo largo de toda su historia. En el caso argentino, por
imperio del artículo 28 de la Constitución Nacional, irrazonabilidad
equivale a "alteración" de los derechos afectados por la ley que se
examina. Es decir, una ley será irrazonable, y por tanto
inconstitucional, si "altera" los derechos humanos que se encuentran
involucrados en ella.

***
Lo anterior explica por qué la Corte se refiere de modo constante al
principio de razonabilidad en la ya famosa sentencia Smith.

Nuestro máximo tribunal debía analizar si el decreto 1570/01 y las


normas posteriormente dictadas por el Congreso y el Poder
Ejecutivo regulaban de un modo irrazonable ("alteraban") los
derechos de los afectados por ellas (sobre todo, el derecho de
propiedad).

La Corte, por tanto, utilizó una herramienta técnica idónea para


resolver el caso, tal como habría hecho cualquier tribunal con
jurisdicción constitucional del mundo. La aplicación que hizo de la
razonabilidad, sin embargo, fue, a mi juicio, errónea. Veamos por
qué:

 En primer lugar, el máximo tribunal no respeta la definición de


razonabilidad que había dado en el caso Peralta, cuando resolvió la
constitucionalidad del decreto 36/90, que incautó los plazos fijos
superiores a 1.000.000 de australes y dio a los ahorristas, a cambio,
Bonex 89. Lo mínimo que cabe exigir de los tribunales en situaciones de
grave inseguridad económica y jurídica es coherencia con sus anteriores
decisiones.

Salta a la vista que la incautación de plazos fijos decidida en aquella


ocasión por el gobierno de Menem fue una medida mucho más difícil
de justificar desde la juridicidad constitucional que el corralito, que
permite disponer, al menos, de una parte de los depósitos.

 Una de las funciones del principio de razonabilidad es la de armonizar


el derecho cuya protección se reclama con otros derechos y con el bien
común. La Corte omitió en el fallo toda referencia a los intereses de los
restantes ahorristas.
Es verdad que nuestros tribunales (incluida la Corte) deben fallar
para el caso concreto, pero también es cierto, como la propia Corte
ha dicho en innumerables ocasiones, que los jueces no pueden
desentenderse de las consecuencias de sus decisiones. Esto es así,
sobre todo, en el caso del máximo tribunal, que es cabeza de un
poder del Estado.

 De acuerdo con un viejo adagio latino, convertido desde hace siglos


en principio general del Derecho, "nemo potest ad impossible obligari",
esto es, en traducción libre, "nadie puede ser obligado a lo imposible".
La Corte ha pretendido hacerlo, obligando a los bancos a devolver un
dinero que físicamente no tienen ni pueden tener.

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El autor es abogado y secretario académico de la Facultad de


Derecho de la Universidad Austral

23 -8- 2014

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