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Conferencia

San Pedro Sula, 24 de junio de 2015, 10:00 am


UNAH-VS

Maestro, Wolfgang Lappenberg,


con la colaboración de Ever Zavala, pianista (Bach, Preludio en C menor, Suite en
G mayor, Allemanda)

***Revisado, corregido y editado por Ness Noldo (Letras, UNAH-VS)

«Esta música es como si la armonía eterna habla consigo misma. La música de


Bach nos habla de lo que ha pasado en el corazón de Dios antes de crear el
mundo».

(Goethe)

«Quisiera ser el cielo nocturno para verte desde arriba con mis mil ojos».

(Platón)

Agradezco la invitación, y les ruego acompañarme a una pequeña retrospectiva de


los 30 años que he trabajado en este país en la música, en varios niveles de la educación, y
como ejecutante; a nivel de la Escuela Nacional de Música como a nivel de Universidad, en
la práctica instrumental (cello y piano), de dirección de orquesta, de enseñanza de teoría
musical (armonía, contrapunto), composición para teatro, arreglos, música de cámara como
intérprete y acompañante, y en la estética como parte del pensum de la Carrera de Música.
Posteriormente voy a llevarlos, si me permiten, a algunas meditaciones sobre la estética.

En primer lugar hay que destacar el progreso de la actividad y cultura musical en


Honduras en el transcurso de este tiempo, tanto en el sentido cuantitativo como cualitativo.
En los años setenta la Escuela Victoriano López de San Pedro Sula era la protagonista, y
entre sus impulsores e inspiradores merece mención en primer lugar Max Fuerst.

También las instituciones en Tegucigalpa, la Escuela Nacional, el Conservatorio y


la Carrera de Música de la UNAH se han expandido y han producido numerosos talentos.
Además existen más institutos privados de enseñanza musical dirigidos por ex alumnos de
nuestras instituciones. Hubo esfuerzos en los años ochenta para establecer una orquesta
estable en Tegucigalpa. La falta de tradición e inexperiencia de los jóvenes músicos, así
como la inconsistencia en las metas y perspectivas, hicieron que no se llegara a un
resultado. La Orquesta Nacional Sinfónica tenía directores respetables, pero nuevamente la
falta de consciencia en la profesión de músico los hizo desistir. También algún tiempo

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funcionó la Ópera en Tegucigalpa, cuyos administradores mostraron mucha ambición. Yo
miro una contradicción entre el desarrollo positivo de las instituciones pedagógicas en la
música y los talentos por un lado, y el vacío que hay en la vida musical publica por el otro,
como si ni la sociedad misma ni los gobiernos quieren exigir cultura musical.

Así que hubo un buen desarrollo de las escuelas, aunque a veces se nota también en
este campo un estancamiento y cansancio. Los maestros dicen que los alumnos están
desganados y los alumnos dicen lo mismo de los profesores. El interrogante es el porqué.
En mi opinión los problemas sociales persistentes en el país no han permitido que se
desarrolle a la vez un público que responda y que sea el complemento necesario para la
cultura musical y un estímulo para los músicos. ¿A qué se dirigen los esfuerzos en la
enseñanza? Todavía abandonan los mejores elementos el país; mi compañero Ramón
Ramírez podrá confirmarlo. Muchos están en Estados Unidos, en España, en Alemania, etc.
Esta emigración supuestamente se debe en parte a las posibilidades artísticas más sólidas en
estos países, pero en parte también a razones sociales y de inseguridad, así como a la
situación inestable de las orquestas que hay aquí. Para la situación es típico y lamentable
que las presentaciones en el Teatro Manuel Bonilla de Tegucigalpa no sean bien
frecuentadas porque la gente teme la inseguridad en horas de la noche en esta zona.

Pero hay otra razón para la apatía y desgane, más en el sentido global y más allá de
Centroamérica: la fragmentación y la falta de confianza en el quehacer artístico se deben
también a la saturación y pseudocultura de la postmodernidad en los países del llamado
Primer Mundo. Postmodernidad entre otras cosas quiere decir que ya no hay mucha
esperanza y hay resignación en cuanto a un progreso tanto en el arte como en la ciencia. La
ciencia se necesita para combatir los efectos desastrosos de la misma ciencia (ecología);
posmodernidad implica el reconocimiento de que el hombre con toda su ciencia triunfante
no puede dominar la naturaleza pero aun así quiere jugar a ser un dios. Mucho menos puede
el hombre organizar su vida social. La ciencia, razón o racionalidad son utilizadas e
instrumentalizadas para fines que no son racionales, como el poder o dominio de unos
sobre otros, o la acumulación absurda de riqueza material. Entre más avance científico más
guerras hay.

Es «hacer la cuenta sin el dueño de la tienda», como se dice.

Compensando la falta de creatividad en arte y en la cultura se ha erigido un


gigantesco aparato que administra los museos del pasado, también los museos en música;
las orquestas, teatros, operas, los festivales que abundan y que sólo se celebran para atraer a
los turistas.

Dicho en paréntesis: el fenómeno cultural más extraño y a la vez la industria más


poderosa en el mundo es el turismo.

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Aquellos (de los países ricos) que pueden pagar los viajes, tienen la curiosidad
natural de ver más países, porque se aburren en el suyo, pero olvidan que la condición
humana es la misma en todos lados, lo que incluye también que las hamburguesas y la
Coca-Cola son las mismas en Tailandia o Nueva Zelandia. Encuentran monumentos
restaurados o falsos y compran recuerdos hechos en China. Turismo ya es casi una mala
palabra como un modo de vida parasitaria cultural (por lo menos para los que no viven de
él), por la superficialidad y frivolidad con que se enfrentan culturas ajenas. Las obras de
arte en los museos, las catedrales europeas, los templos budistas no fueron hechos para los
turistas sino para los creyentes.

Retomando el argumento anterior podemos decir que todas estas instituciones


(orquestas, teatros, etc.) tienen que justificar constantemente la razón de su existencia, y
muchas sólo persisten por la relativa riqueza de los Estados, comparando con los del Tercer
Mundo, pues lo que se administra en la cultura europea son cadáveres. En los tiempos de la
globalización y omnipresencia medial se convirtió la cultura en virtual; es decir, ficticia, sin
vida, fachada. En el Internet se puede elegir entre 50 versiones de las mejores
interpretaciones de la Sinfonía Júpiter de Mozart. Lo único que tiene vida es la cultura
comercial, también en la música que es mayormente una industria para producir dinero,
manipulando los gustos del público con el enorme aparato publicitario. En otro aspecto de
la cultura de museo vemos que, como en otros campos, la tecnología y los ordenadores
sustituyen a las personas. Los timbres de instrumentos musicales son reproducidos y
falsificados cada vez con más perfección por los teclados electrónicos, que proveen al
mismo tiempo automáticamente los acordes vulgares y uniformes para acompañar melodías
prefabricadas.

El filósofo Walter Benjamin hace más de cincuenta años escribió su famoso artículo
sobre la obra de arte en los tiempos de su reproducibilidad técnica. Si se puede reproducir
cualquier obra de arte con toda facilidad, esta obra pierde su dignidad, su carácter de ser
único (aura). Los administradores y burócratas del arte ofrecen y degradan el arte a un tipo
particular de consumo, por ejemplo cuando mandan las exposiciones de pinturas
ambulantes por todo el mundo. Se hace accesible y omnipresente el arte aunque no fue
pedido ni llamado; se busca al público como a una clientela y se le ofrece servicio. La
hipocresía lo llama “llevar el arte al pueblo”. En realidad es el individuo, las personas,
quienes deben buscar el arte, no al revés, para que haya autenticidad y honestidad frente al
arte y en lo que se llama experiencia estética, pues esta experiencia es personal y biográfica
y no se puede aprender ni enseñar. Como lo contrario del consumismo cultural, Benjamin
cita el ejemplo de una estatua en un templo que se abre sólo una vez en diez años por poco
tiempo para que se pueda ver, y en un lugar remoto. La actividad o mejor pasividad cultural
del público se reduce a la recepción y percepción apática de productos que los funcionarios
administran.

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Por supuesto, tampoco se puede decir que toda la tradición cultural europea esté
muerta: sí existe un público grande que tiene deseos espirituales más allá de la religión y se
identifica con la cultura; hay un consenso social para respetarla, pero esto proviene de la
larga tradición de siglos de la cultura burguesa y secularizada en el mejor sentido. En
Alemania hay más personas que pertenecen a coros (de hombres o mixtos) que a clubes de
fútbol o a partidos políticos.

Yo sé y espero que muchos de ustedes no compartan este pesimismo, porque aquí


en el ambiente latinoamericano existe más vitalidad que en Europa; un compositor profesor
en la Academia de Berlín dijo a un compositor alumno hondureño: «Ser latino es su capital,
aproveche» (sin caer en lo estereotípico estéril de que la música latina es otro
aburrimiento).

Todo profesor de arte se enfrenta a la tarea de educar para desarrollar la


sensibilidad, lo que es educación estética para percibir el entorno (“estética” significa
“percepción”). Pero los caminos y métodos de educar son diseñados para percibir un
entorno que ya no existe. Los animales y plantas ahora se conocen por la televisión y
Disneyland. Ahora estamos viviendo en un mundo virtual, inundados de imágenes,
invadidos de ruidos que no hemos llamado. Como dice Jean Claude Forquin, pedagogo
francés, el problema del entorno no se reduce al problema de la ecología y la degradación
de la naturaleza. El problema está en que en esta lluvia de imágenes, del TV, la publicidad,
etc., hemos llegado a una erosión, confusión y desequilibrio en la percepción que amenaza
los criterios antes válidos estéticos, morales e intelectuales. Las percepciones estéticas que
permitimos a los niños son demasiado rápidas y superficiales para sacar a los jóvenes del
analfabetismo estético.

Somos testigos del surgimiento de la fealdad universal en consecuencia de la


producción en serie para crear la plusvalía. Pero no nos percatamos de lo feo porque
estamos acostumbrados a ello. Hace mucho tiempo surgió la popart: Andy Warhol presentó
como obra de arte la exhibición de una botella de Coca-Cola para indicar cómo están
perdidas nuestra imaginación y conciencia para el mundo en que estamos. También la
famosa foto centiplicada de Marylin Monroe. La belleza se refugia en espacios estériles de
los museos. La vida cotidiana está condenada a una miseria sensorial, a la cacofonía
industrial, sobrecarga publicitaria, saturación con estímulos visuales y acústicos sin sentido.
El mundo urbano está constituido de lo vulgar, lo reiterativo y lo insípido, de lo que no
tiene ni estilo, ni interés. El autor sostiene que el problema es político y pedagógico. Para
que los individuos, y notablemente los niños y niñas, tengan sensibilidad frente a lo
bello, hay que sensibilizarlos primero ante la mortal fealdad de nuestro entorno con
sus rótulos y propaganda.

Sabemos que los niños viven más en el ambiente sensible que los adultos. Ellos
esperan y reaccionan ante los estímulos sensoriales y perciben las apariencias y gozan de

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ellas sin preguntar por el posible uso de los objetos, el “para qué”, lo que muchos
educadores quieren enseñar, señalando el provecho y la utilidad; o sea que instrumentalizan
la curiosidad infantil para llegar a tener beneficios, ventajas, ganancias; dólares, en última
instancia.

Los niños viven en el mundo de apariencias, de colores, matices, etc. No piensan en


finalidades, funciones racionales; ellos perciben el mundo como un total de estímulos, no
de utensilios. Parte del proceso de madurar del individuo parece ser despedirse de ese
mundo de lo bello puro y aceptar la racionalidad, la necesidad y también la esencia.

Definitivamente los niños se deciden por lo bello, no por lo útil. Se ha descrito


muchas veces el sueño trascendental de los mayores de regresar a la niñez con sus fuertes
impresiones y vivencias… Ahora, la tarea del artista es de rescatar una parte del mundo
colorido sensorial y el arte ofrece un refugio para que sea más soportable este entorno gris
nuestro.

Esta reflexión nos conduce al tema propio de esta exposición. El mundo racional del
entendimiento está opuesto al mundo sensible de lo bello. O lo útil contra lo inútil. La
finalidad del arte es la belleza, o sea, se respeta la belleza como un fin en sí misma. El
filósofo Kant ha formulado en la Crítica del juicio que así como no podemos pensar que no
haya tiempo o espacio, o que una cosa no tenga causa, de la misma manera el afán de lo
bello es trascendental, nace con nosotros y está ligado al mundo de las emociones. El
mundo del entendimiento o de racionalidad junto con la ética es el intelecto en búsqueda de
lo bueno, pero, ¿qué es bueno?: Todo lo que tiene una finalidad, sea moral o material. Un
hombre es bueno significa que maneja su vida con una buena conducta. Un vino es bueno o
un negocio es bueno quiere decir que satisface placeres o necesidades. En cambio el mundo
de lo bello no tiene esta finalidad si no satisface directamente el deseo para lo hermoso.
Vale por sí mismo y no puede ser instrumentalizado. ¿La música o la poesía son buenas
para…?: Para nada, pues las emociones que suelta la belleza no piensan, siendo emociones.
Por eso en la estética no tenemos conceptos que subordinan lo particular bajo un término
general abstracto. Conceptos o palabras que describen la emoción hacen desaparecer este
sentimiento. El sentimiento se expresa, no se racionaliza o describe.

Para Kant existen tres principios o facultades: la de conocer a través del


entendimiento que se aplica a la Naturaleza, la de desear a través de la Razón que se aplica
a la libertad (la ética), y la facultad de sentir placer a través del juicio de lo bello que se
aplica al arte (la estética).

Cuando se presenta algo bello no queremos conocerlo, sino mediante la imaginación


sentirlo. En el conocimiento se trata del objeto, en el sentimiento del sujeto. El placer como
agradable nos puede dar también una buena comida, pero este placer se realiza
destruyéndola al comer. En cambio, al objeto estético lo dejamos intacto, no lo
incorporamos en nosotros. Por eso se dice la actitud delante el arte es desinteresada.
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Respetamos al objeto bello. La emoción no se puede plasmar en un concepto porque no es
más que eso: emoción. Es otra característica que cada sujeto quiere que su emoción sea
compartida por otros sujetos. Nosotros pedimos forzosamente que el afecto nuestro o el
sentimiento personal estético sean universalmente válidos. Cuando alguien se comunica
con otro sobre un poema o música diciendo que eso es sublime o bello, no puede pensar
que no le importa lo que siente el otro. Quiere compartir.

Como hemos dicho antes, un objeto bello, o la misma belleza, tiene su propia
finalidad, no puede servir para algo y tiene su fin en sí mismo. Por eso el autor Oscar
Wilde, entre otros, dice con su forma provocativa que el arte es completamente inútil.

Se ha dicho que todos los artes quieren ser como la música (Schopenhauer). Entre
los artes la música es la más poderosa por su sugestividad anímica, algo que fue formulado
desde Platón, confirmado a su manera por dictadores como Hitler y Stalin, quienes temían
la subversión y rebeldía que la música podía provocar. Platón dice que la música tiene
acceso a los rincones más escondidos del alma, por eso es el arte más peligroso, más
abusado, más seductor, corrompe.

Pero la música en realidad no expresa nada más que a sí misma. Es el arte más
abstracto porque en el fondo es matemática intuitiva, nos deja libre de pensamientos. Se ha
dicho (Leibniz) que escuchar música es contar inconscientemente, lo que es obvio por el
ritmo que es división geométrica del tiempo, pero también respecto a los intervalos de los
que consisten las melodías. Los intervalos son formados de los números naturales que
aparecen en la serie de los armónicos, octava, quinta, tercera, etc., con sus inversiones.
Contar significa entonces no llenar las distancias de intervalos con pasos de tonos y
semitonos (do, re, mi), sino sintetizar las relaciones numéricas. Cuando escucho la octava
mi mente señala el número dos, en la quinta el número tres, etc. Por eso al escuchar no se
trata de percibir los sonidos sino las relaciones entre ellos. Esta acción mental al parecer
tiene un contacto directo con la emotividad. Así lo expresa Schopenhauer cuando dice que
la música representa la voluntad misma como corazón del mundo (en su obra El mundo
como representación y voluntad); voluntad es todo lo tiene vida, impulso, movimiento
causal. En la poesía también tiene el papel más importante la imaginación del lector, pero
es mucho más mediada por la carga de significados de las palabras; el sentido o el sentir
está en medio de las palabras y su vinculación. En cambio, el cine casi no permite la
imaginación, por la ilusión tan perfecta que deja al sujeto como aturdido y vacío por la
invasión de lo ajeno. La música nos deja libres, como dijimos; no conoce palabras, y la
discusión eterna sobre la relación de los dos en la canción es falaz. La música se impone
con facilidad a cualquier texto y da a las palabras un sentido emotivo que no poseen sin
ésta, por su fuerza evocadora de emociones. ¿Pero qué emociones trae?, ¿serán baratas,
ordinarias, nobles? Aquí hay que mencionar el abuso al que se somete la música como
catalizadora de emociones calculadas, como ocurre en la música militar, la patriótica, la
comercial y publicitaria, y más repugnante, en la música llamada “religiosa”, de las sectas

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donde mezclan lo espiritual con una vulgaridad musical sin nombre. Según nuestra teoría,
el abuso e instrumentalización hace que la música ya no sea arte, porque sirve a un fin fuera
de ella. Cuando se queda en pura manipulación emocional la música se convierte en ruido,
un ruido costoso.

Vale señalar que una parte considerable de los esfuerzos humanos no tiene otra meta
que obtener placer estético a través de objetos bellos. Por eso es bueno tener conciencia de
qué tipo de placer se trata. Existen varios tipos de belleza: la natural y la que está hecha por
el hombre. La natural aparece en dos formas: lo bello en sí y lo sublime. Lo primero
encanta, lo segundo conmueve, como dice Kant. Sublimes son cosas grandes más allá de
toda comparación, como el mar o el cielo nocturno. La reacción del hombre a lo bello es
alegría a lo sublime, seriedad y silencio. Otro tipo de belleza está hecho por el hombre en
forma de adornos, folklore, ornamentos, decoraciones de las casas, maquillaje, vestimentas,
tatuajes. Hay un sinnúmero de maneras en cómo la especie humana satisface su inclinación
innata de embellecer su ambiente. Esta belleza de adornos no tiene que ver con la función o
fin de los objetos adornados. En cambio la belleza más elevada y verdadera está en la obra
de arte. Ya hemos visto que las obras de arte son objetos sin utilidad, su existencia es en
cierto grado irracional.

Para entender esto hay que recurrir a Hegel. Para él y muchos otros pensadores el
espíritu humano se manifiesta en tres formas: la religión, el arte y la ciencia o filosofía. Por
medio de estas formas el hombre llega a adquirir gradualmente autoconciencia. A estas
manifestaciones se les atribuye verdad. Lo bello en el arte debe su superioridad al hecho de
que participa del espíritu y por ello de la verdad. Los pueblos han depositado sus
concepciones más elevadas en las producciones de arte. El arte es el heredero de la religión
en la historia. En el sistema de Hegel toda la historia es un desenvolvimiento del espíritu
del hombre, o más bien del espíritu absoluto que tiene dos lados; se manifiesta en la
autoconsciencia del hombre pero también en el mundo material y sensible que se refleja en
la consciencia del hombre (esto recuerda en algo al sistema de las ideas de Platón). Espíritu
o razón y materia están en intercambio constante. Este movimiento se llama relación
dialéctica y lo espiritual se manifiesta en la historia en estas tres maneras. Hegel dice que
las grandes obras de arte valen tanto como las revelaciones religiosas, señalan lo
trascendente y divino aunque expresan lo humano y su autoconsciencia. El despliegue del
espíritu comienza con la religión, donde se somete el hombre a dios, continúa con el arte,
donde el hombre se expresa en forma autónoma, y termina con la ciencia y filosofía, con las
que llega el desarrollo a su fin. Así como en el arte llega a su fin la religión, en la filosofía
llega a su fin el arte. Por lo menos vemos confirmada esta secuencia en el hecho de que
muchas reliquias y monumentos religiosos del pasado se han convertido en obras de arte y
los consideramos como tales, como las estelas de los mayas y tantas otras como las
catedrales. El sistema hegeliano tiene enorme influencia, particularmente en los marxistas,
aunque ellos dicen que todo está al revés, como quien está parado en la cabeza y debe dar la

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vuelta para pararse en los pies; o sea, no es la idea la que se desenvuelve sino la existencia
material del hombre, y según ellos el arte refleja esta condición real humana. Pero las
experiencias con el realismo socialista no fueron buenas. Sí es cierto que el arte existe en
forma autónoma y no es función de nada, pero estimula emociones y entonces individualiza
y no generaliza a los sujetos, pues asimismo son emociones privadas y no comunicables.

Por otro lado, el arte no puede quedarse totalmente en la privacidad. Poeta o artista
siempre trasciende el individualismo, va más allá del mero yo y puede expresar con
claridad lo que el no-artista sólo siente en forma vaga y difusa, pero que al oír al poeta dice:
«Esto quería yo decir siempre». Él da voz a los que no la tienen. Tua res agitur. Se trata de
ti. El poeta así regresa del yo al nosotros, al colectivo. De esta forma el arte tiene función
social, y la sociedad necesita al artista. En la sociedad actual el artista no puede hacer más
que descubrir y demostrar en qué se ha convertido el mundo globalizado, señalar lo
grotesco y absurdo a través de sus obras grotescas y absurdas (pop art), porque es alguien
que tiene más antenas, ve y oye más cosas y debe ser la mala consciencia de la sociedad
describiendo situaciones, condiciones, sentimientos que no han sido descritos antes. En este
sentido en las obras de arte se suspende la división del individual y colectivo, del particular
y universal.

La mayoría de los individuos, mirando obras modernas de arte dicen: «¿Y esto es
arte?», escandalizándose pidiendo belleza. Pero solamente ven la verdad del mundo
absurdo, y sin verdad no puede haber belleza en el arte.

Antes y después de la Primera Guerra Mundial, esa carnicería con 10,000 muertes
diarias, cuando murió también la cultura europea, comenzó el arte expresionista a
reflexionar y reflejar. Las disonancias que se oyeron en Schoenberg, Kandinsky o Picasso
eran el eco; alguien ha dicho que los que se perturbaron no querían ver ni oír las
disonancias en ellos mismos. Es cierto que la comprensión que hay aquí en el ambiente
(inocente a pesar de las guerras civiles en Centroamérica) para este arte moderno, aunque
ya tiene cien años, es muy limitada. Esperemos que nunca haya necesidad en Latinoamérica
para que nazca este arte verdadero, aunque no bello.

(Bach, Sarabanda de suite francesa para Piano).

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