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CAPÍTULO 11

Hay pues agálmatas en Sócrates, y esto es lo que provocó el amor de Alcibíades. Ahora vamos a
volver a la escena en tanto pone precisamente a Alcibíades en su discurso dirigido a Sócrates, y al
cual Sócrates, va a responder con una interpretación. Veremos cómo esta apreciación puede ser
retocada, pero se puede decir que estructuralmente, a primera vista, la intervención de Sócrates va a
tener todas las características de una interpretación. Para entender el sentido de la escena que se
desarrolla de uno a otro de estos términos, del elogio que Alcibíades hace de Sócrates a esta
interpretación de Sócrates, y a lo que seguirá. A Partir de la entrada de Alcibíades, a partir de ese
momento, ocurrió ese cambio, que no es más del amor del que se va a hacer el elogio, sino hacer el
elogio de un otro designado por orden. El elogio del otro se substituye no al elogio del amor, sino al
amor en sí mismo. Está en el principio de todo lo que luego va a ser desarrollado en estos términos, su
resolución, y sus empresas junto a Sócrates . Sabe de qué se trata en las cosas del amor. Y diremos
que es porque Sócrates sabe, que él no ama. Es justamente por que Sócrates sabe, que se rehusa a
haber sido a cualquier título, sea justificado o justificable, erómenos.
Lo que hace que él no ame, que la metáfora del amor no pueda producirse, es la substitución del
erómenos y es a lo que no se puede rebasar, porque para él, no hay nada en él que sea amable. Porque
su esencia es ese orden, ese vacío, ese hueco y, para utilizar un término que ha sido utilizado
posteriormente en la meditación neo-platónica y agustiniana, esta kénosis, que es lo que representa la
posición central de Sócrates. Es que la estructura constituida por la substitución, la metáfora realizada,
constituyendo lo que llamé el milagro de la aparición del erastés, en el lugar, mismo en el que estaba
el erómenos, es aquí donde la falta hace que Sócrates no pueda más que rehusarse a dar, si se puede
decir, el simulacro.
El milagro del amor se realiza en él en tanto se convierte en deseante. Y cuando Alcibíades se
manifiesta como enamorado, como se diría, no es poca cosa. Es, a saber, que justamente porque él es
Alcibíades, aquél cuyos deseos no conocen límites, este campo referencial en el cual se enrola, que es
para él, hablando con propiedad, el campo del amor, es algo donde demuestra lo que yo llamaría un
caso muy notable de la ausencia de temor a la castración. Que Sócrates haga el elogio de Agatón es la
respuesta a la demanda, no pasada sino presente, de Alcibíades. Cuando Sócrates hace el elogio de
Agatón, satisface a Alcibíades. Pero Alcibíades, él, siempre desea lo mismo. Y lo que Alcibíades
busca en Agatón, no lo duden, es este mismo punto supremo en el cual el sujeto se anula en el
fantasma, estos agálmata.

CAPÍTULO 12
Banquete, a saber, lo que ocurre entre Alcibíades y Sócrates. Esto se los he articulado y
hecho sentir en dos tiempos, mostrándoles la importancia que tenía en la declaración de
Alcibíades que articula alrededor del tema del agalma, del tema del objeto escondido en el
interior del sujeto Sócrates. Sócrates no es más que la envoltura de lo que es el objeto del
deseo. Y para marcar bien que sólo es esta envoltura, es para eso que quiso manifestar que
Sócrates es en relación a él el siervo del deseo, que Sócrates le es sojuzgado por el deseo, y
que al deseo de Sócrates, aún cuando lo conoció, ha querido verlo manifestarse en su signo
para saber que el otro objeto, agalma, estaba a su merced.
Todo lo que se encuentra una vez asociado por la cadena significante, el elemento
circunstancial con el elemento de actividad y con el elemento del más allá del término sobre
el cual esta actividad desemboca, todo esto está en situación de encontrarse en condiciones
apropiadas de poder ser tomado como equivalentes los unos de los otros, pudiendo tomar un
elemento circunstancial el valor representativo de lo que es el término de la enunciación
subjetiva del objeto hacia el cual se dirige, o también de la acción misma del sujeto. De lo
que se trata en el deseo, es de un objeto, no de un sujeto, y es justamente aquí que yace lo que
se puede llamar ese mandamiento espantoso del dios del amor, que consiste justamente en
hacer del objeto que él nos designa, algo que en primer lugar es un objeto, y ante el cual en
segundo lugar desfallecemos, vacilamos, desaparecemos como sujeto.
Tal es la situación paradójica frente a la cual nos coloca la interpretación de Sócrates. Se trata
sin duda de algo sobre lo cual uno se pregunta, hasta qué punto Sócrates sabe lo que hace.
Pues Sócrates responde a Alcibíades pareciendo caer bajo la acusación de Polícrates, pues él,
Sócrates, sabio en las materias del amor, le designa dónde está su deseo, y hace mucho más
que designarlo, ya que de alguna manera va a jugar el juego de ese deseo por procuración, y
después, se preparará para hacer el elogio de Agatón.

CAPÍTULO 13
al comienzo de la elaboración de esta noción de transferencia, todo lo que en el analista
representa su inconsciente, en tanto que no analizado, diríamos, es nocivo por su función,
para su operación de analista. En resumen, es directamente que el analista es informado de lo
que ocurre en el inconsciente de su paciente, por una vía de transmisión que permanece, en la
tradición, bastante problemática. Incluso llevando las cosas al extremo, se puede entrever,
concebir un inconsciente reservado. Una vez admitido esto, queda que vamos a encontrar allí
el mismo obstáculo que encontramos con nosotros mismos en nuestro análisis cuando se trata
del inconsciente. Lo que importa notar aquí, es justamente que este dominio, que en nuestra
experiencia de análisis personal está completamente mezclado con el desciframiento del
inconsciente , cuando se trata de nuestra relación con el Otro tiene una posición, hay que
decirlo, diferente. primero se identificó los sentimientos, digamos globalmente negativos o
positivos, que el analista puede tener hacia su paciente, con los efectos, en él, de una no
completa reducción de la temática de su propio inconsciente.
pero que aquí toma el valor ilustrativo de la dirección en que ya les indiqué que podía
concebirse esta reorganización, esta reestructuración del deseo en el analista. Aunque sin
embargo en apariencia es exactamente de la misma naturaleza que esta otra fase de la
transferencia, que la última vez oponía yo a la transferencia concebida como automatismo de
repetición, a saber, aquello sobre lo que pretendí centrar la cuestión, la transferencia en tanto
que se la llama positiva o negativa, en tanto que todo el mundo la entiende como los
sentimientos experimentados por el analizado en el lugar del analista.
Y he aquí que se encuentra, él, el analista, reconociendo que al final de cuentas lo que siente
es exactamente lo que al principio el paciente le describió sobre uno de sus estados. No era
muy nuevo para el paciente, ni nuevo para el analista, darse cuenta de que el paciente podía
estar sujeto a fases que lindan con la depresión, y a menudos efectos paranoides.

CAPÍTULO 14
Esto no quiere decir que dé al término de contransferencia el sentido con que es comúnmente
percibido, como una especie de imperfección de la purificación del analista en la relación con
el analizado. No sólo de la información del analista en la situación analítica, sino también un
elemento posible de su intervención a través de la comunicación que eventualmente puede
hacer de eso al analizado, Es pues alrededor de este término que va a girar la relación de la
demanda del sujeto con su deseo. En un más allá que es la demanda de amor, y en un más acá
que es lo que llamamos el deseo, con lo que lo caracteriza como condición absoluta en la
especificidad del objeto que ese algo de la teoría del amor.
Observemos que aquí ya no se trata más de la simple relación de una necesidad con la ligazón
a su forma demandada, sino al excedente sexual. Es de tal modo que un objeto es vivido, este
registro, que el niño en el exceso de sus desbordes ocasionales lo emplea, se puede decir,
naturalmente como medio de expresión. Por otro lado también, les aseguro que a partir del
momento en que hayan abordado este punto preciso, neurálgico, que vale por la importancia
que tienen en la experiencia todas las observaciones sobre los primitivos objetos orales
buenos o malos, en tanto no hayan encontrado en ese punto la relación primordial,
fundamental del sujeto, como deseo, con el objeto más desagradable, no habrán hecho
grandes avances en el análisis de las condiciones del deseo. Es justamente en la medida en
que el otro, aquí, como tal, toma pleno dominio en la relación anal, que lo sexual va a
manifestarse en el registro que es carácterístico de este estadio. Sin duda un síntoma más
simplificado, pero en todo caso aún un síntoma en relación al deseo que se trataría de liberar.
Si el sujeto está en esta relación singular con el objeto del deseo, es que primero fue él mismo
un objeto de deseo que se encarna.
La metáfora platónica de la metempsicosis del alma errante que duda antes de saber adónde
va a ir a vivir, encuentra su soporte, su verdad y su substancia en ese objeto del deseo que
está allí desde antes de su nacimiento.

CAPÍTULO 15
Es muy importante ver en qué medida la perspectiva naturalista, implicada en esta definición,
se resuelve, se articula, en nuestra forma de enunciarla, en tanto que está centrada en la
relación entre la demanda y el deseo. esos deseos, este objeto oral los toma en otra parte, a
saber con su placer y su concupiscencia. Es por eso que a través de una inversión del uso del
término de sublimación, vemos este desvío, en cuanto al objetivo, en sentido inverso, del
objeto de una necesidad. En efecto, no es del hambre primitiva que el valor erótico de este
objeto privilegiado toma su substancia. Y es en la demanda oral que se ha cavado el lugar de
ese deseo.

Si no existiera la demanda con el más allá de amor que ella proyecta, no existiría este lugar
más acá, de deseo, que se constituye alrededor de un objeto privilegiado. La fase oral de la
libido sexual exige este lugar cavado por la demanda. Para marcar inmediatamente lo que es
esencial, para que para nosotros sea un modelo cualquiera de aquello de lo que se trata, a
saber, nuestro canibalismo oral, nuestro erotismo primordial, debemos imaginarnos aquí este
goce correlativo a la decapitación del partenaire que ella está supuesta en algún grado
conocer como tal. somos nosotros los que aportamos este sentido moral, pero que lo
aportamos en la medida en que descubrimos el sentido del deseo como esa relación con algo
que, en el otro, elige este objeto parcial.
En el campo del deseo del otro, el objeto subjetivo ya encuentra ocupantes identificables a la
vara de los cuales, ya tiene que hacerse valer . Así, tenemos pues definida esta fase oral. Es
sólo en el interior de la demanda que el otro se constituye como reflejo del hambre del sujeto.
El otro, pues, no es sólo hambre, sino hambre articulada, hambre que demanda.Y por allí el
sujeto está abierto a devenir objeto, pero si puedo decirlo así, de un hambre que él elige. La
transición es realizada del hambre al erotismo por la vía de lo que yo llamaba hace un rato,
una preferencia. La división se instaura entre este objeto que deviene la marca de un interés
privilegiado, ese objeto que deviene el agalma, la perla, en el seno del individuo que aquí
tiembla alrededor del punto pivote de su advenimiento a la plenitud viviente, y al mismo
tiempo de un hundimiento del sujeto. Es valorizado como objeto, es desvalorizado como
deseo. No es una especificación finalmente aparecida de lo que anteriormente hubiera sido el
objeto oral, luego el objeto anal. Presten atención ahora de no confundir tampoco este objeto
fálico con este mismo signo, que sería el signo en el nivel del Otro, de su falta de respuesta.
Es el Otro quien se constituye en una relación por cierto privilegiada con este objeto phi, pero
en una relación compleja.

CAPÍTULO 16
Hablar, por otra parte, de terreno desconocido cuando se trata de un otro, de aquél que se
llama inconsciente, es aún más inapropiado. Ya que hay algo que en la fórmula, precipita en
lo imaginario lo que ocurre, lo que hace que el sujeto humano sea presa del símbolo. En
singular, en tanto que aquel que introduje la última vez, es un símbolo innombrable, el falo,
indispensable para mostrar la incidencia del complejo de castración en el resorte de la
transferencia. Hay una ambigüedad entre falo-símbolo y falo imaginario, que domina la
economía psíquica en el complejo de castración.

Está claro que el retroceso del sujeto en el uso del significante mismo es que hay palabras que
se designan por ese algo enigmático que se llama un fonema, en la incapacidad, sentida por el
niño y formulada por la pregunta, de atacar el significante en el momento en que todo está ya
marcado por su acción indeleble. Lo que el análisis nos ha mostrado que tenemos que
encontrar es que eso de lo cual el sujeto tiene que ocuparse es del objeto del fantasma, en
tanto que sólo él puede fijar un punto privilegiado que hay que llamar, con el Lust-prinzip,
una economía regulada por el nivel del goce. Al llevar la pregunta al nivel del ¿Que quiere
él? lo que encontramos es un mundo de signos alucinados. Se trata de saber si los signos
están allí y, en tanto que signos, se relaciónan con algo.
Nuestro inconsciente se relacióna con un objeto perdido, nunca verdaderamente encontrado,
nunca más que deseado, en razón misma de la cadena del principio del placer. El objeto
verdadero del cual se trata cuando hablamos de objeto, no es de ninguna manera transmisible,
aprehendido, intercambiable, no está sino en el horizonte de aquélla alrededor de lo cual
gravitan nuestros fantasmas. Es lo que hace la hiancia entre el objeto que surge en el
fantasma y el objeto socializado del mundo de la utilidad. Pretender que es posible recurrir a
un «objeto natural», es introducir un mito más en la realidad.
« Debemos aprehender el objeto psicoanalítico en el punto más radical» donde se plantea la
pregunta del sujeto en cuanto a su relación con el significante. Esa relación al significante es
tal que si, a nivel de la cadena inconsciente, tenemos que ocuparnos sólo de los signos, si es
de una cadena de signos de lo que se trata, la consecuencia es que no haya ninguna
interrupción en el reenvió de cada uno a cada uno de esos signos a cada uno que le sucede.
Ya que lo propio de la comunicación por signos, es hacer de ese otro a quien me dirijo, un
signo. La imposición del significante al sujeto, lo coagula la posición propia del
significante.Entre ese significante del deseo y la cadena significante, se establece una relación
«o bien-o bien».

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