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El modernismo literario 1890-1920

El modernismo es un movimiento literario surgido en Hispanoamérica hacia


1880. Su principal objetivo estético fue la búsqueda de la belleza como medio
para huir de la realidad cotidiana, intentan mostrar su desacuerdo con el
materialismo de la sociedad burguesa.

Durante los últimos años del siglo XIX se produce una gran renovación en las
prácticas literarias y en las corrientes estéticas, cuyo principal escenario es
Buenos Aires, que aceleradamente comienza a introducir los ritmos de la
ciudad moderna. Momento de grandes cambios políticos, culturales y sociales
que, originados en gran medida por las olas inmigratorias, producen un proceso
de creciente urbanización y alfabetización, un desarrollo comercial y
administrativo, y varias formas de democratización que van creando las bases
del moderno público masivo. La existencia de este público, nacido de las
campañas de alfabetización, se articula con el surgimiento de la prensa
popular, cuyas primeras manifestaciones son el aumento decisivo de la oferta
periodística y la proliferación de revistas. En esta expansión de la prensa se
ubica el nacimiento de la revista Caras y caretas (1898), dirigida por José Sixto
Alvarez (1858-1903) —más conocido como Fray Mocho—, cuyo gran hallazgo
es la mezcla miscelánea de caricaturas e ilustraciones junto con gran cantidad
de temas nacionales y extranjeros que abarcan desde noticias sociales, notas
de interés general, pastillas sobre la moda, hasta consejos sanitarios. Junto a
esta mezcla de notas, la revista publica textos literarios, provenientes también
de estéticas diferentes: modernismo, literatura costumbrista, realista o rural

El género predominante es el costumbrismo, cuyo mayor exponente es Fray


Mocho, el primer escritor profesional de la Argentina, cuyos textos más
importantes son Esmeraldas. Cuentos mundanos (1885), Memorias de un
vigilante (1897), Un viaje al país de los matreros; Cinematógrafo criollo (1897) y
la recopilación de Cuentos de Fray Mocho (1906). En sus cuadros de
costumbres, el narrador es espectador, observador o conversador, cualidades
que lo habilitan para conocer a los habitantes de su ciudad y caracterizarlos en
sus rasgos más sobresalientes. A través de un tipo se estudia el aspecto físico,
psicología, costumbres y vida de un carácter representativo de una clase social
o de un estrato ideológico o profesional. Fray Mocho asume el rol de
espectador; teoriza y filosofa acerca de lo observado y resuelve con eficacia la
relación del lenguaje coloquial y el lenguaje literario, convirtiendo los diferentes
registros del habla porteña, tanto el lunfardo como el de las capas medias, en
material narrativo.El modernismo fue un movimiento de reacción contra el
romanticismo trasnochado y la rigidez del idioma castellano ante nuevas
orientaciones culturales. En este intento profundo de renovación y actualización
del lenguaje influyeron ideas y movimientos heterogéneos. El estudioso Pedro
Henríquez Ureña sostiene que renovó integramente las formas de la prosa y de
la poesía: vocabularios, giros, tipos de verso, estructura de los párrafos, temas
y ornamentos. El verso tuvo desusada variedad, como nunca la había conocido
antes, se emplearon todas las formas existentes y se crearon otras nuevas.
Esta revolución estética se inició en la Argentina en 1893, año en que por vez
primera llega a Buenos Aires el nicaraguense Rubén Darío. El poeta ya era
conocido en nuestro medio por su libro Azul, que publicó en 1888 durante su
estada en Chile, y por sus colaboraciones enviadas al diario "La Nación", a
partir de 1889. Fue recibido como un maestro y agasajado en el culto ambiente
intelectual y por la bohemia de la ciudad. Se ha comprobado que el
modernismo debe sus comienzos al cubano José Martí (1853-1895) y al
mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), que iniciaron a través de la
prosa un proceso de actualización literaria, antes que Darío hiciera conocer sus
libros Azu/ —en prosa y verso— y Prosas profanas, en verso.

El escritor nicaraguense fue un conocedor profundo del idioma castellano y


basado en su vinculación con los poetas franceses de las escuelas simbolistas
y parnasianas renovó la métrica y combinó versos que hasta su época eran
inconciliables —el endecasílabo y el alejandrino— y utilizó el de nueve sílabas,
muy poco empleado. Se considera a Darío como el maestro del modernismo, el
primer gran poeta exquisito de nuestro idioma —según Rodó— cuya influencia
se esparció por América y España.

La tendencia modernista expresó una voluntad de cambio y también de


disconformidad a lo español, reaccionó contra la expresión fácil para inclinarse
al virtuosismo y su génesis no fue directamente importada de Europa, sino que
surgió de un proceso literario americano y argentino. Por vez primera —escribió
Amado Alonso— América asume la dirección poética en la lengua española. El
movimiento literario no sólo recibió influencias de los parnasianos y simbolistas
franceses, sino también de las mitologías griega, germánica, nórdica y
precolombina.

Los modernistas renovaron el lenguaje poético y por medio de símbolos e


imágenes expresaron con otro sentir la realidad. Muy sensibles y guiados por la
imaginación se refugiaron en mundos del pasado irreal o lejano. Por esto, lo
exótico es uno de los caracteres de esta escuela que incluyó en su temбtica la
Grecia eterna, el lejano Oriente, Francia en la época borbónica y mitos
clásicos, germánicos y precolombinos.

En el año 1890 y en un escrito, es Rubén Darío el que se refiere al modernismo


como una corriente del pensamiento literario y poco más tarde —en 1899—
esta palabra fue incorporada al Diccionario de la Real Academia Española a
instancias del sabio polígrafo Menéndez y Pelayo.

El ambiente propicio de Buenos Aires

Sabemos que el modernismo se inicia en la literatura argentina en agosto de


1893 con la primera llegada de Rubén Darío a Buenos Aires. Desde ese
momento hasta fines de 1898 en que partió para España, la ciudad porteña —
que él denominó Cosmópolis— le brindó su generosa hospitalidad y propicio
ambiente cultural. Así lo reconoció el poeta al escribir: "Fue para mí un
magnífico refugio la República Argentina, en cuya capital, aunque llena de
tráfagos comerciales, había una tradición intelectual y un medio más favorable
al desenvolvimiento de mis facultades estéticas."

La unánime simpatía con que fue recibido Darío en nuestros círculos


intelectuales también contó con la adhesión del periodismo. Así lo expresó
Joaquín V. González desde las columnas de "La Prensa" y Julio Piquet por
intermedio de "La Nación". Aunque algunos objetaron principios de la estética
modernista más tarde reconocieron la importancia y méritos de la nueva
escuela literaria, particularmente después de la publicación de Prosas profanas
(1896), el libro de versos que provocaría un gran cambio en la literatura de
América.

Desde sus comienzos, el modernismo encontró en Buenos Aires un ambiente


cultural que favoreció su aceptación. Colaboraron en este proceso la apertura
de la Facultad de Filosofía y Letras, la revista "La Biblioteca" que dirigió Paul
Groussac, el número creciente de periódicos, un mayor interés por los ideales
de la cultura y la gradual decadencia de la poesía posromántica. En esas
épocas, la capital argentina ya era una capital pujante en ostensible
crecimiento, dirigida por una alta burguesía. Esta élite que en principio había
apoyado el aluvión inmigratorio, hacia 1885 comenzaba a demostrar su
desagrado ante la influencia extranjerizante en las costumbres y el idioma. Sin
embargo, no por esto el lujo y la ostentación como también los inevitables
viajes a Europa —especialmente a Francia— dejaron de ser factores
predominantes de los altos círculos.

Por otra parte, después de la revolución de 1890 se consolida en nuestro país


una heterogénea clase media, surgida de la inmigración, integrada en mayoría
por hombres cultos —escritores, profesionales, educadores—- que se inclinan
en favor de los humildes y proponen nuevas soluciones sobre la base de las
doctrinas del radicalismo y del socialismo. También se inicia la lucha del
proletariado ante la agitación de los anarquistas y en distintos barrios de la
capital se abren centros obreros y bibliotecas con obras de literatura
izquierdista.

La llegada de Rubén Darío a Buenos Aires despertó interés en los medios


intelectuales, no sólo entre la alta clase social sino también en los cenáculos
literarios de cafés y tertulias a las que asistían periodistas y artistas
desplazados. La bohemia porteña adhirió al modernismo y provocó una
especie de nivelación social y cultural, al agrupar a los poderosos patricios con
hombres que bregaban por nuevas formas políticas.

Es evidente que el modernismo surgió de situaciones estéticas comunes a un


período de rebeldía social y política y esto explica la mentalidad revolucionaria
y disconforme de algunos destacados representantes de esta escuela literaria
en nuestro medio

La difusión del modernismo


 Para que la tendencia modernista cobrase impulso fue necesario que sus
seguidores utilizaran en favor de la escuela, revistas literarias, periódicos,
diarios, libros y tertulias culturales. La primera en iniciar la lucha por la difusión
fue la "Revista de América" —de efimera existencia— que fundaron Rubén
Darío y Jaimes Freyre en 1894, con el propósito de convertirla en órgano de la
generación nueva. Al año siguiente comenzó la publicación de la revista
semanal titulada "Buenos Aires" y, en 1896, "La Biblioteca", a iniciativa de Paul
Groussac, estudioso francés que si bien no adhirió al movimiento, pues
respondía a la orientación ideológica de la generación del 80, permitió que en
sus páginas colaboraran varios representantes del modernismo.

En 1898 apareció la revista el "Mercurio de América" que fundó Eugenio Díaz


Romero y cuya finalidad era mantener el espíritu de la innovación. Entre sus
colaboradores figuraron Darío, Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, José
Ingenieros y otros. También deben citarse las revistas tituladas "Atlántida", "La
Quincena" y "La Montaña", esta última de tendencia anarquista fundada por
Lugones e Ingenieros.

En la difusión de los objetivos literarios modernistas colaboraron los diarios "La


Prensa" y "La Nación", al publicar trabajos de escritores argentinos y versos
originales de poetas franceses. Otros impresos difusores fueron "El Almanaque
Sud-Americano" (1877) y "El Almanaque Peuser" (1888).

El Ateneo de Buenos Aires o asociación de carácter literario y artístico, surgió


como centro de difusión cultural en una de las periódicas reuniones que se
efectuaban en la residencia del poeta Rafael Obligado. En el trascurso de una
asamblea realizada el 23 de julio de 1892 nació bajo la presidencia provisional
de don Carlos Guido y Spano.

A principios de abril del año siguiente, El Ateneo se instaló en el edificio situado


en la Avenida de Mayo esquina Piedras, presidido ahora por el poeta Calixto
Oyuela, quien en el mes de agosto —en una reunión que contó por vez primera
con la asistencia de damas—pronunció un discurso sobre el tema: La raza en
el arte.

Aunque la institución estaba dirigida por un grupo de tradicionalistas, permitió el


diálogo con las nuevas corrientes estéticas, quienes finalmente no tardaron en
imponer sus principios renovadores.

La mayor parte de los escritores de la generación que dio impulso al


modernismo en la Argentina cultivaron indistintamente la prosa y el verso, en
consecuencia no sería correcto separarlos para su estudio de acuerdo con su
forma de expresión, sin embargo, pueden dividirse teniendo en cuenta el
aspecto en que más se destacaron dentro de su labor literaria. La escuela
modernista prolongó su influencia en nuestro medio hasta la época de la
muerte de Rubén Darío (1916) para luego dar curso a otras corrientes estéticas
.

Entre el grupo de poetas debe citarse a Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz,


Ricardo Jaimes Freyre —nacido en Bolivia aunque publicó casi toda su obra en
nuestro país—, Eugenio Díaz Romero, Antonio Lamberti, Carlos Ortiz, Martin
Goycoechea Menéndez, Carlos Becú, Matías Behety y Diego Fernández
Espiro. Entre los prosistas Angel de Estrada —que también fue poeta—,
Enrique Larreta, Alberto Ghiraldo y Manuel Ugarte

La generación del Centenario

 Hacia 1910 nace la denominada "generación del centenario". Un componente


importante dentro del clima ideológico de ese momento es el hispanismo: el
espíritu de conciliación hacia España y la herencia española que tomó auge
particularmente después de la guerra hispano-norteamericana, abre paso a una
nueva visión del pasado y alimenta el mito de la raza. Esta nueva actitud
aparece tanto en La restauración nacionalista (1922), de Ricardo Rojas, como
en El solar de la raza (1913), de Manuel Gálvez, donde señala que "ha llegado
ya el momento de sentirnos argentinos, de sentirnos americanos y sentirnos en
último término españoles, puesto que a la raza pertenecemos". El otro
componente es el nacionalismo cultural que, en el marco de una
modernización, secularización e inmigración crecientes, lleva a la búsqueda de
una tradición nacional propiamente literaria. Representantes de la reacción
nacionalista son Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones y Manuel Gálvez.

Estas tendencias encuentran su momento de cristalización a partir del


establecimiento del Martín Fierro de José Hernández como texto fundador de la
nacionalidad. A partir de esta lectura, el gaucho deja de ser el representante de
una realidad bárbara que hay que dejar atrás en la marcha hacia la civilización,
y se convierte en el símbolo con el que se trama una tradición nacional que el
mismo progreso y la inmigración amenazan con disolver. La búsqueda por una
identidad nacional lleva, desde diferentes sectores, a una revalorización del
Martín Fierro, cuyo punto de condensación son las conferencias de Lugones de
1913, publicadas en 1916 bajo el título El Payador. Lugones da respuesta a
una pregunta que formaba parte de las preocupaciones que anidaban en el
espíritu del centenario acerca de la existencia de un poema épico que
condensara y resumiera el principio original de la nacionalidad, dado que
encuentra en el Martín Fierro ese poema épico fundador de la nacionalidad en
el cual su héroe —el payador— sintetiza la vida heroica de la raza.

Las dos primeras décadas de la presente centuria integran en la literatura


argentina el período del postmodernismo o de la "Generación del Centenario",
por cuanto este movimiento cultural heterogéneo desarrolló parte de su
actividad principal en tiempos de las grandes conmemoraciones patrióticas. En
el aspecto de nuestra evolución política se relaciona con la primera presidencia
de Yrigoyen. Fue una época de transición entre el ocaso del modernismo, que
prolongó una influencia postrera y ciertas formas vanguardistas que más
adelante integrarán el movimiento de la revista "Martín Fierro" y el llamado
Grupo de Boedo.

Los intelectuales del postmodernismo pudieron dedicarse con intensidad a su


vocación literaria y aunque en ellos se adviertan diversas sensibilidades, existió
una común línea estética de conservar lo ya logrado y un intento —bien
importante, por cierto— de expresar todo lo argentino en un época en que el
sentimiento nacional había permanecido olvidado. Esta generación trató de
liberarse de los artificios y preciosismos verbales del modernismo, depuró los
aportes recibidos y buscó nuevos modos expresivos. Dio origen a un amplio
proceso estético, desde preconizar por vez primera un nacionalismo literario —
de oposición al europeísmo característico del 80— como parte de un extenso
plan proyectado por Ricardo Rojas en la Restauración nacionalista, hasta llegar
a una apertura en lo social y psicológico y un retorno a la tradición clasica.

Con un propósito de reivindicación idiomática, los escritores del Centenario


bregaron por una lengua mejor y más depurada —particularmente en la
expresión escrita— y se opusieron al voseo y todo intento de bastardeo
lingüístico. Consideraron a España como la fuente auténtica del idioma, que en
nuestro medio había sufrido la influencia de las expresiones gauchescas y
lunfardas. En este movimiento de nacionalismo castizo se enrolaron —entre
otros— Ricardo Rojas, Baldomero Fernández Moreno, Arturo Capdevila,
Manuel Gálvez y Roberto Giusti.

La poesía continuó bajo la tutela del lirismo modernista, aunque se ensayaron


nuevas formas, con un ansia de libertad tendiente a alcanzar un arte puro.
Tampoco se abandonaron las auténticas corrientes clásicas y románticas.

La novela se mantuvo dentro de las corrientes realistas, en particular


francesas. Su más destacado representante fue Roberto Payró —que tradujo a
Emilio Zola— seguido también por Manuel Gálvez en alguno de sus libros,
entre ellos el titulado La maestra normal. El realismo se expresó en la novela
de costumbres campesinas con Benito Lynch.

La temática de la ciudad alcanzó un primer plano ante una generación que


pudo observar la hipertrofia de Buenos Aires, con su cosmopolitismo de
"ciudad-babel". El desmesurado crecimiento de la urbe porteña inspiró a los
escritores en los más variados enfoques. El arrabal y los prototipos del
suburbio, los temas referentes a la "mala vida", a los conventillos y vicios
propios del hacinamiento que fueron expresados con realismo por Evaristo
Carriego, Manuel Gálvez y Héctor Pedro Blomberg, entre otros.

La literatura de imaginación se enroló de preferencia en la cuestión social del


hombre frente al mundo que lo rodea, pero no sólo en el aspecto urbano sino
también rural. Dentro de un tono redentor, irónico, sentimental y hasta
didáctico, se realizó una atenta descripción de la miseria entre los
desheredados de las ciudades y la angustia del campesino ante la explotación
rural.

Debido a su brevedad, el cuento alcanzó buena difusión y fue apoyado por un


público constante, lector de diarios y revistas. En este género se destacó, con
un marcado acento de tragedia y fatalidad, el rioplatense Horacio Quiroga,
nacido en Uruguay pero que escribió y publicó toda su obra en la Argentina.
 

Revistas literarias

 En el panorama generacional del Centenario se producen nuevos aportes que


favorecen la actividad del intelecto. Se impone el profesionalismo entre los
escritores pues la mayoría de ellos viven de su pluma o desempeñan
actividades acordes con su capacidad. El 29 de setiembre de 1910 fue
promulgada la ley de propiedad literaria y en 1913 Ricardo Rojas inaugura en la
Facultad de Filosofía y Letras la cátedra de Literatura Argentina, la primera de
esta asignatura que funcionó en el país. Poco más tarde, el mismo estudio
figuraría en los programas de la enseñanza secundaria.

La publicación de la Historia de la literatura argentina, de Ricardo Rojas,


significó un acontecimiento de importancia en el panorama de la labor
intelectual. La primera edición vio la luz dividida en cuatro tomos de formato
mayor, de acuerdo con el siguiente orden cronológico: Los gauchescos (1917);
Los coloniales (1918): Los proscriptos (1920), y Los modernos (1922). La obra
obtuvo el Premio Nacional de Letras otorgado por la Universidad de Buenos
Aires. En este trabajo fundamental, consecuencia de numerosas lecturas e
investigaciones personales en diversos archivos, el autor creó cuatro grandes
ciclos para ofrecer por vez primera un estudio sistemático de nuestra literatura
y también —como lo aclara en el subtítulo— un ensayo filosófico sobre la
evolución de la cultura en el Plata. Partiendo de la doctrina la tierra forja la
raza, Ricardo Rojas, basado en su credo indianista, presenta a la literatura en
función de la nacionalidad.

La disminución de los índices de analfabetismo —debido a la aplicación de la


Ley N° 1420— y el gradual aumento de un público lector surgido en gran parte
de la clase media motivó que a partir del año 1915 algunas editoriales privadas
iniciaran la difusión de libros pertenecientes a autores nacionales. En esta
forma aparecieron las Ediciones Mínimas y La Biblioteca Argentina, seguidas,
por La Cultura Argentina, esta última bajo la dirección de José Ingenieros, que
abarató los precios de venta para extender su función educativa.

A comienzos de este siglo aparecieron revistas literarias que fueron portavoces


de un grupo, el cual a su vez, expresó los puntos de vista de su generación.
Esta actividad crítica, a veces con enfoques novedosos que aún tienen
vigencia, se expresó a través de algunas publicaciones especializadas. La
primera de ellas fue " Ideas" (1903-1905), que fundaron Manuel Gálvez y
Ricardo Olivera. Le siguió la revista literaria más importante de las primeras
cuatro décadas de este siglo en la Argentina, titulada "Nosotros", que apareció
en dos épocas (1907-34 y 1936-43). En los 390 números de su larga existencia
enroló a los más destacados escritores y críticos de nuestro medie. Fue dirigida
por Roberto Giusti y Alfredo Bianchi.

El primer número de la revista "Ideas" tiene fecha del 1° de mayo de 1903. La


colección completa comprende seis tomos. El primer artículo titulado
Sinceridades, lo firma Ricardo Olivera, quien en uno de sus pasajes escribe:
"No es una revista conservadora ni tampoco una revista revolucionaria: no
pertenece a ninguna escuela. En sus páginas recibirán hospitalidad afectuosa
todos nuestros verdaderos intelectuales ".

El primer tomo comprende los números de mayo, junio, julio y agosto de 1903;
el segundo tomo los correspondientes a setiembre, octubre, noviembre y
diciembre de ese año. En total 8, numerados mensualmente. El tercero y cuarto
tomos abarcan los núrneros de enero a agosto de 1904. El quinto los
comprendidos entre setiembre y diciembre de ese año. En total del 9 al 20. El
sexto tomo comprende los números editados mensualmente entre enero y abril
de 1905 (del 21 al 24).

Entre los primeros colaboradores de "Ideas" recordemos a Ricardo Olivera,


Emilio Ortiz Grognet, Julián Aguirre (Música), Juan Pablo Echagüe (Letras
Argentinas), Emilio Becher (Letras Francesas), Manuel Gálvez (Teatro), Martín
Malharro (Pintura y Escultura). Luego se incorporaron Ricardo Rojas (Letras
Hispanoamericanas), Atilio Chiappori (Letras Argentinas), Abel Cháneton
(Teatro), etc.

La colección de "Nosotros" es el fiel testimonio de toda una época en la


literatura de nuestro país. La revista fue testigo de un largo período de
evolución cultural y en sus páginas tuvieron cabida numerosos escritores,
desde los representantes de la bohemia de principios de siglo, hasta los
vanguardistas de épocas más recientes.

La amistad entre sus directores Giusti y Bianchi surgió años atrás, en las aulas
de la Facultad de Filosofia y Letras de Buenos Aires. Ellos concibieron la nueva
publicación y Alberto Gerchunoff fue quien sugirió el título. En 1910, la revista
debió interrumpir por un año su contacto con los lectores. En julio de 1912 y
debido a problemas económicos se organizó la Sociedad Cooperativa Nosotros
que presidió Rafael Obligado. A partir de entonces la revista cambió de
formato, amplió el número de sus páginas e incorporó nuevos colaboradores,
hasta contar con la casi totalidad de los escritores más representativos de
aquella época. En 1921, "Nosotros" publicó el manifiesto del "ultraismo" de
Borges y, al año siguiente, la primera antologia de esa orientación literaria. El
último número de la primera época de la revista es el 299-300, correspondiente
a abril-diciembre de 1934.

Dieciséis meses despues comenzó la segunda época (abril de 1936) que


comprende 90 números. En el primero realizó una encuesta sobre "América y
el destino de la civilización occidental", que obtuvo la respuesta de muy
destacados escritores. El número correspondiente a mayo-julio de 1938 dio a
conocer una muy importante documentación sobre Lugones. El último número
extraordinario correspondiente a abril-junio de 1943 (85-87) está dedicado a la
memoria de uno de sus directores, Alfredo Bianchi, fallecido poco antes.
Finalmente, "Nosotros" dejó de aparecer en setiembre de 1943.

El creciente interés del público por obras en prosa y en verso de autores


nacionales motivó la publicación —en la segunda década de la presente
centuria— de tres antologías literarias: Nuestro Parnaso creada por Erneslo
Barreda, Anlología contemporánea de poetas argentinos de Ernesto Morales y
Diego Novillo Quiroga, y una selección efectuada por Manuel Gálvez con el
título de Los mejores cuentos.

Poetas y prosistas

 Numeroso y calificado es el grupo intelectual que puede ubicarse dentro de la


generación que nos ocupa. Es conveniente aclarar que el ordenamiento en
poetas y prosistas siempre ofrece dificultades, por cuanto son varios los que
cultivaron con igual acierto ambos medios expresivos.

Entre los poetas y dentro del lirismo predominante, se advierten diversos


matices. Algunos como Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Marasso y
Pedro Miguel Obligado utilizaron el verso con severa sobriedad y contención
del sentimiento; otros fueron evocativos y emocionales —Arturo Capdevila,
Alfonsina Storni— o bien se destacaron por su sencillez y fuerza expresiva,
como Baldomero Fernández Moreno o Evaristo Carriego. La prosa que
comprende a los narradores y ensayistas que continuaron dentro del realismo
tradicional reunió figuras de alto nivel. Cabe mencionar nuevamente a Ricardo
Rojas y Arturo Capdevila junto a Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Alberto
Gerchunoff, Hugo Wast (seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría) Carlos
Alberto Leumann, etc. Dentro de esta generación y con matices de
costumbrismo y narrativa rural, deben recordarse los nombres de Roberto
Payró, Benito Lynch y Ricardo Güiraldes.
El modernismo literario 1890-1920
Época: El modernismo es un movimiento literario surgido en Hispanoamérica
hacia 1880.

Características: Su principal objetivo estético fue la búsqueda de la belleza


como medio para huir de la realidad cotidiana, intentan mostrar su desacuerdo
con el materialismo de la sociedad burguesa.

Estilos: Cuentos mundanos.

Géneros: El género predominante es el costumbrismo

Temas: Autores:

Obras representativas:

El narrador es espectador, observador o conversador, cualidades que lo


habilitan para conocer a los habitantes de su ciudad y caracterizarlos en sus
rasgos más sobresalientes. A través de un tipo se estudia el aspecto físico,
psicología, costumbres y vida de un carácter representativo de una clase social
o de un estrato ideológico o profesional. Fray Mocho asume el rol de
espectador; teoriza y filosofa acerca de lo observado y resuelve con eficacia la
relación del lenguaje coloquial y el lenguaje literario, convirtiendo los diferentes
registros del habla porteña, tanto el lunfardo como el de las capas medias, en
material narrativo.El modernismo fue un movimiento de reacción contra el
romanticismo trasnochado y la rigidez del idioma castellano ante nuevas
orientaciones culturales. En este intento profundo de renovación y actualización
del lenguaje influyeron ideas y movimientos heterogéneos. El estudioso Pedro
Henríquez Ureña sostiene que renovó integramente las formas de la prosa y de
la poesía: vocabularios, giros, tipos de verso, estructura de los párrafos, temas
y ornamentos. El verso tuvo desusada variedad, como nunca la había conocido
antes, se emplearon todas las formas existentes y se crearon otras nuevas.

Esta revolución estética se inició en la Argentina en 1893, año en que por vez
primera llega a Buenos Aires el nicaraguense Rubén Darío. El poeta ya era
conocido en nuestro medio por su libro Azul, que publicó en 1888 durante su
estada en Chile, y por sus colaboraciones enviadas al diario "La Nación", a
partir de 1889. Fue recibido como un maestro y agasajado en el culto ambiente
intelectual y por la bohemia de la ciudad. Se ha comprobado que el
modernismo debe sus comienzos al cubano José Martí (1853-1895) y al
mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), que iniciaron a través de la
prosa un proceso de actualización literaria, antes que Darío hiciera conocer sus
libros Azu/ —en prosa y verso— y Prosas profanas, en verso.

El escritor nicaraguense fue un conocedor profundo del idioma castellano y


basado en su vinculación con los poetas franceses de las escuelas simbolistas
y parnasianas renovó la métrica y combinó versos que hasta su época eran
inconciliables —el endecasílabo y el alejandrino— y utilizó el de nueve sílabas,
muy poco empleado. Se considera a Darío como el maestro del modernismo, el
primer gran poeta exquisito de nuestro idioma —según Rodó— cuya influencia
se esparció por América y España.

La tendencia modernista expresó una voluntad de cambio y también de


disconformidad a lo español, reaccionó contra la expresión fácil para inclinarse
al virtuosismo y su génesis no fue directamente importada de Europa, sino que
surgió de un proceso literario americano y argentino. Por vez primera —escribió
Amado Alonso— América asume la dirección poética en la lengua española. El
movimiento literario no sólo recibió influencias de los parnasianos y simbolistas
franceses, sino también de las mitologías griega, germánica, nórdica y
precolombina.

Los modernistas renovaron el lenguaje poético y por medio de símbolos e


imágenes expresaron con otro sentir la realidad. Muy sensibles y guiados por la
imaginación se refugiaron en mundos del pasado irreal o lejano. Por esto, lo
exótico es uno de los caracteres de esta escuela que incluyó en su temбtica la
Grecia eterna, el lejano Oriente, Francia en la época borbónica y mitos
clásicos, germánicos y precolombinos.

En el año 1890 y en un escrito, es Rubén Darío el que se refiere al modernismo


como una corriente del pensamiento literario y poco más tarde —en 1899—
esta palabra fue incorporada al Diccionario de la Real Academia Española a
instancias del sabio polígrafo Menéndez y Pelayo.

El ambiente propicio de Buenos Aires

Sabemos que el modernismo se inicia en la literatura argentina en agosto de


1893 con la primera llegada de Rubén Darío a Buenos Aires. Desde ese
momento hasta fines de 1898 en que partió para España, la ciudad porteña —
que él denominó Cosmópolis— le brindó su generosa hospitalidad y propicio
ambiente cultural. Así lo reconoció el poeta al escribir: "Fue para mí un
magnífico refugio la República Argentina, en cuya capital, aunque llena de
tráfagos comerciales, había una tradición intelectual y un medio más favorable
al desenvolvimiento de mis facultades estéticas."

La unánime simpatía con que fue recibido Darío en nuestros círculos


intelectuales también contó con la adhesión del periodismo. Así lo expresó
Joaquín V. González desde las columnas de "La Prensa" y Julio Piquet por
intermedio de "La Nación". Aunque algunos objetaron principios de la estética
modernista más tarde reconocieron la importancia y méritos de la nueva
escuela literaria, particularmente después de la publicación de Prosas profanas
(1896), el libro de versos que provocaría un gran cambio en la literatura de
América.
Desde sus comienzos, el modernismo encontró en Buenos Aires un ambiente
cultural que favoreció su aceptación. Colaboraron en este proceso la apertura
de la Facultad de Filosofía y Letras, la revista "La Biblioteca" que dirigió Paul
Groussac, el número creciente de periódicos, un mayor interés por los ideales
de la cultura y la gradual decadencia de la poesía posromántica. En esas
épocas, la capital argentina ya era una capital pujante en ostensible
crecimiento, dirigida por una alta burguesía. Esta élite que en principio había
apoyado el aluvión inmigratorio, hacia 1885 comenzaba a demostrar su
desagrado ante la influencia extranjerizante en las costumbres y el idioma. Sin
embargo, no por esto el lujo y la ostentación como también los inevitables
viajes a Europa —especialmente a Francia— dejaron de ser factores
predominantes de los altos círculos.

Por otra parte, después de la revolución de 1890 se consolida en nuestro país


una heterogénea clase media, surgida de la inmigración, integrada en mayoría
por hombres cultos —escritores, profesionales, educadores—- que se inclinan
en favor de los humildes y proponen nuevas soluciones sobre la base de las
doctrinas del radicalismo y del socialismo. También se inicia la lucha del
proletariado ante la agitación de los anarquistas y en distintos barrios de la
capital se abren centros obreros y bibliotecas con obras de literatura
izquierdista.

La llegada de Rubén Darío a Buenos Aires despertó interés en los medios


intelectuales, no sólo entre la alta clase social sino también en los cenáculos
literarios de cafés y tertulias a las que asistían periodistas y artistas
desplazados. La bohemia porteña adhirió al modernismo y provocó una
especie de nivelación social y cultural, al agrupar a los poderosos patricios con
hombres que bregaban por nuevas formas políticas.

Es evidente que el modernismo surgió de situaciones estéticas comunes a un


período de rebeldía social y política y esto explica la mentalidad revolucionaria
y disconforme de algunos destacados representantes de esta escuela literaria
en nuestro medio

La difusión del modernismo

 Para que la tendencia modernista cobrase impulso fue necesario que sus
seguidores utilizaran en favor de la escuela, revistas literarias, periódicos,
diarios, libros y tertulias culturales. La primera en iniciar la lucha por la difusión
fue la "Revista de América" —de efimera existencia— que fundaron Rubén
Darío y Jaimes Freyre en 1894, con el propósito de convertirla en órgano de la
generación nueva. Al año siguiente comenzó la publicación de la revista
semanal titulada "Buenos Aires" y, en 1896, "La Biblioteca", a iniciativa de Paul
Groussac, estudioso francés que si bien no adhirió al movimiento, pues
respondía a la orientación ideológica de la generación del 80, permitió que en
sus páginas colaboraran varios representantes del modernismo.
En 1898 apareció la revista el "Mercurio de América" que fundó Eugenio Díaz
Romero y cuya finalidad era mantener el espíritu de la innovación. Entre sus
colaboradores figuraron Darío, Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, José
Ingenieros y otros. También deben citarse las revistas tituladas "Atlántida", "La
Quincena" y "La Montaña", esta última de tendencia anarquista fundada por
Lugones e Ingenieros.

En la difusión de los objetivos literarios modernistas colaboraron los diarios "La


Prensa" y "La Nación", al publicar trabajos de escritores argentinos y versos
originales de poetas franceses. Otros impresos difusores fueron "El Almanaque
Sud-Americano" (1877) y "El Almanaque Peuser" (1888).

El Ateneo de Buenos Aires o asociación de carácter literario y artístico, surgió


como centro de difusión cultural en una de las periódicas reuniones que se
efectuaban en la residencia del poeta Rafael Obligado. En el trascurso de una
asamblea realizada el 23 de julio de 1892 nació bajo la presidencia provisional
de don Carlos Guido y Spano.

A principios de abril del año siguiente, El Ateneo se instaló en el edificio situado


en la Avenida de Mayo esquina Piedras, presidido ahora por el poeta Calixto
Oyuela, quien en el mes de agosto —en una reunión que contó por vez primera
con la asistencia de damas—pronunció un discurso sobre el tema: La raza en
el arte.

Aunque la institución estaba dirigida por un grupo de tradicionalistas, permitió el


diálogo con las nuevas corrientes estéticas, quienes finalmente no tardaron en
imponer sus principios renovadores.

La mayor parte de los escritores de la generación que dio impulso al


modernismo en la Argentina cultivaron indistintamente la prosa y el verso, en
consecuencia no sería correcto separarlos para su estudio de acuerdo con su
forma de expresión, sin embargo, pueden dividirse teniendo en cuenta el
aspecto en que más se destacaron dentro de su labor literaria. La escuela
modernista prolongó su influencia en nuestro medio hasta la época de la
muerte de Rubén Darío (1916) para luego dar curso a otras corrientes estéticas
.

Entre el grupo de poetas debe citarse a Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz,


Ricardo Jaimes Freyre —nacido en Bolivia aunque publicó casi toda su obra en
nuestro país—, Eugenio Díaz Romero, Antonio Lamberti, Carlos Ortiz, Martin
Goycoechea Menéndez, Carlos Becú, Matías Behety y Diego Fernández
Espiro. Entre los prosistas Angel de Estrada —que también fue poeta—,
Enrique Larreta, Alberto Ghiraldo y Manuel Ugarte

La generación del Centenario

 Hacia 1910 nace la denominada "generación del centenario". Un componente


importante dentro del clima ideológico de ese momento es el hispanismo: el
espíritu de conciliación hacia España y la herencia española que tomó auge
particularmente después de la guerra hispano-norteamericana, abre paso a una
nueva visión del pasado y alimenta el mito de la raza. Esta nueva actitud
aparece tanto en La restauración nacionalista (1922), de Ricardo Rojas, como
en El solar de la raza (1913), de Manuel Gálvez, donde señala que "ha llegado
ya el momento de sentirnos argentinos, de sentirnos americanos y sentirnos en
último término españoles, puesto que a la raza pertenecemos". El otro
componente es el nacionalismo cultural que, en el marco de una
modernización, secularización e inmigración crecientes, lleva a la búsqueda de
una tradición nacional propiamente literaria. Representantes de la reacción
nacionalista son Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones y Manuel Gálvez.

Estas tendencias encuentran su momento de cristalización a partir del


establecimiento del Martín Fierro de José Hernández como texto fundador de la
nacionalidad. A partir de esta lectura, el gaucho deja de ser el representante de
una realidad bárbara que hay que dejar atrás en la marcha hacia la civilización,
y se convierte en el símbolo con el que se trama una tradición nacional que el
mismo progreso y la inmigración amenazan con disolver. La búsqueda por una
identidad nacional lleva, desde diferentes sectores, a una revalorización del
Martín Fierro, cuyo punto de condensación son las conferencias de Lugones de
1913, publicadas en 1916 bajo el título El Payador. Lugones da respuesta a
una pregunta que formaba parte de las preocupaciones que anidaban en el
espíritu del centenario acerca de la existencia de un poema épico que
condensara y resumiera el principio original de la nacionalidad, dado que
encuentra en el Martín Fierro ese poema épico fundador de la nacionalidad en
el cual su héroe —el payador— sintetiza la vida heroica de la raza.

Las dos primeras décadas de la presente centuria integran en la literatura


argentina el período del postmodernismo o de la "Generación del Centenario",
por cuanto este movimiento cultural heterogéneo desarrolló parte de su
actividad principal en tiempos de las grandes conmemoraciones patrióticas. En
el aspecto de nuestra evolución política se relaciona con la primera presidencia
de Yrigoyen. Fue una época de transición entre el ocaso del modernismo, que
prolongó una influencia postrera y ciertas formas vanguardistas que más
adelante integrarán el movimiento de la revista "Martín Fierro" y el llamado
Grupo de Boedo.

Los intelectuales del postmodernismo pudieron dedicarse con intensidad a su


vocación literaria y aunque en ellos se adviertan diversas sensibilidades, existió
una común línea estética de conservar lo ya logrado y un intento —bien
importante, por cierto— de expresar todo lo argentino en un época en que el
sentimiento nacional había permanecido olvidado. Esta generación trató de
liberarse de los artificios y preciosismos verbales del modernismo, depuró los
aportes recibidos y buscó nuevos modos expresivos. Dio origen a un amplio
proceso estético, desde preconizar por vez primera un nacionalismo literario —
de oposición al europeísmo característico del 80— como parte de un extenso
plan proyectado por Ricardo Rojas en la Restauración nacionalista, hasta llegar
a una apertura en lo social y psicológico y un retorno a la tradición clasica.
Con un propósito de reivindicación idiomática, los escritores del Centenario
bregaron por una lengua mejor y más depurada —particularmente en la
expresión escrita— y se opusieron al voseo y todo intento de bastardeo
lingüístico. Consideraron a España como la fuente auténtica del idioma, que en
nuestro medio había sufrido la influencia de las expresiones gauchescas y
lunfardas. En este movimiento de nacionalismo castizo se enrolaron —entre
otros— Ricardo Rojas, Baldomero Fernández Moreno, Arturo Capdevila,
Manuel Gálvez y Roberto Giusti.

La poesía continuó bajo la tutela del lirismo modernista, aunque se ensayaron


nuevas formas, con un ansia de libertad tendiente a alcanzar un arte puro.
Tampoco se abandonaron las auténticas corrientes clásicas y románticas.

La novela se mantuvo dentro de las corrientes realistas, en particular


francesas. Su más destacado representante fue Roberto Payró —que tradujo a
Emilio Zola— seguido también por Manuel Gálvez en alguno de sus libros,
entre ellos el titulado La maestra normal. El realismo se expresó en la novela
de costumbres campesinas con Benito Lynch.

La temática de la ciudad alcanzó un primer plano ante una generación que


pudo observar la hipertrofia de Buenos Aires, con su cosmopolitismo de
"ciudad-babel". El desmesurado crecimiento de la urbe porteña inspiró a los
escritores en los más variados enfoques. El arrabal y los prototipos del
suburbio, los temas referentes a la "mala vida", a los conventillos y vicios
propios del hacinamiento que fueron expresados con realismo por Evaristo
Carriego, Manuel Gálvez y Héctor Pedro Blomberg, entre otros.

La literatura de imaginación se enroló de preferencia en la cuestión social del


hombre frente al mundo que lo rodea, pero no sólo en el aspecto urbano sino
también rural. Dentro de un tono redentor, irónico, sentimental y hasta
didáctico, se realizó una atenta descripción de la miseria entre los
desheredados de las ciudades y la angustia del campesino ante la explotación
rural.

Debido a su brevedad, el cuento alcanzó buena difusión y fue apoyado por un


público constante, lector de diarios y revistas. En este género se destacó, con
un marcado acento de tragedia y fatalidad, el rioplatense Horacio Quiroga,
nacido en Uruguay pero que escribió y publicó toda su obra en la Argentina.

Revistas literarias

 En el panorama generacional del Centenario se producen nuevos aportes que


favorecen la actividad del intelecto. Se impone el profesionalismo entre los
escritores pues la mayoría de ellos viven de su pluma o desempeñan
actividades acordes con su capacidad. El 29 de setiembre de 1910 fue
promulgada la ley de propiedad literaria y en 1913 Ricardo Rojas inaugura en la
Facultad de Filosofía y Letras la cátedra de Literatura Argentina, la primera de
esta asignatura que funcionó en el país. Poco más tarde, el mismo estudio
figuraría en los programas de la enseñanza secundaria.

La publicación de la Historia de la literatura argentina, de Ricardo Rojas,


significó un acontecimiento de importancia en el panorama de la labor
intelectual. La primera edición vio la luz dividida en cuatro tomos de formato
mayor, de acuerdo con el siguiente orden cronológico: Los gauchescos (1917);
Los coloniales (1918): Los proscriptos (1920), y Los modernos (1922). La obra
obtuvo el Premio Nacional de Letras otorgado por la Universidad de Buenos
Aires. En este trabajo fundamental, consecuencia de numerosas lecturas e
investigaciones personales en diversos archivos, el autor creó cuatro grandes
ciclos para ofrecer por vez primera un estudio sistemático de nuestra literatura
y también —como lo aclara en el subtítulo— un ensayo filosófico sobre la
evolución de la cultura en el Plata. Partiendo de la doctrina la tierra forja la
raza, Ricardo Rojas, basado en su credo indianista, presenta a la literatura en
función de la nacionalidad.

La disminución de los índices de analfabetismo —debido a la aplicación de la


Ley N° 1420— y el gradual aumento de un público lector surgido en gran parte
de la clase media motivó que a partir del año 1915 algunas editoriales privadas
iniciaran la difusión de libros pertenecientes a autores nacionales. En esta
forma aparecieron las Ediciones Mínimas y La Biblioteca Argentina, seguidas,
por La Cultura Argentina, esta última bajo la dirección de José Ingenieros, que
abarató los precios de venta para extender su función educativa.

A comienzos de este siglo aparecieron revistas literarias que fueron portavoces


de un grupo, el cual a su vez, expresó los puntos de vista de su generación.
Esta actividad crítica, a veces con enfoques novedosos que aún tienen
vigencia, se expresó a través de algunas publicaciones especializadas. La
primera de ellas fue " Ideas" (1903-1905), que fundaron Manuel Gálvez y
Ricardo Olivera. Le siguió la revista literaria más importante de las primeras
cuatro décadas de este siglo en la Argentina, titulada "Nosotros", que apareció
en dos épocas (1907-34 y 1936-43). En los 390 números de su larga existencia
enroló a los más destacados escritores y críticos de nuestro medie. Fue dirigida
por Roberto Giusti y Alfredo Bianchi.

El primer número de la revista "Ideas" tiene fecha del 1° de mayo de 1903. La


colección completa comprende seis tomos. El primer artículo titulado
Sinceridades, lo firma Ricardo Olivera, quien en uno de sus pasajes escribe:
"No es una revista conservadora ni tampoco una revista revolucionaria: no
pertenece a ninguna escuela. En sus páginas recibirán hospitalidad afectuosa
todos nuestros verdaderos intelectuales ".

El primer tomo comprende los números de mayo, junio, julio y agosto de 1903;
el segundo tomo los correspondientes a setiembre, octubre, noviembre y
diciembre de ese año. En total 8, numerados mensualmente. El tercero y cuarto
tomos abarcan los núrneros de enero a agosto de 1904. El quinto los
comprendidos entre setiembre y diciembre de ese año. En total del 9 al 20. El
sexto tomo comprende los números editados mensualmente entre enero y abril
de 1905 (del 21 al 24).

Entre los primeros colaboradores de "Ideas" recordemos a Ricardo Olivera,


Emilio Ortiz Grognet, Julián Aguirre (Música), Juan Pablo Echagüe (Letras
Argentinas), Emilio Becher (Letras Francesas), Manuel Gálvez (Teatro), Martín
Malharro (Pintura y Escultura). Luego se incorporaron Ricardo Rojas (Letras
Hispanoamericanas), Atilio Chiappori (Letras Argentinas), Abel Cháneton
(Teatro), etc.

La colección de "Nosotros" es el fiel testimonio de toda una época en la


literatura de nuestro país. La revista fue testigo de un largo período de
evolución cultural y en sus páginas tuvieron cabida numerosos escritores,
desde los representantes de la bohemia de principios de siglo, hasta los
vanguardistas de épocas más recientes.

La amistad entre sus directores Giusti y Bianchi surgió años atrás, en las aulas
de la Facultad de Filosofia y Letras de Buenos Aires. Ellos concibieron la nueva
publicación y Alberto Gerchunoff fue quien sugirió el título. En 1910, la revista
debió interrumpir por un año su contacto con los lectores. En julio de 1912 y
debido a problemas económicos se organizó la Sociedad Cooperativa Nosotros
que presidió Rafael Obligado. A partir de entonces la revista cambió de
formato, amplió el número de sus páginas e incorporó nuevos colaboradores,
hasta contar con la casi totalidad de los escritores más representativos de
aquella época. En 1921, "Nosotros" publicó el manifiesto del "ultraismo" de
Borges y, al año siguiente, la primera antologia de esa orientación literaria. El
último número de la primera época de la revista es el 299-300, correspondiente
a abril-diciembre de 1934.

Dieciséis meses despues comenzó la segunda época (abril de 1936) que


comprende 90 números. En el primero realizó una encuesta sobre "América y
el destino de la civilización occidental", que obtuvo la respuesta de muy
destacados escritores. El número correspondiente a mayo-julio de 1938 dio a
conocer una muy importante documentación sobre Lugones. El último número
extraordinario correspondiente a abril-junio de 1943 (85-87) está dedicado a la
memoria de uno de sus directores, Alfredo Bianchi, fallecido poco antes.
Finalmente, "Nosotros" dejó de aparecer en setiembre de 1943.

El creciente interés del público por obras en prosa y en verso de autores


nacionales motivó la publicación —en la segunda década de la presente
centuria— de tres antologías literarias: Nuestro Parnaso creada por Erneslo
Barreda, Anlología contemporánea de poetas argentinos de Ernesto Morales y
Diego Novillo Quiroga, y una selección efectuada por Manuel Gálvez con el
título de Los mejores cuentos.

Poetas y prosistas
 Numeroso y calificado es el grupo intelectual que puede ubicarse dentro de la
generación que nos ocupa. Es conveniente aclarar que el ordenamiento en
poetas y prosistas siempre ofrece dificultades, por cuanto son varios los que
cultivaron con igual acierto ambos medios expresivos.

Entre los poetas y dentro del lirismo predominante, se advierten diversos


matices. Algunos como Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Marasso y
Pedro Miguel Obligado utilizaron el verso con severa sobriedad y contención
del sentimiento; otros fueron evocativos y emocionales —Arturo Capdevila,
Alfonsina Storni— o bien se destacaron por su sencillez y fuerza expresiva,
como Baldomero Fernández Moreno o Evaristo Carriego. La prosa que
comprende a los narradores y ensayistas que continuaron dentro del realismo
tradicional reunió figuras de alto nivel. Cabe mencionar nuevamente a Ricardo
Rojas y Arturo Capdevila junto a Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Alberto
Gerchunoff, Hugo Wast (seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría) Carlos
Alberto Leumann, etc. Dentro de esta generación y con matices de
costumbrismo y narrativa rural, deben recordarse los nombres de Roberto
Payró, Benito Lynch y Ricardo Güiraldes.

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