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VII.

Superioridad del pensamiento cristiano sobre el filosófico: conjetura e inspiración divina

1. Como quiera, pues, que viniendo a tratar de los principios del universo todos, generalmente, lo
admitan o no, están de acuerdo en que lo divino es uno, nosotros afirmamos que quien ha
ordenado todo este universo, ése es Dios, ¿qué motivo hay para que a unos se les permita decir y
escribir libremente sobre Dios lo que les dé la gana, y haya, en cambio, una ley dictada contra
nosotros? En tanto que nosotros podemos establecer con pruebas y argumentos de verdad lo que
entendemos y rectamente creemos, a saber, la existencia de un Dios único.

2. Porque en este terreno, como así también en otros, los poetas y filósofos, han procedido por
conjeturas; movidos cada uno por su propia alma, según su simpatía hacia el soplo de Dios, a
buscar si era posible hallar y comprender la verdad, y sólo lograron entender, no hallar el ser, pues
no se dignaron aprender de Dios sobre Dios, sino de sí mismo cada uno. De ahí que cada uno
dogmatizó a su modo, no sólo acerca de Dios, sino sobre la materia, las formas y el mundo.

3. Nosotros, en cambio, de lo que entendemos y creemos, tenemos por testigos a los profetas,
que, movidos por espíritu divino, han hablado acerca de Dios y de las cosas de Dios. Ahora bien,
también ustedes, que por su sabiduría y piedad hacia lo de verdad divino sobrepasan a todos,
deberían admitir que es absurdo adherirse a opiniones humanas, abandonando la fe en el Espíritu
de Dios, que ha movido, como a instrumentos suyos, las bocas de los profetas.

VIII. Demostración racional de la existencia de un Dios único: unidad o pluralidad del ser divino

1. La hipótesis que el Dios creador de todo este universo sea desde el principio uno solo,
considérenlo del modo siguiente, a fin de que tengan también la comprensión de los fundamentos
de nuestra fe. Si, en efecto, hubiera habido desde el principio dos o más dioses, o bien hubieran
pertenecido a un solo y mismo ser, o bien cada uno de ellos tendría su propio ser.

2. Pero es imposible que pertenecieran a un solo y mismo ser; porque no serían, por ser dioses,
iguales, sino que por ser increados serían necesariamente diferentes. En efecto, lo creado es
semejante a un modelo; pero lo increado no es semejante a nada, pues carece de proveniencia y
de referencia.

3. Y si esos dioses son uno al modo que la mano, el ojo y el pie son partes constitutivas de un solo
cuerpo, pues de todas ellas se completa uno solo, entonces Dios es uno; sin embargo, si Sócrates,
en cuanto creado y corruptible, es un ser compuesto y dividido en partes; en cambio, Dios que es
increado, impasible e indivisible, Él no es un compuesto de partes.

4. Mas si cada uno de los dioses tiene su propio ser, estando el que creó el mundo más alto que
todas las cosas creadas y por encima de lo que Él hizo y ordenó, ¿dónde estará el otro o los otros?
Porque si el mundo, que tiene figura esférica perfecta, está limitado por los círculos del cielo, y el
creador de ese mismo mundo está más alto que todo lo creado, conservándolo todo por su
providencia, ¿qué lugar queda para el otro o para los otros dioses? Porque ni está en el mundo,
puesto que pertenece a otro; ni en torno del mundo, pues sobre éste está el Dios creador del
mundo.

5. Y si no está en el mundo ni en torno al mundo, pues todo lo que a éste rodea es mantenido por
Dios, ¿dónde está? ¿Por encima del mundo y de Dios, en otro mundo y en torno a otro mundo?
Pero si está en otro y en torno a otro, ya no está en torno a nosotros, pues no tiene ya poder sobre
este mundo, ni es tampoco grande en sí mismo, como quiera que está en un lugar limitado.

6. Si ni está en otro mundo, puesto que todo es llenado por Dios, ni en torno a otro mundo, pues
todo es mantenido por Dios; luego, en definitiva, no existe, puesto que no hay lugar en que esté.
¿O qué es lo que hace, habiendo otro de quien depende el mundo y que está por encima del
creador del mundo, pero no estando ni en el mundo ni alrededor del mundo?

7. ¿Es que hay otro punto en que se apoye el que ha sido hecho contra el que es? Sin embargo,
sobre él está Dios y las obras de Dios. ¿Y cuál será el lugar, siendo así que Dios llena el espacio que
está sobre el mundo?

8. Acaso ¿tiene providencia? No, tampoco tiene providencia, puesto que no ha creado nada. En
fin, si no creado nada, ni tiene providencia, ni hay otro lugar en que esté, entonces uno y solo es
desde el principio el Dios creador del mundo.

IX. Testimonio de los profetas

1. Ahora bien, si nos contentáramos con estas consideraciones, pudiera pensarse que nuestra
doctrina es humana; pero nuestros razonamientos están confirmados por las palabras de los
profetas, y pienso que ustedes que son amiguísimos del saber e instruidísimos, no desconocerán
los escritos de Moisés ni los de Isaías y Jeremías y de los otros profetas, que, saliendo de sus
propios pensamientos, por moción del Espíritu divino, proclamaron lo que en ellos se obraba, pues
el Espíritu se servía de ellos como un flautista que utiliza su flauta. ¿Qué dicen, pues, los profetas?

2. “El Señor es nuestro Dios; no será contado ningún otro con él” (Ba 3,36). Y otra vez: “Yo soy Dios
primero y después, fuera de mí, no hay Dios” (Is 44,6). Igualmente: “Antes de mí no hubo otro
Dios, y después de mí no habrá otro. Yo soy Dios y no hay otro fuera de mí” (Is 43,10-11). Y acerca
de su grandeza: “El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies.¿Qué casa me van a edificar,
o cuál es el lugar de mi descanso?” (Is 46,1).

3. Dejo para ustedes que, inclinados sobre los libros de ellos, examinen más puntualmente sus
profecías, a fin de que, con conveniente razonamiento, rechacen las calumnias lanzadas contra
nosotros.

X. Exposición sumaria de la teología cristiana: la Triunidad y los ángeles

1. Así, pues, queda suficientemente demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo
Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia y la
razón comprensible, rodeado de luz (cf. 1 Tm 6,16; 1 Jn 1,7), de una belleza, de un espíritu y
potencia inenarrables, que ha creado el universo, lo ha ordenado y lo gobierna por medio del
Verbo que de Él procede.

2. Reconocemos también un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo que Dios tenga un Hijo.
Porque nosotros no pensamos sobre Dios y también Padre, y sobre su Hijo, a la manera como
fantasean sus poetas, que en sus fábulas nos muestran dioses que en nada son mejores que los
hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y energía, porque por su operación
y por su intermedio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el
Padre y el Padre en el Hijo (cf. Jn 1,1-3; 10,30. 38; 17,21-23), en una unidad y potencia espirituales;
el Hijo de Dios es inteligencia y Verbo del Padre.

3. Y si por la grandísima inteligencia de ustedes se les ocurre preguntar qué quiere decir “hijo de
Dios”, lo explicaré brevemente: es el primer retoño del Padre (cf. Pr 8,22; Col 1,15; Rm 8,29), no
porque haya nacido, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí su
Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios, cuando toda la materia era
informe, como una tierra inerte y estaban mezcladas los elementos más gruesos con las más
ligeros, para ser sobre ellas idea y operación.

4. Concuerda con nuestra doctrina el Espíritu profético: “El Señor, dice, me estableció principio de
sus caminos para sus obras” (Pr 8,22). Y a la verdad, el mismo Espíritu Santo, que obra en los que
hablan proféticamente, decimos que es una emanación de Dios (cf. Sb 7,5; Si 43,4), emanando y
volviendo a Él, como los rayos del sol.

5. ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un
Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? Y
no se para aquí nuestra doctrina teológica, sino que decimos existir una muchedumbre de ángeles
y ministros, a quienes Dios, Creador y Artífice del mundo, por medio del Verbo que de él viene,
distribuyó las funciones,confiándoles el cuidado de los elementos, de los cielos, del mundo y lo
que en él hay, y de su buen orden. 

XI. Ideal cristiano y vanidades filosóficas

1. No se maravillen de que exponga tan puntualmente nuestra doctrina, pues todo mi afán de
exactitud se endereza a que no se dejen arrastrar por los absurdos prejuicios comunes, sino que
tengan medio de conocer la verdad. Y es así que por los mismos preceptos a que nos adherimos y
que no provienen de los hombres, sino que son voz y enseñanza de Dios, podemos persuadirlos
que no somos ateos.

2. ¿Cuáles son, pues, esas doctrinas de que nos nutrimos? “Yo les digo: Amen a sus enemigos,
bendigan a los que les maldicen, rueguen por los que les persiguen, para que vengan a ser hijos de
su Padre que está en los cielos, que hace nacer su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre
justos e injustos” (Mt 5,44-55; Lc 6,27-28).

3. Permítanme ahora, pues este discurso ha sido escuchado con grandes aplausos, que prosiga con
confianza, como quien pronuncia su defensa delante de emperadores filósofos. ¿Quiénes, en
efecto, de entre los que analizan los silogismos, resuelven los equívocos, aclaran las etimologías, o
de los que enseñan los homónimos y sinónimos, los predicados y los axiomas, y qué sea el sujeto,
qué el predicado; quiénes, digo, de ésos prometen hacer felices a sus discípulos por esas
lecciones? ¿Quiénes tienen almas tan purificadas, que en lugar de odiar a sus enemigos los amen,
en lugar de maldecir a quien los maldijo primero, cosa naturalísima, los bendigan, y rueguen por
los que atentan contra la propia vida? (cf. Mt 5,39-45; Lc 6,27-30). Ellos que, por lo contrario, se
pasan la vida ahondando con mala intención sus propios misterios, que están siempre deseando
hacer algún mal, pues profesan no una demostración de obras, sino un arte de palabras (cf. Mt
12,33; Lc 6,43).

4. Entre nosotros, empero, fácil es hallar a gentes sencillas, artesanos y mujeres ancianas, que si
de palabra no son capaces de poner de manifiesto la utilidad de su religión, la demuestran por las
obras. Porque no se aprenden discursos de memoria, sino que manifiestan acciones buenas: no
herir al que los hiere, no perseguir en justicia al que los despoja, dar al que les pide y amar al
prójimo como a sí mismos.

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