Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Carlos Gutiérrez
1
Althusser, L.: "El porvenir es largo", Ediciones Destino, Barcelona, 1992.
Me precipito y, en un estado de intenso pánico, corriendo con todas
mis fuerzas, [...] hacia la enfermería donde sabía que podía encontrar
al Dr. Étienne [...] Llamo con violencia a la puerta del médico, quien,
también él en bata, acaba por abrir, sorprendido. Grito sin parar que
he estrangulado a Hélene, cojo al médico por el cuello de la bata: que
venga urgentemente a verla, si no prenderé fuego a la École. Etienne
no me cree, “es imposible”.
Bajamos a toda prisa y henos aquí a los dos frente a Hélene. Sigue con
los mismos ojos fijos y aquel poco de lengua entre los dientes y los
labios. Étienne la ausculta: “No hay nada que hacer, es demasiado
tarde". Y yo: "Pero, ¿no se la puede reanimar?”. “No.” Entonces
Étienne me pide algunos minutos y me deja solo. Más tarde
comprendería que debió de telefonear al Director, al hospital, a la
comisaría, ¿qué se yo? Espero con un temblor interminable. [...] Vuelve
Étienne. Aquí todo se me nubla. Me pone, según parece, una
inyección, vuelvo con él a mi despacho. [...] Étienne habla del hospital.
Y yo me hundo en la noche. Me "despertaría”, no sé cuando, en Sainte-
Anne.
Hemos tomado estos tres incisos del art. 34 del C.P. porque nos
permitirá guiarnos en la lectura de un artículo de Victor Tausk, “Contribución
a la psicología del desertor”2, artículo que toma Jorge Jinkis al escribir
“Vergüenza y responsabilidad”3.
“Pero a partir del párrafo que sigue el psicólogo es asaltado por una duda
que lo inquieta vivamente, inquietud que no lo abandonará ya hasta la
última línea del código penal. No se habla de premeditación, dice más
adelante la ley, si, en el momento del delito [reparen en esta cuestión
temporal que ya les señalé] el culpable no está en la plena posesión de su
razón, si ha cometido su acto en estado de demencia, o en la más
completa embriaguez, siempre que no se hubiera embriagado con la
única finalidad de cometer el crimen” (págs. 126/127)
Esto que señala Tausk sobre el CP alemán no difiere de lo que hemos leído
en el inciso 1º de nuestro CP. Se trata de las condiciones psicológicas en las
que el derecho considera que alguien no es responsable por sus actos. Es
decir, distintas circunstancias en las que el sujeto atraviesa un estado de
obnubilación de la consciencia. Pero el CP alemán indica otra razón a partir
de la cual alguien no es imputable; es en el caso de “legítima defensa
justificada”. En este punto, Tausk introduce su primera estocada al código y a
su auditorio al señalar una contradicción flagrante:
“Con el objeto de apartar el elemento determinante de la culpabilidad, los
términos de la ley presentan dos perspectivas psicológicas fundamentadas
de manera diametralmente opuesta. Las primeras disposiciones apartan la
idea de culpa porque no creen que el hombre que no es responsable de sí
mismo ni de su razonamiento, sea capaz de tener una intención.” (pág.
127)
En cambio, “la legítima defensa admite la intención, pero no acepta que
se la califique de mala.” (pág. 127) El texto es claro, la obnubilación de la
consciencia impide tener una intención porque –para esta noción de sujeto–
la intención es conciente. La legítima defensa posee la intención de
protegerse; y protegerse es, obviamente, una buena intención. Aquí Tausk
desliza su segunda estocada en forma de ironía: “Nos encontramos pues,
ante una ley que tiene ideas bien precisas sobre el bien y el mal.” Comienza
de este modo a señalar el carácter marcadamente moral de la ley, carácter a
partir del cual toma rumbos erráticos. Finalmente, el rumbo que su
concepción del sujeto le permite: cuando no hay consciencia, no hay
intención; cuando hay intención, ella debe ser buena.
El siguiente aspecto que considera es el de la defensa de un tercero (lo
que se corresponde con el inc. 7º de nuestro CP):
“En lo que respecta al interés de otra persona cuya defensa es
considerada como 'una violencia irresistible' y excluye toda imputación, el
interés que se siente hacia las personas queridas juega un papel
predominante.”
Pablo Ibbieta fue tomado prisionero. Está encerrado, en una ropería que
oficia de celda, junto a Juan Mirbal (hermano de un anarquista) y Tom
Steinbock (un irlandés integrante de las Brigadas Internacionales que luchan
junto a los republicanos) Trasladados a otra sala, son sometidos a un breve
interrogatorio que oficia de juicio. Ahí los interrogan falangistas arrogantes y
brutales, enfundados en sus botas y con látigos en las manos. A Ibbieta le
resulta un cuadro burlesco. Un oficial bajito y gordo le pregunta, ¿dónde está
Ramón Gris? Ibbieta responde que no sabe.
Luego son devueltos a la ropería donde, poco después, les informan el
veredicto: los tres serán fusilados al amanecer del día siguiente.
Todo el cuento se desenvuelve en esa larga noche de horror en la que los
tres condenados tienen la certidumbre de morir en pocas horas. En esa larga
noche, Ibbieta decide no dormir para no perder siquiera dos horas de vida
durmiendo. En esa larga noche de espera, Ibbieta se desprende de todo
aquello que lo ataba a la vida: de su novia, a quien tanto amaba; de España y
la revolución, que ya no le interesa; incluso de su gran amigo, Ramón Gris, un
importante líder a quien tanto respeta. Pero, ahora, ¿qué importa todo eso?
Todo se ha desvanecido tras la certidumbre de morir. Bueno, finalmente es la
certidumbre que tiene cualquiera de nosotros, ¿verdad? Aunque quizás no
sea la misma. Cualquiera de nosotros, aunque sabe que morirá, no conoce el
momento en que eso va a producirse. Esto nos permite jugar cada día al
juego de la inmortalidad. Hay muchos giros que hablan acerca de esto. Por
ejemplo, cuando decimos "esto dura toda la vida", como si eso fuera
mucho... Puede ser apenas una noche como el caso de estos hombres que no
tienen el privilegio de jugar a la inmortalidad. En pocas horas, del otro lado
de la noche, los espera el muro de los fusilamientos. ¿Qué cosa es la vida en
[8]
Ver Mosca, J. C.: Responsabilidad, otro nombre del sujeto en “Ética, un horizonte en quiebra” (J.J. Michel
Fariña), Eudeba, Bs. As. 1998.
esas condiciones? De algún modo son muertos vivos. Aún respiran, pero para
Ibbieta todo se ha derrumbado en esa noche de horror.
Pero el tiempo pasa y la noche termina: con las primeras luces del
amanecer comienzan a escucharse los disparos de los primeros fusilados. La
muerte es más cercana aún. Vienen a buscarlos. Salen Juan y Tom y, al
momento de intentar salir, Ibbieta es detenido por los falangistas: todavía
no, le dicen. La espera se alarga. Se escuchan nuevos disparos, seguramente
los que habrán matado a Juan y a Tom, sus compañeros de condena. La
certidumbre sobre la muerte es más sólida. Vienen a buscarlo; ahora sí ha
llegado su hora. Sin embargo, para su sorpresa, no lo llevan al patio de
fusilamiento sino a la misma sala en donde fue enjuiciado el día anterior. Allí,
el oficial gordo, azotando sus botas con el látigo, repite el interrogatorio y lo
maltrata físicamente para intimidarlo. Es en vano: "hace falta mucho más
para intimidar a un hombre que va a morir". A Ibbieta todos esos
movimientos le resultan una escena teatral de hombres vestidos para la
ocasión y siguiendo un libreto determinado: sus pequeñas actividades me
parecieron chocantes y burlescas. El oficial vuelve a preguntarle por el
paradero de Gris, el líder de la resistencia. Nuevamente, dice que no sabe.
Recibe entonces una oferta: "es tu vida contra la suya. Se te perdona la vida
si nos dices dónde está. Tienes un cuarto de hora para reflexionar."
Devuelto a la ropería es sometido a la tercera espera. Advierte que es la
gran maniobra para ablandarlo. No obstante, no piensa revelar el paradero
de Gris, que conocía perfectamente: se escondía en casa de su primo.
Reflexiona acerca de los motivos por los cuales no piensa delatarlo y no
entiende por qué ha decidido eso. No había razones políticas ni personales
que le impidieran hacerlo: todo lo había abandonado la noche anterior,
incluso su amor por la vida. Sin entender por qué, aún permanece en su
decisión de no dar a conocer el paradero de Gris: "Podía salvar mi pellejo
entregando a Gris y me negaba a hacerlo. Encontraba eso bastante cómico:
era obstinación. Pensaba "hay que ser testarudo". Y una extraña alegría me
invadía."
Vienen a buscarlo. El oficial gordo le dice:
.
–¿Reflexionaste?
Los miraba con curiosidad como a insectos de una especie muy rara. Les
dije: 'sé dónde está. Está escondido en el cementerio. En una cripta o en
la cabaña del sepulturero'. Era para hacerles una jugarreta.[...] Me
representaba la situación como si hubiera sido otro, ese prisionero
obstinado en hacer el héroe, esos graves falangistas con sus bigotes y sus
hombres uniformados que corrían entre las tumbas: era de un efecto
cómico irresistible
Luego de esta broma que Ibbieta gasta contra los falangistas, viene el
tiempo de espera hasta su regreso del cementerio.
Poco tiempo después, regresa solo el oficial gordo, quien lo envía al patio
sin explicaciones. Ibbieta, aturdido, no sabe qué sucede, no entiende por qué
no lo fusilan. Llegan más prisioneros; entre ellos, el panadero García, un
conocido de Ibbieta.
Leamos la parte final, el diálogo entre García e Ibbieta:
–¡Maldito suertudo! No creí volver a verte vivo.
–Me condenaron a muerte –dije–, y luego cambiaron de idea. No sé por
qué.
–Me arrestaron hace dos horas, dijo García.
–¿Por qué?
García no se ocupaba e política.
–No sé –dijo–, arrestan a todos los que no piensan como ellos.
Bajó la voz:
–Lo agarraron a Gris.
Yo me eché a temblar:
–¿Cuándo?
–Esta mañana. Había hecho una idiotez. Dejó a su primo el martes
porque tuvieron algunas palabras. No faltaban tipos que lo querían
ocultar, pero no quería deber nada a nadie. Dijo: "me hubiera escondido
en casa de Ibbieta, pero puesto que lo han tomado, iré a esconderme en
el cementerio"
–¿En el cementerio?
–Sí, era idiota. Naturalmente ellos pasaron por allí esta mañana. Tenía
que suceder. Lo encontraron en la cabaña del sepulturero. Les tiró y le
liquidaron.
–¡En el cementerio!
Todo se puso a dar vueltas y me encontré sentado en el suelo: me reía tan
fuertemente que los ojos se me llenaron de lágrimas.
Bien, así termina este formidable relato. ¿Cómo orientarse en este texto
para situar algo de la responsabilidad? Sin dudas que no es sencillo.
Aclaremos que un ejemplo de ficción nos permite abrir conjeturas que tienen
como finalidad la presentación de ciertas ideas en torno a la responsabilidad.
Un ejercicio de teoría aplicada con fines específicos. Tras ese objetivo
operamos libremente, teniendo como límite un análisis que guarde lógica
interna y que, por supuesto, se soporte en aquello que en el texto se
presenta.
Ahora bien, ¿dónde ubicar la responsabilidad de Ibbieta? Concurren en
su auxilio, a modo de justificación, problemas de dos órdenes.
En principio, el de la determinación material. Aquello que se presenta
como dado y que no puede ser modificado. Este tipo de determinación
material es externo a Ibbieta. Es decir, algo que no puede ser atribuido a
Ibbieta porque él no lo ha producido, aunque quizás no por ello resulte
ajeno. La presión de los falangistas, el tremendo ofrecimiento que le
formulan –su vida o la de su amigo–, es de esta naturaleza.
A esto puede agregársele las circunstancias puramente accidentales. Es
una pura contingencia la coincidencia temporal entre aquello que dice Ibbieta
y la disputa de Gris con el primo que lo obliga a abandonar su refugio. Se
trata de una pura contingencia; por lo tanto, sin elementos que permitan
anticiparlo. Una amarga coincidencia que contribuye de un modo decisivo al
resultado: la muerte de Gris.
Hasta aquí nada permite atribuir responsabilidad a Ibbieta, a menos
que nos acerquemos paulatinamente e introduzcamos la siguiente
consideración: tanto la determinación material como el azar es un real que
interpela al sujeto, que lo invita a dar una respuesta. No es responsable de la
ley de gravedad ni de la rotación de la tierra sobre su eje. No es responsable
porque se haya producido la guerra civil. No es responsable porque se haya
producido aquello fuera de cálculo. En fin, el sujeto no es responsable del
mundo, pero sí de su lugar en él.
¿Qué permite afirmar que es responsable? En verdad, no se trata del
ser de la responsabilidad; la responsabilidad no puede ser sustancializada. No
es un dato natural. No hay conocimiento positivo sobre ella. La
responsabilidad emerge como una posición por el deseo inconsciente. En
este sentido, suponer al sujeto dividido, al sujeto del inconsciente, otorga la
condición para atribuirle responsabilidad. Interpelar al sujeto es atribuirle
responsabilidad por su deseo.
Responsable es el que responde, suele decirse. Pero esto es demasiado
simple y engañoso. Responsable no es tanto el que responde como “aquel de
quien es esperable una respuesta.”[9] Precisamente, porque se espera de él
una respuesta, se le dirige una interpelación. Esta atribución de
responsabilidad, que abre espacio a la interpelación –y que la propia
interpelación funda– es performativa. Es decir, se presenta como un acto de
palabra del hablante sobre el oyente que funda una nueva realidad en la que
la emergencia de un sujeto es posible. La interpelación dona la palabra a
aquel de quien que se espera una respuesta.
En nuestra conjetura –en la de Mosca, que nosotros retomamos y
ampliamos–, si le atribuimos responsabilidad a Ibbieta quizás emerja otra
cosa que la justificación; algo distinto al refugio de la determinación, ya sea
desde la necesidad o el azar. Veamos, ¿qué le piden los falangistas?
• En primer lugar, que hable.
• En segundo lugar, que al hablar diga dónde está Gris.
• En tercer lugar, que lo que diga sea verdad.
Desagregar los elementos presentes en la pregunta/orden de los
falangistas no significa una enumeración ociosa. Ese breve inventario
pretende salir de la lógica binaria de delatar/no delatar que parecen
presentarse como opciones cerradas.
• En primer lugar, Ibbieta podía desobedecer y callar.
• En segundo lugar, podía aceptar hablar pero para decir otra
cosa que el paradero de Gris.
• Tercero, aun aceptando ambas cosas (hablar y dar el paradero
de Gris), podía haber mentido.
Sin embargo Ibbieta habla, dice dónde está Gris y lo que dice es
verdad.
¿Alguien dice qué Ibbieta miente? Bueno, en cierto plano, eso es
incontestable. Porque, en efecto, conoce el paradero de su amigo y señala
otro sitio. Descriptivamente es, de modo inequívoco, una mentira. Decir la
verdad hubiese significado revelar el escondite en casa de los primos. Ahora
bien, esa lógica ¿no nos ubicaría en una verdad descriptiva, una simple
verdad de constatación? Por ello, porque la noción de verdad en el campo de
la subjetividad requiere de otras complejidades, es necesario situarla en otro
terreno. El relato nos invita a ello porque Ibbieta, en realidad, ha dicho
exactamente el lugar donde Gris se encontraba. Este elemento del cuento
nos abre la posibilidad de ubicar a la "mentira” de Ibbieta como verdad.
Veremos de qué modo podríamos explicar esto.
[9]
Jinkis, J.: op. cit., pág. 10 (subrayado nuestro).
Ibbieta, entonces, muy por el contrario de burlarse de los falangistas tal
como pretendía, cumple con todo aquello que le reclaman. Lejos de la
jugarreta que intentó frente a esa escena que él mismo se construye y de la
que queda prisionero (Me representaba la situación como si hubiera sido
otro, ese prisionero obstinado en hacer el héroe, esos graves falangistas con
sus bigotes y sus hombres uniformados que corrían entre las tumbas: era de
un efecto cómico irresistible); lejos de mitigar siquiera esa presencia terrible
del falangista, sólo logra confirmarla. Queriendo desbaratar la consistencia
de ese Otro que se presenta con tanta gravedad y fiereza, culmina dándole
una presencia aún mayor. La broma de la que se sirve, cumple exactamente
esa función. Confirma desde su propia palabra su posición de prisionero de
ese Otro que obtiene de él lo que quería. ¿Lo que quería quién?
Avancemos un poco más sobre esto: una jugarreta, una broma. Abro aquí
una digresión para situar como ejemplo negativo un hecho real, aquel que
tuvo como protagonista a Jean Moulin, el jefe de la resistencia francesa
durante la ocupación nazi. Fue apresado por Klaus Barbie, el responsable de
la Gestapo en Lyon, quien se ocupó personalmente de torturar a Moulin. No
era la primera vez en que Moulin era torturado, esa situación límite tras la
cual nada queda del sujeto. Ese límite que el propio Moulin estuvo a punto
de cruzar dos años antes cuando era prefecto de Chartres en el
departamento de Eure-et-Loire. En junio de 1940, cuando ocupaba ese cargo
en la Francia invadida, fue conminado por los nazis a firmar una declaración
donde se aseguraba que las tropas francesas, en su retirada ante la invasión
alemana, había producido una masacre que, en verdad, fue perpetrada por
los mismos nazis. A pesar de la tremenda presión ejercida, Moulin se negó a
firmar. Sobrevino entonces la tortura, reiterada durante todo un día.
[10]
Murphy, Brendan: “El carnicero de Lyon”, Javier Vergara Editor, Bs. As., 1984, pág. 193/94.
[11]
Ver Fariña, J. y Gutiérrrez, C.:“Veinte años son nada”, en Causas y Azares, Año III, Nº 4, invierno 1996.
torturaran, "pero no parecían ni soñar en ello”. Es sumamente interesante
que el texto mencione explícitamente esto: Ibbieta no se encuentra frente a
esa situación donde las posibilidades se estrechan hasta desaparecer.
Precisamente por ello, la jugarreta de Ibbieta se ubica en otro plano. En
principio, aunque no se encuentra sometido a la plena determinación de la
tortura, sí está sometido a un condicionamiento de enorme envergadura: la
presión de los falangistas es inmensa, brutal. Ibbieta es sometido a la
decisión de delatar a Ramón Gris, su amigo, su camarada y líder anarquista.
Eso es algo que él no ha elegido. Por lo tanto, no puede echarse a la cuenta
de Ibbieta el encontrarse en tal situación. El punto en el que la
responsabilidad está convocada es en la posición que el sujeto adopta frente
a aquello que, sin haber elegido, lo invita a una decisión. En ese punto,
Ibbieta decide hacer su broma.
1
En el cementerio.
*Jugarreta
*Obstinación
* Ser de la testarudez
1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?
*jugarreta *Perplejidad
*Obstinación *Suspensión de la creencia
* Ser de la testarudez *Interrogación por su acto
*Sujeto del temblor
Estas noticias lo obligan a leer el tiempo uno. Pensemos, ¿por qué tiembla
Ibbieta? ¿No es acaso ese hombre al que ya nada lo conmueve, ni siquiera el
feroz falangista que lo maltrata físicamente y amenaza fusilarlo? ("Me daban
más bien deseos de reír") ¿Acaso no era alguien más allá de todo, aquel al
que nada podía intimidarlo? ¿Qué importaba que agarraran a Gris cuando el
ya había cortado lazos absolutamente con todo? ("No quería ya a Ramón
Gris") ¿No había cortado todo lazo con la vida misma? ("había muerto antes
del alba […] mi deseo de vivir […] Ninguna vida tenía valor"). La certidumbre
de morir en pocas horas se lo había llevado todo. Ya nada le importaba.
Argumenta sobre esto con insistencia y firmeza.
¿Por qué tiembla Ibbieta? Nos parece encontrar en ese temblor la señal
de que su cuerpo fue alcanzado por la palabra de García. Es la respuesta a la
interpelación que la palabra de García introduce y que configura una
situación imprevista. Al producirse esa interpelación ya no se trata del sujeto
de la obstinación sino el de la interrogación, el del temblor. Ese segundo
tiempo es el que retornando sobre la jugarreta la constituye como primer
tiempo. La pretendida broma alcanza un estatuto distinto a partir de la
retroacción que opera desde lo que llamamos tiempo dos. Es decir, este
tiempo dos constituye al tiempo uno en el mismo instante en el que destituye
el campo de sentido que en éste se sostenía: el bromista queda destituido
por el que tiembla.
retroacción
1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?
*jugarreta *Perplejidad
*Obstinación *Suspensión de la creencia
* Ser de la testarudez *Interrogación por su acto
*temblor
Ahora bien, ¿qué hacer con el tiempo uno? Destituido su campo de sentido,
no obstante, no puede ser borrado. El tiempo dos no borra el tiempo uno sino
que se sobreimprime con él. El tiempo dos opera como interpelación en la
medida que obliga al sujeto a leer su acto.
Si decimos que ese tiempo obliga a una relectura del primero, si eso que
introduce el segundo tiempo retorna sobre el primero, esto pone en juego la
idea del après-coup que permite que ambos tiempos se constituyan como
tales a partir de esa retroacción que sobreimprime un término con otro.
El segundo tiempo no deja indemne al primero. Retornando sobre el
primero abre la posibilidad de destituir el sentido que oficiaba de cobertura:
la jugarreta. Al destituir el plano del sentido, abre el tiempo en el que
adviene el sin sentido. A partir de entonces, lo que era no permanece
indemne. (Si, por el contrario, luego de ese suceso posterior a la broma, ella
mantiene su integridad, pues entonces no puede llamárselo tiempo dos. Es
decir, no tiene valor de interpelación recibida como tal. Sólo tiene ese
estatuto cuando, a partir de su intervención, interpela al sujeto al introducir
un término que cambia la configuración anterior, conminando a dar una
respuesta.)
Aquí aparece el tiempo tres: el tiempo dos se sobreimprime con el tiempo
uno produciendo un tercero. Es la respuesta a aquello que ha suscitado la
interpelación (aquí se abre un abanico múltiple, pero el estatuto en el que
estas respuestas se ubican se divide especialmente en dos planos: por una
parte, el de la implicación con su deseo; por otra, alguna forma de evitación)
Este tercer tiempo en Ibbieta es el del asombro por aquello que él ha
producido. Es el tiempo de la risa y el llanto. El tiempo de la implicación del
sujeto, el tiempo del acto.
retroacción
1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?
*Jugarreta *Perplejidad
*Obstinación *Suspensión de la creencia
* Ser de la testarudez *Interrogación por su acto
* temblor
3
¡En el cementerio!
* risa/llanto
interpelado interpelado
por el por García
falangista
1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?
Afirmación Interrogación
*Jugarreta *Perplejidad
*Autoafirmación del yo *Suspensión de la creencia
*Obstinación *Interrogación por su acto
* Ser de la testarudez *Sujeto del temblor
3
interpelado
¡En el cementerio! por su acto
Admiración
*Admiración por su acto
*Implicación
*Sujeto de la risa/llanto
Decimos que ese tiempo tres es el momento del acto de implicación.
En ese tercer tiempo, ya no es la interpelación del falangista ni la de García
las que propician un movimiento subjetivo. Se trata de la soledad del sujeto
frente a su acto. Es la confrontación misma del sujeto con un punto de
articulación de su deseo, con lo que él ha producido desde su deseo
inconsciente. La emergencia del sujeto se produce en el acto de implicación
que, en esta conjetura, ubicamos en la risa y el llanto. O, mejor dicho, la
risa/llanto. Destaquemos aquí esa barra que separa un término de otro. Es
esa risa/llanto la que nos permite ubicar aquello que Freud señalaba: lo que
es satisfacción para un sistema, es insatisfacción para el otro. Allí se presenta,
a un tiempo, la admiración y la perplejidad, la invasión de la alegría y aquello
digno del llanto que expresa una verdad de estructura: no hay acceso al
deseo sin culpa. En la risa y el llanto hay un sujeto admirado por lo que ha
producido como sujeto de deseo. Ibbieta ríe/llora sobre su propia división
subjetiva. Momento de concluir.
[12]
Freud, S.: "La responsabilidad moral por el contenido de los sueños", O. C., volumen VIII, Biblioteca
Nueva, Madrid, 1974, pág. 2895.
[13]
Freud, S., op. cit.
[14]
Freud, S. op. cit., pág. 2894.
[15]
Jinkis, J.: op. cit.
interpelación deja al sujeto en una muy difícil situación para la implicación
subjetiva. Althusser emprendió solo esa tarea y de modo inacabado: a pesar
de esa insistencia en hacer público su testimonio, jamás publicó su libro, y
sólo permitió a algunos amigos leerlo en su presencia y bajo la prohibición de
tomar notas.[16] En esta ausencia de interpelación el derecho deja al sujeto
reducido a lo que la determinación ha hecho de él. Le dice al sujeto lo que él
es. Esta operación de constatación, impide (o al menos pone serios
obstáculos) a la producción del sujeto de la responsabilidad.
La interpelación no le dice al sujeto lo que es sino que lo invita a leer
lo que él hace. Por ello, la interpelación es productora de sujeto. La
interpelación no asegura tal resultado, pero brinda las condiciones a partir de
la cual es posible para alguien situar su responsabilidad por lo que dice, por
lo que hace y por lo que sueña.
[16]
Ver Castillo, B. "¿Quién soy?", "¿Qué he hecho?" en Conjetural, revista psicoanalítica, Nº 27, mayo 1993 y
Rosa Czerniuk, Althusser: un nombre público, en "Superyó y filiación. Destinos de la transmisión" (comp.),
Laborde Editores, Rosario, 2000.