Está en la página 1de 24

Responsabilidad jurídica y subjetiva

Carlos Gutiérrez

Quisiera comenzar la clase de hoy leyendo el comienzo de “El porvenir


es largo”1, el texto autobiográfico escrito por el filósofo francés Louis
Althusser. Comenzaremos entonces, –por una razón que más adelante
quedará expuesta– dándole la palabra a Althusser:

Tal y como he conservado el recuerdo intacto y preciso hasta sus


últimos detalles, grabado en mí a través de todas mis pruebas y para
siempre, entre dos noches, aquella de la que salía sin saber cuál era, y
aquella en la que entraría, ya diré cuándo y cómo: he aquí la escena del
homicidio tal y cómo lo viví.
De pronto me veo levantado, en bata al pie de la cama en mi
apartamento de l'École Normale. [...] Frente a mí: Hélene, tumbada de
espaldas, también en bata.
Sus caderas reposan sobre el borde de la cama, las piernas
abandonadas sobre la moqueta del suelo.
Arrodillado muy cerca de ella, inclinado sobre su cuerpo, estoy dándole
un masaje en el cuello. [...] en la parte delantera de su cuello. Apoyo
los dos pulgares en el hueco de la carne que bordea lo alto de esternón
y voy llegando lentamente, un pulgar hacia la derecha, otro un poco
sesgado hacia la izquierda, hasta la zona más dura encima de las orejas
[...] La cara de Hélene está inmóvil y serena, sus ojos abiertos, miran al
techo.
Y, de repente, me sacude el terror: sus ojos están interminablemente
fijos y, sobre todo, la lengua reposa insólita y apacible, entre sus
dientes y labios.
Ciertamente, ya había visto muertos, pero en mi vida había visto una
estrangulada. Pero, ¿cómo? Me levanto y grito: ¡He estrangulado a
Hélene!

1
Althusser, L.: "El porvenir es largo", Ediciones Destino, Barcelona, 1992.
Me precipito y, en un estado de intenso pánico, corriendo con todas
mis fuerzas, [...] hacia la enfermería donde sabía que podía encontrar
al Dr. Étienne [...] Llamo con violencia a la puerta del médico, quien,
también él en bata, acaba por abrir, sorprendido. Grito sin parar que
he estrangulado a Hélene, cojo al médico por el cuello de la bata: que
venga urgentemente a verla, si no prenderé fuego a la École. Etienne
no me cree, “es imposible”.
Bajamos a toda prisa y henos aquí a los dos frente a Hélene. Sigue con
los mismos ojos fijos y aquel poco de lengua entre los dientes y los
labios. Étienne la ausculta: “No hay nada que hacer, es demasiado
tarde". Y yo: "Pero, ¿no se la puede reanimar?”. “No.” Entonces
Étienne me pide algunos minutos y me deja solo. Más tarde
comprendería que debió de telefonear al Director, al hospital, a la
comisaría, ¿qué se yo? Espero con un temblor interminable. [...] Vuelve
Étienne. Aquí todo se me nubla. Me pone, según parece, una
inyección, vuelvo con él a mi despacho. [...] Étienne habla del hospital.
Y yo me hundo en la noche. Me "despertaría”, no sé cuando, en Sainte-
Anne.

Este es el relato que Althusser realiza del homicidio de su mujer, la


persona que tanto amaba. Como es notorio, no se trata de un acto realizado
con algún propósito determinado, en algún estado de ira o por algún motivo
abyecto. Se trata de un acto loco. El relato es elocuente sobre las condiciones
en las que el crimen se produjo. Un acto que se le presenta como algo que él
ha realizado, pero sin que pueda advertir siquiera cómo y en qué momento él
produjo semejante cosa.
Hemos iniciado deliberadamente nuestra clase dándole la palabra
Althusser, por razones que expondrá en su libro, cuando se refiera a aquello
que siguió a tal crimen. Sus amigos se movieron presurosamente para
obtener que la justicia lo considerara inimputable y, de este modo, evitara
ser responsabilizado y castigado por tal acto.
Este es uno de los ejes de esta clase. ¿Cómo entiende el derecho la
responsabilidad por los actos? ¿Cómo lee el derecho situaciones semejantes
a la relatada?
Como es previsible, los exámenes médico legales permitieron que se lo
reconociera como no responsable del acto en cuestión. De este modo, se le
otorgó el “beneficio” del no ha lugar que le impedía declarar en su nombre.
“…me condenaron a vivir hasta fin de mis días si no intervenía personal
y públicamente para hacer oír mi propio testimonio. [...] El destino del
no ha lugar es, en realidad, la losa sepulcral del silencio" (pág. 31)
Ésta es la razón por la que puesto que hasta el momento cualquiera ha
podido hablar en mi lugar, ya que el procedimiento jurídico me ha
prohibido toda explicación pública, he decidido explicarme
públicamente.
En principio lo hago para mis amigos y, si es posible, para mí: para
levantar esta pesada losa sepulcral que reposa sobre mí. Sí, para
liberarme solo, por mis propios medios [...] Porque es bajo la losa
sepulcral del no ha lugar, del silencio y de la muerte pública bajo la que
me he visto obligado a sobrevivir y a aprender a vivir (pág. 43)

Noten la reiteración del término público. En otros pasajes del texto,


además de la insistencia en su uso, el término está destacado con bastardillas
por el autor.
Ahora bien, ¿qué hace posible al derecho considerar que alguien no es
responsable en un caso como este? Dejemos a Althusser por el momento, ya
volveremos a él.

Ingresar al tema de la responsabilidad –sumamente complejo–


requiere partir de una afirmación indispensable para su tratamiento: no es
posible establecer una concepción de responsabilidad sin situar la noción de
sujeto. Es decir, de la noción de sujeto que se tenga procede el criterio de
responsabilidad.
El propósito central de esta clase es distinguir la noción de
responsabilidad jurídica de la que comúnmente se la llama responsabilidad
subjetiva. Para ello, será necesario distinguir la concepción de sujeto para el
derecho de aquella que, en el campo de la subjetividad, sostiene el
psicoanálisis.
En el art. 34 de Código Penal se señala en qué condiciones alguien no
es punible. Es decir, en qué condiciones alguien no es acreedor a ninguna
forma de castigo. Tomaremos tres incisos del art. 34 en los que
especialmente nos detendremos. (Dejaremos para otra ocasión –por la
importancia que reviste el tema–, la consideración del inciso que se refiere al
deber de obediencia. Conocemos dolorosamente en Argentina los efectos de
la “ley de obediencia debida”. Esa ley establecía que los autores de crímenes
tremendos como la tortura, el homicidio y la ocultación del cadáver, no eran,
sin embargo, responsables de sus actos. La obediencia a las órdenes
superiores es una de las razones para considerar que alguien no es punible.
Dejemos para otro momento tal cuestión y detengámonos en otros incisos.)
El Art. 34 del CP, bajo el título no son punibles dice en su inciso 1º:

El que no haya podido en el momento del hecho, ya sea por


insuficiencia de sus facultades, por alteraciones morbosas de las
mismas o por su estado de inconsciencia, error o ignorancia de hecho
no imputable, comprender la criminalidad del acto o dirigir sus
acciones.

Lo más destacable en estas primeras líneas son las consideraciones


psicológicas que la letra del derecho establece: insuficiencia de sus facultades
(mentales), alteración mórbida de tales facultades, inconsciencia,
imposibilidad de comprender o de conducirse. Junto a esto, noten que se
señala expresamente en el momento de los hechos. Esta cuestión temporal es
muy importante para nuestro tema y nos referiremos puntualmente a ella
más adelante.
Continúa el inciso 1º:

En caso de enajenación, el tribunal podrá ordenar la reclusión del


agente en un manicomio, del que no saldrá sino por resolución
judicial, con audiencia del ministerio público y previo dictamen de
peritos que declaren desaparecido el peligro de que el enfermo se
dañe a sí mismo o a los demás.

El texto es claro, el enajenado puede ser encerrado aunque de


ningún modo como castigo sino a la espera de que –tratamiento mediante–
desaparezca el peligro para sí mismo o para terceros. Lo que sigue enfatiza
esta cuestión:

En los demás casos en que se absolviere a un procesado por las


causales del presente inciso, el tribunal ordenará la reclusión del
mismo en un establecimiento adecuado hasta que se comprobase la
desaparición de las condiciones que le hicieron peligroso;

Por su parte, el inciso 6º señala:

El que obrare en defensa propia o de sus derechos, siempre que


concurrieren las siguientes circunstancias:
a) Agresión ilegítima;
b) Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla;
c) Falta de provocación suficiente por parte del que se defiende.

Si la agresión fuera legítima para el criterio estatal, por ejemplo, un


agente del orden, ella no podría ser repelida argumentando defensa propia.
Si se repeliera una agresión ilegítima, por ejemplo una ofensa menor en una
disputa callejera, provocando la muerte del agresor, probablemente se
considere irracional el modo de resolución del problema. Por último, el que
se defiende no debe haber dado lugar alguno a la agresión de la que dice
defenderse.
Finalmente, el inc. 7º dice:

El que obrare en defensa de la persona o derechos de otro, siempre


que concurran las circunstancias a) y b) del inciso anterior [...]

Hemos tomado estos tres incisos del art. 34 del C.P. porque nos
permitirá guiarnos en la lectura de un artículo de Victor Tausk, “Contribución
a la psicología del desertor”2, artículo que toma Jorge Jinkis al escribir
“Vergüenza y responsabilidad”3.

Se trata de una conferencia que Tausk, discípulo de Freud, diera en 1917,


durante la 1ª Guerra Mundial. Tausk, siendo abogado, conoció el
psicoanálisis a través de Freud. Comenzó entonces a estudiar medicina, a
partir de una curiosa recomendación de Freud, para quien, ya por entonces,
2
Tausk, V.: "Contribución a la psicología del desertor", Obras Psicoanalíticas, Editorial Morel, Bs. As., 1977.
3
Jinkis, J: "Vergüenza y responsabilidad", en Conjetural, revista psicoanalítica, Nº 13, Ediciones Sitio, Bs. As.,
agosto 1987.
no era necesario ser médico para el ejercicio del psicoanálisis. Esto es parte
de una complicada relación que ambos tuvieron.
En su carácter de médico, en épocas de la primera guerra mundial,
Tausk evaluó a muchos desertores, de quienes se sospechaba sufrían una
enfermedad mental. Debía establecer, precisamente, si tales desertores eran
o no imputables. Es decir, si siendo responsables debían enfrentar el pelotón
de fusilamiento o lo evitarían dada su condición de enfermo mental. En su
doble carácter, de médico y hombre de leyes, Tausk da su conferencia ante
un auditorio de juristas y médicos militares donde señala algunas cuestiones
sumamente inquietantes sobre el código penal alemán. Comienza diciendo
que esa legislación de comienzos de S. XIX, centenaria al momento de su
conferencia, posee “pocos elementos psicológicos” a la vez que “presenta un
fundamento psicológico de la responsabilidad y el castigo. El primer párrafo
del código penal afirma que un crimen implica necesariamente
premeditación.” Esto es claro y tranquilizador, dice Tausk.

“Pero a partir del párrafo que sigue el psicólogo es asaltado por una duda
que lo inquieta vivamente, inquietud que no lo abandonará ya hasta la
última línea del código penal. No se habla de premeditación, dice más
adelante la ley, si, en el momento del delito [reparen en esta cuestión
temporal que ya les señalé] el culpable no está en la plena posesión de su
razón, si ha cometido su acto en estado de demencia, o en la más
completa embriaguez, siempre que no se hubiera embriagado con la
única finalidad de cometer el crimen” (págs. 126/127)

Esto que señala Tausk sobre el CP alemán no difiere de lo que hemos leído
en el inciso 1º de nuestro CP. Se trata de las condiciones psicológicas en las
que el derecho considera que alguien no es responsable por sus actos. Es
decir, distintas circunstancias en las que el sujeto atraviesa un estado de
obnubilación de la consciencia. Pero el CP alemán indica otra razón a partir
de la cual alguien no es imputable; es en el caso de “legítima defensa
justificada”. En este punto, Tausk introduce su primera estocada al código y a
su auditorio al señalar una contradicción flagrante:
“Con el objeto de apartar el elemento determinante de la culpabilidad, los
términos de la ley presentan dos perspectivas psicológicas fundamentadas
de manera diametralmente opuesta. Las primeras disposiciones apartan la
idea de culpa porque no creen que el hombre que no es responsable de sí
mismo ni de su razonamiento, sea capaz de tener una intención.” (pág.
127)
En cambio, “la legítima defensa admite la intención, pero no acepta que
se la califique de mala.” (pág. 127) El texto es claro, la obnubilación de la
consciencia impide tener una intención porque –para esta noción de sujeto–
la intención es conciente. La legítima defensa posee la intención de
protegerse; y protegerse es, obviamente, una buena intención. Aquí Tausk
desliza su segunda estocada en forma de ironía: “Nos encontramos pues,
ante una ley que tiene ideas bien precisas sobre el bien y el mal.” Comienza
de este modo a señalar el carácter marcadamente moral de la ley, carácter a
partir del cual toma rumbos erráticos. Finalmente, el rumbo que su
concepción del sujeto le permite: cuando no hay consciencia, no hay
intención; cuando hay intención, ella debe ser buena.
El siguiente aspecto que considera es el de la defensa de un tercero (lo
que se corresponde con el inc. 7º de nuestro CP):
“En lo que respecta al interés de otra persona cuya defensa es
considerada como 'una violencia irresistible' y excluye toda imputación, el
interés que se siente hacia las personas queridas juega un papel
predominante.”

Como Jinkis advierte, nuestro CP no señala explícitamente una jerarquía


en el tercero al que se defiende pero, sin dudas, todo juez entendería que,
ante una agresión, no es lo mismo defender a la madre que, digamos, a un
pequeño felino. Entiendo que puede haber quienes quieran más a su
mascota que a su madre, pero difícilmente el juez pueda aceptar tal cosa,
como Tausk se encarga de destacar volviendo a herir la letra de la ley con
otra ironía:
“un amor de esa naturaleza es tolerado sólo por ciertas personas, los
parientes más cercanos o bien por los cónyuges. Para abreviar: el jurista
está bien informado de las modalidades y de las posibilidades del amor.”
(pág. 127)

De este modo, enfatiza el carácter moralista de la ley al poner en


evidencia los preconceptos con los que la ley resuelve los complicados
laberintos de la responsabilidad. Por último, el artículo de Tausk, continúa su
embestida contra las nociones que anidan en la letra de la ley:
“En lo que concierne al amor homosexual, ustedes ya saben que no
solamente no está reconocido como un móvil que dependiendo del punto
de vista de la violencia irresistible libere de la acusación sino que es
castigado como un delito en sí mismo.”

El CP alemán de principios del S. XIX, reconocía la homosexualidad como


un delito; de modo tal que si alguien matara al agresor de su partenaire
homosexual, esto no sería considerado como legítima defensa de un tercero
sino que, el autor del hecho, sería condenado doblemente, como homicida y
como homosexual.
Esperemos que el CP alemán haya cambiado al menos ese aspecto de su
legislación. No obstante, lo que aún sigue vigente en el derecho –como no
podría ser de otra forma– es una concepción de sujeto basado
exclusivamente en su capacidad de consciencia. El sujeto de la imputación es
un sujeto psicológico. Y este sujeto psicológico es aquel capaz de consciencia,
el que es conciente de sus actos. Si no hay consciencia, no hay sujeto. El
sujeto puede haber realizado un hecho, pero sólo es culpable si la
consciencia lo acompaña al momento del hecho. Como se ve, "en el
momento del hecho" es sustancial a esta noción de sujeto porque la
consciencia (el sistema percepción-consciencia) es pura actualidad. Los
“estados de ausencia” (de la consciencia) son estados de ausencia del sujeto.
No basta con probar que alguien llevó a cabo algo tipificado como delito.
Pudo haberlo hecho; pero si no era capaz de consciencia, no estaba al
momento de hacerlo: fuera de sí, el sujeto estaba enajenado. Por lo tanto, no
debe declarar sobre aquello que le es ajeno. No debe dar testimonio, no
debe responder por lo que hizo, porque no estaba al momento de actuar. No
fue él sino lo que su locura o ebriedad hicieron con él. La noción de
determinación –a partir de la cual se desliga al sujeto de lo sucedido– es clara
en esta noción. Volveremos sobre algunas de estas cuestiones un poco más
tarde.

Pasemos ahora a la noción de responsabilidad subjetiva que es la que más


nos interesa situar. No es el mejor nombre en la medida que la
responsabilidad jurídica, como quedó dicho, también supone un sujeto. Lo
que trataremos de situar es aquello de la responsabilidad que escapa a la
concepción jurídica.
Nos serviremos del magnífico relato de “El muro”, el cuento de J. P. Sartre
y también del análisis que Juan Carlos Mosca[8] hace de él aunque agregaré
por mi parte otros elementos. Ustedes conocen el texto de Mosca, lo han
leído previamente. No obstante, retomaremos el argumento en una síntesis
que nos permita ubicarnos en el tema.

Pablo Ibbieta fue tomado prisionero. Está encerrado, en una ropería que
oficia de celda, junto a Juan Mirbal (hermano de un anarquista) y Tom
Steinbock (un irlandés integrante de las Brigadas Internacionales que luchan
junto a los republicanos) Trasladados a otra sala, son sometidos a un breve
interrogatorio que oficia de juicio. Ahí los interrogan falangistas arrogantes y
brutales, enfundados en sus botas y con látigos en las manos. A Ibbieta le
resulta un cuadro burlesco. Un oficial bajito y gordo le pregunta, ¿dónde está
Ramón Gris? Ibbieta responde que no sabe.
Luego son devueltos a la ropería donde, poco después, les informan el
veredicto: los tres serán fusilados al amanecer del día siguiente.
Todo el cuento se desenvuelve en esa larga noche de horror en la que los
tres condenados tienen la certidumbre de morir en pocas horas. En esa larga
noche, Ibbieta decide no dormir para no perder siquiera dos horas de vida
durmiendo. En esa larga noche de espera, Ibbieta se desprende de todo
aquello que lo ataba a la vida: de su novia, a quien tanto amaba; de España y
la revolución, que ya no le interesa; incluso de su gran amigo, Ramón Gris, un
importante líder a quien tanto respeta. Pero, ahora, ¿qué importa todo eso?
Todo se ha desvanecido tras la certidumbre de morir. Bueno, finalmente es la
certidumbre que tiene cualquiera de nosotros, ¿verdad? Aunque quizás no
sea la misma. Cualquiera de nosotros, aunque sabe que morirá, no conoce el
momento en que eso va a producirse. Esto nos permite jugar cada día al
juego de la inmortalidad. Hay muchos giros que hablan acerca de esto. Por
ejemplo, cuando decimos "esto dura toda la vida", como si eso fuera
mucho... Puede ser apenas una noche como el caso de estos hombres que no
tienen el privilegio de jugar a la inmortalidad. En pocas horas, del otro lado
de la noche, los espera el muro de los fusilamientos. ¿Qué cosa es la vida en

[8]
Ver Mosca, J. C.: Responsabilidad, otro nombre del sujeto en “Ética, un horizonte en quiebra” (J.J. Michel
Fariña), Eudeba, Bs. As. 1998.
esas condiciones? De algún modo son muertos vivos. Aún respiran, pero para
Ibbieta todo se ha derrumbado en esa noche de horror.
Pero el tiempo pasa y la noche termina: con las primeras luces del
amanecer comienzan a escucharse los disparos de los primeros fusilados. La
muerte es más cercana aún. Vienen a buscarlos. Salen Juan y Tom y, al
momento de intentar salir, Ibbieta es detenido por los falangistas: todavía
no, le dicen. La espera se alarga. Se escuchan nuevos disparos, seguramente
los que habrán matado a Juan y a Tom, sus compañeros de condena. La
certidumbre sobre la muerte es más sólida. Vienen a buscarlo; ahora sí ha
llegado su hora. Sin embargo, para su sorpresa, no lo llevan al patio de
fusilamiento sino a la misma sala en donde fue enjuiciado el día anterior. Allí,
el oficial gordo, azotando sus botas con el látigo, repite el interrogatorio y lo
maltrata físicamente para intimidarlo. Es en vano: "hace falta mucho más
para intimidar a un hombre que va a morir". A Ibbieta todos esos
movimientos le resultan una escena teatral de hombres vestidos para la
ocasión y siguiendo un libreto determinado: sus pequeñas actividades me
parecieron chocantes y burlescas. El oficial vuelve a preguntarle por el
paradero de Gris, el líder de la resistencia. Nuevamente, dice que no sabe.
Recibe entonces una oferta: "es tu vida contra la suya. Se te perdona la vida
si nos dices dónde está. Tienes un cuarto de hora para reflexionar."
Devuelto a la ropería es sometido a la tercera espera. Advierte que es la
gran maniobra para ablandarlo. No obstante, no piensa revelar el paradero
de Gris, que conocía perfectamente: se escondía en casa de su primo.
Reflexiona acerca de los motivos por los cuales no piensa delatarlo y no
entiende por qué ha decidido eso. No había razones políticas ni personales
que le impidieran hacerlo: todo lo había abandonado la noche anterior,
incluso su amor por la vida. Sin entender por qué, aún permanece en su
decisión de no dar a conocer el paradero de Gris: "Podía salvar mi pellejo
entregando a Gris y me negaba a hacerlo. Encontraba eso bastante cómico:
era obstinación. Pensaba "hay que ser testarudo". Y una extraña alegría me
invadía."
Vienen a buscarlo. El oficial gordo le dice:
.
–¿Reflexionaste?
Los miraba con curiosidad como a insectos de una especie muy rara. Les
dije: 'sé dónde está. Está escondido en el cementerio. En una cripta o en
la cabaña del sepulturero'. Era para hacerles una jugarreta.[...] Me
representaba la situación como si hubiera sido otro, ese prisionero
obstinado en hacer el héroe, esos graves falangistas con sus bigotes y sus
hombres uniformados que corrían entre las tumbas: era de un efecto
cómico irresistible

Luego de esta broma que Ibbieta gasta contra los falangistas, viene el
tiempo de espera hasta su regreso del cementerio.
Poco tiempo después, regresa solo el oficial gordo, quien lo envía al patio
sin explicaciones. Ibbieta, aturdido, no sabe qué sucede, no entiende por qué
no lo fusilan. Llegan más prisioneros; entre ellos, el panadero García, un
conocido de Ibbieta.
Leamos la parte final, el diálogo entre García e Ibbieta:
–¡Maldito suertudo! No creí volver a verte vivo.
–Me condenaron a muerte –dije–, y luego cambiaron de idea. No sé por
qué.
–Me arrestaron hace dos horas, dijo García.
–¿Por qué?
García no se ocupaba e política.
–No sé –dijo–, arrestan a todos los que no piensan como ellos.
Bajó la voz:
–Lo agarraron a Gris.
Yo me eché a temblar:
–¿Cuándo?
–Esta mañana. Había hecho una idiotez. Dejó a su primo el martes
porque tuvieron algunas palabras. No faltaban tipos que lo querían
ocultar, pero no quería deber nada a nadie. Dijo: "me hubiera escondido
en casa de Ibbieta, pero puesto que lo han tomado, iré a esconderme en
el cementerio"
–¿En el cementerio?
–Sí, era idiota. Naturalmente ellos pasaron por allí esta mañana. Tenía
que suceder. Lo encontraron en la cabaña del sepulturero. Les tiró y le
liquidaron.
–¡En el cementerio!
Todo se puso a dar vueltas y me encontré sentado en el suelo: me reía tan
fuertemente que los ojos se me llenaron de lágrimas.

Bien, así termina este formidable relato. ¿Cómo orientarse en este texto
para situar algo de la responsabilidad? Sin dudas que no es sencillo.
Aclaremos que un ejemplo de ficción nos permite abrir conjeturas que tienen
como finalidad la presentación de ciertas ideas en torno a la responsabilidad.
Un ejercicio de teoría aplicada con fines específicos. Tras ese objetivo
operamos libremente, teniendo como límite un análisis que guarde lógica
interna y que, por supuesto, se soporte en aquello que en el texto se
presenta.
Ahora bien, ¿dónde ubicar la responsabilidad de Ibbieta? Concurren en
su auxilio, a modo de justificación, problemas de dos órdenes.
En principio, el de la determinación material. Aquello que se presenta
como dado y que no puede ser modificado. Este tipo de determinación
material es externo a Ibbieta. Es decir, algo que no puede ser atribuido a
Ibbieta porque él no lo ha producido, aunque quizás no por ello resulte
ajeno. La presión de los falangistas, el tremendo ofrecimiento que le
formulan –su vida o la de su amigo–, es de esta naturaleza.
A esto puede agregársele las circunstancias puramente accidentales. Es
una pura contingencia la coincidencia temporal entre aquello que dice Ibbieta
y la disputa de Gris con el primo que lo obliga a abandonar su refugio. Se
trata de una pura contingencia; por lo tanto, sin elementos que permitan
anticiparlo. Una amarga coincidencia que contribuye de un modo decisivo al
resultado: la muerte de Gris.
Hasta aquí nada permite atribuir responsabilidad a Ibbieta, a menos
que nos acerquemos paulatinamente e introduzcamos la siguiente
consideración: tanto la determinación material como el azar es un real que
interpela al sujeto, que lo invita a dar una respuesta. No es responsable de la
ley de gravedad ni de la rotación de la tierra sobre su eje. No es responsable
porque se haya producido la guerra civil. No es responsable porque se haya
producido aquello fuera de cálculo. En fin, el sujeto no es responsable del
mundo, pero sí de su lugar en él.
¿Qué permite afirmar que es responsable? En verdad, no se trata del
ser de la responsabilidad; la responsabilidad no puede ser sustancializada. No
es un dato natural. No hay conocimiento positivo sobre ella. La
responsabilidad emerge como una posición por el deseo inconsciente. En
este sentido, suponer al sujeto dividido, al sujeto del inconsciente, otorga la
condición para atribuirle responsabilidad. Interpelar al sujeto es atribuirle
responsabilidad por su deseo.
Responsable es el que responde, suele decirse. Pero esto es demasiado
simple y engañoso. Responsable no es tanto el que responde como “aquel de
quien es esperable una respuesta.”[9] Precisamente, porque se espera de él
una respuesta, se le dirige una interpelación. Esta atribución de
responsabilidad, que abre espacio a la interpelación –y que la propia
interpelación funda– es performativa. Es decir, se presenta como un acto de
palabra del hablante sobre el oyente que funda una nueva realidad en la que
la emergencia de un sujeto es posible. La interpelación dona la palabra a
aquel de quien que se espera una respuesta.
En nuestra conjetura –en la de Mosca, que nosotros retomamos y
ampliamos–, si le atribuimos responsabilidad a Ibbieta quizás emerja otra
cosa que la justificación; algo distinto al refugio de la determinación, ya sea
desde la necesidad o el azar. Veamos, ¿qué le piden los falangistas?
• En primer lugar, que hable.
• En segundo lugar, que al hablar diga dónde está Gris.
• En tercer lugar, que lo que diga sea verdad.
Desagregar los elementos presentes en la pregunta/orden de los
falangistas no significa una enumeración ociosa. Ese breve inventario
pretende salir de la lógica binaria de delatar/no delatar que parecen
presentarse como opciones cerradas.
• En primer lugar, Ibbieta podía desobedecer y callar.
• En segundo lugar, podía aceptar hablar pero para decir otra
cosa que el paradero de Gris.
• Tercero, aun aceptando ambas cosas (hablar y dar el paradero
de Gris), podía haber mentido.
Sin embargo Ibbieta habla, dice dónde está Gris y lo que dice es
verdad.
¿Alguien dice qué Ibbieta miente? Bueno, en cierto plano, eso es
incontestable. Porque, en efecto, conoce el paradero de su amigo y señala
otro sitio. Descriptivamente es, de modo inequívoco, una mentira. Decir la
verdad hubiese significado revelar el escondite en casa de los primos. Ahora
bien, esa lógica ¿no nos ubicaría en una verdad descriptiva, una simple
verdad de constatación? Por ello, porque la noción de verdad en el campo de
la subjetividad requiere de otras complejidades, es necesario situarla en otro
terreno. El relato nos invita a ello porque Ibbieta, en realidad, ha dicho
exactamente el lugar donde Gris se encontraba. Este elemento del cuento
nos abre la posibilidad de ubicar a la "mentira” de Ibbieta como verdad.
Veremos de qué modo podríamos explicar esto.
[9]
Jinkis, J.: op. cit., pág. 10 (subrayado nuestro).
Ibbieta, entonces, muy por el contrario de burlarse de los falangistas tal
como pretendía, cumple con todo aquello que le reclaman. Lejos de la
jugarreta que intentó frente a esa escena que él mismo se construye y de la
que queda prisionero (Me representaba la situación como si hubiera sido
otro, ese prisionero obstinado en hacer el héroe, esos graves falangistas con
sus bigotes y sus hombres uniformados que corrían entre las tumbas: era de
un efecto cómico irresistible); lejos de mitigar siquiera esa presencia terrible
del falangista, sólo logra confirmarla. Queriendo desbaratar la consistencia
de ese Otro que se presenta con tanta gravedad y fiereza, culmina dándole
una presencia aún mayor. La broma de la que se sirve, cumple exactamente
esa función. Confirma desde su propia palabra su posición de prisionero de
ese Otro que obtiene de él lo que quería. ¿Lo que quería quién?
Avancemos un poco más sobre esto: una jugarreta, una broma. Abro aquí
una digresión para situar como ejemplo negativo un hecho real, aquel que
tuvo como protagonista a Jean Moulin, el jefe de la resistencia francesa
durante la ocupación nazi. Fue apresado por Klaus Barbie, el responsable de
la Gestapo en Lyon, quien se ocupó personalmente de torturar a Moulin. No
era la primera vez en que Moulin era torturado, esa situación límite tras la
cual nada queda del sujeto. Ese límite que el propio Moulin estuvo a punto
de cruzar dos años antes cuando era prefecto de Chartres en el
departamento de Eure-et-Loire. En junio de 1940, cuando ocupaba ese cargo
en la Francia invadida, fue conminado por los nazis a firmar una declaración
donde se aseguraba que las tropas francesas, en su retirada ante la invasión
alemana, había producido una masacre que, en verdad, fue perpetrada por
los mismos nazis. A pesar de la tremenda presión ejercida, Moulin se negó a
firmar. Sobrevino entonces la tortura, reiterada durante todo un día.

“A la una de la madrugada lo llevaron a un edificio que no pudo


identificar, y lo metieron en un cuarto con un prisionero senegalés.
‘Mañana lo obligaremos a firmar’, le aseguraron los alemanes mientras
echaban cerrojo a la puerta.
Siete horas de golpes habían agotado el último gramo de su frágil fuerza.
‘Sé que hoy he llegado al límite de mi resistencia’, escribió más tarde. ‘Sé
también que mañana, si todo recomienza, acabaré firmando.’ El soldado
africano le ofreció el único colchón, tendido en el piso, entre pedazos de
vidrio provocados por el bombardeo alemán de Chartres. Moulin se
acostó, exhausto, y reflexionó acerca de su situación. Adoptó una
decisión: ‘Ahora comprendo lo que puedo hacer con estos vidrios rotos
que cubren el suelo. Creo que, a falta de cuchillo, con ellos podré
cortarme el cuello.’
Aferró una astilla irregular, y se hundió el borde afilado en el cuello.
Cuatro horas después los soldados descubrieron a Moulin cubierto de
sangre pero todavía vivo, y lo llevaron de prisa al hospital donde un
cirujano alemán le aplicó tratamiento urgente”.[10]

Ahora, luego de aquel episodio y tras su captura, una vez más, se


encontraba torturado por los nazis. Jean Moulin ocultaba su identidad y decía
llamarse Jean Martel, un dibujante de profesión. Durante el interrogatorio
bajo tormentos, Barbie entregó a Moulin el papel y el lápiz ordenándole que
dibujara el diagrama de las organizaciones de la resistencia. Luego de dibujar
unos minutos Moulin –o quizás Jean Martel– lo que entregó a Barbie no fue
el esquema reclamado, sino una grotesca caricatura del torturador.
Encuentro en esa temeraria burla de Moulin –que le costó la vida– un
auténtico movimiento de destitución de ese otro que se presenta como la
expresión de la potencia más absoluta. Esa atroz presencia, esa pretensión de
Otro todopoderoso se ve desgarrada por la caricatura en la que lo transforma
Moulin y le permite sustraerse de esa posición de puro objeto a merced del
capricho soberano. En ese desgarro que él abre, en esa brecha que él se
procura, encuentra el espacio propicio para su posición de sujeto. ¿Cómo
pudo haber logrado Moulin semejante cosa en tales circunstancias?
Responder a esta difícil cuestión sólo resulta posible conjeturando que el
tormento no llegó hasta ese punto donde todo rastro del sujeto se
desvanece. Es punto extremo donde el suplicio aniquila la subjetividad
reduciéndola a un puro objeto hecho de carne doliente[11].
Conviene detenerse en el tema de la tortura porque es la circunstancia en
la que puede ubicarse una instancia de determinación absoluta. Por ello,
escapa a toda valoración moral que se pretenda. Sin dudas, hay márgenes
para resistir al tormento, pero esto tiene un límite, siempre singular. A partir
de ese límite, las diferencias se desvanecen.
Ahora bien, volviendo a nuestra referencia, ¿qué tiene que ver la tortura
con nuestro ejemplo? Precisamente, el propio Ibbieta menciona tal
circunstancia cuando dice que daría el paradero de Gris sin vacilar si lo

[10]
Murphy, Brendan: “El carnicero de Lyon”, Javier Vergara Editor, Bs. As., 1984, pág. 193/94.
[11]
Ver Fariña, J. y Gutiérrrez, C.:“Veinte años son nada”, en Causas y Azares, Año III, Nº 4, invierno 1996.
torturaran, "pero no parecían ni soñar en ello”. Es sumamente interesante
que el texto mencione explícitamente esto: Ibbieta no se encuentra frente a
esa situación donde las posibilidades se estrechan hasta desaparecer.
Precisamente por ello, la jugarreta de Ibbieta se ubica en otro plano. En
principio, aunque no se encuentra sometido a la plena determinación de la
tortura, sí está sometido a un condicionamiento de enorme envergadura: la
presión de los falangistas es inmensa, brutal. Ibbieta es sometido a la
decisión de delatar a Ramón Gris, su amigo, su camarada y líder anarquista.
Eso es algo que él no ha elegido. Por lo tanto, no puede echarse a la cuenta
de Ibbieta el encontrarse en tal situación. El punto en el que la
responsabilidad está convocada es en la posición que el sujeto adopta frente
a aquello que, sin haber elegido, lo invita a una decisión. En ese punto,
Ibbieta decide hacer su broma.

Presentemos un esquema para desarrollar un poco más lo que queremos


decir. Se trata sólo de un esquema, en principio, con un objetivo didáctico.
Por el momento no más que eso. No le daremos un alcance mayor ya que él
no nos permite capturar toda la complejidad del tema en cuestión.
Ubiquemos un primer tiempo, aquel en el que Ibbieta tiene su última
chance de hablar. Ahí, él responde con su jugarreta: "Está en el cementerio".
Es el tiempo de la absoluta confianza en sí mismo. Del hombre al que nada
puede intimidarlo (Me sentía terriblemente duro en ese momento, y quería
conservarme duro)
Es el tiempo de la obstinación y de la consistencia del ser: hay que ser
testarudo.

1
En el cementerio.

*Jugarreta
*Obstinación
* Ser de la testarudez

Más tarde, se presenta ante él García, quien le trae una noticia: lo


agarraron a Gris. Ibbieta comienza a temblar. Aquello que él creyó una
mentira en forma de jugarreta, resultó una cruda verdad. Es el momento de
la perplejidad, de la confianza perdida y la expresa con un interrogante: "¿En
el cementerio?"

1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?

*jugarreta *Perplejidad
*Obstinación *Suspensión de la creencia
* Ser de la testarudez *Interrogación por su acto
*Sujeto del temblor

Estas noticias lo obligan a leer el tiempo uno. Pensemos, ¿por qué tiembla
Ibbieta? ¿No es acaso ese hombre al que ya nada lo conmueve, ni siquiera el
feroz falangista que lo maltrata físicamente y amenaza fusilarlo? ("Me daban
más bien deseos de reír") ¿Acaso no era alguien más allá de todo, aquel al
que nada podía intimidarlo? ¿Qué importaba que agarraran a Gris cuando el
ya había cortado lazos absolutamente con todo? ("No quería ya a Ramón
Gris") ¿No había cortado todo lazo con la vida misma? ("había muerto antes
del alba […] mi deseo de vivir […] Ninguna vida tenía valor"). La certidumbre
de morir en pocas horas se lo había llevado todo. Ya nada le importaba.
Argumenta sobre esto con insistencia y firmeza.
¿Por qué tiembla Ibbieta? Nos parece encontrar en ese temblor la señal
de que su cuerpo fue alcanzado por la palabra de García. Es la respuesta a la
interpelación que la palabra de García introduce y que configura una
situación imprevista. Al producirse esa interpelación ya no se trata del sujeto
de la obstinación sino el de la interrogación, el del temblor. Ese segundo
tiempo es el que retornando sobre la jugarreta la constituye como primer
tiempo. La pretendida broma alcanza un estatuto distinto a partir de la
retroacción que opera desde lo que llamamos tiempo dos. Es decir, este
tiempo dos constituye al tiempo uno en el mismo instante en el que destituye
el campo de sentido que en éste se sostenía: el bromista queda destituido
por el que tiembla.
retroacción
1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?

*jugarreta *Perplejidad
*Obstinación *Suspensión de la creencia
* Ser de la testarudez *Interrogación por su acto
*temblor

Ahora bien, ¿qué hacer con el tiempo uno? Destituido su campo de sentido,
no obstante, no puede ser borrado. El tiempo dos no borra el tiempo uno sino
que se sobreimprime con él. El tiempo dos opera como interpelación en la
medida que obliga al sujeto a leer su acto.
Si decimos que ese tiempo obliga a una relectura del primero, si eso que
introduce el segundo tiempo retorna sobre el primero, esto pone en juego la
idea del après-coup que permite que ambos tiempos se constituyan como
tales a partir de esa retroacción que sobreimprime un término con otro.
El segundo tiempo no deja indemne al primero. Retornando sobre el
primero abre la posibilidad de destituir el sentido que oficiaba de cobertura:
la jugarreta. Al destituir el plano del sentido, abre el tiempo en el que
adviene el sin sentido. A partir de entonces, lo que era no permanece
indemne. (Si, por el contrario, luego de ese suceso posterior a la broma, ella
mantiene su integridad, pues entonces no puede llamárselo tiempo dos. Es
decir, no tiene valor de interpelación recibida como tal. Sólo tiene ese
estatuto cuando, a partir de su intervención, interpela al sujeto al introducir
un término que cambia la configuración anterior, conminando a dar una
respuesta.)
Aquí aparece el tiempo tres: el tiempo dos se sobreimprime con el tiempo
uno produciendo un tercero. Es la respuesta a aquello que ha suscitado la
interpelación (aquí se abre un abanico múltiple, pero el estatuto en el que
estas respuestas se ubican se divide especialmente en dos planos: por una
parte, el de la implicación con su deseo; por otra, alguna forma de evitación)
Este tercer tiempo en Ibbieta es el del asombro por aquello que él ha
producido. Es el tiempo de la risa y el llanto. El tiempo de la implicación del
sujeto, el tiempo del acto.
retroacción

1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?

*Jugarreta *Perplejidad
*Obstinación *Suspensión de la creencia
* Ser de la testarudez *Interrogación por su acto
* temblor

3
¡En el cementerio!

* risa/llanto

Quisiera introducir en este esquema algo que me parece central en el


relato y en el modo de leerlo por nuestra parte. Si de responsabilidad se
trata, esta debe ser la de la implicación del sujeto con su palabra. Si alguna
responsabilidad es ubicable, la palabra del propio sujeto debería dar la
ocasión para ello. Pues bien, le han hecho un ofrecimiento, su vida por la de
Gris. Alguno de los dos irá a parar al cementerio. Cuando le preguntan dónde
está Gris, responde cementerio. ¿Alguien dice que es azar? Bueno, suponer
eso es mantenerse en la creencia de que el yo controla lo que dice y hace;
que el sujeto es autónomo y, por lo tanto, la coincidencia producida es
producto exclusivo del azar. Es decir, que entonces carece de responsabilidad
acerca de su palabra. ¿Se advierte cuál es el nudo de esta clase? Si tuviera
que decir de qué trata centralmente esta clase es de los siguiente: dar
respuesta al interrogante ¿cuál la relación del sujeto a su palabra? ¿Cuál es la
relación del sujeto a su palabra aun en situaciones de severos
condicionamientos?
Ahora bien, habría que tener sumo cuidado y evitar levantar sobre Ibbieta
el reproche de la delación. No hay nada de eso. Se trataría de delación si
hubiera dicho que Gris estaba en la casa del primo. Eso es lo que conoce. Es
el dato que hubiese soltado en caso de ser torturado. Cuando dice
cementerio, no es el conocimiento lo que se pone en marcha sino un saber
inconsciente que se muestra eficaz por circunstancias que el relato nos
ofrece. En todo caso, la palabra cementerio, delata su deseo de vivir: el no
tener que ir él a ese sitio; el mandar a otro a ese lugar. La palabra cementerio
delata algo que para él, para su “obstinación”, es inasimilable: las ganas de
vivir. Y que por esas ganas de vivir está dispuesto, incluso, a que su amigo
vaya a parar al cementerio. Ahora bien, ¿cómo sostener eso cuando Ibbieta
da muestras de no querer delatar a su amigo, de no dar a conocer el
paradero y de argumentaciones tan firmes acerca de la extinción de su deseo
de vivir? A pesar de todo ello, por sólida que se presente una argumentación,
por consistente que parezca, siempre tiene puntos débiles, contradicciones,
fisuras, paradojas, que amenazan con disolver la consistencia de sentido.
También en este caso podemos encontrar esa inconsistencia. Recuerden este
dato: había decidido no dormir para no perder ni dos horas de vida
durmiendo. El tiempo de vida era importante para él más allá de todas las
argumentaciones que parecían desestimarlo.
Ahora bien, no se trata de una cuestión de “contenido” respecto a la
palabra cementerio. Si ahí se detuvieran las posibilidades para atribuirle
responsabilidad a nuestro personaje, no hubiéramos obtenido demasiado.
Por eso es central situar la responsabilidad alrededor de la palabra del
sujeto. Revisemos esto una vez más. Son tres tiempos en los que Ibbieta
formula tres frases.
En el cementerio
¿En el cementerio?
¡En el cementerio!
¿Tres frases idénticas? Pues, no. Tres frases radicalmente diferentes. Y
aunque estén construidas con los mismos términos, suponen tres lugares de
enunciación que producen tres posiciones subjetivas. Estas tres frases sitúan
a Ibbieta de un modo distinto frente a la fuente de la interpelación:
Interpelado por el falangista, es la afirmación infatuada del yo en la
testarudez: En el cementerio.
Interpelado por la revelación de García, es la interrogación sobre su
acto: ¿En el cementerio?
Interpelado por su acto, en soledad, la frase es admirativa: ¡En el
cementerio!
En cada una de estas tres frases, un sujeto distinto se produce por la
enunciación que comportan. El sujeto de la afirmación, el de la interrogación
y el de la admiración.
En la primera de ellas se trata del sujeto bien afirmado, bien parado en
sus zapatos, dueño de sí mismo y de sus actos, en pleno uso de sus facultades
mentales, que sabe qué quiere, a dónde se dirige y poseedor de una recta
intención que lleva a cabo. Es el tiempo de la jugarreta y la creencia en
alguna forma de consistencia del ser que, en este caso, reside en la
testarudez (Hay que ser testarudo)
En la segunda frase el sujeto de la afirmación deja su lugar al de la
interrogación. Es el momento de la perplejidad, la vacilación ante una
convicción que tambalea y amenaza desvanecerse, el momento del temblor.
Ya no es posible sostenerse en la afirmación, en la convicción de la jugarreta.
Se trata ahora del sujeto que se interroga por lo que ha hecho. Que abre la
pregunta sobre sí, sobre su acto y sobre aquello que lo gobierna. Es el sujeto
producido por la interpelación de García. O, más exactamente, el sujeto que
se ha producido al hacerle lugar a la interpelación.
En la última de las frases estamos ante el sujeto admirado por lo que
ha producido como sujeto deseante.

interpelado interpelado
por el por García
falangista

1 2
En el cementerio. ¿En el cementerio?

Afirmación Interrogación
*Jugarreta *Perplejidad
*Autoafirmación del yo *Suspensión de la creencia
*Obstinación *Interrogación por su acto
* Ser de la testarudez *Sujeto del temblor

3
interpelado
¡En el cementerio! por su acto

Admiración
*Admiración por su acto
*Implicación
*Sujeto de la risa/llanto
Decimos que ese tiempo tres es el momento del acto de implicación.
En ese tercer tiempo, ya no es la interpelación del falangista ni la de García
las que propician un movimiento subjetivo. Se trata de la soledad del sujeto
frente a su acto. Es la confrontación misma del sujeto con un punto de
articulación de su deseo, con lo que él ha producido desde su deseo
inconsciente. La emergencia del sujeto se produce en el acto de implicación
que, en esta conjetura, ubicamos en la risa y el llanto. O, mejor dicho, la
risa/llanto. Destaquemos aquí esa barra que separa un término de otro. Es
esa risa/llanto la que nos permite ubicar aquello que Freud señalaba: lo que
es satisfacción para un sistema, es insatisfacción para el otro. Allí se presenta,
a un tiempo, la admiración y la perplejidad, la invasión de la alegría y aquello
digno del llanto que expresa una verdad de estructura: no hay acceso al
deseo sin culpa. En la risa y el llanto hay un sujeto admirado por lo que ha
producido como sujeto de deseo. Ibbieta ríe/llora sobre su propia división
subjetiva. Momento de concluir.

Aquí puede destacarse la diferencia respecto al tiempo de la


responsabilidad en el derecho. Para el derecho, el sujeto y la acción son
contemporáneos. Para el psicoanálisis, en cambio, no se trata del “momento
de los hechos” sino del tiempo introducido por el après-coup.
La responsabilidad de Ibbieta no es jurídica, porque no se trata del
saber consciente. Si decimos que Ibbieta miente (porque sabiendo que Gris
está en casa del primo dice cementerio) nos mantenemos en el campo del
sujeto de la consciencia y en una comprensión de la verdad en la lógica
bivalente de verdadero-falso. Es decir, la verdad en el terreno de la
constatación empírica. (Recordemos que cuando Freud advierte que sus
histéricas le mienten, supone que lo que había construido teóricamente
quedaba sin fundamento. Fue necesario que se sustrajera de esa decepción
para advertir que, cuando el sujeto le miente a la realidad, le dice la verdad a
su deseo: que hay verdad en la mentira. De esto se trata en Ibbieta.)
La responsabilidad de Ibbieta no es jurídica porque, recuerden lo que
señala el art. 34 de CP, el “error o ignorancia de hecho no imputable” impide
“comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones”.
En este punto, la posición freudiana es la siguiente: “El médico dejará
para el jurista la tarea de establecer para los fines sociales una
responsabilidad arbitrariamente restringida al yo metapsicológico.”[12]
Todo el acento de esta frase está en la palabra arbitrariamente. Es
posible que, para los fines sociales, no haya muchas posibilidades de
extender la responsabilidad a terrenos donde el yo no tiene dominio alguno.
Si esto es así, pues bien, que el juez lo haga, pero (como afirma Freud
claramente) se trata de una arbitrariedad. Es arbitrario estrechar los
márgenes de la responsabilidad desconociendo al deseo inconsciente: “He de
experimentar entonces que esto, negado por mí, no sólo 'está' en mí sino
que también 'actúa' ocasionalmente desde mi interior”[13]
Esta concepción de sujeto que sostiene el derecho es la que impide
que se le dirija a alguien como Althusser una interpelación para que el sujeto
dé testimonio sobre sus actos. El beneficio de “no ha lugar” es este
impedimento. Se trata del “no ha lugar” del sujeto de la palabra. De esa
palabra que podría implicarlo en alguna forma de la respuesta.
Dirigirle una interpelación al sujeto le permite una lectura de aquello
que “actúa” en él a pesar suyo. ¿No se trata acaso de la misma lógica cuando
Freud ubica al sujeto frente a sus sueños?: “Es preciso asumir la
responsabilidad por los impulsos oníricos malvados. ¿Qué otra cosa podría
hacerse con ellos? Si el contenido onírico –correctamente comprendido– no
ha sido inspirado por espíritus extraños, entonces no puede ser sino una
parte de mi propio ser”[14] Y es precisamente eso que es del propio sujeto lo
que lo torna responsable por su acto: “Nosotros decimos que si se pudiera
reconocer en los relieves mórbidos de un crimen sus coordenadas simbólicas,
no se volvería por eso irreal el crimen, y la intervención de un analista
siempre iría en el sentido de reintegrar esas coordenadas a la historia de un
sujeto quien se volvería entonces responsable de un crimen real. Esa
responsabilidad (...) no se configuraría acabadamente sin el castigo.”[15]
La interpelación es un punto de suma importancia. Aunque
deberemos dejar para otro momento un desarrollo más amplio de este
punto, cuando tratemos sobre la obediencia debida. Por el momento
señalemos lo siguiente: cuando el derecho se sustrae de efectuar una

[12]
Freud, S.: "La responsabilidad moral por el contenido de los sueños", O. C., volumen VIII, Biblioteca
Nueva, Madrid, 1974, pág. 2895.
[13]
Freud, S., op. cit.
[14]
Freud, S. op. cit., pág. 2894.
[15]
Jinkis, J.: op. cit.
interpelación deja al sujeto en una muy difícil situación para la implicación
subjetiva. Althusser emprendió solo esa tarea y de modo inacabado: a pesar
de esa insistencia en hacer público su testimonio, jamás publicó su libro, y
sólo permitió a algunos amigos leerlo en su presencia y bajo la prohibición de
tomar notas.[16] En esta ausencia de interpelación el derecho deja al sujeto
reducido a lo que la determinación ha hecho de él. Le dice al sujeto lo que él
es. Esta operación de constatación, impide (o al menos pone serios
obstáculos) a la producción del sujeto de la responsabilidad.
La interpelación no le dice al sujeto lo que es sino que lo invita a leer
lo que él hace. Por ello, la interpelación es productora de sujeto. La
interpelación no asegura tal resultado, pero brinda las condiciones a partir de
la cual es posible para alguien situar su responsabilidad por lo que dice, por
lo que hace y por lo que sueña.

[16]
Ver Castillo, B. "¿Quién soy?", "¿Qué he hecho?" en Conjetural, revista psicoanalítica, Nº 27, mayo 1993 y
Rosa Czerniuk, Althusser: un nombre público, en "Superyó y filiación. Destinos de la transmisión" (comp.),
Laborde Editores, Rosario, 2000.

También podría gustarte