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Argumentación
Pensar la ciencia hoy. La epistemología: entre teorías, modelos y valores
El Pensamiento Científico: lenguaje y argumentación.
Capítulo 4: Argumentación
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Capítulo 4: Argumentación
y serán retomados hacia el final de este capítulo. Lo único que diremos aquí
es que no debemos confundir oración con proposición ya que, todas las
proposiciones son oraciones, pero, como vimos, no todas las oraciones son
proposiciones (sólo las informativas o declarativas lo son). Y por otro lado, ya
sabemos que hay quienes identifican proposición con enunciado y hay quienes
distinguen estos dos conceptos.
Por último, la estructura lógica más compleja son los razonamientos o
argumentos, construidos estos por proposiciones. Sobre este tema trata, en lo
que sigue, todo este capítulo.
4.2. Argumentar
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INFORMACIÓN
1. El inglés vive en la casa roja.
2. El sueco tiene perro.
3. El danés toma té.
4. El noruego vive en la primera casa.
5. El alemán fuma Prince.
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Como vemos aquí, las partes de un argumento son dos, pero una de ellas, las
premisas, pueden estar compuestas por una o varias proposiciones, mientras
que la conclusión es sólo una proposición -que puede ser simple o compleja-
que se deriva, se sigue (términos que son usados habitualmente como
equivalentes) de las premisas.14 De esta manera, entre premisas y conclusión
hay una relación bidireccional, mientras las premisas ofrecen información a la
conclusión, ésta se desprende de la información dada por las premisas.
Veamos los siguientes ejemplos:
14
Como señala Comesaña, hay que considerar que ésta no es la caracterización formal de lo que
es un razonamiento, puesto que en esta última puden haber razonamientos, incluso válidos, que
no tengan ninguna premisa. Así, por ejemplo, señala: “Si el tiempo es dinero, entonces el tiempo
es dinero” puede derivarse a partir del conjunto vacío (sin premisas). Otra diferencia con una
caracterización formal es que en la que se indica aquí se hace referencia a que las oraciones son
afirmadas por alguien, mientras que eso no es necesario en una caracterización formal. (1998, 26-27)
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2. Aquellas que anteceden a las premisas, esto es, las que indican que
lo que sigue a esa expresión derivativa es una premisa. Por ejemplo:
“pues”, “dado que”, “ya que”, “puesto que”, etc.
Conclusión, ya que…Premisas
Conclusión, porque…Premisas
Conclusión, puesto que…Premisas
Conclusión, dado que…Premisas
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alguien adopte lo que afirmamos, y (c) para provocar y/o aumentar la adhesión
de nuestros interlocutores a nuestras tesis. Y, si la definimos a partir de la
intencionalidad, estaremos considerando la argumentación como una actividad
retórica, es decir como una técnica destinada a la persuasión. Sin embargo,
otro de los fundamentos, el “d”, no hace referencia a la intencionalidad, dado
que argumentamos porque no hay acuerdo. En este sentido la argumentación
es, como indica Marafiotti, “[...] una actividad esencialmente dialógica,
modulada por las réplicas explícitas o implícitas de un oponente que puede
contraargumentar, negociar y aun hacer fracasar con un contradiscurso el
que le ha sido dirigido” (1995, 34). Así, la argumentación se emparenta con
la dialéctica como actividad de intercambio y por su aspecto confrontativo.
Finalmente, el fundamento “a” nos hace saber que argumentar es dar razones,
y así observamos que “la argumentación puede ser considerada desde el punto
de vista de la estructura interna de los argumentos” (Marafiotti, 1995, 34). De
esta manera, se atenderá a que los argumentos “[...] convenzan en virtud de
sus propiedades intrínsecas” (Marafiotti, 1995, 34).
Este último tipo de acepción de argumentar será, como veremos
más adelante, la preferencial en el terreno de la epistemología. Aquí la
argumentación cumple un papel muy singular: a) en tanto metadiscurso (la
epistemología es una rama de la filosofía que reflexiona sobre el conocimiento
científico), su argumentación es de índole filosófica (no científica). Pero a la
vez, b) su reflexión es sobre el conocimiento científico, un conocimiento que
pretende ser justificado a partir de un modo de argumentación que difiere, en
términos generales, de la argumentación filosófica.
Respecto a la argumentación en filosofía (en este caso en epistemología
o filosofía de la ciencia), Vega Reñón evalúa su papel, sentido y pertinencia
en este campo, recogiendo variadas formulaciones sobre los modos
argumentativos en filosofía, y concluyendo en la propuesta de una lógica para
filósofos (una lógica civil -política-), una lógica informal interesada en mejorar
la calidad del discurso público, una “teoría” de la argumentación capaz de
considerar las condiciones críticas del uso de la razón: “[…] la transparencia
de las estrategias discursivas, simetría o equidad de las interacciones entre los
participantes, reconocimiento y respeto de la autonomía de cualquier agente
discursivo […] Pero, asimismo, otras condiciones de carácter cognitivo y
argumentativo, como la actitud de seguir las reglas de juego de dar y pedir
razones -incluida la discriminación entre mejores y peores razones, aunque
no se requiera el consenso sobre un determinado criterio, y la disposición a
rendirse a la fuerza del mejor argumento.” (2006, 17)
Lo dicho hasta aquí nos muestra entonces los distintos usos que puede
tener la argumentación, y estos usos pueden verse también en la historia de la
argumentación. Retrocedamos cerca de veintiséis siglos en el tiempo y veamos
cuál era la finalidad -el para qué- de la argumentación por ese entonces.
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I. Lógica griega
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V. Después de Frege
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Informal Falacias
Teorías de la argumentación
Razonamientos no deductivos
Lógica
Así, debemos considerar que los criterios de corrección e incorrección se
corresponden con una valoración particular de un tipo de razonamientos y
de un tipo de lógica, la formal y deductiva, donde la validez se decide por
métodos puramente lógicos, mientras que otros modos de seguimiento de
la conclusión (como el parcial o el psicológico, por ejemplo) son valorados
negativamente por el estudio de la lógica (formal y deductiva). Según los
tres ejemplos, podemos decir que mientras que en el Nº 3 la conclusión se
desprende absoluta y necesariamente de las premisas, en el Nº 1 lo hace sólo
parcialmente y en el Nº 2 sólo lo hace psicológicamente. De esta manera, la
corrección del argumento depende del “seguimiento” lógico que hay de la
conclusión sobre las premisas que la apoyan.
Como hemos visto, para diferenciar, de manera general por ahora, los
tipos de razonamientos, hemos comenzado por casos de argumentación en
contextos reales, cotidianos, como lo muestra el ejemplo de Federico que, a
partir de determinada información debe tomar una decisión sobre mudarse o
no. Ello nos permite ver que la argumentación es un proceso “natural” que se
da en nuestra vida diaria.
La lógica, como disciplina que estudia los argumentos en virtud de ciertas
pretensiones, dedica parte de su estudio a la argumentación en estos contextos
reales o cotidianos, e incluso también a argumentos como algunos propios
de las ciencias fácticas donde la evaluación de la corrección o incorrección
del argumento es una cuestión de grados. La equivalencia en el uso de las
nociones de razonamiento, argumento e inferencia que procede sobre todo
desde el campo de la lógica formal, tiene que ser ahora matizada por cuanto
especialistas en lógica informal sostienen que el concepto de argumento es
más amplio que el de razonamiento, tradicionalmente vinculado este último
a la idea de validez o corrección. Por el contrario, la noción de argumento
aparece en esta perspectiva asociada con criterios tales como “plausibilidad”,
y los argumentos son calificados como “fuertes” o “débiles”, “convincentes”
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En este punto cabe hacer dos aclaraciones. Como los argumentos de los
que vamos a tratar aquí son aquellos formulados en el lenguaje ordinario, este
apartado estará dedicado al estudio de las falacias materiales o informales,
dejando para más adelante (para el apartado correspondiente a la lógica formal)
el caso de las falacias formales que pueden ser formalizadas en un lenguaje
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entonces, según indica Asti Vera, recurriendo a una analogía jurídica, debe
haber intención -dolo- (tercera característica) de crear ese argumento. Es decir,
una falacia sería un argumento no pertinente, psicológicamente persuasivo y
construido intencionalmente para engañar. Con esta tercera afirmación nos
enfrentamos con un nuevo problema. Cualquier científico social habituado a
la investigación de campo podría certificar que no existen “intencionómetros”
(Asti Vera, 2008, 73). Inferir intenciones de actores sociales es una tarea
sumamente compleja y controversial. En este sentido, frecuentemente
carecemos de criterios apropiados para diferenciar un error argumentativo de
una intención “dolosa”. Así como en el ámbito del derecho penal se califican
las conductas de culposas o dolosas, reservando para la culpa el accionar
negligente pero sin intención de ocasionar un daño, y para el dolo la intención
de realizar la conducta de la que resulta el daño, analógicamente, podríamos
diferenciar las falacias “culposas” de las “dolosas”, según exista o no la
intención del argumentador de engañar al interlocutor. El problema es que,
en el contexto del análisis de los discursos argumentativos, la verificación
de las intenciones es aún más problemática que en el derecho penal, porque
habitualmente debemos inferir la intención sin tener la posibilidad de
interrogar ni a los testigos, ni al perpetrador de la falacia ni a su víctima. Sólo
podemos decir que algunos proferimientos específicos de una misma falacia
tienen una intención de engaño y otros son simplemente errores generados por
la impericia argumentativa del emisor, que sólo es “culpable” de negligencia
en el control y la verificación de sus razonamientos. Pero, lamentablemente, en
la mayoría de los casos no estamos en condiciones de determinarlo (Asti Vera,
2008, 74). De esta manera, creemos que algunos argumentos que cumplen
la condición de ser lógicamente defectuosos o no pertinentes (primera
característica) y psicológicamente convincentes (segunda característica), no
tienen la intención de engañar (tercera característica). Decidir cuál es el caso
excede el campo de la Lógica. Como jueces de los dichos de otras personas,
no siempre estamos en condiciones de reunir todas las pruebas para decidir
si hay o no intención de engañar o negligencia argumentativa. Éste es el caso
donde uno puede haberse convencido de la razonabilidad o plausibilidad de un
argumento, pero no advirtió que ello ocurría por un criterio psicológico y no por
uno lógico. Así, uno pudo haber caído en el error -creyendo en su corrección-
de convencerse por medio de un argumento (falaz), y posteriormente y sin
ninguna intención de engañar, sino sólo de convencer a otro, transmitirla a
un nuevo interlocutor. Así, una falacia puede producirse o bien con intención
de engañar o bien por error o inadvertencia en la argumentación, o bien por
“dolo” o bien por “culpa”, si seguimos con la analogía jurídica.
De esta manera, bajo el criterio que caracteriza a las falacias como
argumentos no pertinentes (tratando de alejarse de los criterios de la lógica
formal), o que incluso pueda ponerse en discusión si ellas mismas constituyen
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argumentos, podemos decir, en un sentido amplio, que de este modo, los tres
componentes básicos de un argumento falaz pueden caracterizarse como un
argumento:
1) No pertinente;
2) Psicológicamente persuasivo;
3) Construido por error o con la intención de engañar
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cual, sólo analizaremos los casos que consideramos más comunes de falacias
materiales.
La diferencia entre falacias de inatinencia y de ambigüedad radica en que
las primeras, además de ser argumentos persuasivos, tienen como característica
común que las premisas no son atinentes (desde el punto de vista lógico) para
establecer la conclusión, es decir, que la conclusión “no se sigue” de ellas.
Aquí habría que aclarar “en cualquiera de las posibles variantes interpretativas
del “no se sigue””, ya que el seguimiento es una condición argumentativa.
Las segundas, en cambio, se caracterizan por estar construidas a partir del uso
ambiguo o indeterminado de las palabras o de las afirmaciones que integran
el argumento, cambiando así sutilmente su significado entre las premisas
(Asti Vera, 2008, 74). Esta clasificación realizada por Copi entre falacias
de inatinencia y de ambigüedad no está, sin embargo, exenta de crítica. Si
afirmamos que una falacia de inatienencia se produce cuando la conclusión
no se sigue de lo dicho en las premisas (Copi, 1999, 83), entonces, como
bien advierte Comesaña, todas las falacias son de inatinencia, incluso las de
ambigüedad, ya que en todas las falacias las premisas no establecen de manera
adecuada (lógica) su conclusión (1998, 47). Si decimos además que en las
falacias de inatinencia la conclusión no se sigue de las premisas (bajo cualquier
variante interpretativa de “no se sigue”), entonces ni siquiera constituiría un
argumento o razonamiento, ya que la condición básica para la existencia de
un argumento es la del seguimiento entre premisas y conclusión (seguimiento
que bien puede ser lógico -deductivo- o no lógico -no deductivo).
Mantengamos sin embargo, a los fines didácticos, la clasificación más usual,
la que distingue entre falacias materiales de inatinencia y de ambigüedad. En
primer lugar presentaremos el listado completo de las falacias a tratar, y a
continuación nos dedicaremos al desarrollo pormenorizado de cada una de
ellas.
A) Falacias de inatinencia
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B) Falacias de ambigüedad
1) Falacia de equívoco
2) Falacia de composición y división
3) Falacia de énfasis
A) Falacias de inatinencia
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Por
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Esta sola expresión vale mil premisas para un argumento. Sin embargo,
alguien podría argüir que esto no constituye un argumento, ya que no cuenta
con dos partes diferenciadas donde una transfiere información a la otra. Se
trata aquí de un enunciado único y no de una secuencia de afirmaciones donde
una de ellas se siga (en este caso psicológicamente) de otra. A pesar de ello,
podemos decir que en este caso la conclusión es tácita, es decir, que se supone
y deriva veladamente, y que, en todo caso, al no ser indicada explícitamente es
el destinatario quien la “escucha” (recibe) de manera solapada e implícita. En
el ejemplo citado, si las personas reunidas en la plaza rechazaban a viva voz
lo dicho por Galtieri, indicaba que el pueblo no prestaba apoyo al “programa”
de recuperación de las Islas. En cambio, si aceptaban fervientemente esta
expresión, se desprendía de ello la aceptación unánime de la ciudadanía. Esto
último fue lo que sucedió. Y sobre la base de la aceptación popular (manipulada
por un “argumento” engañoso) se “decidió” -aunque seguramente ya lo habían
decidido antes los altos mandos militares- enfrentarse bélicamente al Reino
Unido para recuperar las Islas del Atlántico Sur.
Otro razonamiento de interés lo constituye el que los latinos denominaban
argumentum ad ignorantiam. El argumento consiste en dar por verdadera
una afirmación sobre la base de que no se ha podido demostrar que es falsa,
o dar por falsa una afirmación sobre la base de que no se ha podido probar
que es verdadera. Así encontramos recurrentemente argumentos acerca de
la existencia de los fantasmas, los ángeles, los gnomos o los extraterrestres
basados en los hechos de que nadie hasta ahora pudo probar que “es falso
que existan”. Copi lo ejemplifica con el argumento que sostiene que se
puede considerar probado que hay fantasmas puesto que nadie ha podido
demostrar que no los hay. También es falaz el argumento contrario: afirmar
la inexistencia de ciertas entidades bajo el argumento de que no se ha podido
probar hasta ahora su existencia. En estos casos, es posible afirmar o negar
la existencia de entidades o procesos, sociales o naturales, bajo la forma de
hipótesis provisorias.
Un caso que merece especial análisis, dada la trascendencia jurídica, es el
principio legal según el cual “toda persona es inocente hasta que se demuestre
lo contrario” que tanto Comesaña (1998, 61-63), como Asti Vera (2008, 80)
recuperan. Sin embargo, es inaceptable interpretar este presupuesto en el
siguiente argumento claramente falaz:
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persona “correcta”.
Así, esta falacia se comete porque el carácter personal de un hombre carece
de importancia lógica para determinar la verdad o falsedad de lo que afirma o
la corrección o incorrección de su razonamiento. Argüir que una proposición
es inadecuada o una afirmación es falsa porque es propuesta o afirmada por
determinada persona con determinadas características personales, es razonar
falazmente y hacerse culpable de sostener un argumentum ad hominem. Es
muy frecuente encontrar casos de argumentos que incurren en esta falacia que,
básicamente, consiste en desestimar la capacidad de argumentar del contrincante
aludiendo a su persona o a algún aspecto reprochable de su conducta social.
Los defectos morales de las personas o sus características físicas, las creencias
religiosas que adopta o sus convicciones políticas no son relevantes para
desestimar lo que dice ni para impedirle argumentar. Frecuentemente vemos
que los debates políticos derivan en un cruce de improperios y descalificativos
a las personas en lugar de dar lugar al intercambio de ideas. De hecho, parece
más efectivo desacreditar moralmente al interlocutor que hacer el esfuerzo por
comprender sus argumentos y refutarlos con mejores argumentos, es decir,
con argumentos mejor fundamentados que el simple descalificativo personal.
En la historia de las ciencias vemos que han sido frecuentes las teorías
descalificadas y hasta prohibidas por considerar descalificados a sus autores
como herejes, ateos, cristianos, judíos, musulmanes, trotkistas, stanlinistas,
marxistas o burgueses. El caso paradigmático es el de la persecución nazi a la
“ciencia judía” donde se refutaban las teorías según la pertenencia religiosa
de los científicos. Se dice, a veces, que este tipo de razonamiento comente la
falacia genética.
Copi distingue entre la falacia ad hominem ofensiva, que queda ejemplificada
en los casos que acabamos de examinar, y una variante que se presenta en
los casos identificados como argumentum ad hominem circunstancial (Copi,
1999, 85). Esta variante de la falacia contra el hombre corresponde a la relación
entre las creencias de una persona y las circunstancias que la rodean. Un
ejemplo clásico de esta falacia es la réplica del cazador al que se lo acusa de
barbarie por matar animales inofensivos para su propia diversión. Su réplica
consiste en preguntar al crítico: “¿por qué se alimenta Ud. de carne de ganado
inocente?”. Así, el cazador es culpable aquí de un argumentum ad hominem
circunstancial, porque no trata de demostrar que es correcto sacrificar vida de
animales inofensivos sino que su crítico no puede reprochárselo debido a la
circunstancia, en este caso, de que el crítico no es vegetariano. Otro ejemplo
puede darse cuando el interlocutor A afirma que “las empresas actualmente
en manos del Estado deben ser privatizadas”, y el interlocutor B, en vez de
dar “buenas razones” para rechazar esa afirmación, lo critica diciéndole:
“Eso es absurdo. ¿Acaso no es usted comunista?”. Estos argumentos no
ofrecen pruebas satisfactorias de la verdad de sus conclusiones, sino que sólo
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antes que otro, no se sigue, sin embargo, que el primero sea la causa, aún
cuando normalmente haya una sucesión temporal en la sucesión causal. Si las
cifras de aumento de consumo de alcohol en una población se advierten luego
de una catástrofe natural -por ejemplo, una sequía prolongada-, podemos
pensar que esta catástrofe deterioró el psiquismo de las personas y que por
eso recurren, como placebo, al consumo de alcohol. Si después de participar
de una peregrinación a un santuario, una persona consigue trabajo, puede ser
que considere que hubo un favor divino intercediendo en su suerte laboral.
Determinar cuáles son las causas de la emergencia de una protesta social o del
aumento del consumo de una bebida gaseosa puede ser tarea de sociólogos,
psicólogos o antropólogos sin que lleguen a un acuerdo. Difícilmente pueda
argumentarse que hay una causa única para contraer una enfermedad pero la
historia clínica del paciente es consultada por los médicos para determinar
un diagnóstico. La distinción entre buenas y malas razones para adjudicar
causalidad depende de nuestros sistemas de creencias y de lo que consideramos
“racional” o parte de un pensamiento mágico o supersticioso. Como en
todos los otros casos de falacias, identificarlas es parte de una tarea que
excede el campo de la lógica formal y que forma parte de nuestra capacidad
argumentativa.
Otro argumento falaz frecuentemente utilizado se conoce bajo el nombre
de argumentum ad baculum (Argumento a la fuerza o Falacia del garrote).
Aquí, bajo la modalidad de una argumentación, se expresa una amenaza
velada. Por ejemplo, si un alumno cuestiona la nota del examen a un profesor
y éste, en lugar de responder le pregunta “¿sabe Ud. que formo parte del
Comité Académico que decide la adjudicación de Becas para la compra de
materiales de estudio?” Aquí el profesor está, veladamente, amenazando al
alumno con castigarlo negándole una beca si lo importuna con un reclamo.
Si, por ejemplo, una adolescente pregunta por la causa por la cual no le dejan
volver de madrugada sola a su casa y recibe como respuesta de su padre “estoy
reconsiderando pagarte el viaje de egresada a Bariloche”, de manera explícita
la respuesta está orientada a disuadirla de seguir cuestionando la medida.
Cuando, desde los medios de comunicación, se instiga a reprimir a un sector
revoltoso de la sociedad como medida preventiva del desorden social, cuando
se trata de mostrar las ventajas de acordar con los acreedores para pagar una
deuda de intereses usurarios antes de caer en default o se propugna la idea
de establecer la pena de muerte para evitar que ocurran crímenes violentos,
se está recurriendo a argumentos ad baculum, ya que en todos estos casos se
presiona con la inminencia de un mal mayor si no se toman estas medidas a
tiempo.
El argumentum ad misericordiam (argumento a la piedad), por su parte,
es otra forma argumental falaz muy frecuente en la vida cotidiana. Esta falacia
se produce cuando un interlocutor apela a la piedad, a la lástima, para dar
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fuerza o sustento a una afirmación con el objetivo de que sea aceptada por
el destinatario. De esta manera, consiste en apelar a la piedad para lograr que
se acepte una determinada conclusión. Según Comesaña, el poder persuasivo
de este tipo de razonamiento es extremadamente alto, ello parece deberse a la
capacidad de las apelaciones a la piedad de generar una fuerte empatía en la
audiencia a la que se dirige el discurso (1998, 78). Frecuentemente se reco
noce este argumento en algunos alegatos de juicios orales, toda vez que un
abogado defensor deja de lado los hechos que atañen al caso y trata de lograr
la absolución de su cliente despertando piedad en los miembros del jurado.
Así, por ejemplo, si se argumenta que un asesino tuvo una infancia horrible
(y se nos cuenta esto con detalles escabrosos) es posible que sintamos que
si nosotros hubiéramos vivido su vida, habríamos hecho las mismas cosas o
cosas peores que las que él hizo. Si se pretende que a partir de ciertos hechos de
la vida del asesino se siga que no ha cometido los crímenes que (supongamos)
sabemos que cometió, entonces se está haciendo un razonamiento falaz de este
tipo. Sin embargo, Comesaña señala que detectar una apelación a la piedad en
un razonamiento, no significa inmediatamente detectar una falacia.
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Con esto Hume afirma que en todos los sistemas de moralidad las respuestas
a preguntas prácticas se deducen de afirmaciones relativas a cómo son las
cosas, y en consecuencia, esta es una forma de razonar ilegítima, no lógica,
puesto que la conclusión de un razonamiento deductivo no puede contener algo
que no esté ya en sus premisas. Es decir, no se puede pasar -deductivamente-
de una descripción de hechos, del estado de ser de las cosas, al deber ser.
Así, por ejemplo, tampoco es legítimo razonar que, dado que los seres
humanos han sido clasificados por su sexo en género femenino y masculino,
todos los seres humanos deban ser femeninos o masculinos. Aquí es claro el
pasaje ilegítimo de un enunciado de hechos a uno normativo.
A esta imposibilidad lógica de deducir una proposición prescriptiva,
normativa, moral de una o una serie de proposiciones descriptivas, de hechos,
ha sido calificada por Popper como el más simple e importante punto sobre
la ética.
La recepción de la obra de Hume en el siglo XX se dedicó a profundizar
esta cuestión y mostró que había un abismo insalvable entre el orden fáctico y
el orden normativo, es decir, entre el orden del ser y el del deber. Esta forma
de razonar “ilegítima” -lógica o deductivamente, hablando-, que pretende
fundamentar proposiciones morales (del deber) a partir de proposiciones
fácticas (de los hechos), ha sido por muchos denominada erróneamente bajo
el nombre de “falacia naturalista”. Y decimos erróneamente ya que la noción
de “falacia naturalista” ha sido acuñada por George Moore recién en 1903, en
su obra Principia Ethica, y lo hace para dar cuenta de otra cuestión: la de la
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B) Falacias de ambigüedad
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Esquemáticamente:
La muerte es el fin de la vida (premisa)
El fin de una cosa es su perfección (premisa)
Por lo tanto, la muerte es la perfección de la vida (conclusión)
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¿En qué lugar se comete aquí el equívoco? Según indica Comesaña, puede
sostenerse plausiblemente que “obligatorio” debe usarse en dos sentidos
distintos para que ambas premisas resulten plausibles. Así, “obligatorio”
pasaría de significar “prescrito por la ley” en la primera premisa a “moralmente
obligatorio” en la segunda (1998, 84). La equivocación es tan sutil que quien
propone el argumento puede incluso sostener que ambos significados son
equivalentes.
Hay un tipo particular de equívoco que se relaciona con los términos
“relativos” o “vagos”, que tienen diferentes significados en contextos
diferentes. Por ejemplo, la palabra “alto” es un término “relativo” o “vago”; un
hombre alto y un edificio alto están en categorías completamente distintas. Un
hombre alto es el que es más alto que la mayoría de los hombres; un edificio
alto es el que es más alto de la mayoría de los edificios. Así, por ejemplo,
“Un elefante es un animal. Por lo tanto, un elefante pequeño es un animal
pequeño” (Coppi, 1999, 106), constituye una falacia por cuanto el problema
aquí radica en el término “pequeño” que es un término vago. Y un elefante
pequeño es igualmente un animal muy grande. Así, se trata de una falacia
de equívoco, debido al término relativo “pequeño”. Del mismo modo, una
pequeña cantidad de sal para condimentar un plato de sopa no es equivalente,
en peso, a una pequeña cantidad de arena para construir una pared.
Sin embargo, no todos los equívocos donde entran términos relativos son
tan obvios. La palabra “bueno” es un término vago y con frecuencia se lo usa
equívocamente, por ejemplo, cuando se arguye que “Fulano de Tal sería un
buen presidente porque es un buen general”, o “debe ser una buena persona
porque es un buen matemático”, o “es un buen maestro porque es un buen
investigador”. En este tipo de falacia se suele caer con mucha frecuencia en la
vida cotidiana, y es importante poder distinguir esto para poder observar y/o
construir razonamientos correctos de aquellos que sólo parecen serlo (desde el
punto de vista lógico-deductivo).
Otros argumentos falaces de ambigüedad que revisten especial interés son
las falacias de composición y división.
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Capítulo 4: Argumentación
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Capítulo 4: Argumentación
ARGENTINA MAÑANA:PARO
ENTRA EN TOTAL DE
DEFAULT ACTIVIDADES
Esto es lo que temen para los años Se está planteando desde algunos
venideros los especialistas del FMI sectores sindicales.
Las autoridades del FMI y del Banco La UOM y la UTA se sentarán a dialogar
Mundial temen que la Argentina con el fin de evaluar la viabilidad de un
pueda entrar en cesación de pagos si paro para el día de mañana, en caso de
el año próximo no cumplieran con sus fracasar las negociaciones que se llevarán
obligaciones…. a cabo el día de hoy con el Gobierno…
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[…] hasta qué punto se puede ciertamente esperar que la lógica sea una
ciencia formal y sin embargo retenga la posibilidad de ser aplicada en
la evaluación crítica de argumentos reales. (Toulmin, 2007)
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Capítulo 4: Argumentación
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Dato (D): son los elementos probatorios que proporcionamos como base de
la afirmación efectuada, como base de la conclusión (C). Utiliza la expresión
“data”. En una obra posterior prefirió usar la palabra “grounds”, que puede
traducirse como “bases”, “fundamentos” o “razones”, concepto que se acerca
mucho más a la tradicional noción de premisa.
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Capítulo 4: Argumentación
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D Por lo tanto, C
Porque G
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Capítulo 4: Argumentación
D Por lo tanto, M, C
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Alguien podría advertir casi sin dificultad que el esquema básico “D-G-C”
parece corresponder a un modo silogístico (a un razonamiento deductivo). Es
lícito preguntarse entonces si -al menos en argumentos que puedan exponerse
sólo a través de las tres instancias básicas- la propuesta de Toulmin significa
algo más que una mutación terminológica respecto de un argumento silogístico.
En defensa de esta posible crítica, Toulmin presenta diferentes alegatos. En
primer lugar, considera que el esquema de la lógica formal tiende a generar
una apariencia de uniformidad (bajo la universalidad de la forma lógica)
entre argumentos procedentes de campos diversos, etiquetando, además,
con el rótulo común de “premisa” a los diversos elementos que apoyan a la
conclusión. Alega que su “lógica práctica” permite hacer transparente la
diferencia central entre una “premisa singular” (D) y una “premisa universal” (G),
diferencia que no tendría que ver sólo con la cantidad, sino -fundamentalmente-
con la función sustancialmente distinta que cumplen en el argumento. Una
premisa singular (D) transmite la información a partir de la cual se extrae la
conclusión; una premisa universal (G), en cambio, no expone información, sino
que ofrece una garantía o justificación de acuerdo con la cual se puede pasar
legítimamente del dato a la conclusión. Esto es, a diferencia de una premisa
individual, no presenta un respaldo fáctico sino una justificación hipotética
general. Toulmin considera que aún el problema de la presencia o ausencia
de contenido existencial de los enunciados universales podría resolverse a la
luz de estas distinciones: el tipo de respaldo que proporciona a la conclusión
podría orientarnos sobre las implicaciones existenciales: sencillamente,
algunas veces “Todo A es B” poseería implicaciones existenciales y otras veces
no. Sostiene asimismo que la lógica formal ha impuesto un molde engañoso
y estrecho, subsumiendo a una importante variedad de proposiciones bajo
las formas “Todo A es B” y “Ningún A es B”, esquemas excluyentes que no
contemplarían las variedades que el habla concreta establece respecto de los
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Capítulo 4: Argumentación
Pero también puede servir como garantía (G), lo que demandaría exponerla
de este modo:
Puede considerarse con casi total certeza que un argentino no será pai
umbanda.
Pedro S. es argentino.
Ningún argentino es pai umbanda;
luego, con certeza, Pedro S. no es pai umbanda.
(Ej. 1)
Pedro S. es argentino.
La proporción conocida de argentinos que son pai umbanda es cero,
luego, con certeza, Pedro S. no es pai umbanda.
(Ej. 1a)
O bien:
Pedro S. es argentino.
Con total certeza un argentino no es pai umbanda,
luego, con certeza, Pedro S. no es pai umbanda.
(Ej. 1b)
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Capítulo 4: Argumentación
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Las metas de
El tipo de procedimiento apropiado para cada área disciplinar
argumenta-
depende de las metas propuestas dentro de cada ámbito.
ción
Biología Letras
Biología Letras
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Capítulo 4: Argumentación
Biología Letras
Biología Letras
Cabe aquí hacer al menos dos observaciones. Por un lado, como indican
Molina y Padilla (2012), es claro que en una etapa u otra la “exactitud”
argumentativa puede encontrarse en cualquier área disciplinar. Ahora bien,
esto ya había sido reconocido por Aristóteles en la Ética Nicomáquea al
advertir que el grado de rigurosidad en la argumentación entre diversos modos
de saber está atado a ese propio saber, lo que no implica que uno sea más
exacto que el otro, sino que a cada cual le corresponde su exactitud (1094b
20-25). En este sentido, podemos preguntarnos, ¿hasta qué punto entonces
el grado de formalidad, de precisión y de resolución no dependen en gran
medida de las metas de la argumentación?
Por otro lado, nos permitimos poner en cuestión las características que las
autoras establecen a los cuatro rasgos de la Biología, por cuanto, sobre todo
en el caso de las ciencias de la naturaleza, hablar de evidencia, precisión,
univocidad y respaldo empírico nos conduce a mentar una concepción
epistemológica ingenua (y realista ingenua) que no atiende al carácter
netamente interpretativo que tienen esas nociones. La evidencia, precisión,
univocidad y respaldo empírico se logra, si fuera el caso, desde un determinado
marco conceptual que nos permite interpretarlos como tal, como bien lo ha
señalado Hanson, y posteriormente Kuhn.
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Capítulo 4: Argumentación
Por ejemplo:
Todos los planetas hasta ahora observados son opacos (no tienen luz
propia). Por lo tanto, todos los planetas son opacos.
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A1 tiene la característica B
A2 tiene la característica B
A3 tiene la característica B
…
An tiene la característica B
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Capítulo 4: Argumentación
verdaderas aun cuando las premisas lo sean. Como señala Ynoub, “La regla
se puede cumplir en n casos, y sin embargo, nunca sabremos si en el n + 1 se
cumple” (2014, 70).
En ocasiones, el uso de argumentos inductivos para hacer predicciones o
pronósticos, a partir de hipótesis cuyo valor es probabilístico, da lugar a la
imputación de falacias, ya que se espera que en las premisas, aparte de una
cantidad considerable de casos, se los seleccione con algún criterio de calidad.
Se denomina “falacia de estadística insuficiente” cuando la muestra que
sirve de base a una inducción contempla pocos casos, y “falacia de estadística
sesgada” cuando los casos no son representativos de toda la clase, es decir no
tienen calidad (Asti Vera–Ambrosini, 2009, 65-67).
Así, por ejemplo:
Los individuos A1, A2, A3, … An, argentinos, que viven en la Ciudad de
Buenos Aires, han indicado que su comida favorita son las pastas, por
lo tanto, todos los argentinos tienen como comida favorita las pastas.
nos pone en presencia de una falacia de estadística sesgada, por cuanto para
derivar dicha conclusión, debería haberse tomado una muestra que incluyera
a una clase representativa, y no sólo a una parte.
Esta forma puede dar casos de premisas verdaderas y conclusión falsa, por
ejemplo:
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Capítulo 4: Argumentación
Por ejemplo:
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Capítulo 4: Argumentación
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En la lógica actual se entiende que el término “inferencia” refiere directamente a
“deducción”, en tanto se llama “inferencia” a la aplicación de una regla de transformación
de fórmulas que permite pasar de una fbf (fórmula bien formada) a otra. Sin embargo,
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Capítulo 4: Argumentación
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2) La abducción es el proceso de formación de una hipótesis explicativa.
Es la única operación lógica que introduce una idea nueva [...] La
abducción simplemente sugiere que algo puede ser.
(Peirce, CP, 5,171-172)
Se da el fenómeno A
H (la hipótesis) es la mejor explicación de A
Por lo tanto, H
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El reloj de Peirce
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Capítulo 4: Argumentación
1) Por una parte tenemos a la “víctima”: debe ser un ser viviente en tanto
el ritual consiste en su sacrificio. En los orígenes de la cultura estas víctimas
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solían ser sujetos humanos, pero luego fueron desplazándose hacia animales u
objetos que representaban a estos seres vivientes;
2) La víctima por lo general es preparada, acicalada, adornada para el ritual;
3) El ritual consiste en una ceremonia en la que se realiza el sacrificio. Este
debe realizarse en presencia del grupo, se trata de una ceremonia colectiva;
4) Luego del sacrificio el grupo introyecta efectiva o simbólicamente a la
víctima;
5) La realización del ritual tiene efectos consagratorios para el grupo
y/o algunos de sus miembros: instituye un nuevo estado de cosas y los que
participan en él se inscriben (o reafirman su inscripción) como miembros de
ese grupo.
Hecha esta somera descripción, se trata ahora de aplicar el método de análisis,
según el cual deberemos identificar las correspondencias entre este modelo y
el material a interpretar; en este caso, el ritual de cumpleaños y de modo más
específico el ritual de la «torta de cumpleaños»:
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Capítulo 4: Argumentación
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-técnico o artificial;
-son evaluados por la lógica (si entendemos por tal que hay sólo una) o
por la lógica formal (cuando creemos que hay varias lógicas).
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Capítulo 4: Argumentación
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En realidad, tanto los lenguajes “naturales” como los “formales” son artificiales, pero el
proceso de formación del primero es espontáneo, mientras que en el segundo es ex profeso.
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Capítulo 4: Argumentación
a) Símbolos formales
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CUANTIFICADORES
Cuantificación Cuantificador
universal universal
(para todo…; “Λ”, “∀”
todos/as…; los/as…)
(para ningún…;
ninguno/a…) “¬ Λ”, “¬ ∀”
Cuantificación Cuantificador
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Capítulo 4: Argumentación
existencial existencial
(para algún…; hay…; “V”, “∃”
existe un…)
(no existe ningún…;
no hay…) “¬ V”, “¬ ∃”
SÍMBOLOS NO LÓGICOS
SÍMBOLOS AUXILIARES
Paréntesis: (, )
Corchetes: [, ]
Términos:
1) una constante individual es un término.
2) una letra funtorial seguida de n términos, siendo n ≥ 1, es un término.
Ejemplos de términos: -, ⊃, p, q, etc.
Fórmula atómica:
1) Una letra enunciativa es una fórmula atómica.
Ejemplos de fórmulas atómicas de la lógica propisicional: p, q, r, etc.
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Fórmula proposicional:
Una fórmula o expresión bien formada (fbf) del lenguaje formal es un símbolo
o una serie de símbolos de la tabla que se atiene a las siguientes reglas de
formación de fórmulas:
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Capítulo 4: Argumentación
Negación
El símbolo “¬” o “–” o “~” recibe el nombre de negador y puede ser considerado
como la traducción al lenguaje formal de la partícula “no”, “no es cierto que”,
“no se da el caso que”, u otras formas sinónimas del lenguaje ordinario.
Al adosar el negador a una expresión enunciativa cualquiera, por ejemplo, a la
variable “p” el resultado es la negación de ésta: “-p”, que se lee como “no p”
o “no es cierto que p” o “es falso que p”. Así, al negar un enunciado, nuestra
intención es decir que ese enunciado es falso.
Así, por ejemplo, si tenemos el enunciado “está lloviendo”, podemos traducir
ese enunciado por la partícula “p”. Ahora bien, si queremos decir que “no
está lloviendo” (“-p”), al adosarle el negador, estamos negando el enunciado
anterior, con lo cual estamos diciendo que “no es cierto que llueve”.
Conjunción
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Disyunción
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Capítulo 4: Argumentación
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Si prescindimos del contenido, esto es, si nos quedamos sólo con la forma o
estructura simbolizada del enunciado, entonces nos encontramos con que para
la implicación (si...entonces) se traduce o formaliza de la siguiente manera:
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Capítulo 4: Argumentación
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Capítulo 4: Argumentación
Las leyes lógicas son reglas del lenguaje. Si se supone que el lenguaje es
un conjunto de convenciones, de símbolos, por medio de los cuales hablamos
acerca de lo real, se concluye que las leyes lógicas son asimismo reglas que
regulan el uso de esas convenciones.
No hay pues conflicto entre lógica y realidad, pero no hay tampoco
identificación de la una con la otra o derivación de una partiendo de otra. De
hecho, no hay una lógica, sino muchas lógicas posibles; la adopción de una
de ellas depende de su capacidad para operar sobre ciertos aspectos de lo real.
Las operaciones lógicas, y en particular las leyes lógicas, se aplican pues al
orden de la realidad o a los distintos órdenes de la realidad de modo parecido
a como “aplicamos” un mapa a la realidad para nuestra mejor orientación
en ella. El mapa nos proporciona un cierto conocimiento de lo real, pero no
nos dice lo que la realidad es, sino únicamente cómo puede ser estructurada.
Por eso podemos hablar lógicamente acerca de lo real sin por ello suponer ni
que imponemos -por convención o por necesidad- nuestro pensar lógico a la
realidad, ni que nos limitamos a reflejar pasivamente las estructuras de esta
realidad.
Como ya sabemos, se considera a Aristóteles el fundador de la lógica (o
al menos su primer gran sistematizador), aunque no usó esta palabra. En sus
escritos destinados a este tema se llamó, llamó “principios lógicos” a sus reglas
o leyes. Consideró que no necesitaban demostración y se deberían admitir
como verdades evidentes. Estos principios serían la base del pensamiento, y
su violación anularía la posibilidad de estructurar un lenguaje.
Las leyes lógicas, en la denominación actual, son simples tautologías
(tautos, en griego significa “lo mismo”). No se puede hablar de su coinciden
cia con lo real, pues son fórmulas enteramente vacías. En la concepción actual
de la lógica, estas leyes se admiten como las leyes más generales de la lógica.
En la lógica simbólica y formal no se admite el criterio de evidencia. No hay
proposiciones verdaderas porque su verdad “se hace patente al pensamiento”
o se manifiesten de por sí. En cambio hay proposiciones que se admiten como
punto de partida en un sistema. A estas proposiciones se las llama “axiomas”
y las proposiciones que se deducen, dentro de un sistema de reglas, se llaman
“teoremas” (conceptos y formulaciones que serán tratados en detalle en el
próximo capítulo dedicado a las ciencias formales). Al ser admitidas como
punto de partida, no se discute la cuestión de su verdad. Básicamente podemos
formular tres leyes lógicas: la ley de identidad, la de no contradicción y la de
tercero excluido.
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Así, se denomina ley lógica a toda forma proposicional tal que al sustituir
sus variables por constantes da por resultado una proposición verdadera. Por
ejemplo:
Todas las tautologías son leyes lógicas, ya que son enunciados verdaderos
en virtud de su estructura lógica, independientemente de qué signifique “p”.
Desde la perspectiva contemporánea no hay leyes lógicas más importantes
que otras.
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Capítulo 4: Argumentación
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A⊃B
A
A⊃B
-B
-A
A⊃B
B⊃C
A⊃C
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Capítulo 4: Argumentación
A
B
A.B
Esta regla puede ser interpretada como: “dada la afirmación de dos proposiciones
“A” y “B”, podemos afirmar la conjunción de ambas “A y B””
A.B A.B
Simp.1 Simp.2
A B
Así, “dada una conjunción “A y B”, podemos afirmar cualquiera de sus miembros
por separado. Podemos afirmar “A” y podemos afirmar, separadamente “B””
A B
Ad.1 Ad.2
AvB AvB
“Dada una fórmula cualquiera “A” o “B”, es posible añadirle cualquier otra
mediante una disyunción, resultando “A o B””
AvB AvB
-A o -B
B A
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“Algunos hombres son mortales, por lo tanto, todos los hombres son
mortales”
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Capítulo 4: Argumentación
Si es un tigre, es un mamífero
Si es un mamífero, tiene pulmones
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Según hemos podido ver entonces, la lógica formal establece los criterios
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Bibliografía
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Capítulo 4: Argumentación
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