EL EDIFICIO DE LA PERSONA SE CONSTRUYE SOBRE LA BASE DE LOS VALORES
Nosotros colegas, entendemos que la educación no consiste en transmitir conocimientos, sino en lograr las competencias en nuestros estudiantes, promoviendo valores para la vida. Lograr alumnos competentes y que puedan convivir en armonía en una sociedad justa y solidaria; extraer el valor que se oculta en ellos. Descubrir los valores que existen en la base de los conocimientos. Esto es propiamente educar. Nuestra institución educativa ha realizado progresos importantes en el desarrollo de las capacidades, pero ha avanzado muy poco en la práctica de los valores. Todos estamos involucrados en esta tarea. Pero quienes tienen que promover los valores son las áreas que se relacionan con la familia, la iglesia y el bienestar de los estudiantes, las cuales tienen que cuestionarse si están realmente cumpliendo esta labor primordial, fundamental, que se les ha encomendado y que les corresponde por esencia. Entonces, ¿Por qué nuestra institución no ha conseguido afirmarse en cuanto a la práctica de los valores? -Los conocimientos exigen, requieren, una sola función mental, compleja, que sintéticamente se llama inteligencia o raciocinio. Pasa por un proceso de información, comprensión y retención. Los valores, además de la captación intelectual, exigen, requieren la asimilación afectiva y no solamente la retención intelectual sino vivencial y operacional. Es lo que sentenció Shakespeare: “si obrar fuera lo mismo que saber lo que hay que hacer, las ermitas serían catedrales y las chozas de los pobres serían palacios de príncipes”. Por ejemplo, no basta con el conocimiento teórico de lo que es justicia. Freud dijo: que no basta con leer la carta de un restaurante para saciar el hambre y mantenerse fuerte y alimentado…Ni mirar la etiqueta de una botella de vino para emborracharse. ¿Quién garantiza que se va a cumplir lo que se ha estudiado teóricamente, que esos valores que racionalmente se aprenden se vayan a instaurar como motores de la propia vida? Quién garantiza el cumplimiento de nuestro reglamento interno. No basta con leerlo y memorizarlo, hay que interiorizarlo y hacerlo vivencial y operacional. Nos queda colegas, como una de las tantas alternativas, la necesidad de dialogar: dialogar es sobre todo escuchar. No como dice el chiste: “Vamos a dialogar: yo hablo y tú me dices que sí con la cabeza”. Tenemos que saber escuchar a nuestros estudiantes, y ofrecerles nuestra alternativa, nuestra ayuda con ejemplaridad. Como decía Gibrán: “No intentemos hacerlos como nosotros: seamos más bien nosotros como ellos, porque la vida camina hacia delante y no da pasos hacia atrás”.
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