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Resumen de los cantos Martin Fierro

Federico Larrosa 6°6°

Canto 1
El poema comienza con una indicación: en mayúsculas aparece el nombre “Martín Fierro”, que
señala a quién pertenece la voz del yo-poético. Ese personaje, que cuenta su historia en
primera persona, se presenta a sí mismo como alguien que va a cantar sobre sus penas
acompañado de la guitarra.
El cantor realiza una invocación a los santos del cielo, pidiéndoles asistencia en esta ardua
tarea del canto. Se compara con otros cantores para resaltar que él, a diferencia de ellos, no se
deja espantar por ningún temor, y asegura que ha venido a este mundo para vivir y morir
cantando.

Martín Fierro sostiene que no es un "cantor letrao", pero que esto no perjudica en absoluto su
canto, puesto que a él las coplas le fluyen fácilmente, “como agua de manantial”. También
adopta una actitud de provocación, al decir que nadie se atreve a tocarlo cuando tiene la
guitarra en la mano. Desafía entonces a quien quiera medirse con él, para demostrar que nadie
puede igualarlo en este arte.

Fierro se da aires de gaucho valiente, que enfrenta el peligro con hombría. Con esta actitud es
quien manda en la naturaleza, donde ni la víbora ni el sol pueden hacerle daño. Como gaucho,
Martín Fierro vive en libertad, al igual que el pájaro que siempre está en vuelo, y que apenas
necesita de un árbol y de las estrellas para encontrar resguardo.

Cierra entonces su presentación diciendo que deben saber quienes lo escuchan que nunca ha
peleado ni matado sino por necesidad, y que ha llegado a esta situación por haber sufrido
maltratos. Antes de esto, él era un buen padre y un buen marido, pero ahora es un gaucho al
que la gente trata de bandido.

Canto 2
Martín Fierro da inicio aquí al relato de su historia. Comienza asegurando que su autoridad
emana de la experiencia que le ha dado la desgracia, porque nada enseña más, dice, que haber
sufrido en la vida.

Rememora los tiempos en que él y todos los gauchos vivían felices como trabajadores de la
tierra, con sus pequeños ranchos, sus hijos y sus mujeres. Relata cómo era un día típico en
aquella época: en ese entonces, el gaucho amanecía temprano para tomar un mate y
comenzar sus quehaceres, dentro de los cuales resalta su destreza como domador de caballos.
Fierro tiñe sus recuerdos de nostalgia al afirmar que era un orgullo ver jinetear a un paisano. El
día terminaba a la noche, momento en que los gauchos se reunían junto al fuego para charlar
hasta después de cenar. Luego se iban a dormir en los brazos de una china.

Entonces los gauchos andaban alegres y sin preocupaciones. Para ellos aquella actividad no era
trabajo, y hasta con su patrón tenían buen trato. Este siempre los convidaba con un trago de
alcohol. Eran esos tiempos de abundancia, en los que siempre había alimento y diversión. Pero
ahora el panorama, sostiene Fierro, es completamente diferente: el gaucho debe pasar su
pobre vida huyendo de la autoridad, puesto que si esta lo encuentra, lo somete a su dominio
para luego enviarlo a luchar en un batallón o en la frontera contra los indios. Es allí, asegura
Fierro, donde sus males y los de todos los gauchos comienzan.
Canto 3
En este canto Fierro narra las circunstancias que lo obligaron a ir a la frontera a luchar contra
los indios y describe cómo era su vida en aquel lugar. Anticipa, en la primera estrofa, que antes
de esto él tuvo hijos, hacienda y mujer, pero que al volver solo halló “la tapera”: su rancho en
ruinas y abandonado.

Cuenta que un día en la pulpería, donde siempre hacía gala de sus habilidades cantoras, llega
el Juez de Paz, autoridad de la campaña, para llevarse gente a la frontera. Los más matreros se
escapan pero Fierro, que es un gaucho “manso”, no ve la necesidad de huir y por eso se queda
y lo agarran, junto con otros que allí se encontraban.

El Juez, explica Fierro, estaba enfadado con él, porque en la última votación no se había
presentado; entonces le había dicho a Fierro que él servía “a los de la esposición”. El cantor se
justifica diciendo que él es un “gaucho redondo” y de esas cosas no entiende nada. Cuando se
los llevan, les hacen “más promesas que un altar”, diciéndoles que en seis meses volverían a
sus hogares.

Fierro nos cuenta que se va equipado a la frontera, con herramientas para luchar y un buen
caballo. Una vez allí, descubre que aquello es un infierno. Se lo pasan trabajando las chacras
del coronel, ardua labor que solo es recompensada con azotes y castigos en el estaquiadero. A
la hora de luchar, deben enfrentar a los indios sin suficiente capacitación y desprovistos de
buenas armas, por lo que no pueden evitar que el malón llegue y arrase con todo. Respecto a
esta situación, Martín Fierro reclama que si eso es servir al gobierno, a él no le gusta el cómo.
En la última parte del canto realiza una descripción del indio. Lo caracteriza como habilidoso y
cruel, que roba, mata y quema poblaciones a gusto y sin culpa. Cuenta que en uno de esos
ataques de los “bárbaros”, como los llama, tiene que verse frente a frente con uno que era el
hijo de un cacique. Éste busca arremeterlo con una lanza, pero Fierro logra suprimir su ataque
con las boleadoras, y cuando el indio cae al piso, el gaucho decide hacer la “obra santa” de
matarlo.

Canto 4
Martín Fierro continúa en este canto describiendo las condiciones de pobreza en la frontera.
Todo lo que Fierro llevó allí se lo quitan, incluido su caballo. Pasan los meses y los “cobres”
nunca llegan. Mientras, se endeudan con el pulpero, que los tiene a todos apuntados “con más
cuentas que un rosario”. Apenas tienen para subsistir; viven en la miseria, mugrientos y con
harapos que los dejan casi desnudos.

Un día llega el momento de la paga. Fierro espera tranquilo su turno, pero al ver que se iban
sin pagarle, pregunta si al día siguiente terminarán de pagar. El mayor le responde que la paga
ya terminó, lo trata de animal, y le dice que él no se encuentra en la lista para recibir el sueldo.
Fierro se queja, pero como se ve en desventaja para reclamar, se retira sin enfrentarse. Luego
aparece un comandante que quiere averiguar lo sucedido, pero Fierro se percata de que solo
finge interesarse. Cierra el canto afirmando que él también pretende: “me les hacía el dormido
/ aunque soy medio dispierto” (vv. 797-798).

Canto 5
Ante esta situación, Fierro advierte que su presencia allí nada tiene que ver con defender la
frontera. A pesar de su ignorancia, puede ver que de esta miseria no todos salen perjudicados,
y que algunos jefes poseen tierras y están metidos en “negocios feos”. Por eso nos cuenta que
no ve la hora de aprovechar algún ataque indígena para fugarse en el medio del combate.
Para colmo de males, en una ocasión lo mandan al estaquiadero por un malentendido con un
gringo. Este se encontraba de centinela, vigilando la entrada del fortín, cuando llega Fierro.
Como el gringo está medio borracho no lo reconoce, le pregunta en un mal español quién es y
le pide que haga alto. El gaucho se mofa de sus palabras, como si no entendiese lo que el otro
le dice y, frente a la burla, el gringo responde disparando, aunque erra el tiro. Los oficiales
llegan y toman como culpable a Fierro. Lo estacan y el mayor le dice que de esta manera va a
aprender a no andar reclamando sueldos.

Fierro nos cuenta que se pasa la noche entera en el estaquiadero maldiciendo al gringo, y
cierra su canto describiendo negativamente a los inmigrantes en general. Se pregunta por qué
envían a la frontera a esta “gringada” que no sirve para nada, puesto que el gringo no sabe
luchar ni hacer tareas de campo, como ensillar o carnear.

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